«“Él se hizo uno de tantos”», soneto de Pedro Casaldáliga

Pedro Casaldáliga Pla (Balsareny, Barcelona, 1928-Batatais, São Paulo, 2020) fue un sacerdote claretiano, vinculado a la corriente de la teología de la liberación, que vivió buena parte de su vida en Brasil. Desde 1971 fue obispo de São Félix do Araguaia (estado de Mato Grosso), diócesis desde la que defendió los derechos de los menos favorecidos (fue conocido como «el obispo de los pobres»). Teólogo y poeta, entre los libros de poesía de Casaldáliga se cuentan Llena de Dios y de los hombres (1965), Clamor elemental (1971), Tierra nuestra, libertad (1974), Experiencia de Dios y pasión por el pueblo (1983), Fuego y ceniza al viento. Antología espiritual (1984), Cantares de la entera libertad. Antología para la Nueva Nicaragua (1984), El tiempo y la espera (1986), Todavía estas palabras (1989), Llena de Dios, y tan nuestra. Antología mariana (1991) o Sonetos neobíblicos, precisamente (1996).

El poema que transcribo hoy se publicó en su poemario El tiempo y la espera (Santander, Sal Terrae, 1986), donde figura con el título «Versión de Dios» (véase el v. 14). Posteriormente, se recogió en Sonetos neobíblicos, precisamente (Managua, Editorial Lascasiana, 1996; Buenos Aires, Editorial Claretiana, 1996; Madrid, Nueva Utopía, 1996; São Paulo, Editora Musa, 1996), con el nuevo título de «“Él se hizo uno de tantos”». Todo el soneto constituye un intento de explicación poética de la naturaleza humana de Cristo, Dios hecho hombre («nuestro barro breve», v. 1; «se hace menor que el libro y la utopía», v. 6; «El Unigénito venido a menos», v. 9, que tiene las manos y los pies «de tierra llenos», v. 12, y «rostro de carne», v. 13) cuando «rompe, infantil, del vientre de María» (v. 8; entiéndase aquí rompe con el significado de ʻcomienza, empiezaʼ, esto es, ʻnaceʼ). En fin, el último verso, «¡versión de Dios en pequeñez humana!», constituye una bella formulación que sintetiza el concepto teológico de la unión hipostática de Cristo, quien reúne en su persona las dos naturalezas, divina y humana (es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre).

En la oquedad de nuestro barro breve
el mar sin nombre de Su luz no cabe.
Ninguna lengua a Su verdad se atreve.
Nadie lo ha visto a Dios. Nadie lo sabe.

Mayor que todo dios, nuestra sed busca,
se hace menor que el libro y la utopía,
y, cuando el Templo en su esplendor Lo ofusca,
rompe, infantil, del vientre de María.

El Unigénito venido a menos
traspone la distancia en un vagido;
calla la gloria y el amor explana;

Sus manos y Sus pies de tierra llenos,
rostro de carne y sol del Escondido,
¡versión de Dios en pequeñez humana![1]


[1] Lo cito por la antología Porque esta noche el Amor. Poesía navideña del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997, p. 156.

«Soy Adviento», soneto de Pedro Miguel Lamet, SJ

Que se rompan las cadenas,
que se cante libertad:
el Señor nos va a salvar.
Sanará nuestras heridas,
nuestro miedo y soledad:
Él será nuestra paz.

(Carmelo Erdozáin, «Abre tu tienda al Señor»,
Nuevos cantos de Adviento y Navidad, 1986)

Este cuarto domingo de Adviento nos deja ya a las puertas de la Navidad. Llegamos, pues, al final de este esperanzado camino que nos sirve de preparación para conmemorar la venida al mundo del Mesías Salvador, el Redentor del género humano. Y para cerrar este ciclo poético del Adviento 2024, traigo hoy el soneto «Soy Adviento», del jesuita Pedro Miguel Lamet[1], que dice así:

Hombre en una montaña con el sol al fondo

¡Cómo me gusta andar por los caminos,
sentir bajo mis pies latir al mundo,
mirar al horizonte en lo profundo
y respirar el aire de los pinos!

