Don García Hurtado de Mendoza en «El gobernador prudente» de Gaspar de Ávila (8)

Hasta ahora hemos revisado, en sucesivas entradas, la faceta de don García Hurtado de Mendoza como buen gobernante que ofrece la comedia de Gaspar de Ávila[1]. Examinaremos a continuación su retrato como buen militar. En efecto, diversos detalles a lo largo de la comedia van poniendo de relieve la actuación de don García como jefe militar avisado y sagaz frente a los rebeldes araucanos. Cuando Caupolicán se apresta al combate, se alude a la enorme desventaja numérica de los españoles (trescientos frente a 100.000 indios), lo que causa el comentario admirado de Lautaro:

¡Que con trecientos soldados
se atreva un hombre a venir
a conquistar y a rendir
cien mil tigres conjurados! (vv. 1481-1484)[2].

lautaro2

Además, don García es perspicaz, pues descubre que la embajada de paz de Colocolo es un engaño: don Felipe interpreta la petición de cese de hostilidades que hace el anciano como una muestra del temor araucano, pero don García, más avisado, advierte que se trata de un «ardid cauteloso, / como lo veréis después» (vv. 1735-1736); es decir, tiene la clarividencia suficiente para anticipar lo que va a suceder. De este modo argumenta el gobernador su deducción:

Venimos a restaurar
lo que ellos saben ganar,
y cuando matan y hieren,
¿piden partido? Estos quieren
solamente asegurar,
y debajo de traición
nos encubren su intención,
que en ella arguye malicia
argumentar la injusticia
y abrazar la sujeción (vv. 1739-1748).

Don Luis le pregunta por qué ha disimulado entonces conocer la industria del enemigo. Es que don García se piensa valer de ella: los indios creerán que está descuidado y de este modo los podrá castigar más fácilmente. Don Felipe pondera así su saber y su valor:

Hoy veremos
rendidos por tu saber
del araucano poder
los arrogantes estremos (vv. 1780b-1783).


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] Cito por Gaspar de Ávila, El gobernador prudente / The Prudent Governor, ed. de Patricio Lerzundi, Lewiston / Queenston / Lampeter, The Edwin Mellen Press, 2009, con ligeros retoques en la puntuación. Para más detalles sobre la comedia, ver Carlos Mata Induráin, «Del panegírico a la hagiografía: don García Hurtado de Mendoza en El gobernador prudente de Gaspar de Ávila», Hispanófila, 171, junio de 2014, pp. 113-137.

Don García Hurtado de Mendoza en «El gobernador prudente» de Gaspar de Ávila (7)

En una escena posterior[1], una legión de indios acudirá a someterse a «San García», explicando que, si se rebelaron, fue por el mal tratamiento que les dio el gobernador anterior, «que a tratarlos con agrado, / ellos supieran sufrir, / obedecer y servir» (vv. 2430-2432)[2], tal como afirma don Felipe. Don García acepta gustoso todas las disculpas, y los indios se muestran dispuestos a labrar las minas y a poblar los lugares despoblados. De nuevo sus palabras ponen de manifiesto su buen juicio:

Solo el fin de mis cuidados
es ese: si ellos me dan
la tierra como la halló
Valdivia, no tendré yo
razón de pedirles nada.
Verla quiero restaurada,
pero destruida no (vv. 2444-2450).

Cuando don Felipe le pregunta qué tributo han de pagar los indios, responde que lo dejará a la libre elección de ellos:

DON FELIPE.- ¿Qué tributo han de pagar?

DON GARCÍA.- Solo aquel que ellos quisieren
voluntariamente dar.

DON FELIPE.- Será muy poco el que quieren.

DON GARCÍA.- Antes se ha de acrecentar,
y entre ellos medir verás
con menos corto compás
lo que juzgaron injusto,
que el que da con proprio gusto
siente menos, dando más.
Aunque mira a sujeción
el dar por contribución,
ya es parte de libertad
hacer de la cantidad
ellos mismos la elección.
Y cuando de nada pueda
servir esta cortesía,
nuestro derecho nos queda
a salvo.

DON LUIS.- Vueseñoría
dice bien. Todo suceda
como pide su saber (vv. 2451-2471).

Araucanos, por Claude Gay

Eso sí, don García deja claro que, si los araucanos se obstinan «arrogantes y tiranos» (v. 2486) en la rebelión, él sabrá defender «nuestro derecho»:

Mal harán
si, arrogantes y tiranos,
pretenden los araucanos
impedir nuestro derecho,
que si a estos les doy el pecho,
para ellos guardo las manos (vv. 2485b-2490).

Don Felipe anuncia la decisión de los indios de poblar diez lugares y de dar tributo doblado. Don García reitera la idea de que antes no tributaban porque los trataban mal, y ofrece nuevas lecciones de buen gobierno, que pueden resumirse en los versos de esta quintilla:

Traten solo de agradar
los que quieren gobernar
y lograrán su intención,
que aun hay en la sujeción
modo también de obligar (vv. 2541-2545).

En suma: prudencia y sentido común aplicado a todos los órdenes de las cosas, justicia ejemplar tanto para los indios como para los españoles, un trato amistoso e imposición de unos tributos no excesivos, tales son algunos de los pilares que sostienen la buena gobernación de don García.


