«Hoy te traigo, Señor, esta tristeza», soneto de Rafael Montesinos

Entonces Jesús les dijo: «No temáis; id, dad las nuevas
a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán».

(Mateo, 28, 10)

Vaya para hoy, Lunes de Pascua —final de la Semana Santa e inicio del tiempo pascual hasta Pentecostés— el soneto «Hoy te traigo, Señor, esta tristeza», de Rafael Montesinos (Sevilla, 1920-Madrid, 2005), autor que publicó sus primeros poemas en las revistas Garcilaso, Espadaña e Ínsula. Su extensa obra poética está formada por Balada del amor primero (Madrid, Garcilaso, 1944), Canciones perversas para una niña tonta (Madrid, Garcilaso, 1946), El libro de las cosas perdidas (Valladolid, Colección Halcón, 1946), Las incredulidades (Madrid, Rialp, 1948), Cuaderno de las últimas nostalgias (Madrid, Neblí, 1994), País de la esperanza (Santander, Colección Cantalapiedra, 1955), La soledad y los días (Madrid, Afrodisio Aguado, 1956), El tiempo en nuestros brazos (Madrid, Ágora, 1958, Premio Ciudad de Sevilla y Premio Nacional de Literatura), Breve antología poética (Sevilla, La Muestra, 1962), La verdad y otras dudas (Madrid, Cultura Hispánica, 1967), Cancionerillo de tipo tradicional (Madrid, La Estafeta Literaria, 1971), Poesía 1944-1979 (Barcelona, Plaza & Janés, 1979), Último cuerpo de campanas (Sevilla, Calle del Aire, 1980), De la niebla y sus nombres (Madrid, Hiperión, 1985), Antología poética 1944-1995 (Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 1995), Con la pena cabal de la alegría (Madrid, Libertarias-Prodhufi, 1996, Premio Andalucía de la Crítica), Madrugada de Dios (Sevilla, Mundo Cofrade / Art & Press, 1998), Antología poética (Madrid, Rialp, 2003) y La vanidad de la ceniza (Madrid, Vitruvio, 2005).

Miel en forma de corazón

Todo el soneto se construye como un continuado apóstrofe al «Señor», al que se dirige con ese vocativo en los versos 1, 3, 7 y 11, y en él el yo lírico expresa su arrepentimiento («esta dolida / voz de arrepentimiento que te reza», vv. 3-4), su desazón por haber correspondido con «espinas y aspereza» a la «miel» que Dios derramó en su existencia (vv. 5-6), al tiempo que le pide la salvación de «esta vencida / primavera de angustia que ahora empieza» (vv. 7-8). La voz lírica, en fin, es consciente tanto de los pecados cometidos («la cadena / candente de la carne amarga y triste», vv. 10-11) como de que su situación podría haber llegado a ser mucho más desesperada, cosa que sin embargo Dios no ha permitido («la angustia que me llena / mayor pudo haber sido, y no quisiste», vv. 13-14).

Hoy te traigo, Señor, esta tristeza
de saberme sin gozo y sin herida;
hoy te traigo, Señor, esta dolida
voz de arrepentimiento que te reza.

Te devolví en espinas y aspereza
la miel que derramaste por mi vida.
Sálvame Tú, Señor, esta vencida
primavera de angustia que ahora empieza.

Si malgasté un amor, y otro a mi lado
dejé morir sin luz en la cadena
candente de la carne amarga y triste,

hoy te vuelvo lo poco que he salvado;
porque, Señor, la angustia que me llena
mayor pudo haber sido, y no quisiste[1].


[1] Rafael Montesinos, Poesía (1944-1979), Esplugas de Llobregat (Barcelona), Plaza & Janés, 1979, p. 47. Incluido en Cuando rezar resulta emocionante. Poesías para orar, 2.ª ed., refundida y ampliada, selección, presentación y notas de Manuel Casado Velarde, Madrid, Ediciones Cristiandad, 2017, p. 58, por donde lo cito.

«Ofrezcan los cristianos / ofrendas de alabanza…» (Secuencia de Pascua)

—¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado. 
(Lucas, 24, 5-6)

En años anteriores ya han quedado recogidos en el blog varios poemas dedicados a la Resurrección del Señor: así, el soneto «A la Resurrección», de Lope de Vega; «A la resurrección del Señor», de Bartolomé Leonardo de Argensola; la «Oda a Cristo resucitado», de Antonio López Baeza, o el «Soneto de la Resurrección», de Francisco Luis Bernárdez. Para este nuevo Domingo de Resurrección copiaré en su versión en español recogida en el Misal Romano la Secuencia de Pascua, «Victimae paschali laudes», que se reza o canta antes del Evangelio.