¡Cómo me calma de mis desatinos
marchar de paso como un vagabundo,
mientras, sin pensar, los ojos hundo
en reflejos de amores tan divinos!

Pues de pronto comprendo iluminado
que en caminar consiste nuestra vida
hacia la luz del gran descubrimiento,

puesto que andando advierto que he llegado;
y en el buscar presiento la venida.
Nací para esperar, pues soy Adviento[2].


[1] Lamet es autor de un hermoso tríptico de sonetos de Adviento, dedicados a «Isaías», «María» y «Juan el Bautista», incluidos en su libro La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad, Bilbao, Ediciones Mensajero, 2016, pp. 71-73.

[2] Publicado por el autor, el 28 de noviembre de 2024, en Religión Digital, bajo el título «Un soneto para la esperanza: Soy Adviento», de donde lo tomo.

Sevilla literaria: «Giralda», soneto de Gerardo Diego

Vamos viendo que el tema de Sevilla en la literatura se hace muy presente, en todos los géneros, desde la Edad Media hasta nuestros días. Recientemente hemos traído al blog un soneto del marqués de Santillana en loor de la ciudad hispalense y el soneto «La caseta de feria», de Manuel Machado, y hay también abundantes entradas sobre este último poeta sevillano y sobre su hermano Antonio Machado.  Hoy copiaré el soneto «Giralda» de Gerardo Diego, que es el poema 2 de la primera sección de su poemario Alondra de verdad (Madrid, Ediciones Escorial, 1941). El propio poeta nos ofrece esta detallada explicación:

Compuesto en Gijón, 1926. Y ofrecido para su publicación en la revista de Sevilla Mediodía. Mis ojos estrenaron Sevilla en la Semana Santa de 1925. Una de mis primeras visiones fue la de la Giralda, ofrecida súbitamente a mis miradas que vagaban distraídas al nivel de la calle, «al contraluz de luna limonera». La impresión fue muy intensa y tan maravillada que recuerdo que una de las agujas de la catedral fue, durante unos instantes, para mí el más incólume de los cipreses. Meses después trabajaba laboriosamente el soneto que en la primera versión enviada a Mediodía llevaba este segundo cuarteto:

¿Qué te dice la hermana de la orilla
—azulejo oro y moro—? ¿Se querella
de tu esbeltez o de tu piel doncella,
toda naranja al sol que se te humilla?

Un escrúpulo de unidad me llevó a sustituir la alusión a la torre del Oro por la forma definitiva, que aún llegó a tiempo para la impresión en la revista.

En otro viaje a Sevilla me contaron los amigos que un ilustre erudito hispalense lamentaba mi error arqueológico al llamar mudéjar a la Giralda en lugar de almohade. Y tenía muchísima razón. Sólo que no había tal error. Pues aparte de que ningún poeta le cantaría a la Giralda aunque le aspasen «yo almohade te quiero y no cristiana», en mi caso mis precarios conocimientos de Historia del Arte («notable» nada más en las aulas salmantinas) alcanzaban hasta esa precisión. Pero al «quererla» mudéjar —que no es decir que lo sea— pretendía, claro es, humanizarla, viva, islámica y sin conversión o apostasía en tierra de cristianos, esto es, mudéjar.

Finalmente, un querido amigo prefiere cortar por lo sano y recita el debatido verso así: «Ni mudéjar te quiero ni cristiana». Variante que si mejora tal vez en energía retórica, en cambio rinde demasiado abstracta la geometría —que yo quiero aún humana— del verso final[1].

Vista de Sevilla y la Giralda

El texto es como sigue:

Giralda en prisma puro de Sevilla
nivelada del plomo y de la estrella,
molde en engaste azul, torre sin mella,
palma de arquitectura sin semilla.

Si su espejo la brisa enfrente brilla,
no te contemples —ay, Narcisa— en ella,
que no se mude esa tu piel doncella,
toda naranja al sol que se te humilla.

Al contraluz de luna limonera,
tu arista es el bisel, hoja barbera
que su más bella vertical depura.

Resbala el tacto su caricia vana.
Yo mudéjar te quiero y no cristiana.
Volumen nada más: base y altura[2].


