Los «Cuentos sin espinas» de Mariano Arrasate Jurico: «La alegre “Tina”»

Carlos llega a una ciudad donde va a pasar tres días en un hotel; quiere una habitación grande y fresca, pero solo está libre la del doctor Gaudencio Pestillas, que la tiene reservada[1]. Carlos finge conocerlo y afirma que no hay problema en que le den su habitación. Ya instalado, se bebe su vino y fuma varios de sus cigarros. Esa noche escucha los gritos de una mujer alojada en la habitación de al lado, que, víctima de sus vicios, sufre terribles pesadillas. Al día siguiente Carlos habla con Jerónima, una muchacha de su pueblo que trabaja en el hotel, quien le informa de que se trata de una mujer perdida, que bebe y viste indecentemente, aunque no en el hotel. Él cree que tiene algo de bueno, porque, al menos, se oyen sus lamentos; al día siguiente la ve en el comedor; es una joven de treinta años, pero está ajada por los vicios, circunstancia que sirve para introducir la correspondiente dosis moralizante:

Parece mentira que haya personas que empleen y destruyan de modo tan inicuo los dones preciosos de salud y belleza que Dios concede, y se reduzcan a sí mismos a una despreciable miseria (p. 111).

Pablo Picasso, Femme ivre se fatigue (1902).
Pablo Picasso, Femme ivre se fatigue (1902).

Al marcharse, Carlos da una propina al encargado para que no se entere Pestillas de que ha ocupado su habitación, porque no le conoce de nada. Jerónima manda con Carlos cincuenta duros y un paquete de ropas a su familia (hecho que sirve para elogiar los «santos afectos» de la familia). Carlos regresa al hotel unos meses después y le cuentan que Tina murió, completamente sola, en su habitación. El doctor Pestillas, que encontró el cadáver con el rostro desencajado, explica que Tina sufrió una crisis al corazón: los viciosos llegan a este «suicidio moral y físico» (p. 121); las luchas interiores les hacen parecer siempre mucho más viejos de lo que son: Tina, al morir, parecía que tenía sesenta años. Además —se insiste— falleció sin auxilio de nadie, sufriendo padecimientos terribles, porque a los libertinos se les aviva la sensibilidad y su agonía se convierte en una cruel tortura; y no solo se hacen daño a sí mismos, sino también a la sociedad. El relato termina con el concluyente comentario de Carlos: «La verdad es que la vida licenciosa, con sus anejos y derivados, por cualquier lado que se mire constituye un mal negocio y una detestable carrera» (p. 124)[2].


[1] Mariano Arrasate Jurico, Cuentos sin espinas, Pamplona, Torrent-Aramendía Hnos., 1932, 124 pp. Manejo un ejemplar de la Biblioteca del Archivo Municipal de Pamplona, signatura K-1; en la cubierta se lee: Cuentos sin espinas (jocoserios), primera serie.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La producción narrativa de Mariano Arrasate», Príncipe de Viana, año LIX, núm. 214, mayo-agosto de 1998, pp. 549-570.

Los «Cuentos sin espinas» de Mariano Arrasate Jurico: «Las médicas en casa»

La acción ocurre en Otaegui, que carece de médico; sí lo hay (médico, veterinario, farmacéutico y practicante) en una villa cercana, distante tres leguas[1]. El narrador afirma que al final de la vendimia «ocurrió lo que voy a contar al curioso lector»: Ramón sufre una indigestión de acelgas, por las muchas que ha comido para celebrar la buena cosecha de uva; le duele el estómago, y el narrador comenta irónicamente:

¿Qué tenía Ramón?

No lo sabemos de seguro, porque no consta concretamente ni en las Actas concejiles ni en las Hojas clínicas de Otaegui; pero creo que podemos deducirlo apoyándonos, no sólo en razones de lógica, sino también en testimonios de autoridad científica (p. 9).

Faustina, su hija, ha sido sirvienta en una casa donde ha visto a la señorita usar el termómetro, así que se decidió a comprar uno para su familia. Ella y la madre, Práxedes, meten en la cama a Ramón; le ponen el termómetro, y como marca 38 grados, le dan un fuerte purgante; además, acuden a otros remedios caseros: le ponen un ladrillo rusiente en el estómago y unas alpargatas calientes en los pies, colocan un brasero en la habitación y seis mantas en la cama, dejando la habitación sin ventilar; Ramón tiene que sufrir esta calurosa tortura durante varios días (en los que padece además hambre y sofoquinas), pero el termómetro marca siempre igual.

