«Arauco domado» de Lope de Vega, un «drama de hechos históricos» (y 2)

Un tercer hito histórico reflejado por la comedia es la derrota que sufre Caupolicán en Millarapue, el 30 de noviembre de 1557, que corresponde a la batalla que se anuncia al final de la segunda jornada de la comedia (ver los vv. 2077-2086, parlamento de Caupolicán que se remata con los gritos: «¡Al arma, araucanos fuertes! / ¡Muera España! ¡Viva Chile!»)[1]. El ataque de los indios se produce el día de la festividad de san Andrés, lo que nos permite situar la acción, exactamente, en el 30 de noviembre.

Entrados ya en el año 1558, el 20 de enero tuvo lugar la batalla de Cayucupil, o de la Quebrada de Purén, en la que una fuerza de 110 españoles y 2.000 yanaconas, al mando de Alonso de Reynoso, fue emboscada en un desfiladero (aunque se saldó con la huida de los araucanos), y en febrero el sitio y batalla del cercano fuerte de Cañete. Tales son los sucesos que quedan reflejados en el tercer acto de la comedia. Así, dice el toqui Caupolicán:

Las quebradas de Purén
para hacer cualquier contrato
son secretas y seguras;
allí podemos juntarnos (vv. 2524-2527).

Fuerte de Cañete
Fuerte de Cañete.

Finalmente, Caupolicán sería hecho prisionero en Purén, cerca de Osorno, y, tiempo después, en abril, sería juzgado y ejecutado en el fuerte Tucapel. También la captura y la muerte del toqui de los araucanos ocupa, como sabemos, un lugar esencial en la pieza (ver los vv. 2772-3064, pasaje que se remata con el bello soneto de Caupolicán empalado «Señor, si yo era bárbaro, no tengo…»). Por último, en el tramo final de Arauco domado se produce la llegada de la noticia de que Felipe II ha sucedido a Carlos V en el trono, acontecimiento al que también se da relevancia en la comedia. Como escribe Usandizaga,

El ajusticiamiento de Caupolicán y la sujeción de Arauco coincide con la celebración propiamente dicha de la subida al trono de Felipe II, que cierra la obra […]. Don García ofrece el resultado de su campaña a la estatua del joven Felipe II, una solución escénica que no tiene paralelo en las fuentes del dramaturgo. Los soldados besan la mano de la imagen del rey, que campea en el escenario debajo de un arco «de hierba y flores», para confirmar los repartimientos de indios que ha establecido don Gonzalo [sic]. Gracias a la estatua, se materializa la autoridad real de un continente cuya lejanía suponía un reto para el poder monárquico. El texto termina con los españoles camino de la iglesia para celebrar el nuevo reinado de Felipe II, rey español y —gracias a hombres como don García— rey indiano[2].

Me interesa destacar además que, aparte de los sucesos históricos representados en la acción de la comedia, hay también un tiempo histórico recuperado. Así, en el diálogo inicial del soldado Rebolledo y el indio yanacona Tipalco (indio de paz) se evoca la muerte de Pedro de Valdivia[3] y se comenta que fueron las discordias entre Aguirre y Villagrán lo que ha causado la rebelión araucana; se menciona que «por solo lo que ha hecho en La Serena / de capitán merece la corona» (vv. 38-39) el nuevo y mozo gobernador. También en la primera jornada se refieren las hazañas europeas de don García (vv. 129-132, en boca de don Filipe). Igualmente, en la segunda jornada, la escena de la junta de caciques araucanos reunidos por Caupolicán para ver si interesa seguir la guerra o pactar la paz (vv. 1317-1554) sirve para resumir algunos de los hechos históricos anteriores a la llegada de don García a Chile (la rebelión de Lautaro, la muerte de Valdivia, la victoria de los indios sobre Villagra…: ver para estos detalles los vv. 1331-1338).

En fin, todavía hay otros datos históricos que refleja la comedia, como la fundación de las ciudades de Cañete, Osorno, etc. por parte de don García. Otros detalles que se dan son los datos relativos al número de combatientes por cada parte. Por ejemplo, en el asalto al fuerte de Penco, se indica que son 20.000 indios frente a 66 españoles (tocan a trescientos indios para cada español, se dice en los vv. 579-581); o, al comienzo del acto II, se afirma que son seiscientos españoles frente a 40.000 araucanos (vv. 912-913 y 1036-1038).

Queda solamente por decir que la fuente histórica fundamental que sigue Lope de Vega es la Crónica del reino de Chile del capitán Pedro Mariño de Lobera arreglada por el jesuita Bartolomé de Escobar[4] (la parte I del libro III es la que refiere el gobierno de don García), que fue encargada por el propio don García (y seguramente revisada por él). Con estas palabras valora Laplana Gil el componente histórico del Arauco domado lopesco:

En cuanto a la acción principal de la fábula, Lope hubo de condensar una larga campaña de varios años, plagada de acciones militares, fundaciones de ciudades y viajes de descubrimiento, en una única acción o hecho famoso protagonizado por don García: la victoria de los soldados españoles sobre los indómitos araucanos, que se desgrana en varias batallas representadas sobre el escenario con gran despliegue de movimientos, arcabucería y aparato escenográfico, como es norma en las comedias de hazañas militares, a las que se suma la relación verbal de otras acciones. La guerra se personifica en los caudillos de ambos ejércitos, don García y Caupolicán, y por eso la derrota, conversión y ejecución del héroe araucano, que se había identificado a sí mismo con «el dios de Arauco» (v. 215), se atribuye ahistóricamente a don García y supone el final de la acción principal, pese a la apoteosis final ante la figura de Felipe II, pues implica la doma de Arauco que da título a la comedia, aunque los hechos históricos siguieran otros derroteros. Por otra parte, la lucha entre don García y Caupolicán, acompañados cada uno de ellos por una cohorte de capitanes y guerreros indios caracterizados como personajes secundarios de la comedia, permite arrastrar a la comedia los combates singulares y la búsqueda orgullosa del renombre y la fama característicos de la épica[5].

Recordaré también la opinión de Contreras, para quien, con esta obra, «Lope demuestra haber tenido un agudo sentido histórico»[6]. A su juicio[7], «Dar forma a estas hazañas, en una obra destinada a ser representada, era cumplir con la necesidad de fortalecer la conciencia colectiva acerca de la magnitud de la conquista»[8].


[1] Para el tema de las guerras de Arauco en el teatro, ver Patricio C. Lerzundi, Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Valencia, Albatros Hispanófila Ediciones, 1996; y Mónica Escudero, De la crónica a la escena. Arauco en el teatro del Siglo de Oro, New York, Peter Lang, 1999. Sobre la cultura de la guerra y el teatro es fundamental el trabajo de David García Hernán, La cultura de la guerra y el teatro del Siglo de Oro, Madrid, Sílex Ediciones, 2006. Todas las citas de Arauco domado son por la reciente edición de Laplana Gil: Arauco domado por el Excelentísimo Señor don García Hurtado de Mendoza, ed. de José Enrique Laplana Gil, en Lope de Vega, Comedias. Parte XX, tomo I, ed. crítica de PROLOPE, Barcelona, Gredos, 2021, pp. 609-835, con algún ligero retoque en la puntuación, que no señalaré.

[2] Guillem Usandizaga, «Arauco domado… y Arauco indómito», en La representación de la historia contemporánea en el teatro de Lope de Vega, Madrid / Frankfurt am Main, TC/12 / Iberoamericana / Vervuert, 2014, p. 114.

[3] Ver Miguel Donoso, «Pedro de Valdivia tres veces muerto», Anales de Literatura Chilena, 7, 2006, pp. 17-31.

[4] Las fuentes literarias son, obviamente, la Araucana de Ercilla (1569, 1578 y 1589) y el Arauco domado de Oña (1596). Ver Juan M. Corominas, Juan M., «Las fuentes literarias de Arauco domado, de Lope de Vega», en Manuel Criado de Val (ed.), Lope de Vega y los orígenes del teatro español, Madrid, EDI-6, 1981, pp. 161-170; y para el personaje de don García, Fernando Campos Harriet, Don García Hurtado de Mendoza en la historia americana, Santiago, Andrés Bello, 1969; y Remedios Morán Martín, «García Hurtado de Mendoza ¿gobernador o héroe?», Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV, Historia Moderna, 7, 1994, pp. 69-86.

[5] Laplana Gil, prólogo a su edición de Arauco domado, p. 620.

