«Huerto de Melibea», de María Victoria Atencia

Vaya para hoy este breve poema de María Victoria Atencia (Málaga, 1931- ), uno de los muchos suyos en los que encontramos reminiscencias de nuestros clásicos. Aquí, de la Celestina (recordemos las palabras de Calisto, en el Acto I; cuando Sempronio le pregunta ¿Tú no eres cristiano?, él responde: «¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro, y en Melibea creo y a Melibea amo»).

Huerto de Melibea (Salamanca).

El poema es el segundo de la sección «En el joyero Tiffanyʼs» de su poemario El coleccionista (1979):

Escribió en su poema mi nombre, ya inmortal,
y me subió con él en su carro de fuego.
de por vida o por muerte —conceptos revisables—
en Melibea creo y de Calisto soy[1].


[1] Cito por María Victoria Atencia, La señal. Poesía 1961-1989, prólogo de Clara Janés, edición de Rafael León, Málaga, Ayuntamiento de Málaga, 1991, p. 128.

«Canción de invierno y de verano», de Ángel González

En entradas anteriores he transcrito aquí algunas composiciones de Tratado de urbanismo de Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008), poeta de la Generación del 50 o del medio siglo, del que estamos celebrando el centenario de su nacimiento. A «Inventario de lugares propicios al amor», «Soneto para cantar una ausencia» y «Soneto para imaginarte con exactitud» añado hoy «Canción de invierno y de verano», que es el noveno poema de la sección «Intermedio de canciones, sonetos y otras músicas», del mismo libro. Dice así:

Valparaíso

Cuando es invierno en el mar del Norte
es verano en Valparaíso.
Los barcos hacen sonar sus sirenas al entrar en el puerto de Bremen con jirones de niebla y de hielo en sus cabos,
mientras los balandros soleados arrastran por la superficie del Pacífico Sur bellas bañistas.

Eso sucede en el mismo tiempo,
pero jamás en el mismo día.

Porque cuando es de día en el mar del Norte
—brumas y sombras absorbiendo restos
de sucia luz—
es de noche en Valparaíso
—rutilantes estrellas lanzando agudos dardos
a las olas dormidas.

Cómo dudar que nos quisimos,
que me seguía tu pensamiento
y mi voz te buscaba —detrás,
muy cerca, iba mi boca.
Nos quisimos, es cierto, y yo sé cuánto:
primaveras, veranos, soles, lunas.

Pero jamás en el mismo día[1].


[1] Ángel González, Tratado de urbanismo, con lectura de Carlos Pardo, Velilla de San Antonio (Madrid), Bartleby Editores, 2006, pp. 9-10.

«Las palomas», de María Victoria Atencia

Vaya para hoy un nuevo poema de María Victoria Atencia (Málaga, 1931- ), recientemente galardonada con el Premio Nacional de las Letras Españolas 2025, que se suma a las composiciones «Blanca niña, muerta, habla con su padre», «Sazón» y «Epitafio para una muchacha» transcritas en los días anteriores. «Las palomas» (fechado el 6 de diciembre de 1975) forma parte de su poemario Los sueños (1976).

Padre con su hija en un parque con palomas

Con un tiempo lentísimo los paseos del parque
se desplazan en torno a las palomas mientras
a mi padre me acercan, lo rebasan y siguen
y nuevamente tornan en su giro, rozándolo,
y grito y no me oigo y las palomas vuelan
sin que me queden fuerzas que detengan el parque,
sin que me queden gestos que mi padre aperciba,
y alcance a comprender que preciso el seguro
refugio de sus brazos. Mis manos desoladas
buscan en los bolsillos algo que me ilusione
—regaliz o altramuces dulces— y cuando quiero
en el suelo sentarme, me hace daño una piedra[1].


[1] Cito por María Victoria Atencia, La señal. Poesía 1961-1989, prólogo de Clara Janés, edición de Rafael León, Málaga, Ayuntamiento de Málaga, 1991, p. 55.

«Epitafio para una muchacha», de María Victoria Atencia

En días pasados he transcrito aquí los poemas «Blanca niña, muerta, habla con su padre» y «Sazón» de María Victoria Atencia (Málaga, 1931- ), que acaba de ser galardonada con el Premio Nacional de las Letras Españolas 2025. Hoy traigo una de las composiciones más conocidas y celebradas de la poeta malagueña, su «Epitafio para una muchacha», perteneciente a su poemario Cañada de los Ingleses (1961).