Hombre enfermo mirando su temperatura en un termómetro

Emeterio, el hijo, va a buscar al médico, que manda al practicante, gran jugador de tresillo; este ordena ventilar la habitación y quitarle tanta ropa al enfermo, indicando además que beba leche y que le den un baño. Entonces llaman a don Lucas, secretario y maestro del pueblo, porque no saben dónde bañar a Ramón, y se le ocurre meterlo en una comporta, con tan mala suerte que queda atascado. Por fin viene el médico, que se da cuenta de que el termómetro estaba estropeado: Ramón no tenía nada, pero ha pasado trece días en la cama, sufriendo las torturas de las «médicas» y, además, sin sembrar los campos.

La enseñanza que se desprende de esta divertida anécdota es harto clara: es mejor que no haya termómetros en las casas de quienes no saben usarlos y que no se practiquen remedios que pueden resultar perjudiciales para el enfermo, sino que se llame al facultativo cuando sea necesario. El caso presente servirá de lección, y el propio Ramón se encargará de que no se repita, al menos en su familia[2].


[1] Mariano Arrasate Jurico, Cuentos sin espinas, Pamplona, Torrent-Aramendía Hnos., 1932, 124 pp. Manejo un ejemplar de la Biblioteca del Archivo Municipal de Pamplona, signatura K-1; en la cubierta se lee: Cuentos sin espinas (jocoserios), primera serie.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La producción narrativa de Mariano Arrasate», Príncipe de Viana, año LIX, núm. 214, mayo-agosto de 1998, pp. 549-570.

Los «Cuentos sin espinas» de Mariano Arrasate Jurico: «Fierabrás»

Dionisio, el «ministrante» de un pueblo (hace de barbero, practicante y sacador de muelas), es un personaje locuaz y simpático, aunque temible en su práctica médica, pues arranca los dientes o maneja la lanceta sin ningún tipo de contemplaciones, hasta el punto de ganarse entre sus paisanos el apodo de «Fierabrás»[1]. Es más, a los que se quejan del trato con lamentos los llama «gallinas». Pero un día él, que hasta entonces había tenido una magnífica salud, ve que se le ha podrido la raíz de la uña de un dedo del pie y que hay que arrancarla. Comienza a sentir miedo e incluso tiene una pesadilla. Pospone varios días la cura, hasta que finalmente un compañero se dispone a arrancar la uña mala. En ese momento, el fiero barbero se desmaya.

Gerrit van Honthorst, LʼArracheur de dents (1627). Museo del Louvre (París, Francia)
Gerrit van Honthorst, LʼArracheur de dents (1627). Museo del Louvre (París, Francia).

Como vemos se trata de una narración muy sencilla en la que se fustiga a aquellas personas que, por así decir, ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio: Dionisio, sano, moteja de cobardes a los enfermos que se quejan de sus males; pero su reacción es la misma, o todavía más exagerada, cuando padece el mal en su propia carne. Y, aunque no se dice en el relato, podemos suponer que desde ese momento la actitud del barbero será más comprensiva con los demás[2].


[1] Utilizo una edición de Cuentos sin espinas, por Mariano Arrasate Jurico, s. l., s. i., s. a., 86 pp. (Biblioteca General de Navarra, signatura 2-2/14) formada por recortes encuadernados del folletín de un periódico.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La producción narrativa de Mariano Arrasate», Príncipe de Viana, año LIX, núm. 214, mayo-agosto de 1998, pp. 549-570.

«La expósita» (1929), novela de Mariano Arrasate Jurico: narrador, personajes y estilo

Como vimos en la entrada anterior, La expósita[1] es un relato un tanto almibarado, con grandes dosis de candidez e ingenuidad en su desarrollo argumental, lo que se corresponde, en otro plano, con la sencillez de sus técnicas narrativas: el narrador es de lo más convencional, y realiza apelaciones continuas al lector, de forma que no se pierda cuando hay un salto temporal que rompe el orden lineal de la narración. Además, el hilo de la acción se ve interrumpido frecuentemente por comentarios moralizantes como estos:

¡Paz del espíritu: tú eres realmente la vida; y aunque no fuera más que por poseerte, que poseerte es vivir, deberíamos los hombres ser juiciosos y buenos! (p. 99).

