Otros estudios cervantinos de Avalle-Arce

Comentaré ahora algunas otras ideas y teorías importantes de la producción cervantina de Avalle-Arce que no han hallado cabida en el anterior repaso de los libros del autor. Me refiero concretamente a su examen de la relación de Cervantes con la tradición pastoril; a su actitud frente al modelo canónico de la picaresca; y, en fin, a su teoría del «narrador infidente». Vayamos por partes.

Avalle-Arce dedicó atención a La Galatea, primero en su estudio sobre La novela pastoril española (Madrid, Revista de Occidente, 1959; 2.ª ed. corregida y aumentada, Madrid, Istmo, 1975); en el apartado que le dedica en la Historia y crítica de la literatura española al cuidado de Francisco Rico, vol. II, Siglos de Oro: Renacimiento (Barcelona, Crítica, 1981); y en el volumen colectivo por él coordinado «La Galatea» de Cervantes cuatrocientos años después (Cervantes y lo pastoril) (Newark, Juan de la Cuesta, 1985)[1]. También como autor de sus dos ediciones de La Galatea en Espasa Calpe, a las que me referiré en una próxima entrada.

De su volumen sobre La novela pastoril española, nos interesa el capítulo VIII, dedicado a Cervantes (pp. 197-231). Tras estudiar el género en los autores precedentes (La Diana y sus diversas continuaciones), y antes de pasar a las versiones a lo divino, se centra en la tradición pastoril en Cervantes, que no se ciñe tan solo a La Galatea (1585), sino que se extiende a muchos otros pasajes de su obra, en una larga trayectoria de treinta años. En efecto, explica que el tema pastoril en Cervantes «no constituye un ensayo juvenil abandonado en épocas de madurez, sino que se inserta con tenacidad en la médula de casi todas su obras» (p. 197). «Lo pastoril constituye así una infragmentable continuidad que deja una huella ineludible e su mundo poético» (p. 197). En La Galatea sigue en los aspectos formales el modelo genérico de Montemayor, Gil Polo, etc. (mezcla de prosa y verso, historias intercaladas, casos de amor…), pero además de la imitación cuenta la intención renovadora del autor: «Los cánones poéticos, que tan bien conocía Cervantes, se desmoronan ante el asesinato de Carino por Lisandro» (p. 199). Es decir, renueva el canon al introducir la violencia en el bucólico mundo pastoril. El repaso de diversos casos de amor le sirve para mostrar «el despego cervantino en encajonar la vida en armazones teóricos» (p. 209), superando el modelo del amor platónico e insuflando humanidad a los personajes. Con su concepción vitalista del arte literario, Cervantes va más allá del neoplatonismo. Además consigue crear una verdadera ars oppositorum respecto al tema de la mujer (feminismo y antifeminismo), el concepto de religión (lo pagano y lo cristiano), el mito poético y la circunstancia real. Concluye que la novela, «Colocada en la tradición pastoril es de una novedad absoluta, que renueva el material de acarreo, al mismo tiempo que novela con aspectos de una realidad vedada por los cánones» (p. 215). Después analiza lo pastoril en otras obras de Cervantes, comenzando por el episodio del Quijote de Grisótomo y Marcela, la historia de Leandra, las bodas de Camacho y Quiteria, la fingida Arcadia y la opción que se le ofrece a don Quijote de convertirse en el pastor Quijotiz. En cuanto a las censuras de Berganza a lo pastoril en el Coloquio de los perros se trata, en opinión de Avalle-Arce, de un «pasaje de malentendida y aparente censura». En conjunto, el tema pastoril plantea que la realidad es la extraordinaria simbiosis de Vida y Literatura.

La segunda idea a la que me quiero referir es la relación que mantuvo Cervantes con la picaresca: Avalle-Arce ha destacado las nuevas fronteras para la picaresca deslindadas por Cervantes en algunas de las ejemplares como La gitanilla, Rinconete y Cortadillo, La ilustre fregona o El coloquio de los perros. Pueden verse a este respecto las introducciones respectivas a esas novelas en su edición de las Novelas ejemplares (Madrid, Castalia, 1982) así como su artículo «Cervantes entre pícaros» (Nueva Revista de Filología Hispánica, XXXVIII, 1990, pp. 591-603). Resumiendo lo esencial, tenemos que, en la formulación canónica de la novela picaresca (el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán), el pícaro es un personaje solitario e insolidario, en cuyos sentimientos no tienen cabida el amor ni la amistad. En cambio, la narrativa «picaresca» cervantina nunca es en primera persona (la autobiografía es rasgo canónico del género), sino un contrapunto entre dos personas, y la amistad redime de la sordidez de la vida humana; además, en esta formulación el desarrollo del amor y la fortuna sustituye al puro determinismo. En Cervantes, el yo del pícaro no campea en libertad imponiendo sus puntos de vista, sino que la vida se vive hacia fuera, en relación de intercambio con otras personas. Ciertamente, el alcalaíno no escribió nunca una novela picaresca canónica, pero sí practicó diversas respuestas al modelo tradicional; no mostró un rechazo categórico del género, sino que realizó meditadas aproximaciones. Las novelas mencionadas constituyen «la respuesta cervantina al permanente reto que le ofrecía la novela picaresca, género que él no quiso ensayar nunca, al menos en su forma canónica» (introducción a La ilustre fregona, en Novelas ejemplares, III, p. 7).

