Las coplas «Yo soy la serranita…» de sor Ana de San Joaquín (1668-1731)

En varias entradas anteriores me he ocupado de la carmelita descalza sor Ana de San Joaquín (Villafranca, 1668-Tarazona, 1731)[1] y he transcrito algunos de sus poemas, como los que comienzan «Para gloria de Jesús…», «¡Oh, Jesús, dulce memoria!…» y «Muda elocuencia de amor…». Copiaré hoy otra composición suya, recogida como las anteriores por fray Buenaventura de Arévalo en la Vida ejemplar y doctrinal de la Venerable Madre Ana de San Joaquín. Así, en el capítulo XIV, que se presenta bajo el epígrafe «De la ardiente caridad de la Madre Ana de San Joaquín», escribe su biógrafo:

Omito otras repetidas enamoradas respiraciones con que de la abundancia del corazón abundaba la lengua; y porque un excesivo fuego no se puede ocultar sin que se dejen ver algunos incendios, me ha parecido dar al público unos metros en que rompía su pecho abrasado, que no serán ingratos, y por discretos y conceptuosos servirán de espiritual recreo que divierta la seriedad escabrosa de mi estilo.

Y copia a continuación el estribillo «¡Jesús, qué invención, Jesús, que invención…» seguido de las coplas que lo parafrasean, «Yo soy la serranita». En conjunto, se trata de un poema que vuelve a lo divino elementos e imágenes de la poesía tradicional: aquí el alma es la serranilla cuya piel se ha oscurecido de tanto mirar al Sol (Dios).

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También se lamenta la voz lírica de la ausencia del Amado, y de que el amor que siente por ella le haya costado los dolores de la Pasión y la pena de muerte.

Estribillo[2]

¡Jesús, qué invención, Jesús, qué invención
es esta que me hace que entienda de amor!
¡Jesús, qué invención, que estando abrasada
me veo obligada a buscar al Sol!
¡Jesús, qué invención, que quien me cautiva
perdiendo su vida rescate me dio!
¡Jesús, qué invención!

Coplas

Yo soy la serranita[3]
que, de mirar al Sol,
sus rayos me pusieron
trigueño[4] mi color.

Mas, ¿cómo, mi Dios,
estoy en tinieblas
sintiendo tu ardor?

La ausencia de mi Amado
herida me dejó,
y aunque jamás le he visto
el alma me robó.

Por muerta me doy,
pues sin poseerle
ya no vivo yo.

Sabiendo que me ama
sin término su amor,
le busco cuidadosa
en su misma Pasión.

Aquí es mi dolor,
que pena de muerte
le costó mi amor.

Llegose a mí una ciega
y a fe[5] me aseguró,
con un cuerpo de Cristo,
que en un disfraz le vio.

Sin duda, Señor,
andáis en rebozos
porque os halle yo.

Un cierto amigo suyo
lo mismo confirmó,
y admirando el exceso
un Verbum caro echó[6].

Y es admiración
durmiendo descubra
las trazas de un Dios.

Creyendo sus palabras
como la fe de Dios,
llegué a dar en el blanco[7]
objeto de mi amor.

Aquí presa estoy;
libertad no quiero,
que esto busco .




[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] Mantengo en este estribillo la disposición tipográfica del original, si bien los versos podrían repartirse de otro modo, como hexasílabos.

[3] Se anota al margen izquierdo: «Cantic. 1».

[4] trigueño: del color del trigo, entre moreno y rubio.

[5] a fe: especie de juramento.

[6] un Verbum caro echó: juega con la frase evangélica Verbum caro factum est (el Verbo se encarnó) y la expresión echar un verbo, que significa echar votos, juramentos, etc. Al margen se anota «Ioan. 1».

[7] en el blanco: nótese el juego, ya que al principio se habla del trigueño color de la serranilla, y ahora da en el blanco, que es Dios.

[8] Esta composición se incluye en Vida ejemplar y doctrinal de la Venerable Madre Ana de San Joaquín, pp. 120-121. Figura recogida en José María Corella, Historia de la literatura navarra, p. 307; y en mi antología Poetas navarros del Siglo de Oro, pp. 195-197, en ambos lugares sin el estribillo inicial. Por su parte, Manuel Serrano y Sanz, en Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al 1833, tomo II, Madrid, Establecimiento Tipolitográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1903, pp. 327b-328a, lo transcribe parcialmente (solamente copia los dieciocho primeros versos de las coplas, también sin anteponer el estribillo).

