Ven, ven, Señor, no tardes, ven, ven, que te esperamos…
Vaya para hoy, segundo domingo de Adviento, un soneto de Pedro Miguel Lamet, SJ titulado «Lumbre de Dios». De este autor ya han entrado en el blog poemas de Adviento («Soy Adviento», y su tríptico «Tres profetas de Adviento», formado por «Isaías», «Juan el Bautista» y «María») y de Navidad («Encarnación», «Meditación de fin de año»), además de otros más propios del tiempo de Semana Santa («Ceniza eterna», «El dolor del tiempo»). El que añado hoy pertenece a su libro La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad (2016) y dice así:
El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz; a las que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz resplandeció sobre ellos.
(Isaías, 9, 2)
Desde la sombra de la noche aquella que también es la noche tuya y mía, cuando esta tierra abandonada y fría perdió sin ti la risa de tu huella,
y buscaba temblando la centella de un sueño, una palabra, una alegría que aliviara ese horror en que sufría el ser sin ser, la vida sin estrella,
de pronto te asomaste a la ventana y preguntaste al Padre de esta guisa: —¿Qué te parece proclamar cariño
y que el hombre se sienta en la mañana tu júbilo, tu lumbre, tu sonrisa? —¡Bájate, Hijo, y llora como un niño![1]
[1] Pedro Miguel Lamet, La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad, Bilbao, Ediciones Mensajero, 2016, pp. 79.
Madonna del Parto (c. 1460), fresco de Piero della Francesca. Museo de la Madonna del Parto (Monterchi, Italia).
Vaya para hoy, primer domingo de Adviento e inicio del nuevo año litúrgico, su «Villancico del Adviento en Galilea», que lleva como subtítulo «Homenaje a Federico García Lorca» (y, en efecto, se aprecian en el texto claros ecos lorquianos en el empleo de una métrica neopopularista, con repetición continua del primer verso y de un estribillo que presenta variantes, y en la imaginería empleada: nácar, luna, alborada, verdes algas, etc.). Dice así:
La Virgen se fue a la mar a buscar conchas de nácar para hacerle al niño[1] un cofre de madreperlas y escarcha.
(La Estrella del mar volvía con el rocío del alba.)
La Virgen se fue a la mar en buscas[2] de espumas blancas para coser los pañales con sus puntillas de Holanda.
(La Estrella del mar volvía saludando a la mañana.)
La Virgen se fue a la mar a ver la luna en el agua para copiar en sus brazos un regazo de luz alta.
(La Estrella del mar volvía orilla de la alborada.)
La Virgen se fue a la mar a buscar las verdes algas con que hacerle al niño ajorcas y túnicas de esmeralda.
(La Estrella del mar volvía con la flor de la enramada.)
La Virgen se fue a la mar a oírle[3] cantar su nana para acunarle los sueños al pequeño Dios del alma.
(La Estrella del mar volvía por la senda de las barcas.)
La Virgen se fue a la mar en busca de la alborada para iluminar el día de la promesa anunciada.
(La Estrella del mar volvía con el sol de la mañana.)[4]
[1] Mantengo aquí y unos versos más abajo la minúscula del original.
[2] Tal vez podría enmendarse a «en busca», considerando parásita la s final, atraída por «espumas blancas». En cualquier caso, «en buscas» bien podría ser un plural intensificador querido por el poeta y por ello mantengo lo que dice el texto.
[4] Cito por Jesús Górriz Lerga, Memorial del gozo, Pamplona, edición del autor [EUROGRAF], 1994, pp. 27-28. El libro fue editado con la colaboración del Departamento de Educación y Cultura (Institución Príncipe de Viana) del Gobierno de Navarra.
De Ernestina de Champourcin (Vitoria, 1905-Madrid 1999), poeta de la Generación del 27 y perteneciente al grupo de «Las Sinsombrero», esposa de Juan José Domenchina, ya he transcrito aquí sus poemas «Contemplación de María», «Amor», «El beso» y su soneto «Búscame en ti. La flecha de mi vida…». Vaya para hoy otro soneto suyo, esta vez de su poemario Cánticoinútil (Madrid, M. Aguilar, 1936).
