La «Oda al Altísimo», de Vicente Rodríguez de Arellano

En entradas anteriores he reproducido cuatro sonetos de Vicente Rodríguez de Arellano, los que comienzan comienzan «Huye animoso mísero forzado…»«Dispone, labra y siembra con fatiga…»«Larga carrera amar, la vida breve…»  y «Del halago del vicio seducido…». Traigo hoy al blog otra composición, su «Oda al Altísimo», incluida por Leopoldo Augusto de Cueto en el tomo III de Poetas líricos del siglo XVIII. La oda está formada por diez sextetos lira; en el primero invoca a su musa para que cante «al Hacedor de todo lo criado» (v. 6); en el segundo glosa la creación del mundo, culminada con la creación del hombre, «mística copia de su esencia y nombre» (v. 12). Las seis estrofas siguientes comentan diversos beneficios concedidos por la divinidad al regir sabiamente la naturaleza, así como una serie de características y atributos suyos. La penúltima menciona los espíritus bienaventurados que rodean su trono aclamándolo «¡Oh, Santo, Santo, Santo!» (v. 54). En fin, en la última se dirige en apóstrofe al «Señor omnipotente» (v. 57) para expresar que resulta imposible al hombre cantar dignamente la grandeza de Dios, cosa que solo puede hacer Él siendo lengua de sí mismo.

Amanecer y espigas

Pues ves, ¡oh, musa mía!,
el orden admirable de las cosas,
y cuántas relaciones prodigiosas
encierra su armonía,
canta en tono elevado
al Hacedor de todo lo criado.

A una voz hizo el cielo,
la tierra, el sol, la luna y las estrellas,
brutos, aves y peces, flores bellas,
que ornan el verde suelo;
y por fin hizo al hombre,
mística copia de su esencia y nombre[1].

Crëador increado,
fin y principio[2] de cuanto es, ha sido
y de cuanto será, reconocido
se ve y glorificado
en cuantas criaturas
pueblan la tierra y las esferas puras.

Por él, en la erizada
fría estación, los montes eminentes
se coronan de nieve, que en mil fuentes
y arroyos desatada
por el favonio[3] blando
a los valles desciende murmurando.

Él hace que la aurora
al campo vierta animador rocío;
que espigas dore el abrasado estío,
y que Pomona y Flora[4]
canten sus atributos
con flores bellas y sabrosos frutos[5].

Desde su rico asiento,
arbitro de los bienes y los males,
de los rápidos orbes celestiales
regula el movimiento;
y con frágil arena
del Ponto[6] airado la soberbia enfrena.

De sus manos sagradas
tiene en la diestra la clemente oliva[7],
y en la siniestra el rayo, que derriba
las torres elevadas
y alcázares costosos
que erigen los mortales orgullosos.

Magnífico, insondable,
todo es fecundidad, todo clemencia,
todo justicia, todo providencia,
y en todo es inefable;
pues su ser excelente
cabe en sí mismo, y no en la humana mente.

De bienaventurados
espíritus inmensa muchedumbre
rodea el trono de su excelsa lumbre;
y en su amor abrasados,
con admirable canto
le apellidan[8] «¡Oh, Santo, Santo, Santo!»[9].

¿Quién de tu fortaleza,
de tu bondad y ciencia dignamente
podrá cantar, Señor omnipotente?
Nadie; que en la grandeza
de tu insondable abismo,
eres Tú solo lengua de Ti mismo[10].


[1] mística copia de su esencia y nombre: el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios.

[2] Crëador increado, / fin y principio de cuanto es, ha sido / y de cuanto será: apelativos tópicos aplicados a la divinidad.

[3] favonio: viento suave, céfiro.

[4] Pomona y Flora: la primera es la diosa romana de las frutas y las huertas; la segunda, de las flores y los frutos; ambas connotan ʻfertilidadʼ.

[5] con flores bellas y sabrosos frutos: nótese el quiasmo.

[6] Ponto: era un antiguo dios del mar preolímpico y uno de los dioses primordiales; por antonomasia significa ʻmar profundo, océano, piélagoʼ.

[7] la clemente oliva: símbolo de la paz.

[8] le apellidan: le llaman, le invocan.

[9] «¡Oh, Santo, Santo, Santo!»: cfr. Apocalipsis, 4, 8: «Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir».

[10] Poetas líricos del siglo XVIII, ed. de Leopoldo Augusto Cueto, tomo III, Madrid, Imprenta de los Sucesores de Hernando, 1922 (BAE, 67), p. 549a. Modifico ligeramente la puntuación. En el original todos los versos comienzan con mayúscula. En el último versos añado mayúscula a «Tú» y «Ti».

