«Sólo ante el hombre», de Ángela Figuera Aymerich

Estos días pasados he copiado aquí los poemas «Canto rabioso de amor a España en su belleza», «Belleza cruel» y «Hombre naciente» de Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902-Madrid, 1984), pertenecientes todos ellos a su poemario Belleza cruel (México, 1958; Barcelona, 1978). Añado hoy «Sólo ante el hombre», composición que cierra la primera sección del poemario, titulada también «Belleza cruel».

Manos de hombre

Sí, yo me inclinaría
ante el definitivo contorno de los lirios.

Sí, yo me extasiaría
con el trino del pájaro.

Sí, yo dilataría
mis ojos sobre el mar y la montaña.

Sí, yo suspendería
el soplo de mi pecho ante un arcángel.

Sí, yo me inclinaría
ante la faz de Dios, tocando el polvo,
si con su mano convocara el trueno.

Pero sólo ante el hombre, hijo del hombre,
reo de origen, ciego, maniatado,
los pies clavados y la espalda herida,
sucio de llanto y de sudor, impuro,
comiéndose, gastándose, pecando
setenta veces siete cada día,
sólo ante el hombre me comprendo y mido
mi altura por su altura y reconozco
su sangre por mis venas y le entrego
mi vaso de esperanza, y le bendigo,
y junto a él me pongo y le acompaño [1].


[1] Cito por Ángela Figuera Aymerich, Belleza cruel, prólogo de Carlos Álvarez, Barcelona, Lumen, 1978, p. 23.

«Hombre naciente», de Ángela Figuera Aymerich

Tras «Canto rabioso de amor a España en su belleza» y «Belleza cruel», traigo hoy otra bella composición de Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902-Madrid, 1984), en este caso la que cierra su poemario Belleza cruel (México, 1958; Barcelona, 1978). El poema se abre con unas célebres palabras de Blas de Otero a modo de lema que orienta la lectura.

Cuna con bandera blanca

Pido la paz y la palabra.
Blas de Otero

Prepárame una cuna de madera inocente
y pon bandera blanca sobre su cabecera.

Voy a nacer. Y, desde ti, mi madre,
pido la paz y pido la palabra.

Pido una tierra sin metralla, enjuta
de llanto y sangre, limpia de cenizas,
libre de escombros. Saneada tierra
para sembrar a pulso la simiente
que tengo entre mis dedos apretada.

Pido la paz y la palabra. Pido
un aire sosegado, un cielo dulce,
un mar alegre, un mapa sin fronteras,
una argamasa de sudor caliente
sobre las cicatrices y fisuras.

Pido la paz y pido a mis hermanos
los hijos de mujer por todo el mundo
que escuchen esta voz y se apresuren.
Que se levanten al rayar el día
y vayan al más próximo arroyuelo.
Laven allí sus manos y su boca,
se quiten los gusanos de las uñas,
saquen su corazón que le dé el aire,
expurguen sus cabellos de serpientes
y apaguen la codicia de sus ojos.

Después, que vengan a nacer conmigo.
Haremos entre todos cuenta nueva.
Quiero vivir. Lo exijo por derecho.
Pido la paz y entrego la esperanza[1].


[1] Cito por Ángela Figuera Aymerich, Belleza cruel, prólogo de Carlos Álvarez, Barcelona, Lumen, 1978, pp. 66-67.

«Belleza cruel», de Ángela Figuera Aymerich

Ayer traje al blog el emotivo poema «Canto rabioso de amor a España en su belleza», de Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902-Madrid, 1984), y hoy quiero recordar otro poema suyo, «Belleza cruel», que abre y da título a ese poemario publicado en México en 1958, con prólogo de León Felipe, que fue Premio de Poesía Nueva España.

Mariposas de papel

Dice así:

Dadme un espeso corazón de barro,
dadme unos ojos de diamante enjuto,
boca de amianto, congeladas venas,
duras espaldas que acaricie el aire.
Quiero dormir a gusto cada noche.
Quiero cantar a estilo de jilguero.
Quiero vivir y amar sin que me pese
ese saber y oí­r y darme cuenta;
este mirar a diario de hito en hito
todo el revés atroz de la medalla.
Quiero reí­r al sol sin que me asombre
que este existir de balde, sobreviva,
con tanta muerte suelta por las calles.