Las personas que se olvidan de sus familias o que de algún modo demuestran que no les tienen cariño, no saben cuánto hacen sufrir a los suyos (p. 124).

Nada pone más de manifiesto la pequeñez del ser humano que ese egoísmo que todos llevamos como si lo arrancáramos del vientre materno antes de salir al mundo (p. 179).

Cubierta de La expósita. Tipos y costumbres de Navarra. Novela por Mariano Arrasate Jurico, Pamplona, Talleres tipográficos La Acción Social, 1929

Ese tono se extiende a algunas anécdotas relatadas: por ejemplo, cuando era niña, en el pueblo, un día Alejandra acompañó a unas muchachas a coger unas frutas de una huerta, y comentando este suceso, que no pasa de ser una travesura infantil, el narrador apostilla: «¡Cuidado con dar el primer paso en el mal camino, porque una vez dado puede hacerse difícil retroceder!» (p. 267). E incluso, varios años después, Alejandra decide que debe restituir el valor de aquellas frutas que robó siendo tan joven. Sigue una extensa digresión sobre el hurto y el robo (pp. 269-273), en la que el narrador-autor (aquí es difícil separar ambas entidades) aboga por la creación de instituciones en las que se pueda acoger a los jóvenes que se descarríen, reconociendo paladinamente a propósito del largo excurso:

Y por eso, finalmente, no me ha parecido muy fuera de tiesto ese parrafejo […] que en último término nos ha servido para llenar algunas páginas (p. 273).

En la misma línea, hay otras consideraciones sobre los padres abandonados por el egoísmo de los hijos (p. 259; puede relacionarse con el relato «En el pecado…», de Cuentos sin espinas) y sobre las personas expósitas, que merecen el mismo respeto que las demás (pp. 283-287).

En cuanto a los personajes, son tipos, como ya anuncia el subtítulo y es el propósito declarado del autor: Alejandra, la expósita, es niña traviesa, con cierto genio, pero que finalmente sacrifica la posibilidad de un matrimonio económicamente ventajoso para dedicarse a la caridad, de la misma forma que otras personas la han ejercido con ella; su carácter bondadoso se manifiesta, por ejemplo, al desear que la merienda que van a preparar los Areta para celebrar el reencuentro se haga en la Inclusa para que puedan disfrutar de ella sus compañeras. Marta, que lleva el peso en las intervenciones moralizantes, queda pintada desde el comienzo al decírsenos que es «la inocencia y la bondad, y un alma generosa y nobilísima» (p. 37). Casi todos los personajes aparecen retratados con simpatía, porque todos son bondadosos: Juana, la respetable nodriza de Antonio; la amable señora Bernarda; el bueno de don Ramón, el expendedor de billetes de la compañía naviera. Los únicos personajes vistos negativamente son las verduleras; pero, paradójicamente, son las escenas de la plaza del mercado, que ellas protagonizan, con sus continuas grescas, las más animadas de la novela, las que tienen más vida (cfr. las pp. 247 y ss.).

Como apunte estilístico, cabría destacar la presencia de vulgarismos y expresiones coloquiales (haiga paz, a buenas horas, mangas verdes), algunas de las cuales pueden pasar por navarrismos léxicos (mocete, mocé, chirrinta ‘deseo’, chilingarse ‘colgarse’, chandrío ‘estropicio’, borte ‘expósito’; aparecen explicados en nota al pie) o morfológicos (como los frecuentes diminutivos en -ico, -ica: hijica, carica)[2].


[1] La expósita. Tipos y costumbres de Navarra. Novela por Mariano Arrasate Jurico, Pamplona, Talleres tipográficos La Acción Social, 1929, 427 pp. Hay dos ejemplares en la Biblioteca General de Navarra, signaturas 6-3/172 y 6-3/246.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La producción narrativa de Mariano Arrasate», Príncipe de Viana, año LIX, núm. 214, mayo-agosto de 1998, pp. 549-570.

«La expósita» (1929), novela de Mariano Arrasate Jurico: argumento

Vimos en una entrada anterior que son dos las novelas escritas por Mariano Arrasate Jurico, La expósita y Macario. Ambas fueron publicadas en Pamplona, en 1929 y 1932, respectivamente, y ambas reflejan significativamente en sus subtítulos que son novelas de tipos y costumbres de Navarra. Las examinaremos brevemente, comenzando por La expósita[1].

