Los «Horizontes poéticos» (1881), de Francisca Sarasate Navascués (y 4)

Dos de los poemas de Horizontes poéticos son de claro tema religioso. «Agar en el desierto (episodio bíblico)» (pp. 27-31) es un romance de versos endecasílabos con rima á-o en el que se cuenta cómo la mujer pide ayuda a Dios para que la muerte no le arrebate a su hijo y es escuchada, por lo que proclama gozosa que «venciendo augusta el mundanal ruido, / llega hasta ti la voz del desgraciado». Por su parte, «El Ave María» (pp. 199-200), formado por versos heptasílabos y pentasílabos, con asonancias en á-a en los pares (7- 5a 7- 5a), es un elogio de esa bella oración que suena al amanecer:

[…] es la bella canturia
corta en palabras;
dice: «Salve, María,
Madre sin mancha,
Divina mediadora,
Celeste guarda:
Salve, yo te saludo,
llena de Gracia.»

Azulejo con la leyenda Ave María

Y otros tres introducen consideraciones de tipo moral. «Consejo» (p. 95) es un soneto con curioso esquema de rima: ABAB ABAB CCD CDD. La enseñanza de la voz lírica a su amiga es que, como los envidiosos y maledicentes son quienes forman las reputaciones, hay que prevenirse contra ellos. «El milagro» (pp. 89-94), romance con rima á-o, es un elogio del poder de la oración y la inocencia (una niña cuida en el Pirineo de su rebaño, que es atacado por los lobos; reza y un providencial rayo destroza a la jauría). En fin, «Resignación» (p. 187) es un soneto (también aquí la rima es inusual: ABAB AABA CDD EED) en el que el sujeto lírico pide a Dios valor para sufrir con entereza el dolor. Cito los tercetos, cuyas rimas son pobres, formadas por infinitivos + pronombres enclíticos:

Insensatez, locura es esquivarle,
y en lo humano no cabe no sentirle,
que acontece, Señor, que por huirle
se llega más en breve a poseerle.
¡No te pido, pues, yo no padecerle,
que te pido valor para sufrirle!

Quedan, por último, tres poemas por comentar, uno de ellos claramente de circunstancias: el dedicado «A la reina Mercedes» (pp. 55-58) lamenta, en quintillas, la suerte de la soberana, muerta poco tiempo después de su boda (pasa en corto tiempo del palacio de Oriente al Palacio de Dios). Los otros dos retratan tipos humanos: «La Hermana de la Caridad» (pp. 75-76), con esquema 11- 7a 11- 7a y rima asonante, es un elogio de la generosa labor social que desempeña; «El veterano» (pp. 77-79) describe en endecasílabos sueltos a este anciano noble, pero ya débil, que, triste y solitario, recuerda los momentos de sus glorias juveniles en campaña.

Como hemos podido ver a lo largo de estas entradas, predominan en estos Horizontes poéticos de Francisca Sarasate las composiciones de tema amoroso, aunque también se hace presente cierto tono religioso-moralizante, muy característico de las obras de esta escritora, uno de los pocos nombres femeninos que podemos encontrar en el panorama de las letras navarras del siglo XIX. Claro está que la calidad de sus poesías queda lejos de la de una Carolina Coronado, una Gertrudis Gómez de Avellaneda o una Rosalía de Castro, pero considero que merece la pena recordarla y recuperar aquí alguno de sus versos, siquiera por ese carácter excepcional de su figura[1].


[1] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Los Horizontes poéticos (1881) de Francisca Sarasate», Río Arga. Revista de poesía, 89, primer trimestre de 1999, pp. 22-27. Ver también Carlos Mata Induráin, «Francisca Sarasate y Navascués», en María del Juncal Campo Guinea y cols., Mujeres que la historia no nombró, Pamplona, Ayuntamiento de Pamplona-Área de Servicios Sociales y Mujer, 2005, pp. 141-142; y Carlos Mata Induráin, «Una escritora en el olvido: Francisca Sarasate y Navascués», Pregón Siglo XXI. Revista Navarra de Cultura, 31, Verano de 2008, pp. 26-29.

