Retomo —después de algún tiempo— la serie de recreaciones quijotescas en la lírica con el soneto «Lanza en ristre», del cubano Lorenzo Suárez Crespo (nacido en Bahía Honda, 1943), incluido en su libro Sé tu voz. Selección de sonetos (2021). Además de su faceta como poeta, Suárez Crespo ha ejercido la docencia (tanto en la enseñanza secundaria como en la universitaria) y ha publicado diversos libros para niños y antologías.
Su soneto quijotesco, que no requiere mayor comentario, dice así:
Aunque en Sancho y el Hado se te advierte, persiste, noble hidalgo, en la estocada y no habrá encantamientos, no habrá nada que insinúe al destino someterte.
Desde entonces afán es querer verte rendido en tus ofrendas a la amada Dulcinea, que espera enamorada al vencedor del tiempo y de la muerte.
Desfacer los entuertos, curar almas es el único templo donde calmas tu espíritu inmortal, alucinante.
¡Qué cuerda tu locura, Caballero, que a desdén de razón y de escudero, embridas nuevamente en Rocinante![1]
[1] Lorenzo Suárez Crespo, Sé tu voz. Selección de sonetos, Madrid, Ediciones Deslinde, 2021, p. 84.
Se trata de un rasgo presente a lo largo de toda la narración[1] y que responde a la técnica de escritura de las novelas por entregas, práctica de la que se hace eco Hernández Girbal[2].
Son muy numerosos los pasajes de la novela en los que el autor emplea este recurso para rellenar con más facilidad la página, pero citaré tan solo este ejemplo del final del capítulo IV del libro cuarto:
Todos mostraban el valor de la resignación, aunque verdaderamente no le tenían.
Eran bravos y valientes soldados españoles.
Aun hubo alguno que tuvo valor para chancearse.
Entre ellos, Cervantes.
Los que hacían esto, era para evitar a sus compañeros.
Fue avanzando la noche.
Las conversaciones se fueron disminuyendo.
Al fin, la fatiga pudo en los más de ellos más que el dolor, que el hambre, que las heridas, y se durmieron.
Abigail reclinó su cabeza sobre el hombro de Cervantes.
Le abrazó.
Se estrecharon.
Le retuvo en sus brazos.
Luego le besó silenciosamente en la boca.
Aquel fue un beso de dolor, de agonía.
Luego lloró largamente.
Era la primera vez que Cervantes sentía llorar a Abigail (p. 689).
En fin, podríamos decir —parafraseando un refrán conocido— que el autor tenía muy clara la consigna a la hora de escribir o dictar sus textos: A más líneas, más ganancia[3].
[1] La ficha de la novela es: Manuel Fernández y González, El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra. Novela histórica por don… Ilustrada con magníficas láminas del renombrado artista don Eusebio Planas, Barcelona, Establecimiento Tipográfico-Editorial de Espasa Hermanos, s. a. [c. 1876-1878], 2 vols.
[2] Ver Florentino Hernández Girbal, Una vida pintoresca: Manuel Fernández y González. Biografía novelesca, Madrid, Biblioteca Atlántico, 1931, pp. 199-200.
El libro séptimo[1], «La hija de Cervantes», nos sitúa en Valladolid a la altura de 1605. Nuestro protagonista vive amargado y sin esperanza, resignado a seguir con sus frecuentes comisiones de cobro de tercias y alcabalas. Doña Magdalena reside con su familia, como una hermana más. Grande de genio, pero olvidado por casi todos (únicamente el conde de Lemos y el cardenal de Toledo le socorren en sus necesidades, y eso solo de cuando en cuando), cada vez más enfermo de hidropesía, Cervantes tendrá el consuelo del éxito de la primera parte del Quijote, aunque también conocerá la envidia, los dardos de sus enemigos literarios, con Lope a la cabeza (ver las pp. 1191-1192) y el dolor de la aparición de la continuación apócrifa de Avellaneda (que en la novela se identifica con fray Luis Aliaga).
Sea como sea —y dejando de lado otras intrigas secundarias de personajes como María de Ceballos o Clara la tendera—, lo esencial en esta última parte de la novela es el cortejo que sufre su hija Isabel, ya de veinte años, por parte de dos galanes calaveras, don Hernando de Toledo y don Gaspar de Ezpeleta. Rivales en sus pretensiones amorosas, don Hernando dejará malherido de muerte a Ezpeleta a las puertas de la casa de Cervantes: el suceso se convierte en la comidilla de la ciudad, y el escritor y su familia pasarán una temporada en la cárcel de Valladolid. Nuestro héroe, que está cada vez más enfermo, cae en un estado febril y piensa que Dios lo castiga, en su honra y en su hija, por haber sido pecador. «El destino de Cervantes era luchar a brazo partido con la adversidad», sentencia el narrador (p. 1241). De ahí que sus últimas obras, pese a que el autor mantenga siempre su genio y su espíritu joven, destilen un poso de tristeza y melancolía. Todavía hay espacio para que, en el tramo final de la narración, aparezca un nuevo personaje, el joven escritor don Francisco de Quevedo, quien protege a doña Magdalena e Isabel del intento de rapto ordenado por el malvado don Hernando, ganándose con ello la confianza de Cervantes y haciéndose gran amigo de su familia[2]. Doña Magdalena y Miguel siguen manteniendo un casto amor espiritual, son ya como hermanos. Al final, ella e Isabel terminarán profesando como religiosas.
