Otro poeta que ha compuesto originales villancicos es Federico Muelas (Cuenca, 1910-Madrid, 1974), perteneciente a la Generación del 36. De profesión farmacéutico, fundó la revista El Bergantín, si bien prefirió vivir alejado de la vida literaria pública. Su producción lírica está formada por títulos como Aurora de voces altas (1934), Entre tu vida y mi sueño (1934), Pliegos de cordel (1936), Vuelo y firmeza (1936), Temblor (1941), Cantando entre cielo y sangre (1941), Rodando en tu silencio (1964), Los villancicos de mi catedral (1967), Cuenca en volandas (1967) o Ángeles albriciadores (1971), entre otros, a los que cabe sumar otros volúmenes póstumos como la recopilación de Poesía (1979) o Poesía secreta (2000), que incluye los libros Ardiente huida y El libro de las arengas, escritos ambos en los años 50 bajo el influjo estético del surrealismo.
En el blog ya hemos dado entrada a otras composiciones navideñas suyas como «Por atajos y veredas», el «Villancico que llaman unos del aserrín y otros del Niño Carpintero», el «Villancico que llaman de la partera», el «Villancico que llaman de la llegada de los Reyes Magos» o el «Villancico nana de los tres Reyes». Añado hoy otra composición, el «Villancico que llaman del aviador», que se inserta en una serie habitual de representantes de distintos gremios u oficios que visitan el Portal de Belén. Lo más notable de este poema es que —siguiendo un motivo frecuente en la poesía de Navidad desde los tiempos clásicos— se mezcla el anuncio del nacimiento del Niño-Dios con el futuro sufrimiento de su Pasión y Muerte en la cruz, anticipada aquí en la figura del avión.
El texto es como sigue:
—¡Un arcángel!… Asombrados le miraban los pastores. Sobre la paz de los prados trepidaban los motores.
—Tu pájaro es, aviador, una cruz que vuela… Un día pilotaré mi dolor desde una cruz. Sonreía yerto, en su cuna, el Señor[1].
[1] Cito por la antología Porque esta noche el Amor. Poesía navideña del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997, p. 247.
La Sagrada Familia (h. 1776), de Francisco Bayeu y Subías. Museo del Prado (Madrid).
«De cómo en Belén le nació voz al viento» es un breve romance (una tirada de catorce versos) de rima aguda en -é, en el que cabe adivinar ciertas resonancias lorquianas, comenzando por la propia personificación del viento[1], calificado en los versos 1 y 11 —con bella metáfora aposicional— como «gigante mudo».
El viento, gigante mudo, tiró la puerta en Belén. Con su zamarra de frío se recostó en la pared y el Niño, echado en la paja, comenzó a palidecer. La Virgen con ser tan tímida no sabía lo que hacer y reclinó la cabeza sobre el pecho de José. El viento, gigante mudo, dijo «Amor» y dijo «Amén». Su gran garganta de escarcha ya no ha vuelto a enmudecer[2].
[1] Comp. el verso «El viento, galán de torres» de «Arbolé, arbolé», de la serie «Canciones andaluzas» de Canciones 1921-1924, o el poema «Preciosa y el aire» de Romancero gitano.
[2] Cito por la antología Porque esta noche el Amor. Poesía navideña del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997, p. 108.
Ciertos aspectos originales encontramos también en los poemas navideños de Antonio Murciano(Arcos de la Frontera, Cádiz, 1929- ), poeta adscrito al grupo andaluz de la Generación del 50. Tal originalidad se aprecia ya desde los propios títulos de sus composiciones, como comentábamos en una entrada anterior. Así, «La Nochebuena del astronauta» es un romance con la peculiaridad de que todos los versos pares, los que llevan la rima, acaban con la palabra aire[1]. Y el poema termina con dos versos de aire —valga la expresión— muy tradicional: «Aire, que el aire me lleva, / aire, que me lleva el aire»[2]. Cabe destacar asimismo la bella metáfora aposicional de los vv. 1-2, que presentan al mundo como «mordida manzana».