«Del halago del vicio seducido…», soneto de Vicente Rodríguez de Arellano

En entradas anteriores he reproducido tres sonetos de Vicente Rodríguez de Arellano, los que comienzan «Huye animoso mísero forzado…», «Dispone, labra y siembra con fatiga…» y «Larga carrera amar, la vida breve…», incluidos en sus Poesías varias (1806). Añadiré hoy otro reproducido por Leopoldo Augusto de Cueto en el tomo III de Poetas líricos del siglo XVIII; se trata de un soneto de desengaño (v. 7) en el que el yo lírico, desde el momento presente, evoca los estragos de un pasado dedicado al vicio (v. 1) y a «infames deleites» (v. 4), cuando ya solo le queda llorar amargamente (v. 12), dominado como está por los remordimientos (v. 14).

Hombre desengañado sentado en un banco

Del halago del vicio seducido,
abandoné de la virtud la senda;
viví sin modo, término ni rienda,
en infames deleites sumergido.

Malogré de mi edad lo más sufrido,
huyendo aun los recuerdos[1] de la enmienda;
y el desengaño, en fin, corrió la venda
con que tuve el discurso entorpecido.

Vime; pero me hallé tan diferente,
que era una sombra miserable y vana,
al alto ser del hombre cotejado.

Y ahora, triste, lloro amargamente,
pues de los gustos de mi edad lozana
solo remordimientos me han quedado[2].


[1] huyendo aun los recuerdos: entiéndase el verbo con sentido transitivo; «los recuerdos» es objeto directo de «huyendo».

[2] Poetas líricos del siglo XVIII, ed. de Leopoldo Augusto Cueto, tomo III, Madrid, Imprenta de los Sucesores de Hernando, 1922 (BAE, 67), p. 550b.

Las «Poesías varias» (1806) de Vicente Rodríguez de Arellano (y 4)

Las últimas composiciones de estas Poesías varias son: el «Cuento» que empieza «Un marinero que ocho años…»; el soneto «¿Qué me queda?» (el sujeto lírico se lamenta de que solo le quedan los remordimientos de su pasada juventud de vicios); una «Letrilla satírica», cuyo estribillo es «¿Y qué tenemos con eso?», en la que las figuras satirizadas son el médico matasanos, el cochero enriquecido que se las da de caballero, el pícaro que murmura de honras y vidas ajenas y el hombre que, una vez ha medrado, olvida los favores recibidos; dos fábulas, «El cuerdo y el necio» (romancillo hexasílabo de rima á-a; uno trata de pegar a las moscas con una vara, mientras el otro las atrapa con un plato de miel; y la moraleja es: «Con miel, no con palos, / las moscas se cazan; / lo que no la fuerza, / el agrado alcanza»); y «La águila y el zorro» (en 9 redondillas se cuenta la historia del águila que no puede abrir una ostra para comerla; el zorro le dice que la arroje y, al golpearse, se romperá; así lo hace, pero entonces el zorro se la lleva: «De esta fábula el espejo / nos deja bien avisados, / que de los interesados / nunca es seguro el consejo»); tres epigramas, el que empieza «De un clavel en la frescura…» (Cupido, preso en los labios de Fili); otro cuyo primer verso es «De parto estaba, y penoso…» (el doble sentido de la expresión final sugiere que Lucas es un marido engañado); y «En el jardín de Cupido…» (Irene se ha pinchado con las espinas de unas rosas); en fin, dos «Cuentos», «Una misma habitación…» y «En Cádiz una gitana…», que son de nuevo meras anécdotas o chistes versificados.

Águila y zorro

Sin duda alguna, lo más interesante de estas Poesías varias de Vicente Rodríguez de Arellano son los sonetos, las letrillas a lo Góngora (salvadas, claro está, las distancias) y el romance morisco «Abenzulema». También podrían salvarse algunas de sus composiciones jocosas y burlescas, en las que el autor puede lucirse con juegos de palabras como estos: «Pronto oiréis que perdí / mi flaco vital estambre, / pues no puedo comer de hambre / y el hambre me come a mí» (p. 131); «verme con tantas banderas / me ha de dar alferecía» (p. 133), etc. Terminaré recordando que en el volumen 67 de la BAE, Poetas líricos del siglo XVIII, tomo III, ed. de Leopoldo Augusto de Cueto, Madrid, Imprenta de los Sucesores de Hernando, 1922, pp. 549-553 se seleccionan algunas poesías de este poco conocido escritor navarro, precedidas de una breve «Noticia biográfica»[1].


[1] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Las Poesías varias (1806) de Vicente Rodríguez de Arellano», Río Arga. Revista de poesía, 88, tercer y cuarto trimestre de 1998, pp. 46-51.