Cristo Resucitado. Parroquia de Santa María, Madre de la Iglesia (Barañáin, Navarra, España).
Cristo Resucitado. Parroquia de Santa María, Madre de la Iglesia (Barañáin, Navarra, España).

Es esta una secuencia[1] prescrita en el rito romano para la misa del domingo de Pascua y toda su octava, cuya creación se atribuye a Wipo de Burgundia, monje del siglo XI que fue capellán de Conrado II, aunque también se ha atribuido a otros posibles autores como Notker Balbulus, Roberto II de Francia y Adán de San Víctor[2]. La versión en castellano, si bien no es una traducción literal del texto latino antiguo[3], reproduce fielmente el significado y la tonalidad poética (aquí un romance endecha —versos heptásilabos— con rima á a) del original. Dice así:

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
—¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?
—A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa[4].


[1] Las secuencias son composiciones musicales sin texto que surgieron en el siglo IX como frases melódicas añadidas a la exclamación Alleluia, montadas sobre la última sílaba para prolongar —de allí la palabra sequentia— la exclamación.

[2] Actualmente encontramos cuatro secuencias: dos obligatorias: «Victimae Paschali laudes» para Pascua y «Veni sancte spiritu» para Pentecostés; y dos opcionales: «Lauda Sion» para el Corpus y «Stabat Mater» para el 15 de septiembre, en memoria de la Virgen de los Dolores.

[3] El texto latino antiguo es: «Victimae paschali laudes immolent Christiani. Agnus redemit oves: Christus innocens Patri reconciliavit peccatores. / Mors et vita duello conflixere mirando: dux vitae mortuus, regnat vivus. / Dic nobis Maria, quid vidisti in via? Sepulcrum Christi viventis, et gloriam vidi resurgentis. / Dic nobis Maria, quid vidisti in via? / Angelicos testes, sudarium, et vestes. / Dic nobis, Maria, quid vidisti in via? / Surrexit Christus spes mea: / praecedet vos in Galilaeam. / Credendum est magis soli Mariae veraci quam Judaeorum turbae fallaci. / Scimus Christum surrexisse a mortuis vere: / Tu nobis, victor Rex, miserere. / Amen. Aleluya».

[4] Puede verse un comentario detallado del significado de cada apartado de la sentencia en Francisco Torres Ruiz, «Secuencia de Pascua: Victimae paschali laudes», publicada en Sancta Sanctis el 3 de mayo de 2017.

«Soneto a la Virgen María, al pie de la Cruz», de Dionisio Ridruejo

Vaya para hoy, Viernes Santo, este soneto de Dionisio Ridruejo (Burgo de Osma, Soria, 1912-Madrid, 1975). Ridruejo, perteneciente a la Generación de 1936, puede adscribirse a la corriente de «poesía arraigada». Su obra poética está formada por los siguientes títulos: Plural (Segovia, Imprenta El Adelantado, 1935), Primer libro de amor (Barcelona, Yunque, 1939), Poesía en armas (Madrid, Ediciones Jerarquía, 1940), Fábula de la doncella y el río (Madrid, Editora Nacional, 1943), Sonetos a la piedra (Madrid, Editora Nacional, 1943), En la soledad del tiempo (Barcelona, Montaner y Simón, 1944), Poesía en armas. Cuaderno de la campaña de Rusia (Madrid, Afrodisio Aguado, 1944), Elegías (1943-1945) (Madrid, Adonais, 1948), En once años. Poesías completas de juventud (1935-1945), Madrid, Editora Nacional, 1950), volumen con el que fue Premio Nacional de Literatura 1950, Hasta la fecha. Poesías completas (1934-1959) (Madrid, Aguilar, 1961), Cuaderno catalán (Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1965), 22 poemas. Antología (Buenos Aires, Losada, 1967), Casi en prosa (1968-1972) (Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1972) y En breve. Hojas de un cancionero inédito (Málaga, Litoral, 1975).

Como buen representante del garcilasismo poético de posguerra, Ridruejo cultiva las estrofas clásicas, especialmente el soneto. Un buen ejemplo de su maestría en este terreno lo tenemos en este soneto dedicado al inmenso dolor de la Virgen María al ver morir a su hijo en la Cruz (con los motivos clásicos del Stabat Mater o de la Mater Dolorosa):

Andrea Mantegna, Crucifixión. Museo del Louvre (París, Francia)
Andrea Mantegna, Crucifixión. Museo del Louvre (París, Francia).

