Un guarnicionero llamado Aquilino es dado a la juerga: le gusta beber, comer cosas perjudiciales, fumar, y todo ello le lleva a descuidar su trabajo[1]. Un día tiene un aviso serio al sufrir una fuerte hemorragia; su esposa Teresa llama al médico, don Nemesio, quien al ver el estado alcoholizado de Aquilino le insta a abandonar el insano tipo de vida que lleva: puede beber, pero con moderación; y debe ser constante en el trabajo, para que eso no le lleve al vicio. Le visita su amigo Natalio, otro parrandero, a quien el médico le ha dicho lo mismo, pero comenta que él no le hace caso. Teresa, que escucha la conversación, despacha al amigo que le da tan mal ejemplo. A partir de entonces cuida a su esposo y está continuamente a su lado para evitar que recaiga en la bebida. Un día, paseando, ven a un borracho tirado en un banco. Teresa cree que verle en semejante estado será un buen ejemplo, pero sucede al revés, pues Aquilino comenta que le gustaría estar como él. Otro día se encuentra con Simplicio, un amigo al que no ve hace mucho tiempo, y van a una taberna a celebrarlo. A él también le pasaba lo mismo con un médico viejo, «de sistema antiguo», pero ahora le trata un médico «modernista» que le permite, y aun le aconseja, que beba cuanto quiera. Aquilino recae en la bebida y al poco tiempo muere, dejando en la indigencia a su «excelente esposa» y a sus cinco hijos pequeños.
Leonardo Alenza y Nieto, Borracho (c. 1835). Museo Nacional del Prado (Madrid, España).
Aquí el mensaje es claro: el cuento es un ataque al vicio de la bebida (cfr. la descripción muy negativa del hombre borracho, que lanza gruñidos «muy parecidos a los de un cerdo», del que se burlan los chiquillos, p. 26); pero además de presentar la degradación, la deshumanización a que conduce el alcohol, se censuran las nefastas influencias que pueden suponer los malos amigos, cuyos consejos negativos pueden llevar a una familia a la perdición y la miseria. En este sentido, el título tiene mucho de irónico: «¡Pobre Aquilino!» es la frase que comenta todo el mundo; pero en realidad, él muere porque se lo ha buscado; quienes verdaderamente merecen lástima y compasión son los miembros de su familia. Por lo demás, el cuento está sembrado de las típicas afirmaciones moralizadoras del autor-narrador:
Pero Aquilino estaba dominado por un vicio; y en las personas que se han dejado dominar por un vicio, no suele regir la voluntad y la dignidad, sino el vicio, que, a la menor coincidencia o circunstancia favorables, las arrastra y las hace rodar hasta el abismo (p. 27).
Se insiste en lo mismo: «Aquilino sucumbía víctima de sus vicios y de los malos consejos de sus amigos», vicios, se dice, «que revelan la ausencia de una voluntad recta y firme» y que «suelen ser fatales» (p. 29). En fin, el relato concluye con estas palabras:
Aquilino, dejándose dominar por sus vicios, en los mismos momentos en que bebía, cantaba y celebraba tonterías con sus amigos, había cometido un múltiple y horrendo parricidio (p. 29)[2].
[1] Utilizo una edición de Cuentos sin espinas, por Mariano Arrasate Jurico, s. l., s. i., s. a., 86 pp. (Biblioteca General de Navarra, signatura 2-2/14) formada por recortes encuadernados del folletín de un periódico.