1
Desde arriba se ve el mundo —mordida manzana— al aire.
Tan solamente Belén qué grande, hoy, desde el aire.
Hoy, que están de enhorabuena el mar, la tierra y el aire.
2
Fiesta niña de mis ojos dentro y fuera y bajo el aire.
Hoy he visto al Niño-Dios en una gruta del aire;
ángeles y serafines mecían su cuna de aire
y cantaban villancicos de aire, al aire, por el aire.
3
Esta noche es Nochebuena y yo, soñando en el aire;
surcando la noche negra del tras-mundo, tras el aire;
yo, quemándome en el fuego del encuentro con el aire
y helándome con el frío de los espacios sin aire.
4
Hoy están de parabienes cielo y tierra y mar y aire.
Y yo, astronauta perdido, tendido en paz junto al aire,
sintiendo en mí la infinita sombra de Dios, frente al aire.
5
Para mí toda la gloria. Todo el gozo para el aire.
¡Fiesta de mis ojos niños! ¡Mi Nochebuena del aire!
Aire, que el aire me lleva, aire, que me lleva el aire[3].
[1] Mariajosé Morillo lo califica como «un original y gracioso poema de inspiración navideña», y añade: «Con fe y júbilo, el astronauta del poema celebra la Navidad con toda naturalidad, como el aire que respira…, de ahí los juegos de palabra con la palabra “aire”» (Villancicos: textos y partituras de más de 100 canciones, recopilación de Mariajosé Morillo, Madrid, Palabra, 1997, p. 59). En las páginas 59-60 se reproduce el poema como una tirada única de romance, sin separación en apartados ni agrupación de los versos de dos en dos.
[2] Comp. el estribillo popular «Aire, que me lleva el aire, / aire, que el aire me lleva, / aire, que me lleva el aire, / el aire de mi morena». ¡Aire, que me lleva el aire! es el título de una selección de poemas para niños de Rafael Alberti, con ilustraciones de Luis Horna (Barcelona, Labor, 1986).
[3] Tomo el texto de la antología Porque esta noche el Amor. Poesía navideña del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997, pp. 252-254. En el apartado 4, los cuatro primeros versos aparecen agrupados como una cuarteta, pero los separo de dos en dos para mantener la misma distribución que en el resto del poema.
De profesión farmacéutico, José María Fernández Nieto (Mazariegos de Campos, Palencia, 1920-Palencia, 2013) fundó en 1955, junto con Marcelino García Velasco y Carlos Ureña, la revista de poesía y crítica Rocamador, de la que fue su director, y también la colección de libros de poesía de igual título. Publicó varios libros de poesía, entre otros Ramillete de poesías (1946), Aunque es de noche (1947), La trébede (1961), Un hombre llamado José (1963), Villancicos de zambomba y transistor (1968), Galería íntima (1972), La claridad compartida (1972), La nieve (1974), Poemas de amor de cada día (1982) o Fulgores de ascensión (1993). Existe además una Antología de sus versos (Palencia, Cálamo, 1997).
En las composiciones de temática navideña de Fernández Nieto se hace presente a veces el tono humorístico, como por ejemplo en su «Villancico gitano». Lo mismo sucede con este «Villancico que llaman del camionero», compuesto por seis estrofas de versos octosílabos (tres redondillas y tres cuartetas).
—Echa, conductor, el freno a la carga de tu olvido, porque el Señor ha nacido y a ti te tiene por bueno.
Dejó el camión aparcado, pero aparcado muy mal, y se acercó hasta el Portal, sorprendido y deslumbrado.
—¿Qué me das tú? —¡Yo qué sé! ¿Mi camión? ¡Te lo daría! pero, chaval, para qué… ¡Para qué te serviría!
El Niño se sonrió tiernamente complacido, que no le dijo que no sin habérselo pedido.
José le advirtió seráfico: —Aparca en otro lugar, que te acaban de multar los motoristas de Tráfico.
