«Toda, reina de Navarra» (1991) / «El viaje de la reina» (1996) de Ángeles de Irisarri (5)

En cuanto a la base histórica de la novela[1], hay que decir que el pretexto de la narración responde a la realidad: el viaje a Córdoba para curar a Sancho el Craso queda consignado en las crónicas, así como la firma del tratado entre Toda y el califa musulmán, su sobrino Abderramán III: los cristianos acuerdan la entrega de diez de sus castillos en la frontera del Duero y se comprometen a un pacto de no agresión en las fronteras de Navarra a León, lo que supone en el fondo un acto de homenaje y un reconocimiento de la superioridad política y guerrera del califa. A cambio, este les proporciona un formidable ejército para recuperar el reino de León. Pero además de ese fondo real, diversos datos históricos van salpicando las páginas de la novela: hay alusiones al conde Fernán González de Castilla, a la segunda batalla de Simancas, a los siete infantes de Lara, a una hija natural de Sancho Garcés, a la rivalidad entre Pamplona y Nájera, a las hijas de Toda (Urraca, Oneca, Sancha y Velasquita), a los Aristas y Jimenos, hacedores del reino de Pamplona-Navarra… Se aportan datos sobre los judíos en Navarra y se recuerda la batalla de Alhándega, en la que Toda derrotó a Abderramán, tomándole el Alcorán y su armadura.

Abderramán III, primer califa omeya de Córdoba (929-961)
Abderramán III, primer​ califa omeya de Córdoba (929-961)

La novela nos describe a la perfección diversas costumbres y usos sociales de la época, en suma, es un buen retrato de la vida intrahistórica de aquellos tiempos pasados: la prueba caldaria, la importancia de los agüeros, las creencias y supersticiones populares, la importancia de las reliquias, verdaderas o falsas. Encontramos además la presencia de algunos elementos sobrenaturales, circunstancia habitual en las novelas históricas de Ángeles de Irisarri: el caballo de don Lope se encabrita al ver a una sirena o hada que se convierte en ave rapaz; Andregoto de Galancián, conocida como la Hija del Viento, hace que un huracán se levante a su alrededor cuando monta a caballo (se dice que nació de una diablesa, cfr. pp. 77-78); para Elvira, los lobos que les han atacado son diablos; Beppo de Arlés, un mercenario, extiende el descontento entre la tropa asegurando que se trata de un viaje maldito, aprovechando ideas que hablan de la destrucción del mundo coincidiendo con el fin del milenio (p. 139); ya cerca de Córdoba encuentran una olla que contiene un genio (pp. 180-181); García ve el espíritu de su hermana Urraca, que le afirma que Aamar era un escapado del infierno… Además, todos los presagios de la adivina Hasfa se cumplen: «Mi bola me muestra un regreso sin penas y penas al regreso…» (p. 283); dice a Toda que tenga cuidado con las escaleras, y morirá al rodar por unas; a don Sancho que se guarde de las manzanas, y será envenenado con ellas; a Elvira que será reina pronto y a Al Hakam, que será señor del mundo, como así sucederá.

La reconstrucción arqueológica de la época novelada se nota igualmente en la minuciosa mención o descripción de comidas (cfr. pp. 30, 54, 130, 204, 222-223) y de vestidos (por ejemplo el de Toda, p. 209, o el de García, pp. 209-210). De gran sabor arqueológico es toda la descripción de Al-Ándalus (la tierra rica con sus regadíos) y de la ciudad de Córdoba: el Palacio de la Noria, el de Medina Azahara, el bullicio de sus calles. Otros detalles que añaden verosimilitud son la datación cronológica por la era o la mención de los títulos de los reyes en latín: «Ego, Tota, regina». Desde el punto de vista lingüístico, la verosimilitud buscada por la autora queda reforzada por la inclusión de varios arcaísmos, léxicos o morfo-sintácticos: ‘dónde’, los mis señores, asaz + adjetivo, se diz, deste tiempo, asonar ‘cantar’, a fuer de, la mi señora, non, dellos, sondormidos, serénese el caballero, no me traigas penas más, e di, yantar, non habéis buenas cocineras, ansí, albenda ‘enseña’, item más, mesmo, ovieron, della, mesmamente, si has mucho dolor, la color, damos creencia ‘creemos’, a la su diestra, fizo nenguno, acontentar, la mala color, la honor ‘la tenencia de un castillo’, añudarle, se fincaba preñada, malquerente, congosto ‘estrecho’, mis llamados, desfacer el agravio, facen, enfuriar ‘enfurecer’, complugo