Restan tan solo para acabar la novela unas páginas a modo de «Conclusión» —divididas en 14 capitulillos de corta extensión—, donde se evocan brevemente los últimos tiempos de un Cervantes que, viejo, pobre, cansado y sin esperanza, logra publicar la segunda parte del Quijote y trabaja en medio de su enfermedad para intentar terminar, corriendo contra el tiempo, su Persiles. Por último, quien fuera el «regocijo de las musas» —se evoca el encuentro con un estudiante en su último viaje de Esquivias a Madrid, tal como se cuenta en el prólogo de su novela póstuma— recibe la extremaunción el 18 abril de 1616, firma al día siguiente —«Puesto ya el pie en el estribo, / con las ansias de la muerte»— la famosa dedicatoria a Lemos y muere, en fin, el sábado 23 de abril. «Aquel mismo día, y hay que notar esta circunstancia, murió el famoso poeta Guillermo Shakespeare» (p. 1299)[3].
[1] La ficha de la novela es: Manuel Fernández y González, El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra. Novela histórica por don… Ilustrada con magníficas láminas del renombrado artista don Eusebio Planas, Barcelona, Establecimiento Tipográfico-Editorial de Espasa Hermanos, s. a. [c. 1876-1878], 2 vols.
[2] «La vida sin aventuras cansa», dice Quevedo (p. 1262). Y a las aventuras del satírico madrileño dedicará también Fernández y González varias de sus novelas, ofreciendo de él un retrato semejante al de Cervantes (valiente, noble, espadachín y pendenciero, etc.). Ver Carlos Mata Induráin, «Cervantes a lo folletinesco: El manco de Lepanto (1874), de Manuel Fernández y González», en Carlos Mata Induráin (ed.), Recreaciones quijotescas y cervantinas en la narrativa, Pamplona, Eunsa, 2013, p. 175.
En el libro sexto[1], «El alcalde de Argamasilla», encontramos una concentración mayor de datos relativos al escritor, si bien el narrador decide resumir el relato de sus hechos biográficos. Dice así:
Vamos a epilogar una parte de la vida de Cervantes.
Nuestros lectores nos dispensarán.
Si hubiéramos de seguir punto por punto los sucesos y las aventuras de la vida de nuestro héroe, necesitaríamos dar a su historia unas dimensiones descomunales (p. 1053).
¡Pues menos mal!, añadiremos nosotros, porque esto lo indica el narrador cuando ya ha superado el millar de páginas escritas… Llega ahora la noticia de que Abigail ha muerto en Constantinopla. Doña Magdalena, que siente un amor purificado, espiritual por Cervantes, lo ama como a un hermano. Y este sigue con sus gestiones como pretendiente en Madrid, que a la postre resultan siempre infructuosas. Al final, desatendido en sus pretensiones y calumniado por sus enemigos, tendrá que conformarse con un discreto cargo de proveedor de las galeras reales: será alcabalero y terminará preso en la cárcel de Sevilla por problemas con sus cuentas de los dineros públicos. Se prepara también la que será la materia del último libro de la novela, recordándose que dieciséis años atrás Cervantes tuvo amores en Madrid con una gran señora —la duquesa de Puente de Alba—, fruto de los cuales nació una hija natural, que —con el beneplácito de doña Magdalena— será reconocida por su padre y entrará a formar parte de la familia con el nombre de Isabel de Cervantes y Salazar, instalándose todos en Valladolid, a donde se ha trasladado la corte.
Hasta aquí, más o menos, son datos conocidos de la biografía cervantina. Pero Fernández y González no se para en barras y está dispuesto a llevar la historia de Cervantes un paso más allá todavía: en una de sus comisiones por la Mancha, conoce nada más y nada menos que a doña Aldonza Lorenzo (sic) y se enamora de ella: «Y era el caso que a Cervantes le gustaban las mujeres obesas y hermosotas, y que se perecía por ellas» (p. 1098). Este amor tardío hace rejuvenecer al escritor —él tiene 51 años y su Dulcinea 25, se indica—. Lo que viene a contrariar sus nuevos planes sentimentales es que un tal Alonso Quijano, el alcalde de Argamasilla, también ama a Aldonza y se convierte en su rival. Finalmente Quijano apresa al alcabalero y lo conduce a la cárcel de su localidad (ver la p. 1116; Fernández y González se hace eco aquí de la tradición del encarcelamiento del escritor en la cueva de la Casa de Medrano). En fin, este triángulo amoroso Cervantes-Aldonza-Alonso Quijano que fabula la calenturienta imaginación del novelista sevillano se cierra con la indicación de que Dulcinea moriría, tiempo después, de una vulgar congestión, si bien alcanzó a ver publicado el libro que novelaba sus aventuras amorosas[2].