[1] Explicación del autor en Gerardo Diego, Obras completas. Poesía, Tomo I, edición preparada por Gerardo Diego, edición, introducción, cronología, bibliografía y notas de Francisco Javier Díez de Revenga, Madrid, Alfaguara, 1989, pp. 488-489.

[2] Cito por Gerardo Diego, Obras completas. Poesía, Tomo I, p. 433.

Sevilla literaria: un soneto del marqués de Santillana en loor de la ciudad hispalense

Ya en el blog ha tenido cabida la materia relacionada con la presencia Sevilla en la literatura, a través de entradas dedicadas a destacados escritores sevillanos como los hermanos Antonio Machado y Manuel Machado. Ahora bien, cabe abordar también la temática específica de la «Sevilla literaria», esto es, composiciones literarias dedicadas —en todo o en parte— a la evocación y el elogio de la ciudad hispalense.

Catedral de Sevilla, con la Giralda.

Tales evocaciones se retrotraen a la literatura de la Edad Media, como sucede en esta composición de Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana (1398-1458), «Otro soneto quʼel Marqués fizo en loor de la ciudad de Sevilla quando él fue a ella en el año de cincuenta e çinco»; es el XXXII de sus Sonetos al itálico modo —conservados en el manuscrito 2655 de la Biblioteca Universitaria de Salamanca, primer intento de adaptación a la poesía castellana de esta composición poética—, y dice así:

Roma en el mundo e vos en España
soys solas çibdades çïertamente[1],
fermosa Yspalis[2], sola por fazaña,
corona de Bética[3] exçelente.               

   Noble por hedifiçios, non me engaña
vana apparencia, mas judgo patente
vuestra grand fama aún non ser tamaña[4]
quan loable soys a quien lo sïente.                   

    En vos concurre venerable clero,
sacras reliquias, sanctas religiones[5],
el braço militante caballero,

    claras estirpes, diversas nasçiones,
fustas sin cuento[6]; Hércules primero,
Yspán e Julio[7] son vuestros patrones[8].


[1] soys solas çibdades çïertamente: ʻsolo Roma—cabeza de la cristiandad—, y vos, Sevilla sois verdaderamente ciudadesʼ; es decir, todas las demás ciudades del mundo no tienen comparación con estas dos.

[2] Yspalis: Hispalis, nombre antiguo de Sevilla.

[3] Bética: denominación de la antigua región del sur peninsular, en la división administrativa de la Hispania romana.

[4] tamaña: sentido etimológico, tam magna, ʻtan grandeʼ.

[5] religiones: órdenes religiosas.

[6] fustas sin cuento: naves incontables; recuérdese que el Guadalquivir era navegable y Sevilla era, por tanto, un importante puerto fluvial. Desde 1492, con el descubrimiento del Nuevo Mundo, Sevilla se convertiría en puerto y puerta de América.

[7] Hércules primero, / Yspán e Julio: se consideraba que Hércules fue el fundador de Hispalis e Hispán, su sobrino, le sucedió en el gobierno de la ciudad. Según otra leyenda, Julio César mandó poblar la urbe hispalense.

[8] Cito por Poesía medieval, ed. de Víctor de Lama, Barcelona, Penguin Random House Grupo Editorial, 2018, p. 210. Puede consultarse también la edición clásica de Maxim P. A. M. Kerkhof (Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, Comedieta de Ponça. Sonetos al itálico modo, Madrid, Cátedra, 1986).

«Plaza del Castillo», soneto de Jesús Mauleón

En entradas anteriores he transcrito los sonetos «Obrero andaluz», «A Miguel Hernández, pastor de Orihuela» y «Madre» de Jesús Mauleón (1936-2024), pertenecientes a La luna del emigrante, a Pie en la cima de sombra y a De aquí y de allá, respectivamente, y también el poema «Sed de Dios (Salmo 63)», de su poemario Salmos de ayer y hoy. El soneto que copio hoy se publicó en 1977, en el número 2 de Río Arga. Revista navarra de poesía, y en Obra poética 1954-2005 es el tercer poema de la sección «Río Arga abajo» del volumen Río Arga abajo y otros poemas (no publicado como poemario exento). Está dedicado a la Plaza del Castillo de Pamplona, verdadero cuarto de estar, no solo de los pamplonicas, sino de todos los navarros. Cabe destacar en esta composición, además de la perfecta cadencia de los endecasílabos, la acumulación de léxico del campo (sementera, robada, sembrado, tierra, semilla, parcela, era, trillo, trillar, mies…).