Toda la tierra, estremecida y grave,
bajo la sangre fiel que la levanta,
sufre en tu misma entraña donde canta
en siete heridas[1] tu agonía suave.

La lenta flor de tu mirada sabe,
cuando a los yertos miembros se adelanta,
hacerse hiedra de su triste planta[2]
y erguir los cielos con fervor de ave.

Bajo la Cruz —sin venas que la guarden—
llega hasta ti la savia enaltecida
donde el tiempo remedia sus rigores.

Y estás, ante los astros que no arden,
pariendo, Virgen, nuestra misma vida
como pariste a Dios, mas con dolores[3].


[1] siete heridas: alusión a los siete Dolores de María, a saber: la profecía de Simeón en la presentación de Jesús en el Templo (Lucas, 2, 22-35), la persecución de Herodes y la huida a Egipto (Mateo, 2, 13-15), Jesús perdido en el Templo por tres días (Lucas, 2, 41-50), María encuentra a Jesús cargado con la Cruz (Vía Crucis, 4.ª estación), la Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor (Juan, 19, 17-30), el Descendimiento —María recibe a Jesús bajado de la Cruz— (Marcos, 15, 42-46) y el entierro de Jesús. La Virgen de los Dolores es una advocación de la Virgen María, también conocida como Virgen de la Amargura, Virgen de la Piedad, Virgen de las Angustias o La Dolorosa. La iconografía la representa con siete espadas o puñales travesando su corazón.

[2] hacerse hiedra de su triste planta: alusión al motivo emblemático clásico de la hiedra aferrada al árbol (encina, olmo…), en señal de profundo amor o amistad. Para más detalles remito a Aurora Egido, en Víctor García de la Concha (dir.), Homenaje a Quevedo, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1982, pp. 213-232.

[3] como pariste a Dios, mas con dolores: según algunos Padres de la Iglesia, la Virgen María no sufrió dolores al dar a luz a Jesús, si bien la Iglesia no se ha definido al respecto. Aquí, en este nuevo “parto” de Cristo a la vida eterna, María sí sufre dolores. El poema lo encuentro recogido con variantes (sobre todo en el primer cuarteto) en Fernando Salas Pineda, «Lo recitó el poeta…», Anales de las cofradías de Almería, 11 de abril de 2020: «Toda la tierra, estremecida, cabe / bajo la sangre fiel que la levanta, / y sufre en esta herida que quebranta / con siete espadas tu agonía grave. // La lenta flor de tu mirada sabe, / cuando a los yertos miembros se adelanta, // hacerse hiedra de su triste planta // y erguir los cielos con fervor de ave. // Bajo la cruz, sin venas que la guarden, // llega hasta ti la savia enaltecida / donde el tiempo remedia sus rigores. // Y estás, ante los astros que no arden, / pariendo, Virgen, nuestra propia vida / como pariste a Dios, más [sic] con dolores».

«Retruécano», soneto de fray Francisco de Jesús Bolaños Rosero

Francisco de Jesús Bolaños Rosero[1] (Pasto, Colombia, 4 de octubre de 1701-Quito, Ecuador, 14 de diciembre de 1785) ingresó en 1715 en la Orden Mercedaria en su ciudad natal. Después se trasladó a Quito, donde estudió en el convento mercedario y pronunció sus votos solemnes el 17 de enero de 1718. Años después, buscando alejarse del mundo, marchó a un lugar descampado, en las laderas del volcán Pichincha (Ecuador), y el 12 de mayo de 1735 fundó la ermita del Tejar, que con los años pasó a ser conocida como la Recolección, iglesia, casa de ejercicios y capilla dedicada a san José. Varón de vida ejemplar y grandes virtudes, amigo del silencio y el trabajo, fray Francisco de Jesús Bolaños Rosero era conocido como «el Padre Grande». Recorrió gran parte del Ecuador, sobre todo las zonas del bajo Ucayali, en misiones de provecho para la conversión de los indios. Dejó escrito un pequeño devocionario con oraciones para antes y después de la misa.