Los «Horizontes poéticos» (1881), de Francisca Sarasate Navascués (3)

Cercanos a los poemas de tema amoroso están otros que incluyen el análisis de otros sentimientos o reflexiones de tono intimista. «La muralla de cristal» (pp. 33-34) es un romance con rima á-a en el que la voz lírica se lamenta de la infranqueable barrera que se alza entre ella y la dicha; sabe que solo con la muerte podrá salvarla y por eso desea que llegue. «Escenas de otoño» (pp. 35-38) es una nueva interpretación de las clásicas alabanzas de la vida campestre. Empieza: «Vámonos, vida mía, / huyamos de la aldea, / veremos en el campo / deliciosas escenas»; el sujeto lírico elogia los sencillos elementos de la naturaleza (el sol, la brisa, los pajarillos…), para reconocer al final que «de toda mi alegría / sólo tus ojos quedan» (p. 38). «Soñar despierta» (pp. 49-54) es un romancillo con rima é-a; una bella zagaleja, que ha descuidado su pastoreo por admirar las galas de la naturaleza dejando volar libremente su imaginación, regresa a la aldea escarmentada, «pues ve que hay peligro / en soñar despierta» (p. 54).

Philipp Peter Roos, Pastora con cabras y ovejas (último tercio del siglo XVII). Museo del Prado (Madrid)
Philipp Peter Roos, Pastora con cabras y ovejas (último tercio del siglo XVII). Museo del Prado (Madrid).

Diversos elementos de la naturaleza se cantan en «A la violeta» (p. 85; son doce versos, distribuidos en tres estrofas, con este esquema de rima: 11- 11- 11- 5a; 11- 11- 11- 5a; 11- 11- 11- 5b); «La aurora» (pp. 87-88; una silva, con algunos pareados, donde se canta su inmenso poder: «Ella despierta a la natura entera, / y al verla saludar el nuevo día, / lanza al mundo torrentes de armonía»); «Tres rosas» (pp. 101-102, quintillas); «Las conchas» (p. 195, romance con rima é-a); y «El arroyuelo» (p. 197, composición de endecasílabos blancos con cierto sentido simbólico moral, pues se dice que la corriente juega normalmente con las flores, pero a veces, cuando baja violento, las destruye y arrastra)[1].


[1] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Los Horizontes poéticos (1881) de Francisca Sarasate», Río Arga. Revista de poesía, 89, primer trimestre de 1999, pp. 22-27. Ver también Carlos Mata Induráin, «Francisca Sarasate y Navascués», en María del Juncal Campo Guinea y cols., Mujeres que la historia no nombró, Pamplona, Ayuntamiento de Pamplona-Área de Servicios Sociales y Mujer, 2005, pp. 141-142; y Carlos Mata Induráin, «Una escritora en el olvido: Francisca Sarasate y Navascués», Pregón Siglo XXI. Revista Navarra de Cultura, 31, Verano de 2008, pp. 26-29.

Los «Horizontes poéticos» (1881), de Francisca Sarasate Navascués (2)

El primero de los poemas amorosos es «Leyenda guipuzcoana» (pp. 17-25), de claro tono narrativo, con rima aguda en -ó cada cuatro versos (que son heptasílabos). La primera parte es un diálogo entre una voz lírica femenina y su hermana, que se lamenta por un amor sin esperanza; mirando al mar Cantábrico, señala esta última que desea la muerte porque el mundo es para ella negra cárcel, fúnebre prisión. En la segunda parte, la voz lírica refiere la muerte de la bella y maldice al hombre que causó su desgracia. En el titulado «Dos lágrimas» (p. 39), formado por cuatro redondillas, el yo lírico compara una lágrima de la persona amada con una gota de rocío, siendo insuficientes una y otra para apagar su sed de amor.

«Su nombre» (pp. 41-45) es una composición de diecinueve estrofas de estructura 11- 7a 11- 7a (con rima aguda en los versos pares). Una voz femenina canta, dirigiéndose a su madre, al amor que es toda su vida, pero que la desdeña; ella tan solo desea amarle y soñar que él la ama; sabe que este sufrir en silencio es una locura, pero también su felicidad, y por eso acaba pidiendo: «déjame, pues, vivir con mis quimeras, / que vivir es soñar» (p. 45). «En un álbum» (p. 47) es un romance con rima en é-a que refiere el flechazo amoroso de una pareja, él y ella: el cruce de una mirada basta para que un relámpago de dicha una sus almas gemelas, pero es tan intenso que les condena «a ceguedad eterna». El título responde a una práctica poética muy habitual en el siglo XIX, consistente en que los poetas escribiesen algunos versos en álbumes, abanicos, etc.