Como ya indiqué, Ángeles de Irisarri añade al final un par de páginas bajo el rótulo de «Verdades y mentiras de El viaje de la reina» (pp. 347-348) donde explica la parte de realidad y la parte de ficción que hay en su novela. Dice que el hecho del viaje es cierto, y que la ruta que ella describe «posiblemente coincida en parte con la realidad». La descripción de Pamplona, concentrada en el primer capítulo, es imaginaria, mientras que todo lo relacionado con la ciudad de Córdoba y el palacio de Medina Azahara se ajusta a lo que se sabe. «La vida cotidiana y los actos de corte que hemos narrado también son auténticos» (p. 348); por ejemplo, el contraste entre la pobreza de los reinos cristianos y la riqueza del islam. En cuanto a los personajes, asegura la autora:

Son verdaderos los personajes de reyes y reinas, infantes e infantas y algunos condes, obispos, abades y abadesas. El resto, las damas de la reina Toda, los alféreces, la gente de tropa y las criadas, son inventados, aunque hemos tratado de crear tipos ajustados a la realidad social relatada. Y no dudamos que las auténticas camareras de la reina Toda fueron parecidas, porque semejante reina no podía tener otras damas. Doña Andregoto de don Galancián y doña Gaudelia Téllez de Sisamón también son fabulación, y es pena.

En cambio, de los personajes moros «son todos verdaderos, hombres y mujeres, principales y menudos» (p. 348), y están atestiguados por la historiografía musulmana. Como curiosidades, indica que no hay noticia del almajaneque ni del memorial de doña Gaudelia, claro[2].


[1] Citaré por la reedición de Emecé de 1996, que es la más fácilmente localizable para el público lector.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Las novelas históricas de Ángeles de Irisarri», en Marina Villalba Álvarez, Mujeres novelistas en el panorama literario del siglo XX, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2000, pp. 361-374.

«Toda, reina de Navarra» (1991) / «El viaje de la reina» (1996) de Ángeles de Irisarri (4)

Los otros dos personajes más destacados de la novela[1] son don García y don Sancho, hijo y nieto, respectivamente, de doña Toda. García es un personaje ridículo que se encierra durante todo el viaje en la torre de asalto y llora la tristeza que le causa la ausencia de su esposa Teresa, que es «la mujer más hermosa y dulce de Navarra entera» (p. 41). Durante todo el viaje permanece en la atalaya de la torre mirando con dirección a Pamplona, y no desciende en ninguno de los pueblos y castillos del camino. En un determinado momento, enfurece y arroja varios objetos desde la torre; todo ello porque Elvira y Andregoto le han ganado a las tablas[2]. Cuando recibe una carta de Pamplona, queda de nuevo sumergido en las penas de amor, y lleva la misiva colgada del cuello hasta que casi se deshace por la humedad del sudor. García trata de consolarse acudiendo a un burdel para acostarse con una morica, pero entonces le sobreviene una visión de Teresa y vuelve a caer en el estado de profunda melancolía que le caracteriza durante todo el viaje.

El retrato de Sancho el Craso es menos intenso. Y aunque el viaje se realiza para curar su obesidad —y es, por tanto, la excusa para su relato—, queda en un segundo plano de importancia. Al final Sancho es curado por el médico judío Hasday, quien le hace perder setenta arrobas pamplonesas (la mitad de su volumen corporal) por el expeditivo medio consistente en coserle la boca y darle de comer tan solo alimentos líquidos. Tras este tratamiento de choque sigue siendo un hombre recio, pero ya no obeso. No solo cambia físicamente, sino también en su carácter: deja de ser taciturno e indolente para convertirse en animado y hablador.

