Chile, «El país imaginario», por Jorge Edwards (y 2)

Transcribo hoy algunos párrafos más de la crónica «El país imaginario», de Jorge Edwards, incluida en su libro El whisky de los poetas, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1994, pp. 166-168, que está dedicada a trazar una semblanza de Chile.

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¡Y muy feliz 18 a todos los amigos chilenos!

Las primeras noticias del país fueron invenciones interesadas o productos del asombro. Los indios del Cuzco, a comienzos del siglo XVI, decían que más allá de los desiertos del sur había un lugar frío, Chile o Chire, donde el oro abundaba. Los exploradores de las regiones australes por su parte describieron enormes fogatas, monstruos marinos y unos habitantes gigantescos, los indios patagones. En los comienzos imaginarios, por consiguiente, Chile fue un país de oro y de cíclopes. Mitología renacentista. La expedición de Diego de Almagro, que regresó al Perú arruinada, desharrapada, hambrienta, provocó la leyenda contraria. Cuando «los de Chile» se acercaban a las oficinas o a las tabernas cuzqueñas, los demás españoles huían como de la peste. El país del oro y de los cíclopes se había transformado de pronto en el país de los harapos. A sus desgraciados descubridores no les había quedado más alternativa que vivir del sablazo.

Quizás comenzaba ahí una larga historia de imágenes deformadas, extremas. La contradicción, sin embargo, está en el interior de nosotros, forma parte de nuestra manera de ser y de entendernos. Hemos sido pacíficos, negociadores, capaces de estabilidad, hasta el día en que los consensos se han roto en forma violenta. Nuestro siglo XIX, sólido, ordenado, institucional, evolutivo, desembocó en la guerra civil más sangrienta del continente. Benjamín Vicuña Mackenna, que fue, más que historiador, el gran cronista y ensayista de nuestra primera etapa republicana, escribía que Chile tiene sueño de marmota y despertares de león. Despertares, más bien, corregiría yo, de fiera peligrosa. En el siglo XX, el país donde nunca pasaba nada, idea arraigada en todos nosotros, se convirtió de la noche a la mañana en el país donde todo podía pasar, desde lo más imprevisible y lo más terrible. La frase de Vicuña Mackenna me hace sospechar que sabíamos y que callábamos, para mantener los demonios afuera.

[…]

¿Somos país tropical o antártico, de poetas o de prosistas, de tradición real o inventada? Mi respuesta es que somos un producto de la imaginación de los hombres. La de los indios del Cuzco, la de los navegantes del Estrecho, la del poeta épico Alonso de Ercilla, en los orígenes. La de todos nosotros, ahora. Para bien y para mal. Si el invento funciona, por fin, dependerá de nosotros.

(Por la transcripción: Carlos Mata Induráin.)

Chile, «El país imaginario», por Jorge Edwards (1)

Jorge EdwardsMañana, 18 de septiembre, se celebran las Fiestas Patrias en Chile (el proceso de Independencia de la Corona de España comenzó el 18 de septiembre de 1810 con la proclamación de la Primera Junta Nacional de Gobierno).  En una reciente lectura de El whisky de los poetas (Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1994), colección de crónicas periodísticas de Jorge Edwards, encuentro una dedicada a trazar una semblanza de Chile, la titulada «El país imaginario» (pp. 166-168), de la que me parece oportuno reproducir aquí ­­­­­en la entrada de hoy y en la de mañana­­­­­― algunos párrafos. Estas son, pues, las palabras de un escritor chileno para caracterizar ­­­­­―siquiera someramente­­­­­― a su país:

Los chilenos tenemos una tendencia irresistible a definir a Chile, a definir «lo chileno», a definirnos. Somos definidores y autodefinitorios, quizás porque no somos, en último término, fáciles de definir. Chile es la «loca geografía», la «fértil provincia», la «angosta faja», la «Inglaterra de América del Sur». Es, sucesivamente, el país de historiadores, el país de poetas, el país de la fruta y del hielo antártico. Queremos que nos defina un iceberg, un grano de uva, un filón de cobre, algo tangible. Quizás porque dudamos, en el fondo de nuestro inconsciente, de nuestra realidad. ¿No somos una cornisa amenazada, sacudida por cataclismos periódicos, y colocada al fin de la tierra, al sur del océano? Nuestra realidad, quizás, es la aspiración a ser, el deseo, la imaginación. Contradicción pura, realidades poderosas y precarias. No tenemos pampas ni selvas. Tenemos aire, mar, desiertos, un poco de tierra cultivable, y gente, gente que se moviliza por las islas y los mares, que cruza el desierto, que cultiva los valles, y que se comunica en una lengua idéntica, salvo raras excepciones, a lo largo de los más de dos mil kilómetros de geografía, fenómeno de cultura, al fin y al cabo, bastante extraño.

Chile, que se precia de su sensatez, de su pragmatismo, también es un país de fabuladores y un producto de la capacidad fabuladora. Hay, por suerte, fábulas positivas, que sirven de modelo, de orientación en la historia. La famosa tradición democrática chilena, por ejemplo. Es una leyenda útil, a la que conseguimos adaptarnos durante periodos más o menos prolongados. Una leyenda que conviene cultivar a conciencia.