La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Mito de Andrós» (1995-1998) (y 5)

Un cambio de tema apreciamos en «Del sonoro silencio de los seres»[1] (el título forma un bello endecasílabo aliterativo), que reitera en forma anafórica los elementos «como» y también «y decidme». Nos habla este poema de «ese sonoro silencio que todo lo puebla», de la «estirpe sonora» de los seres, cada uno de los cuales tendrá «una fe llena de recogimiento que descubre lo sublime y lo escancia en su propio vaso». En el fondo de los seres, opina el poeta, se oculta algo sublime y secreto, una música acariciadora. Amadoz es «de los que todavía confían en el hombre / y han plantado su esperanza sin huir de este desierto que nos duele»; el poeta, ahora, tiene fe en el hombre:

Siempre existe alguien que recoge el depósito ignorado que todos llevamos,
siempre existe el que descubre más allá del ensueño
y se ofrece creador y conmovido por la dicha de la vibración de todos los tiempos
para que los demás nos unamos mítica y solidariamente.

En el siguiente poema, sin título explícito (el primer verso es «De nuestro estar en el mundo…»), el lema apunta hacia dos temas queridos del poeta: la muerte que llama a la puerta y un «nuevo amor» que es la posible trascendencia más allá del final de nuestros días. Tras la espera de la vida terrena, se aspira a un «nuevo ciclo libre de noches y días / […] / en la inmensa ola del no tiempo» (la eternidad); se confía en «la opaca luz del más allá» y, frente a las dudas y titubeos de poemas anteriores, se afirma, aquí ya claramente, la existencia de un ser trascendente que permite al hombre superar su muerte física:

… caminamos rendidamente silenciosos
hacia Alguien que nos adivina,
callado,
al final de la estancia abierta,
en eterna espera.

… La muerte llama a la puerta
celosa, intransparente,
de la mano nos lleva.

Caminante

«Acordes para la muerte de un amigo» también lleva un lema relativo a la presencia de la muerte-sombra; el hombre sigue siendo ese «nómada transeúnte” de poemas anteriores, ahora «con las pupilas rotas por los años» y «con las manos tronchadas», pero que desea a toda costa «saltar los goznes de la vida». Tras repetir la expresión «quién podrá mirar su propia muerte», concluye: «difícil es rendirse y MORIR EN LA MUERTE DEL OTRO»[2].

«Epitafio para un sueño» es un breve poema de homenaje a Gabriel Celaya, basado en la anáfora de «En el sueño…», que evoca «su recia y humilde pasión» de poeta. En fin, el libro se cierra con el «Poema sinfónico para amantes de lujo», transmitido a través de una primera persona que corresponde —una vez más— a un extraño pasajero o peregrino:

Me desposé con el viento,
dije adiós a todo, amante,
me sentí lleno de libertad.

Además de ser la evocación del encuentro de unos amantes en la playa en una «noche soleada», el poema alude indirectamente a la muerte de lady Diana Spencer, Diana de Gales (acaba con una referencia a Althorp, que es una propiedad de la familia Spencer al norte de Londres donde reposa el cadáver de Diana). Las alusiones clásicas (Circe, Olimpo) se mezclan aquí con otras contemporáneas (Elton John, Teresa de Calcuta).

Así concluye este poemario de Amadoz, unitario y coherente en sus temas e imágenes, como todos los suyos. Igualmente, desde el punto de vista de la expresividad poética, las continuas anáforas, y las frecuentes repeticiones de frases (a veces obsesivas) son los elementos principales que crean el ritmo poético en todas estas composiciones[3].


[1] Este poemario no fue publicado previamente de forma exenta, sino que quedó incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

[2] Destaco la fuerza expresiva de «estar como una luz desflorecida que ya no tiene aroma».

[3] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Mito de Andrós» (1995-1998) (4)

Vienen después los poemas «Nadie puede ser sometido» (ya comentado en una entrada anterior, pues se incluía también en Elegías innominadas) y «Tiempo de embriaguez, de alba esperanzada»[1], evocación de «nuestro humano desierto» y de «el destino que espera»[2]. Hay una alusión a un él que, de nuevo, aunque no se dice explícitamente, podría ser ese Dios desconocido, anhelado pero lejano:

… necesitamos contemplarlo,
estar ante él,
y nada más
que una interminable despedida.