Rosa marchita, de Tania Traver (Arteinformado.com).
Inercia de la muerte. ¡Qué distancia me aleja ya, segura, de lo humano! Aquella rosa que murió en mi mano será pronto recuerdo de fragancia.
Silencio de silencios. En mi estancia diluye su perfil lo cotidiano y retorna sin hieles a su arcano esa amargura que la vida escancia.
Nada será de todo lo que ha sido. Voy a ofrecer al sello del olvido mis párpados febriles y mis labios
que inmoviliza el rictus de lo eterno. ¡Quiero escapar indemne del infierno que arde en la trama de tus besos sabios! [1]
[1] Lo cito por Poetas del 27. Antología comentada, introducción de Víctor García de la Concha, Madrid, Espasa Calpe, 1998, pp. 632-633.
Añado hoy a «Contemplación de María», «Búscame en ti. La flecha de mi vida…» y «Amor» el poema «El beso», de Ernestina de Champourcin (Vitoria, 1905-Madrid 1999), poeta que forma parte de la Generación del 27. Pertenece esta nueva composición —también de temática amorosa— a su poemario Cántico inútil (Madrid, M. Aguilar, 1936).
Der Kuss / El beso (1909), Gustav Klimt. Österreichische Galerie Belvedere de Viena (Austria).
¡Tus labios en mis ojos! Qué dulzura de estrellas alisa lentamente mis párpados caídos… Nada existe del mundo. Sólo siento tu boca y el temblor de mi espíritu hecho carne de luz. Sé cruel al besarme. Desgarra mis pupilas y arranca de su sombra la lumbre de mi sueño. Con ella te daré mi última mirada.
¡Abrásame los ojos! Que el peso de tus labios despoje mi horizonte de lo que tú no has visto. Quiero olvidarlo todo y anularme en la niebla que ciñen tus caricias[1].
[1] Cito por Mujeres del 27. Antología poética, introducción y edición de José Luis Ferris, 6.ª impresión de la 1.ª ed., Barcelona, Planeta, 2025, p. 268.
Añado hoy a «Contemplación de María» y «Búscame en ti. La flecha de mi vida…» el poema «Amor», de Ernestina de Champourcin (Vitoria, 1905-Madrid 1999), poeta que forma parte de la Generación del 27. Pertenece esta nueva composición a su poemario La voz en el viento (Madrid, Compañía General de Artes Gráficas, 1931), que recoge poemas de entre 1928 y 1931, con predominio de la temática amorosa.
Puliré mi belleza con los garfios del viento. Seré tuya sin forma, hecha polvo de aire, diluida en un cielo de planos invisibles.
Para ti quiero, amado, la posesión sin cuerpo, el delirio gozoso de sentir que tu abrazo solo ciñe rosales de pura eternidad.
Nunca podrás tenerme sin abrir tu deseo sobre la desnudez que sella lo inefable, ni encontrarás mis labios mientras algo concreto enraíce tu amor…
¡Que tus manos inútiles acaricien estrellas! No entorpezcas besándome la fuga de mi cuerpo. ¡Seré tuya en la piel hecha fuego de sol! [1]
[1] Cito por Mujeres del 27. Antología poética, introducción y edición de José Luis Ferris, 6.ª impresión de la 1.ª ed., Barcelona, Planeta, 2025, p. 266. En el penúltimo verso restituyo «besándome», frente al «basándome» que trae esta edición.