[1] La ficha de la novela es: Manuel Fernández y González, El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra. Novela histórica por don… Ilustrada con magníficas láminas del renombrado artista don Eusebio Planas, Barcelona, Establecimiento Tipográfico-Editorial de Espasa Hermanos, s. a. [c. 1876-1878], 2 vols.
En el quinto libro[1], «Esquivias», se nos cuenta el matrimonio de Cervantes con doña Catalina de Palacios Salazar, dama a la que protege de las asechanzas del malvado don Gaspar de Valenzuela. Cervantes, al que le sobra ingenio, pero le faltan dineros, no siente una gran pasión por doña Catalina; pero ella dispone de algunos bienes, y el escritor —que está cansado y desesperado: la literatura no da para vivir; pretende algunos empleos en la corte, pero sin conseguir nunca nada…— es consciente de que el matrimonio con la joven —él tiene 34 años, ella 25, se dice en la novela— es una forma práctica de asegurar la estabilidad financiera de su familia, arruinada tras el rescate de los dos hermanos, Rodrigo y Miguel (ver las pp. 996-997).
Casa-Museo Miguel de Cervantes en Esquivias (Toledo).
Por lo demás, en este libro tampoco faltan las tramas e intrigas secundarias en las que nuestro protagonista está implicado: reaparece después de muchas páginas ausente la duquesa de Puente de Alba, doña María de los Dolores Pérez de Cañizares, con su hija; se nos cuenta la historia de Beatriz, otra mujer amada por el malvado don Gaspar de Valenzuela; otros sucesos tienen que ver con Francisca, una moza de posada de Castillejos, etc., etc. Como sentencia el narrador, «Era indudable que, por donde quiera que iba [Cervantes], llovían sobre él las aventuras» (p. 1032)[2].
[1] La ficha de la novela es: Manuel Fernández y González, El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra. Novela histórica por don… Ilustrada con magníficas láminas del renombrado artista don Eusebio Planas, Barcelona, Establecimiento Tipográfico-Editorial de Espasa Hermanos, s. a. [c. 1876-1878], 2 vols.
El libro cuarto[1], «El cautiverio en Argel», está formado por 59 capítulos. El narrador evoca el apresamiento de Cervantes a bordo de la galera Sol, cuando regresaba a España, y sus años como cautivo, con sus varios intentos de fuga, hasta que finalmente es liberado por los trinitarios tras pagar su rescate de quinientos escudos de oro. Pero las peripecias de Cervantes en Argel se van a ver envueltas, una vez más, en una maraña de amoríos y de historias protagonizadas por otros personajes, llenas de lances y aventuras diversas. Tenemos, por ejemplo, que Abigail —que se hace pasar por el soldado Juan Pérez de Dávalos, también cautivo— se gana la confianza del dey Hassan-Agá, quien lo nombra wazir de su casa. Cuando descubra que en realidad es una mujer, se enamorará apasionadamente de ella; y Abigail, teniendo sojuzgada la voluntad de Hassan-Agá, usará su posición de dominio sobre él para proteger a su gran amor, Cervantes, al que llaman el gran cristiano estropeado. A su vez Noemí, la obesa esposa de Hassan-Agá, también se enamorará del supuesto Juan Pérez de Dávalos (esto es, de Abigail bajo la apariencia de hombre).
Antonio Muñoz Degrain, Cervantes ante el bey de Argel acusado de conjura (1879). Biblioteca Nacional de España. Colección Histórico-Artística (Madrid).
El novelista irá incorporando a su relato los principales datos conocidos sobre el cautiverio de Cervantes: cómo, debido a las importantes cartas de recomendación que llevaba consigo al ser capturado, es considerado un valioso cautivo de rescate; sus diversos intentos de fuga; su heroica valentía al atribuirse siempre toda la responsabilidad de tales planes de fuga, disculpando a sus compañeros; cómo, pese a estar penado el intento de fuga con la muerte, Cervantes no es nunca castigado (Abigail ha convencido a Hassan-Agá de que el cristiano es un poderoso hechicero y el dey piensa que recibirá un castigo divino si atenta contra su vida); y cómo es finalmente rescatado por fray Juan Gil, de la orden trinitaria, cuando ya se encontraba embarcado para pasar a Constantinopla. Eso sí, todo ello bien aderezado con la correspondiente ración de rebeliones internas en Argel, combates y cuchilladas, raptos, tormentas en alta mar, abordajes… y la existencia de una curiosa Hermandad del Tigre, cuyo jefe secreto es ni más ni menos que… doña Magdalena (que también está en Argel, en su caso como hija fingida del hagib-Morato).