Cruz de Cristo vencedora de la muerte

Suyo es este soneto titulado «Retruécano», en el que a lo largo de los catorce versos se repiten —haciendo uso de la figura retórica aludida en el título— los términos Cristo, vida, muerte y Cruz (la muerte de Cristo en la Cruz es, en última instancia, con su resurrección, vida para Él y para todo el género humano):

Cristo en la Cruz jugó y perdió la vida
y ganó para sí en la Cruz la muerte;
pero, porque en la Cruz recibe muerte,
el hombre por la Cruz recibe vida.

La Cruz al hombre da contento y vida
y a Dios le da la Cruz tormento y muerte,
y en la Cruz triunfa Dios del mal y muerte,
pues en la Cruz les quita al fin la vida.

Recibe Cristo en Cruz afrenta y muerte
y por la Cruz alcanza gloria y vida
el hombre que sin Cruz viviera en muerte.

Y al fin la Cruz a Cristo da la vida,
y es espada la Cruz contra la muerte
pues pierde por la Cruz el reino y vida[2].


[1] Véase Rodolfo Pérez Pimentel, Diccionario biográfico del Ecuador, tomo 7, Guayaquil, Editorial de la Universidad de Guayaquil, 2002, pp. 68-70.

[2] Tomo el texto de Iván Guzmán López, «Sonetos para celebrar a Cristo», El Mundo de Medellín, 5 de abril de 2012.

«Crucifixión y Gracia», soneto de Alfonso Albalá

De Alfonso Albalá (Coria, Cáceres, 1924-Madrid, 1973) ya había quedado recogido en este blog su emotivo soneto «Tacto de Dios». Vaya para hoy, Miércoles Santo, este otro poema suyo, también soneto, en el que el hablante lírico muestra su deseo de identificarse con Cristo en su Cruz y en la Eucaristía (destacado por el neologismo cristificar del verso decimotercero).

Cruz y Eucaristía

Cuerpo total, yacente en el madero,
naciente Iglesia en cruz, en mi calvario
déjale así, desnudo, sin sudario,
porque ahora es este Cristo mi cordero.

Soy cordero de Dios, soy sumidero
jubiloso de Dios, hondo sagrario
donde guardar su pan en el almario[1]
de este llagar amor mi manadero.

Ara de Dios, te soy, hambre esteparia
en cruz, en luz, en sed y parusía[2]
hacia el alba total de la plegaria.

En tu madero aguardo la agonía
que cristifique en mí mi necesaria
sazón de serte solo eucaristía[3].


[1] almario: lugar donde reside el alma.

[2] parusía: advenimiento glorioso de Jesús al final de los tiempos.

[3] Cito por Poesía española contemporánea. Antología (1939-1964). Poesía religiosa, selección, prólogo y notas de Leopoldo de Luis, Madrid / Barcelona, Ediciones Alfaguara, 1969, p. 313.

«Filiación», soneto de Julio Mariscal Montes

De Julio Mariscal Montes (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1922- Arcos de la Frontera, Cádiz, 1977) ya quedó transcrito un soneto propio de este tiempo de Semana Santa como es «Jueves Santo». Añado hoy este otro, titulado «Filiación», perteneciente a su poemario Quinta palabra (1958), donde va dedicado a José María Pemán.

Representación de la Pasión de Cristo en Quintanar de la Orden (Toledo).

Nombre: Jesús. El hijo de María.
Nació en Belén. Oficio: carpintero.
Treinta años[1] puliéndose el madero
para tres lentas horas de agonía.

Jerusalén… Betsaida[2]… La alegría
de un loco Tiberiades[3]… El sendero
de la casa de Marta[4]… El hormiguero
de «hosannas» por su frente todavía…

Jesús de Nazaret; Cristo Prendido:
tres años[5] de cosechas y nublados
dándose en su palabra iluminada.

Cristo muerto en la Cruz; escarnecido:
una esponja con hiel[6], unos soldados
y una Mujer que llora[7] desolada[8].


[1] Treinta años: los de la vida oculta de Jesús de Nazaret.

[2] Betsaida: ciudad costera en el mar de Galilea, donde vivían algunos apóstoles de Jesús, y donde este realizó algunos de sus milagros (la multiplicación de los panes y los peces, caminar sobre el agua, devolver la vista a un ciego). Cfr. Mateo, 11, 21-24; Lucas, 10, 13-15; Marcos, 8, 22-26.