Quiero cruzar alegre entre la gente
sin que me cause miedo la mirada
de los que labran tierra golpe a golpe,
de los que roen tiempo palmo a palmo,
de los que llenan pozos gota a gota.

Porque es lo cierto que me da vergüenza,
que se me para el pulso y la sonrisa
cuando contemplo el rostro y el vestido
de tantos hombres con el miedo al hombro,
de tantos hombres con el hambre a cuestas,
de tantas frentes con la piel quemada
por la escondida rabia de la sangre.

Porque es lo cierto que me asusta verme
las manos limpias persiguiendo a tontas
mis mariposas de papel o versos.
Porque es lo cierto que empecé cantando        
para poner a salvo mis juguetes,
pero ahora estoy aquí­ mordiendo el polvo,
y me confieso y pido a los que pasan
que me perdonen pronto tantas cosas.
Que me perdonen esta miel tan dulce
sobre los labios, y el silencio noble
de mis almohadas, y mi Dios tan fácil
y este llorar con arte y preceptiva
penas de quita y pon prefabricadas.

Que me perdonen todos este lujo,
este tremendo lujo de ir hallando
tanta belleza en tierra, mar y cielo,
tanta belleza devorada a solas,
tanta belleza cruel, tanta belleza[1].


[1] Cito por Ángela Figuera Aymerich, Belleza cruel, prólogo de Carlos Álvarez, Barcelona, Lumen, 1978, pp. 13-14.

«Canto rabioso de amor a España en su belleza», de Ángela Figuera Aymerich

La figura y la obra de Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902-Madrid, 1984) se sitúa en la denominada «poesía desarraigada» de la primera generación de posguerra española (la del 36). La crítica la adscribió a la denominada «poesía social», si bien la escritora no estaba conforme con esta etiqueta. Empezó a publicar sus versos a finales de los años 40 y su trayectoria poética se prolongó hasta su muerte: Mujer de barro (1948), Soria pura (1949), Vencida por el ángel (1951), El grito inútil (1952, Premio Ifach), Los días duros (1953), Víspera de la vida (1953), Belleza cruel (1958, con prólogo de León Felipe, Premio de Poesía Nueva España), Toco la tierra. Letanías (1962) y Otoño (1983). En 1961 dio a las prensas su Primera Antología y sus Obras completas fueron publicadas, de forma póstuma, en Madrid, Ediciones Hiperión, 1986, con prólogo de Roberta Quance.

Corazón de cristal roto

Copiaré hoy su impresionante «Canto rabioso de amor a España en su belleza», con su elocuente final, que no requiere de mayor comento. Dice así:

Con los ojos cerrados,
con los puños cerrados, con la boca
cerrada, España, canto tu belleza.
Y con la pluma ardiendo y con la pluma
loca de amor rabioso canto y firmo.

Belleza sobre ti y en tus entrañas
de miel y de granito, y en tu cielo,
y en tus encadenadas cordilleras
y en tus encadenados hombres, canto.

De siglo en siglo en olas y torrentes
de barro ibero, en sucesivas olas
de tierras y metales agregados,
de frutos madurados poco a poco
bajo tu fiero sol, me vienes, madre.
Me viene tu belleza tierna y dura,
tu corazón rodando enamorado
hasta embestirme, hasta llenarme toda,
hasta romperme el miedo y la corteza.

De siglo en siglo con tus ríos dulces,
puertos alegres, míticas ciudades,
piedras labradas, torreones, claustros,
palacios, catedrales y conventos,
pueblos de tierra, cementerios míseros,
huertos, jardines, patios y zaguanes,
Cristos sangrientos, sonrosadas Vírgenes,
lanzas y escudos, cálices y códices;
de siglo en siglo con cincel y gubia,
con mística y ascética y pinceles,
con el arado, el yunque y el martillo,
la pluma y los telares, me has llegado.
De sueño en sueño con palmeras y agua,
con limoneros, nardos y arrayanes,
vino y almendra, música y aceite;
de mar a mar, al remo y a la vela,
con sal y caracolas, con pescados,
playas doradas, ásperos cantiles;
de tierra en tierra con praderas húmedas,
sierras nevadas, florecidos valles,
pardas llanuras, parameras ásperas,
cierzos helados, delicadas brisas
oliendo a los tomillos de tu aliento,
de siglo en siglo me has llegado, España.