El balance sentimental de nuestro héroe cautivo es ahora el siguiente: creyendo a Paulina muerta en Roma, sin noticias de doña Magdalena y de donna Beatriz, con la duquesa de Puente de Alba en olvido, no puede menos que amar a Abigail, pese a conocer su oscuro y malvado carácter. Para complicar más la situación, también Noemí, la esposa de Hassan-Agá, se enamora de Cervantes… y Cervantes de ella: «Eran estos unos amores que se desarrollaban en el misterio, sin que los comprendiera bien ninguno de los dos», apostilla el narrador (p. 827); y el lector, sinceramente —añadiré yo—, tampoco los comprende demasiado bien. Pero es que la fuerza incontrastable del amor —sigue explicando el narrador— lo justifica todo, siendo esta una idea que se repite como un leitmotiv a lo largo de toda la novela.
Pero, ojo, que no acaban aquí los líos amorosos y las aventuras: Arnaute-Mamí, El Tigre de los tigres (o sea, el jefe de la hermandad que conspira en la sombra para derrocar a Hassan-Agá), se enamora de doña Magdalena, que en Argel responde al nombre árabe de Saruh-Yemal (aunque también es conocida como Miriam o como doña María Ponce de León). Y en Argel va a reaparecer asimismo Paulina, que había sido cautivada en Lepanto (¡otra mujer más que había asistido al combate vestida como soldado!), aunque doña Magdalena conseguirá liberarla pronto. Poco a poco nuestro cautivo empieza a tener más claras las cosas del querer, y así le dice a doña Magdalena: «Abigail era Satanás; tú y Paulina sois dos ángeles» (p. 868). Y es que «Cervantes experimentaba en sí este fenómeno de la multiplicidad del amor, y con mayor fuerza que otros, cuanto más delicada, cuanto más sensible que la de otros era su percepción, o lo que es lo mismo, su sensibilidad» (p. 871). Pero todavía hay más: Hassan-Agá, que cree que Cervantes sabe dónde se encuentra su desaparecida esposa Noemí y desea que se lo revele, lo tienta ofreciéndole a su hija Darahimaráh, una niña de entre catorce y quince años que —¿lo adivinan?— tampoco puede evitar caer rendida ante los encantos del gentil cristiano. En fin, no habrá de extrañarnos que el capítulo LV se titule «En que Cervantes se encuentra más perdido que nunca en sus mismos deseos». Al final, y resumiendo mucho la acción, Cervantes bautiza a Darahimaráh y luego Paulina la sigue instruyendo en el cristianismo. Más adelante, habiendo escapado a tierras italianas, la nieta de la Fornarina morirá y la hija de Hassan-Agá entrará en un convento. Y el libro cuarto se remata con estas palabras: «El torbellino, cada vez más revuelto, de los sucesos de su azarosa vida arrastraba a Cervantes» (p. 946).
Por lo demás, en este tramo narrativo el narrador presenta a Cervantes como un gigantesco héroe de la libertad, un nuevo Espartaco que rumia un plan para alzar en armas a todos los cautivos de Argel y apoderarse de la ciudad norteafricana para el rey Felipe II. Se explica que hay allí 25.000 cautivos, todo un ejército, pero falta tener la capacidad de organizarlo: «Una de las mayores glorias de Cervantes es la de haber intentado la posesión de Argel, y la libertad del Mediterráneo, sin otros elementos que el de los míseros esclavos que con él gemían lejos de su patria y en la mayor de las miserias» (p. 785)[2].
[1] La ficha de la novela es: Manuel Fernández y González, El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra. Novela histórica por don… Ilustrada con magníficas láminas del renombrado artista don Eusebio Planas, Barcelona, Establecimiento Tipográfico-Editorial de Espasa Hermanos, s. a. [c. 1876-1878], 2 vols.
En el libro tercero[1], «Lepanto», encontraremos que el narrador escamotea a los lectores lo que debería ser la parte nuclear del relato, esto es, la descripción de la batalla: en lugar de narrarla de nuevo, Fernández y González opta —como ya indiqué en una entrada anterior— por una solución más fácil, que consiste en reproducir completo su poema épico La batalla de Lepanto del año 1850 (son aquí 87 octavas reales, en vez de las 89 del original, que ocupan, a doble columna, las pp. 659-667). Esta tercera parte, más breve, se compone de doce capítulos, en los que se evoca la presencia de Cervantes en Mesina, donde se alista en la compañía del capitán Diego de Urbina, integrada en el tercio de don Miguel de Moncada. Argumentalmente, lo más destacado es la aparición de una nueva mujer, doña Inés Rojas de Arias, que fue —se dice— el primer amor de Cervantes. Tras recuperarse su trágica historia (la cual se narra en el capítulo IV, pp. 617-621), la vemos presentarse en Mesina en traje de varón, vestida de paje de armas, y, como no podía ser de otra manera, completamente enamorada de Miguel. Así pues, el bueno del escritor se va a ver embriagado por el perfume de un nuevo amor, pero sin olvidar por eso los anteriores: así, sigue amando castamente a la joven Paulina (a la que busca, pero no encuentra, en la ciudad; luego sabremos que porque ha sido herida por orden de la celosa Abigail) y también permanece fresco en él el recuerdo de donna Beatriz, a la que se siente estrechamente ligado (Cervantes, se nos dice, es hombre temeroso de Dios y se siente comprometido con la hermana de Aquaviva como si fuera su esposa, pues convive maritalmente con ella). Y el libro termina con un sorpresivo golpe de efecto: en el momento de la partida de la flota cristiana, forma al lado de Cervantes un soldado que no es otro que… la pérfida Abigail, también ella travestida en varón.
