El poeta Rafael Guillén (Granada, 1933-Granada, 2023) forma parte de la generación del 50. Su producción literaria está jalonada por diversos reconocimientos: en 1994 obtuvo el Premio Nacional de Literatura por Los estados transparentes (1993) y en 2003 fue Premio de la Crítica Andaluza por Las edades del frío (2002). En 2011 la Asociación Colegial de Escritores de España le concedió el Premio de las Letras Andaluzas «Elio Antonio de Nebrija» por el conjunto de su obra literaria. En 2014 fue Premio Internacional Federico García Lorca.
Una amplia selección de su obra quedó recogida en Estado de palabra (Antología 1956-2002), volumen editado por Francisco J. Peñas Bermejo (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2003). Otro libro antológico de sus poemas es Versos para los momentos perdidos (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2011). Además, se han publicado tres volúmenes de sus Obras Completas(Granada, Almed, 2010): dos de poesía y uno de narrativa y prosas varias[1]. Más recientemente han aparecido sus Últimos poemas (Lo que nunca sabré decirte) (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2019).
Copio hoy, de este último poemario, la composición titulada «La huella», que es la de la belleza y el amor:
Todo lo bello deja un hueco en el lugar en donde estuvo, como queda la huella de un cuadro en la pared en donde permaneció colgado un tiempo.
Así, por donde pasas, vas dejando sucesivas imágenes que, aunque invisibles, están ahí y que puedo ver con los ojos del amor. Son como migajas de hermosura, pequeñas vibraciones del aire, notas sueltas de una canción que tal vez nunca llegó a sonar.
Y no me esfuerzo en perseguir una gozosa cercanía porque el tacto es mucho menos real que este saberte presente en esta persistente huella, ese consuelo que me dejas cuando te vas, ese milagro que no termina[2].
[1] El lector interesado encontrará más información sobre Rafael Guillén y su obra en su web.
[2] Rafael Guillén, Últimos poemas (Lo que nunca sabré decirte), Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2019, p. 17.
El poeta Rafael Guillén (Granada, 1933-Granada, 2023) forma parte de la generación del 50. Su producción literaria está jalonada por diversos reconocimientos: en 1994 obtuvo el Premio Nacional de Literatura por Los estados transparentes (1993) y en 2003 fue Premio de la Crítica Andaluza por Las edades del frío (2002). En 2011 la Asociación Colegial de Escritores de España le concedió el Premio de las Letras Andaluzas «Elio Antonio de Nebrija» por el conjunto de su obra literaria. En 2014 fue Premio Internacional Federico García Lorca. Una amplia selección de su obra quedó recogida en Estado de palabra (Antología 1956-2002), volumen editado por Francisco J. Peñas Bermejo (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2003). Otro libro antológico de sus poemas es Versos para los momentos perdidos (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2011). Además, se han publicado tres volúmenes de sus Obras Completas (Granada, Almed, 2010): dos de poesía y uno de narrativa y prosas varias[1]. Más recientemente han aparecido sus Últimos poemas (Lo que nunca sabré decirte) (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2019).
Traigo hoy al blog, de esta última recopilación, su hermoso poema titulado «La huella»:
Todo lo bello deja un hueco en el lugar en donde estuvo, como queda la huella de un cuadro en la pared en donde permaneció colgado un tiempo.
Así, por donde pasas, vas dejando sucesivas imágenes que, aunque invisibles, están ahí y que puedo ver con los ojos del amor. Son como migajas de hermosura, pequeñas vibraciones del aire, notas sueltas de una canción que tal vez nunca llegó a sonar.
Y no me esfuerzo en perseguir una gozosa cercanía porque el tacto es mucho menos real que este saberte presente en esta persistente huella, ese consuelo que me dejas cuando te vas, ese milagro que no termina[2].
[1] El lector interesado encontrará más información sobre Rafael Guillén y su obra en su web.
[2] Rafael Guillén, Últimos poemas (Lo que nunca sabré decirte), Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2019, p. 17.