Ya el mero título nos hace sospechar que esta novela, si no es de tono plenamente folletinesco, presentará cuando menos algunos tintes melodramáticos. En la cubierta, junto con los datos de edición, figura una nota que nos anuncia que los beneficios que produzca se destinarán a una iniciativa de caridad social: «El producto de la venta de esta edición será entregado a la Junta de Homenaje a la Vejez de Navarra para el fin de pensiones a los ancianos pobres».

La expósita. Tipos y costumbres de Navarra. Novela por Mariano Arrasate Jurico, Pamplona, Talleres tipográficos «La Acción Social», 1929

Sigue un prólogo del autor (pp. V-III), en el que presenta esta obra primeriza, ni «medianeja» ni «monumental», y aclara que su fin inicial no era escribir una novela: «El fin o la idea principal ha consistido en hacer un modesto trabajo descriptivo de tipos y de costumbres de Navarra; y la novela, el medio para efectuarlo». Estas palabras preliminares son, pues, interesantes para comprender las características de las obras de Arrasate. En efecto, a continuación explica que le interesan más las situaciones, las escenas, los tipos y las costumbres que las formas constructivas y las tramas: «Soy partidario entusiasta de los libros que versan sobre tipos ejemplares y costumbres sencillas», porque ese género se presta a que un buen autor cree libros «no sólo amenos, sino muy instructivos y altamente educadores». Esos autores, que no son muchos, hacen un gran bien «llevando o trayendo a la lectura popular un caudal cultural y educativo de valor y trascendencia inapreciables» (p. VII). Por esta razón se ha decidido a incluir ciertas alusiones a problemas sociales y morales ajenos al asunto, pero de interés, porque llevan al lector a meditar, si se consigue sacudir su espíritu: «El libro, pues, puede perder un poco de belleza, pero ganará, sin duda alguna, en valor educativo» (p. VIII). Las motivaciones del autor no pueden ser más claras, hasta el punto de reconocer expresamente que le importa más el contenido que la técnica y el estilo, el fondo más que la forma. Toda una declaración de intenciones extensible al resto de su producción narrativa.

Al iniciarse la novela, la acción se sitúa en Ezpelegui, un pueblo de la zona media de Navarra. Tras una descripción del mismo, el narrador presenta a los lectores la rica familia de los Areta, formada por Antonio, su esposa Marta, sus hijos Fermín y Pedro Miguel (hay también una hija religiosa) y el abuelo, a los que hay que añadir el personaje de Juana, criada de la casa. Se habla después de la familia Arbayún, «católica a machamartillo», de buena posición, pero venida a menos, a la que pertenece la esposa. Se cuenta la historia del noviazgo y matrimonio de Antonio y Marta, todo ello como antecedente de la historia, para que el lector pueda seguir adelante:

Y como con lo dicho tenemos todos los datos que por ahora necesitamos saber acerca de Ezpelegui, de la familia Arbayún y de Juana, pasaremos adelante, dando entrada en escena a un personaje que quizá en la sociedad pasaría por ínfimo, y que sin embargo es figura importante, según esta novela (p. 68).

En efecto, los Areta están pasando la Navidad en Pamplona y un día, cuando se encuentran todos reunidos, aparece por casa una muchacha de unos veinte años «vestida modestísimamente, pero con gran limpieza e irreprochable honestidad»; al principio no la reconocen, pero al final caen en la cuenta de que es Alejandra, a la que apodaban «la brujilla» (p. 77). En este punto, esta acción se interrumpe por completo y se deja paso a la historia de la joven:

Dejaremos por ahora tomando café a la muchacha de Areta en unión de Juana y de la joven a quien llamaban Alejandra […] para dar noticias de esta joven. El lector necesita esas noticias porque dicha joven es el personaje principal en esta novela: es «la Expósita», cuya condición da nombre a la novela y cuya vida constituye la narración (p. 82).