«Quisiste vivirlo todo», ya desde su lema que habla de «los brazos del Amado», nos traslada al territorio de la poesía mística, del ascenso hasta Dios, que aparece evocado como «el Escondido de todos los tiempos». Nueva aproximación, por tanto, al tema de la fe y la trascendencia, desde un nuevo registro y una nueva perspectiva. Se alude a los éxtasis de san Juan de la Cruz: «supiste subir la escala insondada en paso firme», «en la escala prodigiosa eres arrebatado / hasta confines de fuego».

San Juan de la Cruz

Junto a las imágenes propiamente místicas del vuelo del alma hasta Dios se mezclan otras que son referencias bíblicas (el monte Tabor, la rosa del Carmelo) y mitológicas (Zeus). San Juan es capaz de «mirar los ojos del Amado en tenue soslayo»; de él se predica: «quisiste vivirlo todo / hasta tu propia muerte en alas del fuego transportado» o, muy bellamente, «enhebrar tu suerte de tierra en el telar del cielo». Además de cantar sus «nupcias con el cielo», el poema presenta a san Juan como un visionario que tiene «voz de mago», como un «mago cenital por encima de toda violencia y empeño», un «mago de luz y sombras»:

… te dormiste mágico
en el sello indeleble del abrazo
hasta que el secreto se disipa y el resplandor te invade,
te lleva por todos los tiempos y lugares,
te llena de todo,
quisiste vivirlo todo,
mago en posesión y fuego,
en esperado amanecer de otro,
en ojos de éxtasis de luz terrena extintos,
hasta el brillar, sin saberte,
en las encendidas pupilas del Amado[3].


[1] Este poemario no fue publicado previamente de forma exenta, sino que quedó incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

[2] Se repite la frase «necesitamos mirar el tiempo que pasa».

[3] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Mito de Andrós» (1995-1998) (3)

«Acertado vuelo»[1] presenta un tono premonitorio, subrayado por la anáfora de la conjunción y que antecede a distintas formas verbales de futuro («y caminará … y saltará … y se orientará … y nacerá…», etc.). Es una referencia al hombre que «será cumplido destino en preciso vuelo», en «su hábito diario de ser hombre». Expresiones como «su fe de fuego detrás de la alambrada de sus ojos» o «su boca de profeta» podrían hacernos pensar que estamos ante un poema de intención religiosa, pero el sentido no es tan claro, sino más bien vago e impreciso:

Nadie podrá desviar de su carne la luz sin beberla,
sin que se le caigan los ojos y su destino se quiebre en un silencio de roble,
sin que se remansen sus ríos y abreven a la mar de sus mejillas
en un ACERTADO VUELO que a su nido vuela.

«Caminos de fe» es una evocación lírica del Camino de Santiago, como un símbolo de todos los caminos recorridos por el hombre en su difícil pero incesante búsqueda de la fe. El Camino a Compostela es concebido como «una interminable carrera de fe y fuego» (con variantes: «caminos de fe y fuego», «bastiones de fe y piedra», «caminos de luz y fuego»), que lleva al hombre a alcanzar «los cielos de horizonte compostelano». Se introducen imágenes concretas del peregrinaje, como la del cayado, y se termina proclamando que esa fe del peregrino (del hombre, en general) es «búsqueda infinita de remanso», es un «caminar jubileo» que le acerca

al más soñado,
a aquel que les libre de sus justas y batallas,
a aquel que los duerma en sus propios pechos con el sosiego mamantío de niño.

Camino de Santiago

«Donde duerme el río largo de los años» comienza afirmando que «la vida tiembla y se rompe como un bello cristal de enero»; se trata de una evocación de los «hombres desheredados», caminantes —una vez más— con un destino incierto o, incluso, sin destino («un pueblo asociado de caminantes sin destino»); pero con un final que parece esperanzado, cuando afirma que

alguien se unirá a su destino como un plácido advenimiento de trigales limpios
y saltarán sus goznes y sus mansiones se harán intransparentes[2].

«Noche de vendimia» es una evocación lírica de la tragedia del estadio Heysel de Bruselas (durante la final de la Copa de Europa del año 1985, que enfrentaba a la Juventus y al Liverpool, murieron treinta y nueve personas como consecuencia de los incidentes provocados por los hinchas radicales). Se afirma que: «La fe de la noche de cada hombre se ha quebrado» y «cada hombre ha mordido su propia muerte entre cada hermano». Efectiva es la anáfora de «habrá»: «habrá que coger la vendimia de tanto cuerpo destrozado, / habrá que domar el instinto y recrearlo de nuevo para seguir siendo hombres». La noche de la tragedia se define como una «noche de siega», de dolorosa cosecha[3], en la que la tierra «se ha hecho intransparente» (adjetivo que aparecía también en el poema anterior y se repetirá en distintas ocasiones, siempre con connotaciones negativas).