Las «Poesías varias» (1806) de Vicente Rodríguez de Arellano (3)

La sección segunda se abre con una oda «Al Excelentísimo Señor Marqués de Santa Cruz en el feliz nacimiento de su primogénito el Excelentísimo Señor Marqués del Viso», poema de circunstancias de escaso interés (son 17 estrofas con rima 7a 7b 7b 7a 7c 11C). En cambio, el soneto «Esperanza perdida», es más notable:

Dispone, labra y siembra con fatiga
próvido agricultor fecundo suelo,
que ofreciendo primicias a su anhelo
le lisonjea en una y otra espiga;

mas tempestad furiosa y enemiga
fuego y piedras arroja desde el cielo,
y a mirar que fue inútil su desvelo
con imprevista crueldad le obliga.

Así yo, ¡ay, triste!, cuando Dios quería,
lisonjeado de amoroso encanto
me vi cercano a un bien que apetecía;

perdile, y la esperanza troqué en llanto:
¡fiero rigor perder en solo un día
lo que cuesta adquirirse tiempo tanto!

Campo de cereal destrozado por el granizo

Figuran después dos anacreónticas más, que son dos romances endecha con rimas á-a e í-a: en «A Laura», la voz lírica, a punto de ser alcanzada por el hijo de Citeres, comenta: «¿Conque no habrá remedio? / Si le hay, hermosa Laura: / escóndeme en tu pecho, / que amor allí no alcanza»; en «Las dos tórtolas», Silvio pide a su amada Idalba que no separé nunca a las dos avecillas que se aman. El soneto que sigue, «¡Qué miseria!», merece ser transcrito:

Larga carrera amar, la vida breve;
duro el principio, y lleno de tormento;
dudoso el acertar y, a par del viento,
es la ocasión precipitada y leve.

Por más que su doctrina blanda apruebe
Cupido de su escuela en el asiento,
mil penas suele dar por un contento,
y éste tan frágil como al sol la nieve.

Verdugo del deseo es la esperanza;
los celos furia son, y luego llega
la posesión del tedio a los umbrales.

Y sin embargo, ¿tanto aplauso alcanza
secta tan vil, en sus engaños ciega?
¡Mísera condición de los mortales!

La «Carta del autor a don Estanislao Solano, su íntimo amigo, quejándose de su olvido» está basada en su comienzo en la enumeración de impossibilia. Son 23 estrofas (sexteto-liras) que riman 7a 7b 7b 7a 7c 11C en las que el yo lírico reprocha a Tansilo que se haya alejado de su amistad, y acaba con la exhortación: «vuelve, ven a mis lazos, / y eternos duren tan amantes lazos». Jocoso es el «Memorial que, en estilo burlesco, compuso el autor para un íntimo amigo suyo…»; en 12 décimas retrata a un personaje que lleva once años ejerciendo de abogado, pasando hambre, tan flaco que sus amigos, para verle, tienen que usar un microscopio…

La canción «A la indiferencia de Celia» es una silva que desarrolla, en sus 6 formas estróficas, los que con sus desdenes va a causar la muerte de su amante Silvio. «El pajarillo consolador» es un romance en á-a: el ave canta a su amada, encerrada en una jaula, y la consuela diciendo que juntos disfrutarán su amor en libertad. Cierta resonancia tuvo su letrilla «Madre, la mi madre» (pp. 146-150), un diálogo entre una niña enamorada de un doncel y su madre, que le advierte que el único remedio para su mal de amores es el matrimonio. Es un romancillo hexasílabo, con rima aguda en é, que fue imitado por Navarro Villoslada, entre otros.

En «Despedida», romance de rima á-e, la voz lírica se despide de las «pastoras del Manzanares» porque su amada Celia (nombre elocuente) está celosa y le pide se aleje para vivir como un solitario: «Solo con mis pensamientos, / ya en el monte, ya en el valle, / cantaré dichas de amores / en mis dulces soledades». Sigue la «Imitación de la célebre canción que se atribuye a Bartolomé Leonardo de Argensola, y empieza “Ufano, altivo, alegre, enamorado”, &c., y es del Doctor Mirademescua»; a lo largo de las seis formas parastróficas de esta silva, el amante de Fílida enumera varios símbolos: una paloma capturada por el gavilán, un caballo que se desboca al estallido de un trueno derribando a su jinete, el viento del norte que desnuda de flores al almendro, el soldado que se acerca a beber a un río y cae herido por un bala perdida y la vid y el olmo separados por cruel segur. Comenta que su corazón amaba,

mas, ¡ay!, que su deseo
fue la paloma viuda y sin empleo,
fue el muerto caminante,
fue el almendro marchito en un instante,
fue el mísero soldado,
la vid cortada, el olmo destrozado,
pues por modos fatales
de todos juntos padeció los males[1].


