En una apretada síntesis de la historia literaria de Navarra, José María Romera comentaba hace unos años que el siglo XVII no es demasiado abundante en escritores, por lo menos si se compara con la exuberancia que conoce en este momento la literatura española. Sin embargo, la nómina de literatos no es tan escasa, y él mismo puso de relieve que las muestras del Barroco literario en Navarra «alcanzan una muy estimable calidad, de modo particular en la poesía»[1], terreno en el que brillan con luz propia figuras como las de José de Sarabia o Miguel de Dicastillo.
En efecto, el padre Miguel de Dicastillo (Tafalla, 1599-Cartuja de El Paular, 1649) es un buen representante de la poesía religiosa. Este religioso cartujo es autor de Aula Dei (Zaragoza, 1637), poema con forma didáctico-descriptiva, en silvas, del que ya hablara elogiosamente Ticknor. Pertenece, en efecto, Aula de Dios al género barroco del poema descriptivo, y cabe destacar que con él Dicastillo se anticipa en algunos años a la obra más característica del corpus, el Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos (1652) de Soto de Rojas. En los versos de Dicastillo se aprecia cierta influencia gongorina, aunque limitada[2].
Autor de varias composiciones poéticas de tema religioso es igualmente fray José de Sierra y Vélez, corellano, lector que fue de Teología en el Colegio de la Merced de Huesca hacia 1650. En Navarra contamos también con ejemplos de poesía mística con nombre femenino: esta corriente estaría representada por sor Jerónima de la Ascensión (nacida en Tudela en 1605), autora de unos Ejercicios espirituales (Zaragoza, 1665), que es obra póstuma, y por sor Ana de San Joaquín (Villafranca, 1668). También evocaré brevemente las figuras del jesuita padre Jerónimo Dutari, nacido en Pamplona en 1671, poeta, autor de un libro titulado Vida cristiana, que conoció numerosas reediciones; doña María Peralta, poetisa corellana de la segunda mitad del siglo; el también poeta Francisco Vicente Montesa y Tornamira (Tudela, 1600-1665); y el pamplonés Juan Pérez de Glascot, quien compuso, hacia 1700, una silva en consonantes titulada «Llanto y regocijo, epicedio y aclamación en el fallecimiento de Carlos II de Castilla».
Entre la ascética y la mística se mueve buena parte de la obra del venerable Juan de Palafox y Mendoza, hombre de Iglesia (obispo de Puebla y luego de Burgo de Osma), hombre de Estado (virrey de Nueva España) y prolífico literato (verdadero polígrafo). Entre sus títulos de obras en prosa cabe destacar Varón de deseos, El Pastor de Nochebuena, Peregrinación de Filotea al santo templo y monte de la Cruz, el Diario del viaje a Alemania y la Vida interior. Por lo que respecta a su producción lírica, quedó recogida bajo el epígrafe de Varias poesías espirituales.
Merece la pena dedicar también unas líneas a Juan Andosilla y Larramendi, escritor de ascendencia navarra, a quien debemos la obra Cristo Nuestro Señor en la Cruz, hallado en los versos del príncipe de nuestros poetas, Garcilaso de la Vega, sacados de diferentes partes y unidos con ley de centones (Madrid, por la Viuda de Luis Sánchez, 1628). Francisco Alberto de Undiano compuso y publicó su Oración panegírica en la canonización de san Francisco de Borja (Zaragoza, Agustín Vergés, 1672). Otro Undiano, Juan de Undiano (Córdoba, 1620-Pamplona, 1671), es autor de Ejemplo de solitarios, y vida ejemplar del hermano Martín, solitario en el bosque del Albayda, compuesto por don Juan de Undiano, presbítero y capellán en la ermita de Nuestra Señora de Arnautegui, cuyas primeras ediciones son de Pamplona, 1620 y 1673. En fin, el presbítero Diego Felipe Suárez, beneficiado de la villa de Falces, publicó Triunfo de Navarra y victoria de Fuenterrabía, dedicada a la Virgen Santísima, Madre de Dios y Señora Nuestra. Romance en verso, que termina con seis décimas de diversos autores (Pamplona, por Martín de Labayen, 1638).
Sin embargo, la cima poética del siglo XVII está representada por José de Sarabia (Pamplona, 1594-Martorell, 1641), conocido con el seudónimo académico de «el Trevijano», autor que constituye un buen ejemplo de soldado-poeta. Es famoso por una sola composición, la «Canción real a una mudanza», incluida en el Cancionero de 1628, que durante cierto tiempo fue atribuida a Mira de Amescua. En sus siete estancias desarrolla el tema barroco de la volubilidad de la Fortuna (desengaño, vanitas vanitatum, fugacidad de la belleza[3]).
