Algunas interpretaciones del episodio de Clavileño

Carlos Orlando Nállim, quien considera que el fantástico vuelo del caballo de madera es «burla para los duques, sus allegados y sirvientes, alado encantamiento para el héroe y su escudero, divertido entretenimiento para los lectores»[1], destaca la existencia de dos narradores, el principal y el propio Sancho, que es quien se apodera al final de la historia de Clavileño:

Prácticamente toda la «historia» del caballo Clavileño le pertenece a Sancho. Él imagina, él habla y los demás atentamente están escuchando una nueva obra de arte literario, que se funda en la larga tradición del caballo, del caballo volador. Nueva obra de arte con la que culmina jocosa y espléndidamente tal tradición multisecular[2].

ClavileñoY especialmente me interesa la interpretación de este episodio ofrecida por Augustin Redondo[3], quien analiza en clave carnavalesca todo el episodio de la dueña Dolorida (II, 38-41), enlazándolo además con lo que él denomina una «tradición cazurra» de corte erótico. Redondo destaca el abigarramiento carnavalesco, las inversiones paródicas y la degradación del universo caballeresco que operan en el conjunto de las burlas que idean los Duques en su palacio y que sufren «el cuaresmal Caballero de la Triste Figura y su rústico y carnavalesco escudero». El crítico francés explica muy bien el sentido de la parte final de la historia de Clavileño, que torna en burlados a los burladores iniciales:

Este festivo ambiente carnavalesco es el que impera en todo el episodio y aparece especialmente en las jocosas intervenciones de Sancho […]. Sancho cuenta socarronamente lo que ha observado durante el fingido viaje aéreo y los duques no pueden contradecirle porque sería revelar la realidad de la burla que el escudero y su amo han sufrido. De tal modo, es Sancho quien domina la situación. Invierte las relaciones entre burladores y burlados. Es él quien triunfa, él quien impone su punto de vista y se burla descaradamente, a su vez, de los aristócratas, que tienen que aguantarse[4].

No deja de ser significativo —añade— que los colores de las cabrillas que menciona Sancho sean precisamente los colores simbólicos de la locura. En ese contexto de «mundo al revés», la risa carnavalesca escarnece a todos: «las burlas se vuelven en veras y los burladores se hallan burlados», como dirá el mayordomo en el capítulo II, 49.


[1] Carlos Orlando Nállim, «Clavileño. La tradición en una nueva obra de arte», en Melchora Romanos (coord.), Alicia Parodi y Juan Diego Vila (eds.), Para leer a Cervantes. Estudios de literatura española Siglo de Oro, vol. I, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1999, p. 84. Y luego añade: «Los Duques elaboraron un plan para divertirse. El resultado ante la reacción de don Quijote y Sancho ha hecho que se pierda la línea divisoria entre ficción y realidad. Lo que para los Duques había sido una ficción para don Quijote y Sancho es una realidad. Es que de alguna manera, de pronto, la mentira y la verdad, la locura y la cordura, la ficción y la realidad se incluyen en un mundo que como el del Quijote se escapa a nuestro entendimiento lógico» (p. 96).

[2] Nállim, «Clavileño. La tradición en una nueva obra de arte», p. 98.

[3] Augustin Redondo, «De don Clavijo a Clavileño: algunos aspectos de la tradición carnavalesca y cazurra en el Quijote», Edad de Oro, III, 1984, pp. 181-199.

[4] Redondo, «De don Clavijo a Clavileño…», p. 190.

Clavileño y la cueva de Montesinos, episodios relacionados

ClavileñoEl episodio de Clavileño todavía tiene una coda final, muy importante: la Duquesa pregunta a Sancho qué tal fue el viaje y el buen labrador explica que se levantó la venda de los ojos y pudo ver la tierra del tamaño de «un grano de mostaza» y a los hombres «poco mayores que avellanas»; no solo eso: al verse junto al cielo, se apeó para jugar «casi tres cuartos de hora» con las siete cabrillas (las Pléyades). A su vez, el Duque consulta su parecer a don Quijote, quien opina: «o Sancho miente, o Sancho sueña» (p. 576)[1]. Sin embargo, el escudero da las señas de las siete cabrillas, sus colores («las dos verdes, las dos encarnadas, las dos azules, y la una de mezcla», p. 576); el Duque, olvidado todo decoro, le pregunta si vio también algún cabrón, y obtiene una digna respuesta de Sancho.

