El episodio que más nos interesa en esta ocasión es la tercera de las escenas en las que cobra importancia la intervención de Rebolledo, la de la «escapatoria», situada al comienzo del acto segundo[1]: los indios traen prisionero al soldado y muestran su intención de asarlo para comerlo, y él por segunda vez hará uso de su ingenio para escapar con vida (vv. 1217-1316). En efecto, lo ha apresado Puquelco; lo ha encontrado en un platanal, cuando andaba en busca de comida y lo trae preso por si sirve para algún intercambio de prisioneros («Flecharle quiso Leleco; / yo se le quité por ver / si vale para algún trueco», vv. 1227-1229). Pero la intervención de Tucapel cambia el sentido de la escena.
Merece la pena reproducir íntegro el resto del episodio:
TUCAPEL.- Algo me parece seco; mas, mientras voy a la junta que hace Caupolicán, Puquelco, al pecho le apunta.
PUQUELCO.- ¿Qué parte dél asarán?
TUCAPEL.- Graciosa está la pregunta. Ásale entero, que quiero comérmele todo entero de rabia de don Filipe, y Gualeva participe si aquí me espera.
GUALEVA.- Aquí espero,
Vase Tucapel.
REBOLLEDO.- Acabose; hoy imitamos al bendito San Lorenzo.
PUQUELCO.- Arrímale a aquellos ramos.
INDIO.- Comienza a flechar.
PUQUELCO.- Comienzo.
REBOLLEDO.- ¿«Comienzo»?
PUQUELCO.- Ya comenzamos.
REBOLLEDO.- Pues, ¿qué música o qué historia? Señora, doleos de mí.
GUALEVA.- Cuando traigo a la memoria que por Filipe me vi cerca de perder mi gloria, a todos juntos quisiera flecharos desa manera. ¡No le tiréis!
REBOLLEDO.- Todo el cielo te guarde, que tal consuelo me has dado en pena tan fiera.
GUALEVA.- No le tiréis, porque quiero que le aséis vivo.
REBOLLEDO.- Pensé que era piedad lo primero. En lo que te dije erré; ya que me tiréis espero. ¡Tiradme, que es menor mal asarme muerto que vivo! Pero ¿qué venganza igual a vuestra crueldad recibo como comerme sin sal? Dejadme ir, que os prometo de traérosla en un punto.
GUALEVA.- Acá la habrá.
REBOLLEDO.- ¡Bravo aprieto! Pero si valgo difunto más que vivo, ¿por qué efeto no sirvo al rey, que es razón a mi patria y mi nación?
GUALEVA.- ¿Muerto los puedes servir más que vivo?
REBOLLEDO.- Si a morir me faltaba el corazón, ya le tengo por vengarme en mataros. ¡Ea, llegad, llegad, empezad a asarme! ¡Encended fuego, acabad! ¿Qué os detenéis en matarme?
GUALEVA.- ¿Pues muerto nos darás muerte? ¿No me dirás de qué suerte?
REBOLLEDO.- Tengo cierta enfermedad de tan mala calidad, que por mis venas se vierte a manera de veneno, y si algún ave en España o animal de ella está lleno, tanto al que le come daña que muere de seso ajeno. ¡Asadme, porque dé muerte a Tucapel de esta suerte y sirva a mi general en quitaros hombre igual, tan atrevido y tan fuerte!
PUQUELCO.- ¡Mira lo que haces, señora!
GUALEVA.- ¿Qué nombre ha puesto la fama a esa enfermedad traidora?
REBOLLEDO.- Escapatoria se llama.
GUALEVA.- Ahora bien, dejalde agora.
REBOLLEDO.- ¿Cómo dejar? ¡Eso no! ¡Vive Dios que me han de asar!
GUALEVA.- ¿No es mejor vivir, si yo la vida te quiero dar?
REBOLLEDO.- Quien desdichado nació, ¿en qué acertará a servir a su Rey y a su nación? ¡Oh qué mal hice en decir mi enfermedad!
GUALEVA.- La traición aun no la supo encubrir. ¡Traedle preso!
REBOLLEDO.- ¡Oh qué gloria me quitáis!
GUALEVA.- Toda la historia a Tucapel contaréis, y que está lleno diréis de ponzoña escapatoria (vv. 1231-1316)[2].
[1] Cito por Lope de Vega, Arauco domado por el Excelentísimo Señor don García Hurtado de Mendoza, ed. de José Enrique Laplana Gil, en Lope de Vega, Comedias. Parte XX, tomo I, ed. crítica de PROLOPE, Barcelona, Gredos, 2021, pp. 609-835.
