Los «Cuentos sin espinas» de Mariano Arrasate Jurico: «Las médicas en casa»

La acción ocurre en Otaegui, que carece de médico; sí lo hay (médico, veterinario, farmacéutico y practicante) en una villa cercana, distante tres leguas[1]. El narrador afirma que al final de la vendimia «ocurrió lo que voy a contar al curioso lector»: Ramón sufre una indigestión de acelgas, por las muchas que ha comido para celebrar la buena cosecha de uva; le duele el estómago, y el narrador comenta irónicamente:

¿Qué tenía Ramón?

No lo sabemos de seguro, porque no consta concretamente ni en las Actas concejiles ni en las Hojas clínicas de Otaegui; pero creo que podemos deducirlo apoyándonos, no sólo en razones de lógica, sino también en testimonios de autoridad científica (p. 9).

Faustina, su hija, ha sido sirvienta en una casa donde ha visto a la señorita usar el termómetro, así que se decidió a comprar uno para su familia. Ella y la madre, Práxedes, meten en la cama a Ramón; le ponen el termómetro, y como marca 38 grados, le dan un fuerte purgante; además, acuden a otros remedios caseros: le ponen un ladrillo rusiente en el estómago y unas alpargatas calientes en los pies, colocan un brasero en la habitación y seis mantas en la cama, dejando la habitación sin ventilar; Ramón tiene que sufrir esta calurosa tortura durante varios días (en los que padece además hambre y sofoquinas), pero el termómetro marca siempre igual.

Hombre enfermo mirando su temperatura en un termómetro

Emeterio, el hijo, va a buscar al médico, que manda al practicante, gran jugador de tresillo; este ordena ventilar la habitación y quitarle tanta ropa al enfermo, indicando además que beba leche y que le den un baño. Entonces llaman a don Lucas, secretario y maestro del pueblo, porque no saben dónde bañar a Ramón, y se le ocurre meterlo en una comporta, con tan mala suerte que queda atascado. Por fin viene el médico, que se da cuenta de que el termómetro estaba estropeado: Ramón no tenía nada, pero ha pasado trece días en la cama, sufriendo las torturas de las «médicas» y, además, sin sembrar los campos.

La enseñanza que se desprende de esta divertida anécdota es harto clara: es mejor que no haya termómetros en las casas de quienes no saben usarlos y que no se practiquen remedios que pueden resultar perjudiciales para el enfermo, sino que se llame al facultativo cuando sea necesario. El caso presente servirá de lección, y el propio Ramón se encargará de que no se repita, al menos en su familia[2].


[1] Mariano Arrasate Jurico, Cuentos sin espinas, Pamplona, Torrent-Aramendía Hnos., 1932, 124 pp. Manejo un ejemplar de la Biblioteca del Archivo Municipal de Pamplona, signatura K-1; en la cubierta se lee: Cuentos sin espinas (jocoserios), primera serie.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La producción narrativa de Mariano Arrasate», Príncipe de Viana, año LIX, núm. 214, mayo-agosto de 1998, pp. 549-570.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «El libro de la creación» (1968-1974) (3)

El número IV de El libro de la creación[1] nos presenta a «el hombre en su proyecto, salido de su sueño», siendo ya «vertida / carne que se ilumina»; se reiteren imágenes de nacimiento: «todo nace vibrante, / de albor y de silencio y de luces fatigado». Las distintas reiteraciones (aquí de los adjetivos «Suprema y esplendente») confieren el ritmo poético a la composición. El V nos anuncia que «Todo queda arrancado de su noche tranquila», nos habla de «arpegios / luminosos y sangrantes». Los seres, en su pasión, salen de la noche; es un instante «de oculto prodigio». La luz es aquí el símbolo esencial:

Se agiganta radiante el penumbroso límite de seres al acecho;
ya el horizonte pisa seguro, desdoblando
límpido la maroma templada de la noche, de su luz revestida.

Amanecer

El VI nos transmite otra vez la sensación del nacimiento de un nuevo día: «Nace supremo el día» (frase que se reitera), día que «emerge en osadía y en fuego de ser» y es «síntesis radical de luz y bravo mundo». Por su parte, el VII nos muestra al hombre como centro de todo este universo («hombre centralmente suyo»). «Todo guarda salvaje relación» ahora y hay una «rotunda ligazón de destinos»: expresiones e imágenes, en suma, que nos reiteran el prodigio de esa nueva mañana.

El VIII desarrolla la idea de una «entonada ascensión luminosa», de «la luz que invade todo», de «ascensiones de mundos sin confines» y de nuevo, en medio de todo, el hombre:

Y de amplio relieve se aísla,
centra el ser,
sublime, en su rotunda y preñada mañana.

