De José Luis Martín Descalzo (Madridejos, Toledo, 1930-Madrid, 1991) ya había traído al blog su bello y emotivo soneto «Nadie ni nada». Añadiré hoy este otro que aúna el Jueves Santo (institución de la Eucaristía: «Dios hecho pan», v. 12) con el Viernes Santo (muerte redentora de Cristo en la Cruz: «la osadía / de amar hasta la muerte», vv. 3-4), presentando los dos días santos «amarrados, / como las dos muñecas de un demente, / como una tierra y cielo desposados» (vv. 9-11).
Dice así:
Detrás del Jueves vino el Viernes: era necesario. ¿O acaso alguien sabría llegar impunemente a la osadía de amar hasta la muerte y no muriera?
Antes del Viernes vino el Jueves: era del todo necesario. ¿Quién podría descender a esa muerte, si no había tal locura de Dios que sostuviera?
Jueves y Viernes, juntos, amarrados, como las dos muñecas de un demente, como una tierra y cielo desposados.
Dios hecho pan y muerte juntamente. Dios y la pobre gente, eternamente esposados, unidos, amasados[1].
[1] Se incluye en José Luis Martín Descalzo, Testamento del Pájaro Solitario, Estella, Verbo Divino, 1991, p. 82. Lo cito por José Pedro Manglano Castellary, Orar con poetas, 2.ª ed., Bilbao, Desclée de Brouwer, 2000, pp. 128-129.
Copiaré hoy, Jueves Santo, este emotivo soneto de Julio Mariscal Montes (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1922-1977), que evoca el momento de la institución de la Eucaristía por Jesús, durante la Última Cena con sus discípulos.
La mano del Señor se reposaba sobre el desnudo candeal dorado[1], y rompía la noche su cercado y el alba, clara y niña, la inundaba.
Alzó Jesús la mano: le temblaba de Amor el Candeal Glorificado, y el aire, alto jinete[2], arrodillado como un humilde can, se le entregaba.
Y habló el Señor: Este es mi Cuerpo. Y era su mano un leve pétalo de rosa para ofrecerse, entero, en su ternura.
Jerusalén dormía en la ladera. La mano de Jesús, ya mariposa, se quemaba las alas de amargura[3].
[1]candeal dorado: pan candeal (sobado o bregado), hecho con harina de trigo candeal (que da harina blanca de calidad superior) y cuya corteza es de color dorado.
[3] Cito por Poesía española contemporánea. Antología (1939-1964). Poesía religiosa, selección, prólogo y notas de Leopoldo de Luis, Madrid / Barcelona, Ediciones Alfaguara, 1969, pp. 361-362.
Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión (popular)
Ya en años anteriores hemos dado entrada en este blog a poemas de Lope de Vega dedicados a la Pasión y Muerte de Cristo. Así, por ejemplo, los titulados «A Cristo en la Cruz» (romance), «A la despedida de Cristo nuestro bien de su Madre Santísima», «A la muerte de Cristo Nuestro Señor» o «Al entierro de Cristo», además del soneto que comienza «Muere la vida y vivo yo sin vida…», otro «A Cristo en la Cruz» («¡Oh vida de mi vida, Cristo santo!…») o el célebre «Pastor que con tus silbos amorosos…». Vaya para este Jueves Santo otro de los romances de Lope de Vega dedicado a la Pasión de Cristo, perteneciente a sus Rimas sacras. Tres notas destacan, a mi juicio, en esta composición, formada por 21 cuartetas de romance: por un lado, su construcción como apóstrofe al alma, cuyo esposo es Cristo (se usa este término como vocativo en los vv. 2, 17, 41 y 78), a lo que se suma el empleo de imperativos —o expresiones similares— a ella dirigidos (pasemos a visitarle, llegad y miradle, bien será que estéis despierta, poned el corazón, lleguemos ahora, poned los ojos, estad a su muerte atenta, decidle). En segundo lugar, el romance insiste en el extraordinario sufrimiento físico padecido por Cristo en la cruz (dolor de los clavos al penetrar en sus manos y pies, coyunturas desencajadas, desgarros de la carne, etc.). En último término, el poema incide también en expresar el dolor de María al contemplar la Pasión de su hijo.