De Julio Mariscal Montes (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1922- Arcos de la Frontera, Cádiz, 1977) ya quedó transcrito un soneto propio de este tiempo de Semana Santa como es «Jueves Santo». Añado hoy este otro, titulado «Filiación», perteneciente a su poemario Quinta palabra (1958), donde va dedicado a José María Pemán.
Nombre: Jesús. El hijo de María. Nació en Belén. Oficio: carpintero. Treinta años[1] puliéndose el madero para tres lentas horas de agonía.
Jerusalén… Betsaida[2]… La alegría de un loco Tiberiades[3]… El sendero de la casa de Marta[4]… El hormiguero de «hosannas» por su frente todavía…
Jesús de Nazaret; Cristo Prendido: tres años[5] de cosechas y nublados dándose en su palabra iluminada.
Cristo muerto en la Cruz; escarnecido: una esponja con hiel[6], unos soldados y una Mujer que llora[7] desolada[8].
[1]Treinta años: los de la vida oculta de Jesús de Nazaret.
[2]Betsaida: ciudad costera en el mar de Galilea, donde vivían algunos apóstoles de Jesús, y donde este realizó algunos de sus milagros (la multiplicación de los panes y los peces, caminar sobre el agua, devolver la vista a un ciego). Cfr. Mateo, 11, 21-24; Lucas, 10, 13-15; Marcos, 8, 22-26.
[3]Tiberiades: mantengo la forma sin tilde del original. Tiberíades, emplazada en la orilla occidental del mar de Galilea, en la Baja Galilea, es mencionada en Juan, 6, 23 como lugar desde donde zarpaban las barcas hacia el extremo oriental del mar de Galilea (llamado también mar de Tiberíades). Los fieles que buscaban a Jesucristo tras el milagro de los panes y los peces utilizaron estas barcas para viajar hacia Cafarnaún, en el extremo norte del lago.
[4]la casa de Marta: «Aconteció que yendo de camino, entró [Jesús] en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa.Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra.Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: “Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude”. Respondiendo Jesús, le dijo: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”» (Lucas, 10, 38-42). Según el evangelio de san Juan, la casa de los hermanos Marta, María y Lázaro estaba en Betania.
[6]una esponja con hiel: cuando Jesús está cercano a expirar, uno de los presentes le acerca a la boca una caña con una esponja embebida en vinagre (Marcos, 15,36; Mateo, 27, 48; Lucas, 23, 36; Juan, 19, 29-30). Los soldados romanos tomaban una mezcla de agua, vinagre y, en ocasiones, hierbas aromáticas (mirra, hiel de la tierra o del campo, cuyo nombre científico es Centaurium erythraea) llamada posca. Los comentaristas discuten si el dar a beber vinagre a Jesús ha de interpretarse como un escarnio (una más de las burlas a las que fue sometido) o, por el contrario, como gesto de compasión (para aliviar su sed y calmar su dolor, pues solía darse a los crucificados esa mezcla de vinagre con sustancias narcotizantes). Quevedo tiene un soneto que comienza: «Vinagre y hiel para sus labios pide, / y perdón para el pueblo que le hiere». En la tradición bíblico-judaica el vinagre se asocia al dolor y la amargura. Cfr. por ejemplo el Salmo 69, 21: «También me dieron hiel como alimento, y en mi sed me dieron a beber vinagre».
[7]una Mujer que llora: motivo del Stabat Mater, del dolor de la Virgen María asistiendo a la muerte de su hijo en la Cruz.
[8] Tomo el texto de Impresiones. Revista multicultural de Paterna de Rivera, número 12, octubre de 2017, «Recordando a Julio Mariscal» (número conmemorativo dedicado al poeta Julio Mariscal Montes en el 40 aniversario de su muerte), p. 59.
Una vez trazada una breve semblanza de Julia Uceda (1925-2024), transcribiré hoy unos pocos poemas suyos. Así, de Mariposa en cenizas rescato este soneto de alejandrinos —no es muy frecuente el empleo de formas estróficas tradicionales en la obra poética de Uceda—, sin título específico (lo cito por Poesía completa, p. 64):
No les pido a los seres perdón por mi existencia. La levanto y la empuño como a un viento domado. Antes que ser un árbol, antes que inexistencia, este calor de establo de mi pecho pisado.