«Para gloria de Jesús…», romance de sor Ana de San Joaquín (1668-1731)

En la Navarra del siglo XVII, contamos con ejemplos de poesía ascético-mística con nombre femenino: esta corriente estaría representada por la clarisa sor Jerónima de la Ascensión (Tudela, 1605-1660) y por la carmelita descalza sor Ana de San Joaquín (Villafranca, 1668-Tarazona, 1731)[1]. Me referiré hoy brevemente a esta segunda. Hija de Juan Jiménez de Maquirriain y Antonia de la Rosa, recibió una cuidada educación y tomó el hábito el 16 de abril de 1697, en el convento de Santa Ana del Carmen de Tarazona. Su biógrafo, fray Buenaventura de Arévalo, nos refiere su vida ejemplar y sus arrebatos místicos[2]. Manuel Iribarren nos recuerda: «Escribió poesías y algunas cartas espirituales. No carecen de mérito literario sus Coplas, en las que se pone de manifiesto humildemente, como a media voz, su gran amor a Cristo»[3]. Por su parte, José María Corella escribe:

Plasmó en cuartillas gran parte de sus accesos místicos y fervorosos trances, legándonos una colección de cartas espirituales y cierto número de coplas y poesías. Sus versos tienen un recio sabor teresiano, y sobresale en ellos una gran dulzura, un profundo sentimiento y una reposada paz interior[4].

En el capítulo XXI de la Vida ejemplar y doctrinal de la Venerable Madre Ana de San Joaquín, que se presenta bajo el epígrafe «Fue la Madre Ana de San Joaquín perpetua aficionada de la Pasión de Jesús», escribe el Padre Arévalo:

No se satisfacía su enamorado corazón con desahogar su pecho tan repetidas veces en prosa, sino que por aficionar con más tractivo usaba de la poesía, cuando no podía ocultar toda la avenida de la sagrada llama. Van estas coplillas, que aunque no son todas de este capítulo, han de apreciarse por lo chistoso y sazonado[5].

Y reproduce a continuación un gracioso romance que comienza «Para gloria de Jesús…», y después añade otro cuyo primer verso es «¡Oh, Jesús, dulce memoria…». Va aquí, con algunas breves notas explicativas, el texto del primero:

Santa Ana y San Joaquín con la Virgen María

Para gloria de Jesús
y de San Joaquín, su abuelo,
recreación con ayuno
tengo yo en Jueves lardero[6].

Y por tanto quiero dar
las buenas tardes en verso
a un monje que lleve Dios
si él es de ningún provecho.

Cuanto ha que no me regala,
ya con paciencia lo llevo,
y lo que más siento es
que no tome mis consejos.

Apuesto que, aunque ha estado
en la Misión, que no ha hecho
la fija resolución
de gastar mejor el tiempo

retirándose algún rato
y mirando con sosiego
las llagas, golpes y heridas
que en Jesús su amor hicieron.

De paso, ya lo aseguro
que lo hará, pero yo quiero
que se detenga y no ande
a coger el puesto luego.

Ya podía estar cansado
de lo mucho que maceo[7],
y pues me sufre que yo hable,
ponga allí ese sufrimiento,

perseverando algún rato
sin esperar más efecto
que hacer de Dios el querer,
gastando en esto aquel tiempo.

De San Joaquín me ha venido
esta vena de hacer versos[8],
y así no pido perdón
de aquestos atrevimientos.

Lo que pido es que se aumenten
el amor y los deseos
de serle más fiel devoto,
porque si no, reñiremos[9].


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] Vida ejemplar y doctrinal de la Venerable Madre Ana de San Joaquín, religiosa carmelita descalza en el convento religiosísimo de Santa Ana de la ciudad de Tarazona. Escrita por el padre maestro Buenaventura Arévalo, carmelita observante. Quien la dedica al excelentísimo señor don Francisco Fernández de la Cueva y de la Cerda, duque de Alburquerque, marqués de Cuéllar y Cadreita, etc. (Pamplona, Josef Joaquín Martínez, 1736).

[3] Manuel Iribarren, Escritores navarros de ayer y de hoy, Pamplona, Editorial Gómez, 1970, p. 84.

[4] José María Corella Iráizoz, Historia de la literatura navarra. Ensayo para una obra literaria del viejo Reino, Pamplona, Ediciones Pregón, 1973, p. 153. Reproduzco tres poemas suyos («Con un continuo gemido…», «Yo soy la serranilla…» y «Del divino amor herida…») en mi antología Poetas navarros del Siglo de Oro, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003, pp. 193-198.

[5] Fray Buenaventura de Arévalo, Vida ejemplar y doctrinal de la Venerable Madre Ana de San Joaquín, p. 173.

[6] Jueves lardero: con este nombre se conoce en diversas partes de España al jueves en que comienzan las fiestas del Carnaval; el adjetivo lardero deriva del latín lardarius, que significa ʽtocinero’, porque en el Carnaval se comen muchos alimentos grasos.

[7] maceo: bromeo; poner mazas a los perros y otros animales era una de las diversiones típicas del Carnaval.

[8] De San Joaquín me ha venido / esta vena de hacer versos: no apuro el significado exacto de esta referencia; la religiosa se llama Ana de San Joaquín, y en la época eran frecuentes los versos dedicados a Santa Ana y San Joaquín, los padres de la Virgen María y abuelos de Jesús. Quizá se refiera a esta circunstancia. Por ejemplo, en La gitanilla de Cervantes Preciosa canta un romance dedicado a Santa Ana.

[9] Incluido en Vida ejemplar y doctrinal de la Venerable Madre Ana de San Joaquín, pp. 173-174. Se trata de un romance con rima é o, pero mantengo la distribución de los versos del original, agrupados de cuatro en cuatro a modo de coplas.