Ofelia (1851-1852), de John Everett Millais. Tate Gallery (Londres)
Ofelia (1851-1852), de John Everett Millais. Tate Gallery (Londres).

Porque te fue negado
el tiempo de la dicha
tu corazón descansa
tan ajeno a las rosas.
Tu sangre y carne fueron
tu vestido más rico
y la tierra no supo
lo firme de tu paso.

Aquí empieza tu siembra
y acaba juntamente
—tal se entierra a un vencido
al final del combate—,
donde el agua en noviembre
calará tu ternura
y el ladrido de un perro
tenga voz de presagio.

Quieta tu vida toda
al tacto de la muerte,
que a las semillas puede
y cercena los brotes,
te quedaste en capullo
sin abrir, y ya nunca
sabrás el estallido
floral de primavera[1].


[1] Cito por María Victoria Atencia, La señal. Poesía 1961-1989, prólogo de Clara Janés, edición de Rafael León, Málaga, Ayuntamiento de Málaga, 1991, p. 394. En esta edición, el segundo verso de la tercera estrofa comienza con «el tacto»; restituyo la lectura correcta, «al tacto».

«Sazón», soneto de María Victoria Atencia

Copiaba el otro día el poema «Blanca niña, muerta, habla con su padre» de María Victoria Atencia, perteneciente a su poemario Marta & María (1976). Vaya para hoy su soneto «Sazón», que abre su primer libro de poemas, Arte y parte (1961):

Árbol

Ya está todo en sazón. Me siento hecha,
me conozco mujer y clavo al suelo
profunda la raíz, y tiendo en vuelo
la rama, cierta en ti, de su cosecha.

¡Cómo crece la rama y qué derecha!
Todo es hoy en mi tronco un solo anhelo
de vivir y vivir: tender al cielo,
erguida en vertical, como la flecha

que se lanza a la nube. Tan erguida
que tu voz se ha aprendido la destreza
de abrirla sonriente y florecida.

Me remueve tu voz. Por ella siento
que la rama combada se endereza
y el fruto de mi voz se crece al viento[1].


[1] Cito por María Victoria Atencia, La señal. Poesía 1961-1989, prólogo de Clara Janés, edición de Rafael León, Málaga, Ayuntamiento de Málaga, 1991, p. 22.

«Blanca niña, muerta, habla con su padre», de María Victoria Atencia

María Victoria Atencia (Málaga, 1931- ) acaba de ser galardonada con el Premio Nacional de las Letras Españolas 2025, en reconocimiento al conjunto de su labor literaria. Perteneciente a la Generación del 50 o del medio siglo, desde muy joven estuvo ligada al grupo poético de Caracola. Entre sus obras destacan títulos como Arte y parte (1961), Cañada de los Ingleses (1961), Marta & María (1976), Los sueños (1976), El mundo de M. V. (1978), El coleccionista (1979), Compás binario (1984), Paulina o el libro de las aguas (1984), Trances de Nuestra Señora (1986), De la llama en que arde (1988), La pared contigua (1989), La intrusa (1992), El puente (1992), Las contemplaciones (1997, Premio Andalucía de la Crítica y Premio Nacional de la Crítica 1998), Las niñas (2000), El hueco (2003), De pérdidas y adioses (2005) y El umbral (2011, Premio Real Academia Española 2012). Existen además varias antologías de su poesía: así, Ex libris, de 1984, con prólogo de Guillermo Carnero, recopila en Visor sus libros poéticos hasta El coleccionista; en 1991 el Ayuntamiento de Málaga dio a las prensas La señal. Poesía 1961-1989, edición de Rafael León, con prólogo de Clara Janés; en 2011 Renacimiento acogió Como las cosas claman (Antología poética, 1955-2010), con prólogo de Guillermo Carnero; y en 2014 Fundación Málaga patrocinó la publicación digital Voz en vuelo (Antología poética 1961-2014), edición e introducción de María José Jiménez Tomé. Más recientemente, en 2021, Cátedra publicó Una luz imprevista. Poesía completa, en edición de Rocío Badía Fumaz.

Copiaré hoy uno de los poemas de Marta & María, concretamente el titulado «Blanca niña, muerta, habla con su padre», escrito en rítmicos alejandrinos:

Aparta el ave umbría que se posó en tus ojos
para quebrar por siempre su vuelo en tu mirada.
¿Era razón de vida que yo me anticipase?
Tanto amor tengo tuyo que no te estoy ausente
pues mi sangre retorna nuevamente a la tuya
y aguardo desde el polvo, floralmente, tu mano.