[6] Constantino, Contreras, «Arauco en el imaginario de Lope de Vega», Alpha. Revista de Artes, Letras y Filosofía, 19, 2003, pp. 11-32, p. 30.

[7] Contreras, «Arauco en el imaginario de Lope de Vega», p. 30. Ver también Stephen Gilman, «Lope dramaturgo de la historia», en Manuel Criado de Val (ed.), Lope de Vega y los orígenes del teatro español. Actas del I Congreso Internacional sobre Lope de Vega, Madrid, EDI-6, 1981, pp. 19-26; y Sergio Martínez Baeza, «La Araucana de Ercilla y el teatro español», Boletín de la Academia Chilena de la Historia, 61, 104, 1994, pp. 189-198.

[8] Para más detalles remito a mi reciente trabajo: Carlos Mata Induráin, «“Toda la guerra en el ardid consiste”: armas, estrategias y combates en Arauco domado de Lope de Vega», en Juan Manuel Escudero Baztán (ed.), La cultura de defensa en la literatura española del Siglo de Oro, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2024, pp. 99-115.

«Arauco domado» de Lope de Vega, un «drama de hechos históricos» (1)

Comenzaré recordando que el territorio de Chile al sur del río Biobío fue el «Flandes indiano», según la gráfica definición del padre Diego de Rosales[1]: una guerra larga y cruel, enquistada en aquel territorio no especialmente rico, que supuso a la Monarquía Hispánica una verdadera sangría de hombres y dineros[2]. De hecho, la pacificación de la Araucanía no llegaría hasta el siglo XIX, ya en tiempos de la vida de Chile como república independiente.

Mapa de Arauco

En el prólogo de su reciente edición (2021), José Enrique Laplana Gil ha destacado el carácter histórico de la obra, a la que cataloga genéricamente como «drama de hechos históricos»:

Dentro de la variada tipología de comedias genealógicas estudiadas y establecidas por Ferrer Valls [2001], el Arauco domado se integra dentro del grupo de dramas de hechos famosos, es decir, aquellas obras que dramatizan con tonos cercanos a la épica hazañas de carácter bélico y que además suelen estar imbuidas de un espíritu religioso militante. Este tipo de obras son fácilmente integrables en el ámbito del panegírico genealógico al ser protagonizadas por el héroe particular de un determinado linaje […]. Así pues, los hechos históricos en los que se basa la comedia, centrados en la campaña chilena dirigida por don García Hurtado de Mendoza entre 1557 y 1561, bien conocidos hoy en día gracias a la historiografía contemporánea y a las crónicas coetáneas de Jerónimo de Vivar, Góngora Marmolejo y Mariño de Lobera-Escobar, todas ellas inéditas cuando Lope escribió la comedia, se acomodan e incluso tergiversan, si es necesario, a mayor gloria del cuarto marqués de Cañete. Basta cotejar el carácter altivo, arbitrario e incluso cruel del joven gobernador que revelan los textos de Vivar y Góngora Marmolejo, aunque no dejen de reconocer sus hechos de armas, con el omnipresente encomio de sus virtudes morales, religiosas, políticas y militares que tanto españoles como araucanos realizan en la comedia, para constatar la distancia que separa la verdad desnuda de la historia de su posterior reelaboración en la fábula de la poesía dramática[3].

Sabemos que don García Hurtado de Mendoza fue gobernador de Chile entre los años 1557 y 1561. Pues bien, los acontecimientos que constituyen el telón de fondo de Arauco domado corresponden, exactamente, al periodo que va de abril de 1557 a abril de 1558 y pueden ser identificados con bastante precisión (en otras piezas del corpus, como ya adelanté, la ambientación histórica es mucho más vaga). Interesa destacar que toda la acción de la comedia se va construyendo alternando secuencias dramáticas que ocurren en el campo español y en el campo araucano (si bien, en determinadas ocasiones, los protagonistas de ambos bandos confluirán: por ejemplo, en los momentos de batallas y enfrentamientos). Pero ¿cuáles son los hechos históricos a los que Lope da entrada en su Arauco domado? La comedia refleja, en primer lugar, la expedición de don García a la bahía de Talcahuano y su llegada a la ciudad de Concepción. En efecto, el gobernador había desembarcado en La Serena el 23 de abril de 1557 y el 21 de junio salía rumbo al sur. Un hito militar importante fue el restablecimiento del fuerte de Penco, desde el que se rechazó un asalto indígena. En la pieza lopesca encontramos evocados estos sucesos en las palabras que dirige el Pillán ʻuna especie de divinidadʼ a Caupolicán, en la famosa escena del baño del toqui:

El español don García,
[…]
ya llegó a la Concepción,
tomó puerto en Talcaguano,
pasó a tierra firme; en vano
intento su perdición,
que en Penco ha formado un fuerte
donde defenderse piensa
de vuestra araucana ofensa,
a quien promete la muerte (vv. 432-443).

El Pillán le pedirá a Caupolicán que ataque el fuerte de Penco y mate a los españoles antes de que se dirijan al valle de Engol. Después, todavía en la primera jornada, vemos cómo el propio gobernador don García no tiene reparos en colaborar en el acarreo de tierra para levantar las defensas del fuerte de Penco (es decir, no tiene inconveniente en trabajar físicamente como el último de sus soldados), y enseguida asistimos al asalto de la fortificación por parte de los araucanos: «este fuerte / de Penco por tierra echemos», exhorta Caupolicán a los suyos (vv. 466-467).

El 7 de noviembre de ese mismo año de 1557, los españoles obtuvieron una victoria sobre los araucanos en Lagunillas, cruzado el río Biobío. En la comedia, es don Filipe quien le relata al capitán Alarcón lo sucedido: su hermano don García salió del fuerte de Penco y entró en la tierra rebelada, llegando hasta las orillas del Biobío. El paso de este río por don García para marchar hacia Andalicán se equipara con el cruce del Rubicón por Julio César. Este es el parlamento de don Filipe, que cito por extenso:

Resuelto ya don García
de acabar con gloria tanta
la empresa, el fuerte dejó
que fue su defensa y guarda;
y entrando la tierra adentro,
belicosa y rebelada,
al río de Bío-Bío
valerosamente marcha.
Pero apenas ve su margen
cuando mira en la otra banda
más indios que arenas y hojas
en sus aguas y en sus plantas.
Para ver si se podía
pasar sin peligro en balsas
dejó su gente el Mendoza
donde haciéndolas estaba
y intentó la más notable
y más prodigiosa hazaña
que de general se cuenta
(César perdone) en su barca,
que en otra de árboles verdes
con solos tres hombres pasa
(Cano, Ramón y Bastida)
a las riberas contrarias.
Viendo, pues, disposición,
vuelve a pasar sus escuadras,
que fuera cosa imposible,
pues apenas lo intentaran
cuando los indios con flechas
los dejaran en sus aguas
como el cazador las aves
que sobre sus ondas andan (vv. 1044-1075)[4].


[1] Por emplear el marbete que acuñó el jesuita en el título de su crónica: Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano. La asimilación de Chile con Flandes, con distintos valores y significados, ya tenía precedentes de uso en otros autores; ver Álvaro Baraibar, «Chile como un “Flandes indiano” en las crónicas de los siglos XVI y XVII», Revista Chilena de Literatura, 85, 2013, pp. 157-177.

[2] Para el tema de las guerras de Arauco en el teatro, ver Patricio C. Lerzundi, Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Valencia, Albatros Hispanófila Ediciones, 1996; y Mónica Escudero, De la crónica a la escena. Arauco en el teatro del Siglo de Oro, New York, Peter Lang, 1999. Sobre la cultura de la guerra y el teatro es fundamental el trabajo de David García Hernán, La cultura de la guerra y el teatro del Siglo de Oro, Madrid, Sílex Ediciones, 2006. Todas las citas de Arauco domado son por la reciente edición de Laplana Gil: Arauco domado por el Excelentísimo Señor don García Hurtado de Mendoza, ed. de José Enrique Laplana Gil, en Lope de Vega, Comedias. Parte XX, tomo I, ed. crítica de PROLOPE, Barcelona, Gredos, 2021, pp. 609-835, con algún ligero retoque en la puntuación, que no señalaré.

[3] Laplana Gil, prólogo a su edición de Arauco domado, p. 618.