Teodoro, un niño de la Montaña de Navarra, queda huérfano a los trece años y es recibido por su tío, que consigue colocarlo de maca en un establecimiento de tejidos de Pamplona, siendo ascendido a los dos años, por su buena disposición, a la categoría de dependiente[1]. En la tienda conoce a Luisita, hija de un rico indiano, que va a hacer allí pequeñas compras, y se enamora de ella, aunque no le dice nada. Años después, Teodoro ha trabado amistad con un vecino, Carmelo. Un día que pasean juntos ven a Luisa; Carmelo se da cuenta de que su amigo siente algo por la joven y le aconseja que la pida en matrimonio cuanto antes, pues le consta que varios pretendientes solicitan su mano. Dándoselas de maestro en lides amorosas, quiere que Teodoro le escriba una carta apasionada y redacta un par de modelos, pero el tímido montañés prefiere entregar una más sencilla y comedida. La secuencia final nos presenta el día de la boda de Teodoro y Luisa, un par de años después. Luisa, que conoce las cartas originales, pues Teodoro se las enseñó, confiesa que no habría aceptado su proposición de recibir aquellas vibrantes epístolas, ya que no las hubiera tomado en serio. Carmelo aprende la lección y se declara discípulo de Teodoro (a esto alude el título), pues ninguna de las señoritas a las que ha escrito cartas similares ha aceptado ser su novia.
El cuento se articula en tres secuencias: 1) El momento inicial en que se cuenta la historia de Teodoro, que abarca varios años[2], desde que queda huérfano hasta que conoce a Carmelo en la ciudad (incluyendo su ascenso en la tienda y la amistad con Luisita). Comienza el relato con cierto tono melodramático: el niño ha perdido a los trece años a sus padres y a sus dos hermanos, víctimas de una «terrible epidemia»; se dice que sus desgracias inspiraban compasión, etc.; pero afortunadamente luego se abandona esta tendencia, que solo sirve para presentar el desamparo del protagonista. 2) La escena concreta en la que los dos amigos preparan la carta con la declaración amorosa. 3) El desenlace el día de la boda con la enseñanza explícita. El brusco cambio de la secuencia segunda a la tercera se marca tipográficamente con tres asteriscos; supone además un nuevo salto temporal: «Dos años después de haber ocurrido esta escena, se celebró con mucho rumbo la boda de Luisa y Teodoro» (p. 16). El diálogo tiene cierta importancia en las tres partes, a saber, en la conversación del tío con Teodoro, en la de este con Carmelo y en el comentario de las cartas, respectivamente.
El tono didáctico es claro; aparece, por un lado, en el diálogo del tío con Teodoro, en el que le muestra que debe ser obediente y formal, estudiar, tener un oficio para convertirse en un hombre de provecho. Como así lo hace, al final recibe el justo premio: pese a ser huérfano, con su trabajo honrado puede ganar el corazón de una muchacha de familia acomodada (es hija de un indiano) y casarse con ella. Además, hay otra moraleja: el personaje de Carmelo, visto en cualquier caso con simpatía por el narrador, recibe un escarmiento ya que sus excesos románticos le han llevado a quedarse sin novia.
El género del cuento, en el que no son posibles los análisis psicológicos profundos de los personajes, se adecúa bien al estilo del autor, que ya hemos visto prefiere los tipos aun en las novelas. Así, Teodoro es un personaje tímido y bonachón: «el chico era, como buen montañés, seriote y parco de palabras» (p. 5); al crecer, se transforma su cuerpo, pero no su carácter: «Seguía siendo sencillo de maneras y de trato, seriote, retraído y sobrio de palabras» (p. 7). No sabe reconocer que su sentimiento es amor (para él solo ha habido trato y amistad); cuando Carmelo le cuenta que Luisita tiene tres pretendientes se inmuta, pero es su amigo quien tiene que quitarle la venda de los ojos: «Amor se llama esa figura» (pp. 9-10). Como él explica, la carta seria que escribe responde a su manera de ser; y aunque su amigo no la cree adecuada («Este montañés es más duro y más soso que los robles y las peñas que hay en los montes de su pueblo», p. 14), veremos cómo el tiempo le da la razón. Luisita, por su parte, tiene toda la inocencia y la bondad de una colegiala:
Luisa era espigadita, esbelta, airosa para andar, de cara bonita y graciosa de maneras y de expresión. Sabía llevar la ropa con una modestia y elegancia a la vez, que con todos los trajes, incluso con el sencillo de las colegialas, resultaba bien vestida y guapísima. Era «una flor linda», como decían algunos americanos amigos de don Rafael (p. 6).