Se enfureció el conductor gritando que era un atraco. ¡Y por culpa del Señor no pudo soltar un taco![1]
[1] Cito, con algunos retoques en la puntuación, por la antología Porque esta noche el Amor. Poesía navideña del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997, p. 251.
Enrique García-Máiquez (Murcia —«pero Puerto de Santa María», apostilla el autor—, 1969) ha publicado seis libros de poesía, recogidos ahora en Verbigracia (2022), tres dietarios (el más reciente, Un largo etcétera, 2017), tres colecciones de sus columnas periodísticas (la última, El burro flautista, 2019) y dos libros de aforismos (Palomas y serpientes, 2016 y El vaso medio lleno, 2021). Ha traducido a Mario Quintana, a G. K. Chesterton y a William Shakespeare, entre otros, y ha sido codirector de la revista literaria Nadie parecía.
Traigo hoy al blog su poemilla «Retablo flamenco», de tono ligero y humorístico, cuya métrica (mayoría de versos pentasílabos con rima asonante á a) evoca rítmicamente algunos de los palos del flamenco (como la seguidilla castellana, aunque aquí solo es heptasílabo el verso 11):
San José canta, María baila y Jesusito toca las palmas.
Del Cielo, un ángel va y dice: «¡Arsa!».
Hay un pastor a la guitarra. Al resto, se les saltan las lágrimas.
No bailan las ovejas, pero sí balan.
Los Reyes Magos —pues son de Oriente— no entienden nada[1].
[1] Cito por la antología Cuando rezar resulta emocionante. Poesías para orar, 2.ª ed., refundida y ampliada, selección, presentación y notas de Manuel Casado Velarde, Madrid, Ediciones Cristiandad, 2017, p. 115.
La poesía navideña se hace eco también de la matanza de los Inocentes —la orden dada por Herodes I el Grande de ejecutar a los niños nacidos en Belén menores de dos años, tras verse engañado por los sabios de Oriente, quienes habían prometido regresar a su palacio para indicarle el lugar exacto del nacimiento de Jesús[1]—. Sin que sea un tema excesivamente prolífico, no está ausente ni en los autores de nuestro Siglo de Oro (véase, por ejemplo, la «Chanzoneta a la Virgen sobre los Inocentes» de Alonso de Bonilla), ni en poetas contemporáneos (remito a la «Nana en el día de los Inocentes» o al «Villancico cruel a un subnormal no nacido», composiciones ambas de Víctor Manuel Arbeloa). Se trata, en efecto, de un tema que permite actualizaciones de diverso signo, pues siempre han existido —y en nuestros días también siguen existiendo, y por desgracia seguirán existiendo siempre— crueles Herodes que decretan la muerte de otros Santos Inocentes.
Una de esas actualizaciones del tema clásico es la que ofrece el poema del sacerdote, escritor y académico mexicanoJoaquín Antonio Peñalosa (San Luis Potosí, 1922-San Luis Potosí, 1999) «La matanza de los inocentes», cuyo sentido explicita Fernando Arredondo Ramón:
Normalmente este humorismo crítico [de Peñalosa] desaparece cuando se trata de alzar la voz contra la alteración del orden querido por Dios, que se manifiesta en el curso natural. La alteración artificial de ese curso natural, más aún si lo que lo motiva es la vanidad, el egoísmo o la codicia, activa en Joaquín Antonio una denuncia dura e incluso amarga y acusadora, como la de los profetas que apercibían al pueblo de Israel de su olvido de Dios. La primera vez que encontramos esta voz en su poética es en La cuarta hoja del trébol, que después pasará a formar parte de Un minuto de silencio, en el poema «La matanza de los inocentes», donde compara a quienes abortan y, por tanto, arrancan la vida antes de que la naturaleza lo establezca, con los que mataran a espada a los inocentes del Evangelio. Llama malditas a esas madres, por boca de las madres que perdieron a sus hijos en Belén. El tono de las increpaciones se entiende más aún sabiendo que Peñalosa tenía una especial debilidad por los niños desprotegidos, que le llevó a crear un orfanato[2].