[4] Para más detalles remito a mi reciente trabajo: Carlos Mata Induráin, «“Toda la guerra en el ardid consiste”: armas, estrategias y combates en Arauco domado de Lope de Vega», en Juan Manuel Escudero Baztán (ed.), La cultura de defensa en la literatura española del Siglo de Oro, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2024, pp. 99-115.

Armas, estrategias y combates en «Arauco domado» de Lope de Vega: algunas ideas preliminares

En el teatro español del Siglo de Oro existen varias piezas que tienen como tema la conquista de Chile y la prolongada guerra de Arauco[1]. Dentro de ese corpus, hay algunas comedias que fueron encargadas por la propia familia de los Mendoza con la finalidad de prestigiar la figura del cuarto marqués de Cañete, quien en su etapa como gobernador de Chile (1557-1561) había logrado notables avances en la pacificación del rebelde territorio de Arauco, pero cuyos méritos e importancia no quedaron reconocidos por Alonso de Ercilla en su famosa Araucana (cuyas tres partes se publicaron en 1569, 1578 y 1589). Para contrarrestar aquel voluntario olvido se preparó un amplio programa de propaganda[2] que incluyó no solo varias obras de teatro, sino también crónicas, biografías, poemas épicos, etc.

Pedro Subercaseaux (1904), Epopeya de Chile.

Esta extensa e intensa campaña de propaganda se desarrolló, a lo largo de una treintena de años aproximadamente, en América y en España, en dos etapas cronológicas cuyos principales hitos pueden resumirse así: en Perú, con la redacción de obras encargadas por el marqués de Cañete, como la crónica de Mariño de Lobera (1589) y el Arauco domado de Oña (1596); y más tarde en España, primero por iniciativa del propio don García (Arauco domado de Lope[3], en el quicio de los siglos XVI y XVII), y luego, tras su muerte ocurrida en 1609, por encargo[4] de su hijo don Juan Andrés, correspondiendo a esta nueva fase la biografía de Cristóbal Suárez de Figueroa del año 1613; Algunas hazañas de las muchas de don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, comedia escrita por nueve ingenios capitaneados por Luis de Belmonte Bermúdez, que se representó y publicó en Madrid en 1622[5]; y El gobernador prudente, de Gaspar de Ávila (en torno a 1624-1625, coincidiendo con la entrega a las prensas, en el año de 1625, de la comedia lopesca, si bien no sería publicada hasta 1663[6]).

En varios trabajos anteriores he abordado cuestiones diversas relacionadas con la comedia Arauco domado, de Lope de Vega. En esta ocasión me propongo un nuevo acercamiento, centrado en los aspectos históricos y, más concretamente, en todo lo relacionado con la guerra entre españoles y araucanos (hechos de armas, estrategias, combates…). En sucesivas entradas comentaré, en primer lugar, la consideración de Arauco domado como «drama de hechos famosos», en el que cabe reconstruir con bastante exactitud el telón de fondo histórico sobre el que se construye la acción de la comedia. En efecto, Lope hace el esfuerzo de ofrecer una documentación histórica seria, a diferencia de lo que sucederá en las piezas más tardías del corpus (hasta llegar a Los españoles en Chile, de González de Bustos, donde la guerra de Arauco no es más que un mero telón de fondo exótico sobre el que superponer una serie de episodios amorosos). En la comedia de Lope es posible reconstruir con bastante precisión los sucesos históricos que evoca, con una cronología (bastante) rigurosa; lo que no quita, por supuesto, para que el Fénix modifique o altere la historia en función de sus necesidades dramáticas. Este sería, pues, el primer aspecto a examinar: lo que hay de histórico en Arauco domado. En segundo lugar me referiré a la guerra vista desde el bando español (cabe destacar el retrato de don García como general precavido y victorioso) y también desde el campo araucano (la comedia refleja sus formas de ataque y da cuenta, además, de la asimilación de las armas españolas capturadas en combate y de los caballos)[7].


[1] Para el tema de las guerras de Arauco en el teatro, ver Patricio C. Lerzundi, Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Valencia, Albatros Hispanófila Ediciones, 1996; y Mónica Escudero, De la crónica a la escena. Arauco en el teatro del Siglo de Oro, New York, Peter Lang, 1999. Sobre la cultura de la guerra y el teatro es fundamental el trabajo de David García Hernán, La cultura de la guerra y el teatro del Siglo de Oro, Madrid, Sílex Ediciones, 2006. Todas las citas de Arauco domado son por la reciente edición de Laplana Gil: Arauco domado por el Excelentísimo Señor don García Hurtado de Mendoza, ed. de José Enrique Laplana Gil, en Lope de Vega, Comedias. Parte XX, tomo I, ed. crítica de PROLOPE, Barcelona, Gredos, 2021, pp. 609-835, con algún ligero retoque en la puntuación, que no señalaré.

[2] Ver Victor Dixon, «Lope de Vega, Chile and a Propaganda Campaign», Bulletin of Hispanic Studies, 70.1, 1993, pp. 79-95. Hay traducción española: «Lope de Vega, Chile y una campaña propagandística», en Victor Dixon, En busca del Fénix: quince estudios sobre Lope de Vega y su teatro, ed. al cuidado de Almudena García González, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2013, pp. 131-155. Ver también Germán Vega García-Luengos, «Las hazañas araucanas de García Hurtado de Mendoza en una comedia de nueve ingenios. El molde dramático de un memorial», Edad de Oro, X, 1991, pp. 199-210.

[3] Pueden consultarse, entre otros muchos estudios, los siguientes: Eduardo Toda Oliva, «Arauco en Lope de Vega», Nuestro Tiempo, 17, 1962, pp. 48-71; Sturgis E. Leavitt, «Lope de Vega y el Nuevo Mundo», Mapocho, 1, 1963, pp. 32-42; Elena Martínez Chacón, «Una comedia chilena de Lope de Vega», Mapocho, 5, 1965, pp. 5-33; y José MaríaRuano de la Haza, «Las dudas de Caupolicán: El Arauco domado de Lope de Vega», Theatralia, 6, 2004, pp. 31-48.

[4] Estas obras de encargo —que dejaban pingües beneficios a los dramaturgos— deben estudiarse en el contexto del mecenazgo teatral y literario. Ver, entre otros trabajos, el de Teresa Ferrer Valls, Nobleza y espectáculo teatral (1535-1622). Estudio y documentos, Sevilla / Valencia, UNED / Universidad de Sevilla / Universitat de València, 1993.

[5] Ver Vega García-Luengos, «Las hazañas araucanas de García Hurtado de Mendoza…»; y Carlos Mata Induráin, «Algunas hazañas de las muchas de don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, comedia genealógica de nueve ingenios», Revista Chilena de Literatura, 85, 2013, pp. 203-227.

[6] Ver Carlos Mata Induráin, «Del panegírico a la hagiografía: don García Hurtado de Mendoza en El gobernador prudente de Gaspar de Ávila», Hispanófila, 171, junio de 2014, pp. 113-137; y también «Histoire et théâtre: la revendication de la figure de don García Hurtado de Mendoza dans les comedias espagnoles sur la guerre d’Arauco», en Poésie de cour et de circonstance, théâtre historique. La mise en vers de l’événement dans les mondes hispanique et européen, dir. Marie-Laure Acquier y Emmanuel Marigno, Paris, L’Harmatan, 2014b, pp. 63-91.

[7] Para más detalles remito a mi reciente trabajo: Carlos Mata Induráin, «“Toda la guerra en el ardid consiste”: armas, estrategias y combates en Arauco domado de Lope de Vega», en Juan Manuel Escudero Baztán (ed.), La cultura de defensa en la literatura española del Siglo de Oro, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2024, pp. 99-115.