Por último, debo dedicar unas líneas a su teoría sobre el «narrador infidente», expuesta en distintas ocasiones (véase, por ejemplo, «Cervantes y el narrador infidente», Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 7, 1987, pp. 163-172, o «El bachiller Sansón Carrasco», Boletín de la Academia Argentina de Letras, LIV, 1989, pp. 203-215, entre otros trabajos). Ocurre que la historia del Quijote nos la refiere un narrador «infidente», una instancia que alcanza casi papel protagónico y en la que el lector no puede confiar plenamente pues le oculta información clave, le da pistas falsas que lo llevan por derroteros confusos y le tiende pequeñas —o grandes— trampas, en definitiva, es un narrador que engaña «a sabiendas y a conciencia»[2]: la promesa rota del bachiller Sansón Carrasco («Todo lo prometió Carrasco», señala el narrador en II, 4, p. 662, cuando don Quijote le pide que guarde el secreto de su nueva salida) es el resorte que pone en marcha toda la acción de la Segunda Parte: en realidad, el bachiller saldrá a los caminos tras él, oculta su personalidad, con el objetivo de vencerlo y devolverlo a su casa. Y por ello en esta Segunda Parte se requiere una serie de capítulos explicativos breves, que se insertan después de sucedidos los hechos, para desvelar detalles o dar a conocer la identidad de alguno de los personajes (por ejemplo, Sansón Carrasco como Caballero de los Espejos, o Ginés de Pasamonte como maese Pedro).

Por ejemplo, se nos va a ocultar la identidad del Caballero del Bosque o de los Espejos, que combate con don Quijote y es vencido. Luego van a ser necesarios algunos capítulos explicativos para revelarnos su verdadera identidad: es Sansón Carrasco, que ha salido para vencer a don Quijote y traerlo de vuelta a casa. Pero, como resulta vencido, le va a mover en lo sucesivo el deseo de venganza; así, de nuevo ha de salir en su busca, como Caballero de la Blanca Luna, que finalmente sí derrotará a don Quijote en las playas barcelonesas. Pero de todo esto no se nos dice nada ahora, no se explicita a qué fue el bachiller a hablar con el cura: lo sabremos más adelante, cuando este «narrador infidente» que cuenta los hechos de esta Segunda Parte así lo decida[3].


[1] Editado por Avalle-Arce, incluye trabajos de Elias L. Rivers, Alberto Sánchez, Jean Canavaggio, Bruno M. Damiani, Geoffrey L. Stagg, Anthony Close y Maxime Chevalier, además de unas palabras preliminares del propio Avalle-Arce. Se concibe como un homenaje a La Galatea, cuyo principal objetivo es impulsar «a leer, releer, repensar, revalorar» (p. 6) la primera novela de Cervantes.

[2] Para este «maravilloso invento» de Cervantes ver el capítulo inicial de Las novelas y sus narradores (Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2006), titulado «Aproximaciones al tema». Esta teoría del narrador infidente ha sido matizada recientemente por Adrián J. Sáez, «Acerca del narrador infidente cervantino: El casamiento engañoso y el Coloquio de los perros», en Jesús G. Maestro y Eduardo Urbina (eds.), Entre lo sensible y lo inteligible: música, poética y pictórica en la literatura cervantina, Anuario de Estudios Cervantinos, 7, 2011: considera que, en vez de identificar esta entidad narrativa como mendaz, es preferible calificarla como aquella que suscita dudas y recelos en el lector.

[3] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Juan Bautista Avalle-Arce o la investigación cervantina como un “mini-sistema planetario”», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (eds.), Nómina cervantina. Siglo XX, Kassel, Edition Reichenberger, 2016, pp. 276-294.