Plaza del Castillo (Pamplona)

¡Cuarto de estar de un pueblo que fundido
desde el Norte y el Sur hace su entrada,
sala de intimidad, olla cuadrada
donde Navarra hierve en diario ruido!

Allí encontraron sementera y nido
Pirineo y Bardena soleada,
y ahora le crece ya en cada robada[1]
un sembrado de luz, en luz crecido.

Aunque la llaman Plaza del Castillo,
este pueblo de tierra y de semilla
la ve parcela fiel, cuadrada era.

Aliada con el sol y con el trillo,
en su regazo junta, dora y trilla
la mies de la Montaña y la Ribera[2].


[1] robada: en Navarra, «Medida agraria equivalente a 8 áreas y 98 centiáreas» (DLE).

[2] Cito por Jesús Mauleón, Obra poética (1954-2005), introducción de Tomás Yerro, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Cultura y Turismo / Institución Príncipe de Viana), 2005, p. 421.

«Madre», soneto de Jesús Mauleón

En entradas anteriores he transcrito los sonetos «Obrero andaluz» y «A Miguel Hernández, pastor de Orihuela» de Jesús Mauleón (1936-2024), pertenecientes a La luna del emigrante y a Pie en la cima de sombra, respectivamente, y el poema «Sed de Dios (Salmo 63)», de su poemario Salmos de ayer y hoy. La composición que traigo hoy introduce otra temática cara al sacerdote-poeta de Arróniz (Navarra), la de la madre. Este poema (un soneto, forma poética tradicional, también muy cultivada por Mauleón), titulado precisamente así, «Madre», se integra en la sección III, «Profundo hogar y pozo de la vida», de De aquí y de allá, conjunto de poemas no publicado como volumen exento, sino que se incorpora como tal poemario en la edición del año 2005 de su Obra poética (1954-2005).

Madre e hijo

El 29 de abril de 2011 el autor lo reproducía en una entrada en Libertad Digital, «Versos en el Día de la Madre», con este comentario: «Me cupo la suerte de tener una madre normal. Es decir, maravillosa. Seguro que muchos lectores, con la misma suerte que yo, podrán hacer suyo el soneto siguiente». Y dice así:

Profundo hogar y pozo de la vida,
abierto amanecer, copiosa puerta,
casa para tus hijos siempre abierta,
nido con sol, estrella detenida.

Fuego para vivir, casa encendida,
eres en tus ventanas luz alerta;
si es de noche y de frío, hoguera cierta,
y ternura de pan, de amanecida.

Sin ti muere sin flor la primavera,
se muere sin calor de ti el verano,
arde contigo el sol en el invierno.

A florecer y a amar vas tan certera,
que en los jardines de tu cielo humano
crecen la vida y el amor eterno[1].


[1] Cito por Jesús Mauleón, Obra poética (1954-2005), introducción de Tomás Yerro, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Cultura y Turismo / Institución Príncipe de Viana), 2005, p. 410.

«A Miguel Hernández, pastor de Orihuela», soneto de Jesús Mauleón

Ayer transcribí aquí el soneto «Obrero andaluz» de Jesús Mauleón (1936-2024), perteneciente a La luna del emigrante, buen reflejo de la temática social presente en ese primer poemario del sacerdote-poeta de Arróniz (Navarra). Traigo hoy otro soneto, este perteneciente a su segundo libro de poemas, Pie en la cima de sombra, que es un lírico homenaje «A Miguel Hernández, pastor de Orihuela».

Miguel Hernández

Dice así:

Por una senda van los hortelanos[1],
por otra va el pastor que sufre y vela
cantando por los campos de Orihuela
y apacentando lutos soberanos.

Las palabras —dos hondas en sus manos—
hace zumbar en furia paralela,
hiriendo el corazón y la entretela
con pedradas de cantos sobrehumanos.