«De la vida y el mar» (1999), de Íñigo de Miguel Beriáin: lenguaje y estilo

Decía en la primera entrada de esta serie que De la vida y el mar (Vitoria, Ecopublic Ediciones, 1999) es una novela histórica peculiar, cargada de reflexiones filosóficas. El tono ensayístico lo apreciamos, por ejemplo, en el diálogo que mantienen Ezan y Juan Miguel en el capítulo IV (hablan sobre la fe, la religión, la libertad…). También en el capítulo XIII, cuando Enneco sale en busca de Joanes y lo encuentra junto a la tumba de la madre. Joanes cuenta en qué ha consistido su venganza y los dos hermanos conversan sobre su imposibilidad para amar, en tono existencial: la vida es un puro azar (p. 110), Joanes necesita volver a encontrarse a sí mismo, etc. Lo mismo ocurre en la entrevista entre Nerea y Ezan en el capítulo XX, con diversas reflexiones sobre la vida[1]. Filosófico es asimismo el último capítulo, con el diálogo de Ezan y Joanes. Al fin el joven siente deseo de hablar con su padre, «a quien por muchos años se negó a aceptar que todavía quería» (p. 235). Explica que la muerte es una amante lasciva (p. 235), a la que ha amado y deseado: «Nada me ha dado una paz absoluta como asumir que mi destino es ya sólo la muerte (p. 235). Los fantasmas de su pasado le atormentan y su presente es el peor de todos. Las voces de los muertos claman venganza, su mente es un campo de batalla de voces: «Yo ya no sé qué hacer ni quién soy» (p. 235); «La muerte se ha convertido en mi salvación más que en mi condena. La necesito como nunca he necesitado a nadie» (p. 236). Ezan también sabe que «hay circunstancias en las que la vida se convierte en la más cruel condena del hombre» (p. 236); «Sólo soy mi presente y mi presente se me hace demasiado desolado para soportarlo» (p. 237). Ezan se pregunta quién sabe lo qué es la felicidad:

Felicidad es una palabra inventada por las personas únicamente para dar a su existencia un fin que sin ella no tendría. Creer en una posibilidad irreal es lo único que muchas veces nos mantiene activos. Creer que existe una meta a la que llegar nos permite seguir caminando por muy oscuro que sea el sendero. Creemos en ella porque nos es más útil que mostrarnos escépticos, porque la ingenuidad está unida a la naturaleza humana. Un hombre no solamente no puede ser feliz sino que nunca debe llegar a serlo. Un hombre que se cree feliz es un hombre sin retos que vencer, sin sueños que realizar. Sólo puede creer ser feliz quien se conforma y, a pesar de ello, son los disconformes quienes nos abren el camino de la salvación (p. 237).

Encontramos frases de tono similar, todas en boca de Joanes: «La vida me ha ido robando poco a poco todo lo que en otra época tuvo un significado para mí» (pp. 238-39); «Te odié con tanta fuerza por traicionar la memoria de mi madre [al casarse con Freda] que me ha resultado imposible volver a amar, aunque solamente fuera por el temor que me inspiraba la idea de volver a vivir la traición en mi sangre» (p. 239); «Hoy necesito nadar entre mi propia sangre y flotar en un mar de melancolía hasta que vuelva a sentirme libre en mi inocencia. Hoy solamente mi muerte podrá devolverme la vida» (p. 239).

Bosque en otoño

Otras cuestiones dignas de comentario —en las que no puedo detenerme ahora— serían la presencia del paisaje, con descripciones de la belleza del bosque de Lorraiz en otoño (p. 57) o la primavera en los bosques del Lindux (p. 131). Y también —en algún momento puntual— del humor, como cuando Ezan se disculpa con Juan Miguel, obispo de Iruña, diciendo: «Ahora debo volver con mi esposa si no quiero que mis escasos bienes dejen de pertenecerme. Tú no sabes cómo son las mujeres cuando van de compras» (p. 134).

Hemos visto cómo esta novela está protagonizada por unos personajes existenciales, que —según confiesan ellos mismos— han sobrevivido, pero no han vivido. Esta perspectiva anacrónica —de anacronismo voluntario— da una notable originalidad a la obra, que se convierte así en algo más que una novela histórica. El relato de Íñigo de Miguel Beriáin refleja las luchas interiores de unos personajes marcados por un pasado desgraciado, sobre todo Ezan y Joanes, en menor medida Enneco (el odio y la venganza en Joanes, y su resentimiento contra su padre). Es interesante también la visión del pueblo vascón mimetizado con el bosque, y ayudado por este a vencer la batalla de Roncesvalles. En definitiva, una visión renovadora para un género clásico: el de la novela histórica[2].


[1] Se afirma ahí que vivir es algo extraño, que no existe una meta, etc. (pp. 153-54).

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Ecos literarios de la batalla de Roncesvalles: De la vida y el mar (1999), de Íñigo de Miguel Beriáin», en Enrique Banús y Beatriz Elío (eds.), Actas del VII Congreso «Cultura Europea». Pamplona, 23-26 de octubre de 2002, Pamplona, Centro de Estudios Europeos (Universidad de Navarra) / Thomson / Aranzadi, 2005, pp. 1373-1381.

Los vascos y la batalla de Roncesvalles en «De la vida y el mar» (1999), de Íñigo de Miguel Beriáin

La novela[1] describe a los vascos, que luchan por su supervivencia en su limitado reducto, con la amenazadora presencia de los musulmanes al sur y de los francos al norte (cfr. p. 23). Son indómitos y viven apegados a su pasado milenario: «Mi raza ha mantenido tradiciones ancestrales durante milenios y ha sido feliz» (p. 38), dice Ezan. Pero los francos, que los creen unos paganos salvajes, no están dispuestos a aceptar la existencia de un pueblo independiente dentro de las fronteras de su reino: «Carlos quiere vasallos, no aliados» (p. 90), sentencia Joanes. Ahora deben unirse para sobrevivir: «Una victoria puede darnos la unidad que todos necesitamos» (p. 208), señala Nerea. «Los vascos se juntan, no se unen» (p. 208), replica Freda. Unirse es la única forma de que sobrevivan. Algunos de sus señores más destacados son Ezan del Lindux, Asier de Goñi, Miguel de Aritza, Enneco Jimeno, Etxebe García y Juan Miguel, obispo de Iruña.

Los vascos, que forman un «pueblo de poetas errantes» (p. 57), siguen siendo paganos (p. 20); se habla de sus paganas supersticiones (p. 20) y se introducen leyendas y elementos del folclore: por ejemplo, la leyenda de la Sorgiñe, la Dama de Amboto, el Espíritu del bosque, Ganeko, señor de la noche, Galtxaporris, Tártalo, Ensunga, Sugaar, Jaun Zuria, Basajaun… En cualquier caso, reconocen que los tiempos van a cambiar: «Y sin embargo, no queda posibilidad de supervivencia sin la fe en Dios en un mundo como el nuestro. El futuro de tu pueblo pasa por la aceptación del cristianismo. Tú sabes que no queda otra solución que la conversión», comenta Juan Miguel a Ezan (p. 38). Deben vencer el peligro del sur unidos en la Cruz.

Basajaun, Señor del Bosque o Señor Salvaje, en la mitología vasca
Basajaun, Señor del Bosque o Señor Salvaje, en la mitología vasca.

Al final Nerea, para salvar a Joanes, desea que se convierta en el Basajaun, «aquel a través del cual el Dios de los bosques guía a los hombres hacia un nuevo horizonte» (p. 243). Joanes, «el retoño más hermoso del tronco más fornido» (p. 243), reconoce que su vida ha cobrado un sentido que no buscaba: pasa a simbolizar la serenidad y la sabiduría, se convierte en un dios —el dios del bosque— para sobrevivir. Y es que en los bosques y en magia nocturna (cfr. p. 33) reside el espíritu del pueblo vasco[2], tal como explica Ezan a Juan Miguel:

En estos bosques reside el espíritu de mi pueblo. Ellos cuidan de los vascos y a cambio los vascos los protegen de los que vienen de fuera. Es como un pacto secreto del que nadie habla pero que yo sé que existe. Estoy seguro de que si de un modo u otro hemos sobrevivido a lo largo de los siglos es porque en nosotros habita el amor por el bosque y este nos corresponde. Ese es el motivo por el que nadie podrá jamás destruir a mi pueblo sin destruir a un mismo tiempo la propia naturaleza de nuestra tierra (p. 33).