[1] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Las Poesías varias (1806) de Vicente Rodríguez de Arellano», Río Arga. Revista de poesía, 88, tercer y cuarto trimestre de 1998, pp. 46-51.

Las «Poesías varias» (1806) de Vicente Rodríguez de Arellano (2)

Mucho más interesante es el romance morisco «Abenzulema», que se inicia con la presentación del moro protagonista («El rayo de Andalucía, / el asombro de la guerra, / el honor de los Gazules, / el gallardo Abenzulema») galopando de Coín a Granada. No falta la consabida descripción de armas y vestiduras moriscas, ni la mención de una cifra o emblema, habitual en el género. Le espera la bella Zoraida, a la que su padre va a casar «con un moro mal nacido, / pero rico en gran manera». Abenzulema se topa con un escuadrón de cristianos, mandados por Fajardo de Murcia, que ha capturado en la Vega de Granada a Zoraida y a su padre Aliatar. Pese a la inferioridad numérica, pelea con ellos, y el capitán cristiano elogia el arrojo del moro: «Valiente eres, africano, / gallardamente peleas; / en tu empeño reconozco / tu virtud y tu nobleza» (nos recuerda las palabras del moro cautivo a «aquel capitán de Orán» en el famoso romance de Góngora «Entre los sueltos caballos / de los vencidos cenetes…»). Fajardo le deja en libertad y suelta también a los otros prisioneros. Ahora es el moro quien elogia la generosidad del capitán cristiano, en un combate de refinada cortesía, como sucede en la bella novelita morisca Historia del Abencerraje y de la hermosa Jarifa. Una vez libres, Aliatar permite que Zoraida se case con Abenzulema.

Ilustración de novela morisca

«Mi amada. Cantinela» son 16 estrofillas de 4 versos pentasílabos con rima abbc´ (en todas el cuarto verso tiene rima asonante aguda en -ó); el sujeto lírico, que ama a una pastora, le pide que se mire en la fuente para que pueda ver el retrato de la mujer a la que adora. Sigue una «Letrilla satírica», al estilo de las de Góngora, cuyas estrofas se rematan con el estribillo «Andar», donde Rodríguez de Arellano satiriza a un «pobre estudiantón», al «politicón profundo» petardista y estafador, a una mujer liviana, a una buscona, al mercader ladrón, a un hipócrita de la religión y a una vieja celestina.

Esta primera parte se remata con varias piezas breves: el «Cuento» que comienza «De un rico dorado coche…» (se trata en realidad de una simple anécdota); un epigrama burlesco, «A la mi dulce señora», que sigue un esquema paródico habitual; otro que comienza «Doce calvos casualmente…» (burla de ese tipo cómico); y la fábula «El mono y las castañas», un romancillo de versos pentasílabos, con rima á-a, que refiere una industria del mono de Marica, el cual se vale de un gato para que le saque las castañas del fuego[1].


[1] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Las Poesías varias (1806) de Vicente Rodríguez de Arellano», Río Arga. Revista de poesía, 88, tercer y cuarto trimestre de 1998, pp. 46-51.

Las «Poesías varias» (1806) de Vicente Rodríguez de Arellano (1)

El libro Poesías varias de don Vicente Rodríguez de Arellano (Madrid, por Repullés, 1806), va precedido por una cita preliminar: «Me quoque Parnasi per lubrica culmina raptat laudis amor…», de P. Jacob Vannier. Tras la dedicatoria «A la excelentísima señora doña Joaquina María del Pilar Téllez-Girón…», fechada en Madrid a 5 de diciembre de 1805 (el autor habla de «estas débiles flores de mi rústico ingenio»), sigue un «Prólogo» (pp. 7-11), donde explica:

Yo quiero ser uno de tantos como escriben poesías en estos tiempos»; y se refiere a la diversidad de temas y formas estróficas del libro con estas palabras: «He procurado que fuesen interpolados los asuntos y especies de versos; porque como a mí me cansa el ver doscientos o más sonetos, etc. seguidos, creo que lo mismo sucederá a los demás (p. 8).

Y más adelante insiste: «Como el gusto de las gentes es tan vario, por eso en mis poesías he buscado la variedad; pues de esta suerte todos hallarán algo que se acomode a su genio» (p. 10). Indica que ha sometido sus composiciones al examen de personas cultas, y afirma que aceptará las críticas que procedan de personas inteligentes, no de necios, de forma que, si su libro gusta, dará otro volumen a la estampa.

