Una mirada rápida a los libros cervantinos de Avalle-Arce (y 3)

El volumen Don Quijote como forma de vida (Valencia, Fundación Juan March / Castalia, 1976) consta de una «Introducción» y ocho capítulos: «Directrices del prólogo de 1605», «Directrices del prólogo de 1615», «El nacimiento de un héroe», «La locura de vivir», «La vida como obra de arte», «Vida y arte; sueño y ensueño», «Un libro de buen amor» y «Libros y charlas; conocimiento y dudas». En las palabras introductorias el autor explica que no ha sido su objetivo interpretar todo el Quijote sino, más bien, «explicar algo del personaje don Quijote de la Mancha»:

El Quijote, como toda obra de arte, es un símbolo único e insustituible. Lo que esto implica para el crítico en ciernes es que se debe tener muy en cuenta el hecho fundamental de que la suma de todos los significados e interpretaciones es siempre menor que el todo de la obra de arte. Toda la crítica que se escriba sobre el Quijote hasta el Día del Juicio Final no sumará el todo de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Y con esto quedo curado en salud.

Cubierta del libro Don Quijote como forma de vida (Valencia, Fundación Juan March / Castalia, 1976), de Juan Bautista Avalle-Arce

En los dos primeros capítulos analiza los prólogos de 1605 y 1615. Comenta Avalle-Arce que don Quijote aspira al perfeccionamiento de su vida, practicando el humanismo cristiano de las armas; su vida es de absoluta ejemplaridad cristiana. Y destaca la identidad o correspondencia que se establece entre creador y criatura. En «El nacimiento de un héroe» vuelve sobre ideas ya apuntadas en «Tres comienzos de novela»: el carácter adánico del personaje don Quijote, en comparación con el determinismo del caballero (Amadís) o el pícaro (Lazarillo); es un héroe completamente al margen del folclore y de la tradición literaria, cuya heroicidad radica en la fe que tiene en su misión, o sea, en sí mismo; o la ironía cervantina, que se muestra en un continuo proceso de alusión-elusión. Explica cómo la locura es una necesidad vital para don Quijote de la Mancha, pues gracias a ella puede trazar su plan de vida, y es «el ingrediente que distingue al quijotismo de todos los otros ismos del mundo». En el capítulo IV, a la luz sobre todo del Examen de ingenios de Huarte de San Juan, se profundiza en el análisis de la locura del colérico hidalgo, que surge de una lesión de la imaginativa y la fantasía:

La locura de nuestro colérico ingenioso le lleva a trazarse un plan de vida como caballero andante. Pero el anacronismo de esta forma de vida es total dentro del mundo y las circunstancias en que le toca desempeñarse; el choque entre la forma de vida adoptada y la realidad circunstante es inevitable y continuo. 

En los capítulos V y VI se retoman ideas de «Don Quijote, o la vida como obra de arte» (análisis de los episodios de Sierra Morena y la cueva de Montesinos). El personaje, al inventarse su proyecto de ser, lo hace en forma deliberadamente artística, es decir, trata de convertir, «con rabioso tesón», su proyecto de vida en una obra de arte. Don Quijote aspira a vivir en un mundo de arte (el modelo de los libros de caballerías), lo que le obliga a transmutar la realidad prosaica y cotidiana en una realidad poética acomodada a su fantasía caballeresca (locura, papel de los encantadores, etc.); en su vigilia don Quijote lucha a diario y a brazo partido por alcanzar el ideal y en ello radica, precisamente, la esencia heroica del quijotismo y su significado profundamente humano:

Verdadera lección de heroísmo profundamente humano, de quijotismo esencial: saber que la vida es sombra y sueños, pero vivirla como si no lo fuese. El hidalgo manchego, para dejar de serlo, se empeñó en vivir la vida como una obra de arte. Un fuego fatuo que queda trascendido aquí, en alas de un impulso profundamente espiritual y cristalino. El caballero andante ha conquistado una parcela de la verdad; la conquista total sólo ocurrirá en su lecho de muerte (pp. 212-213).

El capítulo VII, «Un libro de buen amor», analiza el sentimiento amoroso de don Quijote por Dulcinea en el contexto del amor cortés y la tradición trovadoresca (servicio a la amada, vasallaje amoroso, secreto y silencio, dolor y melancolía, etc.). En fin, el VIII desarrolla la idea de que toda la vida de don Quijote estuvo sustentada en los libros y la lectura, verdaderos inspiradores de su vivir caballeresco. Se analiza el episodio del escrutinio de su biblioteca y se indica que el diálogo en el Quijote es, en su expresión más profunda, forma del conocimiento. En resumidas cuentas, don Quijote nos da una profunda lección como forma de vida humana.

La Enciclopedia cervantina (Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1997; 2.ª ed., Guanajuato, Universidad de Guanajuato / Centro de Estudios Cervantinos, 1997) es, con sus 501 páginas a dos columnas, una compilación enciclopédica de voces relativas a personajes, temas, motivos, conceptos y referencias diversas en la obra cervantina, que constituye una utilísima herramienta de trabajo. Pardo la considera «culminación de una larga vida de cervantista y perfecta expresión del carácter ciertamente enciclopédico de su erudición»[1]. El autor explica en el «Prólogo»:

El lector hallará aquí toda la producción cervantina resumida y analizada bajo el título individual de la obra particular; todo lo que entra en la composición de una obra literaria, modelos, ideas, estilo, forma; los autores, obras e ideas que influyeron sobre Cervantes, así como las ideas, obras y autores que fueron influidos por nuestro novelista; las supercherías y obras atribuidas. Todo esto aparece fichado aquí en orden alfabético, y he hecho uso de un amplio sistema de referencias internas a diversos artículos de la enciclopedia, y así espero haber facilitado su uso.

