«El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra», de Manuel Fernández y González: una desmesurada novela repleta de excesos, excentricidades y extravagancias

Esta obra de Fernández y González[1], publicada en torno a 1876-1878, abarca buena parte de la vida de Cervantes, desde noviembre de 1568 (en vísperas de su marcha a Italia) hasta su muerte. Podríamos afirmar que todo en esta narración es desmesurado: hay desmesura, en primer lugar, en su extensión: sus dos tomos alcanzan un total de 1.300 páginas de apretada tipografía. No sabemos a ciencia cierta si, previamente a su aparición en volumen, el texto se fue publicando en forma de entregas, pero todo hace suponer que así habría sido, de suerte que esta sería una de esas novelas «de cañamazo» —y no de «seda fina»— a las que se refería el propio autor. Es desmesurado asimismo el argumento, repleto de excesos, excentricidades y extravagancias, con profusión de personajes secundarios y de historias subalternas. El esquema narrativo es, más o menos, así: Cervantes conoce al personaje A, del que se cuenta su historia; en esa historia de A se introduce otro personaje B, cuyos antecedentes también se refieren; a su vez, los hechos del personaje B nos llevan a conocer al personaje C… y así sucesivamente a lo largo de cientos y cientos de páginas. Hay igualmente un uso desmesurado de los diálogos, que sustituyen por completo a la descripción (muchos de los capítulos consisten exclusivamente en escenas dialogadas que hacen, sí, avanzar la acción, pero que van en detrimento de la descripción de ambientes y caracteres). Y, desde el punto de vista narrativo, hay una tendencia a lo que Ferreras denomina «estilo entrecortado», una técnica que yo he llamado en alguna ocasión «abuso del punto y aparte» (debemos recordar que al novelista se le pagaba por cuartilla escrita). Hay, en fin, desmesura, y excesos, y excentricidades, y extravagancias sin cuento también en la presentación de los personajes, que —como no podía ser de otra manera— se dividen maniqueamente en héroes (y sus coadyuvantes) y villanos (y los secuaces que les secundan): los buenos, muy buenos, y los malos, muy malos.

Cubierta del libro: Juan Ignacio Ferreras, La novela por entregas 1840-1900 (concentración obrera y economía editorial), Madrid, Taurus, 1972.

En esta novela de Fernández y González la materia narrativa se estira todo lo posible, hasta límites insospechados, y cualquier digresión, sobre cualquier tema, es susceptible de ser incorporada, porque todo sirve para engordar la «olla podrida» —valga la expresión culinaria— de la narración, que presenta todas las características —y adolece de todos los defectos— habituales en el subgénero de la entrega y el folletín, pero llevados aquí a su máxima expresión. Así, a este respecto, el autor no tiene empacho en introducir todos los documentos de la información de Argel de Cervantes (capítulo II del libro quinto, pp. 952-964); o el poema cervantino a los éxtasis de santa Teresa (capítulo XXIII del libro séptimo, pp. 1237-1239); o de prestar una composición amorosa suya —de Fernández y González, me refiero— al propio Cervantes (el madrigal «De sus serenos y potentes ojos…», p. 527); o lo que quizá sea lo más desmesurado de todo: el hecho de incluir en la novela su poema épico La batalla de Lepanto en lugar de describir de nuevo la célebre batalla naval contra el turco de 1571. Sucede esto en el capítulo XII del libro tercero, ocupando nada menos que ocho páginas con el texto a dos columnas (ver las pp. 659-667; aquí el poema consta de 87 octavas reales, en vez de las 89 de la versión original). Y el narrador justifica su decisión con estas palabras: «Tal fue la famosa batalla de Lepanto. / Hemos preferido relatarla a nuestros lectores en verso que contársela en prosa» (p. 668). ¿Para qué volver a contar —dedicando tiempo y esfuerzo adicionales— algo que ya estaba contado previamente? Sin duda que para el autor sevillano no merecía la pena…[2]


[1] La ficha de la novela es: Manuel Fernández y González, El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra. Novela histórica por don… Ilustrada con magníficas láminas del renombrado artista don Eusebio Planas, Barcelona, Establecimiento Tipográfico-Editorial de Espasa Hermanos, s. a. [c. 1876-1878], 2 vols.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Excesos, desmesuras y extravagancias en una novelesca recreación cervantina: El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra (c. 1876-1878) de Manuel Fernández y González», Cervantes. Bulletin of the Cervantes Society of America, volume 42, number 1, Spring 2022, pp. 151-173.