Comentaré ahora cómo aparece reflejado en la novela lo relativo a la batalla de Roncesvalles. Suleymán, aluazir de Zaragoza, ha ofrecido a Carlomagno el gobierno de la ciudad. El emperador desea crear una marca, y con el control de Zaragoza la frontera franca bajaría del Pirineo al Ebro. El capítulo XV refiere la llegada de los francos al final del invierno: es el ejército más poderoso de Occidente, con Carlos al frente y sus capitanes Olivier, Eginhart, Anselme, Turpin, Roland (cfr. p. 121). Luego sigue lo que la historia nos cuenta: cómo quedaron detenidos frente a las puertas de Zaragoza, que no les fueron abiertas. De regreso, destruyen Iruña, que es demolida hasta los cimientos, pero no logran someter a los vascos[3]. Para vengarse, estos no pueden dar una batalla campal, porque el ejército franco es invencible, pero sí cortarles la retirada en el Pirineo. La raza ha sobrevivido siempre y ahora siguen dispuestos a morir como hombres libres, antes que vivir como esclavos. Tienen la ventaja de que Joanes conoce las tácticas militares de los francos. Roland, pésimo estratega y muy vanidoso, preferirá morir antes que pedir ayuda. Los vascos son conscientes de que «No habrá otra oportunidad como esta» (p. 182), y Nerea resume así el sentir general:

Mi memoria […] se nubla ante la noche del tiempo. Largos años han transcurrido desde que los primeros de nuestra raza llegaron a esta tierra, tantos que no podría decirse realmente si algún humano las había habitado antes. A lo largo de los siglos hemos permanecido aquí, más allá de lo que las agitadas olas de la historia han deparado a todos aquellos que han convivido con nosotros. De los diversos pueblos que han ido ocupando sucesivamente los territorios que nos rodeaban apenas queda otro recuerdo que el del humo que deja el incendio cuando queda sofocado. ¿Por qué sobrevivimos nosotros allí donde todos los demás han ido pereciendo? La respuesta está en nuestros corazones, porque son nuestros corazones los que han aprendido durante generaciones a sentir el bosque como algo propio, algo que es parte de nosotros mismos, de forma que no se puede destruir una cosa sin destruir la otra. No sois inteligentes como los romanos, no sois salvajes como los celtas, ni siquiera sois fuertes como los godos y a pesar de ello, habéis superado todo lo que ellos pudieron afrontar. El día en que creáis que sois una raza elegida, un pueblo a quien Dios ha elegido para elevarlo a la gloria, correréis la misma suerte que todos ellos porque olvidaréis vuestras raíces. Es la tierna devoción con la que habéis cuidado de los prados de vuestra tierra la que os ha salvado, el mismo amor que ahora despierta el deseo de luchar por lo que sentís que os puede ser arrebatado. Tenéis una causa que es noble y justa porque no ataca quien defiende lo que ama. Vuestras posibilidades de victoria son ciertas y yo os puedo asegurar que la resonancia de sus efectos perdurará mucho más tiempo que el mismo Imperio. Partid a la batalla con mi bendición. No temáis la derrota porque combatís en vuestra propia tierra y vuestra propia tierra os dará la victoria (p. 183).

Su arenga cumple la misma función que los versos que declama Amagoya en Amaya[4]. Nadie contradice a esa mujer extraordinaria y el Consejo declara la guerra al imperio. El 13 de agosto de 778 es la última reunión del Consejo. Llega entonces Alí Banuqasi, joven vástago de los señores árabes de Tudela con trescientos jinetes (Enneco había pedido ayuda a los Banuqasi, que tenían cuentas pendientes con los francos). El plan de batalla es elaborado por Joanes, quien decide esperarlos en las cimas de Altobiskar.

El capítulo XXVII presenta a la retaguardia del ejército franco en Roncesvalles. Roland, nieto de Pipino, es el más altanero de los guerreros del Imperio, con aspiraciones al trono. Con su orgullo al no tañir el olifante, trazó su propio destino y el de los suyos. En la descripción de la batalla, cabe destacar un bello efecto estilístico, la aliteración de eses para sugerir el zumbido de las flechas volando por el aire: «y como siseantes semillas de sangre surgieron silenciosas saetas que sembraron el suelo con la sombra de la muerte» (p. 219). El bosque de hayas de Lorraiz —personificado: las hayas ríen— ayuda a los vascos, los oculta al tiempo que desarma a los francos. Es el 15 de agosto de 778 cuando estalla la cólera de Dios y la hierba queda convertida en un osario. Tras la batalla, Ezan busca a sus hijos y los lectores nos enteramos de lo ocurrido: Enneco, el más hermoso de los vascos del sur, ha quedado muerto. «Si el dolor tuviera barreras, el corazón de Ezan las hubiera roto» (p. 224). Pero una voz le dice que debe buscar al otro hijo, porque su amor puede salvarlo: «No puedes devolverle su vida pero aún puedes apartarlo de la muerte» (p. 225). La tristeza y el dolor ceden ante la perspectiva de un dolor mayor. Con angustia, va a la tumba de su mujer e hija, y allí encuentra a Joanes.

En este episodio de la batalla de Roncesvalles se imbrican, en la novela, el plano histórico-colectivo y el del conflicto personal de los personajes. La venganza de Joanes se ha cerrado de un modo distinto a como él la soñó. Joanes entró entre los francos como un estilete, como una fuerza del destino desatada. Él mismo explica que buscó a Eginhart, el gonfalonero de Roland. Carga salvajemente contra él, es un hombre solo que pide sangre contra un cuerpo de caballería, y sus guerreros se ven arrastrados al fragor del combate. Son locos que pelean con fiera alegría, «la alegría de quien está más allá del temor a la muerte» (p. 229). Cuando Joanes se adelanta, Enneco se le une, porque deseaba «adentrarse con él en el sendero de lo desconocido» (p. 230). Joanes mata a Eginhart. Entonces una voladora flecha viene contra él, pero Enneco se interpone, hace este sacrificio para salvar al bienamado hermano. Es un clérigo quien la ha lanzado (Arnoldo): la furia de Joanes se desata, las almas de su madre y su hermana piden justicia: arroja su hacha, y sabe que no ha errado el golpe. Después llora, desea huir de aquel lugar maldito, «refugiándose entre las sombras más oscuras de las tierras de sus padres» (p. 231); la vida le ha dejado y se acuesta sobre la tumba de sus seres queridos. Como ya indiqué, Nerea lo convencerá para que viva en el bosque, haciéndole creer que es el Basajaun.

En la parte última de la novela se reiteran las explicaciones sobre el comportamiento de los personajes y se avanza hacia un final esperanzado: la Sorgiñe cuenta que los francos, al destruir el hogar familiar, crearon un trauma en Ezan y sus dos hijos. Ezan encaró lo sucedido, los hijos no; Enneco se cerró en una vida cómoda pero vacía, y habrá muerto feliz; Joanes se refugió en el odio y la venganza: «Llegaste a depender de tu odio de un modo que ni siquiera en la tierra del amor en la que yo vivo pudiste olvidarlo» (p. 241). La Sorgiñe dice que Joanes tiene ahora «la fortaleza que proporciona recuperar el control sobre tu propia vida» (p. 242). De hecho, ha atravesado el umbral de la vida: «Has estado muerto y has vuelto a la vida al son de mi llamada» (p. 242). Sabe demasiado, ya no le queda nada que aprender entre los hombres, y ha llegado el momento de que asuma su puesto y sea semilla de esperanza para su pueblo. El dolor queda atrás: puede volver a ser feliz, y su padre debe serlo también. Joanes abraza a Ezan, quien ve cómo Joanes y Nerea desaparecen entre las hayas, unidos en su destino. La voz de Freda le llama: «Comenzó a caminar hacia ella. La vida seguía siendo hermosa, después de todo» (p. 245)[5].


[1] Íñigo de Miguel Beriáin, De la vida y el mar, Vitoria, Ecopublic Ediciones, 1999.

[2] El espíritu del bosque está en su mente (cfr. p. 116). Esto nos recuerda algunas de las leyendas de Iturralde y Suit.

[3] Dice Miguel de Aritza a Arnoldo: «Si de veras crees que una raza que ha sobrevivido durante miles de años a todos los pueblos que han intentado doblegarla va a perder su libertad por la cobarde destrucción de una ciudad indefensa, debes ser idiota» (p. 166).

[4] Hasta el símil de las olas de la historia (p. 183) está también en Navarro Villoslada.

[5] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Ecos literarios de la batalla de Roncesvalles: De la vida y el mar (1999), de Íñigo de Miguel Beriáin», en Enrique Banús y Beatriz Elío (eds.), Actas del VII Congreso «Cultura Europea». Pamplona, 23-26 de octubre de 2002, Pamplona, Centro de Estudios Europeos (Universidad de Navarra) / Thomson / Aranzadi, 2005, pp. 1373-1381.