Se trata, por tanto, de una obra de referencia fundamental, un verdadero compendio de todo el saber cervantino de Avalle-Arce, donde están recogidas todas sus ideas: «Las ideas expresadas aquí son las mías, mejor dicho, ajenas, pero apropiadas e individualizadas como mías por una vida dedicada a la lectura y la meditación» («Prólogo», p. 9)[2].


[1] Pedro Javier Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, LXXXVI, 2010, p. 669.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Juan Bautista Avalle-Arce o la investigación cervantina como un “mini-sistema planetario”», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (eds.), Nómina cervantina. Siglo XX, Kassel, Edition Reichenberger, 2016, pp. 276-294.

Una mirada rápida a los libros cervantinos de Avalle-Arce (2)

La Suma cervantina, editada por Avalle-Arce y Edward C. Riley (London, Tamesis Books Limited, 1973), constituye un importantísimo volumen que, como explican los editores en su prólogo, pretendía reunir las principales tendencias de la crítica cervantina desde los años 1947-1950, aproximadamente, hasta la fecha de publicación. Los estudios recopilados, a cargo de grandes expertos cervantistas, abordan las principales cuestiones relacionadas con la vida de Cervantes, el análisis de sus obras mayores y los temas generales que «tratan de reflejar la problemática de la obra cervantina» (p. IX), a lo que se une un repaso de las atribuciones y supercherías cervantinas, y una bibliografía selecta con los estudios imprescindibles hasta principios de 1972. Alberto Sánchez es el encargado de comentar el estado de los estudios biográficos cervantinos. Se repasa después el conjunto de la producción cervantina: La Galatea (Joaquín Casalduero), Don Quijote (Avalle-Arce y Riley), las Novelas ejemplares (Peter N. Dunn), el Viaje del Parnaso y las poesías sueltas (Elias L. Rivers), las comedias (Bruce W. Wardropper), los entremeses (Eugenio Asensio) y el Persiles (Joaquín Casalduero). En el apartado dedicado a los temas, Marcel Bataillon aborda las relaciones literarias cervantinas; Enrique Moreno Báez, su perfil ideológico; Martín de Riquer, su relación con la novela caballeresca; E. C. Riley, su teoría literaria; Ángel Rosenblat, la lengua; Manuel Durán, el Quijote de Avellaneda, en tanto que Harry Levin estudia la presencia de Cervantes y el quijotismo en la posteridad. Cierra el volumen el estudio de las atribuciones y supercherías cervantinas, a cargo del propio Avalle-Arce.

Cubierta del libro Suma cervantina, editado por Juan Bautista Avalle-Arce y Edward C. Riley (London, Tamesis Books Limited, 1973)

La Suma cervantina, como su nombre indica, pretendía ofrecer una recopilación totalizadora con relación a Cervantes. La alta calidad de los trabajos que lograron reunir los dos coordinadores de la empresa hace que este siga siendo, a día de hoy, una referencia obligada en los estudios cervantinos, una obra de indispensable consulta. Dejando de lado su trabajo como editor, tres son las aportaciones del crítico navarro-argentino en este volumen. La primera es el capítulo dedicado a «Don Quijote» (pp. 47-79), escrito en colaboración con Riley: se estudia aquí el inicio de la novela, así como la voluntad de que hace gala el personaje («La voluntad es la dimensión primera de su vivir», p. 52), su carácter adánico, sus ansias de libertad y su idea de vivir la vida como obra de arte, con un análisis especial de dos episodios, el de la penitencia en Sierra Morena y el de la cueva de Montesinos. Explican:

Verdadera lección de heroísmo profundamente humano, de quijotismo esencial: saber que la vida es sombra y sueños, pero vivirla como si no lo fuese. El hidalgo manchego, para dejar de serlo, se empeñó en vivir la vida como una obra de arte. Un fuego fatuo que queda trascendido aquí, en alas de un impulso profundamente espiritual y cristiano. El caballero andante ha conquistado una parcela de la verdad; la conquista total sólo ocurrirá en su lecho de muerte (p. 59).

También plantean la cuestión del carácter improvisado o no de la novela, destacando las numerosas simetrías artísticas y correspondencias temáticas y formales que existen entre las dos partes, lo que pone de relieve la buscada organización interna de la obra; y demuestran con ejemplos que hay una progresión cumulativa, es decir, que existe una organización interna en el Quijote (abordan también la función de las novelas intercaladas).