Guido Reni, La matanza de los inocentes (1611). Bolonia, Pinacoteca Nazionalle.
El texto del poema (respetando su ausencia —no total— de puntuación) es como sigue:
Nos quedamos sin ojos nos quedamos sin lágrimas nos quedamos sin cara la túnica rasgada por inútil tibia todavía del sueño de los hijos eran como higos de Jericó: su redondez y una gota de leche los cortaron del tronco, fruta en agraz, desperdiciada colgaban sus cabezas de pájaro, nerviosas, desplumadas nos desgajaron, nos desollaron los huesos nos rasparon la corteza eran como reflejos nacidos de los mármoles nos destruyeron como a Jerusalén, piedras de ruinas ladrones de la especie, salteadores de bancos de sangre dinastías a la mitad, estirpes dislocadas lo que el amor edificó en nueve meses, padre Abrán, noventa veces nueve derrumbado las descendencias quedaron paralíticas como los vientres pobres perras judías aullamos por los cachorros nos repegamos al muro montón de noches, puñados de ceniza cuando los soldados llegaron, ay las cabezas de pájaro brincaban nos podaron la raíz del llanto y del arrullo queremos abrir la boca y bramamos gargantas sin azúcar de tanto nido huérfano estamos secas, cocidas a sal y sangre cuando saltaban sus manos como granizos, secas cisternas rotas, cedros astillados, secas malditos los que cortáis las tribus por espada por miedo por farmacias si tenéis un hijo aborrecido, dádnoslo paralítico retrasado mental o sordomudo lo que vosotros llamáis una desgracia dadnos esa desgracia por las colinas aquella tarde los becerros bajaban balaban a sus madres nos quedamos sin ojos nos quedamos sin lágrimas nos quedamos sin cara[3].
[1] «Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: “Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen”» (Mateo, 2, 16-18).
[2] Fernando Arredondo Ramón, Joaquín Antonio Peñalosa en la tradición poética mexicana, tesis doctoral dirigida por Ángel Esteban del Campo, Granada, Universidad de Granada, 2014, pp. 293-294. En las pp. 294-295 reproduce el poema completo, con alguna ligera variante.
[3] Joaquín Antonio Peñalosa Santillán, Hermana poesía [Obra poética completa], ed. de David Ojeda, San Luis Potosí, Editorial Ponciano Arriaga, 1997, p. 119. Lo cito por Nos vino un Niño del cielo. Poesía navideña latinoamericana del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, EDIBESA, 2000, pp. 155-156.
El escritor, historiador y académico mexicanoAlfonso Junco Voigt (Monterrey, 1896-México, D. F., 1974) publicó en vida los siguientes poemarios: Por la senda suave (1917), El alma estrella (1920), Posesión (1923), Florilegio eucarístico (1926) y La divina aventura (1938). Entre sus libros en prosa se cuentan, entre otros, estos títulos: Cristo (1931), Lope ecuménico (1935), La vida sencilla (1939), El difícil paraíso (1940), España en carne viva (1946), El gran teatro del mundo (1947), Un poeta en casa (1950), Los ojos viajeros (1951), Al amor de Sor Juana (1951), Othón en el recuerdo (1959) y Tiempo de alas (1973).
De entre su poesía de temática navideña cabe recordar algunos títulos como «Navidad cotidiana» o este sencillo romance de rima aguda en ó, que figura bajo el epígrafe «Niño Dios»:
Niño Dios que estás naciendo, nace aquí en mi corazón, y en tus hechizos anégame, y hazme niño y hazme Dios.