Existir sobre todo. Adoro la presencia de la luz que la sombra quisiera haber cegado, el rumor de mi sangre, la dulce incontinencia del labio que otra carne quisiera sepultado.
Yo no pido disculpas por mi ser sin medida, por mi ser oceánico, por mis ansias de vida, por la vida caliente que se quema en las horas.
Y seguiré viviendo aunque madres horrendas clamen sobre los montes, rasguen rostros y vendas y suelten sobre el mundo tijeras destructoras.
De Extraña juventud elijo «La caída» (pp. 15-16):
Hay que ir demoliendo poco a poco la sombra que vemos. Que nos dieron. Que nos dijeron: «eres». Hay que apretar las sienes entre los dedos. Hay que asentir a ese punto —comienzo, duda o hueco— que yace dentro. Y es preciso que en una noche todo arda —el «eres», el «seremos»— y el terror polvoriento nos muestre su estructura. Es urgente bajarse de los dioses. Tomar el fuego entre las manos. Destruir esos «yo» que nos presentan una hilera de sombras agotadas. Y dejarse caer sobre el principio de la vida. O del sueño. Ser solamente vida presente. Sin recuerdo de ayer ni de mañana.
Su visión crítica de la historia de España —que le inspiró poemas de mayor calado, como por ejemplo «España, eres un largo invierno»— se quintaesencia magníficamente en los cuatro versos de «Ouroboros» (recordemos que el uróboros es la serpiente que se muerde la cola, simbolizando el ciclo eterno de las cosas):
No me llames extranjero Van diciendo por los siglos Sucesivos españoles A españoles sucesivos.
Pero son muchos más los poemas de Julia Uceda perfectamente antologables que se nos quedan en el tintero: «Mariposa en cenizas» (sintagma que da título a su primer poemario y que es un eco gongorino), «El otro umbral», «Un seguro apellido», «Raíces», «El tiempo me recuerda», «Soneto del amor y de la muerte», «Soneto de la piedra», «Alguien que yo solía ser», «Orden del sueño»… y tantos otros que forman el corpus de su poesía, una poesía quizá en ocasiones un tanto hermética y difícil, pero que se concibe como vía superior de conocimiento, de iluminación del mundo, y que alcanza altas cotas de calidad. En fin, cierro esta antología mínima con su poema «Despedida» (Zona desconocida, p. 63), que reza sencillamente así:
Y la que fui salía de aquel tiempo donde quien fuiste ya no estaba[1].
[1] Ver para más detalles mi trabajo «Aproximación mínima a la poesía de Julia Uceda (1925-2024)», Río Arga. Revista de poesía, 154, 2024.
El 21 de julio de 2024 fallecía en Ferrol, a los 98 años, Julia Uceda Valiente. Nacida en Sevilla en 1925, es la suya una voz poética de la generación del 50 cuya producción, al menos hasta fechas bastante recientes, no había recibido toda la atención que sin duda merece (debido en parte, quizá, a los periodos de tiempo que vivió alejada de España, como profesora en Estados Unidos y en Irlanda). Uceda se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla, y se doctoró también allí con una tesis sobre el poeta José Luis Hidalgo, investigación que se publicaría posteriormente: «Los muertos» y evolución del tema de la muerte en la poesía de José Luis Hidalgo (Ferrol, Sociedad de Cultura Valle-Inclán, 1999). Ejerció la docencia primero en la propia Universidad de Sevilla, y más tarde en la Michigan State University (entre 1965 y 1973) y en el Dublin College (hasta 1976). Tras su regreso a España, fue Catedrática de Literatura española de INEM y de Escuelas Universitarias. Dirigió la colección de poesía «Esquío» con Fernando Bores y coordinó «La barca de oro» con Sara Pujol.