Cervantes poeta: un soneto de Galatea en «La Galatea»

GalateaLa clasificación de la poesía cervantina podría hacerse por temas, géneros y estilos: poesía seria (amorosa, pastoril…), poesía satírico-burlesca, etc. O en función de las formas métricas utilizadas (poesía tradicional castellana vs. poesía italianizante). O bien atendiendo a su forma de publicación, con cuatro núcleos fundamentales: poesía incorporada a su narrativa, poesía inserta en su teatro, poemas sueltos y, aparte, el Viaje del Parnaso. Sea como sea, puede afirmarse que la poesía de Cervantes constituye un muestrario de los principales temas y preocupaciones presentes en el conjunto de su obra: el amor, la mujer, el mundo pastoril, la guerra y las armas, la libertad, la amistad, la reflexión sobre la literatura, la alegoría y el simbolismo, temas circunstanciales, etc. Pues bien, en sucesivas entradas del blog iré reproduciendo algunos poemas cervantinos, que irán acompañados por un breve comentario explicativo.

Comenzaremos hoy con un soneto de Galatea incluido en La Galatea (1585), novela pastoril de Cervantes en la que encontramos por definición genérica la mezcla de prosa y verso[1]. Entre las poesías abundan los sonetos. Este de Galatea es un texto muy artificioso, con un marcado estilo manierista[2], que se basa en series cuatrimembres continuadas: fuego … abrasa … consuma / lazo … aprieta … ciña / yelo … enfría … yele / flecha … hiere … mate (en los cuartetos);  fuego / ñudo / nieve / flecha y fuego / lazo / dardo / yelo (en los tercetos):

Afuera el fuego, el lazo, el yelo y flecha
de amor, que abrasa, aprieta, enfría y hiere;
que tal llama mi alma no la quiere,
ni queda de tal ñudo satisfecha.

Consuma, ciña, yele, mate; estrecha
tenga otra la voluntad cuanto quisiere,
que por dardo, o por nieve, o red no’spere
tener la mía en su calor deshecha.

Su fuego enfriará mi casto intento,
el ñudo romperé por fuerza o arte,
la nieve deshará mi ardiente celo,

la flecha embotará mi pensamiento;
y así no temeré en segura parte
de amor el fuego, el lazo, el dardo, el yelo[3].

El poema sirve a Galatea para mostrar su rechazo del sentimiento amoroso, al afirmar categóricamente que el amor jamás la tendrá sujeta (puede compararse con otro soneto de la misma obra, el de Gelasia que comienza «¿Quién dejará del verde prado umbroso / las frescas yerbas y las frescas fuentes? »).

Portada de La Galatea (1585)


[1] Para las funciones poéticas en La Galatea, véase Alicia Pérez Velasco, El diálogo verso-prosa en «La Galatea» de Cervantes, Ann Arbor (Michigan), UMI, 1991; Marcella Trambaioli, «La utilización de las funciones poéticas en La Galatea», Anales cervantinos, XXXI, 1993, pp. 51-73; y José Manuel Trabado Cabado, Poética y pragmática del discurso lírico: el cancionero pastoril de «La Galatea», Madrid, CSIC-Instituto de la Lengua Española, 2000. Los poemas de La Galatea los ha editado exentos Alfonso Martín Jiménez, Poemas de «La Galatea», Dueñas (Palencia), Simancas, 2002, dos vols.

[2] Para el manierismo de la poesía cervantina, véase José Miguel Caso González, «Cervantes, del Manierismo al Barroco», en Homenaje a José Manuel Blecua, Madrid, Gredos, 1983, pp. 141-150; y Pedro Ruiz Pérez, «El manierismo en la poesía de Cervantes», Edad de Oro, IV, 1985, pp. 165-177.

[3] Miguel de Cervantes, La Galatea, Libro I, en Obras completas, ed. de Florencio Sevilla Arroyo, Madrid, Castalia, 1999, p. 25b.

«La Galatea», novela pastoril de Cervantes

La producción narrativa de Miguel de Cervantes está formada por La Galatea (1585), el Quijote (1605 y 1615), las Novelas ejemplares (1613) y el Persiles (1617, obra póstuma), corpus que iremos repasando en sucesivas entradas del blog. Hoy ofrezco unas simples notas aproximativas a La Galatea, novela pastoril, primera en el haber narrativo del ingenio complutense.

La primera novela cervantina, impresa en 1585, es La Galatea (en realidad, se trata de su Primera parte; Cervantes anunció varias veces una continuación, que no llegó a salir nunca[1]). De los géneros en boga durante el siglo XVI (novela de caballerías como el Amadís, novela morisca como el Abencerraje, novela picaresca como el Lazarillo…), elige para su primer trabajo literario de fuste el modelo pastoril, cuyos representantes más conocidos eran las Dianas de Jorge de Montemayor y Gaspar Gil Polo, escritas a su vez sobre el molde italiano de la Arcadia de Sannazaro.