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] Cito por Gaspar de Ávila, El gobernador prudente / The Prudent Governor, ed. de Patricio Lerzundi, Lewiston / Queenston / Lampeter, The Edwin Mellen Press, 2009, con ligeros retoques en la puntuación. Para más detalles sobre la comedia, ver Carlos Mata Induráin, «Del panegírico a la hagiografía: don García Hurtado de Mendoza en El gobernador prudente de Gaspar de Ávila», Hispanófila, 171, junio de 2014, pp. 113-137.

Don García Hurtado de Mendoza en «El gobernador prudente» de Gaspar de Ávila (6)

Tenemos, pues, un retrato de don García diestro igualmente en armas y letras, según el tópico clásico, impartiendo justicia por igual a españoles y araucanos[1]. Otro discurso donde explicita su programa de gobierno lo pronuncia con ocasión de la embajada de Colocolo. Don García, cortés, ha pedido que den asiento al embajador araucano, lo que molesta a su hermano don Felipe; esta la más que digna réplica del gobernador:

Por el honor del vencido
se reputa el vencedor;
y como miro al blasón
a que aspiro en la victoria,
por hacer mayor su gloria
les doy esta estimación.
Y no podremos perder
nada, Arauco no domado,
cuando hayamos obligado
a los que pueden vencer;
que estando este bien dudoso,
ignorancia hubiera sido
anticipar el vencido
la ofensa del vitorioso.
Y caso que deste error
sobre alguna parte aquí,
siempre son buenas por sí
las dádivas del honor (vv. 1591-1608)[2].

No nos extrañará, pues, que a continuación Colocolo elogie con palabras hiperbólicas a don García en su saludo:

Deidad humana, español,
claro honor de los Mendozas,
que en el primer arrebol
de tu juventud te gozas
lleno de rayos del Sol,
¡él te guarde! (vv. 1609-1614a).

Colo-Colo

Merece también comentario la escena con la india Guacolda prisionera, que pone de relieve la cortesía (pero también la prudencia) del gobernador. Don Felipe y don Luis la han traído presa y ella les pide que la maten, si son caballeros. Discuten ambos por la posesión de la india, actitud que justifica Bocafría: ha habido «saetazo de Cupido» (v. 2107) y hay que tener en cuenta que los dos españoles «son mozos y están a diente» (v. 2111). «Libre los dos la dejad», sentenciará don García (v. 2114), orden que no solo subraya su caballerosidad, sino además su prudencia, pues sabe que una mujer tan bella puede causar problemas y rivalidades en el campamento[3]. Estas son sus palabras:

Conozco que es su beldad
la causa desta porfía.
Y si amorosas pasiones
turban honrosos blasones,
menos dañoso ser puede
que libre una india quede,
que presos dos corazones;
que aunque pensar fuera error
que se reduce a delito
el gusto donde hay honor,
flaquezas del apetito
entorpecen el valor.
Libre estás (vv. 2116-2128a).

Guacolda insiste entonces en que no pide la libertad sino la muerte, pues dársela será un rasgo de piedad, atendiendo a su adversa fortuna. Don García le pregunta por qué aborrece la vida y ella se explica con lenguaje galante, al tiempo que elogia al jefe de los españoles, al que califica de

Capitán prudente y sabio,
a cuyos valientes hechos
la restauración de Chile
tiene reservada el cielo (vv. 2138-2141).


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] Cito por Gaspar de Ávila, El gobernador prudente / The Prudent Governor, ed. de Patricio Lerzundi, Lewiston / Queenston / Lampeter, The Edwin Mellen Press, 2009, con ligeros retoques en la puntuación. Para más detalles sobre la comedia, ver Carlos Mata Induráin, «Del panegírico a la hagiografía: don García Hurtado de Mendoza en El gobernador prudente de Gaspar de Ávila», Hispanófila, 171, junio de 2014, pp. 113-137.

[3] Para los episodios amorosos entre españoles y araucanas presentes en estas comedias, ver Carlos Mata Induráin, «“Cautivo quedo en tus ojos”: el cautiverio de amor en el teatro del Siglo de Oro sobre la conquista de Arauco», en El cautiverio en la literatura del Nuevo Mundo, ed. de Miguel Donoso, Mariela Insúa y Carlos Mata, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2011a, pp. 169-193.

Don García Hurtado de Mendoza en «El gobernador prudente» de Gaspar de Ávila (5)

Volvamos de nuevo ahora al campo español[1]. La conversación de don García con don Luis de Toledo, don Felipe de Mendoza y Bocafría nos entera de que el gobernador ha dado un pregón para que se presenten ante él todas las personas ofendidas, cualquiera que tenga alguna queja[2]. Ha acudido un indio cristiano al que Villagrán le sacó de su buhío dos barras de oro, y don García ordena que se le devuelvan de las doce que constituían su regalo de bienvenida. Cuando don Felipe replica que faltará dinero para el hospital, el gobernador da esta ejemplarizante respuesta:

Lo primero, al gobernar,
se sigue el restituir
y luego el distribuir
sin ofender ni quitar;
que en las obras se condena
y por malo se señala
el que consiente la mala
para conseguir la buena.
Y así, la ley que previene
estos casos más me incita
a volver lo que se quita
que a dar lo que no se tiene (vv. 1529-1540)[3].

Y sigue el elogio de un gobernador tan prudente en labios del gracioso Bocafría:

Yo afirmaré de mi mano,
según lo que alcanzo yo,
que desde que Adán pecó
no ha visto el género humano
ministro tan puntual,
gobernador tan prudente,
vasallo más obediente,
ni tan digno general.
Puede ser Vueseñoría
general de un escuadrón
de mártires del Japón,
todos de la Compañía.
Generalísimo puede
ser de los anacoretas
del yermo, a quien los profetas…
Pero basta, aquí se quede,
porque aun no he mirado apenas
el Flosantorum primero
de Villegas, y no quiero
meterme en vidas ajenas (vv. 1541-1560).