El segundo trabajo, este escrito solo por Avalle-Arce, es «Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia setentrional» (pp. 199-212); se estudia aquí la génesis de la novela, su estructura (las notables diferencias entre las dos mitades: libros I-II / libros III-IV) y su temática, con el comentario de la cadena del ser o escala ontológica como motivo sobre el que se asienta toda la novela; igualmente, el bizantinismo del Persiles y su ejemplaridad, con el comentario del profundo simbolismo de la peregrinación de la vida humana, que convierte a la novela en una gran epopeya cristiana en prosa. Explica el crítico que «La plenitud del Persiles como novela fue sacrificada en las aras de la más alta intención ideológica» (p. 212); y concluye: «El Persiles es una novela, es una idea de la novela, y es la suma de todos los puntos de vista posibles en su tiempo sobre la novela» (p. 212).

En fin, en «Atribuciones y supercherías» (pp. 399-408) —trabajo que había sido encargado originalmente a Antonio Rodríguez Moñino, pero que no pudo entregar— Avalle-Arce reúne un total de 76 fichas con «todas las obras, mayores o menores, que en alguna época se han atribuido a Cervantes, con buena o malas intenciones» (p. 399).

Nuevos deslindes cervantinos (Barcelona, Ariel, 1975) constituye una edición renovada y puesta al día de Deslindes cervantinos (indica que se trataba de «poner mi viejo libro a la altura de mis actuales circunstancias», p. 11). El libro incluye ahora un total de nueve trabajos (los de Deslindes presentan aquí ligeros retoques en los subtítulos): «Conocimiento y vida en Cervantes» (pp. 15-72), «Tres vidas del Persiles (Cervantes y la verdad absoluta)» (pp. 13-87), «Grisóstomo y Marcela (Cervantes y la verdad problemática)» (pp. 89-116), «El curioso y El capitán (Cervantes y la verdad artística)» (pp. 117-152), «El cuento de los dos amigos (Cervantes y la tradición literaria. Primera perspectiva)» (pp. 153-211), «Tres comienzos de novela (Cervantes y la tradición literaria. Segunda perspectiva)» (pp. 213-243), «La Numancia (Cervantes y la tradición histórica)» (pp. 245-275), «La captura (Cervantes y la autobiografía)» (pp. 277-333) y «Don Quijote, o la vida como obra de arte (A manera de coda)» (pp. 335-387). Como puede apreciarse, el empleo de los subtítulos entre paréntesis sigue constituyendo un hábil y sencillo recurso para dotar de cierta estructura orgánica a los diversos temas y contenidos del libro. Reseñaré brevemente los cuatro últimos trabajos, que son los nuevos.

En «Tres comienzos de novela (Cervantes y la tradición literaria. Segunda perspectiva)» Avalle-Arce pone en relación la forma en que se presentan los personajes protagonistas en las páginas iniciales del Amadís, del Lazarillo y del Quijote. Frente al determinismo positivo que marca a Amadís, que nace abocado a un sino heroico, y el determinismo semejante pero de signo contrario que afecta a Lazarillo, don Quijote es un personaje adánico, al que conocemos superada la cincuentena de edad, del que no se nos ofrece ningún antecedente familiar, que tiene un verdadero frenesí de autorrealización: ser caballero andante. Esa libertad del personaje para hacerse a sí mismo va en paralelo con la libertad creadora del artista: el crítico considera la formulación «no quiero acordarme» del arranque como expresión de la libérrima libertad del escritor. Cervantes nos introduce a los lectores «a un mundo que se está haciendo ante nuestros ojos» (p. 234) y nos invita a que participemos «en la forja de este último gran mito occidental» (p. 243).

En «La Numancia (Cervantes y la tradición histórica)» Avalle-Arce va glosando jornada por jornada el contenido temático-ideológico de la tragedia cervantina (muerte-vida-honra-religión), escrita ad maiorem Hispaniae gloriam; en efecto, esa gloria imperial de España era un imperativo de plenitud del hombre hispánico: «La Numancia adquiere así la tonalidad de un estallido de conciencia» (p. 274). Por su parte, «La captura (Cervantes y la autobiografía)»[1] analiza el suceso histórico (el apresamiento por los piratas argelinos en 1575) que constituye el gozne de la vida del escritor. En su reconstrucción del hecho histórico, Avalle-Arce aporta algunos datos novedosos, como la fecha en la que Cervantes debió de partir de Nápoles (hacia el 6-7 de septiembre) y, sobre todo, el detalle de que la captura de la galera Sol se produjo, no a la altura de Las Tres Marías, sino cerca ya de la costa catalana, a la altura de Palamós. Cervantes llevó a cabo una sostenida reelaboración artística de este hecho histórico; aquí se repasan las distintas obras en que el manantial de su memoria avivó la creación literaria, si bien destaca el crítico que, a diferencia del de Lope, el autobiografismo de Cervantes es «sereno, recatado y pudoroso» (p. 324).

Por último, «Don Quijote, o la vida como obra de arte (A manera de coda)» analiza dos momentos del Quijote considerados centrales por Avalle-Arce: la estancia del personaje en Sierra Morena en la Primera Parte (una aventura en alta montaña) y el descenso a la cueva de Montesinos en la Segunda (una aventura subterránea). La penitencia en Sierra Morena constituye el primer acto gratuito, con conciencia de tal, que registra la literatura de Occidente, y es la culminación del deseo del personaje de vivir la vida como obra de arte. En contraste, en el episodio de la cueva de Montesinos (donde el personaje se asoma a las vivencias de su inconsciente) desciende a la sima del desengaño, lo que marca el inicio de su progresiva pérdida de la voluntad. En ambos casos se trata de aventuras climáticas, de momentos culminantes en sus respectivas partes[2].