Tú me has parido y hecho y traspasado
de dicha y de dolor hasta los huesos
con tu belleza que se clava y ciñe
como un cilicio rojo en mi cintura
y hace subir mi sangre a borbotones
entre garganta y verso para ahogarme
de amor rabioso, de vergüenza sorda,
de amor, de amor, de amor, de amor rabioso.

Porque eres bella, España, y agonizas
bajo mis pies, herida en tus cimientos.
Porque te veo andando entre zarzales
por todos los caminos rezagada
con una cruz al cuello y otra al hombro,
durmiendo en las cunetas de la gloria
para soñar perdidas carabelas
con ojos anegados de ceniza.
Porque te veo escuálida y desnuda,
comiendo el pan moreno de tu vientre,
bebiéndote el gazpacho de tu sangre,
desposeída de oros y de espadas,
borracha en copas, vapuleada en bastos,
por todos malcomprada y malvendida,
pordioseando impúdica en la puerta
de la opulenta Catedral del Mundo.
Porque eres bella, España, y te me mueres,
viuda, asesina y mártir de tus hijos,
a mil años y un día condenada.

Porque eres bella, España, y te me mueres,
porque eres mía, España, y no te absuelvo
del mal de España, canto tu belleza
y fecho y firmo a corazón parado,
boca cerrada y apretados puños,
clavándome la lengua entre los dientes,
porque no quiero blasfemar tu nombre[1].


[1] Cito por Ángela Figuera Aymerich, Belleza cruel, prólogo de Carlos Álvarez, Barcelona, Lumen, 1978, pp. 48-50. En el primer verso de la sexta estrofa restituyo las comas aislando el vocativo «España», como en otros versos del poema.

«Hoy te traigo, Señor, esta tristeza», soneto de Rafael Montesinos

Entonces Jesús les dijo: «No temáis; id, dad las nuevas
a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán».

(Mateo, 28, 10)

Vaya para hoy, Lunes de Pascua —final de la Semana Santa e inicio del tiempo pascual hasta Pentecostés— el soneto «Hoy te traigo, Señor, esta tristeza», de Rafael Montesinos (Sevilla, 1920-Madrid, 2005), autor que publicó sus primeros poemas en las revistas Garcilaso, Espadaña e Ínsula. Su extensa obra poética está formada por Balada del amor primero (Madrid, Garcilaso, 1944), Canciones perversas para una niña tonta (Madrid, Garcilaso, 1946), El libro de las cosas perdidas (Valladolid, Colección Halcón, 1946), Las incredulidades (Madrid, Rialp, 1948), Cuaderno de las últimas nostalgias (Madrid, Neblí, 1994), País de la esperanza (Santander, Colección Cantalapiedra, 1955), La soledad y los días (Madrid, Afrodisio Aguado, 1956), El tiempo en nuestros brazos (Madrid, Ágora, 1958, Premio Ciudad de Sevilla y Premio Nacional de Literatura), Breve antología poética (Sevilla, La Muestra, 1962), La verdad y otras dudas (Madrid, Cultura Hispánica, 1967), Cancionerillo de tipo tradicional (Madrid, La Estafeta Literaria, 1971), Poesía 1944-1979 (Barcelona, Plaza & Janés, 1979), Último cuerpo de campanas (Sevilla, Calle del Aire, 1980), De la niebla y sus nombres (Madrid, Hiperión, 1985), Antología poética 1944-1995 (Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 1995), Con la pena cabal de la alegría (Madrid, Libertarias-Prodhufi, 1996, Premio Andalucía de la Crítica), Madrugada de Dios (Sevilla, Mundo Cofrade / Art & Press, 1998), Antología poética (Madrid, Rialp, 2003) y La vanidad de la ceniza (Madrid, Vitruvio, 2005).