Los personajes de «De la vida y el mar» (1999), de Íñigo de Miguel Beriáin (y 2)

Nerea es un personaje importante en esta novela[1]. La curandera Nerea, que fue la preceptora de Ezan[2], lleva cuarenta años sola en el bosque, convertida en mito por su pueblo, que la cree la Sorgiñe —bruja, hechicera—. Vieja, enferma y cansada, el pueblo la respeta y hasta los orgullosos señores vascos hacen caso de sus palabras. La Sorgiñe pide a los vascos que olviden las viejas reyertas, porque deben mantenerse unidos para vencer a los francos. Esta es la descripción de la Sorgiñe que leemos en el capítulo XVI, cuando mantiene una entrevista con Joanes:

Examinó el rostro que se mostraba ante sus ojos. Cada uno de sus rasgos le resultó tan familiar como si cada noche que había pasado en la arboleda hubiera permanecido contemplándolo impasible. La larga y plateada melena que protegía sus bien formados senos guardaba aún en sus extremos el recuerdo del contacto con la frente de Joanes […]. Los finos labios no hubieran arrastrado la atención del hombre adepto a la lujuria, ni siquiera la del admirador de la proporción y la belleza y, sin embargo, no era posible mirarlos sin que brotara el deseo de tocarlos, porque albergaban la promesa del beso eterno, del beso que sacaba a su destinatario de la posada de los muertos, el beso que sirve de jumento a la esperanza en sus caprichosos paseos por el valle de la tristeza. Sobre ellos pendía la pronunciada nariz que delata el carácter de hierro envuelto en el manto de gamuza de una sonrisa tierna (p. 127).

Nerea huyó al bosque porque el pueblo la mitificó, la hizo casi una diosa; sabe curar, pero en realidad no tiene poderes sobrenaturales. Y su arte fue su peor condena, porque hicieron de ella una leyenda viviente. En sus ojos, en los que hay armonía, se ven el cambio y la tradición mezclados: «El reflejo de todo lo que en la vida hay de hermoso parecía morar en la mirada de la dulce hechicera» (p. 127).

Sorgin. Fuente: «La mitología vasca» (partekatu.com)
Sorgin. Fuente: «La mitología vasca» (partekatu.com).

Freda es la madre del narrador, una bella noble goda, rubia con ojos azules (véase su descripción en la p. 29). Ezan la salvó de un saqueo en el sur. Interesa destacar el duro alegato contra la guerra que dirige a su esposo, al que explica que las mujeres saben sentir la vida, los hombres destruirla:

He visto muchas veces a los hombres que me rodeaban dejarme para ir a la guerra y nunca, nunca me han dado un motivo que me convenciera. Vosotros, los hombres, necesitáis la pelea. Los jóvenes necesitan luchar para demostrarse que ya son hombres y los hombres la necesitan para demostrarse que aún no son viejos. El deseo de gloria os pertenece por completo a vosotros, los malditos hombres. Si sintierais la vida como la sentimos nosotras, si supierais lo que es sentir una vida dentro, sentir cómo de la nada surge y cómo se alimenta de nuestro propio cuerpo, si fuerais vosotros quienes arriesgarais vuestra propia vida en cada parto, entonces sabríais lo mucho que nos cuesta crear una vida comparado con lo poco que tardáis vosotros en destruirla. Las mujeres nos lo jugamos todo para que surja de nuevo una vida; los hombres os jugáis la vuestra únicamente para destruir lo que nosotras creamos (p. 188).

Freda es mujer celosa y desconfiada: «Era parte del carácter de mi madre mirar con desconfianza todo lo que pudiera alterar su vida» (p. 204). Lo que no impide que se establezca una corriente de natural simpatía, de sana confianza, entre ella y Nerea.

Amaia es la esposa de Enneco. Esta es su idealizada descripción:

Amaia siempre había sido una mujer muy codiciada. Su frágil apariencia instigaba inevitablemente el instinto protector que con gran presteza demuestran los hombres. Su desenfadada risa siempre había conseguido el resultado de animar la vida de todos cuantos le rodeaban sin que siquiera notaran lo imprescindible que se hacía su presencia. Las hermosas facciones de su rostro fulgurantes pasiones despertaban entre los más románticamente enamorados de un pueblo de poetas errantes. Sus largas trenzas rubias conformaban el aspecto aniñado, que antes que resultarle una carga mucho le había ayudado a provocar la ternura en las almas de las personas que la contemplaban, sirviendo a un tiempo de escudo y alabarda de una voluntad siempre presta para la lucha. Y en el centro de la luz que se filtraba sobre el claro, su sincera sonrisa semejaba ser el reflejo esquivo de la felicidad verdadera, tan esperada siempre, tan escurridiza a veces (pp. 57-58).

Arnoldo es el villano de la novela, visto como una verdadera alimaña. Es arcipreste en la Corte del emperador Carlos, su siervo en Iruña. Es Arnoldo el Bastardo, la persona más odiada en las tierras del norte, un artista del engaño y la traición, taimado, avieso y despiadado. Es godo en zona de francos, nunca se sabe si espía o parlamentario. Dice que quiere convertir a los vascos y unirlos a los francos, para formar un frente cristiano contra el sur musulmán. En realidad, para él los vascos son una estirpe de felones, una raza de ladinos (ellos avisaron a los moros, la no entrega de Zaragoza también fue una celada suya…) y únicamente desea exterminarlos, por eso pide a los francos que acaben con Iruña.

En fin, Juan Miguel es el obispo de Iruña, personaje menos importante, antecesor en el cargo de Pedro[3].


[1] Íñigo de Miguel Beriáin, De la vida y el mar, Vitoria, Ecopublic Ediciones, 1999.

[2] Nerea es casi su madre (p. 34). El padre de Ezan la acogió al morir la madre de Nerea, y ella sintió siempre amor al niño Ezan, es obra de sus manos, y lo quiere como hijo, como al hijo que no pudo tener. Del mismo modo, para Ezan su preceptora es una mujer irrepetible (p. 147).

[3] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Ecos literarios de la batalla de Roncesvalles: De la vida y el mar (1999), de Íñigo de Miguel Beriáin», en Enrique Banús y Beatriz Elío (eds.), Actas del VII Congreso «Cultura Europea». Pamplona, 23-26 de octubre de 2002, Pamplona, Centro de Estudios Europeos (Universidad de Navarra) / Thomson / Aranzadi, 2005, pp. 1373-1381.

Los personajes de «De la vida y el mar» (1999), de Íñigo de Miguel Beriáin (1)

Los personajes más destacados de la novela[1] son los de Ezan y sus dos hijos, Enneco y Joanes. A su alrededor se mueven otros personajes secundarios. Veamos:

Ezan es un montañés mezcla de poeta y soldado, un hombre independiente y un gran pensador[2], según lo define su amigo Juan Miguel, que llegó a cursar estudios en Toledo. Ezan se siente joven, pese a ser viejo, y para él no hay imposibles: «nada que no se intente se puede lograr» (p. 40), opina. Sin embargo, es un hombre triste, sombrío, lleno de pesar: hay algo en su interior que le atenaza el corazón. De joven creía que la felicidad podía retenerse eternamente, pero la vida le ha descubierto que no es así. Tras el asesinato de su esposa, Ezan decide unir su soledad con la de Freda, aunque ese matrimonio está mal visto entre su gente y por su propio hijo Joanes.

Enneco es el mayor de los hijos de Ezan y se caracteriza por la prudencia. Es una promesa para su pueblo: el sucesor natural de su padre como guía de los vascos. Enneco se casa con Amaia, hija del señor del valle de Aritza, aunque su experiencia vital le impide amarla: más bien se ha desposado para dar un descendiente que pueda sucederle como caudillo de su pueblo. Morirá en la batalla de Roncesvalles, siendo la víctima propiciatoria de la catarsis liberadora para su padre y su hermano pequeño.