[1] Publicado anteriormente como «La captura de Cervantes», Boletín de la Real Academia Española, XLVIII, 1968, pp. 237-280.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Juan Bautista Avalle-Arce o la investigación cervantina como un “mini-sistema planetario”», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (eds.), Nómina cervantina. Siglo XX, Kassel, Edition Reichenberger, 2016, pp. 276-294.

Una mirada rápida a los libros cervantinos de Avalle-Arce (1)

En la imposibilidad de abordar un análisis sistemático y completo del conjunto de los trabajos cervantinos de Avalle-Arce, trataré de mostrar una visión panorámica de su labor en este campo del Hispanismo. Para ello, ofreceré primero una breve glosa de sus monografías y colectáneas cervantinas, pues es en esas publicaciones donde se encuentran recopilados sus trabajos más citados (Deslindes cervantinos, Nuevos deslindes cervantinos y Suma cervantina), donde se formulan algunas de sus teorías más importantes (Don Quijote como forma de vida) o, sencillamente, donde se sintetiza en forma de entradas de diccionario todo su saber y erudición en este campo (Enciclopedia cervantina). Más tarde ofreceré el comentario de algunas otras aportaciones críticas de Avalle-Arce; y, por último, haré un sucinto repaso a su labor como editor de los textos cervantinos.

Cubierta del libro Deslindes cervantinos, de Juan Bautista Avalle-Arce

La primera contribución importante de Avalle-Arce, Conocimiento y vida en Cervantes (Buenos Aires, Instituto de Filología, 1959), quedó incorporada pronto al volumen Deslindes cervantinos (Madrid, Edhigar, 1961), en el cual reúne cinco trabajos: «Conocimiento y vida en Cervantes» (pp. 15-80), «Tres vidas del Persiles (La verdad absoluta)» (pp. 81-96), «Grisóstomo y Marcela (La verdad problemática)» (pp. 97-119), «El curioso y El capitán (La verdad artística)» (pp. 121-161) y «El cuento de los dos amigos (Cervantes y la tradición literaria)» (pp. 163-235). En esta colectánea encontramos ya algunos de los temas seminales en la exploración que lleva a cabo Avalle-Arce del universo artístico e ideológico de Cervantes. El primero de los trabajos, publicado originariamente en la revista Filología como homenaje a su maestro Amado Alonso, aborda el análisis del tema de la verdad y sus formas de conocimiento (por autoridad, experiencia o razón); es decir, analiza la triple relación de conocimiento, verdad y vida. Se centra primero en el comentario de don Quijote como personaje que tiene una fe ciega en la autoridad literaria; y luego en el análisis ideológico del Persiles, que tiene el objetivo de retratar la verdad absoluta. En «Tres vidas del Persiles (La verdad absoluta)» analiza las figuras del español Antonio (que representa el honor), el italiano Rutilio (la lascivia) y el portugués Manuel (el amor), tres vivires distintos que sintetizan el vivir nacional. Las tres contribuciones restantes están directamente relacionadas con el Quijote, en concreto con sendas historias intercaladas: la de Grisóstomo y Marcela (aborda el dilema de la muerte —por amor o suicidio— del pastor enamorado); la relación entre la historia de El curioso impertinente y la que le sigue, la historia del capitán cautivo y Zoraida (el autor las interpreta como historias antagónicas en la que la del Curioso se identifica con lo literario, en tanto que la del Capitán se muestra como una referencia al aspecto histórico y vital); y, finalmente, un repaso por la tradición literaria del cuento de «los dos amigos», que es fundamental en la construcción de El curioso impertinente y también en otras obras cervantinas.

Estos cinco trabajos incluidos en Deslindes cervantinos, aunque independientes, entablan cierto diálogo entre sí, lo que se percibe ya desde el intencionado empleo de los subtítulos entre paréntesis. Pero las ideas expuestas se van conectando en un plano más profundo: si el primero de los trabajos muestra que el Persiles es el máximo ejemplo de la verdad fruto de la fe y el dogma, el segundo profundiza en esa misma línea de análisis. En el cuarto trabajo, al comentar El curioso, se apunta la relación con el motivo tradicional del cuento de los dos amigos, y a recorrer esa tradición literaria a lo largo de ocho siglos dedicará el último de los trabajos (no centrado exclusivamente en Cervantes), etc. Igualmente, muchas de estas ideas seminales se incorporarán —matizadas o ampliadas— a otros trabajos posteriores[1].


[1] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Juan Bautista Avalle-Arce o la investigación cervantina como un “mini-sistema planetario”», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (eds.), Nómina cervantina. Siglo XX, Kassel, Edition Reichenberger, 2016, pp. 276-294.