Cubierta del libro: Poesías varias de don Vicente Rodríguez de Arellano (Madrid, por Repullés, 1806)

El libro se divide en dos partes. La «Sección Primera» se abre con una «Oda al Altísimo», bajo el lema «A Jove principium»; son 10 estrofas de seis versos que riman 7a 11B 11B 7a 7c 11C (sexteto lira). En la primera se dirige a su musa para cantar «en tono elevado / al Hacedor de todo lo criado», en las siguientes ensalza su papel de Creador, así como su Bondad y Clemencia.

Viene después una composición más extensa (ocupa las pp. 19-68), que ya había publicado como libro exento en 1789: «El valor navarro. Canto épico en honor de los cinco caballeros que libertaron de la prisión a su rey Carlos II de Navarra». Como ha resumido Fernando Pérez Ollo, es un «poema en octavas reales que canta a los cinco caballeros navarros que liberaron (1357) a Carlos II de Navarra de las prisiones francesas, hazaña entreverada con lances amorosos» (Gran Enciclopedia Navarra, IX, p. 491). Las 92 octavas reales se completan con cinco notas aclaratorias. En la octava I el autor recuerda a su amada Celia; en la II invoca a Calíope para que le ayude a cantar «una acción por insigne y generosa / digna de lauro y de memoria honrosa»; la III resume el contenido, mientras que la IV y la V son una invocación al reino de Navarra para que escuche la hazaña, escrita en octavas y no en prosa «porque tiene más alma y providencia / en el metro la acción que no en la historia». Las restantes evocan la hazaña de Rodrigo de Uriz, Corbarán de Lehet, Fernando de Ayanz, Carlos de Artieda y el barón de Garro, quienes «el peligro y la vida despreciando, / la acción más arrestada previnieron / que las campañas militares vieron» (octava XII). A los detalles del hecho de armas (su estratagema de disfrazarse de carboneros, el asalto a la prisión, etc.), se suma la historia de amor de Corbarán y Elvira (las dos acciones se imbrican porque la dama es pretendida también por Enrique de Neuvil, uno de los guardianes del rey navarro).

La «Oda. El amanecer» es un romance endecha con rima é-e que describe los sonidos, los cambios de luz y el inicio de las actividades humanas en ese momento del día, y acaba: «¡Oh, deliciosas horas! / ¡Feliz una y mil veces / aquel que disfrutaros / en paz dichosa puede». Siguen dos sonetos: el titulado «Desdén provechoso» toma como motivo central el del preso que, una vez libre, ofrece como exvoto su cadena. Aquí el yo lírico, librado de los peligros del amor, da en ofrenda su alma:

Huye animoso mísero forzado
del cautiverio que le tuvo en pena,
y ante las aras cuelga la cadena
en que vivió, infeliz, aprisionado.

Así yo, del amor escarmentado,
el alma toda de alegría llena,
cuelgo en las aras de la paz serena
el hierro que me tuvo esclavizado.

¡Oh, desdén venturoso, que rompiste
prisión de tantos años en un día,
bendigo tus influjos celestiales!

Y para demostrar cuánto pudiste,
en vez de tabla ofrezco el alma mía,
y con ella la historia de mis males.

El segundo, «Prisión feliz», habla tópicamente de la felicidad del yo lírico atrapado en la esclavitud del amor. Vienen después dos anacreónticas: la primera, «A Celia», adopta la forma de romance endecha con rima é-o; el sujeto lírico pide un beso a la amada, por la que muere de amores. En la otra, dirigida «A la misma» (también romance endecha, ahora con rima í-o) le pide un suspiro «en pago de los míos». A continuación figura un poema «A la lindísima niña doña Manuela Téllez Girón, Alfonso Pimentel, hija de los excelentísimos señores duques de Osuna, dándola los días»; como explicita el título, este nuevo romance endecha es un mero poema de circunstancias, escrito para felicitar por su cumpleaños a la niña Manolita, a la que presenta jugando con «alados amorcitos»[1].


[1] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Las Poesías varias (1806) de Vicente Rodríguez de Arellano», Río Arga. Revista de poesía, 88, tercer y cuarto trimestre de 1998, pp. 46-51.

Vicente Rodríguez de Arellano (c. 1750-1815): datos biográficos y caudal literario

Recupero en esta entrada la figura de Vicente Rodríguez de Arellano, escritor navarro que vivió a caballo de los siglos XVIII y XIX. Y, como podremos ver en próximas entradas, es autor de un libro de poemas, Poesías varias (1806), que merece ser recordado, cuando menos, por la escasez de obras similares en el panorama de las letras navarras de esas fechas.