Carmelo, en fin, es espíritu opuesto al de Teodoro, «alegre, expansivo, amigo de chistes y bromas de palabra, y hablador incansable» (p. 7). Quiere ser maestro en lides amorosas: «tengo práctica en estos delicados menesteres»; «aunque decirlo sea un poco inmodesto, soy maestro en estas cosas y conozco sus detalles desde el principio hasta el fin» (p. 11). No obstante, al final se verá que no es así, y tendrá que reconocer su error.
Abundan las frases coloquiales, presentes tanto en la voz del narrador como en las réplicas de los personajes, algunas de las cuales se marcan gráficamente con comillas, pero otras no: andar a tres menos cuartillo ‘con poco dinero’, lo comido por lo servido, de tarde en tarde, un mozo hecho y derecho, no trates de pegármela, engañar como a un chico, estar mal de la cabeza, reír a mandíbula batiente, quedarse a la luna de Valencia, estar en sus glorias, llevar la batuta en músicas amorosas, en un santiamén, salir disparado, estar fuera de tiesto ‘ser inadecuado’, no se la mando aunque me maten, poner cara de Jeremías ‘huraña, concentrada’, estar aviado, contestar que nones a escape, recibir calabazas, parecer miel sobre hojuelas, tener echado el ojo a algo, la vez de marras, sin chistar…, o exclamaciones como ¡Hola, hola! y ¡hombre! para denotar sorpresa. Se aprecian otros rasgos navarros o coloquiales: para que no te se olvide nada (aunque puede ser mera errata, ya que la edición no es muy cuidada); camastrón ‘calavera’; zorricos ‘malas prendas’; tozudo; y es de notar también cierta abundancia de diminutivos afectivos: suavecica, adornadita, Luisita, espigadita, ligerita.
Gusta mucho el autor de las series trimembres: «ese celo para desempeñar su cometido o ese talento o esa suerte de hacerse apreciado» (p. 5); «Entre Luisita y Teodoro nació pronto cierta confianza o cierta simpatía o cierta amistad» (p. 6); «Juntos paseaban durante toda la mañana, juntos iban a tomar café y juntos pasaban el resto del día» (p. 8); «un afán tremendo, que lo turbaba mucho, que se lo comía, que lo levantaba en el aire» (pp. 10-11); «la entregará con diligencia, seguridad y discreción» (p. 11); «Es una carta concisa, fría, insípida» (p. 15).
Otra nota característica es el tipismo provinciano, manifiesto en los saludos (Teodoro se quita la boina para saludar a Luisita y su madre); un personaje se fuma un puro «de a real»; a propósito de los matrimonios de las señoritas, se comenta que quizá Luisita se case con Fernando, un pretendiente, si su familia queda deslumbrada por el título y la posición de este, etc.
Hay además ciertos rasgos de humor: cuando Carmelo se da cuenta de que Teodoro siente algo por Luisita y de que la muchacha le corresponde, piensa que ella ha saludado a su amigo con un «Te adoro» en vez de con «Teodoro» (p. 8); más tarde le dice: «Estás más enamorado de ella que don Quijote de Dulcinea» (p. 10); la carta de Teodoro le parece una carta «montañesa», «de montaña nevada», por lo fría (p. 15), mientras que sus cartas están redactadas en estilo «completamente volcánico, con fuego, con rugidos, con trepidaciones, hasta con estampidos capaces de subyugar, no un corazón, sino toda la bella mitad del género humano» (p. 17). Copio el primer borrador redactado por Carmelo:
Adorada Luisa: Imposible es ya mantener ocultas dentro de los reducidos límites de un pecho humano las sacudidas de un corazón inflamado que pugna con extraordinarios esfuerzos por dilatarse. Pretenderlo supondría tanto como pretender impedir la erupción de un gran volcán colocando las manos sobre su enorme cráter. Porque en realidad, adorada Luisa, mi corazón es un volcán: un volcán en plena y portentosa actividad que arde, que ruge, que se levanta gigantesco y arrollador… (pp. 12-13).