Álbum poético

La nota trágica aparece en «Un suelto de La Correspondencia» (pp. 59-67), una silva de tono narrativo que refiere el suicidio de una joven por un desengaño amoroso (el paquete de cartas localizado por la madre así lo revela). Narrativo es también el poema siguiente, titulado significativamente «Cuento» (pp. 69-73); se trata de un romance endecha con rima é-o que empieza así: «Érase, niñas mías, / érase, y va de cuento, / érase una princesa, / allá, en lejanos tiempos». La hermosa vive en un palacio riquísimo, que es para ella cárcel dorada, porque sufre de amores; habla con un rosal, un pájaro, el céfiro, un arroyuelo y una mariposa, comentando que no es feliz; en fin, una voz del cielo le dice que está herida de muerte, porque el sufrimiento mata.

«Canción de la esclava» (pp. 81-83) son las evocaciones de una «bella sultana» que recuerda un encuentro con su amante. El esquema métrico 11- 7a 11- 7a y el exotismo del tema, subrayado por la introducción de alguna palabra extraña, da cierta musicalidad a este poema, de tono vagamente modernista:

Como el pájaro vuela a su nido
mi dueño volaba,
hacia el ancho e inmenso desierto
su jaike flotaba.
A caballo, en su negro caballo,
la vega cruzaba,
y su imagen preciosa este río
por siempre guardaba.

[…]

Claro río, que guardas las flores
de mí tan amadas,
llévame donde fueron sus hojas
tan puras y blancas.
Que me vean morir libre y bella
tus ondas templadas;
y si vuelve, decidle vosotras
que nunca fui esclava.

De tema similar, aunque desde una perspectiva masculina, es «El cautivo» (pp. 97-100), composición de heptasílabos que presenta rima aguda en -á cada cuatro versos, quedando los demás sueltos. Un prisionero obtiene su libertad, pero en realidad no puede quedar libre porque ama a la sultana. La estructura del poema es circular; cito los versos iniciales y finales:

Sultana, yo me alejo
por siempre de tu lado,
brilló para mí el día
de dulce libertad.

[…]

Sultana, yo me alejo
por siempre de tu lado,
y lloro por perdida
mi dulce libertad.

En «Dos amores» (pp. 189-91), romance endecha con rima á-a, el yo lírico se debate entre el amor a una «hermosa soberana», adornada con seda, oro y esmeraldas, y una «joven cautiva», también bella; al final, termina postrándose a los pies de esta como tributo a su desgracia. En fin, «Cantares» (pp. 193-94) son nueve coplillas, con rimas asonantes o consonantes en los pares, 7- 5a 7- 5a. Alguna de ellas tiene cierta gracia: «En el agua bendita / pone mi amada / sus deditos de rosa. / ¡Quién fuera agua!»; «Cuando te sigo, niña, / no es que te sigo, / es que voy por mi alma / que va contigo»[1].


[1] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Los Horizontes poéticos (1881) de Francisca Sarasate», Río Arga. Revista de poesía, 89, primer trimestre de 1999, pp. 22-27. Ver también Carlos Mata Induráin, «Francisca Sarasate y Navascués», en María del Juncal Campo Guinea y cols., Mujeres que la historia no nombró, Pamplona, Ayuntamiento de Pamplona-Área de Servicios Sociales y Mujer, 2005, pp. 141-142; y Carlos Mata Induráin, «Una escritora en el olvido: Francisca Sarasate y Navascués», Pregón Siglo XXI. Revista Navarra de Cultura, 31, Verano de 2008, pp. 26-29.

Los «Horizontes poéticos» (1881), de Francisca Sarasate Navascués (1)

No son muchos los nombres de mujeres que encontramos al recorrer la historia literaria de Navarra, al menos hasta fechas recientes (en efecto, esta situación ha cambiado y en los últimos años existe una nómina más que considerable). Más escasos son todavía los de mujeres que hayan cultivado la poesía, por lo menos hasta bien entrado el siglo XX. En este sentido, me parece interesante rescatar del olvido el nombre de Francisca Sarasate (1853-1922) y su libro Horizontes poéticos, del año 1881. Esta autora, que se acercó a géneros tan dispares como la novela, el cuento, la leyenda histórica en verso, el teatro y la poesía, constituye una excepción notable en el panorama de las letras navarras del siglo XIX. La calidad literaria de sus escritos no es extraordinaria, pero la misma circunstancia de su singularidad bien la hace merecedora de alguna reseña, como esta breve que ahora le dedico.