Dejando de lado la mención de los mártires jesuitas del Japón (vv. 1549-1552), importante para la datación de la comedia, interesa la alusión al Flos Sanctorum de Alfonso de Villegas[4], que tampoco me parece gratuita pues, como se nos dirá algo más adelante, don García terminará siendo denominado por los indios «San García»: indicio de que del panegírico se va a pasar a la hagiografía. En alguna entrada posterior volveré sobre esta cuestión.

Flos Sanctorum, de Alonso de Villegas

Otro rasgo más de buen gobernante lo encontramos todavía en esa misma escena: se comenta que ha salido para el Perú el navío que lleva presos a Aguirre y Villagrán, lo que es buena muestra de que don García no ha venido solo a castigar «rebelados corazones» (v. 1568), sino a ejercer la justicia entre los propios españoles, castigando a quien lo merezca. Dice así el buen gobernador:

Dos partes distintas son
letras y armas, pero aquí
las dos se juntan por sí
en una conforme unión;
y así, en la empresa que sigo
viene a ser tan necesario
como rendir al contrario
el castigar al amigo (vv. 1573-1580).


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] Es decir, pone en práctica lo afirmado por Colocolo de que «los capitanes sabios / que entran deshaciendo agravios, / muy cerca están de vencer» (vv. 1410-1412).

[3] Cito por Gaspar de Ávila, El gobernador prudente / The Prudent Governor, ed. de Patricio Lerzundi, Lewiston / Queenston / Lampeter, The Edwin Mellen Press, 2009, con ligeros retoques en la puntuación. Para más detalles sobre la comedia, ver Carlos Mata Induráin, «Del panegírico a la hagiografía: don García Hurtado de Mendoza en El gobernador prudente de Gaspar de Ávila», Hispanófila, 171, junio de 2014, pp. 113-137.

[4] Entre 1578 y 1589, Alonso de Villegas publicó los cuatro volúmenes de su Flos Sanctorum. Historia general de la vida y hechos de Jesucristo, Dios y Señor nuestro, y de todos los santos de que reza y hace fiesta la Iglesia católica. En 1594 añadiría, como quinta parte de la colección, su Fructus Sanctorum, a la que hay que sumar el libro Vitoria y triunfo de Jesucristo (1603).

Don García Hurtado de Mendoza en «El gobernador prudente» de Gaspar de Ávila (4)

La escena que sigue al pasaje de la genealogía de los Mendoza resulta muy significativa porque en ella la actuación de don García como gobernador se imbrica con el elemento religioso[1]. Ocurre que se ve pasar el Santísimo Sacramento que un sacerdote lleva a algún indio, y don García decide que vayan todos acompañándolo, porque el recibimiento preparado para él es mejor que se dedique a Dios; además, considera el encuentro como un buen pronóstico. Acto seguido, don Luis detiene a Villagrán por haberse alzado con el poder (vv. 1314 y ss.)[2], por orden de don García, quien en la escena anterior lo había tratado con mucha cortesía y miramiento. Inmediatamente después vemos a don García postrado en el suelo para que el Santísimo pase por encima de él. Entonces el propio Villagrán, al ver tal rasgo de piedad y humildad, reconoce la justicia de su detención, «que el que tanto en Dios se ajusta / con humilde corazón / no puede hacer cosa injusta» (vv. 1320-1322)[3].

Santísimo Sacramento

En este pasaje se da la autocaracterización de don García: sus hechos y palabras lo retratan en escena. En el siguiente bloque escénico será presentado por otros, concretamente desde el punto de vista araucano. En efecto, Caupolicán reprocha a Lautaro que esté descuidado en amores cuando ya se halla en Chile quien viene a combatirlos; los que le han visto llegar afirman que «es un valiente español» (v. 1396), pero Tucapel se pregunta:

¿Qué valiente puede ser
el que entra en Chile acortando
sus tributos y obligando
con blandura y sin poder? (vv. 1397-1400).

Por su parte, Colocolo menciona su «prudente valor» (v. 1405), con el que gana amigos y rinde enemigos. Hay un elogio indirecto en las palabras del anciano araucano, pues aunque pretenden generalizar, en realidad se inspiran en la actitud mostrada por don García al llegar a territorio chileno. Así le advierte a Caupolicán:

Si hay algo que os pueda dar
en su venida cuidado,
es solo el haber entrado
empezando a granjear,
que ese prudente valor
ha entrado ganando amigos
para hacer los enemigos
menos y rendir mejor.
Y cuidado es menester,
que los capitanes sabios
que entran deshaciendo agravios,
muy cerca están de vencer (vv. 1401-1412).

Entonces Caupolicán manda en embajada a Colocolo, para que diga a don García que se vuelva al mar si no quiere morir como Valdivia:

que solo le advierto yo
que ya el tiempo se acabó
en que estuvo introducida
su tirana potestad
y su ambiciosa intención
por divina imposición
de alguna oculta deidad (vv. 1422-1428).

Colocolo le previene de nuevo sobre la resuelta determinación de don García y le aconseja que no lo incite pasando al ataque:

Ya que siempre me decís
que en este valle araucano
sirvo de oráculo humano,
hoy mal camino elegís
si queréis amedrentar
al que de suyo nació
altivo y se resolvió
a morir o a conquistar (vv. 1437-1444).