Dejando de lado su producción narrativa (por ejemplo, su libro de relatos Luz sobre un friso, Palencia, Menoscuarto Ediciones, 2008) y ensayística, su corpus poético está formado por los volúmenes: Mariposa en cenizas (Arcos de la Frontera, Alcaraván, 1959), Extraña juventud (Madrid, Rialp, 1962), Sin mucha esperanza (Madrid, Ágora 1966), Poemas de Cherry Lane (Madrid, Ágora, 1968), Campanas en Sansueña (Madrid, Dulcinea, 1977), Viejas voces secretas de la noche (Ferrol, Sociedad de Cultura Valle-Inclán, 1982), Poesía (Ferrol, Sociedad de Cultura Valle-Inclán, 1991), Del camino de humo (Sevilla, Renacimiento, 1994), la antología En el viento, hacia el mar (1959-2002) (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2003), Zona desconocida (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2007), Hablando con un haya (Valencia, Pre-Textos, 2010) y Escrito en la corteza de los árboles (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2013). Recientemente se había publicado su Poesía completa, con prólogo de Jacobo Cortines (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2023). Entre los premios obtenidos por Julia Uceda se cuentan un Accésit del Premio Adonáis 1961, el Premio Nacional de Poesía 2003, el Premio Nacional de la Crítica 2006, el Premio Andaluz de la Letras «Luis de Góngora y Argote» 2016, Autora del Año en Andalucía 2017 y el Premio Federico García Lorca 2019, al conjunto de su trayectoria. Otros méritos y distinciones: Hija Predilecta de Andalucía en 2005, Hija Adoptiva de la ciudad de Ferrol en 2009, miembro correspondiente de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2021.
Con relación a su poética, podemos dejar la voz a la propia escritora, para quien «la poesía, que procede de lugares extraños, es un acto de la memoria que no siempre permite el acceso a sus rincones perdidos. Aceptando este hecho, el poema es, para mí, el resultado de diálogos que se interrumpen o reanudan inesperadamente más que de la mayor o menor habilidad de quien mueve la pluma» («Referencias», en Zona desconocida, p. 81). Y en otro lugar escribe:
Busca, el poeta, la palabra exacta, pero la poesía, tenga cuerpo de verso o no, es oficio más complejo: se trata de una memoria especial, Mnemósine, de algo conocido en otra forma de vida y recordado por el alma; en un sexto sentido que trasciende experiencias objetivas que le vienen al poeta de lugares remotos. Quien escriba versos suele transitar por una realidad ya nombrada; quien escriba poesía, o eso crea o intente, es una persona desamparada que no sabe por dónde va ni adónde, ni quién le empuja, ni qué busca, ni cómo encontrar la palabra adecuada para nombrar lo que permanece en el silencio, porque a veces no bastan las palabras conocidas sino que es precisa también la habilidad de organizarlas de modo que digan lo que nunca antes habían dicho. El que la poesía venga de extraños lugares es una idea que le he atribuido a Emilio Lledó, aunque no pueda asegurar dónde la leí. Esos espacios desconocidos me han preocupado siempre por la amplitud y la complejidad que proponen; por ellos me he perdido sin darme por vencida, y es que la escritura poética se apoya en algo tan elusivo como las emociones. De ahí que en mi poesía, como en la de otros muchos escritores y como algún crítico afirmó, abundaran las interrogaciones, las dudas, la inseguridad de no saber («¿Somos quienes quisimos ser?», en Escritos en la corteza de los árboles, p. 11)[1].
[1] Ver para más detalles mi trabajo «Aproximación mínima a la poesía de Julia Uceda (1925-2024)», Río Arga. Revista de poesía, 154, 2024.
Copiaré hoy, Jueves Santo, este emotivo soneto de Julio Mariscal Montes (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1922-1977), que evoca el momento de la institución de la Eucaristía por Jesús, durante la Última Cena con sus discípulos.
La mano del Señor se reposaba sobre el desnudo candeal dorado[1], y rompía la noche su cercado y el alba, clara y niña, la inundaba.
Alzó Jesús la mano: le temblaba de Amor el Candeal Glorificado, y el aire, alto jinete[2], arrodillado como un humilde can, se le entregaba.
Y habló el Señor: Este es mi Cuerpo. Y era su mano un leve pétalo de rosa para ofrecerse, entero, en su ternura.
