La semana pasada puse aquí un poema de Antonio Vicente Abad, estudiante de 2.º Curso del Grado en Lengua y Literatura Españolas de la Universidad de Navarra, compuesto con motivo del viaje curricular que realizamos en el marco de la asignatura «Literatura barroca». Se trataba de «Sevilla, donde nunca seré nombre». Pues bien, hay una segunda composición de Antonio fruto de ese viaje, inspirada esta por la contemplación del Cristo de la Clemencia de Juan Martínez Montañés, situado en una capilla propia en la Catedral de Sevilla.
El poema reza —nunca mejor dicho— así:
Qué frío debes de tener,
despojado, suspendido en la altura,
mientras yo, envuelto en mi abrigo,
contemplo el madero que te sostiene
y finjo no temblar.Montañés te dio un cuerpo,
pero el dolor es tuyo.
Yo solo miro,
pero el peso de tu carne caída
se me clava en los hombros.Tus párpados vencidos apenas sostienen la sombra,
tus labios entreabiertos murmuran una plegaria rota.
Y yo, que tengo voz,
me descubro mudo,
con la lengua seca de tanta duda.Tus manos tiemblan en la madera y las mías están calientes.
Tu costado abierto supura y yo no llevo heridas,
pero algo dentro de mí sangra sin saber de dónde.No hay clavos en mis pasos,
pero me pesan.
No hay lanza en mi carne,
pero me duele.
El oro de este templo resplandece con la fe de otros,
y yo, apenas un hombre dentro de tanta luz,
me pregunto si arrodillarme es solo otra forma de huir.Montañés te dio un cuerpo,
pero el frío es tuyo.
Yo saldré de aquí,
y el viento será solo viento,
pero tú seguirás ahí, desnudo,
como si el dolor no terminara nunca.