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] Cito por Gaspar de Ávila, El gobernador prudente / The Prudent Governor, ed. de Patricio Lerzundi, Lewiston / Queenston / Lampeter, The Edwin Mellen Press, 2009, con ligeros retoques en la puntuación. Para más detalles sobre la comedia, ver Carlos Mata Induráin, «Del panegírico a la hagiografía: don García Hurtado de Mendoza en El gobernador prudente de Gaspar de Ávila», Hispanófila, 171, junio de 2014, pp. 113-137.

[3] El episodio del paso del Santísimo está también en el Arauco domado de Oña, y Lope lo incluye asimismo en su comedia homónima, donde el gesto de don García sirve como ejemplo de piedad y humildad, tanto para los indios como para los españoles.

Don García Hurtado de Mendoza en «El gobernador prudente» de Gaspar de Ávila (3)

En esta comedia[1] se dedica un largo pasaje a la descripción de la genealogía de la Casa de Cañete (vv. 950-1105[2]) en boca de don Luis (tomada de Suárez de Figueroa, como anota Patricio Lerzundi), la cual se remata con estos versos:

Y así, desta sangre el mundo
la sucesión deseada
espera, porque se hereden
en ella grandezas tantas (vv. 1106-1109).

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Con salvas de arcabuces desembarca don García. Villagrán, al darle la bienvenida, insiste en su gran valor, pese a que no está todavía en la edad madura:

Vueseñoría, señor,
sea en Chile bien llegado,
que ya viéndole, mejor
se ve que el ser deseado
fue debido a su valor;
que si no en edad madura,
con alma entendida y pura
ya deste reino parece
que con guerra y paz ofrece
la restauración segura (vv. 1114-1123).

Villagrán pone a sus pies el bastón que, según él, recibió de Valdivia, y le ofrece como regalo de bienvenida doce barras de oro. Pero don García señala que no quiere «presentes sobrados» (v. 1151) estando como está la tierra oprimida por la rebelión de los indígenas. Y, con los argumentos que siguen, esboza en su discurso las que habrán de ser las líneas maestras de su gobierno (justicia, clemencia, piedad, ejercicio del poder sin tiranía, cobro de impuestos no excesivos…). Dice don García así:

Los que en su gobierno están
deben, señor capitán,
servir solo de tutores
y no ser usurpadores
de aquello que no les dan.
Con quien tributa rendido
debe el que es obedecido
usar también de clemencia,
que nunca está la obediencia
segura en el ofendido.
Demás de que es tratar mal
al inferior, si es leal,
con intento temerario
hacer lo que es voluntario
esclavitud natural.
No ha de ejercitar tirano
su poder el poderoso,
que el príncipe soberano
no llega a ser venturoso
por serlo, si no es humano.
Demás de que el absoluto
cruel menor hace el fruto,
que yo por mi cuenta hallo
que es afligir al vasallo
dificultar el tributo.
Y así, no me he de espantar
de que se muestre al pagar
el doméstico impaciente,
procurando inobediente
morir por no tributar.
Aligerar es razón
a los que quedan amigos
el tributo y la opresión
y será en los enemigos
menor la conjuración,
que no por eso el valor
ha de faltar peleando
al castigo de su error,
que el empezar obligando
hará su culpa mayor.
Demás de que los cristianos
siempre han de mostrarse humanos,
que son prudentes acciones
conquistar los corazones
antes de rendir las manos.
Y a mí, en efecto, me envía
aquí el Marqués mi señor
con su intención y la mía,
si a castigar con rigor,
a obligar sin tiranía.
Y pues vengo a reducir,
a dar y a restituir,
mal podré en esta ocasión
cumplir con mi obligación
empezando a recibir (vv. 1154-1208).

La cita es larga, pero las palabras de don García plantean algunos puntos importantes: hay que aligerar los tributos a los indios amigos; los cristianos deben mostrarse ante ellos humanos, obrando siempre con prudentes acciones; su intención es rendir los corazones antes que las manos; su padre lo envía a «castigar con rigor», pero al mismo tiempo a «obligar sin tiranía», etc. Como sabe que hay indios enfermos que mueren por causa de su pobreza, decide que con ese dinero del tributo, unido al escaso caudal propio que puede aportar, se construya un hospital; actitud caritativa que, en cualquier caso, no le hará olvidar el castigo de los rebeldes: «que si curo los enfermos, / también sé matar los vivos» (vv. 1222-1223).


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] Cito por Gaspar de Ávila, El gobernador prudente / The Prudent Governor, ed. de Patricio Lerzundi, Lewiston / Queenston / Lampeter, The Edwin Mellen Press, 2009, con ligeros retoques en la puntuación. Para más detalles sobre la comedia, ver Carlos Mata Induráin, «Del panegírico a la hagiografía: don García Hurtado de Mendoza en El gobernador prudente de Gaspar de Ávila», Hispanófila, 171, junio de 2014, pp. 113-137.

Don García Hurtado de Mendoza en «El gobernador prudente» de Gaspar de Ávila (2)

Frente a Arauco domado de Lope de Vega y Algunas hazañas de las muchas del marqués de Cañete de nueve ingenios, que ya desde el título ponen el énfasis en el aspecto bélico de la materia (don García como capitán capaz de someter la rebelión araucana), la pieza de Gaspar de Ávila focaliza su atención —ya lo observó José Toribio Medina— en la buena gobernación de don García[1]. El título de la comedia resulta, pues, bien significativo. Recordemos que, según las teorías sobre el buen gobierno vigentes en el Siglo de Oro, la prudencia era una de las principales virtudes que debía adornar al gobernante[2]. Copiaré la definición de prudencia que trae Autoridades:

Una de las cuatro virtudes cardinales que enseña al hombre a discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello. […] Se toma también por cordura, templanza y moderación en las acciones.