Coge el libro, Miguel, deja el cayado,
pues se te arde la sangre con un bando
de mastines aullándote en la entraña.

En pie de llanto pones el ganado.
Canta poeta, que por ti balando
van todos los rebaños por España[2].


[1] Este primer verso, destacado en cursiva en el original (aquí en redonda), retoma el inicial del Soneto 26 de El rayo que no cesa (Madrid, Héroe, 1936), de Miguel Hernández, que fue musicado por Amancio Prada (Vida e morte, 1974): «Por una senda van los hortelanos, / que es la sagrada hora del regreso, / con la sangre injuriada por el peso / de inviernos, primaveras y veranos. // Vienen de los esfuerzos sobrehumanos / y van a la canción, y van al beso, / y van dejando por el aire impreso / un olor de herramientas y de manos. // Por otra senda yo, por otra senda / que no conduce al beso aunque es la hora, / sino que merodea sin destino. // Bajo su frente trágica y tremenda, / un toro solo en la ribera llora / olvidando que es toro y masculino».

[2] Jesús Mauleón, Pie en la cima de sombra, Pamplona, Garrasi, 1986, prol. de Tomás Yerro Villanueva, p. 110.

«Obrero andaluz», soneto de Jesús Mauleón

Vaya para hoy este poema de Jesús Mauleón, «Obrero andaluz», perteneciente a La luna del emigrante (Palencia, Artes Gráficas Colón, 1968), número 65 de la colección «Rocamador», al cuidado de José María Fernández Nieto. Este libro nació de los años de estudios de Mauleón en Alemania. Es la última composición de la primera sección del poemario, titulada «La luna del emigrante (Tus desterrados hijos)» y va fechado «(Duisburgo, 2 En. 1962)». En una entrada de Libertad Digital, del 4 de mayo de 2007, el propio poeta escribía este comentario para acompañar al texto del poema:

Toda emigración es desarraigo. No se pueden transplantar las raíces, y el árbol, el emigrante, se desangra en la nueva plantación. Hombres de color atraviesan el mar y se aventuran hacia las islas. El sur hacia el norte, más próspero. España hacia Alemania antes, africanos hacia la península hoy… Con las manos, los pies y la garganta se puede cantar y bailar un cántico antiguo en tierra extraña (salmo 136), sevillanas o blues. «En la orilla del Rin y de los ríos / colgamos las guitarras…».

Obreros españoles en la fábrica de Volkswagen en Kassel (Alemania). Foto del Centro de Interpretación de Emigrantes y Retornados de Andalucía (CIERA).

El soneto —de gran perfección formal, como es usual en el poeta-sacerdote navarro— dice así:

Dejaste las raíces en lo hondo
de un olivar de gracia y señorío
y hoy en suelo alemán sueñas sombrío,
árbol truncado y sin rumor de fondo.

Te dieron nieblas por el sol redondo,
y ahora a tu tronco se le duerme el brío.
Tiembla tu oliva y hace tanto frío
que a lo lejos se hiela el cante jondo.

Ay, faraón, tan lejos de la corte,
rondan tu corazón con su mareo
la cerveza y la bruma gris del Norte;

ya no acude a tus palmas el jaleo,
y se te viene a tierra sin soporte
el rito señorial del taconeo[1].


[1] Jesús Mauleón, La luna del emigrante, Palencia, Artes Gráficas Colón, 1968, p. 25.

«Muchedumbre Federico», de Francisco Javier Irazoki

Muchas son las evocaciones poéticas a modo de semblanza y homenaje dedicadas a Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, Granada, 5 de junio de 1898-camino de Víznar a Alfacar, Granada, 18 de agosto de 1936).

Retrato de Federico García Lorca coloreado por Rafael Navarrete. Colección Rafael Navarrete.
Retrato de Federico García Lorca coloreado por Rafael Navarrete. Colección Rafael Navarrete.