Sancho I de León, el Craso
Sancho I de León, el Craso

La novela está poblada además por un sinnúmero de personajes, más o menos episódicos. En efecto, su censo es muy extenso: Ebla de Lizarra, la cocinera de la expedición; Munio Fernández, el despensero; Garci García, el agorador; Nuño Fernández, el abanderado; don Lope Díaz, el alférez real; don Gómez Assuero, el gobernador de Pamplona; el obispo don Arias; Martín Francés, el dinerero; Boneta, Adosinda, Alhambra (o Lambra) y Nunila, las damas de doña Toda; don Abaniano, preste de la expedición; Galid, capitán de la compañía mora que les acompaña; Hasday, médico judío; doña Elvira, monja leonesa, y doña Nuña de Xinzo, priora del convento de San Salvador; la niña Sancha, encontrada a orillas del Ebro; Aamar y su escudero Glauco; Munda de Aizgorri, la costurera que corta un traje a la reina; la monja leonesa doña Ermisenda; Al Katal, caid moro de Guadalajara; Aura de Larumbe, una «puta sabida» que al final pide permiso para quedarse en Córdoba y casar con un mercader; Lulu-al-Guru, rector de los baños del castillo de Castra Julia; la mora Aixa, esclava entregada a «doña Toya» (así pronuncian los árabes el nombre de la anciana navarra); don Florio, obispo de Oviedo; don Rodrigo, joven clérigo; Chaafar, jefe de la guardia del califa; Abd-ar-Rahmán Al Nasir (Abderramán III), sus hijas Wallada y Zulema y el príncipe heredero Al-Hakam; Berenguer de Orri y Ferrante de Aramunt, condes liberados por Abderramán; Zoraida, favorita negra de Chaafar; Farah ben Haz, la regente del hospital de locos de Córdoba; Gaudiosa y su hombre Mimo Ordóñez, etc.[3]


[1] Citaré por la reedición de Emecé de 1996, que es la más fácilmente localizable para el público lector.

[2] Toda, que sabe cómo manejar a su hijo, las reprende diciéndoles que deberían haberse dejado ganar; y es que sólo ella «era quien conocía los interiores de su hijo, de palacio y del reino todo» (p. 84).

[3] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Las novelas históricas de Ángeles de Irisarri», en Marina Villalba Álvarez, Mujeres novelistas en el panorama literario del siglo XX, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2000, pp. 361-374.

«Toda, reina de Navarra» (1991) / «El viaje de la reina» (1996) de Ángeles de Irisarri (2)

Toda la acción de la novela[1] ocurre en el camino de Pamplona a Córdoba. Pero las peripecias se suceden con ritmo vertiginoso una vez llegados los navarros a la ciudad andaluza: el programa con que les agasaja el califa es intensivo y, además de las recepciones oficiales, incluye una audiencia a la mozarabía cordobesa, diversos espectáculos callejeros en la Plaza de la Paja, una visita a los baños públicos, una excursión a las afueras de la ciudad para conocer a don Rutilio, el eremita mozárabe de la cueva de Alanchón (se trata de un hombre santo que no abre los ojos para no ver el mal del mundo, alimentado, según la creencia popular, por un ave que cada día le lleva el sustento necesario). Además el califa les invita a una cacería por el soto de Al Queilar; otro día oyen misa en la iglesia mozárabe de los Santos Mártires, donde se conservan las reliquias del niño Pelayo, acuden luego al baratillo o Rastro y al hospital de locos, y asisten a un juicio a cargo del juez supremo de Córdoba, Azbagh al-Balluti. Así se suceden los días y los actos oficiales hasta que, al final, una vez curado de su obesidad el rey don Sancho, llega el momento de la despedida.

Toda Aznárez, reina de Navarra

A la historia central del viaje se unen otras historias, con carácter más o menos episódico. Así, el encuentro con el burgalés Bermudo, que busca a su esposa doña Dulce y detiene los carros de unos mercaderes judíos (en el registro queda herido un tal Isaac, y doña Toda le compra algunas telas a modo de compensación). Más adelante la expedición topa con unos peregrinos franceses, entre los que viaja Odilón, hijo del Conde de Tolosa. Se refiere también la historia de la antigua reina Amaya y de la ciudad del mismo nombre. El episodio de la violación de Serena, ocurrida en Nájera (la mujer pide justicia, alegando que ha sido violentada por el mercenario Ximeno de Ulla) sirve para describir la «prueba caldaria», a la que ambos son sometidos. Del mismo tipo es la fabulosa historia del nacimiento de Sancho Garcés, extraído del vientre de su madre Urraca (cfr. pp. 220-221); o la historia de doña Dolsa, esposa del cautivo Berenguer de Orri, que no paga el rescate exigido por los musulmanes y se casa con otro. Ya en Córdoba se refiere el suceso de Olina de Isurre, que está de parto con el niño atravesado; se avisa a Alina ben Reez, célebre partera de Córdoba, pero mueren la madre y el niño (y entonces Toda decide que debe aumentar las penas para los hombres que preñen doncellas con engaños). En otra ocasión la princesa Wallada relata la conquista de Córdoba (pp. 270-271) y doña Lambra replica describiendo la rota de Roncesvalles (pp. 271 y ss.). Todas estas historias intercaladas —a la manera de las cervantinas en el Quijoteson meramente episódicas, y podrían suprimirse o añadirse otras similares a voluntad.