En la obra de Ávila, esa caracterización de don García como buen gobernante, sabio y prudente pese a su mocedad (tiene unos veintidós años a su llegada a Chile), la encontramos destacada desde su primera aparición en escena hasta el cierre de la obra. En efecto, en la escena inicial de la segunda jornada, don Luis de Toledo, Villagrán y Bocafría comentan el próximo arribo del nuevo gobernador; Villagrán dice a don Luis que la llegada causará alegría:

porque este reino os concedo
que estaba menesteroso
del gobierno y la prudencia
de un pecho tan valeroso;
si bien, en la resistencia
que hace, estoy temeroso
de que es muy poco el poder
que el nuevo gobernador
trae, si pretende poner
freno al resuelto valor
de Arauco, a mi parecer (vv. 899-909)[3].

Hurtado de Mendoza, Villagra y Quiroga

Villagrán explica que los indios rebelados son «valentísimos soldados» (v. 913), que «saben rendir y matar / y ponen al pelear / el corazón en las manos» (vv. 917-919); y comenta que tratarlos con excesivo miramiento al comienzo de su mandato será contraproducente:

Y si los va acariciando
con blandura, el daño entiendo
que se irá multiplicando,
que han empezado venciendo
y han de proseguir negando (vv. 920-924).

Cuando le pregunta por su edad, don Luis responde que don García tiene veintidós años; y sigue este diálogo entre ambos:

VILLAGRÁN.- Pedía
esta empresa más edad,
que aunque es su capacidad
tanta como su osadía,
la experiencia suele hacer
lo más por sí, cuando ya
falta al valor el poder.

DON LUIS.- Si en eso el remedio está,
menos hay ya que temer.
En el juvenil ardor
del nuevo gobernador
viene la virtud cifrada,
la experiencia anticipada,
y en su ser propio el valor.
Que esta generosa rama
el antiguo fruto aclama
de aquel árbol de Mendoza,
por quien España se goza
con los triunfos de su fama.
Y porque ya la excelencia
de su sangre en dependencia
os permita mayor fe,
mientras él llega os diré
parte de su decendencia (vv. 926b-949).


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] Recuérdense algunos tratados como el Oráculo manual y arte de prudencia, de Baltasar Gracián; El gobernador cristiano, de Juan Márquez; Idea de un príncipe político cristiano, de Diego de Saavedra Fajardo, etc. Entre la bibliografía existente sobre la prudencia en Gracián, Cervantes, etc., baste recordar ahora trabajos como los de Aurora Egido, Las caras de la prudencia y Baltasar Gracián, Madrid, Castalia, 2000 y El discreto encanto de Cervantes y el crisol de la prudencia, Vigo, Editorial Academia del Hispanismo, 2011, o el de Ángel Pérez Martínez, El buen juicio en el «Quijote»: un estudio desde la idea de la prudencia en los Siglos de Oro, Valencia, Pre-Textos / Fundación Amado Alonso, 2005.

[3] Cito por Gaspar de Ávila, El gobernador prudente / The Prudent Governor, ed. de Patricio Lerzundi, Lewiston / Queenston / Lampeter, The Edwin Mellen Press, 2009, con ligeros retoques en la puntuación. Para más detalles sobre la comedia, ver Carlos Mata Induráin, «Del panegírico a la hagiografía: don García Hurtado de Mendoza en El gobernador prudente de Gaspar de Ávila», Hispanófila, 171, junio de 2014, pp. 113-137.

Don García Hurtado de Mendoza en «El gobernador prudente» de Gaspar de Ávila (1)

Como ya anticipé en alguna entrada anterior, en esta comedia el elogio de don García Hurtado de Mendoza es total y abarca diversos aspectos: todo serán encomios, salvo alguna acusación aislada por parte de los indios, que en realidad se refiere más bien a la actuación de los gobernadores anteriores (codicia de Valdivia, imposición de tributos excesivos…)[1].

caupolican4En la Jornada I solo encontramos una alusión a don García, en el tramo final. Ocurre que este primer acto dramatiza los hechos históricos anteriores a su llegada a Chile, esto es, la rebelión araucana y la muerte de Valdivia. Se muestra en las escenas iniciales la elección de Caupolicán como capitán de los araucanos; se plantea la rivalidad amorosa de Tucapel y Lautaro por Guacolda; y apunta ya la importancia del binomio religión / superstición (episodios de las consultas al mágico Fitón y a Eponamón, divinidad araucana equiparada por los cristianos al Demonio). Esa primera alusión a don García tiene lugar precisamente cuando, tras su victoria, los araucanos acuden a honrar a su «Eponamón soberano» (v. 838[2]), quien les pide que se aperciban de nuevo para la pelea porque a los españoles les viene socorro desde el Perú:

… el hijo de aquel virrey
que allí gobierna prudente,
a su rey tan obediente
como observante en su ley,
viene ya surcando el mar.
Preveníos a la defensa,
porque es arrogante y piensa
que os ha de poder domar (vv. 862-869).