Peter Paul Rubens, La elevación de la Cruz. Museo Real de Bellas Artes de Amberes (Amberes, Bélgica).
Este es el texto del romance:
Vuestro esposo está en la cama, alma, siendo vos la enferma; pasemos a visitarle, que dulcemente se queja. En la cruz está Jesús adonde dormir espera el postrer sueño por vos; bien será que estéis despierta. Llegad y miradle echado, enjugadle la cabeza, que el rocío desta noche le ha dado sangre por perlas[1]. Mas ¿cómo podría dormir?, que ya la mano siniestra la clava un fiero verdugo; nervios y ternillas[2] suenan. Poned, alma, el corazón si llegar a Cristo os dejan, entre la cruz y la mano porque os le claven[3] con ella. Mas, ¡ay, Dios, que ya le tiran de la mano, que no llega al barreno que, en la cruz, hicieron las suyas fieras[4]! Con una soga doblada atan la mano derecha del que a desatar venía tantos esclavos con ella[5]. De su delicado brazo tiran todos con tal fuerza, que todas las coyunturas le desencajan y quiebran. Alma, lleguemos ahora en coyuntura tan buena[6], que no la hallaréis mejor, aunque está Cristo sin ellas. Ya clavan la diestra mano, haciendo tal resistencia el hierro, entrando el martillo, que parece que le pesa. Los pies divinos traspasan y cuando el verdugo yerra de dar en el clavo el golpe, en la santa carne acierta. Hasta los pies y las manos de Jesús los clavos entran, pero a la Virgen María las entrañas le atraviesan. No dan golpes los martillos que en las entrañas no sean de quien fue la carne y sangre que vierten y que atormentan. A Cristo en la cruz enclavan con puntas de hierro fieras, y a María crucifican la alma con clavos de penas. Al levantar con mil gritos la soberana bandera con el Cordero por armas[7], la imagen de su inocencia, cayó la viga[8] en el hoyo y antes de tocar la tierra desgarrándose las manos[9] dio en el pecho la cabeza. Salió de golpe la sangre dando color a las piedras, que pues no la tiene el hombre bien es que tengan vergüenza[10]. Abriéronse muchas llagas que del aire estaban secas[11] y el inocente Jesús de dolor los ojos cierra. Pusiéronle a los dos lados dos ladrones por afrenta, que a tanto llega su envidia que quieren que lo parezca. Poned los ojos en Cristo, alma, este tiempo que os queda, y con la Virgen María estad a su muerte atenta. Decidle: «Dulce Jesús, vuestra Cruz mi gloria sea. ¡Ánimo a morir, Señor, para darme gloria eterna!»[12].
[1]el rocío desta noche / le ha dado sangre por perlas: la imagen de las perlas para las gotas de rocío es usual en la poesía áurea; recordemos que Cristo sudó sangre en el Huerto de los Olivos.
[4] Las manos fieras de los verdugos tiran de la mano de Cristo para hacer que esta llegue hasta el barreno (agujero hecho con la barrena, instrumento para taladrar) y asirlo a la cruz.
[5]a desatar venía / tantos esclavos con ella: Cristo vino a liberar a todo el género humano de la esclavitud del pecado.
[6] En este pasaje se juega con los dos significados de coyuntura: articulación de un hueso con otro y ocasión.
[7] Cristo alzado en la cruz es como una soberana bandera que lleva representado como escudo de armas un Cordero (Cristo=Cordero de Dios).
[9]desgarrándose las manos: aunque más probablemente Jesús habría sido clavado por las muñecas; en efecto, de haber sido clavado por las palmas, el peso las habría desgarrado.
[10]Salió de golpe la sangre … bien es que tengan vergüenza: las piedras se han teñido de rojo con la sangre derramada y es como si se avergonzaran de la acción cometida con Cristo (con esta señal de vergüenza muestran ser más sensibles que los hombres).
[11]Abriéronse muchas llagas / que del aire estaban secas: se refiere a las heridas de los azotes previamente recibidos en el pretorio.
[12] Incluido en Antología de la poesía sacra española, selección y prólogo de Ángel Valbuena Prat, Madrid, Editorial Apolo, 1940, pp. 240-242, por donde cito con algunos ligeros retoques. También en Lope de Vega, Obras poéticas, ed. de José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1983, pp. 406-408.