Vicente Rodríguez de Arellano y del Arco (Cadreita, c. 1750-Madrid, 1815) fue un abogado y escritor que usó los seudónimos Alberto de los Ríos, Silvio del Arga y Gil Lorena de Arozar (anagrama parcial de sus apellidos). También firmó sus obras como Vicente Arellano y el Arco, o bien con sus iniciales, D. V. R. D. A. Fue hijo del abogado Vicente Rodríguez de Arellano y de los Ríos, y de Bernarda del Arco y Bayona. Estudió gramática latina y humanidades en el Colegio de Jesuitas de Pamplona y Leyes y Cánones en la Universidad de Huesca, en la que se graduó de bachiller. Hizo prácticas durante tres años con su padre, e inició el ejercicio de la abogacía en Pamplona en 1779. Pasados varios años, se trasladó a Madrid, donde se hizo muy popular como autor dramático y poeta.

En 1800 se presentó sin éxito a oposiciones para las cátedras de Filosofía Moral y de Lógica y Metafísica del Real Seminario de Nobles de Madrid. Entre 1804 y 1806 desempeñó el empleo de escribiente cuarto de la Real Biblioteca, ascendiendo en esta última fecha a oficial. Pero en mayo de 1809 se dio de baja «por ausencia y no haber jurado al Intruso» (el rey José I) y se nombró a otro en su sustitución, aunque parece que fue restituido a su puesto en 1814, si bien por poco tiempo. Participó en la guerra de la Independencia como capitán de voluntarios de Navarra, y por los años de 1812-1813 residió en Palma de Mallorca, donde destacó por ser partidario exaltado del absolutismo monárquico en una sátira poética contra don Isidoro Antillón y sus amigos. Después del regreso de Fernando VII, fue uno de los que formaron la llamada Camarilla. Murió en Madrid a principios de septiembre de 1815[1].

En el ámbito de la lírica, Rodríguez de Arellano es autor de una silva dedicada a la muerte de Carlos III, Navarra festiva en la aclamación de su católico monarca el señor D. Carlos IV (Pamplona, Imprenta de Benito Cosculluela, 1789); ese mismo año dio a las prensas, también en Pamplona, Extremos de lealtad y valor heroico navarro; y años después publicó un tomo de Poesías varias (1806), que más adelante reseñaré con más detalle. En prosa escribió El Decamerón Español o Colección de varios hechos históricos raros y divertidos (1805), inspirado más en el Decámeron francés de Usieux que en el de Boccaccio.

Vicente Rodríguez de Arellano, El pintor fingido, Madrid, Imprenta que fue de García, 1817

Como dramaturgo, desarrolló una intensa actividad en Madrid entre 1790 y 1806, siendo muy popular, aunque su mérito literario no sea excesivamente alto. Compuso, tradujo y refundió numerosas obras dramáticas: La constancia española, A padre malo, buen hijo, Armida y Reinaldo (primera y segunda parte), El Aníbal, El Himeneo, La Atenea, El atolondrado o El maníaco por la lotería, Augusto y Teodoro o Los pajes de Federico II, Celicia y Dorsán (traducción de Marsolier), El celoso don Lesmes, Clementina y Desormes (traducción de Monvel), La dama labradora, El Domingo o el cochero, El duque de Pentiebre (traducción de Chénier), El Esplín, La Fulgencia o los dos maniáticos, Jerusalén conquistada por Godofredo de Bullon, Cayo Fabricio, La lealtad o la justa desobediencia, Lo cierto por lo dudoso, o la mujer firme (arreglo de la pieza de Lope de Vega), Marco Antonio y Cleopatra, La muerte de Héctor, La mujer de dos maridos (adaptación de Pixérécourt), El negro y la blanca, La noche de Troya, La ópera cómica, El pintor fingido, Solimán Segundo o Las tres sultanas, Las tardes de la Granja o las lecciones del padre, Palmis y Oronte, Dido abandonada, La reconciliación o los dos hermanos (traducción de Kotzebue), La Parmenia, El sitio de Toro y noble Martín Abarca, El marinerito, El naufragio feliz, etc. Cuenta también en su haber con óperas como El inquilino, traducción de Serwin, o El matrimonio de Fígaro, ópera bufa con la música de Wolfgang Amadeus Mozart, de 1802.

Se le debe también una traducción de Estela, novela pastoral de Florian (1797), y tiene igualmente varias traducciones de Ducray-Dumenil. Otros títulos suyos son Compendio de la historia del Antiguo y Nuevo Testamento […] adoptado para el uso de los discípulos de las Escuelas Pías (1807), Poema épico en elogio de algunos géneros sublimes en nuestra revolución… (1813), El diablo predicador (1813) y Poesías dedicadas a la duquesa de Osuna, condesa de Benavente (manuscrito)[2].