Como vemos, además del elogio al gobierno prudente del padre como virrey del Perú, obediente a su monarca (don García va a tener ese modelo), esta primera alusión —hecha desde el punto de vista del enemigo— presenta a don García como arrogante, pues «piensa / que os ha de poder domar». Las palabras resultarán proféticas a la larga, y la elección del verbo domar en esta primera alusión a don García no me parece gratuita, pues los espectadores ya sabían que su actuación daría como resultado final un Arauco domado.

En la segunda y la tercera jornadas la figura de don García dominará por completo el panorama, bien por su presencia efectiva en escena, bien por los elogios a su persona puestos en boca de los españoles y también de sus enemigos araucanos. Así, al comienzo del tercer acto se producirá un significativo diálogo entre los indios, que creen que don García ha quedado engañado y descuidado tras la falsa embajada de paz que le han enviado con Colocolo:

CAUPOLICÁN.- ¿Qué talle tiene?

COLOCOLO.- Valiente
parece.

RENGO.- ¿El rostro?

COLOCOLO.- Excelente.

LAUTARO.- ¿Airoso cuerpo?

COLOCOLO.- Bizarro,
aunque sin mucho desgarro,
que es reportado y prudente.
Con particular destreza
parece que en sus acciones
se extremó naturaleza
compasando sus razones,
su ingenio y su gentileza.
Y si puede el enemigo
obligarnos a respeto
y amor, claramente os digo
que le soy en lo secreto
del alma inclinado amigo (vv. 1814-1828).

Colocolo le pide que, si lo atrapa vivo, no lo mate, y Caupolicán así lo promete. A tal punto llega la admiración despertada por el enemigo español.

Tres son los aspectos del personaje de don García Hurtado de Mendoza que iremos examinando en sucesivas entradas: 1) su faceta como buen gobernante, destacada desde el propio título; 2) los elogios que se le dedican como militar; y 3) por último, pero muy importante, los aspectos religiosos unidos a su persona y actuación.


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] Cito por Gaspar de Ávila, El gobernador prudente / The Prudent Governor, ed. de Patricio Lerzundi, Lewiston / Queenston / Lampeter, The Edwin Mellen Press, 2009, con ligeros retoques en la puntuación. Para más detalles sobre la comedia, ver Carlos Mata Induráin, «Del panegírico a la hagiografía: don García Hurtado de Mendoza en El gobernador prudente de Gaspar de Ávila», Hispanófila, 171, junio de 2014, pp. 113-137.

«El gobernador prudente», de Gaspar de Ávila, ante la crítica

medina_doscomediasLa comedia de El gobernador prudente de Gaspar de Ávila fue publicada en 1663[1], en la parte XXII de Comedias escogidas, seguramente de forma póstuma[2]. Según José Toribio Medina, sus fuentes son La Araucana de Ercilla (1589) y la biografía de Suárez de Figueroa (1613). Pero, como recuerda Patricio Lerzundi, el dramaturgo también disponía de Algunas hazañas de nueve ingenios y de Arauco domado de Lope. Para Medina, la comedia habría sido escrita poco después de 1613. Pero, como acertadamente señala Lerzundi, no puede ser anterior a 1622-1625, por las precisas alusiones que contiene a los mártires jesuitas del Japón[3].

Repasaré ahora algunas opiniones vertidas por la crítica sobre ella. Así, por ejemplo, Medina comenta lo siguiente:

Escrita al mismo propósito que la de los nueve ingenios, y aun, muy probablemente, con anterioridad a ella, y con colores más subidos en el realce de la figura del protagonista, fue El Gobernador prudente, de Gaspar de Ávila. Su título está indicando ya que su autor iba a pintarnos a don García Hurtado de Mendoza bajo un aspecto muy diverso de aquel con que lo caracterizó Ercilla, no siendo otra cosa, en el fondo, que la réplica al calificativo de «mozo capitán acelerado» con que se le ve tildado en La Araucana. Lo que no es posible decir es si Ávila quiso vindicar la memoria del que fue gobernador de Chile por inspiración propia, o si para ello medió todavía alguna influencia, manifestada en recompensa pecuniaria o en otra forma, de la familia de aquél[4].

Por su parte, Remedios Morán Martín comenta que en estas obras panegíricas las crónicas y la literatura se dan la mano al esbozar los aspectos de la imagen de don García que él mismo —y luego su hijo— quiso difundir:

Es la imagen del hombre religioso, por encima de todo, generoso con el enemigo al mismo tiempo que valeroso en la guerra, consciente y orgulloso de su estirpe…, atributos que encajaban perfectamente en el héroe de los poemas épicos y de los protagonistas de comedias en el siglo XVI y XVII. Sin embargo, ¿no es esta la forma de crear la imagen de un héroe popular más que una verdadera reivindicación de la figura de un militar y un político que era la realidad histórica de García Hurtado de Mendoza? La literatura, incluso las crónicas, son parcas al esbozar la actuación administrativa y la ideología de don García, teniendo que bucear en miles de versos y descripciones de escenas bélicas [para encontrar] algún dato que nos caracterice a este gobernador y virrey de Chile y Perú, respectivamente[5].

Morán Martín echa en falta la presencia en estas piezas del discurso político, de su actuación gubernativa[6]. En su opinión, en estas obras «don García se desdibuja como político y como funcionario para convertirlo en un héroe que no llega a convencer»[7]. Y en la conclusión de su trabajo señala que en la literatura

el panegírico que se hace de García Hurtado de Mendoza no puede ser más mediocre y desvaído, de tal forma que desde la composición de la crónica de Mariño de Lobera por Escobar y la obra de Suárez de Figueroa, pasando por el poema de Pedro de Oña hasta terminar por Lope de Vega, como el más genial en el terreno de lo posible, nos encontramos una y otra vez con una enumeración de hechos carentes de la más mínima convicción para crear la imagen que se pretendía olvidada y que se reproduce sin garra épica ni histórica[8].

