La actitud de Navarro Villoslada ante el vascuence: «La mujer de Navarra»

Entre la producción literaria de Navarro Villoslada se cuentan algunos artículos costumbristas. Uno de ellos está dedicado a describir cómo es «La mujer de Navarra», y en él contrapone fundamentalmente el tipo de la mujer de la Montaña y el de la Ribera. Hablando de la montañesa, comenta cómo son sus vestidos, su peinado (las solteras llevan el cabello corto, de donde les viene el nombre de motzas[1]) y sus labores. Se explica que «la mujer vascona» estaba animada por los sentimientos de altivez, valor, amor a la libertad y a la independencia, y se introduce una digresión sobre los vascones en la que se abordan varios aspectos: su religión primitiva; su llegada a los Pirineos —montañas en las que se establecen para conservar su independencia, desdeñando las fértiles llanuras que tenían al sur—; el contacto con los celtas; su secular lucha contra los godos; la distinción dentro del territorio vascongado de dos zonas diferenciadas: las orillas del Ebro, tierra llana abierta a todas las invasiones, frente a la montaña, donde pervive más pura la raza éuskara «casi, podemos decir, en su primitiva pureza» (p. 386); es decir, se esboza aquí la clásica distinción entre ager y saltus vasconum.

Francisco Navarro Villoslada, «La mujer de Navarra»

Para nuestro autor, el idioma es prueba de la pureza de las costumbres y de la primitiva religión natural, monoteísta, de los vascos:

En efecto, sus primeros pobladores [los de este «antiquísimo solar» de los Pirineos occidentales] fueron los euskaros y euskaldunas, a quienes nosotros solemos llamar iberos, cántabros, vascos o vascongados, gente sencilla, culta y pastoril, de suaves costumbres y dulcísimo carácter, que profesaba la religión natural, sin mezcla alguna de idolatría, ni quizá de supersticiones. Así lo aprueba, entre otros datos, el monumento vivo de su idioma, cuya raíz no ha podido ni podrá tal vez averiguarse nunca, y en el cual no se halla ningún sabor pagano, al paso que abunda en voces y conceptos del más elevado espiritualismo (p. 385)[2].

Más adelante apunta la cuestión de la variedad dialectal del vascuence:

Del vascuence navarro al guipuzcoano, por ejemplo, hay casi la distancia de un dialecto. El primero es duro, elíptico y breve; el segundo, numeroso [entiéndase ‘armonioso’], eufónico y musical. Pero si la variedad de tribu a tribu es clara, no lo es menos la que existe de los montes a los llanos de la misma provincia (p. 388).

Habla de la importancia en esas tierras del echeco-jauna y la echeco-andria, y alude a las canciones propias del país; y transcribe en castellano el «Canto de Aníbal»: «Citaremos, aunque inventadas en nuestros días, estas estrofas del canto de Aníbal, cuando los vascos se deciden a acompañarle en su expedición contra los romanos» (p. 399; la cursiva es mía: aquí corrige la opinión sobre la remota antigüedad de ese canto, defendida en el artículo de 1866).

Por último, en el cierre del trabajo se introduce una nueva reflexión sobre el idioma, cuando el autor se pregunta retóricamente: «¿Para qué fines ha criado Dios a la mujer navarra, que sabe dominar a hombres tan fuertes, tan enérgicos, de quienes siempre se ha obtenido más por la persuasión que por la violencia?». Y se responde a continuación; para el de Viana, esta cuestión se enmarca en otra más amplia, que es el origen y la misión del pueblo vascongado sobre la tierra (nótese la visión providencialista de Navarro Villoslada):

Responder a esta pregunta sería resolver este problema histórico: ¿Para qué fines conserva la Providencia esa muestra del idioma, de la raza y de la civilización de nuestros indígenas, ese resto del pueblo ibero, contemporáneo quizá de las Pirámides de Egipto y que, a semejanza de ellas, subsiste inmóvil sobre tantas y tantas tempestades de polvo y arena que descarga en vano para sepultarlo en el simún del Desierto? (pp. 400-401)[3].


[1] «De esta costumbre de cortarse el cabello la soltera, le vino el nombre de motza, que tiene la doble significación de moza y mocha en castellano» (p. 384).

[2] Refiriéndose a Amaya, escribe María Cruz Mina, «Navarro Villoslada: Amaya o los vascos salvan a España», Historia Contemporánea, núm. 1, 1988, p. 153: «Siguiendo a Chaho, rompe con la tradición tubalina sobre el origen de «la misteriosa raza euscara» y prefiere la procedencia oriental de Aitor a la semita del nieto de Noé. La innovación sirve mejor a su antisemitismo radical. De los dogmas históricos en los que se apoya (vasco-iberismo, vasco-cantabrismo, invencibilidad, originalidad y antigüedad de la lengua…), ninguno parece tan grato a Navarro Villoslada como el del monoteísmo primitivo. Sí, los vascos fueron cristianos mucho antes que Cristo».

[3] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «“Amaya da asiera”. La actitud de Navarro Villoslada ante el vascuence», en Roldán Jimeno Aranguren (coord.), El euskera en tiempo de los euskaros, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura) / Ateneo Navarro-Nafar Ateneoa, 2000, pp. 113-144.

Producción literaria de Navarro Villoslada (2)

La dama del rey, de Navarro VillosladaFrancisco Navarro Villoslada[1] empleó su pluma igualmente en el teatro, en la poesía y en el artículo de costumbres. Forman su producción dramática La prensa libre (1844), comedia en verso en la que se aboga por la independencia de los periódicos; Los encantos de la voz (1844), intrascendente comedia de enredo, en un acto y en prosa, escrita en colaboración con Manuel Juan Diana; Echarse en brazos de Dios (1855), drama histórico en verso, que retoma algunos episodios de la novela Doña Blanca de Navarra; y la zarzuela de tema vascongado La dama del rey (1855), con música de Emilio Arrieta, que se estrenó sin demasiado éxito.

Como poeta nos legó un ensayo épico titulado Luchana (1840), sobre el tercer asedio de Bilbao por los carlistas en 1836. También escribió, desde sus años juveniles, numerosas composiciones poéticas, en las que predominan los temas de contenido moral y religioso (destacan «A la Virgen del Perpetuo Socorro», «A Pío IX», «Meditación», «Las ermitas», el madrigal «Fuente brota en mi valle…» y el villancico «Al Niño donoso…», de graciosa sencillez).

En su faceta de autor costumbrista, dejó escrito «El canónigo» (1843), recogido en Los españoles pintados por sí mismos, «El arriero» (1846) y «La mujer de Navarra» (1873), bella estampa del carácter de las mujeres montañesas y ribereñas.


[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995; «Francisco Navarro Villoslada (1818-1895). Político, periodista, literato», Príncipe de Viana, Anejo 17, 1996, pp. 259-267; y «Navarro Villoslada, periodista. Una aproximación», Príncipe de Viana, año LX, núm. 217, mayo-agosto de 1999, pp. 597-619. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.