El lema —del propio Amadoz— bajo el que se presenta «Pacto con el loco» anuncia los dos motivos centrales del poema: la muerte que culmina el ciclo de la vida y «una anhelada fe prodigiosamente oscura». Se estructura en torno a la anáfora de «pacto … pacto … pacto…» y las diversas alusiones a un tú («tu voz sinuosa me llama») que podría ser Dios o bien «el viejo mito de la muerte»:

… pacto con el loco buscador de oros,
con mis células carcomidas y con el desgarrado grito de mi noche;
pacto con mi anhelada fe que obscura me precipita y me desnuda en mi vacío;
[…]
con la fe y la esperanza que tanto necesita mi muerte[4].


[1] Este poemario no fue publicado previamente de forma exenta, sino que quedó incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

[2] Hay aquí algunas imágenes sugerentes: «las mariposas aladas de sus ojos», «la jauría de sus noches de terciopelo»; repeticiones varias, como la de «nadie levantará su voz en este inhóspito desierto»; y símiles: «como un pájaro lleno de vuelos», «cual guerrero noble», etc.

[3] En el poema siguiente encontraremos los sintagmas «vendimia de sangre» y «mis viejas cosechas».

[4] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Mito de Andrós» (1995-1998) (2)

El siguiente poema[1], ya desde el título, «Para un poeta en Nueva York», es un sentido homenaje a García Lorca, al que se evoca como «Poeta valiente / de ojos acerados», y a su poesía como el «heraldo eterno / de tu palabra», «la saliva nueva de tu palabra», «tu palabra / guerrera al viento». A veces la referencia se hace más concreta, como cuando habla de «tu canción gitana», en alusión transparente al Romancero gitano, o estos otros versos que recrean la temática y el ambiente poético de Poeta en Nueva York:

Se hiela Central Park, con los niños multicoloreados,
tu mirada blanca,
limpia,
se deshoja protectora
en aquel baile festivo
de tus tardes densas y paradas
en las que la luz se esconde compacta
y el viento se cuaja.

De ademán furtivo
se abre el alba de tu corazón
para mirar con ternura
niños que juguetean,
viejos que dormitan y mueren
en aquel cementerio en vida,
se abre el alba de tu corazón
en tu voz favorita
como un efusivo canto
de pájaros agonizantes.

Federico García Lorca

Los lectores que conozcan la poesía surrealista, plena de imágenes oníricas, de Poeta en Nueva York percibirán en estos versos —en todo el poema, en general— claros ecos de los versos lorquianos. En la composición se alude también al asesinato del granadino durante la guerra civil: «Joven poeta / segado por el cuchillo fiero / de la sangre»; y termina recordándolo elegíacamente como «joven poeta que lloras tu luz / y con el beso postrero / sientes que todo se marchita, / muere».

«A este loco de la colina» es un poema más enigmático que evoca a un personaje solitario, sin voz ni amigos, que se ignora a sí mismo, que permanece encerrado «en la jaula de sus sueños», y que bien pudiera ser una nueva alusión velada a ese Dios lejano que no deja sentir fácilmente su presencia. Y el siguiente, «Amas la libertad…», constituye un reiterado canto a la libertad, concebida como una «excelsa venus desmelenada / de mirada serena», buscada por «aventureros y navegantes». El poema es mitad evocación nostálgica, mitad apóstrofe a la libertad, considerada al mismo tiempo como «Edén añorado» y como «furtiva sirena»:

… vieja libertad de antaño
que florece como flor silvestre
en cada uno de nosotros,
y nos alimenta de crónicos anhelos
descubriendo nuestro oculto deseo
de libertad inalcanzada
[…]
vieja libertad escurridiza,
[…]
recorremos montañas y valles
para salvarte,
para proclamar tu amor
de madre,
tu frescura joven,
el misericorde rostro
de tus labios concupiscentes,
el reto inaudito
de tu, acaso, adiós definitivo[2].