La unidad de tema e imágenes que preside este poemario[2] se confirma en el poema noveno, donde se alude a inmensas sombras que se disipan y a horizontes que se abren. Es un poema de afirmación, con el hombre en el centro de todo, iluminado:

Estoy, está aquí, coronación nocturna,
sedición diaria, eterna, vertiendo su horizonte.
[…]
Estoy, está aquí, coronación nocturna,
y por todo parece que se abre limpiamente entregada,
rompiendo las pesadas arenas, las densas sales blancas,
frescamente doblándolo
todo en adelantos, definidos futuros que pueblan el presente.
Estoy, está aquí, coronación nocturna,
vivamente cogido por todo,
iluminado.

El siguiente se refiere a la «ordenación más elaborada» del mundo, a la llegada del color (ahora «el grisáceo campo resplandece en colores»); en este proceso, el hombre se muestra como ser que pertenece a una «estirpe milagrosa» que cumple un destino. Y acaba:

Ya, de opacas sombras, arde en el brío del sol más glorioso,
la regia y más colmada concentración de ser.

El XI nos presenta a «el ser», es decir, al ser esenciado «en el redondo y fértil nacimiento»: «el ser, / que en su más exultante renovación se ofrece». Y el número XII trata del decaer de la noche: «La mañana acepta, alegre y complacida, la incandescente senda que le lleva incipiente / al ser»[3]. A su vez, el que figura bajo el número XIII insiste en la dicotomía luz que nace / sombras que se disipan. Seguimos asistiendo a ese momento de plenitud en que, «enfrentados y amorosos la tierra y el cielo en primitivo abrazo», «Todo nace» y la luz de la mañana saca de su remanso «al ser íntimo y lleno de progreso inaudito y creciente marea»[4]. En suma, seres formándose, que salen de la nada o del caos primigenio y nacen al ser (igual que sucede, en otro orden de cosas, en el momento creativo de la inspiración poética).

Lo mismo ocurre en el XIV, donde se insiste en la aparición del color («Y gama terminada, se viste en su color la hora»), y «a cada ser toda el alma le sale en su vital frescura», y se hace «consumada belleza», mientras se avanza hacia una perfección que podríamos calificar de guilleniana:

Hay brillante y angélica alegoría,
empeño, apenas dominado, del ser al recrearse en pura entrega a otro,
hay una expresión muda del amor indiviso, un presente que anuncia
muy lejanos futuros de fervientes mañanas y de innúmeros seres
que cumplen, manifiestos, el esplendor que en todo les eleve
y les sobre, en su gran oleada y corriente divina.

En el XV, «Sucede que la gran población se conjunta de luz y vida»[5], luz, vida y fe son sinónimos, hay destinos nuevos («el destino desciende limpio sobre nosotros»); el poeta se recrea en la plasmación de todo ese mundo salido de la nada[6] y atrás quedan la noche y el dolor[7].


[1] José Luis Amadoz, El libro de la creación, Pamplona, Gráficas Iruña, 1980.

[2] De hecho, varios poemas, incluso el primero, empiezan con una conjunción y, que enlaza unos con otros y da continuidad al poemario (véanse los números X, XI, XIV, XVIII y XXVI).

[3] Termina así: «Ya el esplendente ser, de su noche devuelto, revuela hacia su nido».

[4] Destaco además la sinestesia «la brisa que verdea».

[5] Véase supra (poema X) «la estirpe milagrosa que diariamente nace del populoso ámbito», la «espesa población»; y en este poema XV, más abajo, «la multitud radiante».

[6] Nótese la anáfora de «Sucede que…»; se repite también a lo largo del poema la frase «cuesta creer».

[7] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

Los «Cuentos sin espinas» de Mariano Arrasate Jurico: «En el pecado…»

Una tarde de invierno, el anciano don Ulpiano acude a don Regino, el párroco del pueblo, para contarle su grave problema: en casa, su hijo y su nuera le hacen la vida imposible, le tratan con un frío glacial, sin ningún rastro de amor o cariño; lo mismo hacen sus nietos, imitando el trato y la indiferencia de sus padres[1]. Está desesperado y hasta ha pensado cometer una locura para poner punto final a su situación. El cura le tranquiliza y le comenta que hablará con su hijo. Acude, en efecto, a charlar con Sotero y su esposa Eugenia, pero la conversación, en lugar de arreglar las cosas, las empeora: la nuera, una mala pécora, reprende a su suegro por ir con los cuentos de casa al párroco.

Ante el nuevo maltrato y la situación de tensión agravada, el anciano toma la decisión de acudir a un asilo, pero el mal tiempo y una fuerte nevada le impiden poner en ejecución su plan. Para no encontrase con Eugenia, se retira varios días a su habitación sin comer o sin cenar. Una de esas noches muere de frío. El médico certifica la muerte, que ha ocurrido veinticuatro horas antes sin que nadie en la casa se diera cuenta. Desde ese momento, el hasta entonces pusilánime hijo toma las riendas de la situación: la mujer, odiada por su marido, pierde el control de la casa, lo que más ansiaba; además, a ella le atormenta la duda de que el anciano se dejara morir adrede. Desde entonces, tanto Sotero como Eugenia llevan en el pecado la penitencia (refrán al que alude el título).