De Ernestina de Champourcin (Vitoria, 1905-Madrid 1999), poeta de la Generación del 27 y perteneciente al grupo de «Las Sinsombrero», esposa de Juan José Domenchina, ya había transcrito aquí su poema navideño «Contemplación de María». Como bien escribe José Luis Ferris, «Ernestina de Champourcin fue, con distancia, una de las poetas más prolíficas de su generación, con más de veinte libros publicados y una extensa lista de poemas diseminados, desde los años veinte, por múltiples y prestigiosos diarios y revistas»[1]. Vaya para hoy este bello soneto de La voz en el viento (1931), «construido con una retórica que tiene en el símbolo cancioneril o místico su base, aquí destinada a la expresión del amor humano, que a la altura de 1930 constituye para Champourcín uno de sus temas poéticos preferidos»[2].
Búscame en ti. La flecha de mi vida ha clavado sus rumbos en tu pecho y esquivo entre tus brazos el acecho de las cien rutas que mi paso olvida.
Despójame del ansia desmedida que abrasaba mi espíritu en barbecho. El roce de tus manos ha deshecho la audacia de mi frente envanecida.
Navegaré en tus pulsos. Dicha inerte del silencio total. Ávida muerte donde renacen, tuyos, mis sentidos.
Ahoga entre tus labios mi tristeza, y esta inquietud punzante que ya empieza a taladrar mi sien con sus latidos[3].
[1] José Luis Ferris, en Mujeres del 27. Antología poética, 6.ª impresión de la 1.ª ed., Barcelona, Planeta, 2025, p. 255.
[2] Francisco Javier Díez de Revenga, en Poetas del 27. Antología comentada, introducción de Víctor García de la Concha, Madrid, Espasa Calpe, 1998, p. 631.
[3] Lo cito por Poetas del 27. Antología comentada, pp. 630-631. En el verso 3 edito «tus» en vez de la lectura «sus» que trae la transcripción de Díez de Revenga.
Vaya para hoy otro soneto de Tratado de urbanismo de Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008), poeta de la Generación del 50 o del medio siglo, del que estamos celebrando el centenario de su nacimiento. Se trata de «Soneto para cantar una ausencia» y dice así:
Las horas pasan, pesan lentamente vacías de ti, llenas de tu memoria. Tu ausencia rompe el hilo de mi historia, aísla como un foso este presente,
dejándome indefenso e inocente entre la espada aguda de la gloria de haberte amado ayer, y la ilusoria esperanza de amarte eternamente.
No dirijo mi vida, y el futuro se presenta inseguro, turbio, incierto. Me atengo sólo a ti, que no te tienes.
Me inclino sobre ti, endeble muro de mis lamentaciones: roto, abierto, hendido dique en el que me contienes[1].
[1] Ángel González, Tratado de urbanismo, con lectura de Carlos Pardo, Velilla de San Antonio (Madrid), Bartleby Editores, 2006, p. 48.
María Socorro Latasa Miranda, nacida en Pamplona, reside en Aoiz (Navarra). Entre sus libros publicados se cuentan Arpegios de sombra herida (Aoiz, 1989), con prólogo de Charo Fuentes; Edad sin tiempo (Pamplona, Medialuna Ediciones, 1991) y Edad de niebla y otros poemas (s. l., COMAR, 2014). Desde la luz y el tiempo (Pamplona, Sahats, 2005) es la recopilación de la obra poética inédita del padre Damián Iribarren escrita entre 1965 y 2000, que incluye diez poemarios. Ha editado también Risa y ternura de unos papeles (Reflexiones sobre los caprichos de Goya), también del padre Damián Iribarren (Pamplona, Sahats, 2006).
En «De un lugar, de un tiempo, de una voz», palabras preliminares a Edad de niebla y otros poemas, escribe:
En este libro que ahora se presenta dividido en tres partes o secciones: Edad de niebla, Palabras a contrafuga y Otros poemas, he vuelto a plantearme, prácticamente, las mismas cuestiones [que en poemarios anteriores]. Vuelvo a centrarme en el proceso creativo adentrándome en esa región de niebla, abierta a todo lo posible, en la que indaga el intelecto, a la voluntad creativa —que ignora sus límites— y no sabe de dónde a dónde (p. 12).