Manuel Fernández y González, un «obrero de la literatura» especialista en la novela por entregas (y 2)

Dada la peculiar forma de redacción de estas producciones por entregas, fácil es imaginar que su calidad literaria quedó sacrificada en beneficio de la mera cantidad. La crítica le reconoce a Fernández y González, sí, genio, talento, imaginación, gracejo…, al tiempo que señala fallas como su falta de estudio, de buen gusto y del deseable trabajo de corrección. Por supuesto, en sus novelas la acción domina por completo sobre la descripción de ambientes —de importancia menor— o el análisis psicológico profundo de los personajes —inexistente—, y los diálogos terminan invadiendo sus páginas —pues con ellos resulta mucho más fácil llenar las cuartillas—. Ya en 1867 Luis Carreras lo señaló como ejemplo —junto con Francisco José Orellana, Rafael del Castillo y Enrique Pérez Escrich— de «los malos novelistas españoles» del momento:

El Sr. Fernández y González ha escrito centenares de novelas sobre todos los asuntos, sobre todo género de sucesos, sobre todos los siglos: los tomos ocuparían una biblioteca no pequeña. Esta circunstancia, que para sus admiradores es un sujeto de encarecimiento, para nosotros lo será de censura. […] ¿Mas dónde está en las novelas del Sr. Fernández y González el sello de estos estudios o de esta experiencia? ¿Hay allí otro sello que el que da a una obra la más crasa ignorancia del que la ha escrito? ¿Dónde está el lenguaje? ¿Dónde el estilo? ¿Dónde el conocimiento del mundo? ¿Dónde la poesía? ¿Dónde el corazón? ¿Dónde el entendimiento?… […] Sus personajes son todos imposibles, sus pasiones absurdas, los sucesos extravagantes; lo más inverosímil, esto se halla en los cuentos del Sr. Fernández y González. […] Sin embargo, no negamos que don Manuel Fernández y González tenga cualidades apreciables para narrar, para imaginar, para coordinar un asunto; pero habiendo desdeñado el estudio, habiendo tirado los libros, habiendo faltado a las leyes de la intuición, se ha perdido, se ha esterilizado, y jamás hará un papel literario: ni al título de escritor puede aspirar con lo que él llama sus novelas[1].

Cubierta del libro: Luis Carreras, Los malos novelistas españoles, generalizados en don Manuel Fernández y González, don Francisco J. Orellana, don Rafael del Castillo, don Enrique Pérez Escrich, Barcelona / Madrid, Librería de A. Verdaguer / Librería de Cuesta, 1867

Doce años después, a la altura de 1879, escribía Manuel de la Revilla: «Imaginación meridional ardentísima, inventiva poderosa e inagotable, inspiración arrebatada y grandiosa, tales son los dones que engalanan al señor Fernández y González»[2]. Y tras señalar que «Pudo ser nuestro Walter Scott y ha sido nuestro Ponson du Terrail»[3], explicaba:

Si a su enorme dosis [de imaginación] hubiera agregado, merced al estudio, igual cantidad de reflexión, corrección y buen gusto, Fernández y González sería el mejor de nuestros novelistas. Nadie le aventaja en invención y en habilidad para dar interés y movimiento a sus ficciones; pero es inútil buscar en ellas aquel detenido estudio y acabada pintura de los caracteres, de las épocas y de los lugares, aquella intención moral, aquella distinción y buen gusto que reclama la novela contemporánea. / Émulo de Alejandro Dumas, no ve en la novela otra cosa que acción y a esta lo sacrifica todo. Aglomerar aventuras, buscar efectos, causar sorpresas, hacer desfilar ante el lector sujetos y personajes, a cual más extraordinarios; en suma, reproducir bajo formas modernas el libro de caballerías; tal es su objetivo y tal también el de la escuela que ha fundado entre nosotros[4].

Por su parte, en 1931, Hernández Girbal destacaba su «potente fantasía»[5], la fuerza de su imaginación[6], su indudable genio narrativo, pero también su falta de discreción y juicio[7]. Y en otro lugar de su biografía novelesca comentaba:

Fernández y González producía a marcha forzada, queriendo dar abasto a todos los editores que de él solicitaban novelas. A ninguno decía que no. Tal y tan grande era su fantasía, que pudo producir sola tanto como en Italia todos los novelistas de su tiempo, o como en Francia la fábrica de novelas de Dumas y compañía. / Desde el Fénix de los Ingenios acá, no registran nuestras letras ejemplo semejante de fecundidad[8].

Bien reveladoras resulta esta anécdota que recoge el mismo autor:

Como alguien le motejase por entonces cariñosamente el dar a la publicidad libros indignos de su talento y de su fama, Fernández y González, que para todo tenía salida, contestaba:

—Cuando viene un editor a encargarme un libro pongo el telar y digo al comerciante: «¿De qué la quiere usté, ¿de historia, de guante blanco o de bandíos?… ¿Quiere usté cañamazo o seda fina?» Y según lo que quiere, que se regula por lo que paga, así trabajo yo y le hago seda fina o cañamazo[9].