Mencionaré, por último, la opinión de Moisés R. Castillo:

Ciertamente la obra de Ávila manifiesta esa doble visión con respecto a la conquista: su propósito encomiador de la figura de Don García, noble ilustre que lleva por fin «la paz» y «la verdad» a Arauco rebelado, sirve en notable medida como plataforma para criticar la actuación negligente y avariciosa de los militares que hasta entonces habían gobernado ese fiero territorio[9].

Podría añadirse algún juicio crítico más, pero mejor pasar ya al análisis de la pieza de Ávila, cosa que haremos en entradas sucesivas.


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] «De Ávila conocemos pocos datos biográficos. Cervantes y Lope de Vega lo califican de ingenio aventajado. En realidad, tan sólo se sabe, con plena certeza, que fue secretario de la marquesa del Valle», escribe Alberto Pérez-Amador Adam, De legitimatione imperii Indiae Occidentalis. La vindicación de la Empresa Americana en el discurso jurídico y teológico de las letras de los Siglos de Oro en España y los virreinatos americanos, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2011, pp. 341-342. Ver José María Rubio Paredes, «Gaspar y Nicolás Dávila, como sus hermanos, nacieron en Cartagena», Murgetana, 68, 1985, pp. 17-35 y Mariano de Paco, «Andrés de Claramonte y Gaspar de Ávila: visión de las Indias», Murgetana, 86, 1993, pp. 131-144, así como el prólogo de José Toribio Medina a su edición de El gobernador prudente, en Dos comedias famosas y un auto sacramental basados principalmente en «La Araucana» de Ercilla, Santiago / Valparaíso, Soc. Imprenta-Litografía Barcelona, 1915, pp. 1-8, y el estudio preliminar de María del Carmen Hernández Valcárcel a su edición de Gaspar de Ávila, Comedias, Murcia, Universidad de Murcia, 1990.

[3] José Toribio Medina, en Dos comedias famosas…, p. 20, señala los elementos que toma Ávila de Ercilla y de Suárez de Figueroa.

[4] Medina, Dos comedias famosas…, pp. 104-105 del prólogo. Sobre Gaspar de Ávila, ver las pp. 1-8 del prólogo a su edición de El gobernador prudente.

[5] Remedios Morán Martín, «García Hurtado de Mendoza ¿gobernador o héroe?», Espacio, Tiempo y Forma, serie IV, Historia Moderna, t. 7, 1994, p. 72.

[6] En este punto estoy en desacuerdo con Morán Martín, pues al menos El gobernador prudente sí incide con cierto detalle en los aspectos relacionados con el gobierno. Eso sí, como enseguida veremos, no se trata de que el dramaturgo reconstruya en su comedia todos los datos históricos de la gobernación de don García Hurtado de Mendoza, sino de proponerlo como ejemplo modélico de buen gobernante.

[7] Morán Martín, «García Hurtado de Mendoza ¿gobernador o héroe?», p. 76.

[8] Morán Martín, «García Hurtado de Mendoza ¿gobernador o héroe?», p. 85.

[9] Moisés R. Castillo, Indios en escena: la representación del amerindio en el teatro del Siglo de Oro, West Lafayette (Indiana), Purdue University Press, 2009, p. 96.

El enfrentamiento entre Alonso de Ercilla y don García Hurtado de Mendoza (y 2)

Para examinar esta cuestión, además de lo dicho por los cronistas, disponemos también del testimonio que nos proporciona el juicio de residencia a don García Hurtado de Mendoza[1]:

144. Item, se hace cargo al dicho don García que quiso matar con una porra en la ciudad Imperial a don Alonso de Ercilla y don Juan de Pineda, y fue tras ellos por los matar con ella, que fue y eran términos muy ajenos y fuera de justicia[2].

Pero me interesa recordar sobre todo la versión de los hechos que ofrece el propio Ercilla en su célebre poema La Araucana. Así, en el canto XXXVI escribe:

A La Imperial llegamos, do hospedados
fuimos de los vecinos generosos,
y de varios manjares regalados
hartamos los estómagos golosos.
Visto, pues, en el pueblo así ayuntados
tantos gallardos jóvenes briosos,
se concertó una justa y desafío
donde mostrase cada cual su brío.

Turbó la fiesta un caso no pensado,
y la celeridad del juez fue tanta,
que estuve en el tapete ya entregado
al agudo cuchillo la garganta;
el enorme delito exagerado
la voz y fama pública le canta,
que fue solo poner mano a la espada,
nunca sin gran razón desenvainada[3].

Este acontecimiento, este suceso
fue forzosa ocasión de mi destierro,
teniéndome después gran tiempo preso,
por remediar con este el primer yerro;
mas, aunque así agraviado, no por eso
(armado de paciencia y fiero hierro)
falté en alguna lucha y correría,
sirviendo en la frontera noche y día[4].

La Araucana, de Alonso de Ercilla

Además, en el canto siguiente, el XXXVII y último de La Araucana, califica a don García de «mozo capitán acelerado»:

Ni digo cómo al fin, por accidente,
del mozo capitán acelerado
fui sacado a la plaza injustamente
a ser públicamente degollado;
ni la larga prisión impertinente,
do estuve tan sin culpa molestado,
ni mil otras miserias de otra suerte,
de comportar más graves que la muerte.