Nochebuena, Nochebuena, fragante de evocación: ¿qué efluvios de cosas idas, qué perfume de candor, qué melodías lejanas, qué balbuciente emoción, qué manso desasosiego, qué frescura, qué claror, qué cosa que no se puede decir con precisa voz, nos penetra y sobresalta y acaricia el corazón? ¿Es un ansia de ser niños? «Sed niños —dijo el Señor— si queréis entrar al Reino»; ¡y Él se hizo niño por nos! ¡Y en su noche nos embriaga un dulce afán de candor!… ¡Oh, qué anhelo de ser niño! ¡Hazme niño, Niño Dios!
«Sed perfectos cual mi Padre Celestial», dijo tu voz, y no fue estéril sarcasmo sino fértil bendición. «Vosotros también sois dioses», clamas. Y Pablo sintió: «Vivo, pero ya no vivo: que vive en mí Cristo Dios». Porque tú nos alimentas con un pan de exaltación, que no se hace carne mía como este pan inferior, sino que mi carne absorbe y la transfigura en Dios. ¡Dios quiero ser para amarte con pleno pago de amor, Dios por abarcar tu esencia, Dios para obrar perfección, Dios por ser uno contigo!… ¡Hazme Dios, oh, Niño Dios!…
Niño Dios que estás naciendo, nace aquí en mi corazón, y en tus hechizos anégame y hazme niño y hazme Dios[1].
[1] Alfonso Junco, Poesía completa, México, D. F., Editorial JUS 1975, pp. 168-169. Cito, con algún ligero retoque en la puntuación, por la antología Cuando rezar resulta emocionante. Poesías para orar, 2.ª ed., refundida y ampliada, selección, presentación y notas de Manuel Casado Velarde, Madrid, Ediciones Cristiandad, 2017, pp. 101-102. Además, en el verso 20 prefiero editar «Él» con mayúscula; en los vv. 41 y 43 se lee «para», pero restituyo los «por» del original.
Del poeta y diplomático argentino —hijo de padres españoles— Francisco Luis Bernárdez (Buenos Aires, 1900-Buenos Aires, 1978) ya queda recogido en este blog su «Soneto de la Encarnación» (y también algunas otras composiciones de temática no navideña, como su «Soneto de la Resurrección» o su «Soneto a Cervantes»). Graciela Maturo, a propósito del conjunto de la producción de Bernárdez, explica que
Su aventura poética es en el fondo de raíz mística, asentada en una natural disposición contemplativa, en una vocación musical y verbalizante y en una extraordinaria capacidad para intuir intelectivamente su propia experiencia. Se alían en su obra ese no saber que es propio del entendimiento místico con una plena y comprometida aceptación de la fe revelada y las más finas cuestiones del entendimiento teológico[1].
El «Soneto al Niño Dios» pertenece a su poemario Cielo de tierra (Buenos Aires, Editorial Sur, 1937) y dice así:
Te llamé con la voz del sentimiento antes de la primera desventura, te busqué con la luz, aún oscura, que despuntaba en el entendimiento.
Pero siempre, Señor, sin fundamento. Pero nunca, Señor, con fe segura, porque la luz aquella no era pura y aquella voz se la llevaba el viento.
Fue necesario que muriera el día, que viniera la noche, que callara la voz y que cesara la alegría,
para que yo te descubriera, para que la desolación del alma mía en el llanto del Niño te encontrara[2].
[1] Graciela Maturo, «Francisco Luis Bernárdez, poeta de la noche y el alba», prólogo a Francisco Luis Bernárdez, Antología, Buenos Aires, Editorial Bonum / Secretaría de Cultura de la Nación, 1994, p. 11.
[2] Cito por Francisco Luis Bernárdez, Antología, selección y prólogo de Graciela Maturo, p. 84.
«Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.» (Juan, 1, 14)
El autor de la letra de esta canción para voz y piano es el canónigo y escritor Juan Francisco Muñoz y Pabón (Hinojos, Huelva, 1866-Sevilla, 1920) y su compositor el músico José María Ramón Gomis (nacido y muerto en Novelda, Alicante, 1856-1939), conocido como el mestre Gomis. La Sociedad de Autores Españoles publicó la partitura en 1904 y la canción fue recopilada por el musicólogo Kurt Schindler en su obra Folk Music and Poetry of Spain and Portugal (New York, Hispanic Institute, 1941), tal como fuera recogida por el autor en Medinaceli (Soria) en torno a 1930. Las primeras grabaciones de la canción datan de 1931, interpretada por Marcos Redondo para la Casa Odeón, y de 1932, por Julio Vidal y su agrupación para La voz de su amo. Existe además un arreglo a cuatro voces mixtas titulado «Fuentecilla que corres» hecho por Eduardo Cifre Gallego, hacia 1974-1975, que es muy popular entre los coros españoles[1]. También se ha popularizado en Hispanoamérica como villancico / canción de cuna, de ahí que en algunos lugares aparezca atribuida al compositor ecuatoriano Segundo Cueva Celi (Loja, 1901-Loja, 1969).
El texto de la balada es como sigue:
¡A la nanita, nana, nanita, ea! Mi Jesús tiene sueño, ¡bendito sea! Pimpollo de canela, lirio en capullo; duérmete, mi vida, mientras te arrullo.
Fuentecilla que corres clara y sonora; ruiseñor que en la noche[2] cantando lloras… cantad mientras la cuna se balancea. ¡A la nanita, nana, nanita, ea!
Manojito de rosas y de alelíes, ¿qué es lo que estás soñando, que te sonríes? Pajaritos y fuentes, auras y brisas, ¡respetad ese sueño y esas sonrisas!
Callad mientras la cuna se balancea. ¡Que el Niño está soñando! ¡Bendito sea! ¡Ea! ¡A la nanita, nana, nanita, ea! ¡Ea![3]
[1] En el año 2006 una versión corta de esta canción fue grabada por Raven-Symoné, Adrienne Bailon, Sabrina Bryan y Kiely Williams (The Cheetah Girls) en compañía de la cantante mexicana Belinda para el álbum The Cheetah Girls 2, que es la banda sonora de la película del mismo título.
[3] Cito por Poesía de Navidad para niños y jóvenes, edición preparada por Fernando Carratalá, ilustraciones de Carmen Sáez, Madrid, Ediciones de la Torre, 2013, pp. 125-126, donde figura bajo el título «La nanita. Canción de cuna al Niño Jesús» y a nombre de Segundo Cueva Celi. Modifico ligeramente la puntuación y en el v. 12 cambio «llora» por «lloras», que hace mejor sentido (ʻFuentecilla que corres…, ruiseñor que lloras…, cantad…ʼ).
Para hoy, para esta Nochebuena en la que celebramos la Buena Nueva de que Dios viene al mundo haciéndose carne mortal para redimir al género humano, copiaré este otro soneto, «De cómo vino al mundo la oración», procedente del mismo libro. En la construcción del poema emplea Rosales una imaginería metafórica de significado transparente, que no requiere comentario, y lo remata con un rotundo verso bimembre. Dice así:
De lirio en oración, de espuma herida por el paso del alba silenciosa; de carne sin pecado en la gozosa contemplación del niño sorprendida;
de nieve que detiene su caída sobre la paja que al Señor desposa; de sangre en asunción junto a la rosa del virginal regazo desprendida;
de mirar levantado hacia la altura como una fuente con el agua helada donde el gozo encontró recogimiento;
de manos que juntaron su hermosura para calmar, en la extensión nevada, su angustia al hombre y su abandono al viento[1].
[1] Cito por Luis Rosales, Obras completas, vol. I, Poesía, Madrid, Trotta, 1996, pp. 224-225. La edición de 1940 del Retablo sacro del Nacimiento del Señor incluía quince poemas navideños. La de 1964 añadía otros quince, además de introducir correcciones en los poemas aparecidos en la primera edición. En las Obras completas forman el volumen, ahora titulado Retablo de Navidad, un total de 39 poemas, donde este aparece con el número 11. En la edición de 1964, donde se lee sin variantes, era el número 9.