[1] Luis Carreras, Los malos novelistas españoles, generalizados en don Manuel Fernández y González, don Francisco J. Orellana, don Rafael del Castillo, don Enrique Pérez Escrich, Barcelona / Madrid, Librería de A. Verdaguer / Librería de Cuesta, 1867, pp. 6-10.

[2] Manuel de la Revilla, «Manuel Fernández y González visto por Manuel de la Revilla», en Florentino Hernández Girbal, Una vida pintoresca: Manuel Fernández y González. Biografía novelesca, Madrid, Biblioteca Atlántico, 1931, p. 5.

[3] Revilla, «Manuel Fernández y González visto por Manuel de la Revilla», p. 7.

[4] Revilla, «Manuel Fernández y González visto por Manuel de la Revilla», p. 7.

[5] Florentino Hernández Girbal, Una vida pintoresca: Manuel Fernández y González. Biografía novelesca, Madrid, Biblioteca Atlántico, 1931, p. 31.

[6] Hernández Girbal, Una vida pintoresca, p. 59.

[7] Hernández Girbal, Una vida pintoresca, p. 68.

[8] Hernández Girbal, Una vida pintoresca, p. 163.

[9] Hernández Girbal, Una vida pintoresca, p. 172. Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Excesos, desmesuras y extravagancias en una novelesca recreación cervantina: El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra (c. 1876-1878) de Manuel Fernández y González», Cervantes. Bulletin of the Cervantes Society of America, volume 42, number 1, Spring 2022, pp. 151-173.

Manuel Fernández y González, un «obrero de la literatura» especialista en la novela por entregas (1)

Antes de entrar en el análisis de la novela El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra, convendrá recordar someramente quién fue Manuel Fernández y González y qué lugar ocupa en la historia de la literatura española del siglo XIX.

Manuel Fernández y González

Manuel Fernández y González[1] (Sevilla, 1821-Madrid, 1888) fue un prolífico escritor que cultivó diversos géneros: fue poeta, dramaturgo, periodista y crítico literario, pero sobre un novelista especializado en la modalidad editorial de la entrega[2]. Juan Ignacio Ferreras le calcula unos doscientos títulos narrativos[3], entre los que se cuentan La mancha de sangre (1845), Martín Gil (1850-1851), Men Rodríguez de Sanabria (1853), Los siete infantes de Lara (1853), Doña Sancha de Navarra (1854), Enrique IV, el Impotente (1854), Los monfíes de las Alpujarras (1856), El cocinero de su majestad (1857), Don Juan Tenorio (1862-1863), El marqués de Siete Iglesias (1863), Los siete niños de Écija (1863), Lucrecia Borgia (1864), La princesa de los Ursinos (1864-1865), María. Memorias de una huérfana (1868), Amores y estocadas. Vida turbulenta de don Francisco de Quevedo (1875) o Los amantes de Teruel (1876), por citar algunos de los más destacados.

En el contexto de la literatura española del siglo XIX, Fernández y González es el máximo exponente de la novela por entregas, de la que fue el más genuino cultivador, un verdadero trabajador a destajo: en Granada dio sus textos al impresor José Zamora; en Madrid escribió para la casa editorial de Gaspar y Roig, para los hermanos Manini (se suele recordar que, trabajando para ellos, ganó en poco tiempo un millón de reales, una cifra realmente espectacular para la época) y para el librero e impresor Miguel Guijarro; en Barcelona publicó sus novelas el establecimiento de Espasa Hermanos. La crítica distingue dos etapas en su producción narrativa: 1) una fase inicial, de formación, que va de 1845 a 1855, en la que escribe piezas narrativas que siguen la moda de la novela histórica romántica a la manera de Walter Scott; y 2) toda su producción posterior, con decenas de novelas de menor calidad literaria, en las que maneja todos los clichés y los recursos de intriga propios de la literatura folletinesca, con un notable adelgazamiento de la materia histórica[4].

En efecto, a partir de 1855 su ritmo de producción aumenta notablemente (publica entre cuatro y seis novelas por año), pero en la misma proporción desciende la calidad literaria de sus “productos”, que responden a la fórmula editorial de la entrega. Sabemos que Fernández y González dictaba sus narraciones a varios amanuenses —dos de sus principales secretarios fueron Tomás Luceño y Vicente Blasco Ibáñez—, quienes las copiaban taquigráficamente, como recuerda Hernández Girbal:

Aquella labor era fácil para Fernández y González. En cuatro o cinco horas podía escribir un pliego de diez y seis páginas, lo que representaba de diez a doce duros diarios. Dictaba a dos escribientes, uno por la mañana y otro por la tarde, y raro era el día que no dictase un par de pliegos de diez y seis páginas cada uno, representando veinte o veinticuatro duros diarios[5].