Breve síntesis biográfica y semblanza crítica de Juan Bautista Avalle-Arce

Juan Bautista Alejandro Guadalupe de Avalle-Arce y Arce[1] —tal era su nombre completo— nació en Buenos Aires el 13 de mayo de 1927. Su familia, originaria del navarro valle de Arce, era de honda ideología carlista (don Carlos María Isidro de Borbón, Carlos V, la había distinguido con un título aristocrático, el Marquesado de la Lealtad), y había emigrado a la Argentina en tiempos de la Primera Guerra Carlista. Es en el seno familiar donde Avalle-Arce se impregnará de su tradicionalismo ideológico y de su «ferviente catolicismo»[2]. A los seis años fue enviado a estudiar a un internado en Escocia, donde permanecería hasta los catorce años (1933-1944). Allí, estudiando en St Andrew’s School, fue donde leyó por primera vez el Quijote. De regreso en Argentina, realiza sus estudios de bachillerato en el Colegio Nacional de Buenos Aires; después se formó con Amado Alonso —otro navarro de familia carlista—, quien lo animó a cursar estudios en el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, donde «empezó a trabajar en una mesa que don Amado le asignó tras la primera entrevista»[3]; allí tuvo ocasión de coincidir con ilustres investigadores como Pedro Henríquez Ureña, María Rosa Lida, Raimundo Lida, Marcos Morínigo, Enrique Anderson Imbert, Ana María Barrenechea o Ángel Rosenblat. Allí publicaría también sus primeros artículos, «cuando todavía vestía pantalones cortos»[4]. Siguiendo los pasos de su maestro, en 1948 Avalle-Arce se trasladó a la Universidad de Harvard, donde se licenciaría en 1952 (tras obtener los grados de Bachelor y Master of Arts), y donde se doctoraría en 1955, ahora ya bajo la dirección de Raimundo Lida, con su tesis sobre La novela pastoril española. Después trabajó como profesor en Ohio State University (1955-1960), en Smith College, Northampton (1961-1969), en la University of North Carolina at Chapel Hill (1969-1984), donde ocupó la Cátedra William Rand Kenan Jr. de Lenguas Romances; y, por último, en la University of California, Santa Barbara (1984-2003), en la que regentó la Cátedra Miguel de Barandiarán de Estudios Vascos, donada por el Gobierno Vasco. Como comenta Ascunce, «dejó una profunda estela de magisterio y humanidad por aquellas universidades americanas donde ejerció […] como catedrático»[5]. En efecto, bajo su dirección se formaron investigadores como John J. Allen, Howard Manzing, José Labrador, Elena Delgado, Juan Fernández-Jiménez o José Miguel Martínez Torrejón, entre otros. Pero la docencia de Avalle-Arce no se limitaba solo al trabajo con sus doctorandos; enseñó igualmente durante décadas, «con ahínco y pasión», a sus estudiantes de licenciatura, como ha puesto de relieve Fuentes[6]. «Sus alumnos le daban vida y le rejuvenecían», escribe Azcona Larumbe[7]. En conjunto, su carrera supone «medio siglo dedicado al hispanismo en la universidad americana»[8]. En 1994, el Gobierno de Navarra lo propuso como candidato al premio Príncipe de Asturias de las Letras «por su aportación al estudio y difusión de la literatura española en todos los ámbitos internacionales del hispanismo» y, de modo especial, por sus estudios sobre la obra de Cervantes. Tras su jubilación, Avalle-Arce dejó su rancho Etxeberria (‘casa nueva’) en el californiano valle de Santa Ynez y volvió a España, «a recuperar sus orígenes», como él mismo decía; residió primero en San Sebastián, y desde 2006 en el pequeño pueblo navarro de Enériz, en una casa con huerta-jardín a la que llamó Ibaiondo (‘junto al río’). Falleció en Pamplona, en la Clínica Universidad de Navarra, el día 25 de diciembre de 2009.

Juan Bautista Avalle-Arce

Avalle-Arce fue miembro de destacadas asociaciones internacionales como la Hispanic Society of America, la Academia Argentina de Letras, la Academy of Literary Studies (Estados Unidos), y correspondiente de la Academia de Buenas Letras de Barcelona. Fue además uno de los creadores de la Society of Basque Studies in America. En 1992 la Universidad de Castilla-La Mancha le concedió el doctorado Honoris Causa[9]. Su curriculum vitae reúne unas 300 publicaciones académicas (artículos, publicaciones en obras colectivas…) y una cincuentena de libros (monografías o ediciones de obras literarias), que versan sobre la literatura de la Edad Media, los Siglos de Oro (Renacimiento y Barroco) y la Época Moderna y Contemporánea. Además de sus estudios dedicados a Cervantes y su obra, Avalle-Arce nos legó importantes aportaciones sobre el Cancionero y el Romancero, las crónicas medievales, el Amadís y otros libros de caballerías, las crónicas de Indias (en especial, el Inca Garcilaso de la Vega y Gonzalo Fernández de Oviedo), la novela pastoril (Jorge de Montemayor), la novela picaresca o Lope de Vega, sin que falten estudios sobre autores modernos como Galdós, Valera, Valle-Inclán o García Lorca, por citar solo los más señeros. El conjunto de estas obras atestigua «una hercúlea voluntad de totalidad», según ha escrito Pardo[10], quien comenta que las dos cualidades por las que sobresale su producción son «inteligencia y trabajo»[11]; habla también de «su finura como lector, aderezada siempre por la sencillez y elegancia de su prosa»[12], y añade:

Avalle-Arce siempre se mantuvo deliberadamente al margen de escuelas y teorías críticas, para bien o para mal, pero esa actitud un tanto quijotesca se nutría de tales cualidades u otras directamente relacionadas con ellas: un sano escepticismo que, paradójicamente, lo hacía estar siempre dispuesto a escuchar las ideas ajenas […] y un profundo y erudito conocimiento de la literatura, adquirido a base de leer y estudiar […]. Si a estas cualidades añadimos su voluntad de claridad, no es difícil ver en él la sencillez de la auténtica sabiduría, que representaba también en su persona y trato. Avalle-Arce pertenecía a esta estirpe de sabios sencillos y encarnaba una forma de concebir el humanismo que poco a poco va desapareciendo. Con su muerte, también se va cerrando una de las páginas más brillantes —intelectualmente hablando— del hispanismo, la del exilio[13].