Tal es el fin de la aventura de la dueña Dolorida, «que dio que reír a los duques, no sólo aquel tiempo, sino el de toda su vida, y que contar a Sancho siglos, si los viviera» (p. 577). Pero todavía resta un último y revelador aparte entre amo y criado: «Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis lo que vi en la cueva de Montesinos. Y no os digo más» (p. 577).

Cueva de MontesinosLa clara relación entre ambos episodios, el de Clavileño (ascenso a la esfera celestial) y el de la cueva de Montesinos (descenso a lo profundo de los abismos), ya ha sido puesta de manifiesto por la crítica[2]. Además, existe mucha bibliografía sobre las fuentes de Clavileño y es cuestión en la que no me interesa ahora ahondar[3]. Bastará con recordar que se han señalado fuentes persas, indias, la historia del caballo de madera de Las mil y una noches, Clamadés y Clarmonda, Valentin et Orson… Sí quiero detenerme un instante en las interpretaciones sobre la importancia y la función del episodio, que son muy variadas. Para Gillet, por ejemplo, aunque considera que es «burlesco en su totalidad», tiene una trascendencia simbólica de éxtasis místico:

Parece que en un pasado ya lejano el vuelo de Don Quijote y Sancho en un caballo de madera entrañaba un significado místico. No es fácil darse cuenta de ello leyendo el episodio de Clavileño, burlesco en su totalidad. En su fondo, sin embargo, es el relato de un rapto espiritual en el que se supone que el alma trasciende los límites del espacio y del tiempo. Puede tomar la forma de un viaje por los aires o por la profundidad de la Tierra. Tiene correspondencia esencial, desde luego, con el episodio de la Cueva de Montesinos, en los capítulos 22 y 23, también de la Segunda parte. […] el vuelo de Clavileño, aunque reducido a farsa, representa en realidad un vuelo del alma, como lo es también con más color de verdad, el sueño de la Cueva de Montesinos[4].


[1] Cito por Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ed. crítica y comentario de Vicente Gaos, Madrid, Gredos, 1987.
[2] Ver especialmente Joseph E. Gillet, «Clavileño: su fuente directa y sus orígenes primitivos», Anales cervantinos, VI, 1957, pp. 251-255; y Mario Martín-Flores, «De la cueva de Montesinos a las aventuras de Clavileño: un itinerario de carnavalización del discurso autoritario en el Quijote», Hispánica, XXXVIII, 1994, pp. 46-60.
[3] Además de los trabajos de Gillet y Martín-Flores ya citados, ver Paul Aebischer, «Paléozoologie de l’Equus Clavileñus, Cervant.», Études de Lettres, VI, 1962, pp. 93-130; Joaquín Casalduero, Sentido y forma del «Quijote», 4.ª ed. corregida, Madrid, Ínsula, 1975, pp. 313-318; Albert Henry, «L’ascendance littéraire de Clavileño», Romania, XC, 1969, pp. 242-257; Carlos Orlando Nállim, «Clavileño. La tradición en una nueva obra de arte», en Melchora Romanos (coord.), Alicia Parodi y Juan Diego Vila (eds.), Para leer a Cervantes. Estudios de literatura española Siglo de Oro, vol. I, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1999, pp. 83-98; Augustin Redondo, «De don Clavijo a Clavileño: algunos aspectos de la tradición carnavalesca y cazurra en el Quijote», Edad de Oro, III, 1984, pp. 181-199; Martín de Riquer, «La technique parodique du roman médiéval dans le Quijote», en La littérature narrative d’imagination. Des genres littéraires aux téchniques d’expression, París, Presses Universitaires de France, 1961, pp. 63-64; y Rudolph Schevill, «El episodio de Clavileño», en Estudios eruditos «in memoriam» de Adolfo Bonilla y San Martín, Madrid, Universidad Central, 1927, vol. I, pp. 115-125. Puede consultarse además Jaime Fernández, Bibliografía del «Quijote» por unidades narrativas y materiales de la novela, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1995, pp. 715-723. Albert Henry afirma respecto a las fuentes: «Malgré tous ses talents, Clavilègne le Véloce n’est pas de race pure, pas plus que le baudet de Sancho. Dans son arbre généalogique, il faut, comme diraient les philologues, introduire des contaminations» («L’ascendance littéraire de Clavileño», pp. 256-257).

[4] Gillet, «Clavileño: su fuente directa y sus orígenes primitivos», pp. 253-254.