El villancico «Canta, gallo, canta…» de Rodrigo de Reinosa

¡Aleluya, Aleluya,
ha nacido el Salvador!

Rodrigo de Reinosa, pseudónimo del bachiller Rodrigo de Linde (Reinosa, Cantabria, c. 1450-c. 1530), es poeta conocido por ser el creador de la lírica germanesca en lengua castellana. Ha sido estudiado por José María de Cossío, quien le dedicó un volumen en la Antología de escritores y artistas montañeses[1]. La primera obra impresa con su nombre, aunque perdida, es el Cancionero de Rodrigo de Reinosa de coplas de Nuestra Señora (Barcelona, 1513). Por otra parte, se le ha atribuido un Cancionero de Nuestra Señora, impreso tardíamente (León, 1612), pero tal atribución resulta problemática. Rodrigo de Reinosa fue muy popular en su época y sus composiciones se nos han conservado en distintos cancioneros y a través de pliegos sueltos. En sus poemas da entrada a personajes populares como rufianes, prostitutas, pastores, comadres, venteros, negros, etc. Cultivó también el tema navideño; al decir de Gerardo Diego, lo trata

de diversos modos y con variedad de intenciones. Una veces, anacrónica y deliciosamente, como en la letrilla a la Virgen para que abrigue al Niño con una de las dos mortajas de Lázaro, con la media capa de San Martín, el manto de Elías o el velo del Templo. Otras de manera un tanto conceptuosa y refinada. O como en el romance «Al Nacimiento», lleno de sagrado estupor. O bien, y es quizá su más tierna inspiración, cantando sobre el estribillo popular la inminencia del parto virginal[2].

Este último comentario se refiere al villancico que copio hoy, en el que la voz lírica corresponde a san José, que se dirige en apóstrofe al gallo (vv. 1-2), para que anuncie el amanecer del nuevo día; y luego ya, durante el resto de la composición, a su esposa María, cuyo vientre está  a punto de florecer con el nacimiento del Niño-Dios:

Canta, gallo, canta,
cata[3] que amanece;
y tú, Virgen Santa,
tu vientre florece[4].

El parto es llegado
de nuestra esperanza;
que Dios encarnado
nació sin dudanza;
por donde se alcanza
el bien que parece[5];
tu vientre florece.

A la media noche
acá entre nos
sin ningún reproche
nació hombre y Dios;
pues, Señora, a nos
por vos tal contece[6],
tu vientre florece.

Según me decíais,
y a mí me dijeron,
estas profecías
en vos se cumplieron;
pues vos escogieron[7]
porque Adam padece,
tu vientre florece.

Pues Dios nos echó
en este portal
do el Niño nació
por lo humanal;
en este arrabal,
con frío que crece,
tu vientre florece.

Si quieres que vaya
partera[8] a buscar,
el gabán y sayo
os quiero dejar;
en pobre lugar
todo esto acaece;
tu vientre florece.

Mientras vo[9], Señora,
partera a buscar,
quered vos agora
sola consolar:
no queráis llorar,
que a mí me entristece;
tu vientre florece.

Lumbre no tenemos
ni leña ninguna,
ni tampoco habemos[10]
mantillas ni cuna;
pues nuestra fortuna
todo esto merece,
tu vientre florece.

Con terrible invierno
y noche lloviosa[11],
sin ningún gobierno,
con pena penosa,
consuélate, Esposa,
aunque algo fallece[12];
tu vientre florece[13].

Adoración_de_los_pastores_Bonifazio_Veronese
Adoración de los pastores, de Bonifazio Veronese.


[1] Rodrigo de Reinosa, selección y estudio de José María de Cossío, Santander, Librería Moderna, 1950. Ver también Stephen Gilman y Michael J. Ruggerio, «Rodrigo de Reinosa and La Celestina», Romanische Forschungen, 73, 1961, pp. 255-284; La poesía de Rodrigo de Reinosa, estudio y ed. de José Manuel Cabrales Arteaga, Santander, Institución Cultural de Cantabria, 1980; Rodrigo de Reinosa, Poesía de germanía, ed. de María Inés Chamorro Fernández, Madrid, Visor, 1988; y, más reciente, Rodrigo de Reinosa, Obra conocida, ed. de Laura Puerto Moro, San Millán de la Cogolla, Cilengua, 2010.