En esta comedia lopesca[1]el soldado Rebolledo cumple una doble función: por un lado, la de ser portavoz de la comicidad, esto es, ser gracioso, sobre todo en los dos episodios en los que logra salvar la vida merced a su ingenio. Pero, por otra parte, desempeña también una función informativa: en una pieza panegírica en la que todos los personajes —españoles y araucanos, amigos y enemigos— elogian a don García Hurtado de Mendoza, el soldado Rebolledo transmite a los indios araucanos —y con ellos al espectador del drama— una serie de datos sobre la figura del IV marqués de Cañete y su nobleza, valga decir sobre la antigüedad y blasones de la familia Mendoza.
Seis son las escenas en las que Rebolledo adquiere una importancia destacada: 1) la inicial en la que elogia a don García frente a los indios yanaconas o de paz; 2) cuando se queda dormido en dos ocasiones y don García le perdona la vida pese a la grave falta cometida; 3) el episodio de la enfermedad «escapatoria» cuando los araucanos quieren asarlo vivo; 4) la escena en la que dialoga con la india Gualeva y le explica la libertad de que gozan las mujeres españolas; 5) cuando, ya en el acto III, pondera ante Gualeva y Tucapel la prosapia de don García; y 6) en el momento final de la ejecución de Caupolicán, cuando Rebolledo actúa como intermediario con los indios. Ahora nos interesan los episodios 2) y 3), las dos ocasiones en las que el gracioso Rebolledo logra salvar la vida merced a su ingenio, una que tendrá lugar entre sus compañeros españoles y la otra sucedida en campo araucano.
La segunda de las escenas protagonizadas por Rebolledo que acabo de enumerar mezcla lo gracioso con lo informativo. Sucede tras el asalto al fuerte de Penco, donde los españoles han combatido en proporción de 1 a 300 (eran 66 españoles frente a 20.000 indios). La victoria ha quedado por el campo español, pero los araucanos pueden volver a atacar. Rebolledo queda como uno de los vigías nocturnos, pero se quedará dormido dos veces.
Carel Fabritius, El centinela (1654). Staatliches Museum, Schwerin (Alemania)
Descubierto por don García en las dos ocasiones, salvará la vida gracias a su ingenio. Esta es la escena en cuestión:
DON ALONSO.- Aquí viene Rebolledo, hombre a quien puedes fïar el fuerte.
Sale Rebolledo.
REBOLLEDO.- Seré en velar un Argos.
DON GARCÍA.- Luego ¿bien puedo dejarte este cuarto aquí?
REBOLLEDO.- Está seguro, señor, de mi lealtad y mi amor.
DON GARCÍA.- Y del valor que hay en ti. Vamos, y haz como soldado; mira el peligro en que estoy.
Vanse todos y quede Rebolledo.
REBOLLEDO.- Ojos, advertid que soy hombre de honor y cuidado; alzad las cejas, mirad esa campaña muy bien (vv. 784-797).
Pero pronto sus buenos propósitos de ser un vigilante atento y eficaz se desvanecen rápidamente en cuanto el sueño comienza a apoderarse de él:
REBOLLEDO.- Señores ojos, ya veo que han estado desvelados; pero los ojos honrados no por cumplir un deseo ponen su dueño en el potro. Adviertan, cuerpo de Dios, que hay una vida y son dos; duerma el uno y vele el otro. Cierro el derecho a la fe, que el otro empieza a plegarse. ¿No podrían concertarse que duerma y despierto esté? ¿No se cuenta del león que duerme abiertos los ojos? (vv. 804-817).
Esta escena añade un detalle importante desde el punto de vista de la caracterización de don García, concretamente de sus cualidades militares: él es un capitán previsor y responsable, pues robando horas al descanso y el sueño, pasea por el fuerte para supervisar que los vigías cumplan bien con su obligación. Él mismo lo explicita con estas palabras:
DON GARCÍA.- El cuidado de un capitán desvelado, a quien ni el invierno frío ni el verano ardiente obliga a descanso, me ha traído a ver si mi vela ha sido firme y cuidadosa amiga (vv. 873b-879).
El general encuentra entonces dormido a Rebolledo: sin duda el soldado merece la muerte, porque su grave descuido ha puesto en riesgo la vida de todos. Pero en atención a que son pocos en el fuerte, decide concederle una segunda oportunidad; lo que hace es darle con la punta de su bastón y esconderse. Cuando Rebolledo despierta, habla así consigo mismo:
REBOLLEDO.- ¡Dormí, por Dios! ¡Descuideme! ¡Ojos, no tenéis razón! Mas si el sueño me obligó a cerraros, él ha sido el que abrirlos ha podido, que él mismo me despertó. Soñaba que era jumento y mi amo un labrador que, después de su labor, iba a su casa contento, y que, en efeto, mi dueño, para que anduviese más, me picaba por detrás. Desperté. ¡Qué estraño sueño! (vv. 894-907).