[3] Tiberiades: mantengo la forma sin tilde del original. Tiberíades, emplazada en la orilla occidental del mar de Galilea, en la Baja Galilea, es mencionada en Juan, 6, 23 como lugar desde donde zarpaban las barcas hacia el extremo oriental del mar de Galilea (llamado también mar de Tiberíades). Los fieles que buscaban a Jesucristo tras el milagro de los panes y los peces utilizaron estas barcas para viajar hacia Cafarnaún, en el extremo norte del lago.

[4] la casa de Marta: «Aconteció que yendo de camino, entró [Jesús] en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa.Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra.Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: “Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude”. Respondiendo Jesús, le dijo: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”» (Lucas, 10, 38-42).  Según el evangelio de san Juan, la casa de los hermanos Marta, María y Lázaro estaba en Betania.

[5] tres años: los de la vida pública de Jesús.

[6] una esponja con hiel: cuando Jesús está cercano a expirar, uno de los presentes le acerca a la boca una caña con una esponja embebida en vinagre (Marcos, 15,36; Mateo, 27, 48; Lucas, 23, 36; Juan, 19, 29-30). Los soldados romanos tomaban una mezcla de agua, vinagre y, en ocasiones, hierbas aromáticas (mirra, hiel de la tierra o del campo, cuyo nombre científico es Centaurium erythraea) llamada posca. Los comentaristas discuten si el dar a beber vinagre a Jesús ha de interpretarse como un escarnio (una más de las burlas a las que fue sometido) o, por el contrario, como gesto de compasión (para aliviar su sed y calmar su dolor, pues solía darse a los crucificados esa mezcla de vinagre con sustancias narcotizantes). Quevedo tiene un soneto que comienza: «Vinagre y hiel para sus labios pide, / y perdón para el pueblo que le hiere». En la tradición bíblico-judaica el vinagre se asocia al dolor y la amargura. Cfr. por ejemplo el Salmo 69, 21: «También me dieron hiel como alimento, y en mi sed me dieron a beber vinagre».

[7] una Mujer que llora: motivo del Stabat Mater, del dolor de la Virgen María asistiendo a la muerte de su hijo en la Cruz.

[8] Tomo el texto de Impresiones. Revista multicultural de Paterna de Rivera, número 12, octubre de 2017, «Recordando a Julio Mariscal» (número conmemorativo dedicado al poeta Julio Mariscal Montes en el 40 aniversario de su muerte), p. 59.

«Tacto de Dios», de Alfonso Albalá

Copio para hoy, Lunes de Pascua, esta emotiva composición de Alfonso Albalá (Coria, Cáceres, 1924-Madrid, 1973), «Tacto de Dios», tacto divino que se reitera a lo largo del soneto (vv. 1, 3, 4, 11, 12, 13…) como luz, una luz que —señala el hablante lírico— «me aloca y toca tibiamente» (v. 4).

Mano acariciando unas espigas de trigo

Tu abandonada luz, continuamente,
sobre mis hombros cae como un ala:
ebrio, Señor, de luz en mi antesala
tu luz me aloca y toca tibiamente.

Tacto de Dios apenas, blandamente
cala mi mocedad, como una gala
de domingo con lluvia, y me regala
este gustarme Dios calladamente.

Hacia tu ciega boca mi mejilla,
y Dios, calladamente, hacia mi espera,
y esta luz en mis hombros, mi gavilla

de abandonada luz, ancha frontera,
ausencia apenas, luminosa quilla
continuamente hiriendo tu ribera[1].


[1] Cito por Poesía española contemporánea. Antología (1939-1964). Poesía religiosa, selección, prólogo y notas de Leopoldo de Luis, Madrid / Barcelona, Ediciones Alfaguara, 1969, pp. 312-313.

«A la resurrección del Señor», de Bartolomé Leonardo de Argensola

—¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado. 
(Lucas, 24, 5-6)

Vaya para hoy, Domingo de Resurrección, este soneto de Bartolomé Leonardo de Argensola, que en otros lugares se edita también bajo el epígrafe «En la resurrección de Cristo». Lo ilustro con La resurrección (1619-1620), de Francesco Buoneri, conocido como Cecco da Caravaggio, que se localiza en el Institute of Arts (Chicago).

La resurrección (1619-1620), de Francesco Buoneri, llamado Cecco da Caravaggio. Institute of Arts (Chicago).

Mientras que el orden natural se admira
del súbito vigor que en esta aurora
contra el tiempo voraz se corrobora,
y atónita la muerte se retira;

crecer en un sepulcro la luz mira,
que el aire asalta y las tinieblas dora;
y oye la antigua voz producidora,
que otra segunda instauración inspira.                      

