En la obra[1] se da entrada a abundantes elementos de tópica literaria: las redes y el fuego de amor, el llanto y los suspiros del amante, los favores amorosos, la fuerza igualatoria del amor, del que nadie está exento[2], la amada como bella e ingrata enemiga, la descriptio puellae[3], la condición mudable de la mujer, que ama aquello que le vedan, la inconstancia amorosa de las zagalas, el paisaje testigo del amor de los pastores, la memoria dolorosa en el presente de los días felices del pasado, versos y desdenes escritos en las cortezas de los árboles, la dorada medianía, la brevedad de la rosa… Y es que a Meléndez Valdés el dominio de los tópicos literarios, en especial de los pastoriles, no solo se le supone, sino que en su caso se trata de uno de sus rasgos más destacados.
Se introducen también otros elementos relacionados con la emblemática: así, la descripción del dios-niño Amor (vv. 12-16 del «Prólogo», 182-193, 1601-1605, etc.); las alusiones a la inconstancia de la diosa Fortuna (vv. 449-452, 1311), las menciones de la oliva y la palma (vv. 1184-1191), o de la palma y los dátiles (vv. 2114-2117), etc.

En cuanto a la tradición animalística, recordaré que Basilio y Quiteria son presentados como tórtolas amantes (vv. 145-148); Camacho está ciego como la mariposa que revolotea en torno al fuego (vv. 472-476); Quiteria abandonada es como la «viuda / tórtola solitaria a quien el hado / robó su dueño amado» (vv. 1410-1412); y se mencionan asimismo el basilisco fiero (v. 915), el áspero y venenoso torvisco (v. 1256), el tigre al que le roban sus hijos (vv. 1281-1284), la serpiente que termina mordiendo a quien la ha criado en el pecho (vv. 1382-1383) o el «águila sanguinosa» que devora el corazón (vv. 1385-1387).
Capítulo aparte merece el inventario de refranes, la mayoría de ellos puestos en boca de Sancho, cuyo empleo da lugar a veces a comentarios iracundos de don Quijote como este: «El cielo te confunda y tus refranes» (v. 463). Consideremos este listado:
cada oveja / vaya con su pareja (vv. 319-320);
a la larga / a la liebre más suelta el galgo carga (vv. 402-403);
El que fortuna olvida / ha de sobra la vida (vv. 423-424);
nunca en casa del rico el duelo viene (v. 460);
el dar, peñas quebranta (v. 461);
los dineros / vuelven en caballeros (vv. 461-462);
Eso que tienes vales (v. 472);
¡Ay, abuelo! / Sembrasteis alazor, nació anapelo (vv. 504-505);
Dad luego y dais dos veces (v. 544);
lo mismo / es negar que tardar (vv. 544-545);
El agua gota a gota en fin horada / la peña (vv. 777-778, usado por Petronila);
no en un día / la cabra al choto cría (vv. 1034-1035);
no asamos… y ya empringamos (vv. 1494-1495);
debajo los pies le sale al hombre / cosa donde tropiece (vv. 1594-1595);
mujer hermosa, / loca o presuntuosa (vv. 1597-1598);
ese te quiere bien que llorar te hace (v. 1612);
diz al doliente el sano: / «Habed salud, hermano» (vv. 1646-1647);
cabeza / mayor, quita menor (vv. 1700-1701);
Sancho / llaman al buen callar (vv. 1715-1716, empleado por don Quijote);
de cazar pensamos, / cazados nos quedamos (vv. 2049-2050);
Quien bien ha, y mal escoge / por muy mal que le venga no se enoje (vv. 2149-2150);
el bien no es conocido / hasta que es ya perdido (vv. 2154-2155);
la mitad del año, / con arte y con engaño, / y luego la otra parte, / con engaño y con arte… (vv. 2170-2180).
En suma, podemos concluir afirmando que si la comedia de Las bodas de Camacho el rico fracasó en su momento como texto dramático, resulta en cambio muy aprovechable como texto literario, según he tratado de mostrar en las líneas precedentes. Y además de esos valores que la pieza de Meléndez Valdés encierra, y que merece la pena rescatar, no debemos olvidar que constituye un eslabón interesante en la larga y compleja cadena de interpretaciones del Quijote, una muestra señera de su influencia y de su recepción en el siglo XVIII español[4].
[1] Todas las citas serán por esta edición: Juan Meléndez Valdés, Las bodas de Camacho el rico, ed. e introducción de Carlos Mata Induráin, en Ignacio Arellano (coord.), Don Quijote en el teatro español: del Siglo de Oro al siglo XX, Madrid, Visor Libros, 2007, pp. 305-403.
[2] «Nadie de amor se libra: jamás dejan / sus tiros de acertar» (vv. 841-842).
[3] Véase la descripción de Quiteria en los vv. 388-398. También encontramos la parodia de motivos amorosos: los ojos de Sancho Panza, «finos enamorados», no pueden apartarse de los zaques de vino (vv. 569-572).
[4] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Lecturas dieciochescas del Quijote: Las bodas de Camacho el rico de Juan Meléndez Valdés», en Felipe B. Pedraza Jiménez y Rafael González Cañal (eds.), Con los pies en la tierra. Don Quijote en su marco geográfico e histórico. Homenaje a José María Casasayas. XII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas (XII-CIAC), Argamasilla de Alba, 6-8 de mayo de 2005, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2008, pp. 351-371.

Y Sancho explica a Camilo que todas las aventuras que acomete su amo son por la dama amada:




Muchas han sido a lo largo de los siglos —y, sin duda, lo seguirán siendo en el futuro— las recreaciones del Quijote: de don Quijote de la Mancha, de otros personajes, y de episodios, temas o motivos diversos de la inmortal novela cervantina. Don Quijote, entendido por los lectores del XVII como una figura ridícula, provocante a risa, muy pronto se populariza y pasa a ser protagonista de bailes y mascaradas. Además, el Quijote ha dado lugar a continuaciones apócrifas (la de Avellaneda, en 1614), traducciones, adaptaciones, recreaciones dramáticas, musicales, pictóricas, cinematográficas, etc. De entre esa fructífera descendencia, han tenido notable relevancia las recreaciones en el teatro, que comienzan ya en el siglo XVII: Entremés famoso de los invencibles hechos de don Quijote de la Mancha, de Francisco de Ávila (1617); Don Quijote de la Mancha (1618) y El curioso impertinente (1618), de Guillén de Castro; La fingida Arcadia (1634), de Tirso de Molina; Don Gil de la Mancha (conservada manuscrita y publicada como suelta), atribuida a Lope de Vega y a Rojas Zorrilla; El hidalgo de la Mancha (1673), de Matos Fragoso, Diamante y Juan Vélez de Guevara; Don Quijote, de Calderón de la Barca (perdida); y continúan en el XVIII: El Alcides de la Mancha y famoso don Quijote (1750), de Rafael Bustos Molina; Las bodas de Camacho (1777), de Antonio Valladares de Sotomayor; Las bodas de Camacho el rico (1784), de Juan Meléndez Valdés
Juan Meléndez Valdés es, sin duda alguna, el mejor poeta español del siglo XVIII y en el conjunto de su producción encontramos resumidas las principales tendencias líricas de su época