Los datos históricos relativos a la formación de la Santa Liga (la alianza de España, el papado y Venecia contra Selim II) son escasos, limitándose a lo esencial para contextualizar la participación del escritor en la célebre batalla naval: «Miguel de Cervantes fue uno de los mejores soldados que se hallaron en aquella memorable jornada, y el haber vertido su sangre en ella y quedádose manco de la mano izquierda, es uno de los mejores títulos de gloria, y de que él se enorgulleció» (p. 668)[2].
[1] La ficha de la novela es: Manuel Fernández y González, El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra. Novela histórica por don… Ilustrada con magníficas láminas del renombrado artista don Eusebio Planas, Barcelona, Establecimiento Tipográfico-Editorial de Espasa Hermanos, s. a. [c. 1876-1878], 2 vols.
En el libro segundo, «De Roma a Lepanto», la acción de la novela[1] de Fernández y González se traslada a la ciudad del Tíber. Es agosto de 1571 y Cervantes sigue al servicio del cardenal Aquaviva. En lo que a amores se refiere, nuestro héroe se debate ahora entre doña Magdalena y donna Beatriz. El relato incidirá en este tramo novelesco en el carácter luciferino de la hermosa Abigal, equiparada habitualmente a Satanás. Dos son, en esta segunda parte de la narración, los principales elementos de intriga para mantener en suspenso al lector: por un lado, la existencia en Roma de dos sociedades secretas, ambas al servicio de la Reforma protestante, llamadas Los Implacables (son las cabezas pensantes del movimiento) y Los Apuñaladores (el brazo armado ejecutor de sus acciones). Ambas sociedades están encabezadas, respectivamente, por el cardenal Julio Aquaviva (¡!) y por el capitán Rugiero Staglioni, también conocido como el conde Spungatti (la aparición de un mismo personaje con varios nombres e identidades es recurso habitual del subgénero). El nexo principal entre ambas sociedades es precisamente Abigail, mujer de la que están enamorados tanto Aquaviva como Staglioni, y por la cual este terminará traicionando a aquel. En este núcleo narrativo, que se extiende a lo largo de varias decenas de páginas, Cervantes desaparece casi por completo de la escena.
El segundo foco de interés es el amor de Cervantes por Paulina, hija del panadero Bartolini y nieta de la famosa Fornarina (la amante de Rafael y su modelo para el célebre Ritratto di giovane donna).
Rafael Sanzio, Ritratto di giovane donna (La Fornarina) (1518-1519). Galería Nacional de Arte Antiguo (Roma, Italia).
Cervantes ejerce como secretario —y amante, a juicio de toda la ciudad— de donna Beatriz, la hermana de Aquaviva; pero la antigua pasión que sentía por ella se va enfriando, y eso hace que pueda quedar prendado de Paulina, una bella ragazza de catorce o quince años, doncella angelical de alma pura pese a vivir rodeada de ladrones y malhechores (su padre, Bartolini, es un destacado miembro de Los Apuñaladores). Repitiendo el esquema de movimientos pendulares de la primera parte, Cervantes va a verse indeciso entre el amor menguante que siente por donna Beatriz y el naciente por la joven Paulina.
Narrativamente, la técnica de construcción es similar a la del primer libro, con aparición continua de nuevos personajes, cada uno de los cuales trae aparejado el relato de sus antecedentes (véase, por ejemplo, todo lo relativo a don César Esteban de Chouzán, regidor sevillano apodado El Lobo Español, cuya trágica historia se extiende a lo largo de cincuenta páginas, de la 354 a la 404, ocupando los capítulos V, VI y VII completos). Se sigue haciendo uso de elementos de sorpresa e intriga para mantener atrapada la atención del lector: riñas y asesinatos, máscaras y disfraces, subterráneos llenos de pasadizos secretos, uso de narcóticos, muerte fingida de Abigail, etc., etc. Continúan también las digresiones narrativas de todo tipo, así como las afirmaciones “moralizantes” de valor universal que el narrador extrae al hilo de los sucesos particulares de sus personajes.