Abundan en estas páginas las reflexiones bienintencionadas sobre la vejez, puestas siempre en boca de don Regino. Así pues, en este caso, el tono moralizante está en cierto modo justificado, porque es un sacerdote (una persona cualificada para transmitir ese tipo de enseñanzas) quien ofrece esos consejos, ya al anciano, ya a sus familiares. Veamos:

—El que una persona se haga anciana no es motivo para perderle el cariño y para tratarle mal. Por el contrario, es motivo para amarla más y para extremar con ella las atenciones, los cuidados, la afabilidad… (p. 72).

—Pero es que los ancianos, mi buena Eugenia, necesitan más atenciones y más cariño que los demás. Los ancianos son unos enfermitos, unos enfermitos naturalmente tristes, porque saben que su enfermedad —que es la ancianidad con todos sus desmayos y achaques— no ha de curar ni mejorar, sino que ha de agravarse cada día (p. 77).

—Un anciano es algo muy delicado que necesita y requiere el mayor cuidado (p. 78).

Aunque eso no impide que también el narrador explicite al lector la enseñanza que se encierra en el relato:

Si las cosas se hicieran dos veces, es seguro que Eugenia y Sotero hubieran procedido de muy distinta manera con don Ulpiano y hubieran hecho de él el viejo más atendido y hasta mimado del mundo. Pero las cosas se deben hacer bien a la primera, porque muchas veces no caben rectificaciones, o son deficientes (p. 86)[2].


[1] Utilizo una edición de Cuentos sin espinas, por Mariano Arrasate Jurico, s. l., s. i., s. a., 86 pp. (Biblioteca General de Navarra, signatura 2-2/14) formada por recortes encuadernados del folletín de un periódico.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La producción narrativa de Mariano Arrasate», Príncipe de Viana, año LIX, núm. 214, mayo-agosto de 1998, pp. 549-570.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «El libro de la creación» (1968-1974) (2)

El libro[1] se abre con una cita del primer capítulo del Génesis: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra» y una nota «Sobre El Libro de la Creación», unas palabras de presentación debidas a la pluma de un poeta amigo, Ángel Urrutia, quien acertadamente expresa:

El Libro de la Creación, como casi toda la obra poética de José Luis Amadoz, es una poesía dinámica e interiormente conflictiva, resuelta en tono mayor y con signo de trascendencia. Estamos ante un poeta que consigue conjugar felizmente su poesía con su vida.

Urrutia precisó las dos características principales del poemario: su unidad, pues lo califica de «poema metafísico y teológico» (aunque está formado por treinta y dos poemas numerados en romanos, todos ellos forman una unidad compleja), y su carácter existencialista:

Hay que destacar que El Libro de la Creación (escrito en los años 1964-1965) es un poema total por unitario, orgánico, cíclico; libro de una gran concentración ideológica y expresiva, pero no de elucubración filosófica, que esterilizaría la emoción poética, sino de re-creación metafísica, de un esencialismo existencial capaz, por eso mismo, de humanizar y vitalizar la naturaleza y el hombre.

En El Libro de la Creación el poeta busca, en su actitud de intimidad y entrega, la comunicación, la identificación con el ser que, lejos de un panteísmo cósmico, supone una interpretación humano-existencial de positivo signo religioso.

Quiero también resaltar que el caudal interior de este libro no sigue una trayectoria lineal, sino circular y concéntrica; que es un poema de variaciones, de desdoblamientos: de desbordamiento; en el que el lector ha de abandonarse emocionalmente para lograr impregnarse del ritmo de su palabra y de su pensamiento.

Por su parte, Ángel Raimundo Fernández también ha subrayado el carácter trascendente enunciado en estos versos:

Como en los dos poemarios anteriores, la poesía surge de un interior que asume fuerzas diversas y que busca una armonía final entre todas ellas en una subida a la trascendencia que unifica[2].

Y, al mismo tiempo, ha llamado la atención sobre la circunstancia de que, en las fechas de redacción de El libro de la creación, ese aliento poético era vanguardia en Pamplona.

Noche

Como acertadamente resume este último crítico citado, «El canto de la creación tiene un centro: el hombre que vive entre todas las cosas», cuyo proceso es «la búsqueda y conquista de la armonía y paz de los cielos y la tierra habitados por el hombre»[3]. Pues bien, esa búsqueda apunta ya en el primer poema, donde se nos habla de una actual «luz muy oscura y escondida», pero se preanuncia un «futuro día» de destino y horizontes:

Va añadiendo imposibles la mañana, promesas
de prodigiosa fe escondida en las cosas;
y ya el ser se proclama firme en la elevación de su armonía interna,
y un beso el pensamiento liga, en soplo con soplo,
como en íntimo abrazo.

El segundo poema insiste en imágenes de nacimiento: «alborada / naciente» (sintagma destacado por el encabalgamiento), «vuelo de imperio enardecido», «llanto poderoso de ardiente parto». Poco a poco, la luz y el amor se van abriendo paso. El número III alude al nacimiento de un nuevo día y a la emergencia de la ciudad, que pasa de la niebla al sol cuando se borran las «últimas sombras de la adensada noche». En ese contexto en que emerge la ciudad y nace el día llama la atención la imagen de un «hombre ancianizado», que es en todo caso «ser y destino en triunfo»[4].