Jerusalén dormía en la ladera. La mano de Jesús, ya mariposa, se quemaba las alas de amargura[3].
[1]candeal dorado: pan candeal (sobado o bregado), hecho con harina de trigo candeal (que da harina blanca de calidad superior) y cuya corteza es de color dorado.
[3] Cito por Poesía española contemporánea. Antología (1939-1964). Poesía religiosa, selección, prólogo y notas de Leopoldo de Luis, Madrid / Barcelona, Ediciones Alfaguara, 1969, pp. 361-362.
La Sagrada Familia (h. 1776), de Francisco Bayeu y Subías. Museo del Prado (Madrid).
«De cómo en Belén le nació voz al viento» es un breve romance (una tirada de catorce versos) de rima aguda en -é, en el que cabe adivinar ciertas resonancias lorquianas, comenzando por la propia personificación del viento[1], calificado en los versos 1 y 11 —con bella metáfora aposicional— como «gigante mudo».
El viento, gigante mudo, tiró la puerta en Belén. Con su zamarra de frío se recostó en la pared y el Niño, echado en la paja, comenzó a palidecer. La Virgen con ser tan tímida no sabía lo que hacer y reclinó la cabeza sobre el pecho de José. El viento, gigante mudo, dijo «Amor» y dijo «Amén». Su gran garganta de escarcha ya no ha vuelto a enmudecer[2].
[1] Comp. el verso «El viento, galán de torres» de «Arbolé, arbolé», de la serie «Canciones andaluzas» de Canciones 1921-1924, o el poema «Preciosa y el aire» de Romancero gitano.
[2] Cito por la antología Porque esta noche el Amor. Poesía navideña del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997, p. 108.
José Luis Tejada propone en Prosa española[1] acabar con las «posturas disyuntivas» de esta «estirpe disyuntiva» española; olvidar el pasado rencor, que no es sino «memoria muerta» de una «hornada belicosa», y mirar al futuro con esperanza, olvidando los viejos maniqueísmos: «Y además, que aquí nadie juega más / a los malos y a los buenos» (p. 31). Plantea una reconciliación nacional sólida y duradera, una paz de la que quizá su generación ya no pueda disfrutar, pero sí sus hijos, que son el futuro y la esperanza.
De hecho, la voz lírica se sitúa a medio camino entre una generación que vivió activamente la guerra y esa otra generación futura que deberá gozar la paz y el olvido, como indica el poema «Desde mi punto muerto»[2]. A los jóvenes corresponde el abrir «de par en par la palabra» (p. 16) y avanzar todos juntos de consuno, sin más divisiones: «ahora hay que cantar a coro» (p. 34). Ahora, grita el poeta, es el momento de olvidar la «voz armada» (poema «Delitos»), de buscar el «amor que une», el «olvido que lava», el respeto mutuo que garantice la convivencia, para «preparar las sendas / a un futuro sin más revanchas» («Estos versos se quedan solos…»). Pero su deseo ya no se limitará solo a España, sino que abarcará al mundo entero, anhelando una humana vivencia en fraternidad universal. En suma, el mensaje que nos lanza al corazón José Luis Tejada es que nos olvidemos de los diversos «yo» individualistas y que formemos entre todos un «nosotros» colectivo y solidario gracias al cual podamos en el futuro, como decía con bellísima expresión en el poema «Reclamación»[3], hablar siempre «en paz alta»[4].
[1] José Luis Tejada, Prosa española, Conil de la Frontera (Cádiz), Imprenta La Cañaílla, 1977.
[2] «A caballo mi vida entre la vida / de los de ayer y de los de mañana, / con una mano asida a mis recuerdos / y con otra a mi esperanza». También en el primer soneto de «Tríptico de la Libertad» contrapone «lastres de ayer, tirones de mañana» (p. 49).