Vaya para hoy, aniversario del asesinato del escritor, este poema, «Muchedumbre Federico», de Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954). Se trata de un soneto de alejandrinos (forma estrófica tradicional que solo por excepción encontramos en la producción poética de Irazoki), que en el volumen que recoge su poesía completa forma la sección Un poema suelto y está fechado en «Nueva York, 2011»:

Entre las multitudes viene el nombre que espero;
sus letras son de un hombre que en mi mente camina,
aunque fuera abatido con disparo de inquina
a los pies de su patria de afecto carcelero.

En Nueva York lo he visto cerca del aguacero
de los desamparados que forman la colina
desde la que contempla cuanto muere o germina
y una luz de monedas contra lo verdadero.

Llamarse Federico, caído de repente
al plato de un mendigo de nuestra indiferencia;
de un saxo va saliendo su muerte suavemente.

Múltiple y solitaria se siente su presencia
que siempre silenciosa baja por la pendiente
de todos los barrancos y de cada conciencia[1].


[1] Cito por Francisco Javier Irazoki, Los descalzos. Poesía completa (1976-2023), Madrid, Hiperión, 2023, p. 343. La importancia simbólica de la multitud, la muchedumbre, en Poeta en Nueva York es bien conocida («Paisaje de la multitud que vomita (Anochecer en Coney Island)», «Paisaje de la multitud que orina. Nocturno de Battery Place»…), y el propio Federico la explicitaba en la conferencia-recital de su poemario («Y lo terrible es que toda la multitud que lo llena [Wall Street] cree que el mundo será siempre igual, y que su deber consiste en mover aquella gran máquina día y noche y siempre. […] / Y la multitud. Nadie puede darse cuenta exacta de lo que es una multitud neoyorquina; es decir, lo sabía Walt Whitman que buscaba en ella soledades, y lo sabe T. S. Eliot que la estruja en un poema, como un limón, para sacar de ella ratas heridas, sombreros mojados y sombras fluviales. / Pero, si a esto se une que esa multitud está borracha, tendremos uno de los espectáculos vitales más intensos que se pueden contemplar. / Coney Island es una gran feria a la cual los domingos de verano acuden más de un millón de criaturas. Beben, gritan, comen, se revuelcan y dejan el mar lleno de periódicos y las calles abarrotadas de latas, de cigarros apagados, de mordiscos, de zapatos sin tacón. Vuelve la muchedumbre de la feria cantando y vomita en grupos de cien personas apoyadas sobre las barandillas de los embarcaderos, y orina en grupos de mil en los rincones, sobre los barcos abandonados y sobre los monumentos de Garibaldi o el soldado desconocido. […] / El rumor de esta terrible multitud llena todo el domingo de Nueva York golpeando los pavimentos huecos con un ritmo de tropel de caballo. / La soledad de los poemas que hice de la multitud riman con otros del mismo estilo que no puedo leer por falta de tiempo…»). Sobre este tema específico, me limitaré a remitir ahora, entre otros trabajos posibles, a René Araya Alarcón, «Configuración del flâneur en Poeta en Nueva York de F. García Lorca», Alpha (Osorno), 34, 2012, pp. 25-42; y a Tatiana Suárez Turriza, «El flâneur y la multitud en la ciudad mundo de García Lorca», Iztapalapa. Revista de ciencias sociales y humanidades, 93, 2022, pp. 307-328.

«A Don Miguel de Cervantes Saavedra», tríptico de sonetos de Abel Alarcón de la Peña

El abogado boliviano Abel Alarcón de la Peña (La Paz, 1881-Buenos Aires, 1954) fue novelista y poeta. Ejerció la docencia en universidades de diversos países: primero en La Paz, y luego en Santiago de Chile (1920-1922), en Estados Unidos (1923-1925) y en Austria (1932-1934). Tras regresar a Bolivia en 1935, fue director de la Biblioteca Nacional, jefe de la Sección Consular del Ministerio de Relaciones Exteriores y secretario, hasta su muerte, de la Academia Boliviana de la Lengua. Cultivó la novela histórica con títulos como En la corte de Yahuar-Huacac: novela original incaica (1916), California la bella (1926) y Érase una vez… Historia novelada de la Villa Imperial (1935). Libros de poesía son Pupilas y cabelleras (1904), El Imperio del Sol (1909), Relicario (1919) o A los genios del Siglo de Oro (1948). Entre sus volúmenes de relatos cabe citar Insomnio (1905), De mi tierra y de mi alma (1906) y la recopilación Cuentos del viejo Alto Perú (1936). En el terreno del ensayo es autor de La literatura boliviana, 1545-1916 (1917) y de la miscelánea Cuadros de dos mundos (1949)[1].