Batalla de Roncesvalles

Joanes es el hermano menor de Enneco y, sin duda, el personaje central y más interesante de esta historia. A diferencia de Enneco, Joanes —crucificado por los francos— sí vio los cadáveres de su madre y de su hermana. Desde entonces, el odio y el deseo de venganza cegaron su corazón, vaciaron su ser y lo imposibilitaron para el amor: «Su dolor era tan intenso que no deseaba mirarme a mí, ni a Enneco, ni a nadie que hubiera amado anteriormente sólo por el temor de que sentir amor hacia alguien menguara su odio» (p. 193), señala Ezan. Joanes se refugió solo en su hermano, porque necesitaba el olvido para tratar de borrar el pasado, explica Freda (p. 193). El joven se convirtió en un ser oscuro y taciturno, separado del mundo por un abismo de tristeza. Se entrena para la lucha, como una forma de canalizar su furia, y va al norte, con los francos, llegando a convertirse en el líder de los exploradores del emperador Carlos. Joanes es un volcán de sentimientos en erupción que tiene la fuerza de la locura. Como explica Nerea, «Sólo Joanes puede salvar a Joanes» (p. 207). Ahora que se acerca una gran batalla entre vascones y francos, el muchacho tiene la oportunidad de completar su venganza (consistente en matar a todos los que participaron en el ataque a su casa). Nerea teme que Joanes culmine esa venganza: desea que alcance la paz, pero no cree que el asesinato de todos los culpables se la pueda devolver: al contrario, solo servirá para acentuar su locura. Por eso desea llevarlo al bosque, único lugar donde podría volver a ser feliz: Nerea quiere aprovechar su locura (Joanes oye en el bosque las voces de su madre y de su hermana) para hacerle creer que es un elegido de Dios y que ya no puede vivir entre los hombres.

Joanes ha regresado a la tierra de sus padres, después de unos años de ausencia, precisamente para prevenir a su gente del grave peligro que se cierne sobre el país de los vascos. Endurecido por la vida, Joanes tiene un brillo de odio en los ojos, es una letal máquina de combate. En la entrevista con los ancianos se muestra violento, los insulta, los llama ofuscados y cobardes, así que Miguel, el más poderoso de los señores vascos, lo expulsa del Consejo. Joanes les avisa de lo que se les viene encima: en primavera verán cumplidas sus predicciones. El narrador comenta:

Creo que con ese último gesto Joanes sembró la semilla de lo que le sobrevendría en el futuro. Si en el momento en que montó su caballo para salir pesaroso de los dominios de Ezan hubiera sabido lo que iba a suceder, probablemente nunca lo hubiera hecho. Habría huido lejos de allí y nada de lo que sucedió después hubiera llegado a producirse. Pero todos los que conocieron a Joanes dicen que no podía evitarlo; la mala fortuna se posaba de continuo en la rama en la que anidaba Joanes del Lindux y a él nunca le tocaba pero acababa destrozando a los que le rodeaban. Por eso todos los que vivieron aquellos tiempos dicen que lo que ocurrió después estaba predestinado a suceder (p. 96).

Solitario y testarudo, Joanes sigue su búsqueda sin término. Inconsciente, en sueños, escucha una cálida voz de mujer que le pide que olvide las viejas heridas. Cuando despierta del sopor, una anciana mujer —Nerea, la Sorgiñe— le explica que su búsqueda ha concluido: él está enfermo, no del cuerpo, sino de la mente, y ella sola no puede curarlo: «Es demasiado tarde» (p. 149). Solo puede curarlo su padre, a quien Joanes no odia, en realidad, aunque siga aislado de él por una barrera de resentimiento. En cualquier caso, le advierte Nerea, está cerca el día en que deseará recuperar a su padre. Cuando consulta a la Sorgiñe, ella le responde: «¿Qué interés puede tener para ti saber tu futuro si ni siquiera has podido asimilar tu pasado?» (p. 158). La réplica de Joanes es: «Necesito saber si mi futuro me librará de mi pasado» (p. 158). Pero solo depende de él poder convivir con su pasado, y así le dice la anciana:

¿Cómo quieres que adivine lo que ni siquiera existe? No hay destino, Joanes, el futuro lo hacemos nosotros. Por eso somos libres. Si yo puedo anticipar algunas cosas que más tarde suceden es únicamente porque utilizo el menos común de los sentidos, no porque una suerte de revelación divina me lo aclare (p. 159).

Él puede elegir: durante años, ha convivido con el odio, y ese odio acabará con él. Busca justicia, dice el joven, y teme no poder acabar lo que un día empezó: su único objetivo, insiste, es castigar a los asesinos de las personas que más amaba. Pero Nerea le hace ver que quizá, al culminar su venganza, el vacío inunde su vida; y que tal vez su justicia arrastrará a la perdición a otros[3].


[1] Íñigo de Miguel Beriáin, De la vida y el mar, Vitoria, Ecopublic Ediciones, 1999.

[2] Para la caracterización de Ezan, remito a las pp. 52-53.

[3] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Ecos literarios de la batalla de Roncesvalles: De la vida y el mar (1999), de Íñigo de Miguel Beriáin», en Enrique Banús y Beatriz Elío (eds.), Actas del VII Congreso «Cultura Europea». Pamplona, 23-26 de octubre de 2002, Pamplona, Centro de Estudios Europeos (Universidad de Navarra) / Thomson / Aranzadi, 2005, pp. 1373-1381.

«De la vida y el mar» (1999), de Íñigo de Miguel Beriáin: argumento, narrador y estructura

La desgracia familiar de la que arrancan todos los males del trío de protagonistas (cuyos detalles no se nos cuentan hasta bien avanzada la novela[1]: desde los primeros capítulos, el lector adivina la existencia de una historia trágica ocurrida en el pasado, pero esta no se revela en su totalidad hasta más adelante[2]) se puede resumir así: un clérigo y cuatro soldados francos, en una incursión en tierra de los vascones, violan y matan a Claudia, la esposa de Ezan, y a su hija Alai, al tiempo que crucifican al pequeño Joanes; este, que desde entonces solo vive para la venganza, hace responsable de la desgracia a su padre por no haber estado en la casa para defenderlos (en el momento del ataque, Ezan estaba en el sur, junto con su hijo Enneco); además, Joanes tampoco le perdona la traición de haberse vuelto a casar después (con Freda, una noble goda). Ese hecho luctuoso del pasado condiciona por completo la vida de los protagonistas y motiva todas sus palabras y acciones.

Guerreros francos

Unas líneas preliminares nos indican que el narrador de la novela es Pedro, obispo de Iruña (hijo de Ezan y Freda), que escribe a posteriori lo que sucedió en torno al año 777, según las noticias que ha podido recabar de unos y otros:

Algunas veces, creo que cada cierto periodo de años, surgen de entre los rincones de la Historia personas que por su carisma se transportan más allá de su propia época y por los acontecimientos que les toca vivir se convierten en leyendas que nunca mueren realmente. Yo tuve la suerte de conocer a algunas de estas personas. Por eso, antes de que Dios me lleve a su lado, he decidido narrar en este escrito los extraordinarios sucesos que tuvieron lugar en el país de los vascos, en torno al año 777 de Nuestro Señor Jesucristo, tal y como me fueron narrados por mi madre, Freda, Miguel de Aritza, mi antecesor en el cargo de obispo de Iruña, y muchas más gentes que asistieron a dichos sucesos. Pedro, obispo de Iruña[3].

La acción de la novela comienza en el año 711, con la derrota de los godos en el Guadalete (con un capítulo primero que tiene carácter preliminar, explicativo de la situación histórica que va a servir de fondo); pero ya en el capítulo II se da un salto cronológico que nos lleva hasta el año 777. El orden de la narración es lineal, aunque con frecuentes saltos atrás para recuperar fragmentos del pasado, sobre todo a través de diálogos entre los distintos personajes[4].


[1] Íñigo de Miguel Beriáin, De la vida y el mar, Vitoria, Ecopublic Ediciones, 1999.

[2] Ezan refiere a Freda la historia de su desgracia familiar, que juró no contar, en las pp. 191 y ss.

[3] Esa primera persona narradora —Pedro, confiado al cuidado de Juan Miguel— irrumpe continuamente en el relato, con expresiones del tipo: «Yo aún recuerdo…» (p. 19), «… por lo que yo sé de él» (p. 40), etc.

[4] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Ecos literarios de la batalla de Roncesvalles: De la vida y el mar (1999), de Íñigo de Miguel Beriáin», en Enrique Banús y Beatriz Elío (eds.), Actas del VII Congreso «Cultura Europea». Pamplona, 23-26 de octubre de 2002, Pamplona, Centro de Estudios Europeos (Universidad de Navarra) / Thomson / Aranzadi, 2005, pp. 1373-1381.