Miel en forma de corazón

Todo el soneto se construye como un continuado apóstrofe al «Señor», al que se dirige con ese vocativo en los versos 1, 3, 7 y 11, y en él el yo lírico expresa su arrepentimiento («esta dolida / voz de arrepentimiento que te reza», vv. 3-4), su desazón por haber correspondido con «espinas y aspereza» a la «miel» que Dios derramó en su existencia (vv. 5-6), al tiempo que le pide la salvación de «esta vencida / primavera de angustia que ahora empieza» (vv. 7-8). La voz lírica, en fin, es consciente tanto de los pecados cometidos («la cadena / candente de la carne amarga y triste», vv. 10-11) como de que su situación podría haber llegado a ser mucho más desesperada, cosa que sin embargo Dios no ha permitido («la angustia que me llena / mayor pudo haber sido, y no quisiste», vv. 13-14).

Hoy te traigo, Señor, esta tristeza
de saberme sin gozo y sin herida;
hoy te traigo, Señor, esta dolida
voz de arrepentimiento que te reza.

Te devolví en espinas y aspereza
la miel que derramaste por mi vida.
Sálvame Tú, Señor, esta vencida
primavera de angustia que ahora empieza.

Si malgasté un amor, y otro a mi lado
dejé morir sin luz en la cadena
candente de la carne amarga y triste,

hoy te vuelvo lo poco que he salvado;
porque, Señor, la angustia que me llena
mayor pudo haber sido, y no quisiste[1].


[1] Rafael Montesinos, Poesía (1944-1979), Esplugas de Llobregat (Barcelona), Plaza & Janés, 1979, p. 47. Incluido en Cuando rezar resulta emocionante. Poesías para orar, 2.ª ed., refundida y ampliada, selección, presentación y notas de Manuel Casado Velarde, Madrid, Ediciones Cristiandad, 2017, p. 58, por donde lo cito.

«Soneto a la Virgen María, al pie de la Cruz», de Dionisio Ridruejo

Vaya para hoy, Viernes Santo, este soneto de Dionisio Ridruejo (Burgo de Osma, Soria, 1912-Madrid, 1975). Ridruejo, perteneciente a la Generación de 1936, puede adscribirse a la corriente de «poesía arraigada». Su obra poética está formada por los siguientes títulos: Plural (Segovia, Imprenta El Adelantado, 1935), Primer libro de amor (Barcelona, Yunque, 1939), Poesía en armas (Madrid, Ediciones Jerarquía, 1940), Fábula de la doncella y el río (Madrid, Editora Nacional, 1943), Sonetos a la piedra (Madrid, Editora Nacional, 1943), En la soledad del tiempo (Barcelona, Montaner y Simón, 1944), Poesía en armas. Cuaderno de la campaña de Rusia (Madrid, Afrodisio Aguado, 1944), Elegías (1943-1945) (Madrid, Adonais, 1948), En once años. Poesías completas de juventud (1935-1945), Madrid, Editora Nacional, 1950), volumen con el que fue Premio Nacional de Literatura 1950, Hasta la fecha. Poesías completas (1934-1959) (Madrid, Aguilar, 1961), Cuaderno catalán (Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1965), 22 poemas. Antología (Buenos Aires, Losada, 1967), Casi en prosa (1968-1972) (Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1972) y En breve. Hojas de un cancionero inédito (Málaga, Litoral, 1975).

Como buen representante del garcilasismo poético de posguerra, Ridruejo cultiva las estrofas clásicas, especialmente el soneto. Un buen ejemplo de su maestría en este terreno lo tenemos en este soneto dedicado al inmenso dolor de la Virgen María al ver morir a su hijo en la Cruz (con los motivos clásicos del Stabat Mater o de la Mater Dolorosa):

Andrea Mantegna, Crucifixión. Museo del Louvre (París, Francia)
Andrea Mantegna, Crucifixión. Museo del Louvre (París, Francia).

Toda la tierra, estremecida y grave,
bajo la sangre fiel que la levanta,
sufre en tu misma entraña donde canta
en siete heridas[1] tu agonía suave.

La lenta flor de tu mirada sabe,
cuando a los yertos miembros se adelanta,
hacerse hiedra de su triste planta[2]
y erguir los cielos con fervor de ave.