Por su parte, López-Grigera comenta que Avalle-Arce logró «acumular sistemáticamente una erudición casi sin límites, que le permitiría a su aguda inteligencia ser el cervantista que fue»[14]; y lo retrata con breves palabras:

Era humilde. Sencillo. Veneraba a sus maestros. Y sus maestros le querían entrañablemente. Respetaba a todos, incluso a los que no coincidían con él. Más aún, tenía la virtud de saber encontrar el marfil de los dientes del perro muerto, como dice Tagore, en uno de sus apólogos, que hacía Jesús[15].

Víctor Fuentes escribe que «la figura de Juan Bautista se aparece como la de un nuevo Cide Hamete (en este caso vasconavarro), de la crítica de toda la obra de Cervantes, por lo que cala en su múltiple perspectivismo, por lo dentro de ella que está, pero sin pretender imponerle su propio yugo personal o ideológico»[16]. Formado con los maestros del Instituto de Filología de Buenos Aires (en especial, Amado Alonso y Raimundo Lida), Avalle-Arce permaneció siempre alejado de modas y corrientes críticas. Sus estudios destacan por su erudición, su rigor académico y su profundidad de pensamiento, expresado siempre de una forma sencilla y amena: como él mismo declara en distintos lugares, huía de las teorías modernas y de sus complejas formulaciones y nomenclaturas. Por ejemplo, en el capítulo inicial de Las novelas y sus narradores, escribe: «no haré uso de las espeluznantes terminologías contemporáneas porque éstas imposibilitan el diálogo con el no iniciado, y mi más ahincado deseo es el de facilitar el diálogo con mis lectores» (p. 13). Así pues, sus ideas parten siempre de una lectura atenta y respetuosa del texto, que analiza buscando su sentido profundo, pero sin traicionarlo o retorcerlo para hacerle decir lo que no dice, sin proyectar sobre él, de forma anacrónica, impertinentes conceptos abstrusos u opacas teorías. En distintas ocasiones (por ejemplo en el capítulo VIII de Don Quijote como forma de vida) nos alertó sobre los desenfoques de la crítica moderna, la cual queda desorientada cuando «trasponemos en forma instintiva, sin darnos cuenta, nuestra realidad de investigadores a los Siglos de Oro». Y antes, en el capítulo IV, había dejado señalado que «lo mejor es abandonar la ruidosa senda por donde han transitado y transitan los modernos exégetas, consultar el texto original y proyectarlo, ya bien meditado,
en su marco contemporáneo». Jaime Fernández ha resumido las principales
cualidades de sus estudios cervantinos:

Entre su múltiple actividad académica, uno de los universos literarios para él más queridos es, sin duda alguna, el de Cervantes. Leyendo sus magnas obras […], el lector se siente entre los personajes cervantinos, como uno más de ellos, o se encuentra de pronto dialogando con el autor. Porque uno de los talentos envidiables de Avalle-Arce es el de saber infundir vida a las figuras literarias objeto de su estudio, merced a las penetrantes incursiones que efectúa en el alma de su creador Cervantes. La creación literaria, sus misteriosos mecanismos humanos y los influjos ejercidos y recibidos por el autor en las coordenadas culturales de su época, son campos en los que Avalle-Arce se mueve con absoluta soltura. Copiosas lecturas, un excelente e incalculable fichero de referencias ajenas y sobre todo de ideas propias, soñadas, rectificadas y pulidas a través de los años, y una ponderada y sosegada meditación, son los pasos previos de rigor para la redacción de sus artículos y libros que suele realizar, sin mediar borrador alguno, directamente sentado a la máquina de escribir o —desde hace algunos años— procesador de palabras[17].

Y también ha enumerado sus aportaciones más significativas en este terreno:

Sus finos estudios sobre el «acto gratuito» de Don Quijote en su Penitencia de Sierra Morena, la dolorosa revelación del subconsciente en su visión de la Cueva de Montesinos, la imparcial y respetuosa oscilación cervantina ante las esencias misteriosas del humano vivir en el episodio de Marcela y Grisóstomo, el rastreo literario de las fuentes de El curioso impertinente, el sentido de la locura y el amor de Don Quijote, las relaciones profundas entre conocimiento, vida y verdad en la obra de Cervantes, el significado de la alegoría del Persiles, se destacan ya como clásicos indiscutibles en la ingente y proteica bibliografía del primer novelista de todos los tiempos. Y en todos esos estudios Avalle-Arce se ciñe al mundo interno del autor, al proceso íntimo de su creación, sin tener que recurrir, salvo en muy contadas excepciones, a instrumentos de análisis crítico que, por su lejanía temporal y espiritual del texto, resultan desorientadores y de dudosa validez[18].

