«Sólo ante el hombre», de Ángela Figuera Aymerich

Estos días pasados he copiado aquí los poemas «Canto rabioso de amor a España en su belleza», «Belleza cruel» y «Hombre naciente» de Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902-Madrid, 1984), pertenecientes todos ellos a su poemario Belleza cruel (México, 1958; Barcelona, 1978). Añado hoy «Sólo ante el hombre», composición que cierra la primera sección del poemario, titulada también «Belleza cruel».

Manos de hombre

Sí, yo me inclinaría
ante el definitivo contorno de los lirios.

Sí, yo me extasiaría
con el trino del pájaro.

Sí, yo dilataría
mis ojos sobre el mar y la montaña.

Sí, yo suspendería
el soplo de mi pecho ante un arcángel.

Sí, yo me inclinaría
ante la faz de Dios, tocando el polvo,
si con su mano convocara el trueno.

Pero sólo ante el hombre, hijo del hombre,
reo de origen, ciego, maniatado,
los pies clavados y la espalda herida,
sucio de llanto y de sudor, impuro,
comiéndose, gastándose, pecando
setenta veces siete cada día,
sólo ante el hombre me comprendo y mido
mi altura por su altura y reconozco
su sangre por mis venas y le entrego
mi vaso de esperanza, y le bendigo,
y junto a él me pongo y le acompaño [1].


[1] Cito por Ángela Figuera Aymerich, Belleza cruel, prólogo de Carlos Álvarez, Barcelona, Lumen, 1978, p. 23.

«Hombre naciente», de Ángela Figuera Aymerich

Tras «Canto rabioso de amor a España en su belleza» y «Belleza cruel», traigo hoy otra bella composición de Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902-Madrid, 1984), en este caso la que cierra su poemario Belleza cruel (México, 1958; Barcelona, 1978). El poema se abre con unas célebres palabras de Blas de Otero a modo de lema que orienta la lectura.

Cuna con bandera blanca

Pido la paz y la palabra.
Blas de Otero

Prepárame una cuna de madera inocente
y pon bandera blanca sobre su cabecera.

Voy a nacer. Y, desde ti, mi madre,
pido la paz y pido la palabra.

Pido una tierra sin metralla, enjuta
de llanto y sangre, limpia de cenizas,
libre de escombros. Saneada tierra
para sembrar a pulso la simiente
que tengo entre mis dedos apretada.

Pido la paz y la palabra. Pido
un aire sosegado, un cielo dulce,
un mar alegre, un mapa sin fronteras,
una argamasa de sudor caliente
sobre las cicatrices y fisuras.

Pido la paz y pido a mis hermanos
los hijos de mujer por todo el mundo
que escuchen esta voz y se apresuren.
Que se levanten al rayar el día
y vayan al más próximo arroyuelo.
Laven allí sus manos y su boca,
se quiten los gusanos de las uñas,
saquen su corazón que le dé el aire,
expurguen sus cabellos de serpientes
y apaguen la codicia de sus ojos.

Después, que vengan a nacer conmigo.
Haremos entre todos cuenta nueva.
Quiero vivir. Lo exijo por derecho.
Pido la paz y entrego la esperanza[1].


[1] Cito por Ángela Figuera Aymerich, Belleza cruel, prólogo de Carlos Álvarez, Barcelona, Lumen, 1978, pp. 66-67.

«Belleza cruel», de Ángela Figuera Aymerich

Ayer traje al blog el emotivo poema «Canto rabioso de amor a España en su belleza», de Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902-Madrid, 1984), y hoy quiero recordar otro poema suyo, «Belleza cruel», que abre y da título a ese poemario publicado en México en 1958, con prólogo de León Felipe, que fue Premio de Poesía Nueva España.

Mariposas de papel

Dice así:

Dadme un espeso corazón de barro,
dadme unos ojos de diamante enjuto,
boca de amianto, congeladas venas,
duras espaldas que acaricie el aire.
Quiero dormir a gusto cada noche.
Quiero cantar a estilo de jilguero.
Quiero vivir y amar sin que me pese
ese saber y oí­r y darme cuenta;
este mirar a diario de hito en hito
todo el revés atroz de la medalla.
Quiero reí­r al sol sin que me asombre
que este existir de balde, sobreviva,
con tanta muerte suelta por las calles.

Quiero cruzar alegre entre la gente
sin que me cause miedo la mirada
de los que labran tierra golpe a golpe,
de los que roen tiempo palmo a palmo,
de los que llenan pozos gota a gota.