Otras historias, en cambio, sirven para presentar nuevos personajes que se unen a la expedición y su importancia estructural es, por tanto, mucho mayor: por ejemplo, el relato de la historia de Andregoto, sobrina-nieta de doña Toda, castellana de Nájera, que tiene el pelo bermejo y viste de hombre, anticipa el encuentro con ella. Lo mismo sucede con Elvira, la nieta de Toda, que es abadesa de San Salvador de León; le sale al encuentro porque quiere ir a Córdoba para conseguir las reliquias del niño Pelayo, para que su convento pueda hacer la competencia a Compostela, que está cobrando mucha fama. Al igual que Andregoto, pasa a ser un miembro más de la variopinta comitiva navarra. Más tarde les corta el paso del vado del río Iregua un caballero, Aamar de Quiberón, que ha hecho una promesa de amor: no les deja pasar si no juran antes que su dama, Acibella de Savenay, es la más bella mujer del mundo. Se atiene, claro, a las leyes de amor de la caballería. Pero Toda le dispensa del voto (consistente en que juren cinco veces mil hombres) y, enamorado de Nunila, Aaaron pasa a engrosar la nómina de los viajeros.

Los diálogos desempeñan en esta novela una importante función estructural; son ágiles y sencillos, si bien a veces figuran mezclados en el discurso del narrador las réplicas de dos o más personajes, sin signos tipográficos que marquen y separen las distintas réplicas. A veces ese narrador —omnisciente en tercera persona— adopta la perspectiva de alguno de los personajes, en especial la propia doña Toda o de Boneta, su camarera de confianza. Otros elementos estructurales dignos de ser consignados son las continuas menciones de la joya mágica de la reina, el ceñidor de doña Amaya (un brillante que es un poderoso contraveneno; cfr. pp. 16, 21, 26, 28, 51, 130, 206, 208, 324) y las reliquias de Santa Emebunda (pp. 16, 150, etc.)[2].


[1] Citaré por la reedición de Emecé de 1996, que es la más fácilmente localizable para el público lector.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Las novelas históricas de Ángeles de Irisarri», en Marina Villalba Álvarez, Mujeres novelistas en el panorama literario del siglo XX, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2000, pp. 361-374.

«Toda, reina de Navarra» (1991) / «El viaje de la reina» (1996) de Ángeles de Irisarri (1)

Esta novela histórica[1] describe el viaje que, al filo del primer milenio, realizó la reina Toda Aznar de Navarra a la corte cordobesa de su sobrino, el califa Abderramán III, con el objetivo de que uno de sus médicos, el famoso físico judío Hasday, curase de su obesidad a su nieto Sancho. En efecto, este Sancho, apodado por la historia el Craso o el Gordo, había sido desposeído del trono leonés por Ordoño IV el Malo precisamente por su descomunal gordura, que le impedía montar a caballo y llevar a cabo todas las actividades que implica el ejercicio de la realeza. Ángeles de Irisarri imagina cómo se realizó ese viaje, que fue real, si bien sobre ese fondo histórico —por cierto, muy bien documentado— construye una entretenida fábula de ficción, llena de humorísticas aventuras. «Con un tema histórico singular —ha resumido Carlos García Gual—, como un juego sutil y un guiño erudito, Irisarri ha elaborado un relato muy divertido, instructivo y atractivo». Como veremos en una próxima entrada, al hablar de los personajes, la novela se centra en la figura de doña Toda, quien, pese a ser una anciana que supera los ochenta años de edad, es la persona que más actividad desarrolla en el reino de Navarra; ella es quien lleva las riendas de la situación: no solo decide organizar la marcha a Córdoba para curar a su nieto (que se había refugiado en Pamplona), sino que se pone al frente de la expedición que va a emprender tan fatigoso viaje.

Cubierta del libro El viaje de la reina, de Ángeles de Irisarri

La novela consta de diecinueve capítulos. El primero, titulado «Pamplona, 23 de junio de 958 (año de la era 996)», nos ofrece el planteamiento de la acción. Se explican los motivos del viaje que están a punto de iniciar doña Toda, su hijo García (rey de Pamplona) y su nieto Sancho. Sin embargo, el primer problema se plantea antes de comenzar la marcha, pues el cuerpo del obeso don Sancho no cabe por la puerta del carro preparado para transportarlo. La situación es resuelta de inmediato por la anciana Toda, quien ordena que se le acomode en un almajaneque (una especie de torre de asalto con ruedas). Resuelto gracias al ingenio de la anciana el primer e inesperado contratiempo, la expedición sale por fin de Pamplona, y el narrador destaca al final de ese primer capítulo que se trataba de «Un extraño cortejo…» (p. 24).