Algo menos fogoso —aunque no mucho menos— es el segundo borrador:
Encantadora Luisita: Desde el día venturoso y memorable en que tuve el honor y el placer de conocer a Vd., mi corazón vive conmovido, agitado y anheloso de exteriorizar sus intensos sentimientos en expresiones vibrantes de apasionadísimo amor (p. 14). En fin, otros rasgos humorísticos se observan también cuando Carmelo sentencia con tono solemne que es amor lo que siente su amigo, por los síntomas que le describe (p. 10), cuando dice que treinta camastrones andan «rompiendo zapatos tras de la hermosa muchacha» (p. 11) o cuando habla en tono dramático: «¡Ah, traidor! ¡Este montañés es un traidor!» (p. 16; se refiere a que ha mostrado las cartas a Luisa)[3].
[1] Utilizo una edición de Cuentos sin espinas, por Mariano Arrasate Jurico, s. l., s. i., s. a., 86 pp. (Biblioteca General de Navarra, signatura 2-2/14) formada por recortes encuadernados del folletín de un periódico.
[2] El narrador va indicando los lapsos temporales: al cabo de dos años Teodoro asciende a dependiente; pasan otros dos años con las visitas de Luisita a la tienda y el proceso de enamoramiento del joven; luego se dice que «corrieron insensiblemente los años» (p. 7), hasta que Teodoro cumple los veintitrés; en fin, entre la escena de las cartas y la boda transcurren dos nuevos años.
Hay una serie de Cuentos sin espinas[1] de Mariano Arrasate que incluye siete cuentos, sin numerar en el libro: «Cambio de papeles» (pp. 3-18); «¡El pobre Aquilino!» (pp. 19-29); «Fierabrás» (pp. 30-34); «La de los dos apodos» (pp. 35-52); «Cerilla preciosa» (pp. 53-62); «Disgusto tremendo» (pp. 63-68); y «En el pecado…» (pp. 69-86). En ellos vamos a encontrar las mismas características ya apuntadas para sus dos novelas, La expósita (1929) y Macario (1932): sencillez narrativa, tono coloquial (vulgarismos, frases hechas), tipismo navarro… y, la más destacada, el marcado tono moralizante. En este sentido, el título de la recopilación resulta bastante significativo: se trata de cuentos sin espinas, es decir, narraciones en las que no hay nada acre ni punzante, ningún abrojo en los que se pueda desgarrar la conciencia del lector, nada peligroso desde el punto de vista moral; más bien al contrario, son cuentos en los que, quitadas las espinas, queda, por así decir, la flor, o mejor todavía, el fruto, en forma de valiosas enseñanzas morales implícitas a veces, pero muchas veces también explícitas en las propias palabras del narrador o de los personajes.
Estos Cuentos sin espinas, sin demasiadas pretensiones literarias tampoco (de nuevo el contenido es más importante para el autor que la forma), tienen en cierto modo la categoría de ejemplos o apólogos y presentan la misma sencillez (de técnicas narrativas, de caracterización de personajes, etc.) que las dos novelas anteriores. Los comentaré en sucesivas entradas, uno a uno, prestando más atención al primero de ellos, que me parece el más interesante.
Hay otra serie de cuentos de Mariano Arrasate, publicada bajo el mismo título, que incluye tan solo cuatro relatos[2]: «Las médicas en casa» (pp. 5-33), «El espejo del señor Blas» (pp. 35-50), «Los disgustos de una novia» (pp. 51-92) y «La alegre «Tina»» (pp. 93-124). Las características temáticas y narrativas son muy similares a las de los relatos de la serie anterior[3].
[1] Utilizo una edición de Cuentos sin espinas, por Mariano Arrasate Jurico, s. l., s. i., s. a., 86 pp. (Biblioteca General de Navarra, signatura 2-2/14) formada por recortes encuadernados del folletín de un periódico.