De entre su producción literaria, me interesa destacar ahora su composición «A don Miguel de Cervantes Saavedra. Su vida. Su obra. Su gloria». Se trata de un tríptico de sonetos que se publicó en La Razón de La Paz, el 12 de octubre de 1947, con ocasión del IV Centenario del nacimiento del escritor[2]. La primera de las tres composiciones es la dedicada a «Su vida»; los dos versos iniciales destacan la «existencia azacanada» de Cervantes y lo presentan «fuerte en la lucha, digno en el quebranto»; los doce restantes ponen de relieve sobre todo su heroica participación en la batalla de Lepanto (ocurrida el 7 de octubre de 1571):

Gran varón de existencia azacanada,
fuerte en la lucha, digno en el quebranto,
con Juan de Austria[3] te hallaste en la alborada[4]
de aquel rútilo[5] día de Lepanto,

cuando anunció victoria coronada
un torbellino azul todo hecho canto,
y el turco vio en pedazos a su armada,
y entre velas huyó lleno de espanto.

El arma del infiel te abrió en el pecho
dos heridas, cual fueran dos claveles,
y perdiste, «por honra del derecho»[6]

legado por el Cid[7], la izquierda mano;
con que ayudaste a sumergir bajeles
a don Juan, de la guerra el soberano.

Cervantes en Lepanto

El segundo soneto, «Su obra», lo evoca cautivo en Argel y en la cárcel de Sevilla («Hispalis», v. 6) y califica al Quijote, con expresión quiasmática, como «de ideal realismo unión sublime» (v. 9) y a don Quijote como «un loco que enseña y que redime» (v. 11):

De cada adversidad sacaste lumbre:
por un lustro en Argel hecho cautivo,
tus años, en olvido y pesadumbre,
en dramas resumió tu genio altivo[8].

Más tarde, celda, apenas con vislumbre[9],
de la cárcel de Hispalis[10]: terror vivo,
sima para otros; para ti fue cumbre
que te inspiró tu Hidalgo admirativo[11].

De ideal realismo unión sublime,
es tu novela que deleita al mundo
con un loco que enseña y que redime.

Vives tus seres, sus diversos modos:
eres Sancho, Ginés[12], tu vagabundo,
y de tu varia vida viven todos.

Cabe destacar además la idea de que la experiencia vital del autor alimenta a sus personajes (vv. 12-14).

En fin, el tercero, «Su gloria», califica la obra de Cervantes como «mirífica expresión del Siglo de Oro» (v. 2) y recuerda en los vv. 9-11 los dos principales vínculos cervantinos con Bolivia, a saber: las menciones del Potosí en el Quijote y la demanda del cargo de Corregidor de la Paz. Este es el texto:

Tu obra es alcázar de arte, dulce asilo,
mirífica[13] expresión del Siglo de Oro
que vierte al orbe en su faustoso[14] estilo
de nuestro dúctil léxico el tesoro.

Junto al sitial de Homero y el de Esquilo[15]
ves pueblos que te ensalzan, magno coro;
Bolivia, de sus montes por el filo,
te eleva en gratitud himno sonoro.

Que a Potosí das lustre veneciano[16]
y a La Paz un blasón en tu discreta
demanda por regir su pueblo ufano.

Tu alma sidérea claridad[17] expande:
¡Grande en medio los grandes cual poeta!
¡Entre los novelistas tú el más grande!…


[1] Una semblanza del autor puede verse en Luis R. Quiroz, Cervantes y don Quijote en Bolivia: su imperecedero legado. Con ilustraciones y semblanzas de los artistas y escritores que engalanan el presente compendio, La Paz, Correos de Bolivia / PROINSA Industrias Gráficas, 2009, pp. 189-195.