A partir del segundo, «Camino de Córdoba», seguimos a los expedicionarios en su lento e incómodo viaje. Menciono los títulos de los capítulos porque la estructura de la novela va a coincidir con el recorrido geográfico que realizan: «El río Arga», «Lizarra» (que es el nombre vasco de la ciudad navarra de Estella), «Monasterio de San Esteban de Deyo», «El Ebro», «Najera», «Camino de Soria», «El paso del río Iregua», «Altos de Cameros», «Castillo de Soria», «Al-Ándalus», «Guadalajara», «El puente Largo del Jarama», «Toledo», «El castillo de Castro Julia», «La plana de Córdoba» y «Córdoba». El último capítulo, «Camino de Pamplona», condensa en unas pocas líneas el viaje de vuelta, limitándose el narrador a indicarnos que transcurrió sin mayores incidentes ni cosas dignas de contar[2].

El libro se cierra con un epílogo en el que se nos ofrecen diversas noticias sobre el destino de los principales personajes tras su regreso a Pamplona, incluyendo la muerte de la reina Toda. Se añade además, a modo de texto postliminar, un anexo de la autora, «Verdades y mentiras de El viaje de la reina», en el que se deslinda brevemente la parte realmente histórica y la parte ficcional de la novela. En principio, la estructura de la novela es muy sencilla y el orden cronológico es lineal, sin saltos temporales hacia adelante o hacia atrás. Ahora bien, es en el mencionado epílogo cuando descubrimos un detalle importante sobre la estructura narrativa de esta novela histórica: en cierto modo, Irisarri recupera la vieja técnica de los «papeles hallados», frecuente en la novela de caballerías, parodiada por Cervantes en el Quijote con la invención de su Cide Hamete Benengeli y retomada de nuevo por los novelistas históricos del Romanticismo español y posteriores. En efecto, es en ese epílogo donde leemos que la reina doña Toda dejó encargado en su testamento a doña Alhambra, una de sus damas de confianza, que escribiese la historia de su viaje a Córdoba; esa tal Alhambra no pudo redactar la memoria en cuestión, pero transmitió el encargo a sus descendientes y, varios siglos después, ya en el XVI, una de ellas, Gaudelia Téllez de Sisamón, condesa de Olite, lo lleva a efecto, por medio de un memorial que dirige al rey Fernando el Católico el 12 de julio de 1513, es decir, coincidiendo con el momento de la invasión del reino de Navarra por parte de los castellanos. Por tanto, el texto de la novela que hemos leído es ese memorial del viaje redactado por una de las descendientes de la viajera doña Lambra; dice haberlo hecho con respeto a noticias y cronicones (los documentos de la familia que se han conservado durante quinientos años en un arca del comedor del castillo de Olite), si bien advierte: «Y donde no llegó la memoria, ni el recuerdo, ni los diplomas, lo suplí yo» (p. 345). Estas palabras son, en el fondo, un guiño cómplice de la autora que nos pone sobreaviso de que no todo lo relatado en su novela histórica ha de ser tomado al pie de la letra.

Dejando aparte este recurso narrativo, la estructura de la novela es sencilla. Se sigue en el relato un orden cronológico lineal, que coincide con la descripción de la marcha. Esta se ve enriquecida por el añadido de diversas anécdotas que van surgiendo al hilo del avance de los expedicionarios: el enamoramiento del alférez don Lope de la dama Lambra; la rotura de las ruedas de la torre regia; el ataque de una manada de lobos, que logra ser repelido con dificultad; la muerte de don Lope de resultas de las heridas sufridas en ese ataque; la caída de la torre al río Jarama en el momento de cruzar un puente, suceso en el que mueren el preste don Abaniano y la priora doña Muñoz (el rey Sancho tiene que ser izado por medio de unas poleas, para proseguir después el viaje en angarillas); la pasión amorosa del moro Chaafar, que se declara a la castellana Andregoto, quien a su vez se ha prendado de Abd-ar-Rahmán, etc.[3]


[1] Citaré por la reedición de Emecé de 1996, que es la más fácilmente localizable para el público lector.

[2] Nótese la estructura circular sugerida por los títulos de los capítulos segundo y decimonoveno: la novela se inicia «Camino de Córdoba» y acaba «Camino de Pamplona».

[3] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Las novelas históricas de Ángeles de Irisarri», en Marina Villalba Álvarez, Mujeres novelistas en el panorama literario del siglo XX, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2000, pp. 361-374.