[1] Cfr. Jerónimo Herrera Navarro, Catálogo de autores teatrales del siglo XVIII, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1993, pp. 388-392. Ver también Ángel Raimundo Fernández, «Dos dramaturgos navarros en la transición del siglo XVIII al XIX», Príncipe de Viana, 64, 2003, pp. 715-736; y la ficha que le dedica Manuel Sánchez Mariana en el Diccionario Biográfico electrónico de la Real Academia de la Historia.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Las Poesías varias (1806) de Vicente Rodríguez de Arellano», Río Arga. Revista de poesía, 88, tercer y cuarto trimestre de 1998, pp. 46-51.

«Los cinco libros del consuelo de la Filosofía»: Boecio, Agustín López de Reta y Vicente Rodríguez de Arellano

Tres autores intervinieron, de manera distinta, en la obra que vamos a comentar: Los cinco libros del consuelo de la Filosofía de Anicio Manlio Severino Boecio, traducidos en prosa y verso por don Agustín López de Reta, caballero navarro, natural de la villa de Artajona. Publícalos don Vicente Rodríguez de Arellano, Madrid, por Gómez Fuentenebro y C.ª, 1805. Se hallará en su librería, calle de Carretas[1]. El primero, Boecio, quien en el siglo V escribió, en latín, su tratado De consolatione philosophiae; en segundo lugar, el navarro Agustín López de Reta, que la tradujo al español en el XVII; y, finalmente, el también navarro Vicente Rodríguez de Arellano, que publicó esa traducción, hasta entonces inédita, a comienzos del XIX. Bueno será, por tanto, recordar algunos datos esenciales acerca de estos tres personajes, antes de centrarme —en próximas entradas— en el comentario de la traducción de López de Reta.

Boecio (Ancius Manlius Torquatus Severinus Boetius), nacido en Roma hacia 480 y muerto en 524, fue un filósofo neoplatónico cristiano. Cónsul de su ciudad natal (510), estuvo al servicio del rey ostrogodo Teodorico. Acusado de realizar prácticas mágicas y de concomitancias con los bizantinos, fue encarcelado y ejecutado en Pavía. Su obra principal, De consolatione philosophiae, escrita en la prisión, intenta conciliar el platonismo y el aristotelismo desde una postura cristiana. En ella argumenta que la felicidad sólo se logra a través de la contemplación del Bien y de la práctica de la virtud. Son importantes, además, sus escritos sobre aritmética, geometría, música, y sus traducciones y comentarios a cerca de los tratados lógicos de Aristóteles, los Tópicos de Cicerón y la Isagoge de Porfirio[2].

Boecio

Agustín López de Reta (Artajona, Navarra, 1631-1705), sacerdote, fue miembro de la veintena y procurador en las Cortes de Olite de 1688. Como escritor, tradujo Los cinco libros del consuelo de la Filosofía de Anicio Manlio Severino Boecio y acabó la Vida de Nuestra Señora de Antonio Hurtado de Mendoza, escrita en verso, añadiendo al final tres composiciones líricas propias, según indica el título completo del libro, que es como sigue: Vida de Nuestra Señora. Escribíala don Antonio Hurtado de Mendoza. Continuábala don Agustín López de Reta. Y añade dos romances, a Cristo en el Sacramento y a Cristo en la Cruz. Y una paráfrasis del Padre Nuestro. Dedícala a la muy ilustre señora doña Leonor de Arbizu y Ayanz (Pamplona, por Martín Gregorio de Zabala, 1688). Estos poemas nos hablan de un escritor con gran facilidad versificatoria; por lo demás, profunda erudición y amplio manejo de recursos estilísticos y retóricos son dos de las notas características de las obras de López de Reta, así en prosa como en verso[3].

Vicente Rodríguez de Arellano y del Arco (Cadreita, Navarra, ?-Madrid, 1815) fue un abogado y escritor que se hizo muy popular como autor dramático y poeta. En el ámbito de la lírica, dedicó una silva a la muerte de Carlos III, bajo el título Navarra festiva en la aclamación de su católico monarca el señor D. Carlos IV (Pamplona, Imprenta de Benito Cosculluela, 1789); ese mismo año dio a las prensas, también en Pamplona, Extremos de lealtad y valor heroico navarro; y años después publicó un tomo de Poesías varias (1806). Como dramaturgo, desarrolló una intensa actividad en Madrid entre 1790 y 1806, aunque su mérito literario no sea excesivamente alto. Compuso, tradujo y refundió numerosas obras dramáticas: El atolondrado, El celoso don Lesmes, El domingo o el cochero, El esplín, Jerusalén conquistada por Godofredo de Bullon, La mujer de dos maridos, Las tardes de la Granja, etc. En prosa escribió El Decamerón español o Colección de varios hechos históricos raros y divertidos (1805). Se le debe también una traducción de Estela, novela pastoral de Florian (1797), y cuenta igualmente con varias traducciones de Ducray-Dumenil[4].