Sin duda, al momento de componer La Araucana Ercilla no habría olvidado todavía este grave incidente personal, y esta es la razón que explicaría el no haber dado el suficiente relieve a la figura de don García Hurtado de Mendoza. Recordaré a este respecto que Oña, en el exordio de su Arauco domado, escribía que una de las razones que le movían al componer su obra era precisamente «ver que tan buen autor, apasionado, / os haya de propósito callado».

Curiosamente, en El gobernador prudente encontramos una interesante alusión a la prisión de Ercilla, en el momento en que don García previene sus tropas para la pelea:

DON GARCÍA.- La retaguarda
se dará al valor prudente
de don Alonso de Arcila.

DON LUIS.- Hoy en su diestra apercibe
el cielo un segundo Atila,
que él pelea como escribe.

DON FELIPE.- A un tiempo corta y afila
espada y pluma.

DON GARCÍA.- En su honor
dudar nada fuera error,
que aunque se muestra ofendido
porque preso le he tenido,
no he de negarle el valor (vv. 1767b-1778)[5].

Ercilla, en su poema, nos ofrece una visión muy idealizada de los indios araucanos, denodados defensores de su libertad e independencia, hecho que le ha valido la calificación de «primer indigenista». Como acertadamente escribe Campos Harriet,

Necesitaríamos copiar casi todas las estrofas de los treinta y siete cantos de La Araucana si quisiéramos señalar las muestras de admiración, de amor y de comprensión que siente Ercilla por el pueblo araucano. Los nombres de los caciques: Colo-Colo, Lautaro, Caupolicán, Angol, Lincoyán, Rengo, Tucapel, Paicaví, Orompello, Ongolmo, Ainavillo y tantos otros, como las figuras femeninas de las hermosas Gualda, Tegualda, Guacolda, Fresia, por Ercilla exaltadas e idealizadas, tienen hasta hoy la más grande vigencia, y ello es el mayor homenaje que el pueblo de Chile ha podido tributar al poeta[6].

Esta reflexión me sirve para subrayar, además, que esa idealización de los araucanos tan notoria en La Araucana se transmite, en mayor o menor grado, a todas las obras teatrales que inspiró, incluidas las escritas por encargo de la familia Hurtado de Mendoza. En todas ellas apreciamos que los personajes araucanos están idealizados como guerreros valientes y galanes, que pueden parangonarse en nobleza y cortesía con los españoles; y lo mismo sucede con las mujeres araucanas, que desempeñan en estas obras la función dramática de damas (hermosas, nobles y discretas), sin mayores diferencias con las protagonistas europeas de la comedia nueva. Es decir, los araucanos comparten el mismo código de valores (nobleza, honor, caballerosidad, valentía…) que sus enemigos, lo que no impedirá que se apunten algunos rasgos negativos de ellos (barbarie, crueldad…). Por lo demás, ha de tenerse en cuenta que magnificar al enemigo ponderando su fuerza y sus cualidades positivas es una forma indirecta de engrandecer a sus conquistadores. Eso sí, cabe decir —como ya adelantaba— que los denodados esfuerzos de esta campaña de propaganda no lograron el objetivo de convertir a don García en un héroe literario de categoría épica[7]. En cambio, quienes sí han quedado en el recuerdo y en el imaginario colectivo han sido los bravos araucanos, con su toqui Caupolicán a la cabeza[8].


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] Citado por Fernando Campos Harriet, Don García Hurtado de Mendoza en la historia americana, Santiago, Andrés Bello, 1969, p. 187.

[3] Recordemos la inscripción que figuraba grabada en las hojas de muchas espadas de la época: «No me saques sin razón. No me envaines sin honor».

[4] Las citas de La Araucana son por la edición de Isaías Lerner, Madrid, Cátedra, 1993.

[5] Cito por Gaspar de Ávila, El gobernador prudente / The Prudent Governor, ed. de Patricio Lerzundi, Lewiston / Queenston / Lampeter, The Edwin Mellen Press, 2009, con ligeros retoques en la puntuación. Para más detalles sobre la comedia, ver Carlos Mata Induráin, «Del panegírico a la hagiografía: don García Hurtado de Mendoza en El gobernador prudente de Gaspar de Ávila», Hispanófila, 171, junio de 2014, pp. 113-137.

[6] Campos Harriet, Don García Hurtado de Mendoza en la historia americana, p. 199.

[7] Otra cosa sería averiguar qué mercedes o beneficios obtuvo la familia, si es que se lograron, con esta campaña de propaganda, cuestión no abordada —hasta donde se me alcanza— por la crítica.

[8] Baste mencionar el memorable soneto en alejandrinos, titulado «Caupolicán», que le dedicara Rubén Darío en su poemario Azul (1888). Ver los trabajos de Melchora Romanos, «La construcción del personaje de Caupolicán en el teatro del Siglo de Oro», Filología (Buenos Aires), XXVI, núms. 1-2, 1993, pp. 183-204; Miguel Ángel Auladell Pérez, «De Caupolicán a Rubén Darío», América sin nombre, 5-6, diciembre de 2004, pp. 12-21 y «Los araucanos como personajes literarios», América sin nombre, 9-10, 2007, pp. 21-26; y José Promis, «Formación de la figura literaria de Caupolicán en los primeros cronistas del Reino de Chile», en Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, ed. de Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 195-219.