[2] Mariano Arrasate Jurico, Cuentos sin espinas, Pamplona, Torrent-Aramendía Hnos., 1932, 124 pp. Manejo un ejemplar de la Biblioteca del Archivo Municipal de Pamplona, signatura K-1; en la cubierta se lee: Cuentos sin espinas (jocoserios), primera serie.
La obra narrativa del escritor navarro Mariano Arrasate Jurico consta de dos novelas, La expósita (1929) y Macario (1932), y dos libros de relatos (en realidad, dos series distintas de un mismo libro) titulados Cuentos sin espinas (1932). No se trata de una obra extensa, ni de excesiva calidad literaria, pero abordo su estudio movido por dos razones fundamentales. En primer lugar, el análisis de sus relatos se enmarca en un proyecto de investigación más amplio que vengo desarrollando sobre la Historia del cuento literario en Navarra. En segundo término, porque considero que resultan imprescindibles los acercamientos de este tipo, por medio de estudios puntuales a diversas obras y autores concretos, de cara a la elaboración de una Historia literaria de Navarra, acerca de la cual existen algunas aproximaciones muy valiosas, pero hasta la fecha parciales e incompletas[1].
Mariano Arrasate nació en Lumbier (Navarra) el 17 de octubre de 1877 y murió en Pamplona el 18 de noviembre de 1935. Además de escritor, fue político (diputado foral por Aoiz de agosto de 1926 a mayo de 1928 y desde entonces a marzo de 1930). Su deseo de promover las buenas lecturas le llevó a donar a la iglesia local su hacienda en Lumbier y los pueblos de alrededor, gracias a lo cual se instaló un centro cultural y la casa parroquial en la que fue la natal del escritor. Estos pocos datos biográficos de que disponemos los proporciona, sobre todo, Fernando Pérez Ollo[2].
Es Arrasate un escritor con unas técnicas narrativas y una intención didáctico-moralizante que bien podrían calificarse como decimonónicas. Así lo ha visto el citado Pérez Ollo, quien, tras resaltar el profundo valor educativo de sus obras, lo sitúa en el siguiente contexto:
Arrasate puede encuadrarse en la escuela costumbrista y regional […], pero es ya un anacronismo, recargado de idealismo arcádico —las costumbres y relaciones sociales del mundo rural son siempre limpias— y de evidente facilidad en los esquemas y perfiles: basta leer, por ejemplo, la declaración de Florencio —personaje de Macario— a Gabriela, para advertir la irrealidad[3].
Efectivamente, el regionalismo de Arrasate se echa de ver tanto en la pintura de tipos, costumbres y escenarios navarros como en la inclusión de palabras y expresiones de claro sabor local[4]. Tendremos ocasión de comprobarlo al comentar sus dos novelas y sus dos series de Cuentos sin espinas[5].
[1] Me refiero fundamentalmente a las obras de Manuel Iribarren, Escritores navarros de ayer y de hoy, Pamplona, Gómez, 1970; José María Corella, Historia de la literatura navarra, Pamplona, Ediciones Pregón, 1973; y Fernando González Ollé, Introducción a la historia literaria de Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1989.
[2] En el artículo «Arrasate Jurico, Mariano» de la Gran Enciclopedia Navarra, tomo II, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra, 1990, pp. 58-59. Iribarren y Corella, en las obras citadas (pp. 38-39 y 225, respectivamente), se limitan a indicar la doble dedicación política y literaria del autor y a enumerar los títulos de sus obras.
[3] Pérez Ollo, «Arrasate Jurico, Mariano», pp. 58-59.
[4] «Arrasate sitúa sus acciones y personajes en lugares inexistentes de Navarra, pero por las descripciones y lenguaje parece deducirse que se trata de la zona que mejor conocía, que es la de su villa natal, de la que utiliza palabras —no recogidas en vocabularios y lexicones— cuyo significado explica. Los navarrismos léxicos más notorios —chilindrón, fritada, chandrío, chirriar— van definidos en notas» (Pérez Ollo, «Arrasate Jurico, Mariano», p. 59).