Bajo la Cruz —sin venas que la guarden—
llega hasta ti la savia enaltecida
donde el tiempo remedia sus rigores.

Y estás, ante los astros que no arden,
pariendo, Virgen, nuestra misma vida
como pariste a Dios, mas con dolores[3].


[1] siete heridas: alusión a los siete Dolores de María, a saber: la profecía de Simeón en la presentación de Jesús en el Templo (Lucas, 2, 22-35), la persecución de Herodes y la huida a Egipto (Mateo, 2, 13-15), Jesús perdido en el Templo por tres días (Lucas, 2, 41-50), María encuentra a Jesús cargado con la Cruz (Vía Crucis, 4.ª estación), la Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor (Juan, 19, 17-30), el Descendimiento —María recibe a Jesús bajado de la Cruz— (Marcos, 15, 42-46) y el entierro de Jesús. La Virgen de los Dolores es una advocación de la Virgen María, también conocida como Virgen de la Amargura, Virgen de la Piedad, Virgen de las Angustias o La Dolorosa. La iconografía la representa con siete espadas o puñales travesando su corazón.

[2] hacerse hiedra de su triste planta: alusión al motivo emblemático clásico de la hiedra aferrada al árbol (encina, olmo…), en señal de profundo amor o amistad. Para más detalles remito a Aurora Egido, en Víctor García de la Concha (dir.), Homenaje a Quevedo, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1982, pp. 213-232.

[3] como pariste a Dios, mas con dolores: según algunos Padres de la Iglesia, la Virgen María no sufrió dolores al dar a luz a Jesús, si bien la Iglesia no se ha definido al respecto. Aquí, en este nuevo “parto” de Cristo a la vida eterna, María sí sufre dolores. El poema lo encuentro recogido con variantes (sobre todo en el primer cuarteto) en Fernando Salas Pineda, «Lo recitó el poeta…», Anales de las cofradías de Almería, 11 de abril de 2020: «Toda la tierra, estremecida, cabe / bajo la sangre fiel que la levanta, / y sufre en esta herida que quebranta / con siete espadas tu agonía grave. // La lenta flor de tu mirada sabe, / cuando a los yertos miembros se adelanta, // hacerse hiedra de su triste planta // y erguir los cielos con fervor de ave. // Bajo la cruz, sin venas que la guarden, // llega hasta ti la savia enaltecida / donde el tiempo remedia sus rigores. // Y estás, ante los astros que no arden, / pariendo, Virgen, nuestra propia vida / como pariste a Dios, más [sic] con dolores».

«Pecado», de Rafael Morales

Vaya para hoy, Miércoles Santo, el soneto «Pecado», de Rafael Morales (Talavera de la Reina, Toledo, 1919-Madrid, 2005). El texto expresa la condición pecadora del hablante lírico («He pecado, Señor», v. 5), que se dirige en apóstrofe a Dios, consciente de su condición de «polvo vano» (v. 12), «tan humano» (v. 14).

Polvo humano

Oh, Dios mío, Dios mío. Tu ira azota
en mi carne de hombre. Por mis venas
tus látigos restallan, y me suenas
como un trueno en mi sangre más remota.

He pecado, Señor, y en cada gota
de la sangre que llevo muerdes, truenas,
hundes fieros cuchillos y me llenas
de un huracán que de tus llagas brota,

que ruge por mi pecho, que restalla,
abriéndose en la estrella de mi mano
como una enorme ola de metralla.

Sopla, Señor, sobre mi polvo vano,
avéntame cual polvo de batalla.
Mas no… ¡Perdón!… Al fin, soy tan humano…[1]


[1] Cito por Poesía española contemporánea. Antología (1939-1964). Poesía religiosa, selección, prólogo y notas de Leopoldo de Luis, Madrid / Barcelona, Ediciones Alfaguara, 1969, p. 215.