Porque es lo cierto que me da vergüenza,
que se me para el pulso y la sonrisa
cuando contemplo el rostro y el vestido
de tantos hombres con el miedo al hombro,
de tantos hombres con el hambre a cuestas,
de tantas frentes con la piel quemada
por la escondida rabia de la sangre.

Porque es lo cierto que me asusta verme
las manos limpias persiguiendo a tontas
mis mariposas de papel o versos.
Porque es lo cierto que empecé cantando        
para poner a salvo mis juguetes,
pero ahora estoy aquí­ mordiendo el polvo,
y me confieso y pido a los que pasan
que me perdonen pronto tantas cosas.
Que me perdonen esta miel tan dulce
sobre los labios, y el silencio noble
de mis almohadas, y mi Dios tan fácil
y este llorar con arte y preceptiva
penas de quita y pon prefabricadas.

Que me perdonen todos este lujo,
este tremendo lujo de ir hallando
tanta belleza en tierra, mar y cielo,
tanta belleza devorada a solas,
tanta belleza cruel, tanta belleza[1].


[1] Cito por Ángela Figuera Aymerich, Belleza cruel, prólogo de Carlos Álvarez, Barcelona, Lumen, 1978, pp. 13-14.

«Canto rabioso de amor a España en su belleza», de Ángela Figuera Aymerich

La figura y la obra de Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902-Madrid, 1984) se sitúa en la denominada «poesía desarraigada» de la primera generación de posguerra española (la del 36). La crítica la adscribió a la denominada «poesía social», si bien la escritora no estaba conforme con esta etiqueta. Empezó a publicar sus versos a finales de los años 40 y su trayectoria poética se prolongó hasta su muerte: Mujer de barro (1948), Soria pura (1949), Vencida por el ángel (1951), El grito inútil (1952, Premio Ifach), Los días duros (1953), Víspera de la vida (1953), Belleza cruel (1958, con prólogo de León Felipe, Premio de Poesía Nueva España), Toco la tierra. Letanías (1962) y Otoño (1983). En 1961 dio a las prensas su Primera Antología y sus Obras completas fueron publicadas, de forma póstuma, en Madrid, Ediciones Hiperión, 1986, con prólogo de Roberta Quance.

Corazón de cristal roto

Copiaré hoy su impresionante «Canto rabioso de amor a España en su belleza», con su elocuente final, que no requiere de mayor comento. Dice así:

Con los ojos cerrados,
con los puños cerrados, con la boca
cerrada, España, canto tu belleza.
Y con la pluma ardiendo y con la pluma
loca de amor rabioso canto y firmo.

Belleza sobre ti y en tus entrañas
de miel y de granito, y en tu cielo,
y en tus encadenadas cordilleras
y en tus encadenados hombres, canto.

De siglo en siglo en olas y torrentes
de barro ibero, en sucesivas olas
de tierras y metales agregados,
de frutos madurados poco a poco
bajo tu fiero sol, me vienes, madre.
Me viene tu belleza tierna y dura,
tu corazón rodando enamorado
hasta embestirme, hasta llenarme toda,
hasta romperme el miedo y la corteza.

De siglo en siglo con tus ríos dulces,
puertos alegres, míticas ciudades,
piedras labradas, torreones, claustros,
palacios, catedrales y conventos,
pueblos de tierra, cementerios míseros,
huertos, jardines, patios y zaguanes,
Cristos sangrientos, sonrosadas Vírgenes,
lanzas y escudos, cálices y códices;
de siglo en siglo con cincel y gubia,
con mística y ascética y pinceles,
con el arado, el yunque y el martillo,
la pluma y los telares, me has llegado.
De sueño en sueño con palmeras y agua,
con limoneros, nardos y arrayanes,
vino y almendra, música y aceite;
de mar a mar, al remo y a la vela,
con sal y caracolas, con pescados,
playas doradas, ásperos cantiles;
de tierra en tierra con praderas húmedas,
sierras nevadas, florecidos valles,
pardas llanuras, parameras ásperas,
cierzos helados, delicadas brisas
oliendo a los tomillos de tu aliento,
de siglo en siglo me has llegado, España.

Tú me has parido y hecho y traspasado
de dicha y de dolor hasta los huesos
con tu belleza que se clava y ciñe
como un cilicio rojo en mi cintura
y hace subir mi sangre a borbotones
entre garganta y verso para ahogarme
de amor rabioso, de vergüenza sorda,
de amor, de amor, de amor, de amor rabioso.