[1] José Luis Amadoz, El libro de la creación, Pamplona, Gráficas Iruña, 1980.

[2] Ángel Raimundo Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 2002, p. 70.

[3] Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, pp. 70 y 71.

[4] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

Los «Cuentos sin espinas» de Mariano Arrasate Jurico: «Disgusto tremendo»

Germán ha vuelto a su pueblo tras permanecer cuarenta años en América, donde ha conseguido hacer fortuna[1]. Una tarde que habla con Luis, ve pasar a una persona del pueblo apodada «el zurdo de Carrasperas» y esa visión suscita en el recién llegado el recuerdo de una anécdota de su infancia: un año, por su santo, su tío Doroteo le dio un ochavo, toda una fortuna para un chiquillo; en lugar de guardarlo con varios nudos en el pañuelo, como le aconsejó su tío, fue por el pueblo mostrándolo a todo el mundo. Entonces apareció el zurdo, joven algunos años mayor que él, y se apoderó de la moneda; él regresó a casa enfadado, con un «disgusto tremendo», y hasta quería que se llamase a la Guardia Civil, pero su tío le replicó que lo tenía bien merecido, por no haberlo puesto a buen recaudo, y le prometió dar otro ochavo al año siguiente si se enmendaba.

Ochavo

Tras oír la historia, Luis comenta al final que su amigo tuvo, en efecto, bien presente la lección, refiriéndose a que ha hecho fortuna. Y el indiano apostilla:

—Eso sí: aprendí a atar y a asegurar los ochavos, es decir: a administrarlos debidamente. Y también aprendí esta idea: que muchas veces no importa perder dinero si se gana experiencia. Esto a condición, naturalmente, de que apliquemos juiciosamente la experiencia en el desenvolvimiento de la vida; porque si no la aplicamos, habremos perdido el dinero sin compensación alguna (p. 68).

De nuevo, como en otros cuentos de Arrasate Jurico, la intención didáctica es clara. A veces, las digresiones de este tipo interrumpen el hilo de la narración: por ejemplo, al recordar los interlocutores los métodos del viejo maestro don Epifanio, frente a la educación que se da hoy a los jóvenes:

—Aquello era educar con juicio, y así crecían los muchachos sin vicios ni peligrosas costumbres de tirar dinero. En cambio, hoy, desde que abren los niños los ojos se encuentran llenos de dinero y de costosos juguetes, y se acostumbran a vivir como ricos. Es un desatino criarlos así porque les hacen desgraciados: los chicos criados así no se conforman con nada cuando llegan a mayores.

—Es cierto, pero sigue con el disgusto de nuestro zurdo, porque en estotro no vamos a remediar nada.

—Sin embargo, no me cansaré de decirlo porque es un mal grave. Mas, volviendo a nuestro cuento… (pp. 65-66) [2].


[1] Utilizo una edición de Cuentos sin espinas, por Mariano Arrasate Jurico, s. l., s. i., s. a., 86 pp. (Biblioteca General de Navarra, signatura 2-2/14) formada por recortes encuadernados del folletín de un periódico.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La producción narrativa de Mariano Arrasate», Príncipe de Viana, año LIX, núm. 214, mayo-agosto de 1998, pp. 549-570.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «El libro de la creación» (1968-1974) (1)

En el momento de su aparición original (Pamplona, Gráficas Iruña, 1980), era un poemario de 75 páginas que se presentaba con un subtítulo que anunciaba la unidad del libro: El libro de la creación. Poema[1]. Y la solapa interior nos ofrecía esta explicación:

El poeta ya conocido entre nosotros, José Luis Amadoz, nacido en Marcilla y residente en Pamplona, donde trabaja como médico-psiquiatra, publica este nuevo libro con el título de El libro de la Creación. Se trata de un poema total dividido en cantos que conservan su unidad a lo largo de la obra. Formalmente de tono versicular, con un ritmo donde se funden la palabra y la idea de un modo preciso, ofrece al lector un intento de descubrir el nacer del hombre cada día en su juego múltiple de luces, cosas, seres y símbolos, destacando el hombre como en un rumor que lo llena todo y desea ser libre sin poderlo, por sentirse atado a su destino. Para leer este libro hay que sumirse en él no tanto en un afán de comprensión como de fe para encontrar a través del mismo su propio destino, su propio poema, su propia existencia[2].