[2] Gerardo Diego, La Navidad en la poesía española, Madrid, Ateneo, 1953, pp. 19-20.

[3] cata: mira, date cuenta.

[4] florece: haz florecer.

[5] parece: aparece, se presenta.

[6] contece: acontece, sucede.

[7] pues vos escogieron: Diego lee este verso «pues a vos escogieron», largo; enmiendo para regularizar la medida del hexasílabo.

[8] partera: cambio la lectura de Diego, partero, por partera, como figura luego en el v. 41.

[9] vo: voy.

[10] habemos: tenemos.

[11] lloviosa: forma usual en la lengua antigua, con vacilación en la vocal átona.

[12] fallece: falta.

[13] Diego, La Navidad en la poesía española, pp. 20-22. Retoco ligeramente la puntuación y destaco en cursiva la cabeza del villancico y el verso repetido como estribillo. Diego cierra su comentario sobre este villancico con una nota humorística, en guiño regional: «Bien se echa de ver que este San José, disfrazado bajo el capote recio y pardo de Rodrigo de Reinosa, conocía bien las noches cerradas de cellisca y ventisca en Campóo de Suso» (p. 22).

«Vivo sin vivir en mí», de Santa Teresa de Jesús

Continuaremos hoy el examen de las poesías de Santa Teresa de Jesús recordando una de sus composiciones más famosas y conocidas, la que glosa «Vivo sin vivir en mí…». Pero antes recordaremos lo que sobre su producción poética en general han escrito Felipe Pedraza Jiménez y Milagros Rodríguez Cáceres:

Tiene, además, algunas composiciones en verso. Son, casi siempre, cancioncillas hechas con motivo de alguna festividad religiosa o para alegrar a sus monjas. Existen testimonios coetáneos de la gran facilidad y gracia que tenía la santa para improvisar este tipo de versos.

En realidad son muy pocas; se llegan a computar unas cuarenta pero la atribución de la mayor parte de ellas es más que dudosa. El motivo de esta inseguridad hay que buscarlo en que no estaban destinadas a la impresión sino que circulaban por tradición oral entre los conventos de la orden. No se recopilaron hasta el siglo XVIII.

Son glosas, canciones y villancicos escritos en metros tradicionales. Muchas veces aprovecha estribillos religiosos o profanos trasladados a lo divino. En ellas aparecen todos los temas tópicos de los cancioneros de los siglos XV y XVI: el cazador, el alba y la vela de amor, el servicio amoroso…, así como las antítesis de las que tanto gusta el género.

La más celebre es una glosa de «Vivo sin vivir en mí» y el villancico «Véante mis ojos», pero tanto una como otro son de dudosa atribución. En cualquier caso, las poesías que se le atribuyen, aunque algunas no sean suyas, responden perfectamente a su estilo personal[1].

Santa Teresa de Jesús

Sobre el «Vivo sin vivir en mí» explica el padre Tomás Álvarez que es

Poema compuesto sobre la base de una letrilla vuelta a lo divino. Las estrofas glosan varios pensamientos o sentimientos «paulinos» que la Autora vive intensamente como propios. El poema es probablemente coetáneo del que compuso san Juan de la Cruz, inspirado en la misma letrilla (hacia 1572)[2].

Su texto dice así:

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puso en él este letrero:
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Solo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga;
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Solo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que solo me resta
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva;
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero[3].


[1] Felipe Pedraza Jiménez y Milagros Rodríguez Cáceres, Manual de literatura española, vol. II, Renacimiento, Tafalla, Cénlit, 1980, p. 485.

[2] En Santa Teresa de Jesús, Obras completas, ed. de Tomás Álvarez, 16.ª ed., Burgos, Monte Carmelo, 2011, p. 1356, nota.

[3] Cito por Santa Teresa de Jesús, Obras completas, ed. de Tomás Álvarez, núm. 1, pp. 1356-1357, con ligeros retoques en la puntuación.