Fue en enero de 1954, y en la revista Pasce. Boletín Oficial Eclesiástico de la Diócesis de Pamplona, cuando comenzó a aparecer una serie de escritos de Martín Larráyoz Zarranz titulada «Rincones perdidos del Quijote»[1], que venía a ser una continuación por tierras navarras de las andanzas y aventuras del ingenioso hidalgo y su fiel y bonachón escudero. Unas décadas después, tras la muerte del autor ocurrida en 1991, Víctor Manuel Arbeloa tuvo la iniciativa de coleccionar en forma de libro (Pamplona, Medialuna Ediciones, 1993[2]) aquellos capítulos, anteponiéndoles un prólogo que arrojaba luz, entre guiños personales, sobre la génesis del texto y comentaba algunas características (argumento, valoración literaria…) de este Don Quijote en las Améscoas, cuya publicación arrancaba en aquel lejano enero de 1954:
Aquellos sesudos y graves editores tuvieron a bien advertir en la entradilla que presumían como inéditos los susodichos capítulos, hallados en las últimas páginas de un viejo libro que dormía arrinconado en el desván de la abadía de Izacondo, soportando pacientemente el polvo de los siglos.
Los discípulos de aquel afamado y todavía joven abad no dudamos un instante que aquella nueva leyenda, fresca como una primavera, fecunda de invención, robusta de estilo, rica de conceptos y abundante de erudición y doctrina, fuera obra, y obra madura, de nuestro querido y ahora llorado preceptor, don Martín Larráyoz y Zarranz, y no de algún ignorado y extraño Cide Hamete Benengeli.
[…]
No pocas veces habíamosle oído quejarse muy a lo vivo de que don Quijote de la Mancha y Sancho Panza no hubieran entrado en el reino de Navarra cuando atravesaron la provincia de Zaragoza, camino de Barcelona.
Púsose, pues, nuestro autor manos a la obra, con el intento de hacer resucitar literariamente —que es como decir poderosamente— a los dos excelsos personajes de nuestras Letras y hacerlos entrar en vereda, es decir, por las verdes veredas navarras. Y es que el erudito abad, historiador de peso, abrigaba la convicción de que al caballero hazañoso, y no tanto a su fiel escudero, le roía las entrañas la rencilla de haber muerto sin pisar este esclarecido y glorioso territorio foral (pp. 9-10).
Remito, en fin, a ese prólogo de Arbeloa para más detalles acerca de la génesis y las circunstancias de aparición del libro. El texto de la novela se completaba entonces con una nota biográfica anexa —reproducida en una entrada anterior—, que no va firmada, aunque Arbeloa explica en su prólogo que fue redactada por el bachiller Johannes de Lecea, alusión casi transparente a Juan María Lecea[3].
Fue, en efecto, a la muerte de Larráyoz Zarranz cuando Arbeloa agavilló y dio a las prensas los capítulos aparecidos en Pasce. Aquella era una revista que circulaba casi exclusivamente entre los sacerdotes de la diócesis de Pamplona, y sin duda que el texto de Larráyoz Zarranz merecía mayor difusión. La novela, tal como se publicó en 1993, se divide externamente en dieciséis capítulos, y está sin concluir: de hecho, el último capítulo es mucho más breve que los demás y el hilo argumental parece quedar interrumpido justo en el momento en que don Quijote y Sancho se disponen a entrar en la ciudad de Estella.
Juan María Lecea me ha dado noticia de la existencia de, al menos, otro capítulo, publicado suelto en la revista de la Asociación de Belenistas de Pamplona en el año 1956, el cual recoge la llegada de don Quijote a Pamplona y su encuentro con la hermosa imagen de la Virgen, patrona de la ciudad, entre otras aventuras, capítulo este que viene a completar así la historia narrativa de las andanzas del personaje cervantino por tierras navarras[4].
[1] Mencionaré, a título de curiosidad, que el hermano del autor, Javier Larráyoz Zarranz, también sacerdote y también historiador, cuenta en su haber con otra obra de reminiscencias quijotescas, al menos en su título: «El Quijote de Navarra. Vida y aventuras del brigadier de los ejércitos carlistas don Mariano Larumbe», trabajo publicado en Príncipe de Viana, núms. 148-149, 1977, pp. 605-627 y 150-151, 1978, pp. 203-280.
[2] Esta edición al cuidado de Víctor Manuel Arbeloa, bienintencionada y útil porque hizo más accesible el texto de la novela, está sin embargo plagada de erratas, errores de transcripción, descuidos y hasta faltas de ortografía, además de presentar una puntuación arbitraria en muchos pasajes. Citaré por ella, pero corrigiendo y enmendando todo lo necesario, sin indicarlo a cada paso. Las citas del Quijote de Cervantes (indico solamente parte y capítulo) corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Crítica, 1998, 2 vols.
[3] En ese prólogo se alude también a un tal Johannes de Olio, nombre que remite a Juan Ollo, profesor de Teología Moral en el Seminario Diocesano de Pamplona y deán del Cabildo catedralicio cuando era Arzobispo de Pamplona Mons. Enrique Delgado Gómez.
[4] Agradezco a Juan María Lecea Yábar sus valiosas informaciones relativas a la génesis de la novela. También quiero dar las gracias a Pablo Larraz por los datos que amablemente me ha proporcionado acerca del trabajo desempeñado por Lárrayoz Zarranz en el Hospital «Alfonso Carlos» de Pamplona. Esos datos no han quedado incorporados a este trabajo, pero me han servido, sin duda, para completar la semblanza, el retrato humano, del autor de Don Quijote en las Améscoas. El lector interesado puede consultar el trabajo de Pablo Larraz Entre el frente y la retaguardia. La sanidad en la guerra civil: el Hospital «Alfonso Carlos», Pamplona, 1936-1939, Madrid, Actas, 2004. Remito para más detalles sobre esta obra a mi trabajo «Una recreación narrativa del Quijote de mediados del siglo XX: Don Quijote en las Améscoas, de Martín Larráyoz Zarranz», Anales cervantinos, 43, 2011, pp. 91-115.