Analizado desde el punto de vista temático, podríamos considerar que este nuevo poemario de Amadoz constituye una continuación de lo ya expuesto en el anterior, Límites de exilio. El tema nuclear es la idea de un hombre trascendido más allá de la muerte y sus limitaciones: un hombre que avanza hacia la luz, la altura, la vida… El mundo se concibe como un caos que poco a poco se va ordenando en forma de cosmos, como un inmenso material que va pasando de lo informe a lo con forma, de lo gris a lo coloreado…

Caos cósmico

Igualmente, el hombre, que es de cuna eterna, yace caído en un prolongado destierro, vive en medio de su noche de dolor. Pero, convertido en niño recién nacido, será capaz de protagonizar una ascensión luminosa, en la que se va abriendo a lo que de divino hay en su interior[3]. Como en el libro anterior, el hombre debe, por tanto, salir de la noche y el sueño a la vida y el sol. En efecto, en este poemario la imagen del sueño se concibe en sentido negativo, pues es sinónimo de vacío, mientras que encontraremos imágenes positivas como alba, amanecer, nacimiento, creación… Así lo ha destacado Ángel-Raimundo Fernández González:

Los grandes símbolos del poema son la luz, la alborada, la mañana. Sobre todo la luz. […] el símbolo de la luz, en «un Génesis» bíblico, es la máxima expresión del poder creador y de la vida. En casi todos los casos, […] luz y vida se emparejan. […] Frente al símbolo de la luz aparece el de la noche, las sombras. El día vence y crea. La noche, las sombras, son el símbolo de la nada[4].

En definitiva, el hombre se concibe ahora como un ser nacido, un ser esenciado, portador de un alto destino, y debe por ello recorrer un largo camino hacia lo alto (lo Alto) y hacia la luz (la Luz), debe experimentar, mejor dicho, debe protagonizar un lento proceso que se concibe en términos de subida, de ascenso hacia al orden, hacia la luz, hacia una «mañana» en la que se disipan todas las sombras. Aquí los hombres son ríos «que van a dar en la mar», pero no entendida la frase a la manera manriqueña como mera desembocadura en la muerte, sino como final esperanzado en Dios. De ahí que apreciemos un tono marcadamente optimista en algunos poemas e, incluso, ciertas referencias cristológicas que ya se hacían presentes en Límites de exilio.

Desde el punto de vista estilístico, y a tenor de lo que llevamos dicho, fácil será comprender que el poeta vuelva a manejar dicotomías esenciales del tipo noche / día, cuerpo / alma, vacío y esterilidad / frutos y cosecha, tiempo / eternidad, etc. Todo ello de nuevo en versos libres de larga extensión que tratan de recrear la fluida cadencia de los salmos bíblicos[5].


[1] Llevaba entonces la siguiente dedicatoria: «A las últimas y pequeñas de mis hijas, M.ª Juana (Anuka) y M.ª Victoria (Toyoya)». Con respecto al título, el autor prefiere escribir la palabra creación en minúscula, porque se está refiriendo a un fenómeno creacional de índole universal, a la evolución del cosmos, sin un valor necesariamente trascendente.

[2] En la otra solapa interior se anunciaban las «Obras publicadas» del autor: Sangre y vida y Límites de exilio, mientras que figuraban «En preparación» Callado retorno, Poemas primeros y Elegías del hombre.

[3] Escribe Ángel Raimundo Fernández: «Como en los dos poemarios anteriores, la poesía surge de un interior que asume fuerzas diversas y que busca una armonía final entre todas ellas en una subida a la trascendencia que unifica» («Río Arga» y sus poetas, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 2002, p. 70).

[4] Fernández, «Río Arga» y sus poetas, pp. 71-72.

[5] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

El «Quijote» y don Quijote a la luz de los «Ejercicios literario-filosóficos» de Juan David García Bacca: breve valoración final

El libro de Juan David García Bacca[1] es demasiado extenso y sus ideas demasiado densas como para pretender haberlas resumido en unas pocas entradas. Muchos aspectos —sobre todo el análisis detallado de algunas aventuras concretas interpretadas a la luz de los categoriales por él establecidos— se han quedado en el tintero. En cualquier caso, confío en que esta sencilla aproximación haya servido para dar a conocer en nuestro ámbito de investigación crítica cervantina la figura y el libro del filósofo pamplonés, cuyas ideas pueden ayudarnos a entender un poco mejor —desde otra perspectiva, desde una mirada filosófico-literaria— cómo es don Quijote, las razones últimas de su comportamiento, de su esencia de vida, de su ser, caracterizado por su Señorío, su Salero, sus Corazonadas y su Raciocinancia.

Juan David García Bacca

En el conjunto de múltiples aproximaciones, enfoques, perspectivas, metodologías, etc. con que ha sido abordado el Quijote a lo largo del tiempo, el de García Bacca es sencillamente uno más de los acercamientos posibles (poco conocido hasta donde se me alcanza), como humildemente reconocía el autor en la advertencia núm. 13:

El enfoque del Quijote que emplea esta obra no pretende ser el único; se contenta con ser uno de otros más, aunque pretende conscientemente servir de incitación, invitación y sugerencia. Tampoco se lo propone como el más importante o urgente en esta época histórica. Aunque sí se propone y desea presentar el Quijote a la altura de la ciencia y técnica actuales. Lo cual agrava las inherentes dificultades de presentación y de comprensión, para Autor y Lector. Por ello, el Autor presenta sus excusas al Lector (p. 25).