[2] Tomo el texto, con ligeros retoques en la puntuación, de Quiroz, Cervantes y don Quijote en Bolivia, pp. 196-197, donde el título figura como «D. Miguel de Cervantes Saavedra» (sin la preposición A al comienzo).

[3] don Juan de Austria: el hermanastro de Felipe II, que comandaba la Liga Santa contra el turco.

[4] alborada: amanecer.

[5] rútilo: rutilante, brillante.

[6] Compárese Cervantes, Viaje del Parnaso, I, vv. 214-216: «Bien sé que en la naval, dura palestra, / perdiste el movimiento de la mano / izquierda, para gloria de la diestra». En efecto, en aquella batalla Cervantes recibió tres heridas de arcabuz, dos en el pecho y otro en la mano izquierda, que quedó inútil (en ello consistió la manquedad de Cervantes, no en que se la cortaran).

[7] La lucha contra el infiel (v. 9) equipara a Cervantes con el gran guerrero Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.

[8] en dramas resumió tu genio altivo: el cautiverio en Argel dejó honda huella en la producción cervantina, desde la historia intercalada del capitán cautivo en el Quijote hasta —a lo que se alude aquí específicamente— algunas de sus piezas teatrales —comedias de cautivos— como Los tratos de Argel, Los baños de Argel, La gran sultana y El gallardo español. Para el cautiverio de Cervantes en Argel y sus ecos en sus obras es esencial la monografía de María Antonia Garcés, Cervantes en Argel. Historia de un cautivo, Madrid, Gredos, 2005.

[9] apenas con vislumbre: oscura, con poca luz.

[10] Hispalis: sería más correcto «Híspalis» como antiguo nombre de la Sevilla de Hispania, pero ciertamente el ritmo del endecasílabo pide más bien la acentuación «Hispalis», que es la lectura que trae Quiroz y que mantengo.

[11] cumbre / que te inspiró tu Hidalgo admirativo: se hace eco aquí Abel Alarcón de la idea muy extendida de que el Quijote habría sido escrito en la Cárcel Real de Sevilla en 1597 (o en alguna otra prisión, como la de Castro del Río —Córdoba— en 1592), tomando en sentido literal lo que dice Cervantes en el prólogo de la Primera parte del Quijote: «¿Qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?». Ahora bien, engendrar no implica necesariamente ‘escribir, redactar’, sino que puede referirse a ‘imaginar, concebir en el pensamiento’.

[12] Ginés: alusión a Ginés de Pasamonte, el preso más peligroso de los que forman la cadena de galeotes (Quijote, I, 22).

[13] mirífica: admirable, maravillosa.

[14] faustoso: mantengo esta lectura (que recoge el DLE), sin que sea necesario enmendar a «fastuoso».

[15] Homero y Esquilo serían los modelos, respectivamente, de la narrativa (poesía épica) y el teatro.

[16] a Potosí das lustre Veneciano: Cervantes menciona dos veces Potosí en el Quijote; en la primera se trata de una referencia geográfica para connotar ‘lejanía’, en concreto las largas distancias que puede recorrer volando el caballo Clavileño: «De allí le ha sacado Malambruno con sus artes, y le tiene en su poder, y se sirve dél en sus viajes, que los hace por momentos, por diversas partes del mundo, y hoy está aquí y mañana en Francia y otro día en Potosí; y es lo bueno que el tal caballo ni come, ni duerme ni gasta herraduras…» (II, 40); pero es la segunda la que aquí explica el sintagma lustre veneciano, cuando don Quijote se ofrece a pagar dinero por los azotes que Sancho debe darse para desencantar a Dulcinea» y equipara las minas de Potosí con el rico tesoro conservado en la basílica de San Marcos, capilla de los duces venecianos: «Si yo te hubiera de pagar, Sancho —respondió don Quijote—, conforme lo que merece la grandeza y calidad deste remedio [los tres y mil y trescientos azotes que debe darse «en ambas sus valientes posaderas» para desencantar a Dulcinea], el tesoro de Venecia, las minas del Potosí fueran poco para pagarte; toma tú el tiento a lo que llevas mío, y pon el precio a cada azote» (II, 71).

[17] sidérea claridad: claridad sideral, como de estrella.