Francisca Sarasate Navascués

Aunque nacida en La Coruña en 1853, la vida de Francisca Sarasate Navascués estuvo plenamente enraizada en Navarra por sus vínculos familiares, de forma que suele ser incluida en las nóminas de escritores navarros. En efecto, era hermana del músico Pablo Sarasate y esposa del catedrático Juan Cancio Mena (de ahí que firmase algunos libros como Francisca Sarasate de Mena). En 1882 obtuvo el quinto premio —consistente en una pluma de oro— en el concurso organizado por el Ayuntamiento de Alba de Tormes con motivo del III Centenario de la muerte de Teresa de Ávila. Dio varias conferencias en el Ateneo de Zaragoza, fue colaboradora La Ilustración Española y Americana y directora de La Gaceta de París.

Libros de carácter lírico son Horizontes poéticos (1881), Amor divino (una oda publicada junto con Fulvia), Romancero aragonés (1894) y Poesías religiosas (1899). Algunos de sus poemas fueron musicalizados por su hermano Pablo. Su obra titulada Pensamientos místicos (1910) recoge una serie de reflexiones cristianas (sobre la vida, la muerte, el amor a Dios, la riqueza y la pobreza, el perdón, el sufrimiento, el trabajo, etc.).

Francisca Sarasate falleció en Pamplona en 1922.

Los datos completos de la obra que ahora me ocupa son: Horizontes poéticos. Libro rítmico dedicado por su autora a su hermano el eminente artista Pablo Sarasate, Pamplona, Imprenta de El Eco de Navarra, a cargo de M. Colomina, 1881 (existe un ejemplar en la Biblioteca General de Navarra, sign. 8-2 / 97). El primer aspecto que hay que destacar es que estamos ante un libro misceláneo, que incluye composiciones de distintos géneros. Así, las páginas 105-181 están ocupadas por un ensayo dramático titulado Los dos ciegos. Se trata de una comedia en dos actos y en verso que, como se indica en nota, desarrolla en forma dramática una novela francesa de igual título de Frédéric Soulié. Parece como si el género lírico no tuviese todavía la suficiente consideración literaria, de forma que a la hora de coleccionar esas composiciones poéticas en un volumen debieran ir arropadas por escritos de mayor fuste, pertenecientes a otros géneros «mayores». Las restantes piezas incluidas en el libro sí son poéticas, pero en varias de ellas el tono predominante es más narrativo que lírico (podría recordarse que la autora cultivó, por ejemplo en su Romancero aragonés, las leyendas históricas en verso, muy similares a las que, por esos años finales del XIX, componían otros literatos navarros como Hermilio Olóriz o Arturo Cayuela Pellizzari).

El libro se abre con una dedicatoria «A mi hermano Pablo Sarasate» y un elogioso prólogo de Juan Cancio Mena (pp. 5-15), donde se indica que es este un «libro de verdadera poesía», del que destaca su espíritu de inspiración, la grandeza y profundidad de pensamiento, la exactitud y colorido y la adecuación de fondo y expresión. En las palabras finales indica que la autora «es elevada en sus ideas, correcta en su decir, analítica en sus juicios, natural en sus descripciones, brillante en sus imágenes y, sobre todo, sabe hacer interesantes los asuntos que elige» (p. 15).

Los poemas aquí recopilados pueden ordenarse en cuatro bloques temáticos: 1) poemas amorosos; 2) poemas que analizan sentimientos intimistas, a veces partiendo de la descripción de diversos elementos de la naturaleza; 3) poemas de tema religioso o que introducen reflexiones morales; y 4) poemas de circunstancias y otros temas. Los iremos examinando en próximas entradas[2].


[1] Les dediqué unas líneas en mi artículo «Panorama del cuento literario navarro en el siglo XIX», Príncipe de Viana, 210, enero-abril de 1997, pp. 223-247.

[2] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Los Horizontes poéticos (1881) de Francisca Sarasate», Río Arga. Revista de poesía, 89, primer trimestre de 1999, pp. 22-27. Ver también Carlos Mata Induráin, «Francisca Sarasate y Navascués», en María del Juncal Campo Guinea y cols., Mujeres que la historia no nombró, Pamplona, Ayuntamiento de Pamplona-Área de Servicios Sociales y Mujer, 2005, pp. 141-142; y Carlos Mata Induráin, «Una escritora en el olvido: Francisca Sarasate y Navascués», Pregón Siglo XXI. Revista Navarra de Cultura, 31, Verano de 2008, pp. 26-29.