[1] Este poemario no fue publicado previamente de forma exenta, sino que quedó incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Mito de Andrós» (1995-1998) (1)

En este poemario[1] se va a hacer mucho más vivo el descubrimiento del otro que ya apuntaba en los libros anteriores. A lo largo de sus diecinueve poemas, el poeta sale fuera de sí, con los ojos abiertos, recibe distintas impresiones del mundo exterior (desde la tragedia del estadio Heysel de Bruselas a la muerte de Diana de Gales), vive esos acontecimientos externos que le rasgan por dentro y le causan heridas: son padecimientos ajenos que le hacen sufrir y con-sentir con los demás. En cuanto al título[2], podemos ver en él una alusión al mito del ser humano, en general: el mito de Andrós es, en realidad, el mito de todos y cada uno de los hombres.

Hombre pensativo

También en este nuevo libro se hacen presentes los principales temas poéticos y las preocupaciones constantes en la poesía de Amadoz: la imagen del hombre como nómada, transeúnte, peregrino errante en este mundo (con alusiones más o menos veladas a la historia de Ulises y Circe), que vive en medio de su noche o de sus sombras, pero que anhela una fe (una fe problemática, conflictiva, no fácil de aceptar…); la presencia o —al menos— la intuición de un Dios, que sigue siendo todavía un Dios desconocido, un Dios oculto, etc. Resuenan en estos poemas ecos variados de San Juan de la Cruz y de Kierkegaard, de Rilke y de Antonio Machado, de Juan Ramón Jiménez y de Guillén, junto con homenajes líricos a otros poetas como García Lorca o Gabriel Celaya.

El primer poema, «Foreign God», se abre con un lema-dedicatoria a ese «Desconocido Dios / que reinas / en la gloria terrena». El yo lírico se siente mayor, es un «viejo marinero de vieja travesía», un «vigía fiel de lontananzas y mares no surcados / en esta bruma de la vida», un «hijo de los arrecifes del fuego de la lucha». Se siente, sí, viejo y cansado, un «eslabón dorado y frágil de alas de mariposa / en la inmensa cadena de la vida, / solo ante el Dios desconocido de nuestros adentros». El poema insiste en esa intuición de trascendencia de este viejo marinero, que es trasunto de cualquier hombre en su paso por el mundo: «así, / en la vida de los que navegan más allá de la gloria, / de los que recorren las calles repletas de flores y basura»[3].

«Promesas para un destino» lleva una dedicatoria a Descartes, James, Pascal «y tantos otros que buscaron la verdad en su rebeldía». El punto de vista es, de nuevo, el de un «errantecido viajero / que sueña, silencioso, en la espera / de lo invisible», que acaba evocando el río apresurado,

la corriente
de un mar desconocido,
puerto de cimas desgastadas al viento,
olvido de muertos,
niebla y nieve,
abismo y camino.

«De esta noche, muerte transeúnte» se coloca bajo el amparo de una cita del Libro de Horas de Rilke: «Creo en la Noche». Comienza así:

Acaso nos consuele el sentirnos acunados por las olas de la noche,
sentirnos mecidos en el eterno rumor de las estrellas,
en una liviana sombra que penetra y aquieta el cuerpo cansado
subiéndolo entre plumas por la escala sonora del sueño,
acaso nos consuele sentirnos aprendiz de mago que vuela entre pensamientos
de cóncavo espejo,
mirándonos contraídos en un mundo de ensueños,
acaso nos consuele el eterno silencio de las estrellas,
vueltos los ojos hacia un pasado que ya no tiene sino presente.

Y luego, a lo largo del poema, se repite obsesivamente la anáfora de «Acaso nos consuele…». El poeta siente «el peso sordo de tanto desengaño», «la soledad de la noche», noche que puede traer la muerte que le suma en la inmanencia: «muriendo transeúnte / sin saber si volveremos a despertarnos», dice. Se insiste en imágenes queridas: los hombres son «extraños de sí mismo y peregrinos de mil caminos, / aventureros de hielo que sin zozobra acaban su ensueño»; y se remata con estos versos:

… acaso nos consuele morir sin saberlo,
desconocer si emergeremos mañana de nuevo,
si perduraremos inacabadamente mecidos por las olas de la noche,
en el eterno rumor de las estrellas.

Así pues, encontramos una vez más la imagen de la noche identificada con la muerte y la inmanencia del hombre, a quien se le plantea la duda de si existe algo, Alguien, más allá[4]


[1] Poemario no publicado previamente de forma exenta, sino incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

[2] Copio las palabras de Fernández González explicativas del título, en «Río Arga» y sus poetas, p. 76, nota 39: «Andros es un mito del que escribe Ovidio en Metamorfosis, XII, 645, y forma parte, por tanto, de una metamorfosis. Andros pertenece a la estirpe de Reo, madre de Anio, rey de Delos, que fue arrojada en un arca al mar por tener relaciones con Apolo, de las que nace Anio, quien engendra cinco hijos: un varón (Andros, rey y epónimo de la isla de Andros) y cuatro hijas que al final son transformadas por Baco, su bisabuelo, en palomas (vid. Antonio Ruiz de Elvira, Mitología clásica, Madrid, Gredos, 1982, pp. 464-466)».