Arcadia, de Sannazaro

La Galatea, que apareció con el subtítulo de égloga, se divide externamente en seis libros. Su argumento puede resumirse brevemente así: Elicio, pastor del Tajo, está enamorado de la pastora Galatea, pero el padre de ella, Aurelio, quiere casarla con el rico pastor lusitano Erastro. Elicio envía a sus amigos en embajada al padre de Galatea para que no la mande a Portugal, desterrando «de aquellos prados la sin par hermosura suya». Esta historia sentimental constituye el núcleo central de la novela, al que se añaden multitud de acciones secundarias que forman una compleja maraña de amoríos, celos, equívocos, encuentros, etc. entre los distintos pastores. Todas esas historias secundarias sirven al autor para el análisis de diversos matices del sentimiento amoroso, de los variados estados anímicos de los amantes: esperanza, ingratitud, tristeza, desesperación, locura… La concepción del amor que se maneja está sumamente idealizada, de acuerdo con el modelo genérico pastoril: se trata de un amor espiritual que responde a las teorías neoplatónicas (se ha puesto de relieve la influencia de los Diálogos de amor, de León Hebreo), un amor condenado al dolor y el sufrimiento más que a la dicha. Los personajes de la novela, aunque se esconden bajo el disfraz pastoril, no son en realidad rústicos pastores, sino trasuntos de los enamorados cortesanos que se expresan en un lenguaje culto y estilizado, altamente poético, cargado de metáforas e imágenes petrarquistas y neoplatónicas. Se trata, en efecto, de una novela «en clave», que da entrada a diversos amigos literatos de Cervantes ocultos tras la máscara pastoril.

Además, como era habitual en el género pastoril, la prosa se mezcla con el verso: Cervantes incluye en La Galatea unas ochenta composiciones poéticas (sonetos, canciones, octavas…), entre ellas el extenso Canto de Calíope, que le sirve como vehículo para introducir sus juicios de valor sobre distintos poetas contemporáneos.

Este idealizado mundo pastoril será retomado por Cervantes en el Quijote, en el episodio de Marcela y Grisóstomo y en la historia de Leandra (Primera parte) o en los episodios de las bodas de Camacho y la fingida Arcadia, sin olvidar la posibilidad que se le ofrece a don Quijote de convertirse en el pastor Quijotiz (Segunda parte). La mayoría de las veces, esta reaparición de lo pastoril presentará un tono paródico, que debemos relacionar con las bromas de Berganza contra el género bucólico en El coloquio de los perros: el modelo pastoril está gastado y ya no le sirve, de ahí que jamás Cervantes escribiera su anunciada Segunda parte.

El estilo de La Galatea es artificioso y retórico, y en ocasiones nos brinda algunos pasajes con un lenguaje de subida belleza, tanto en la prosa como en el verso. Cabe destacar que, como sucede en otras ocasiones, Cervantes sabe ir más allá de los modelos imitados y añadir elementos novedosos: por ejemplo, aunque sus personajes no dejan de ser tipos convencionales, su caracterización psicológica se hace más compleja y variada al introducirse elementos trágicos en algunas de las historias. Así, es capaz de ofrecernos el asesinato de Carino por Lisandro (más tarde Lisandro narra su historia, salpicada de crímenes horrendos, con extremos de crueldad y sadismo), y este hecho, presentar un crimen en medio del idealizado ambiente pastoril, es una novedad absoluta que dinamita los cánones del género. En general, los protagonistas de esta novela son pastores vivos, de carne y hueso, con pulsiones humanas, cercanos a la experiencia del dolor y la muerte, no entelequias o abstracciones a la manera tradicional, y esto supone un primer paso en la humanización del personaje literario del pastor bucólico.

En cualquier caso, pese a esta original renovación del género, que no está reñida con el aprovechamiento brillante de los lugares comunes de la tradición, no parece que La Galatea tuviera mucho éxito, si nos atenemos a las escasas ediciones que alcanzó.


[1] Cervantes prometió varias veces la Segunda parte: en Quijote, I, 6; en la dedicatoria de las Ocho comedias, en el prólogo de la Segunda parte del Quijote y en la dedicatoria del Persiles (redactada cuatro días antes de su muerte). Pueden consultarse, entre otras ediciones, la de Juan Bautista Avalle-Arce, Madrid, Espasa Calpe, 1968 (2.ª ed.), 2 vols; la de Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1995; o la de Francisco López Estrada y María Teresa López García-Berdoy, Madrid, Cátedra, 1995. Ver también, entre otras aproximaciones, Francisco López Estrada, La «Galatea» de Cervantes: estudio crítico, La Laguna (Tenerife), Universidad de La Laguna, 1948; y Juan Bautista Avalle-Arce (ed.), «La Galatea» de Cervantes cuatrocientos años después (Cervantes y lo pastoril), Newark (Delaware), Juan de la Cuesta, 1985.