Capacidad de sugerencia, sí, e invitación entusiasta a la aventura de «pensar por cuenta propia», según se explicita en la advertencia núm. 19:

Pretende el Autor que los jóvenes —y tal vez algún viejo, joven mental y sentimentalmente— pierdan la vergüenza de exponer sus ideas, inspiraciones, deseos, y se atrevan contra lo que sea —Institución o personas— a errar o a acertar, como el Autor de esta Obra ha perdido la vergüenza a errar y se ha atrevido a pensar por cuenta propia.

¿Buen ejemplo? ¿Mal ejemplo? (p. 26)[2].


[1] Juan David García Bacca, Sobre el «Quijote» y don Quijote de la Mancha: ejercicios literario-filosóficos, Barcelona, Anthropos, 1991 (Colección Pensamiento Crítico-Pensamiento Utópico, 59). Citaré siempre respetando las peculiaridades de García Bacca en lo que se refiere al uso de mayúsculas, cursivas y otros recursos que emplea para destacar tipográficamente determinados conceptos o expresiones.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «El Quijote y don Quijote a la luz de los Ejercicios literario-filosóficos de Juan David García Bacca», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (coords.), Cervantes en la Modernidad (Cervantes y su mundo, V), Kassel, Edition Reichenberger, 2008, pp. 277-296.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Límites de exilio» (1960-1966) (y 6)

Como balance de Límites de exilio[1], podríamos decir que sus nueve cantos forman un poema unitario en el que, a través de diversas reminiscencias bíblicas, se nos habla del hombre y de Dios, de la caída humana y su posterior redención, de su anhelo de vida eterna. El hombre —trasunto del poeta— sigue debatiéndose en una continua lucha entre el creyente y el increyente. Hay referencias aquí a Isaías, a Job, a Jeremías, es decir, a los profetas que apostaron por la fe; el yo lírico, en cambio, no está tan seguro, se nos aparece en un continuo vaivén, en un camino de ida y vuelta que no termina de alcanzar su meta, y no será hasta Callado retorno en que se nos muestre ya completamente rendido a la trascendencia. Las imágenes básicas son las del hombre peregrino, que recorre su camino desde las sombras a la luz, del hombre navegante que después de una procelosa travesía llega a su destino final, a la fe, a un espacio donde no hay ya más llanto, ni más dolor, ni más noche. El hijo va al encuentro del Padre (el «amado» de algunos poemas se transformará en el último en el «Amado», subrayando esos ecos místicos, apreciables también en alguna otra expresión como «ventalle suave»).

Odiseo

Los motivos manejados son, pues, los relacionados con el ascenso a una cima, con la navegación por el mar (con ecos del mito de Odiseo), los relativos a límites superados o los que hablan de frutos y cosechas (de eternidad). El sol y la luz son aquí símbolos positivos (el hombre sale de su noche de la no fe, de sus sombras) en tanto que el viento tiene una consideración muy negativa (peligros, amenazas). En la construcción estructural de este poema unitario se manejan parejas de opuestos como trascendencia / terrenalidad; ascenso / caída; noche / amanecer; travesía / meta, todo ello para tratar de reflejar con medios de expresividad poética ese prolongado debate entre la conciencia de la condición mortal del hombre y su ansia de eternidad (debate rematado al final de este libro con la idea de un ciclo que se culmina feliz, esperanzadamente).

Para terminar, diremos que este deseo de trascendencia que hemos visto manifestarse aquí acerca muy claramente la poesía cultivada por Amadoz en este momento a la órbita del existencialismo cristiano, especialmente a la obra del filósofo y dramaturgo francés Gabriel Marcel[2] (1899-1973), cuya filosofía arranca de un análisis existencial de la vida, que le lleva a la existencia de Dios como fundante. El hombre vive entre la angustia de su finitud y su deseo o esperanza de eternidad, siendo la fe el único puente entre ambos sentimientos: por la fe se manifiesta Dios, que es indemostrable. Tal es el trasfondo existencial de estos poemas de Límites de exilio y, en general, de la toda la poesía de Amadoz[3].


[1] José Luis Amadoz, Límites de exilio, Pamplona, Ediciones Morea, 1966.

[2] Podríamos ver también algunos ecos de Unamuno y de Rilke, no tanto de Kierkeegard (angustia sin resolverla), de Heidegger (ser para el tiempo) o de Sartre (náusea). También es perceptible cierto tono guilleniano (más adelante se apreciará el influjo de Salinas, especialmente de su poemario La voz a ti debida).