Quizá convendría añadir a esta lista un par de aportaciones significativas: una, su teoría sobre el «narrador infidente» que hace su aparición en la Segunda Parte del Quijote, teoría cara al crítico, expuesta en distintas ocasiones y lugares; otra, su certera interpretación de los acercamientos cervantinos a la narrativa pastoril y a la picaresca, moldes que conocía perfectamente y con los que entra en continuo diálogo, si bien modificando sustancialmente los rasgos canónicos de los respectivos modelos (Diana, Amadís), lo que nos habla de la inmensa capacidad de Cervantes para entrar en diálogo con la tradición literaria, pero aportando siempre —añadir a lo inventado, en expresión del propio escritor— grandes dosis de originalidad que la renuevan[19].


[1] Aprovecho para esta entrada los datos ofrecidos en distintas semblanzas y notas necrológicas de nuestro autor, quien en ocasiones firmaba también sus trabajos académicos como Juan Bautista de Avalle-Arce. Ver, especialmente, José Ángel Ascunce, «Juan Bautista Avalle-Arce: el sueño de una tierra», El Diario Vasco, 29-12-1992, p. 49; y «El exilio del desencanto vencedor», en Manuel Aznar Soler (ed.), Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) / Renacimiento, 2006, pp. 17-34 [sobre Avalle-Arce, las pp. 26-28, apartado «Un carlista: Juan Bautista Avalle-Arce (Buenos Aires, 1927)»]; Begoña Azcona Larumbe, «Semblanza de Juan Bautista», en Miguel Zugasti (ed.), «Calamo currente». Homenaje a Juan Bautista de Avalle-Arce, número monográfico de Rilce. Revista de filología hispánica, 23.1, 2007, pp. 17-19; Jaime Fernández, «Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», Mundaiz (Universidad de Deusto, San Sebastián), 44, julio-diciembre de 1992, pp. 147-165; Víctor Fuentes, «Laudatio de Juan Bautista de Avalle-Arce», en Miguel Zugasti (ed.), «Calamo currente». Homenaje a Juan Bautista de Avalle-Arce, cit., pp. 21-24; Luisa López-Grigera, «Juan Bautista (1927-2009)», Cervantes. Bulletin of the Cervantes Society of America, vol. XX, number 1, Spring 2010, pp. 5-7; y Pedro Javier Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, LXXXVI, 2010, pp. 667-672.

[2] A su ideología carlista y a su «ferviente catolicismo» se refiere el propio autor en Nuevos deslindes cervantinos, Barcelona, Ariel, 1975, pp. 115-116, nota 26. Como escribe José Ángel Ascunce, «Juan Bautista bebió del manantial ideológico familiar tanto su vasco-navarrismo como el carlismo, de forma que estos dos pilares representan uno de los rasgos más característicos de su personalidad emocional («El exilio del desencanto vencedor», p. 26), quien lo considera un caso de «exilio del desengaño vencedor». Por su parte, Jaime Fernández ofrece esta etopeya: «Figura menuda y espíritu amplio y universal, cristiano de acendrada fe, infundiendo optimismo y alegría, hospitalario y amable, agradecido incluso al gesto más sencillo y casual de humano acercamiento, y con un fino sentido del humor, rasgo ya connatural en él por la prolongada convivencia e íntimo diálogo con Cervantes, la amistad de Juan Bautista es una joya de inapreciable valor» («Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», pp. 148-149).

[3] Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», p. 668.

[4] Azcona Larumbe, «Semblanza de Juan Bautista», p. 19.

[5] Ascunce, «El exilio del desencanto vencedor», p. 28

[6] «Lo que es menos conocido, y en donde veo yo una sentida compenetración personal con el hondo humanismo cervantino-quijotesco, es su amor a la enseñanza, a impartir el conocimiento y el amor a la lectura, la literatura y la cultura, en los jóvenes estudiantes subgraduados, de licenciatura» (Fuentes, «Laudatio de Juan Bautista de Avalle-Arce», p. 24).

[7] Azcona Larumbe, «Semblanza de Juan Bautista», p. 17.

[8] Ascunce, «El exilio del desencanto vencedor», p. 28. Y Miguel Zugasti escribe: «Seis décadas ininterrumpidas consagradas a la docencia y la investigación en muy diversos aspectos de la literatura hispánica avalan una trayectoria que bien se merece el aplauso y el reconocimiento generales» («Calamo currente». Homenaje a Juan Bautista de Avalle-Arce, p. 1).

[9] Recibió importantes premios de la Fundación Guggenheim, ACLS, American Philosophical Society, National Endowment for the Humanities (NEH Senior Fellow, Universidad Interamericana, Puerto Rico, 1993), el Premio Bonsoms (Barcelona) o el Premio del Centro Gallego.

[10] Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», p. 670, quien destaca otras características como el tesón, la perseverancia y el esfuerzo. Ver sendos listados con las publicaciones de Avalle-Arce en Fernández, «Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», pp. 151-165, y en Zugasti, («Calamo currente». Homenaje a Juan Bautista de Avalle-Arce, pp. 3-15 (se excluyen aquí sus numerosas reseñas).