Francisca Sarasate Navascués y sus «Cuentos vascongados» (1896)

Francisca Sarasate Navascués (La Coruña, 1853-Pamplona, 1922) fue hermana del músico Pablo Sarasate y esposa de Juan Cancio Mena, de ahí que firmase algunos libros como Francisca Sarasate de Mena. Lo más interesante de su producción literaria es una colección de Cuentos vascongados (Barcelona, 1896), que incluye trece relatos, localizados todos —de forma imprecisa— en pueblos de Navarra o las Provincias Vascongadas.

Cubierta de Cuentos vascongados
Cuentos vascongados

En cierto modo, se asemejan a los cuentos de Antonio de Trueba, en el sentido de que ofrecen un elogio de la vida sencilla en el campo, aunque su calidad sea inferior con mucho. De casi todos ellos se desprende una enseñanza (algunos títulos son reveladores: «La caridad bien entendida…», «Antes que te cases, mira lo que haces»), aunque esa carga moralizante no llega a ser demasiado abrumadora. En algún caso la enseñanza no solo se deduce del ejemplo presentado, sino que se formula explícitamente; por ejemplo, en «Sueños de color de rosa» —que recuerda los Cuentos de color de rosa de Trueba—, hay una reflexión sobre el juego, presentado como una pasión que «absorbe todo, aniquila todo, rompe los lazos de parentesco y amistad, imposibilita de sentir y es ciega de tal modo que se asiste a las mayores catástrofes con la indiferencia de los estoicos» (pp. 37-38).

Estos Cuentos vascongados son narraciones sencillas, tanto por su forma como por su contenido: en efecto, entran en ellos historias y vidas vulgares, contadas sin grandes complejidades desde el punto de vista técnico. Es más, atendiendo a su estructura, algunos finales parecen algo precipitados, como si estuviera sin desarrollar plenamente la acción planteada; o bien sucede lo contario, algunos relatos son llevados hasta un extremo exagerado en sus últimas líneas, como si se buscara un efecto de sorpresa impactante sobre el lector (en «El ideal», tras el fallecimiento de Amado, Rosa muere sin que quede muy claro por qué; la muerte de Sofía y de César en «¡Noche triste!» es igualmente muy folletinesca). Cierta originalidad en la construcción presenta «¡Me aburro!», pues se trata de un cuento epistolar: el texto lo constituyen tres cartas dirigidas por Elvira, que veranea en San Sebastián, a una amiga; el desenlace se presenta en una postdata añadida a la tercera.

Los personajes no siempre están bien trazados y a veces resultan contradictorios: por ejemplo, Pura, de «El ideal», se hace simpática al lector porque es maltratada, pero en realidad es una mujer casquivana que galantea con todos y merece nuestra antipatía; en «Gavón» (mantengo las grafías del original) se insinúa que Fermín es el hermano amable y cariñoso con su madre, mientras que Esteban es el malo, pero al final sucede al revés; la Rosa de «Sermón perdido» viene a comportarse como un don Quijote femenino, aunque en el fondo no pase de ser una deslenguada mujer de mala vida. Esas contradicciones y vacilaciones de carácter, que en otras circunstancias (por ejemplo, en una novela) podrían ser consideradas aciertos de caracterización —la vida no es como parece; la vida es más compleja de como se nos presenta a primera vista—, más bien pueden tenerse aquí por defectos debidos a impericia narrativa de la autora.

En algunos de estos cuentos apenas existe el diálogo: se ha reducido al mínimo, o bien ha quedado sustituido por el estilo indirecto. En conjunto, el mejor relato tal vez sea «Contra viento y marea», que ocupa el primer lugar del volumen. Narra la historia de una viuda joven con varios pretendientes que termina casándose con su criado Sancho, pese a la oposición de todo el pueblo y de su propia familia: Catalina ha de defender su decisión tal como indica el título para triunfar de la hipocresía y el rechazo general, viendo al final premiado su esfuerzo con un matrimonio feliz.

Francisca Sarasate es autora de otras obras: Un libro para las pollas (1876), que es una novela didáctica destinada a la educación de las señoritas, Horizontes poéticos. Libro rítmico (1881), Amor divino (1882), Fulvia o los primeros cristianos (1888), novelita corta escrita a la manera de la Fabiola del cardenal Wiseman, Romancero aragonés (1894), Poesías religiosas (1899) y Pensamientos místicos (1910).