   ¡Oh eterno amor, si al nuevo impulso tuyo
naturaleza en todo el gran distrito
risueña y fuerte aviva el movimiento!             

   ¿Por qué yo no lo busco o no lo admito?
¿Yo sólo, estéril al fecundo aliento,
de la común resurrección me excluyo?[1].


[1] Cito, con algún ligero retoque, por Suma poética. Amplia colección de la poesía religiosa española, por José María Pemán y Miguel Herrero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1944, p. 354 (hay ed. facsímil, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008).

​«A Jesucristo Nuestro Señor expirando en la Cruz», de Quevedo

Vaya para hoy, Sábado Santo, este soneto de Francisco de Quevedo, perteneciente a Las tres musas últimas castellanas. En él se contraponen los dos cuartetos (que muestran una serie de indicios de la divinidad de Cristo, como los signos físicos ocurridos en Jerusalén al momento de su muerte) y los dos tercetos (que ponen de relieve la indefensión del Dios humanado, tan grande que pudiera llevar a pensar que no tuvo Padre).

Cristo en la Cruz

La profecía en su verdad quejarse,
la muerte en el desprecio enriquecerse,
el mar sobre sí propio enfurecerse
y una tormenta en otra despeñarse;

pronunciar su dolor y lamentarse
el viento entre las peñas al romperse,
desmayarse la luz y anochecerse[1],
es nombrar vuestro Padre y declararse.

Mas veros en un leño mal pulido,
rey en sangrienta púrpura bañado[2],
sirviendo de martirio a vuestra Madre;

dejado de un ladrón, de otro seguido[3],
tan solo y pobre a no le haber nombrado[4],
dudaron[5], gran Señor, si tenéis Padre[6].


[1] desmayarse la luz y anochecerse: alusión al eclipse de sol que se produjo en Jerusalén al morir Cristo. En general, los vv. 3-7 evocan diversos signos físicos que ocurrieron entonces.

[2] rey en sangrienta púrpura bañado: la púrpura es color propio de reyes; pero aquí se trata de la púrpura de la sangre derramada.

[3] dejado de un ladrón, de otro seguido: Cristo fue crucificado junto a dos ladrones, de los cuales uno lo escarnecía, en tanto que el otro le pidió que lo tuviese presente al estar en su reino, y Cristo le prometió: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lucas, 23, 43).

[4] a no le haber nombrado: Cristo en la Cruz se dirige al Padre en tres ocasiones («Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», Lucas, 23, 34; «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?», Mateo, 27, 46 y Marcos, 15, 34; «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», Lucas, 23, 46).

[5] dudaron: ʻhicieron dudarʼ.

[6] Cito, con algún ligero retoque, por Suma poética. Amplia colección de la poesía religiosa española, por José María Pemán y Miguel Herrero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1944, p. 336 (hay ed. facsímil, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008).

«Jueves y Viernes», de José Luis Martín Descalzo

De José Luis Martín Descalzo (Madridejos, Toledo, 1930-Madrid, 1991) ya había traído al blog su bello y emotivo soneto «Nadie ni nada». Añadiré hoy este otro que aúna el Jueves Santo (institución de la Eucaristía: «Dios hecho pan», v. 12) con el Viernes Santo (muerte redentora de Cristo en la Cruz: «la osadía / de amar hasta la muerte», vv. 3-4), presentando los dos días santos «amarrados, / como las dos muñecas de un demente, / como una tierra y cielo desposados» (vv. 9-11).

Eucaristía y Cruz

Dice así:

Detrás del Jueves vino el Viernes: era
necesario. ¿O acaso alguien sabría
llegar impunemente a la osadía
de amar hasta la muerte y no muriera?

Antes del Viernes vino el Jueves: era
del todo necesario. ¿Quién podría
descender a esa muerte, si no había
tal locura de Dios que sostuviera?

Jueves y Viernes, juntos, amarrados,
como las dos muñecas de un demente,
como una tierra y cielo desposados.

Dios hecho pan y muerte juntamente.
Dios y la pobre gente, eternamente
esposados, unidos, amasados[1].


[1] Se incluye en José Luis Martín Descalzo, Testamento del Pájaro Solitario, Estella, Verbo Divino, 1991, p. 82. Lo cito por José Pedro Manglano Castellary, Orar con poetas, 2.ª ed., Bilbao, Desclée de Brouwer, 2000, pp. 128-129.