Me fue puesta esta casa más allá del estiércol:
no podrá contra ella el terral que propaga
a la dama de noche, ni al viento de poniente.
Mi jardinero y padre, siempre aquí es primavera:
tu majestad prosigue sobre las rosas rojas;
sonríe, pues que vives sólo para lo bello[1].

[1] Cito por María Victoria Atencia, La señal. Poesía 1961-1989, prólogo de Clara Janés, edición de Rafael León, Málaga, Ayuntamiento de Málaga, 1991, p. 22.

«Inventario de lugares propicios al amor», de Ángel González

En fechas recientes he traído al blog dos composiciones de Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008), poeta de la Generación del 50 o del medio siglo, del que estamos celebrando el centenario de su nacimiento. Se trababa de «Soneto para cantar una ausencia» y «Soneto para imaginarte con exactitud». Copiaré hoy otro poema suyo incluido también en Tratado de urbanismo, «Inventario de lugares propicios al amor», que es la composición que abre el poemario (poema I de la sección inicial «Ciudad uno»).

Ojo vigilante

Dice así:

Son pocos.
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como plátanos.
El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
Los contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque caiga nieve.
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas, además, proscriben
la caricia (con exenciones
para determinadas zonas epidérmicas
—sin interés alguno—
en niños, perros y otros animales)
y el «no tocar, peligro de ignominia»
puede leerse en miles de miradas.
¿A dónde huir, entonces?
Por todas partes ojos bizcos,  
córneas torturadas,
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan, desconfían, amenazan.
Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio[1].


[1] Ángel González, Tratado de urbanismo, con lectura de Carlos Pardo, Velilla de San Antonio (Madrid), Bartleby Editores, 2006, pp. 9-10.

«Soneto para cantar una ausencia», de Ángel González

Vaya para hoy otro soneto de Tratado de urbanismo de Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008), poeta de la Generación del 50 o del medio siglo, del que estamos celebrando el centenario de su nacimiento. Se trata de «Soneto para cantar una ausencia» y dice así:

Muro de las Lamentaciones

Las horas pasan, pesan lentamente
vacías de ti, llenas de tu memoria.
Tu ausencia rompe el hilo de mi historia,
aísla como un foso este presente,

dejándome indefenso e inocente
entre la espada aguda de la gloria
de haberte amado ayer, y la ilusoria
esperanza de amarte eternamente.

No dirijo mi vida, y el futuro
se presenta inseguro, turbio, incierto.
Me atengo sólo a ti, que no te tienes.

Me inclino sobre ti, endeble muro
de mis lamentaciones: roto, abierto,
hendido dique en el que me contienes[1].


[1] Ángel González, Tratado de urbanismo, con lectura de Carlos Pardo, Velilla de San Antonio (Madrid), Bartleby Editores, 2006, p. 48.

«Soneto para imaginarte con exactitud», de Ángel González

Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008) es un poeta cuya figura se adscribe a la Generación del 50 o del medio siglo. Fue Premio Antonio Machado de la editorial Ruedo Ibérico en 1962, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1985, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1996, Premio Internacional Salerno de Poesía en 1991, Premio Julián Besteiro de las Artes y las Letras en 2001 y Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca en 2004. Ocupó el sillón P de la Real Academia Española desde enero de 1996. Entre sus libros de poesía se cuentan Áspero mundo (1956), Sin esperanza, con convencimiento (1961), Grado elemental (1962), Tratado de urbanismo (1967), Breves acotaciones para una biografía (1969), Procedimientos narrativos (1972), Prosemas o menos (1985), A todo amor: antología (1996), Deixis en fantasma (1992), 101+19=120 poemas (2000), Otoños y otras luces (2001) y Nada grave (2008, póstumo)[1].

Ángel González

Ahora que se conmemora el centenario de su nacimiento, lo quiero recordar con el bello «Soneto para imaginarte con exactitud», de Tratado de urbanismo:

Pensarte así: la sombra, deslumbrada
se pliega al resplandor de tu sonrisa,
retrocede ante ti, pasa, sin prisa,
de gris a rojo, de naranja a nada.

Imaginar aún más: la desbandada
súbita de palomas que, imprecisa,
despliega a contravuelo de la brisa
la claridad de su bandera alada,

no es más que tu disperso pensamiento
que tiñe los colores de la tarde
con la luz que devana tu cabeza.