Ecos literarios de la batalla de Roncesvalles: «De la vida y el mar» (1999), de Íñigo de Miguel Beriáin

Roncesvalles es, sin duda alguna, uno de los topónimos europeos que despierta mayores reminiscencias de historia, de leyenda y de poesía. Como ha escrito Jaime del Burgo, «Juglares y poetas, artistas y mazoneros, historiadores y novelistas de ficción, han dejado en torno a su grandeza los más bellos cantos en prosa, en verso y en piedra»[1]. Desde la Chanson de Roland hasta novelas de nuestros días, pasando por multitud de romances y leyendas históricas en prosa, el aliento épico de aquella batalla del año 778, en que fuera sorprendida la retaguardia del ejército de Carlomagno, ha inspirado a numerosos literatos. Hoy (y en próximas entradas) voy a referirme a una novela que vuelve sobre este tema, De la vida y el mar (Vitoria, Ecopublic Ediciones, 1999), de Íñigo de Miguel Beriáin[2], obra que tiene como fondo histórico el enfrentamiento de vascones y francos en el siglo VIII.

Cubierta del libro: De la vida y el mar (Vitoria, Ecopublic Ediciones, 1999), de Íñigo de Miguel Beriáin

Esta novela, en cuya construcción se aprecian algunos patrones típicos de la novela histórica romántica (personajes-tipo como la curandera-bruja Nerea o el villano Arnoldo, el recurso a los disfraces[3]…), recuerda temáticamente dos anteriores, Amaya (1879) de Francisco Navarro Villoslada y Jaizki el proscrito (1960) de Luis del Campo, en las que también se ofrecía una visión idealizada de los vascones, amantes de su independencia y apegados a las costumbres de su pasado milenario, con inclusión de referencias a distintas leyendas y personajes de su mitología. No puedo detenerme ahora en el análisis detallado de esos puntos de contacto. Baste con recordar que en la novela de Íñigo de Miguel la primera persona narradora venera el recuerdo de Ezan, un vasco casado con una goda, algo similar a lo que sucede en Amaya, donde Ranimiro, caudillo godo, se casa con Lorea, mujer vasca; la intervención de la Sorgiñe o bruja ante el Consejo de Ancianos incitando a los vascos a la pelea cumple una función similar a la de Amagoya en Amaya, en idénticas circunstancias (igual que Amagoya, Nerea inspira un temor supersticioso y el pueblo la respeta). Otro punto importante en que coinciden ambas novelas es la idea de que los vascos, que hasta ese momento han vivido organizados en tribus independientes, necesitan unirse —y, más concretamente, unirse en la Cruz— y tener un caudillo único para seguir sobreviviendo. Del hijo que espera Freda se dice que, si es niño, será el rey del nuevo reino que va a surgir, mientras que, si es niña, será madre de quien lo sea, y una profecía similar hay en Amaya[4]. Por otra parte, la presencia del vasco que ha tenido que marcharse de su tierra, pero que, llevado por el amor a su pueblo, vuelve para avisar a los suyos de que les amenaza un gran peligro, es algo que emparenta a De la vida y el mar con Jaizki el proscrito (si Jaizki regresa siendo general de las legiones romanas, Joanes vuelve como capitán del ejército imperial franco).

En cualquier caso, pese a estas coincidencias temáticas y constructivas con novelas anteriores, hay que señalar que la obra de Íñigo de Miguel es una novela histórica original y peculiar, sobre todo por una circunstancia novedosa: los personajes mantienen diálogos de un tono que pudiéramos calificar como «filosófico», con abundantes reflexiones en sus réplicas acerca de la vida, el paso del tiempo, la felicidad y la desgracia, el amor y el odio… De la vida y el mar es la historia «existencialista» de unos personajes (Ezan y sus hijos Enneco y Joanes) que, atormentados por los fantasmas del pasado (la destrucción del núcleo familiar a manos de los francos), han quedado incapacitados para amar: y es que sus enemigos no solo les arrebataron violentamente a sus seres queridos, sino también la posibilidad de vivir una vida feliz. Únicamente tras cumplirse su venganza en la batalla de Roncesvalles, en la que morirá Enneco, se produce la catarsis liberadora para Ezan y Joanes[5].


[1] Jaime del Burgo, Navarra, 2.ª ed., Pamplona, Diputación Foral de Navarra, 1978, p. 97.

[2] Nacido en Pamplona en 1972, es licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Navarra y en Derecho por la UNED. Es también doctor europeo en Derecho y doctor en Filosofía. Además, cursó estudios de Psicología, al tiempo que ejercía la abogacía. Actualmente ocupa un puesto de investigador distinguido en el Grupo de Investigación de la Cátedra de Derecho y Genoma Humano del Departamento de Derecho Público e Ikerbasque Research Professor de la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Universitatea (UPV / EHU). En esta su primera novela mezcla sus conocimientos en todos esos campos citados y su profundo amor a la historia medieval.

[3] Así, en el capítulo V encontramos cinco jinetes vascos vestidos con ropas francas.

[4] Y hay otras coincidencias en detalles menores: todos los líderes están en la boda, como sucede en Amaya en la boda de Teodosio; se insertan bromas sobre la abundancia de la comida y la bebida; la figura de Miguel, señor de Aritza, recuerda la de Miguel de Goñi, etc.

[5] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Ecos literarios de la batalla de Roncesvalles: De la vida y el mar (1999), de Íñigo de Miguel Beriáin», en Enrique Banús y Beatriz Elío (eds.), Actas del VII Congreso «Cultura Europea». Pamplona, 23-26 de octubre de 2002, Pamplona, Centro de Estudios Europeos (Universidad de Navarra) / Thomson / Aranzadi, 2005, pp. 1373-1381.

Las novelas históricas de Ángeles de Irisarri: final

La primera característica que podemos destacar tras este acercamiento a las tres primeras novelas históricas de Ángeles de Irisarri es la mezcla de la rigurosidad y veracidad históricas con un planteamiento esencialmente humorístico. Todas sus obras constituyen miradas desenfadadas a épocas y personajes del pasado geográficamente más cercano a la escritora (se inspira preferentemente en sucesos de la historia de Navarra, Aragón y Cataluña). Tienen en común su punto de partida en situaciones disparatadas, raras, extrañas, poco habituales, a menudo grotescas: una corajuda reina viuda que hace un viaje de cientos de kilómetros acompañando a su nieto craso y a su hijo melancólico en una torre de asalto; un monje de San Juan de la Peña que durante varias décadas sube a lo alto de una atalaya para otear las estrellas y esperar la venida de un cometa; una anciana condesa que recorre su territorio encerrada en un baúl, con otro cortejo de baúles similares para sus damas, y que desea llegar a la isla de Avalón para lograr la inmortalidad, etc., etc. Ese presentar los hechos y personajes históricos pasados pasados por el tamiz del humor proporciona a la narrativa de Ángeles de Irisarri una nota de originalidad y frescura que se echa en falta en otras piezas del mismo subgénero.

Ángeles de Irisarri

Ahora bien, esa mirada desenfadada no resta un ápice a la cuidada ambientación histórica de sus relatos. Por supuesto, muchos de los personajes y parte de las acciones narradas pertenecen al territorio de la ficción; pero el marco general que les sirve de fondo es muy cuidado y los datos históricos que van salpicando las páginas de las tres novelas permiten al lector hacerse una idea muy acertada de la época evocada. Más que la gran historia, más que los nombres de los reyes y caudillos, de las batallas decisivas, lo que importa aquí es la exactitud del detalle, la minuciosa captación de la vida cotidiana: la comida, el vestido, los usos y costumbres de las gentes, las modas, etc.

Otros rasgos destacados son la presencia en todas sus novelas de algún elemento sobrenatural y el acabado retrato de mujeres fuertes (Toda, Ermessenda), así como la reflexión sobre el papel de la mujer en aquellos lejanos tiempos del medioevo. Desde el punto de vista narrativo, las novelas históricas de Ángeles de Irisarri se caracterizan por su sencillez constructiva y de técnicas estructurales: narrador omnisciente, linealidad cronológica; en Ermessenda hay ciertos apuntes de perspectivismo narrativo, pero no es el experimentalismo lo que más importa en estas obras (sí lo será en mayor medida en otra novela de la autora, El año de la inmortalidad). En suma, su humor desbordante y su extraordinario manejo de la historia son los dos ingredientes básicos que confieren originalidad a las novelas históricas de esta escritora aragonesa que, de seguro, seguirá sorprendiéndonos gratamente con nuevas y amenas obras literarias[1].


[1] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Las novelas históricas de Ángeles de Irisarri», en Marina Villalba Álvarez, Mujeres novelistas en el panorama literario del siglo XX, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2000, pp. 361-374.