[3] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

Los «Cuentos sin espinas» de Mariano Arrasate Jurico: «Cerilla preciosa»

El abogado Antero Igarreta recibe la visita de su compañero de carrera Joaquín Oscáriz[1]. Joaquín le pregunta por un objeto que ha llamado su atención en su cuarto: una cerilla usada guardada en un marco de oro. Antero le cuenta su historia: al acabar la carrera y antes de empezar a trabajar, sus padres quisieron premiarle con un veraneo en la ciudad que él eligiese. Allí se encontró con un conocido, Paulino, quien le invitó a visitar el Casino. Tras una ligera resistencia, comenzó a jugar y, en una afortunada racha, ganó varios miles de pesetas, pero su amigo no quiso retirarse. Un muchacho se le acercó a encenderle el puro y como no tenía cambios (y tampoco deseaba parecer mezquino), hubo de gratificarle con un duro: desde entonces conserva la cerilla, no solo por el alto precio que le costó, sino también como recuerdo de los sucesos que siguieron. En efecto, incitado por un gancho del local, Antero volvió a jugar y lo perdió todo, el dinero ganado y las dos mil pesetas que le habían dado para los gastos del viaje. Para poder regresar, vendió su reloj, diciendo a sus padres que se lo arrebató, con todo el dinero, un atracador, aunque más tarde les contó la verdad. Desde entonces siente pánico por el juego, aunque se trate de una simple partida de mus, tresillo o dominó.

Cerilla

En este relato, en el que está bien descrito el ambiente del Gran Casino (los jugadores que hacen sus apuestas, los ludópatas que no pueden detenerse aunque pierdan elevadas sumas, las damas de rumbo que se acercan al calor del dinero), la enseñanza es de nuevo clara: se fustigan las malas consecuencias de otro vicio, el juego (igual que en «¡El pobre Aquilino!» era la bebida). Y si allí se calificaba de «parricidio» la actitud del protagonista, pues la bebida le lleva a la tumba, aquí se considera el juego casi como un crimen:

—Porque comprendo que aquella noche yo, desconcertado, alucinado, hubiera jugado la fortuna de toda mi vida si la hubiera tenido en la mano. Como que solo el acercarse a mesas de juego en que se cruzan fortunas o en que se puede comprometer el bienestar de la familia y hasta el propio honor, lo considero una insigne locura, cuando no un crimen. ¡Tan peligroso me parece! (p. 62).

Antero supo controlar esa pasión fatal, que solo le cegó por unos momentos, y ahora es un prestigioso abogado y conserva aquella cerilla como recuerdo de lo sucedido aquella noche: la cerilla es preciosa por lo que costó, pero sobre todo como recordatorio para él de lo que no se debe hacer. En este sentido, podría calificarse como un típico «cuento de objeto pequeño»[2], a la vez evocador y de valor simbólico, según la tipología establecida por Mariano Baquero Goyanes[3].


[1] Utilizo una edición de Cuentos sin espinas, por Mariano Arrasate Jurico, s. l., s. i., s. a., 86 pp. (Biblioteca General de Navarra, signatura 2-2/14) formada por recortes encuadernados del folletín de un periódico.

[2] Cfr. Mariano Baquero Goyanes, El cuento español en el siglo XIX, Madrid, CSIC, 1949, capítulo XIII, «Cuentos de objetos y seres pequeños», pp. 491-521. El cuento de Arrasate podría relacionarse con «Por un piojo…», del padre Coloma, en el que un conde regala a su esposa Teresa un piojo encerrado en un precioso estuche: es el que saltó a la mantilla de la caritativa joven, al pararse a atender a unas ancianas pobres. En ambos relatos, un objeto insignificante o un minúsculo parásito (pero de gran carga evocativa y simbólica) se conservan en un marco de enorme valor.

[3] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La producción narrativa de Mariano Arrasate», Príncipe de Viana, año LIX, núm. 214, mayo-agosto de 1998, pp. 549-570.

El «Quijote» y don Quijote a la luz de los «Ejercicios literario-filosóficos» de Juan David García Bacca: sus categoriales aplicados a diversas aventuras

En la entrada anterior vimos los cuatro categoriales principales de Señorío, Salero, Corazonada y Raciocinancia que establece Juan David García Bacca en su obra[1]. Tras definir después otros categoriales como alucinación (con su intrínseco alucinal) y encantamento (que puede ser también subjetal y objetal), el último aspecto que introduce el filósofo para poner punto final a su prólogo es la sugerente distinción entre «leer según lectura» y «leer según lición». ¿Qué es «leer según lectura»?:

[…] deslízase la vista por las palabras y sus letras lo más rápido posible, sin atender a los valores fonéticos y sintácticos del texto; atiéndese al sentido, a los conceptos; punto, punto y coma, dos puntos… no merecen al Lector que lea según lectura —y esto la va definiendo— consideración ni visual ni fonética. El Lector según lectura casi no pronuncia ni las palabras; suple deficiencias tipográficas y conceptuales con pronunciación interna inevitable, casi del todo inaudible (p. 19).

Por el contrario,

el Lector según lición pronuncia todo en voz alta, cuidadosamente graduada; se oye pronunciar palabra a palabra, letra a letra de cada una; da valor sonoro —que silencio graduado tiene aquí valor sonoro como en música— a las indicaciones sonoras de punto, punto y coma… No atiende a qué es lo que dice la letra; hace lo que dice la letra, cual actor de teatro (p. 19).

Don Quijote y el león. Ilustración de A. Seriñá para la edición de Barcelona, Seguí, 1898
Don Quijote y el león. Ilustración de A. Seriñá para la edición de Barcelona, Seguí, 1898.