[3] Desde el punto de vista estilístico destaca la anáfora de «sentirse».

[4] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Poemas para un acorde transitorio» (1992-1994) (y 5)

La misma temática que en poemas anteriores[1] reaparece de nuevo en otra composición escrita «Para Juan»: es la «Melodía por un niño» (gusta Amadoz de utilizar términos musicales para los títulos de sus poemas y poemarios[2]), uno de los nietos a los que ya se dedicaba antes otro poema. El nacimiento del niño hace que el corazón cansado del yo lírico sienta un «calambre de porcelana»[3]; afirma que esa novedad «me ha vuelto la fe de mis antepasados / como un guiño que se esconde»; y al recién nacido quisiera eternizarlo:

… y hacerte hijo de las estrellas,
preludio fino de poniente
que en tus horas quedas,
asomas tímido
en tu balbuciente belleza
de indomado y jubiloso estreno.

Hombre mirando a las estrellas

En «Alguien estremecerá mi otoño», tanto la dedicatoria a Teresa de Calcuta como el lema de Rilke colocado al final, nos transportan al tema de la trascendencia deseada, anhelada, aunque siempre conflictiva, en ese otoño «de pájaros dormidos» del poeta (se acumulan otras imágenes de acabamiento: viento viejo, hoja marchita, viento herido, harapos del tiempo, secos viñedos…). Y una vez más con el ejemplo de «mis antepasados», el yo lírico espera el «paso del ángel / que todo sella» y llama a un «indómito rocío» de esperanza y vida renovada, una espera en alguien / Alguien:

Firme de luz,
mi ángel en su camino
con la ternura asida en sus manos,
el viento sonoro late
en este huerto
de perenne frescura
y frutales ensazonados,
ya atardecida la hora
de hojas secas hacia remotos jardines.

En fin, ese anuncio de esperanza en una vida nueva se redondea y hace más patente en el poema que cierra el libro, «Te completo, padre», que parte de unos bellos versos:

Yo te sigo y dilato, padre mío.
En mi propia vida te doy ensanchados ámbitos,
y de mí te completo
como me completarán mis hijos.

[…]

En nada puedo quedarme sin servirte.
Donde pongo mis manos,
otras manos añosas que son tuyas
se juntan con las mías.

Es un poema que puede leerse en clave religiosa: de la misma forma que un hijo completa a un padre y será completado a su vez por sus hijos, él, el yo lírico, el hombre, completa al Padre Dios. Esta equivalencia del padre (terreno) con el Padre (celestial) no parece inadecuada, sobre todo si tenemos en cuenta lo expresado en otros poemas y el apóstrofe final de este al Señor, con unos versos que dejan al poeta claramente abierto a lo infinito:

Tú, Señor, me has manado
en agua corriente que no acaba,
en imperiales rebaños de eternos amores,
me has dado fe para verdecer mis súplicas
y continuarte en la obra de mi padre.

Donde tú me terminas, padre, yo te dilato
y el horizonte se abre,
y no hay final sino principio,
aires que te pueblan de mis aires infinitos.

En resumen, estos Poemas para un acorde transitorio son composiciones más cercanas y llenas de vida, algunas con una génesis claramente ligada a circunstancias personales y gozosas de la vida del poeta, en particular la experiencia rejuvenecedora de los nietos. Como hemos visto, se reiteran temas, motivos e imágenes habituales; y si al comienzo del poemario se hacía presente la noche de la no fe y siempre, a lo largo de todos los poemas, la conciencia de finitud y muerte futura, al final el poeta queda abierto a «remotos jardines», a un «horizonte que se abre», a «aires infinitos». Es decir, el permanente debate entre inmanencia y trascendencia parece inclinarse ya de forma patente hacia el lado de esta última[4].


[1] Este poemario no fue publicado previamente de forma exenta, sino que quedó incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

[2] Podemos citar algunos ejemplos de esta importancia de la música en la nominación de los poemas y poemarios: acorde, melodía, acordes, poema sinfónico, cuarteto, etc.