Palomar golpeado por el viento:
cierra los ojos, guarda —pues ya arde
en el cielo bastante— tu belleza[2].


[1] Varios de sus poemas fueron seleccionados en la antología Veinte años de poesía española (1939-1959) de 1960 preparada por Josep María Castellet para la editorial Seix Barral.

[2] Ángel González, Tratado de urbanismo, con lectura de Carlos Pardo, Velilla de San Antonio (Madrid), Bartleby Editores, 2006, p. 49.

«Filiación», soneto de Julio Mariscal Montes

De Julio Mariscal Montes (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1922- Arcos de la Frontera, Cádiz, 1977) ya quedó transcrito un soneto propio de este tiempo de Semana Santa como es «Jueves Santo». Añado hoy este otro, titulado «Filiación», perteneciente a su poemario Quinta palabra (1958), donde va dedicado a José María Pemán.

Representación de la Pasión de Cristo en Quintanar de la Orden (Toledo).

Nombre: Jesús. El hijo de María.
Nació en Belén. Oficio: carpintero.
Treinta años[1] puliéndose el madero
para tres lentas horas de agonía.

Jerusalén… Betsaida[2]… La alegría
de un loco Tiberiades[3]… El sendero
de la casa de Marta[4]… El hormiguero
de «hosannas» por su frente todavía…

Jesús de Nazaret; Cristo Prendido:
tres años[5] de cosechas y nublados
dándose en su palabra iluminada.

Cristo muerto en la Cruz; escarnecido:
una esponja con hiel[6], unos soldados
y una Mujer que llora[7] desolada[8].


[1] Treinta años: los de la vida oculta de Jesús de Nazaret.

[2] Betsaida: ciudad costera en el mar de Galilea, donde vivían algunos apóstoles de Jesús, y donde este realizó algunos de sus milagros (la multiplicación de los panes y los peces, caminar sobre el agua, devolver la vista a un ciego). Cfr. Mateo, 11, 21-24; Lucas, 10, 13-15; Marcos, 8, 22-26.

[3] Tiberiades: mantengo la forma sin tilde del original. Tiberíades, emplazada en la orilla occidental del mar de Galilea, en la Baja Galilea, es mencionada en Juan, 6, 23 como lugar desde donde zarpaban las barcas hacia el extremo oriental del mar de Galilea (llamado también mar de Tiberíades). Los fieles que buscaban a Jesucristo tras el milagro de los panes y los peces utilizaron estas barcas para viajar hacia Cafarnaún, en el extremo norte del lago.

[4] la casa de Marta: «Aconteció que yendo de camino, entró [Jesús] en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa.Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra.Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: “Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude”. Respondiendo Jesús, le dijo: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”» (Lucas, 10, 38-42).  Según el evangelio de san Juan, la casa de los hermanos Marta, María y Lázaro estaba en Betania.

[5] tres años: los de la vida pública de Jesús.

[6] una esponja con hiel: cuando Jesús está cercano a expirar, uno de los presentes le acerca a la boca una caña con una esponja embebida en vinagre (Marcos, 15,36; Mateo, 27, 48; Lucas, 23, 36; Juan, 19, 29-30). Los soldados romanos tomaban una mezcla de agua, vinagre y, en ocasiones, hierbas aromáticas (mirra, hiel de la tierra o del campo, cuyo nombre científico es Centaurium erythraea) llamada posca. Los comentaristas discuten si el dar a beber vinagre a Jesús ha de interpretarse como un escarnio (una más de las burlas a las que fue sometido) o, por el contrario, como gesto de compasión (para aliviar su sed y calmar su dolor, pues solía darse a los crucificados esa mezcla de vinagre con sustancias narcotizantes). Quevedo tiene un soneto que comienza: «Vinagre y hiel para sus labios pide, / y perdón para el pueblo que le hiere». En la tradición bíblico-judaica el vinagre se asocia al dolor y la amargura. Cfr. por ejemplo el Salmo 69, 21: «También me dieron hiel como alimento, y en mi sed me dieron a beber vinagre».

[7] una Mujer que llora: motivo del Stabat Mater, del dolor de la Virgen María asistiendo a la muerte de su hijo en la Cruz.

[8] Tomo el texto de Impresiones. Revista multicultural de Paterna de Rivera, número 12, octubre de 2017, «Recordando a Julio Mariscal» (número conmemorativo dedicado al poeta Julio Mariscal Montes en el 40 aniversario de su muerte), p. 59.