Porque eres bella, España, y agonizas
bajo mis pies, herida en tus cimientos.
Porque te veo andando entre zarzales
por todos los caminos rezagada
con una cruz al cuello y otra al hombro,
durmiendo en las cunetas de la gloria
para soñar perdidas carabelas
con ojos anegados de ceniza.
Porque te veo escuálida y desnuda,
comiendo el pan moreno de tu vientre,
bebiéndote el gazpacho de tu sangre,
desposeída de oros y de espadas,
borracha en copas, vapuleada en bastos,
por todos malcomprada y malvendida,
pordioseando impúdica en la puerta
de la opulenta Catedral del Mundo.
Porque eres bella, España, y te me mueres,
viuda, asesina y mártir de tus hijos,
a mil años y un día condenada.

Porque eres bella, España, y te me mueres,
porque eres mía, España, y no te absuelvo
del mal de España, canto tu belleza
y fecho y firmo a corazón parado,
boca cerrada y apretados puños,
clavándome la lengua entre los dientes,
porque no quiero blasfemar tu nombre[1].


[1] Cito por Ángela Figuera Aymerich, Belleza cruel, prólogo de Carlos Álvarez, Barcelona, Lumen, 1978, pp. 48-50. En el primer verso de la sexta estrofa restituyo las comas aislando el vocativo «España», como en otros versos del poema.

Cuatro poemas de Julia Uceda

Una vez trazada una breve semblanza de Julia Uceda (1925-2024), transcribiré hoy unos pocos poemas suyos. Así, de Mariposa en cenizas rescato este soneto de alejandrinos —no es muy frecuente el empleo de formas estróficas tradicionales en la obra poética de Uceda—, sin título específico (lo cito por Poesía completa, p. 64):

No les pido a los seres perdón por mi existencia.
La levanto y la empuño como a un viento domado.
Antes que ser un árbol, antes que inexistencia,
este calor de establo de mi pecho pisado.

Existir sobre todo. Adoro la presencia
de la luz que la sombra quisiera haber cegado,
el rumor de mi sangre, la dulce incontinencia
del labio que otra carne quisiera sepultado.

Yo no pido disculpas por mi ser sin medida,
por mi ser oceánico, por mis ansias de vida,
por la vida caliente que se quema en las horas.

Y seguiré viviendo aunque madres horrendas
clamen sobre los montes, rasguen rostros y vendas
y suelten sobre el mundo tijeras destructoras.

De Extraña juventud elijo «La caída» (pp. 15-16):

Hay que ir demoliendo
poco a poco la sombra
que vemos. Que nos dieron.
Que nos dijeron: «eres».
Hay que apretar las sienes
entre los dedos. Hay
que asentir a ese punto
—comienzo, duda o hueco—
que yace dentro.
                              Y es preciso
que en una noche todo arda
—el «eres», el «seremos»—
y el terror polvoriento
nos muestre su estructura.
Es urgente bajarse
de los dioses. Tomar
el fuego entre las manos.
Destruir esos «yo» que nos presentan
una hilera de sombras agotadas.
Y dejarse caer sobre el principio
de la vida. O del sueño.
Ser solamente vida
presente. Sin recuerdo
de ayer ni de mañana.

Su visión crítica de la historia de España —que le inspiró poemas de mayor calado, como por ejemplo «España, eres un largo invierno»— se quintaesencia magníficamente en los cuatro versos de «Ouroboros» (recordemos que el uróboros es la serpiente que se muerde la cola, simbolizando el ciclo eterno de las cosas):

No me llames extranjero
Van diciendo por los siglos
Sucesivos españoles
A españoles sucesivos.

Pero son muchos más los poemas de Julia Uceda perfectamente antologables que se nos quedan en el tintero: «Mariposa en cenizas» (sintagma que da título a su primer poemario y que es un eco gongorino), «El otro umbral», «Un seguro apellido», «Raíces», «El tiempo me recuerda», «Soneto del amor y de la muerte», «Soneto de la piedra», «Alguien que yo solía ser», «Orden del sueño»… y tantos otros que forman el corpus de su poesía, una poesía quizá en ocasiones un tanto hermética y difícil, pero que se concibe como vía superior de conocimiento, de iluminación del mundo, y que alcanza altas cotas de calidad. En fin, cierro esta antología mínima con su poema «Despedida» (Zona desconocida, p. 63), que reza sencillamente así:

Y la que fui salía de aquel tiempo
donde quien fuiste ya no estaba[1].


[1] Ver para más detalles mi trabajo «Aproximación mínima a la poesía de Julia Uceda (1925-2024)», Río Arga. Revista de poesía, 154, 2024.