[3] Por cierto, se hablaba de unos ojos de porcelana en un poema anterior dedicado a los nietos: «Siempre quise miraros con mis ojos de porcelana…». En otros contextos hablará de un «duende de porcelana» o de una «aventura de porcelana».

[4] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Poemas para un acorde transitorio» (1992-1994) (4)

Tras la repetición del poema «¿Por dónde descubrir caminos no hollados, rincones virginales?»[1] (que era el número XXXII y último de El libro de la creación), ahora con el subtítulo de «Elegía innominada en su nueva perspectiva de luz», vienen dos poemas dedicados nuevamente a los nietos. El primero, «Alas de vida», es un apóstrofe a Juan, que es risa, frágil melodía, lluvia fina, que inicia «su vuelo / de frágil ala de golondrina», «pájaro recién nacido […] sediento de vida». En suma, junto con la expresión de la fragilidad e indefensión del ser, una ponderación del deseo de vida, de la ternura y el amor que le rodea, y el consejo reiterado: «acaricia tus días». Notemos que, si en los primeros poemas de Amadoz aparecía la vida en abstracto, el decir poético se nos muestra ahora concretado en vidas particulares (las de los nietos); pero, frente a los que llegan al mundo, están los que se van: Guillén, o la conciencia —presente— de la finitud y próxima muerte del propio poeta…

Golondrina

El segundo de esos dos poemas, «Siempre quise miraros con mis ojos de porcelana…», se divide en dos secuencias largas numeradas como I y II, tras un lema-dedicatoria a sus nietos Guillermo, Alessandra y David. Todo el poema es una evocación de juegos y alegrías infantiles: «he subido al tiovivo de vuestro sueño». Con el mago Disney de la mano, la alegría infantil contagia al poeta y lo rejuvenece hasta el punto de que afirma «sentirme como un pequeño niño más»: comparte con ellos sus ilusiones de niños, «un aluvión de caminos y sueños mágicos», sus «sonoros ayes de alegría», todo su gozo que se reduce a «soñar, / jugar, / seguir soñando». En la número II, además de la mención de diversos héroes infantiles, se insiste en esa idea de «subir por la escala dorada de vuestras pequeñas mentes / todopoderosas para el sueño», de compartir «el juego de vuestra inocencia», hasta que los niños acaban exhaustos y dormidos:

… con el mirar azul de vuestras noches,
ya aquietados, serenos, mágicos,
hundidos en vuestro irrepetible sueño.

Con «Acaso haya que ser héroe» volvemos al terreno de los homenajes literarios, pues está dedicado al poeta pamplonés Ángel María Pascual. El poema nos habla de la necesidad de ser héroe cada día y «mirarlo todo, / vivirlo todo», «vivirlo todo / como niño pequeño» (imagen cara a Amadoz), en definitiva, de la gran heroicidad de las cosas pequeñas, del héroe-hombre que debe navegar día a día en el navío de la vida:

… acaso haya que ser
simplemente HOMBRE,
simplemente HOMBRE
en honda gratitud
con este sobrio homenaje
que la vida nos hace con todo

[…]

amarlo todo ciegamente,
vivirlo todo
y expandirlo como regalo
que a todos abarca,
que nos lleva
mano con mano
en nuestro miedo unidos,
seguros de este viejo camino
de ser simplemente
HOMBRE[2].


[1] Este poemario no fue publicado previamente de forma exenta, sino que quedó incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Poemas para un acorde transitorio» (1992-1994) (3)

En «Lejana herida»[1] el poeta constata la presencia segura de la muerte (comienza así: «Callada y segura, / la muerte vendrá un día y segará / mis primaveras vírgenes»; más adelante insiste: «la muerte vendrá un día y arrancará mi vida»; «callada y segura» se repite anafóricamente otras tres veces, subrayando obsesivamente esa conciencia de la propia muerte). En efecto, la presencia de la muerte se hace total y abrumadora en este poema, una muerte que servirá para cerrar —¿en qué sentido?— «aquella lejana herida de mi noche fría».

«Pasión oculta», igual que un poema anterior, va dedicado «A mi nieto Guillermo Rivell Amadoz». El germen inspirador es el nacimiento de ese niño, en el que ve el poeta un símbolo de todo ser que nace y se abre a la vida, de toda creación; de ahí que nos hable de nuevos destinos, de misterio naciente, de creación sin límites (abundan las imágenes positivas en la construcción del poema: rosa, viento, luz…) y que se refiera luego al fruto de «la pasión que se esconde detrás de cada rosa que nace». Es, en suma, un canto a la vida engendradora de vida.