Así pues, según las indicaciones del narrador (que va guiando de la mano al lector, con el que entabla diálogo, al más puro estilo del siglo XIX), debemos retroceder hasta el día en que un maquinista vio un lío de ropas sobre la vía del ferrocarril; afortunadamente, pudo detener la máquina a tiempo, para descubrir con sorpresa que se trataba de una niña recién nacida; Francisca, una mujer que iba en ese tren, esposa de Manuel, la recoge y la cría con su hijo Rufinico en el pueblo navarro de Otearán. Tras hablar con don Vicente, «el Americano», los esposos deciden ir a América para mejorar su situación económica y, en efecto, marcha primero Manuel para buscar trabajo. Francisca conversa con don Evaristo, el secretario del Ayuntamiento del pueblo, quien le hace ver que es difícil que pueda llevar consigo a Alejandra, dada su condición de abandonada. No obstante, Francisca es mujer decidida y marcha a una localidad portuaria para embarcarse. Se aloja con una antigua amiga, la señora Bernarda, que tiene allí una casa de huéspedes. Pero le faltan los boletos o billetes para embarcarse. Mientras trata de conseguirlos, llega un día el sargento Vázquez de la Guardia Civil, porque reclaman desde Navarra a Francisca. La niña es llevada a la Inclusa de Pamplona, donde se cría con las Hermanas de la Caridad. Francisca es acusada de intentar robar a una niña y ha de presentarse ante el juez, pero pronto queda en libertad al demostrar que ella ha sido quien ha educado a la niña. Visita a la superiora de la Inclusa, pero le dicen que no puede retirar a la niña. En fin, marcha a América con su hijo Rufino, en tanto que Alejandra permanece en la Inclusa, donde crecerá y recibirá una esmerada educación.

Cuando la niña tiene doce años, Clemente y Carlota, unos labradores pobres que no tienen hijos, se la llevan a Ezpelegui. Para ayudar a la familia, Alejandra se dedica a vender los productos excedentes de la huerta en el mercado, donde escuchará algunos rumores sobre su misterioso origen: se siente inferior al desconocer a sus verdaderos padres. Un día que tiene una discusión con una verdulera, se interesa por ella Marta Arbayún, que la lleva a su casa, donde los Areta, nobles y caritativos, se ocupan de la joven expósita. Siguen las riñas con otras verduleras, que tratan de aprovecharse del carácter apocado de Alejandra para robarle la clientela, pero este momento de prueba hace despertar su carácter enérgico: un día acude armada con una navaja para enfrentarse con Gervasia, la vendedora de peor carácter, a la que pone en fuga. Llevada de nuevo a la casa de los Areta, Marta la reprende cariñosamente (pronuncia un verdadero «sermón» reprochándole su actitud, que debe mudar por una disposición de perdón y amor). Pese a todo, Alejandra desea vengarse, pero no puede poner en ejecución sus planes porque la reclaman de la Inclusa y debe regresar a Pamplona, donde pasará varios años más.

En este punto la acción vuelve a conectar con el inicio de la novela, es decir, con la visita de Alejandra a los Areta en su casa de Pamplona, por Navidad (p. 77). Y así lo destaca el narrador: «No estará de más que recordemos, querido lector…» (p. 347). Se cuenta, pues, lo ocurrido en esos años de separación: pese a su inicial carácter adusto, la joven se ha educado en la Inclusa, destacando en las labores; tanto es así que puede ganar algún dinero dando clases a unas señoritas. Marta comenta a la joven que Simona, una hija de Gervasia, es criada de la casa y Alejandra dice que pedirá perdón públicamente por su anterior conducta, a lo que sigue otra lección moral de la buena esposa de Areta. A todo esto, Francisca ha regresado de América. Allí la familia ha prosperado y propone a la muchacha que vuelva con ella y se case con su hijo Rufino, que todavía la recuerda con cariño. Alejandra responde que solo podría amarle como a un hermano; además, ha decidido consagrar su vida a Dios y al prójimo, en una decisión —se especifica— totalmente libre y espontánea. Francisca, buena cristiana, acepta y respeta esa decisión: «Tienes razón: tú debes ser monja, porque eres demasiado buena para nosotros» (p. 415).

En unas páginas finales, que funcionan a manera de epílogo, vemos a la joven profesar como monja de la Caridad, rodeada de las personas queridas, incluidos Francisca y Manuel. Años después, sor Alejandra muere suave y dulcemente, casi como una santa, en un hospital de incurables, a los que ha atendido con abnegación, en el «heroico ejercicio de la caridad» (p. 423). La novela acaba con un canto a la caridad (p. 426) y la afirmación de que Alejandra esperará a sus seres queridos en el Cielo[2].