En cuanto a la prosa de ficción, además de a Antonio de Eslava, autor de Noches de invierno (1609), debemos mencionar a Baptista Remiro de Navarra, quien nos dejó, en Los peligros de Madrid (1646), una serie de descripciones costumbristas de aquellos lugares donde corría riesgo el desprevenido forastero que acudía a la Villa y Corte. Antonio Juárez de Ezpeleta, natural de Estella, que llegó a ser gobernador de Zacatecas (México), escribió, al parecer, una novela en prosa y verso titulada Tálamo fausto de Celesia, pero se trata de un texto raro del que no se conoce ejemplar.
En el territorio de la historiografía, resulta obligado hacer alusión al padre José de Moret (Pamplona, 1617-1687), primer cronista del Reino de Navarra, autor de los Annales del Reyno de Navarra (1684, primer tomo), continuados por el también jesuita Francisco Alesón (1695 y 1704, tomos segundo y tercero); a Juan de Amiax, que publicó un Ramillete de Nuestra Señora de Codés (Pamplona, por Carlos de Labayen, 1608); y a Pedro de Agramont y Zaldívar (nacido en Tudela en 1567), autor de una Historia de Navarra (1632).
Enumero ahora tan solo los nombres de varios predicadores y otros autores que produjeron obras de erudición más que estrictamente literarias: Diego Castillo y Artiga (nacido en Tudela en 1601), canónigo, que cuenta con varias obras latinas; Martín Esparza y Ureta, autor también de obras latinas; Bernardo Sartolo (Tudela, 1654-Tudela, 1700), que dedicó su vida a enseñar, predicar y escribir; Carlos Bayona, dominico natural de Artajona, nacido en 1625; fray Manuel de la Concepción, trinitario descalzo nacido en 1625 en Azagra; Jaime de Corella, capuchino natural de esa ciudad ribera, nacido en 1657; Francisco Javier Garro, jesuita sangüesino; Francisco Gamboa, agustino de Orrio; Diego Arotza, de Garde, autor de una obra de moral médica; y Pedro de los Ángeles, carmelita descalzo de Valtierra. Aunque puedan presentar algunos valores literarios, sus obras pertenecen más bien al campo de la oratoria sagrada y la erudición. Algo más de interés ofrecen las figuras de Raimundo Lumbier y Ángel[4], Jacinto de Aranaz[5], Luis de Mur y Navarro, Agustín López de Reta y Martín Burges y Elizondo. Interesa destacar asimismo la aportación de Pedro de Aguerre y Azpilicueta (Urdax, 1556-1644), más conocido como Axular. Se trata del primer autor en prosa de la lengua vasca con Guero (Burdeos, 1643), obra de tema ascético escrita en dialecto labortano.
Respecto al teatro en los siglos XVI y XVII, apenas nos consta la existencia de autores navarros que lo cultiven, con la excepción de Francisco Eguía y Beaumont (nacido en Estella en 1602), historiador que a su vez es autor de algunas comedias como La fe en Pamplona y su primer obispo, en dos partes, El peregrino de Acaya y El bosque sagrado, representadas, según él mismo afirma, en Pamplona y Estella. En cualquier caso, se trata de piezas que no se han conservado. Quizá fuese de ascendencia navarra Fernán González de Eslava, dramaturgo y poeta nacido en 1534 y afincado en la Nueva España desde 1558, autor de dieciséis comedias simbólicas o coloquios espirituales y ciento cincuenta y siete poemas. De todas formas, dejando aparte el cultivo de obras dramáticas por autores navarros y pasando al hecho de las representaciones, sí podemos afirmar que Navarra conoció una intensa vida teatral. La propia calle de las Comedias de la ciudad de Pamplona nos está indicando que esa actividad existía y el lugar donde tenían lugar las representaciones. El fenómeno teatral en Navarra ha sido bien estudiado por Maite Pascual.
[1] José María Romera Gutiérrez, «Literatura», en AA. VV., Navarra, Madrid, Mediterráneo, 1993, p. 179b.
[2] Véanse mis trabajos «El “culteranismo cartujo” de Aula de Dios (1637), de Miguel de Dicastillo», Río Arga. Revista de poesía, 103, tercer trimestre de 2002, pp. 20-26; y «“De flores intrincado laberinto”: el jardín poético de Aula de Dios (Zaragoza, 1637) de Miguel de Dicastillo», en María Luisa Lobato y Francisco Domínguez Matito (eds.), Memoria de la palabra.Actas del VI Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro, Burgos-La Rioja, 15-19 de julio de 2002, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, vol. II, pp. 1303-1315.
[3] Véase ahora, para todos estos autores, el libro Poetas navarros del Siglo de Oro, prólogo, edición y notas de Carlos Mata Induráin, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003 (col. «Biblioteca Básica Navarra», 43).
[4] Véase Carlos Mata Induráin, «Aproximación a la obra del carmelita sangüesino Raimundo Lumbier y Ángel (1616-1691)», Zangotzarra, año IV, núm. 4, diciembre de 2000, pp. 141-177.
[5] Véase Carlos Mata Induráin, «Vida y obras de Jacinto de Aranaz (1650-1724), escritor y predicador sangüesino», Zangotzarra, año III, núm. 3, diciembre de 1999, pp. 171-230.