El resto del libro de García Bacca pone en práctica la aplicación de esos categoriales a distintas aventuras: los molinos de viento, el encuentro y discurso con los cabreros, la venta imaginada castillo, los rebaños de ovejas y carneros, el cuerpo muerto, los batanes, la liberación de los galeotes, el encantamiento de Dulcinea por Sancho Panza, el desafío con el Caballero del Bosque, el carro de los leones, la cueva de Montesinos, el mono adivino y la libertad de Melisendra, el barco encantado, las diversas aventuras y «malaventuras» del Palacio ducal, etc. No me resulta posible detenerme ahora a comentarlas por extenso, porque la casuística es muy amplia y García Bacca desciende a disquisiciones terminológicas muy complejas. Quede para otra ocasión un acercamiento más detenido a algunas de esas aventuras, cuyo análisis —insisto— constituye la parte nuclear de su trabajo, concretamente del ejercicio segundo de la Parte primera (pp. 187-327). Son las aventuras que ponen en el camino a don Quijote y Sancho, pero también al propio Cervantes, y a nosotros, lectores actuales del Quijote (ejercicio tercero, pp. 329-385). Terminaré, por el momento, con dos ideas y dos citas; la primera, relativa a la importancia de esas aventuras y de ser aventureros:

Y los dos [se refiere aquí a Alonso Quijano y Miguel de Cervantes, que es la voz enunciadora de este pasaje], al alimón, entramos y profesamos en la Orden de la Caballería andante; y errantes los dos, iremos por campos, provincias y reinos reales en busca de aventuras —a lo que saliere, a la buena de Dios, de la Suerte, de la Fortuna o de las corazonadas de caballo y rucio. / Aburrimiento, hastío, fastidio… de la vida cotidiana política, religiosa, social, económica, teológica, filosófica, técnica… Rutina, convenciones, normas, leyes, costumbres, hábitos, reglamentos, ritos, ceremonias, liturgias, dogmas, consignas, códigos, breviarios, misales, amén, amén. Tal es el lugar o punto de partida, de inicio, de in-itur, del itinerario de aventureros (p. 51).

Y la segunda, sobre la triple identificación don Quijote-Cervantes-lector actual:

Vueltos por el hambre —vueltos, sin habernos ido íntegramente, ni un instante, sí sólo a ratos, en actos, en funciones peculiares y absorbentes—, nos hallamos siendo en un lugar de la Tierra, cuyo nombre geográfico y jurídico la vida normal —individual, social, política, religiosa, económica— nos recuerda. Nos recuerda a cada uno, a cada yo, que estamos siendo, como Alonso Quijano, uno de tantos «hidalgos»; alimentados de «algo más vaca que carnero […] algún palomino»; vestidos no de «sayo […] calzas de velludo […] pantuflos […] vellorí de lo más fino», sino del traje corriente: no del de moda, sino del de casa, con ama, sobrina, mozo o criados, cura, barbero, bachiller, vecinos… tratados con nombre cual Pedro, Pablo, Antonio, Juan, Francisco…; hablando de cosas y asuntos domésticos, leyendo —en periódicos, diarios, revistas, libros— cuentos o novelas mediocres, chismes sociales, horóscopos, politiquerías banales…, todo ello no propicio, sino adverso, a Señorío, Salero, Corazonadas, Raciocinancia, alucinaciones sensibles y concienciales; y en ambiente no encantado ni encantador, más bien monótono, cansino, aburrido.

[…]

DON QUIJOTE se sintió decaer en Alonso Quijano.

Y nosotros, cada uno de habernos sentido ser y habernos comportado como QUIJOTES —de Religión, Economía, Política…—, nos sentiremos, en cama ya, estar siendo otros casos, con diversos nombres, de Alonso Quijano.

CERVANTES, en actos, a ratos, en oficios, con alucinaciones sensibles y concienciales, estuvo siéndose DON QUIJOTE. Descendió de haber estado siendo CERVANTES a estar siendo Cervantes, y éste recayó en Miguel de Cervantes Saavedra.

[…]

Resignada, humildemente, cada uno de nosotros, cada yo, aceptamos «pasar de esta presente vida y morir naturalmente». Humildemente. HUMANAMENTE (pp. 383-385) [2].


[1] Juan David García Bacca, Sobre el «Quijote» y don Quijote de la Mancha: ejercicios literario-filosóficos, Barcelona, Anthropos, 1991 (Colección Pensamiento Crítico-Pensamiento Utópico, 59). Citaré siempre respetando las peculiaridades de García Bacca en lo que se refiere al uso de mayúsculas, cursivas y otros recursos que emplea para destacar tipográficamente determinados conceptos o expresiones.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «El Quijote y don Quijote a la luz de los Ejercicios literario-filosóficos de Juan David García Bacca», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (coords.), Cervantes en la Modernidad (Cervantes y su mundo, V), Kassel, Edition Reichenberger, 2008, pp. 277-296.