El «Villancico que llaman del aviador», de Federico Muelas

Otro poeta que ha compuesto originales villancicos es Federico Muelas (Cuenca, 1910-Madrid, 1974), perteneciente a la Generación del 36. De profesión farmacéutico, fundó la revista El Bergantín, si bien prefirió vivir alejado de la vida literaria pública. Su producción lírica está formada por títulos como Aurora de voces altas (1934), Entre tu vida y mi sueño (1934), Pliegos de cordel (1936), Vuelo y firmeza (1936), Temblor (1941), Cantando entre cielo y sangre (1941), Rodando en tu silencio (1964), Los villancicos de mi catedral (1967), Cuenca en volandas (1967) o Ángeles albriciadores (1971), entre otros, a los que cabe sumar otros volúmenes póstumos como la recopilación de Poesía (1979) o Poesía secreta (2000), que incluye los libros Ardiente huida y El libro de las arengas, escritos ambos en los años 50 bajo el influjo estético del surrealismo.

En el blog ya hemos dado entrada a otras composiciones navideñas suyas como «Por atajos y veredas», el «Villancico que llaman unos del aserrín y otros del Niño Carpintero», el «Villancico que llaman de la partera», el «Villancico que llaman de la llegada de los Reyes Magos» o el «Villancico nana de los tres Reyes». Añado hoy otra composición, el «Villancico que llaman del aviador», que se inserta en una serie habitual de representantes de distintos gremios u oficios que visitan el Portal de Belén. Lo más notable de este poema es que —siguiendo un motivo frecuente en la poesía de Navidad desde los tiempos clásicos— se mezcla el anuncio del nacimiento del Niño-Dios con el futuro sufrimiento de su Pasión y Muerte en la cruz, anticipada aquí en la figura del avión.

Cristo y avión-cruz

El texto es como sigue:

—¡Un arcángel!…
                                        Asombrados
le miraban los pastores.
Sobre la paz de los prados
trepidaban los motores.

—Tu pájaro es, aviador,
una cruz que vuela… Un día
pilotaré mi dolor
desde una cruz.
                             Sonreía
yerto, en su cuna, el Señor[1].


[1] Cito por la antología Porque esta noche el Amor. Poesía navideña del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997, p. 247.

«De cómo vino al mundo la oración», de Luis Rosales

Hoy, en la tierra, nace el Amor.
Hoy, en la tierra, nace Dios.

Luis Rosales (Granada, 1910-Madrid, 1992) es uno de los poetas españoles que más bellamente y con mayor intensidad ha cantado la Natividad del Señor, sobre todo en su poemario Retablo sacro del Nacimiento del Señor (Madrid, Escorial, 1940; 2.ª ed. corregida y aumentada, Madrid, Editorial Universitaria Europea, 1964, ambas ediciones con ilustraciones de José Romero Escassi). Ya en años anteriores han salido en este blog algunos de los hermosos y sentidos poemas de este Retablo sacro de Rosales, como los titulados  «De cómo fue gozoso el Nacimiento de Dios Nuestro Señor», «De cómo al contemplar por vez primera los ojos de su hijo, nació una estrella nueva», «De cuán graciosa y apacible era la belleza de la Virgen Nuestra Señora», «Callar…», «Villancico de la falta de fe», «Villancico de las estrellas altas», «Donde se cuenta que en el Portal, humilde, le adoraron tres Reyes» o «De cómo estaba la luz ensimismada en su Creador cuando los hombres le adoraron».

Niño Jesús entre la nieve

Para hoy, para esta Nochebuena en la que celebramos la Buena Nueva de que Dios viene al mundo haciéndose carne mortal para redimir al género humano, copiaré este otro soneto, «De cómo vino al mundo la oración», procedente del mismo libro. En la construcción del poema emplea Rosales una imaginería metafórica de significado transparente, que no requiere comentario, y lo remata con un rotundo verso bimembre. Dice así:

De lirio en oración, de espuma herida
por el paso del alba silenciosa;
de carne sin pecado en la gozosa
contemplación del niño sorprendida;

de nieve que detiene su caída
sobre la paja que al Señor desposa;
de sangre en asunción junto a la rosa
del virginal regazo desprendida;

de mirar levantado hacia la altura
como una fuente con el agua helada
donde el gozo encontró recogimiento;

de manos que juntaron su hermosura
para calmar, en la extensión nevada,
su angustia al hombre y su abandono al viento[1].


