Los «Cuentos sin espinas» de Mariano Arrasate Jurico: «En el pecado…»

Una tarde de invierno, el anciano don Ulpiano acude a don Regino, el párroco del pueblo, para contarle su grave problema: en casa, su hijo y su nuera le hacen la vida imposible, le tratan con un frío glacial, sin ningún rastro de amor o cariño; lo mismo hacen sus nietos, imitando el trato y la indiferencia de sus padres[1]. Está desesperado y hasta ha pensado cometer una locura para poner punto final a su situación. El cura le tranquiliza y le comenta que hablará con su hijo. Acude, en efecto, a charlar con Sotero y su esposa Eugenia, pero la conversación, en lugar de arreglar las cosas, las empeora: la nuera, una mala pécora, reprende a su suegro por ir con los cuentos de casa al párroco.

Ante el nuevo maltrato y la situación de tensión agravada, el anciano toma la decisión de acudir a un asilo, pero el mal tiempo y una fuerte nevada le impiden poner en ejecución su plan. Para no encontrase con Eugenia, se retira varios días a su habitación sin comer o sin cenar. Una de esas noches muere de frío. El médico certifica la muerte, que ha ocurrido veinticuatro horas antes sin que nadie en la casa se diera cuenta. Desde ese momento, el hasta entonces pusilánime hijo toma las riendas de la situación: la mujer, odiada por su marido, pierde el control de la casa, lo que más ansiaba; además, a ella le atormenta la duda de que el anciano se dejara morir adrede. Desde entonces, tanto Sotero como Eugenia llevan en el pecado la penitencia (refrán al que alude el título).

Abundan en estas páginas las reflexiones bienintencionadas sobre la vejez, puestas siempre en boca de don Regino. Así pues, en este caso, el tono moralizante está en cierto modo justificado, porque es un sacerdote (una persona cualificada para transmitir ese tipo de enseñanzas) quien ofrece esos consejos, ya al anciano, ya a sus familiares. Veamos:

—El que una persona se haga anciana no es motivo para perderle el cariño y para tratarle mal. Por el contrario, es motivo para amarla más y para extremar con ella las atenciones, los cuidados, la afabilidad… (p. 72).

—Pero es que los ancianos, mi buena Eugenia, necesitan más atenciones y más cariño que los demás. Los ancianos son unos enfermitos, unos enfermitos naturalmente tristes, porque saben que su enfermedad —que es la ancianidad con todos sus desmayos y achaques— no ha de curar ni mejorar, sino que ha de agravarse cada día (p. 77).

—Un anciano es algo muy delicado que necesita y requiere el mayor cuidado (p. 78).

Aunque eso no impide que también el narrador explicite al lector la enseñanza que se encierra en el relato:

Si las cosas se hicieran dos veces, es seguro que Eugenia y Sotero hubieran procedido de muy distinta manera con don Ulpiano y hubieran hecho de él el viejo más atendido y hasta mimado del mundo. Pero las cosas se deben hacer bien a la primera, porque muchas veces no caben rectificaciones, o son deficientes (p. 86)[2].


[1] Utilizo una edición de Cuentos sin espinas, por Mariano Arrasate Jurico, s. l., s. i., s. a., 86 pp. (Biblioteca General de Navarra, signatura 2-2/14) formada por recortes encuadernados del folletín de un periódico.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La producción narrativa de Mariano Arrasate», Príncipe de Viana, año LIX, núm. 214, mayo-agosto de 1998, pp. 549-570.