En lo que respecta a los hechos históricos que constituyen el telón de fondo de la acción, solo de forma muy tangencial, junto con algunas ligeras pinceladas dejadas caer aquí y allá sobre el Renacimiento o la Reforma protestante, se menciona la Santa Liga de las naciones católicas para combatir al turco, alianza cuya formación tratan de torpedear Los Implacables y Los Apuñaladores, ramas protestantes —de pensamiento y de acción respectivamente, como ya indiqué— que se han infiltrado en todas las esferas de la vida romana[2].
[1] La ficha de la novela es: Manuel Fernández y González, El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra. Novela histórica por don… Ilustrada con magníficas láminas del renombrado artista don Eusebio Planas, Barcelona, Establecimiento Tipográfico-Editorial de Espasa Hermanos, s. a. [c. 1876-1878], 2 vols.
Tenemos, pues, que en El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra, de Manuel Fernández y González[1], la materia novelesca se amplía como fruto de la torrencial fantasía del entreguista. Y no resulta nada fácil resumir en pocas líneas el argumento de la narración de Fernández y González, dada la acumulación de episodios y subtramas. La mera transcripción de los títulos de los capítulos que la forman bastaría para llenar este trabajo… y faltaría espacio. La novela se presenta en dos tomos con paginación corrida, que alcanza exactamente las 1.300 páginas (excluidos los índices finales, que van sin paginar en ambos tomos). Externamente se divide en siete libros (que el narrador, al interior del relato, denomina también partes), a los que se suma una breve «Conclusión». Esto es lo que tenemos en esquema:
TOMO PRIMERO (pp. 1-668)
Libro primero, «El cardenal Aquaviva[2]» (60 capítulos)
Libro segundo, «De Roma a Lepanto» (47 capítulos)
Libro tercero, «Lepanto» (12 capítulos)
TOMO SEGUNDO (pp. 669-1300)
Libro cuarto, «El cautiverio en Argel» (69 capítulos)
Libro quinto, «Esquivias» (21 capítulos)
Libro sexto, «El alcalde de Argamasilla» (13 capítulos)
Libro séptimo, «La hija de Cervantes» (35 capítulos)
«Conclusión» (14 capítulos)
La acción del libro primero, «El cardenal Aquaviva», comienza en Madrid en noviembre de 1568 y acaba con la marcha de Cervantes para trasladarse a Italia en el séquito del nuncio papal.
Son 60 capítulos, pero hay en ellos una enorme concentración temporal: todo un sinfín de lances y aventuras se suceden en el corto lapso de una noche y el día siguiente[3]. La narración, desde sus primeras páginas, se irá convirtiendo en un laberinto de historias que se empiezan a contar, pero sin que acaben de contarse del todo: antes de que se llegue al final de la primera, se abre otra nueva, y luego otra… y así sucesivamente, en una especie de «muñeca rusa» narrativa (es lo que sucederá con las historias intercaladas de Abigail, de su esclava Zaphirah o de la duquesa de Puente de Alba). Y al hilo de toda esta balumba de peripecias sorprendentes que se suceden a ritmo vertiginoso va a ser muy poco lo que se aporte sobre Miguel de Cervantes Saavedra: sabemos, sí, que el protagonista es un estudiante[4]; se ofrecen algunos datos sobre su familia y linaje (es hidalgo, pobre pero digno: cfr. el título del capítulo IX, «De cómo Miguel de Cervantes era hombre que sabía mantener su dignidad, a pesar de su pobreza»); se señala en varias ocasiones que es un discípulo predilecto del licenciado López de Hoyos, que ha escrito algunas poesías… y poco más. En realidad, todo lo que cuenta la novela, más que los hechos conocidos del personaje histórico Cervantes, son las aventuras inventadas de este otro Cervantes de la ficción, presentado como un galán, enamoradizo y algo voyeur (el agujero que existe en una de las paredes de la habitación donde se aloja va a dar mucho juego narrativo, tanto para mirar él a los vecinos como para ser él mirado por otros…). Del futuro autor del Quijote se destaca que tiene «el alma ardiente e impresionable, y ansiosa de lo embriagador, y de lo bello, y de lo resplandeciente» (p. 37). Y por ello, nada menos que cuatro son las mujeres de las que se va a enamorar —simultáneamente— el bueno de Miguel: doña Magdalena, «la hermosa morena de los ojos negros» (pp. 26, 30, 46, 53); donna Beatriz, la angelical hermana del cardenal Aquaviva, «la otra beldad de blanca tez y ojos garzos» (p. 52); la judía Abigail, una actriz de hechicera belleza perteneciente a la compañía de Lope de Rueda; y, en fin, la joven y desgraciada duquesa de Puente de Alba[5].