[1] Cito por Luis Rosales, Obras completas, vol. I, Poesía, Madrid, Trotta, 1996, pp. 224-225. La edición de 1940 del Retablo sacro del Nacimiento del Señor incluía quince poemas navideños. La de 1964 añadía otros quince, además de introducir correcciones en los poemas aparecidos en la primera edición. En las Obras completas forman el volumen, ahora titulado Retablo de Navidad, un total de 39 poemas, donde este aparece con el número 11. En la edición de 1964, donde se lee sin variantes, era el número 9.

«Diálogo entre Dios Padre y el Ángel de la Guarda del Niño, que regresaba de Belén», de Luis Rosales

Aunque ya han pasado los Reyes y las vacaciones tocan a su fin, seguimos todavía —hasta el domingo— en el tiempo litúrgico de la Navidad, y por eso quiero recordar uno de los textos que quedó mencionado en una entrada anterior y estaba pendiente de ser recogido aquí. Me refiero al «Diálogo entre Dios Padre y el Ángel de la Guarda del Niño, que regresaba de Belén», de Luis Rosales, perteneciente a su Retablo sacro del Nacimiento del Señor (no figura en la edición original de Madrid, Escorial, 1940, pero se incorpora en la segunda edición, corregida y aumentada, Madrid, Editorial Universitaria Europea, 1964).

Se trata de un breve romance (veinte versos con rima é e) en el que Dios Padre se interesa por la situación en Belén (pregunta al ángel por la mula, la paja, la Virgen, la nieve y el niño). Y aunque todas las respuestas del ángel enuncian algún aspecto negativo, la conclusión de Dios Padre es que «Todo está bien», y acalla la tímida protesta del ángel con un nuevo «Todo está bien» (valga entender que todo se ajusta a lo previsto en sus designios divinos). Como es frecuente en las composiciones de temática navideña desde la época clásica, se anticipa en el momento del nacimiento de Jesús su futura pasión (aquí en los vv. 7-8, cuando el ángel cuenta que la paja del pesebre se extiende bajo el cuerpo del recién nacido «como una pequeña cruz / dorada pero doliente»).

Niño Jesús con nieve

—¿La mula?

              —Señor, la mula
está cansada y se duerme;
ya no puede dar al niño
un aliento que no tiene.

—¿La paja?

              —Señor, la paja
bajo su cuerpo se extiende
como una pequeña cruz
dorada pero doliente.

—¿La Virgen?

                 —Señor, la Virgen
sigue llorando.

                 —¿La nieve?
—Sigue cayendo; hace frío
entre la mula y el buey[1].

—¿Y el niño?

              —Señor, el niño
ya empieza a mortalecerse[2]
y está temblando en la cuna
como el junco en la corriente.

—Todo está bien.

                     —Señor, pero…

—Todo está bien.

Lentamente
el ángel plegó sus alas
y volvió junto al pesebre[3].


[1] buey: en posición de rima (verso par) del romance; podemos considerarlo una licencia, o bien añadir una -e paragógica (bueye).

[2] mortalecerse: no figura este verbo en el DRAE, ni lo encuentro documentado tampoco en el CORDE. Sea o no un neologismo de Rosales, se trata de una sugerente creación léxica: el niño Jesús (que, siendo Dios, ha asumido la naturaleza humana, mortal) empieza ya a mortalecerse, a ʻacercarse a la muerteʼ, en primer lugar porque está desprotegido, aterido de frío, y podría morir; pero, sobre todo, porque morir para redimir a todo el género humano es su destino.

[3] Cito por Obras completas, vol. I, Poesía, Madrid, Trotta, 1996, p. 242, donde es el poema número 37 de Retablo de Navidad. En Retablo sacro del Nacimiento del Señor, 2.ª edición, corregida y aumentada, Madrid, Editorial Universitaria Europea, 1964, pp. 59-60, es el poema número 28 y el texto presenta algunas variantes: los vv. 3-4 son «tal vez no sepa mañana / que ha nacido para siempre»; el v. 6 es «no parece paja y duele»; y en el v. 8 el segundo adjetivo es «crujiente» en vez de «doliente». El texto ha sido musicado y cantado por Antonio Mata.