Esta escena final de la primera jornada añade un dato importante en el retrato de don García: las palabras de Rebolledo hablando consigo mismo en su guardia, intentando no dormirse, señalan que el gobernador no es codicioso[2]. Pero pronto se vuelve al tono humorístico con la afirmación de Rebolledo de que se quiere dormir «un poquito» (v. 964):
REBOLLEDO.- Ojos, no puedo venceros. Dicen que en la antigüedad daban tormento de sueño; no era tormento pequeño. Pero en tanta soledad, ¿qué es lo que puedo temer? Los indios, ya recogidos, más curarán sus heridos que cuidarán de volver. Durmámonos un poquito (vv. 955-964).
Lo que ocurre a continuación es que don García, previsor y robando horas al sueño, regresa para seguir haciendo sus comprobaciones de seguridad: «Mi vela vuelvo a buscar, / que para verle velar, / sueño y descanso me quito» (vv. 965-967). En este momento, remate del acto primero, don García va a dar muestras de su generosidad al perdonar la vida al soldado que por dos veces ha incumplido su deber quedándose dormido en su turno de guardia. Lo ocurrido es una insolencia clara y quiere herirlo con la espada:
Sacúdele.
REBOLLEDO.- ¡Matome Caupolicán!
DON GARCÍA.- ¡Oh, infame!
REBOLLEDO.- ¡Oh, gran capitán!
DON GARCÍA.- ¡Oh, perro!
REBOLLEDO.- ¡Detén la espada!
DON GARCÍA.- ¿Guárdase mi honor así y de un general la vida?
REBOLLEDO.- Basta, señor, esta herida, que en verdad que no dormí.
DON GARCÍA.- Pues, ¿qué hacías?
REBOLLEDO.- Acechaba si Caupolicán venía, que así mejor descubría la campaña que miraba (vv. 973-983).
A los gritos acuden don Filipe y don Alonso; en su presencia, don García manifiesta su deseo de ahorcarlo. Rebolledo apela a su grandeza y sus servicios: «Mendoza eres, / a mis servicios advierte» (vv. 994b-995); pero lo que le salva sobre todo es su ingenio: le puede pedir —protesta— que pelee con mil indios, pero no que vele, porque con seguridad se quedará dormido; y alega en su favor que también tres santos —los discípulos de Jesús— se durmieron cuando este les pidió que velasen en el Huerto de los Olivos. Don Filipe, el hermano de don García, convence al general de que le ha de perdonar por ese buen humor que gasta. El propio Rebolledo añade un argumento más, por el lado pragmático: el general español tiene pocos soldados y no puede desperdiciar ni siquiera a uno solo, aunque haya cometido una falta tan grave que les ha puesto en peligro a todos. Una vez obtenido el perdón, solo queda el reconocimiento a este «gran señor» (v. 1005): «De virrey y reyes vienes» (v. 1005), exclama Rebolledo. Esta es la escena completa:
DON GARCÍA.- ¡Ahorcalde!
REBOLLEDO.- Mendoza eres, a mis servicios advierte. Mándame tú hasta morir con mil indios pelear, mas no me mandes velar, que me tengo de dormir.
DON GARCÍA.- ¿Dormir, perro?
REBOLLEDO.- ¿Quién ignora que tres santos se durmieron puesto que de Dios oyeron que le velasen un hora? Si aquesto puede valerme, no es milagro, gran señor, que se duerma un pecador que ha tres meses que no duerme.
DON GARCÍA.- ¡Por vida del rey…!
DON FILIPE.- No jures, que por este buen humor le has de perdonar.
REBOLLEDO.- Señor, ¿así es razón que aventures, adonde tan pocos tienes, un soldado?
DON GARCÍA.- Ese es tu abono. Ahora bien: yo te perdono.
REBOLLEDO.- De virrey y reyes vienes (vv. 994-1015).
En esta escena, don García queda retratado como capitán previsor y responsable (deja de descansar para supervisar los turnos de guardia nocturna), nada codicioso (las reflexiones de Rebolledo dejan claro que no viene en busca de plata, sino a pacificar la rebelión), y luego clemente (al perdonar al soldado que ha incumplido gravemente su deber quedándose dormido por dos veces). Por su parte, el gracioso Rebolledo salva por primera vez su vida merced a su ingenio[3].
[1] Cito por Lope de Vega, Arauco domado por el Excelentísimo Señor don García Hurtado de Mendoza, ed. de José Enrique Laplana Gil, en Lope de Vega, Comedias. Parte XX, tomo I, ed. crítica de PROLOPE, Barcelona, Gredos, 2021, pp. 609-835.
[2] Se trata de un detalle importante, porque la codicia de los españoles es acusación que los indios dejan caer aquí y allá a lo largo de la comedia.