[11] Pedro Javier Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, LXXXVI, 2010, p. 671.

[12] Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», p. 669.

[13] Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», p. 671.

[14] Luisa López-Grigera, «Juan Bautista (1927-2009)», «Juan Bautista (1927-2009)», Cervantes. Bulletin of the Cervantes Society of America, vol. XX, number 1, Spring 2010p. 6.

[15] López-Grigera, «Juan Bautista (1927-2009)», p. 6.

[16] Víctor Fuentes, «Laudatio de Juan Bautista de Avalle-Arce», en Miguel Zugasti (ed.), «Calamo currente». Homenaje a Juan Bautista de Avalle-Arce, número monográfico de Rilce. Revista de filología hispánica, 23.1, 2007, p. 22.

[17] Jaime Fernández, «Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», «Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», Mundaiz (Universidad de Deusto, San Sebastián), 44, julio-diciembre de 1992, p. 149.

[18] Fernández, «Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», p. 149.

[19] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Juan Bautista Avalle-Arce o la investigación cervantina como un “mini-sistema planetario”», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (eds.), Nómina cervantina. Siglo XX, Kassel, Edition Reichenberger, 2016, pp. 276-294.

Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009) o la investigación cervantina como un «mini-sistema planetario»

Juan Bautista Avalle-Arce (Buenos Aires, 1927-Pamplona, 2009) es una de las figuras señeras del Hispanismo del siglo XX. Formado primero en el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires y luego en la Universidad de Harvard con sus maestros Amado Alonso y Raimundo Lida, su investigación ha iluminado aspectos de numerosos autores, géneros y obras, desde las crónicas medievales y el Romancero hasta escritores contemporáneos como García Lorca, pasando por la novela pastoril, la caballeresca, las crónicas de Indias, Lope de Vega, etc. En todo caso, el verdadero núcleo de su producción ha sido Cervantes, cuya obra no solo ha analizado en profundidad escudriñando sus entresijos estéticos e ideológicos, sino que además la ha editado (toda su narrativa —La Galatea, el Quijote, las Novelas ejemplares, el Persiles— y los entremeses). En la inmensidad de la bibliografía cervantina, sus monografías y colectáneas de artículos, así como los volúmenes que coordinó para reunir los trabajos de los más prestigiosos cervantistas, constituyen referencias fundamentales y de obligada consulta, en especial Deslindes cervantinos (1961), Suma cervantina (1973) —en colaboración con E. C. Riley—, Nuevos deslindes cervantinos (1975), Don Quijote como forma de vida (1976), «La Galatea» de Cervantes cuatrocientos años después (Cervantes y lo pastoril) (1985) y Enciclopedia cervantina (1997). Sólida erudición, profundidad de pensamiento y una amena claridad expositiva de sus doctas ideas son algunas características destacadas de sus escritos cervantinos, que forman, en palabras del propio crítico, «un mini-sistema planetario»[1].

Juan Bautista Avalle-Arce. Foto: Manuel Castells (Archivo Fotográfico Universidad de Navarra)
Juan Bautista Avalle-Arce. Foto: Manuel Castells (Archivo Fotográfico Universidad de Navarra).

No resulta tarea fácil ofrecer aquí una semblanza completa y cabal de Juan Bautista Avalle-Arce como cervantista —sin duda alguna, uno de los más destacados de todos los tiempos. Tuve ocasión de conocer personalmente a don Juan Bautista en el tramo último de su vida, cuando —finalizada ya con la jubilación su dilatada trayectoria académica en los Estados Unidos— había regresado a España, a las raíces geográficas y familiares, para residir primero en San Sebastián y luego en Enériz (Navarra). Antes, claro, sus trabajos cervantinos habían constituido para mí objeto de lectura y estudio, pero en esos años, aprovechando la gozosa circunstancia de su cercana residencia, desde la Universidad de Navarra Avalle-Arce fue invitado, en distintas ocasiones, para dictar algunos seminarios y conferencias, y más tarde para recibir un merecido homenaje académico, brindado de forma conjunta con la Universidad de California, Santa Barbara; y estas circunstancias fueron las que me permitieron entablar con él una cordial relación que, si bien no fue muy prolongada en el tiempo ni llegó a alcanzar el grado de una profunda amistad, sí resultó extremadamente grata; y siempre que tuvimos ocasión de coincidir y conversar, el trato que el prestigioso cervantista —con apariencia ya de venerable anciano— dispensó al joven aprendiz de filólogo fue siempre de una cercana y amable humanidad. Y es así, desde el respeto que me merece su ingente producción como investigador y desde el cariño que despierta en mí el recuerdo de su entrañable persona, como abordo ahora la complicada tarea de ofrecer una visión panorámica —que a la fuerza habrá de hacerse en apretada síntesis, en sucesivas entradas— de la destacada y muy fructífera labor como cervantista de Juan Bautista Avalle-Arce[2].


[1] Juan Bautista Avalle-Arce, Nuevos deslindes cervantinos, Barcelona, Ariel, 1975, p. 13.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Juan Bautista Avalle-Arce o la investigación cervantina como un “mini-sistema planetario”», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (eds.), Nómina cervantina. Siglo XX, Kassel, Edition Reichenberger, 2016, pp. 276-294.