«Toda, reina de Navarra» (1991) / «El viaje de la reina» (1996) de Ángeles de Irisarri (2)

Toda la acción de la novela[1] ocurre en el camino de Pamplona a Córdoba. Pero las peripecias se suceden con ritmo vertiginoso una vez llegados los navarros a la ciudad andaluza: el programa con que les agasaja el califa es intensivo y, además de las recepciones oficiales, incluye una audiencia a la mozarabía cordobesa, diversos espectáculos callejeros en la Plaza de la Paja, una visita a los baños públicos, una excursión a las afueras de la ciudad para conocer a don Rutilio, el eremita mozárabe de la cueva de Alanchón (se trata de un hombre santo que no abre los ojos para no ver el mal del mundo, alimentado, según la creencia popular, por un ave que cada día le lleva el sustento necesario). Además el califa les invita a una cacería por el soto de Al Queilar; otro día oyen misa en la iglesia mozárabe de los Santos Mártires, donde se conservan las reliquias del niño Pelayo, acuden luego al baratillo o Rastro y al hospital de locos, y asisten a un juicio a cargo del juez supremo de Córdoba, Azbagh al-Balluti. Así se suceden los días y los actos oficiales hasta que, al final, una vez curado de su obesidad el rey don Sancho, llega el momento de la despedida.

Toda Aznárez, reina de Navarra

A la historia central del viaje se unen otras historias, con carácter más o menos episódico. Así, el encuentro con el burgalés Bermudo, que busca a su esposa doña Dulce y detiene los carros de unos mercaderes judíos (en el registro queda herido un tal Isaac, y doña Toda le compra algunas telas a modo de compensación). Más adelante la expedición topa con unos peregrinos franceses, entre los que viaja Odilón, hijo del Conde de Tolosa. Se refiere también la historia de la antigua reina Amaya y de la ciudad del mismo nombre. El episodio de la violación de Serena, ocurrida en Nájera (la mujer pide justicia, alegando que ha sido violentada por el mercenario Ximeno de Ulla) sirve para describir la «prueba caldaria», a la que ambos son sometidos. Del mismo tipo es la fabulosa historia del nacimiento de Sancho Garcés, extraído del vientre de su madre Urraca (cfr. pp. 220-221); o la historia de doña Dolsa, esposa del cautivo Berenguer de Orri, que no paga el rescate exigido por los musulmanes y se casa con otro. Ya en Córdoba se refiere el suceso de Olina de Isurre, que está de parto con el niño atravesado; se avisa a Alina ben Reez, célebre partera de Córdoba, pero mueren la madre y el niño (y entonces Toda decide que debe aumentar las penas para los hombres que preñen doncellas con engaños). En otra ocasión la princesa Wallada relata la conquista de Córdoba (pp. 270-271) y doña Lambra replica describiendo la rota de Roncesvalles (pp. 271 y ss.). Todas estas historias intercaladas —a la manera de las cervantinas en el Quijoteson meramente episódicas, y podrían suprimirse o añadirse otras similares a voluntad.

Otras historias, en cambio, sirven para presentar nuevos personajes que se unen a la expedición y su importancia estructural es, por tanto, mucho mayor: por ejemplo, el relato de la historia de Andregoto, sobrina-nieta de doña Toda, castellana de Nájera, que tiene el pelo bermejo y viste de hombre, anticipa el encuentro con ella. Lo mismo sucede con Elvira, la nieta de Toda, que es abadesa de San Salvador de León; le sale al encuentro porque quiere ir a Córdoba para conseguir las reliquias del niño Pelayo, para que su convento pueda hacer la competencia a Compostela, que está cobrando mucha fama. Al igual que Andregoto, pasa a ser un miembro más de la variopinta comitiva navarra. Más tarde les corta el paso del vado del río Iregua un caballero, Aamar de Quiberón, que ha hecho una promesa de amor: no les deja pasar si no juran antes que su dama, Acibella de Savenay, es la más bella mujer del mundo. Se atiene, claro, a las leyes de amor de la caballería. Pero Toda le dispensa del voto (consistente en que juren cinco veces mil hombres) y, enamorado de Nunila, Aaaron pasa a engrosar la nómina de los viajeros.

Los diálogos desempeñan en esta novela una importante función estructural; son ágiles y sencillos, si bien a veces figuran mezclados en el discurso del narrador las réplicas de dos o más personajes, sin signos tipográficos que marquen y separen las distintas réplicas. A veces ese narrador —omnisciente en tercera persona— adopta la perspectiva de alguno de los personajes, en especial la propia doña Toda o de Boneta, su camarera de confianza. Otros elementos estructurales dignos de ser consignados son las continuas menciones de la joya mágica de la reina, el ceñidor de doña Amaya (un brillante que es un poderoso contraveneno; cfr. pp. 16, 21, 26, 28, 51, 130, 206, 208, 324) y las reliquias de Santa Emebunda (pp. 16, 150, etc.)[2].


[1] Citaré por la reedición de Emecé de 1996, que es la más fácilmente localizable para el público lector.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Las novelas históricas de Ángeles de Irisarri», en Marina Villalba Álvarez, Mujeres novelistas en el panorama literario del siglo XX, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2000, pp. 361-374.