El escritor estajanovista en que se convirtió Fernández y González, auténtico «obrero de la pluma» (o mero «rellenador de papel», al decir de otros), ganó mucho dinero con la escritura de sus novelas, pero todo lo que ganaba lo dilapidaba: era generoso en extremo y se conformaba con vivir al día. Lo ahorrado con la literatura le sirvió también para fugarse por un tiempo a París —estando como estaba casado— con una bella estanquera de la que se enamoró perdidamente… Al final, moriría casi ciego y prácticamente en la miseria, después de haber consumido todo el dinero obtenido con la literatura[6].


[1] Los datos biográficos esenciales los resumen Palacios Fernández y Palacios Gutiérrez en su entrada del Diccionario biográfico electrónico de la Real Academia de la Historia. Ver también Florentino Hernández Girbal, Una vida pintoresca: Manuel Fernández y González. Biografía novelesca, Madrid, Biblioteca Atlántico, 1931. Para el catálogo de su producción, ver Juan Ignacio Ferreras, Catálogo de novelas y novelistas españoles del siglo XIX, Madrid, Cátedra, 1979, pp. 150a-154b; La novela en España: catálogo de novelas y novelistas españoles. Siglo XIX, Colmenar Viejo (Madrid), La biblioteca del laberinto, 2010, pp. 243-249; y La novela en España: historia, estudios y ensayos. 4, Siglo XIX, Segunda parte (1868-1900), Colmenar Viejo (Madrid), La biblioteca del laberinto, 2010, pp. 93-97. En los últimos años están dedicando atención a nuestro autor investigadores como Ignacio Arellano, Jorge Avilés Diz, Marieta Cantos Casenave, José Esteban, Javier Muñoz de Morales Galiana, María Teresa del Préstamo Landín o Montserrat Ribao Pereira. Una buena bibliografía puede verse en el trabajo de Muñoz de Morales Galiana, «El condestable don Álvaro de Luna, de Manuel Fernández y González: principales coordenadas literarias», en Manuel Fernández y González, El condestable don Álvaro de Luna, Valencina de la Concepción (Sevilla), Renacimiento, 2021, pp. 89-106, quien recientemente ha defendido su tesis doctoral sobre Fernández y González en la Universidad de Cádiz: Reescritura y reelaboración de los mitos e imaginarios españoles a través de las novelas de Manuel Fernández y González, dirigida por Marieta Cantos Casenave y Beatriz Sánchez Hita.

[2] Sobre la novela por entregas y la novela popular del xix, ver Juan Ignacio Ferreras, La novela por entregas 1840-1900 (Concentración obrera y economía editorial), Madrid, Taurus, 1972; Jean-François Botrel, «La novela por entregas: unidad de creación y consumo», en Jean-François Botrel y Serge Salaun (eds.), Creación y público en la literatura española, Valencia, Castalia, 1974, pp. 111-155; Leonardo Romero Tobar, La novela popular española del siglo XIX, Madrid, Ariel, 1976; Emilio Palacios Fernández, «La novela por entregas», en Emilio Palacios Fernández (coord.), Historia de la literatura española e hispanoamericana, vol. V, Madrid, Orgaz, 1980, pp. 85-119; y Juan Ignacio Ferreras, La novela en España: historia, estudios y ensayos. 4, Siglo XIX, Segunda parte (1868-1900), pp. 13-207 (en las pp. 55-62 explica «El oficio de autor por entregas» a partir de una selección de 28 especialistas en el subgénero).

[3] Juan Ignacio Ferreras, La novela en España: catálogo de novelas y novelistas españoles. Siglo XIX, p. 243.

[4] Ver Carlos Mata Induráin, «Cervantes a lo folletinesco: El manco de Lepanto (1874), de Manuel Fernández y González», en Carlos Mata Induráin (ed.), Recreaciones quijotescas y cervantinas en la narrativa, Pamplona, Eunsa, 2013, p. 168.

[5] Hernández Girbal, Una vida pintoresca, pp. 163-164.

[6] Ver Hernández Girbal, Una vida pintoresca, pp. 294. Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Excesos, desmesuras y extravagancias en una novelesca recreación cervantina: El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra (c. 1876-1878) de Manuel Fernández y González», Cervantes. Bulletin of the Cervantes Society of America, volume 42, number 1, Spring 2022, pp. 151-173.