Traigo hoy al blog su poema «¿Qué dejas en el aire?», perteneciente a Edad de niebla y otros poemas:
Asumes el instante propicio al desencuentro. Transitas la acrobacia de las horas.
¿Y qué dejas en el aire? La impronta[1] levedad de algunos signos, el gasto desleído de las cosas…
Sobre caminos de agua la sombra estremecida del silencio[2].
[1] Nótese el uso aquí de impronta con valor adjetival.
[2] María Socorro Latasa Miranda, Edad de niebla y otros poemas, s. l., COMAR, 2014. Modifico ligeramente la puntuación.
«Se hace simple la mente…»[1], que juega con la anáfora de «se hace», es una evocación de la muerte y de lo que hay —o, más bien aquí, no hay— tras ella: «Sopla el silencioso mar de la nada, […] se ha quedado dormida en su sueño inexistente. […] Se hace simple la mente / y ya no eres nada…». Algo más misterioso es «Ay, este cerrar mis ojos» («Ay» se repite anafóricamente en las cuatro estrofillas del poema). Habla la voz lírica de «volver mis ojos al río triste de la noche» (expresión que se repite); después se dirige a un tú femenino («iluminada y bella»), que bien podría referirse a la muerte.
Con «Poesía» (también glosado antes) volvemos al asunto del poder creacional de la palabra poética y la solidaridad humana. Destaca la anáfora de «así» y varios encabalgamientos abruptos, y por ello muy expresivos. Citemos el comienzo, donde apreciamos algunos ejemplos:
Así, en este mundo desconocido e idéntico de los que sufren como yo sufro, de los que viven y mueren cual yo vivo y muero, así en este mundo solitario, en el inmenso silencio atravesado de la soledad derramada, luciente y fría…
El poeta es, por definición, un solitario: habla de «esta gelidez de las almas / solas» y dice que «mi alma / partida apenas llora»; apunta entonces la solidaridad del poeta con el que es como él solitario, con el que sufre:
Voy llorando contigo que lloras, hermano, sin tú saberlo, amando contigo esto que tú amas.
Y concluye:
… esta parda ceniza que en tu amor late, este beso que, pendido de mis labios, a ti me ofrece enteramente, a ti.
En «Recóndita vena» (este sintagma ya se había utilizado al final del canto XXIII de El libro de la creación) el yo lírico se dirige a un Tú, con mayúscula, que se hace importante, que lo es todo para él:
Ya sé que Tú eres el aire puro que gravita y fija mi centro. Sé que eres el brillo de mis años y la densidad de mis noches, eres el final ya hecho de esta emprendida y aún no comenzada carrera.
Y sé que estás conmigo en vuelo perenne, y que sobre mis lados has de posar tu peso de Dios humanado.
Aunque mi muerte me robe, verdecida rosa tuya ha de brindar perfume que vitalice así mis huesos.
En ese constante movimiento pendular entre duda y fe a que nos tiene acostumbrados, el poeta se inclina ahora claramente por la trascendencia, por la confianza en ese Dios humanado que es Cristo (destaquemos, en el haber estilístico, la bella aliteración «posar tu peso» y la anáfora «Ya sé… Sé… Y sé…»).
«Rumores nocturnos» presenta una dedicatoria «A Guillermo Rivell Amadoz, pequeño niño»; se trata de un nieto, visto poéticamente como un «pequeño animal desnudo» de mirada franca, de «frágil y abierta sonrisa». El poema se carga en su primera parte de imágenes positivas: amanecer de pájaros, profundo mar, estrellas amantes, color inmarcesible de los besos castos, espuma, manantial, sonrisa, encanto, para ponderar la alegría de esa nueva vida que se abre a la vida, a «esta hegemonía de ser / entre tanta ventana abierta a lo imperfecto». Pese a su pequeñez, pese a su desnudez («y asomas como una creación balbuciente, impregnadora, / como un animal que camina manso y dulce sin espolearse»), el niño puede ser contemplado como un «rico vástago, capaz de mirar sin turbarte al Dios escondido». Se cierra con estos dos versos:
… te he visto en tu ausencia como si no tuvieras límites, te he visto en la sombra dibujada de mi nuevo mundo[2].