Planta naciendo

«Te ha llegado la noche de tus sueños» (esta frase del título se repetirá más adelante) lleva una dedicatoria a Jorge Guillén, y está compuesto en la circunstancia de su fallecimiento: «te ha cogido la hermana muerte y te ha llevado de la mano». El poeta pondera

la pluma viva y densa del viento alado de tus versos, palabras desnudas que como firmes acantilados quiebran tus poemas
y los elevan puntuales a la ágil danza de tus sueños;

[…]

ahí estás ya, florecido, primaveral y nuevo,
con el poema perfecto, vertical y cuajado entre tus labios,
llorando el gozo de la luz en la noche.

Después de su noche (su muerte), los lectores quedan «sedientos de tu canto», de su Cántico (título de la obra unitaria de Guillén, en un primer momento), de la emoción de su poesía, de «la fiebre callada y exacta de tu último poema».

«Caída luz en las verdes colinas (Para una invitación)» se dedica «A Belén y Arturo», compuesto por el poeta con motivo del enlace matrimonial de uno de sus hijos; es un poema «circunstancial», escrito para esas bodas, y son versos con sabor a canción epitalámica, que elogian el amor (equiparado a pascua de la luz, mañana, cielo azul, «escalada del destino / en crepúsculo luminoso de fe», etc.)[2].


[1] Este poemario no fue publicado previamente de forma exenta, sino que quedó incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Poemas para un acorde transitorio» (1992-1994) (2)

«Se hace simple la mente…»[1], que juega con la anáfora de «se hace», es una evocación de la muerte y de lo que hay —o, más bien aquí, no hay— tras ella: «Sopla el silencioso mar de la nada, […] se ha quedado dormida en su sueño inexistente. […] Se hace simple la mente / y ya no eres nada…». Algo más misterioso es «Ay, este cerrar mis ojos» («Ay» se repite anafóricamente en las cuatro estrofillas del poema). Habla la voz lírica de «volver mis ojos al río triste de la noche» (expresión que se repite); después se dirige a un tú femenino («iluminada y bella»), que bien podría referirse a la muerte.

Con «Poesía» (también glosado antes) volvemos al asunto del poder creacional de la palabra poética y la solidaridad humana. Destaca la anáfora de «así» y varios encabalgamientos abruptos, y por ello muy expresivos. Citemos el comienzo, donde apreciamos algunos ejemplos:

Así, en este mundo desconocido
e idéntico de los que sufren como
yo sufro, de los que viven y mueren
cual yo vivo y muero, así en este mundo
solitario, en el inmenso silencio
atravesado de la soledad
derramada, luciente
y fría…

Silla solitaria

El poeta es, por definición, un solitario: habla de «esta gelidez de las almas / solas» y dice que «mi alma / partida apenas llora»; apunta entonces la solidaridad del poeta con el que es como él solitario, con el que sufre:

Voy llorando contigo
que lloras, hermano, sin tú saberlo,
amando contigo esto
que tú amas.

Y concluye:

… esta parda
ceniza que en tu amor late, este beso
que, pendido de mis labios,
a ti me ofrece enteramente, a ti.

En «Recóndita vena» (este sintagma ya se había utilizado al final del canto XXIII de El libro de la creación) el yo lírico se dirige a un Tú, con mayúscula, que se hace importante, que lo es todo para él:

Ya sé que Tú eres
el aire puro que gravita y fija
mi centro. Sé que eres
el brillo de mis años
y la densidad de mis noches,
eres el final ya hecho
de esta emprendida
y aún no comenzada
carrera.

Y sé que estás conmigo
en vuelo perenne,
y que sobre mis lados
has de posar tu peso
de Dios humanado.

Aunque mi muerte
me robe, verdecida rosa tuya
ha de brindar perfume
que vitalice así mis huesos.

En ese constante movimiento pendular entre duda y fe a que nos tiene acostumbrados, el poeta se inclina ahora claramente por la trascendencia, por la confianza en ese Dios humanado que es Cristo (destaquemos, en el haber estilístico, la bella aliteración «posar tu peso» y la anáfora «Ya sé… Sé… Y sé…»).