Breve semblanza de Julia Uceda (1925-2024)

El 21 de julio de 2024 fallecía en Ferrol, a los 98 años, Julia Uceda Valiente. Nacida en Sevilla en 1925, es la suya una voz poética de la generación del 50 cuya producción, al menos hasta fechas bastante recientes, no había recibido toda la atención que sin duda merece (debido en parte, quizá, a los periodos de tiempo que vivió alejada de España, como profesora en Estados Unidos y en Irlanda). Uceda se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla, y se doctoró también allí con una tesis sobre el poeta José Luis Hidalgo, investigación que se publicaría posteriormente: «Los muertos» y evolución del tema de la muerte en la poesía de José Luis Hidalgo (Ferrol, Sociedad de Cultura Valle-Inclán, 1999). Ejerció la docencia primero en la propia Universidad de Sevilla, y más tarde en la Michigan State University (entre 1965 y 1973) y en el Dublin College (hasta 1976). Tras su regreso a España, fue Catedrática de Literatura española de INEM y de Escuelas Universitarias. Dirigió la colección de poesía «Esquío» con Fernando Bores y coordinó «La barca de oro» con Sara Pujol.

Julia Uceda

Dejando de lado su producción narrativa (por ejemplo, su libro de relatos Luz sobre un friso, Palencia, Menoscuarto Ediciones, 2008) y ensayística, su corpus poético está formado por los volúmenes: Mariposa en cenizas (Arcos de la Frontera, Alcaraván, 1959), Extraña juventud (Madrid, Rialp, 1962), Sin mucha esperanza (Madrid, Ágora 1966), Poemas de Cherry Lane (Madrid, Ágora, 1968), Campanas en Sansueña (Madrid, Dulcinea, 1977),  Viejas voces secretas de la noche (Ferrol, Sociedad de Cultura Valle-Inclán, 1982), Poesía (Ferrol, Sociedad de Cultura Valle-Inclán, 1991), Del camino de humo (Sevilla, Renacimiento, 1994), la antología En el viento, hacia el mar (1959-2002) (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2003), Zona desconocida (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2007), Hablando con un haya (Valencia, Pre-Textos, 2010) y Escrito en la corteza de los árboles (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2013). Recientemente se había publicado su Poesía completa, con prólogo de Jacobo Cortines (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2023). Entre los premios obtenidos por Julia Uceda se cuentan un Accésit del Premio Adonáis 1961, el Premio Nacional de Poesía 2003, el Premio Nacional de la Crítica 2006, el Premio Andaluz de la Letras «Luis de Góngora y Argote» 2016, Autora del Año en Andalucía 2017 y el Premio Federico García Lorca 2019, al conjunto de su trayectoria. Otros méritos y distinciones: Hija Predilecta de Andalucía en 2005, Hija Adoptiva de la ciudad de Ferrol en 2009, miembro correspondiente de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2021.

Con relación a su poética, podemos dejar la voz a la propia escritora, para quien «la poesía, que procede de lugares extraños, es un acto de la memoria que no siempre permite el acceso a sus rincones perdidos. Aceptando este hecho, el poema es, para mí, el resultado de diálogos que se interrumpen o reanudan inesperadamente más que de la mayor o menor habilidad de quien mueve la pluma» («Referencias», en Zona desconocida, p. 81). Y en otro lugar escribe:

Busca, el poeta, la palabra exacta, pero la poesía, tenga cuerpo de verso o no, es oficio más complejo: se trata de una memoria especial, Mnemósine, de algo conocido en otra forma de vida y recordado por el alma; en un sexto sentido que trasciende experiencias objetivas que le vienen al poeta de lugares remotos. Quien escriba versos suele transitar por una realidad ya nombrada; quien escriba poesía, o eso crea o intente, es una persona desamparada que no sabe por dónde va ni adónde, ni quién le empuja, ni qué busca, ni cómo encontrar la palabra adecuada para nombrar lo que permanece en el silencio, porque a veces no bastan las palabras conocidas sino que es precisa también la habilidad de organizarlas de modo que digan lo que nunca antes habían dicho. El que la poesía venga de extraños lugares es una idea que le he atribuido a Emilio Lledó, aunque no pueda asegurar dónde la leí. Esos espacios desconocidos me han preocupado siempre por la amplitud y la complejidad que proponen; por ellos me he perdido sin darme por vencida, y es que la escritura poética se apoya en algo tan elusivo como las emociones. De ahí que en mi poesía, como en la de otros muchos escritores y como algún crítico afirmó, abundaran las interrogaciones, las dudas, la inseguridad de no saber («¿Somos quienes quisimos ser?», en Escritos en la corteza de los árboles, p. 11)[1].


[1] Ver para más detalles mi trabajo «Aproximación mínima a la poesía de Julia Uceda (1925-2024)», Río Arga. Revista de poesía, 154, 2024.