La novela nos retrata, en efecto, a un joven Cervantes, de carácter bravo y aventurero a sus 21 años, que tiene sobre todo un alma ardiente y apasionada, impresionable y soñadora; se habla de «la lozana y poética imaginación de nuestro joven» (p. 126); y se afirma que «Lo bello, lo candente, lo desconocido, lo misterioso, la atraía, la absorbía» (p. 144; esos la se refieren al alma de Cervantes, con feo laísmo habitual en el estilo del autor). Es un hombre de genio, un soñador nato: «Se comprende, pues, que en poco más de veinticuatro horas, Cervantes hubiese sentido tres amores más o menos intensos por tres mujeres, y se sintiese impresionado por una cuarta» (p. 200; ese capítulo XL se titula precisamente «Que es un discurso en que el autor pretende probar que se puede amar un ideal en muchas mujeres, y con una igual intensidad»). Con tantos amoríos, no es de extrañar que el corazón de Cervantes sea un volcán y su cabeza un hervidero. Es un personaje de gran sensibilidad, melancólico, expansivo, con el alma repleta de imaginación y fantasía, que irá oscilando continuamente de un amor a otro: conoce a una hermosa mujer que causa una profundísima impresión en su alma, pero poco después entra en contacto con otra dama de belleza igualmente subyugante y al punto se apasiona y se olvida de la primera… Y así a lo largo de toda la novela, no solo en esta primera parte. No hay mayor profundidad psicológica en el retrato del escritor: los hombres de genio aman así, y punto redondo.
Podríamos hablar de cierta quijotización de Cervantes apreciable ya en estos primeros capítulos de la novela: siempre se muestra dispuesto a socorrer, servir y proteger a cuantas damas en dificultades se cruzan en su camino, usará con frecuencia un lenguaje caballeresco[6] y protagonizará aventuras sin cuento: «yo me desvivo por las aventuras» (p. 28), afirma él mismo; «En que se ve que llovían sobre Miguel de Cervantes las interesantísimas aventuras», anuncia el título del capítulo XIX; «aventura me ha salido al paso y tal, que no sé a qué otras aventuras puede llevarme» (p. 92), señala de nuevo el personaje; «la aventura en que hoy me encuentro y que me llama urgentemente, y no sé a dónde podrá llamarme, nace de una extraña aventura de anoche en que serví, cumpliendo con mi obligación de hidalgo, a ese señor […] en fin, buenas sean o malas las aventuras que a un hidalgo se le pongan por delante, debe seguirlas» (pp. 92-93), le dice a su hermano Rodrigo; «Miguel tenía el espíritu levantado y caballeresco» (p. 98); «A cada momento se presentaba más enredada su extraña aventura» (p. 106); «El misterio de sus aventuras crecía hasta lo infinito» (p. 141); «¡Y llueven aventuras!», comenta Rodrigo (p. 213); «En que continúa cayendo agua de las nubes, y lloviendo aventuras sobre Miguel de Cervantes», es el título del capítulo L, etc., etc.
Así pues, las historias y las aventuras se van arracimando en torno a Cervantes y los personajes que le rodean: «En que por una vez más se interrumpe la historia de la duquesa, para dar lugar a los principios de una nueva historia» (título del capítulo XXVI); «En que se van complicando los sucesos de esta historia» (título del capítulo XLVI). El propio narrador se da cuenta de sus descarríos narrativos, de que se aleja mucho de las aventuras centrales con lances secundarios, y se ve en la obligación de justificarse: «Pero hemos vuelto a extraviarnos. / Nuestro pensamiento, rebelde en su independencia, se va por donde quiere, y tenemos a cada paso necesidad de encarrilarle» (p. 152); y en otro lugar: «No se nos culpe de que abandonamos la acción de nuestra novela para divagar en discursos. / Los grandes escritores nos han dado el ejemplo» (p. 199). Al laberinto de historias entrelazadas se suman las continuas digresiones, que pueden ser sobre los más variopintos temas. Por ejemplo, el capítulo XVII es todo él una digresión, como indica el título: «En que Lope de Rueda hace, sin género alguno de pretensiones y en resumen, un artículo de crítica sobre la novela, al cual pone algunas acotaciones Cervantes».
En definitiva, para explicar el hecho biográfico de que Cervantes entra al servicio del joven cardenal Giulio Acquaviva dʼAragona, legado de Su Santidad en la corte del rey Felipe II, y que termina marchando a Roma en su séquito, el novelista ha inventado diversas y extrañas aventuras galantes —cuatro amores, cuatro—, más la historia de una niña expósita (la hija de la duquesa de Puente de Alba, historia que seguirá coleando cientos de páginas más adelante…), pendencias y cuchilladas, intrigas sin cuento, etc. La acción de esta primera parte de la novela discurre «Aventura sobre aventura», como certeramente anuncia el título del capítulo XXXVI. En este sentido, el mesón de la viuda de Paredes funciona a la manera de las ventas en el Quijote, siendo el espacio físico que facilita el encuentro y la interacción de los diversos personajes[7].
[1] La ficha de la novela es: Manuel Fernández y González, El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra. Novela histórica por don… Ilustrada con magníficas láminas del renombrado artista don Eusebio Planas, Barcelona, Establecimiento Tipográfico-Editorial de Espasa Hermanos, s. a. [c. 1876-1878], 2 vols.