«Rumores nocturnos» presenta una dedicatoria «A Guillermo Rivell Amadoz, pequeño niño»; se trata de un nieto, visto poéticamente como un «pequeño animal desnudo» de mirada franca, de «frágil y abierta sonrisa». El poema se carga en su primera parte de imágenes positivas: amanecer de pájaros, profundo mar, estrellas amantes, color inmarcesible de los besos castos, espuma, manantial, sonrisa, encanto, para ponderar la alegría de esa nueva vida que se abre a la vida, a «esta hegemonía de ser / entre tanta ventana abierta a lo imperfecto». Pese a su pequeñez, pese a su desnudez («y asomas como una creación balbuciente, impregnadora, / como un animal que camina manso y dulce sin espolearse»), el niño puede ser contemplado como un «rico vástago, capaz de mirar sin turbarte al Dios escondido». Se cierra con estos dos versos:

… te he visto en tu ausencia como si no tuvieras límites,
te he visto en la sombra dibujada de mi nuevo mundo[2].


[1] Este poemario no fue publicado previamente de forma exenta, sino que quedó incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Poemas para un acorde transitorio» (1992-1994) (1)

Esta nueva entrega[1] insiste en ese cambio en el tratamiento de los temas poéticos con respecto a los primeros poemarios, en tanto en cuanto el poeta se sigue abriendo a un mundo nuevo de relaciones con los demás. El primer poema sirve para hacer balance, mira hacia el pasado, pero al mismo tiempo encara el futuro. Los que vienen después, otros diecisiete, son poemas bellos repletos de vivencias personales. Por lo demás, cabe destacar —de nuevo— la coherencia temática y de pensamiento que percibimos en todos los poemarios de José Luis Amadoz, los cuales se desarrollan en torno a unas pocas ideas nucleares que responden a unas mismas preocupaciones del autor. Por un lado, apreciamos que el poeta ha vuelto a caer en la noche fría, en la noche oscura (noche de la no fe, noche del miedo a lo desconocido tras la muerte): es el hombre que tiene la conciencia de su propia finitud y de la inexorabilidad de la muerte, en suma, el hombre que sigue caminando en medio de una aventura todavía irresuelta, en el permanente debate entre inmanencia y trascendencia (aunque aquí se acentuará ya el giro hacia la trascendencia).

Hombre frente a la noche estrellada

Se trata de un tema largamente transitado en la producción lírica de Amadoz, pero renovado aquí en los poemas dedicados al nacimiento de los nietos, que reiteran el milagro del hombre que nace al ser. Ahora el yo lírico se muestra alegre por la llegada de esos nietos, el poeta se siente rejuvenecido, recobra la ilusión al ver y sentir esas nuevas vidas que se abren al gran misterio de ser hombre, no exento de dolores y tristezas. El poeta cantará, gozoso, ese regalo de la vida, la heroicidad cotidiana de ser hombre, el largo camino que cada hombre, que todos los hombres deben recorrer. Y en ese contexto se manifestará extraordinariamente la sensibilidad del poeta, que desea ahora vivirlo todo, estar en todo y con todos… Por otra parte, encontraremos la idea de que la poesía, como acto de creación, «diviniza» (hay un par de composiciones dedicadas específicamente al quehacer poético).

«Todos y solo» se abre con un lema de Kierkegaard; el poeta se encuentra solo y desea «salir de sí y hablar de tú a todo»; es entonces cuando recuerda tardes otoñales, tardes viejas cargadas de nostalgias y, «casi feliz a ratos», se pregunta por «este destino que Dios sólo / conoce». El poema se cierra con la expresión de su conciencia de la muerte, pero también con el apunte —tímido— de la esperanza en una vida futura:

Con todos,
conmigo, con el gozo colmado
del sol de cada día, con este techo que me cubre,
todavía sin muerte,
y estas rosas crecidas
del jardín de la vida, con la entrega sobrada
que comúnmente nos hace la dicha,
con todo,
y, sin embargo, qué
solo, solo mirando
hacia lugares nuevos que presiento,
hacia parajes que reflejan vida plenamente,
libre de obscurecidas
apariencias, solo,
desgarrado, deseando
verlo todo, y amarlo todo con este
fuego tan hundido, desconocido,
solo, rasgado, en esta
mordedura sangrante
que a mí la vida me ha hecho
con todo.

«Emanación poética» (poema dividido en nueve secuencias numeradas en romanos) lleva un lema y dedicatoria a Antonio Machado y es un apóstrofe a la palabra, una reflexión sobre la creación poética que ya comentamos al trazar la poética de Amadoz[2].


[1] Poemario no publicado previamente de forma exenta, sino incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.