[1] Este poemario no fue publicado previamente de forma exenta, sino que quedó incorporado directamente al conjunto de su Obra poética(1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.
[2] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.
Esta nueva entrega[1] insiste en ese cambio en el tratamiento de los temas poéticos con respecto a los primeros poemarios, en tanto en cuanto el poeta se sigue abriendo a un mundo nuevo de relaciones con los demás. El primer poema sirve para hacer balance, mira hacia el pasado, pero al mismo tiempo encara el futuro. Los que vienen después, otros diecisiete, son poemas bellos repletos de vivencias personales. Por lo demás, cabe destacar —de nuevo— la coherencia temática y de pensamiento que percibimos en todos los poemarios de José Luis Amadoz, los cuales se desarrollan en torno a unas pocas ideas nucleares que responden a unas mismas preocupaciones del autor. Por un lado, apreciamos que el poeta ha vuelto a caer en la noche fría, en la noche oscura (noche de la no fe, noche del miedo a lo desconocido tras la muerte): es el hombre que tiene la conciencia de su propia finitud y de la inexorabilidad de la muerte, en suma, el hombre que sigue caminando en medio de una aventura todavía irresuelta, en el permanente debate entre inmanencia y trascendencia (aunque aquí se acentuará ya el giro hacia la trascendencia).
Se trata de un tema largamente transitado en la producción lírica de Amadoz, pero renovado aquí en los poemas dedicados al nacimiento de los nietos, que reiteran el milagro del hombre que nace al ser. Ahora el yo lírico se muestra alegre por la llegada de esos nietos, el poeta se siente rejuvenecido, recobra la ilusión al ver y sentir esas nuevas vidas que se abren al gran misterio de ser hombre, no exento de dolores y tristezas. El poeta cantará, gozoso, ese regalo de la vida, la heroicidad cotidiana de ser hombre, el largo camino que cada hombre, que todos los hombres deben recorrer. Y en ese contexto se manifestará extraordinariamente la sensibilidad del poeta, que desea ahora vivirlo todo, estar en todo y con todos… Por otra parte, encontraremos la idea de que la poesía, como acto de creación, «diviniza» (hay un par de composiciones dedicadas específicamente al quehacer poético).
«Todos y solo» se abre con un lema de Kierkegaard; el poeta se encuentra solo y desea «salir de sí y hablar de tú a todo»; es entonces cuando recuerda tardes otoñales, tardes viejas cargadas de nostalgias y, «casi feliz a ratos», se pregunta por «este destino que Dios sólo / conoce». El poema se cierra con la expresión de su conciencia de la muerte, pero también con el apunte —tímido— de la esperanza en una vida futura:
Con todos, conmigo, con el gozo colmado del sol de cada día, con este techo que me cubre, todavía sin muerte, y estas rosas crecidas del jardín de la vida, con la entrega sobrada que comúnmente nos hace la dicha, con todo, y, sin embargo, qué solo, solo mirando hacia lugares nuevos que presiento, hacia parajes que reflejan vida plenamente, libre de obscurecidas apariencias, solo, desgarrado, deseando verlo todo, y amarlo todo con este fuego tan hundido, desconocido, solo, rasgado, en esta mordedura sangrante que a mí la vida me ha hecho con todo.
«Emanación poética» (poema dividido en nueve secuencias numeradas en romanos) lleva un lema y dedicatoria a Antonio Machado y es un apóstrofe a la palabra, una reflexión sobre la creación poética que ya comentamos al trazar la poética de Amadoz[2].
[1] Poemario no publicado previamente de forma exenta, sino incorporado directamente al conjunto de su Obra poética(1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.
[2] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.