[1] La expósita. Tipos y costumbres de Navarra. Novela por Mariano Arrasate Jurico, Pamplona, Talleres Tipográficos «La Acción Social», 1929, 427 pp. Hay dos ejemplares en la Biblioteca General de Navarra, signaturas 6-3/172 y 6-3/246. El primero lleva una dedicatoria escrita a la pluma: «A la «Tertulia de Amigos del Arte» de Portugalete, como expresión de viva simpatía. / Mariano Arrasate».

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La producción narrativa de Mariano Arrasate», Príncipe de Viana, año LIX, núm. 214, mayo-agosto de 1998, pp. 549-570.

La producción narrativa de Mariano Arrasate Jurico (1877-1935): introducción

La obra narrativa del escritor navarro Mariano Arrasate Jurico consta de dos novelas, La expósita (1929) y Macario (1932), y dos libros de relatos (en realidad, dos series distintas de un mismo libro) titulados Cuentos sin espinas (1932). No se trata de una obra extensa, ni de excesiva calidad literaria, pero abordo su estudio movido por dos razones fundamentales. En primer lugar, el análisis de sus relatos se enmarca en un proyecto de investigación más amplio que vengo desarrollando sobre la Historia del cuento literario en Navarra. En segundo término, porque considero que resultan imprescindibles los acercamientos de este tipo, por medio de estudios puntuales a diversas obras y autores concretos, de cara a la elaboración de una Historia literaria de Navarra, acerca de la cual existen algunas aproximaciones muy valiosas, pero hasta la fecha parciales e incompletas[1].

Mariano Arrasate Jurico

Mariano Arrasate nació en Lumbier (Navarra) el 17 de octubre de 1877 y murió en Pamplona el 18 de noviembre de 1935. Además de escritor, fue político (diputado foral por Aoiz de agosto de 1926 a mayo de 1928 y desde entonces a marzo de 1930). Su deseo de promover las buenas lecturas le llevó a donar a la iglesia local su hacienda en Lumbier y los pueblos de alrededor, gracias a lo cual se instaló un centro cultural y la casa parroquial en la que fue la natal del escritor. Estos pocos datos biográficos de que disponemos los proporciona, sobre todo, Fernando Pérez Ollo[2].

Es Arrasate un escritor con unas técnicas narrativas y una intención didáctico-moralizante que bien podrían calificarse como decimonónicas. Así lo ha visto el citado Pérez Ollo, quien, tras resaltar el profundo valor educativo de sus obras, lo sitúa en el siguiente contexto:

Arrasate puede encuadrarse en la escuela costumbrista y regional […], pero es ya un anacronismo, recargado de idealismo arcádico —las costumbres y relaciones sociales del mundo rural son siempre limpias— y de evidente facilidad en los esquemas y perfiles: basta leer, por ejemplo, la declaración de Florencio —personaje de Macario— a Gabriela, para advertir la irrealidad[3].

Efectivamente, el regionalismo de Arrasate se echa de ver tanto en la pintura de tipos, costumbres y escenarios navarros como en la inclusión de palabras y expresiones de claro sabor local[4]. Tendremos ocasión de comprobarlo al comentar sus dos novelas y sus dos series de Cuentos sin espinas[5].


[1] Me refiero fundamentalmente a las obras de Manuel Iribarren, Escritores navarros de ayer y de hoy, Pamplona, Gómez, 1970; José María Corella, Historia de la literatura navarra, Pamplona, Ediciones Pregón, 1973; y Fernando González Ollé, Introducción a la historia literaria de Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1989.

[2] En el artículo «Arrasate Jurico, Mariano» de la Gran Enciclopedia Navarra, tomo II, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra, 1990, pp. 58-59. Iribarren y Corella, en las obras citadas (pp. 38-39 y 225, respectivamente), se limitan a indicar la doble dedicación política y literaria del autor y a enumerar los títulos de sus obras.

[3] Pérez Ollo, «Arrasate Jurico, Mariano», pp. 58-59.

[4] «Arrasate sitúa sus acciones y personajes en lugares inexistentes de Navarra, pero por las descripciones y lenguaje parece deducirse que se trata de la zona que mejor conocía, que es la de su villa natal, de la que utiliza palabras —no recogidas en vocabularios y lexicones— cuyo significado explica. Los navarrismos léxicos más notorios —chilindrón, fritada, chandrío, chirriar— van definidos en notas» (Pérez Ollo, «Arrasate Jurico, Mariano», p. 59).

[5] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La producción narrativa de Mariano Arrasate», Príncipe de Viana, año LIX, núm. 214, mayo-agosto de 1998, pp. 549-570.