Apuntaré unas notas mínimas sobre el estilo y la métrica en Prosa española de José Luis Tejada[1], pues mi análisis de este poemario, en entradas anteriores, ha sido fundamentalmente temático. Cabe destacar la abundancia de los juegos de palabras, consistentes en zeugmas dilógicos, paronomasias, figuras derivativas o en la modificación jocosa de los elementos componentes de una frase hecha: da contradiós (p. 14); mucho ruido y pocas… veces (p. 39); dolido de por muerte (p. 41); déjanos ya los ramos y los remos (p. 43); y nada menos real que mi real gana (p. 49); primaverar, grisar (p. 59); Andalucía no anda muy ‘lucía’ (p. 59), Castilla se encastilla (p. 59); Canonizada, la bomba / ya es zambomba (palabra que debemos pronunciar con seseo, para mejor entender el chiste: es San-bomba, p. 60); ámbitos nuevos siemprevírgenes (p. 64); un sol mismo / que nos parió parientes y parejos (p. 66); cadena de ese hierro, de ese yerro (p. 67); del compartir del pan, del compañero (p. 67); la historia / esta del Hambre, hembra del hombre, Universal (p. 72); fallo fallido (p. 73); etc.
Por lo que toca a la métrica, me interesa destacar que los versos cortos, en especial los quebrados, aportan un tono juguetón, irónico o burlesco, mientras que los versos largos y las formas métricas tradicionales (así, todos los sonetos), con su tono más sobrio y serio, constituyen el vehículo preferente para reflexiones más profundas. Cierto tono festivo proporcionan igualmente las rimas internas (por ejemplo, en las pp. 36, 37, 39). Por lo demás, destaca la presencia, en ocasiones, de pequeñas salidas de tono, en busca de un efecto sorprendente que llame la atención del lector; así, el poema «Si alguien mata a Caín» se remata con el verso «y así nos luce sobre el cráneo el pelo» (p. 68)[2].
[1] José Luis Tejada, Prosa española, Conil de la Frontera (Cádiz), Imprenta La Cañaílla, 1977.
Respecto al sentimiento de fraternidad universal, José Luis Tejada se refiere en reiteradas ocasiones en su poemario Prosa española[1] a «esta única [familia] que somos»; el mundo es un hogar-tierra en el que todos hemos sido paridos «parientes y parejos». Y nos recuerda que solamente «la ganzúa / derecha del amor» puede salvarnos; y que «Sólo se ha dado al Amor / todo el poder en la tierra»[2].
Unida a estos dos temas, existe también una reflexión sobre el poeta y el papel de la poesía en «Coplas de las aguas turbias», donde comenta que la poesía se ha hecho ética, comprometida en la denuncia del presente, olvidando que debe ser en primer lugar estética[3]; a su vez, en las «Coplas de la mala racha» Tejada aboga por una poesía, más que social, popular[4]. Por último, en «Cuidemos este son», tras expresar su admiración por todas las modalidades del cante popular, tan querido y practicado por Tejada, manifiesta su deseo de que «el varón dolido y pobre» pueda encontrar en él materia diaria «para la rebelión y la esperanza»[5].
[1] José Luis Tejada, Prosa española, Conil de la Frontera (Cádiz), Imprenta La Cañaílla, 1977.
[2] Esta preocupación por la convivencia humana solidaria no es exclusiva de Prosa española, sino constante en la poesía de José Luis Tejada. En el primer terceto de «Amor es la razón» —de Razón de ser (1967), recogido en Poemía, p. 93— escribía: «Estas con los demás aunque no quieras / y los demás en ti y aun Dios con todos // trascendiendo tu nada con su abismo». En el primer poema de Razón de ser, «Misterio doloroso», afirmaba: «Es vivir irse dando restregones / sangrientos contra el quicio / del corazón más prójimo» (p. 11); y en «La peste a bordo», de ese mismo libro, se mostraba convencido de que «Nos perderemos / si no aprendemos a salvarnos juntos» (p. 47).
[3] «Lo social / se imprime, pero no cunde» (p. 29).
[4] «¿Y si al verso se le echara / una mijita de sal / y un chorrito de agua clara? / ¿Eh?… ¿Qué tal? // A lo mejor resultaba / que no resultaba mal / y a la gente le gustaba. // Y al final, / tal poesía / ¿no sería / más social?».