[1] Manejo copia del ejemplar existente en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, sign. Yraña 1/4/4.

[2] Para más detalles, remito a Anicio Manlio Boecio, La consolación de la Filosofía, trad. del latín por Pablo Masa, prólogo y notas de Alfonso Castaño Piñán, 5.ª ed., Buenos Aires, Aguilar, 1977; y Boecio, La «Consolaçión natural»: traducción castellana medieval, con glosas, de la «Consolatio philosophiae» de Boecio, ed. crítica con introducción y notas de Pablo A. Cavallero, Buenos Aires, Instituto de Estudios Grecolatinos Francisco Novoa, 1994.

[3] Para el autor, véase Antonio Pérez Goyena, Contribución de Navarra y de sus hijos a la historia de la Sagrada Escritura. Notas históricas y bio-bibliográficas, Pamplona, Imprenta de Jesús García, 1944, pp. 73-75; Manuel Iribarren, Escritores navarros de ayer y de hoy, Pamplona, Editorial Gómez, 1970, p. 141; y Fernando Pérez Ollo, Gran Enciclopedia Navarra, Pamplona, CAN, 1990, vol. VII, p. 123. Por mi parte, le he dedicado atención en mi libro Navarra. Literatura, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2004, p. 100b, y en mi antología Poetas navarros del Siglo de Oro, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003, pp. 181-92.

[4] Pueden verse más datos y bibliografía en Carlos Mata Induráin, Navarra. Literatura, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2004, pp. 110a-111a.

Marco cronológico de la novela histórica romántica española

Los bandos de Castilla, de López SolerNo obstante, aunque existen los antecedentes dieciochescos citados en la entrada anterior, y algunos más en la década de los 20 del XIX, considero que la producción propiamente dicha de la novela histórica romántica española comienza en 1830, con la publicación de Los bandos de Castilla o El caballero del Cisne, de Ramón López Soler. Antes se podrían buscar algunos antecedentes más entre las novelas contenidas en las siguientes colecciones: Colección de varias historias (1760-1780), de Hilario Santos Alonso; otra del mismo título de Manuel Josef Martín (1771-1781); Lecturas útiles y entretenidas (1800), de Atanasio Céspedes y Monroy; Mis pasatiempos (1804), de Cándido María Trigueros; y El Decamerón español (1805), de Vicente Rodríguez de Arellano.

Por otra parte, algunas de las novelas que se escriben por estas fechas combinan elementos de la novela histórica y de la denominada «novela gótica»; de hecho, Guillermo Carnero considera que los conceptos de «novela gótica» y «drama gótico» deben ser incorporados al estudio de nuestra literatura, «aunque ésta no ofrezca el rico repertorio y las manifestaciones canónicas de otras, y debamos en ocasiones limitarnos a hablar de literatura con elementos góticos».

En cuanto al límite final de la producción[1], puede fijarse aproximadamente en 1870, fecha en que Pérez Galdós tiene ya escrita La Fontana de Oro; esta novela, El audaz y, sobre todo, las cinco series de los Episodios Nacionales constituyen una nueva forma, más moderna y realista, de entender la novelización de la historia española, si bien es cierto que se siguen escribiendo novelas históricas con características románticas años después de 1870. Por esta razón prefiero emplear la denominación de «novela histórica romántica» y no la de «novela histórica del Romanticismo español»[2].


[1] Para el conjunto de esta producción, ver especialmente Juan Ignacio Ferreras, El triunfo del liberalismo y de la novela histórica (1830-1870), Madrid, Taurus, 1976; también Antonio Ferraz Martínez, La novela histórica contemporánea del siglo XIX anterior a Galdós, Madrid, Servicio de Reprografía de la Universidad Complutense de Madrid, 1992, 2 vols.; Franklin García Sánchez, Tres aproximaciones a la novela histórica romántica española, Ottawa, Dovehouse Editions Canada, 1993; María-Paz Yáñez, La historia, inagotable temática novelesca. Esbozo de un estudio sobre la novela histórica española hasta 1834 y análisis de la aportación de Larra al género, Berna, Peter Lang, 1991; y Guillermo Zellers, La novela histórica en España (1828-1850), Nueva York, Instituto de las Españas, 1938; y un estado de la cuestión en Leonardo Romero Tobar, Panorama crítico del romanticismo español, Madrid, Castalia, 1994, pp. 369-388.

[2] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.