[2] Mantengo la forma en que se escribe este apellido a lo largo de toda la novela, y lo mismo haré con los nombres de otros personajes.
[3] «¡Cuántas aventuras en menos de veinticuatro horas! / ¡Cuántas emociones!» (p. 116), hace notar el narrador.
[4] Cervantes, que es «bien parecido, aunque de semblante grave» (p. 7), va «vestido a lo estudiante hidalgo» (p. 6), lleva bonete de bachiller, ha cursado filosofía y letras humanas…
[5] Todavía podríamos sumar una quinta mujer si consideramos el asedio que sufre Cervantes por parte de la dueña doña Guiomar, «un amor momio y trasnochado que le salía» (p. 243). En fin, tampoco Antona, la maritornesca cocinera del mesón, se resiste a los encantos del joven estudiante.
[6] Un ejemplo como botón de muestra: «¡Haceos atrás incontinenti, canalla, o vive Dios que yo os haga que os tengáis!…» (p. 211).
Esta obra de Fernández y González[1], publicada en torno a 1876-1878, abarca buena parte de la vida de Cervantes, desde noviembre de 1568 (en vísperas de su marcha a Italia) hasta su muerte. Podríamos afirmar que todo en esta narración es desmesurado: hay desmesura, en primer lugar, en su extensión: sus dos tomos alcanzan un total de 1.300 páginas de apretada tipografía. No sabemos a ciencia cierta si, previamente a su aparición en volumen, el texto se fue publicando en forma de entregas, pero todo hace suponer que así habría sido, de suerte que esta sería una de esas novelas «de cañamazo» —y no de «seda fina»— a las que se refería el propio autor. Es desmesurado asimismo el argumento, repleto de excesos, excentricidades y extravagancias, con profusión de personajes secundarios y de historias subalternas. El esquema narrativo es, más o menos, así: Cervantes conoce al personaje A, del que se cuenta su historia; en esa historia de A se introduce otro personaje B, cuyos antecedentes también se refieren; a su vez, los hechos del personaje B nos llevan a conocer al personaje C… y así sucesivamente a lo largo de cientos y cientos de páginas. Hay igualmente un uso desmesurado de los diálogos, que sustituyen por completo a la descripción (muchos de los capítulos consisten exclusivamente en escenas dialogadas que hacen, sí, avanzar la acción, pero que van en detrimento de la descripción de ambientes y caracteres). Y, desde el punto de vista narrativo, hay una tendencia a lo que Ferreras denomina «estilo entrecortado», una técnica que yo he llamado en alguna ocasión «abuso del punto y aparte» (debemos recordar que al novelista se le pagaba por cuartilla escrita). Hay, en fin, desmesura, y excesos, y excentricidades, y extravagancias sin cuento también en la presentación de los personajes, que —como no podía ser de otra manera— se dividen maniqueamente en héroes (y sus coadyuvantes) y villanos (y los secuaces que les secundan): los buenos, muy buenos, y los malos, muy malos.
En esta novela de Fernández y González la materia narrativa se estira todo lo posible, hasta límites insospechados, y cualquier digresión, sobre cualquier tema, es susceptible de ser incorporada, porque todo sirve para engordar la «olla podrida» —valga la expresión culinaria— de la narración, que presenta todas las características —y adolece de todos los defectos— habituales en el subgénero de la entrega y el folletín, pero llevados aquí a su máxima expresión. Así, a este respecto, el autor no tiene empacho en introducir todos los documentos de la información de Argel de Cervantes (capítulo II del libro quinto, pp. 952-964); o el poema cervantino a los éxtasis de santa Teresa (capítulo XXIII del libro séptimo, pp. 1237-1239); o de prestar una composición amorosa suya —de Fernández y González, me refiero— al propio Cervantes (el madrigal «De sus serenos y potentes ojos…», p. 527); o lo que quizá sea lo más desmesurado de todo: el hecho de incluir en la novela su poema épico La batalla de Lepanto en lugar de describir de nuevo la célebre batalla naval contra el turco de 1571. Sucede esto en el capítulo XII del libro tercero, ocupando nada menos que ocho páginas con el texto a dos columnas (ver las pp. 659-667; aquí el poema consta de 87 octavas reales, en vez de las 89 de la versión original). Y el narrador justifica su decisión con estas palabras: «Tal fue la famosa batalla de Lepanto. / Hemos preferido relatarla a nuestros lectores en verso que contársela en prosa» (p. 668). ¿Para qué volver a contar —dedicando tiempo y esfuerzo adicionales— algo que ya estaba contado previamente? Sin duda que para el autor sevillano no merecía la pena…[2]
[1] La ficha de la novela es: Manuel Fernández y González, El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra. Novela histórica por don… Ilustrada con magníficas láminas del renombrado artista don Eusebio Planas, Barcelona, Establecimiento Tipográfico-Editorial de Espasa Hermanos, s. a. [c. 1876-1878], 2 vols.