Ya hacia el final de la novela[1], don Juan comentará en un corrillo la muerte de don Fernando Pimentel, el hijo del conde de Benavente, ocurrida el día 7 de ese mismo mes, y señala: «De amores dicen que murió […], buena enfermedad es, y Dios me acabe de ella» (p. 18b). Y se incluye la advertencia, recogida en el relato tradicional de los hechos, de don Baltasar de Zúñiga, confesor del rey y tío del privado, quien le avisa: «Téngase y mire lo que habla y cómo habla, que tiene peligro de la vida» (p. 19b). Y nos acercamos así al desenlace: cuando regresa de Palacio a su casa en la calle Mayor, un hombre detiene en las Platerías el coche del conde, diciendo que trae un recado urgente para él; Villamediana se dispone a apearse sin ningún recelo y, cuando pone el pie en el estribo, el asesino con una ballestilla «asestole tal golpe en el pecho, que allí mesmo vació la vida del noble y aventurero poeta» (p. 20b), apostilla el narrador. Don Luis de Haro, amigo que le acompañaba, quiere ir tras el agresor, pero tropieza y cae sobre el conde, al tiempo que unos embozados resguardan al matador.
Manuel Castellano, Muerte del conde de Villamediana (1868). Museo del Prado (Madrid, España).
«Del asesino nada se supo, por fórmula solamente abriose una indagatoria, pero ya con el premeditado fin de no hallar al traidor…» (p. 20b). Sea como sea, queda memoria del nombre —Ignacio Méndez— de un guarda mayor de la Casa de Campo que se ha convertido en el brazo siniestro de Felipe IV, cuyos agravios secretos venga. Y este es el final de la novelita:
Nadie sabe si fueron o no ciertas las causas a que se atribuyen la mala muerte del conde en lo que atiende al enamoramiento con la reina Isabel, pero tanto empeño tuvo él en insinuarlo, que bien pudiera.
Creen los más que la venenosa pluma y el desaprensivo y franco decir fueron quienes trajéronle a este término desastroso.
Yo pienso que unos y otros se juntaron; pero muy a pesar del interés que mostró la villa toda y de los epigramas y elegías de los más notables ingenios, ninguno prevaleció; solo quedó como artículo de fe
que el matador fue Bellido y el impulso soberano… (p. 20b).
Para concluir este somero análisis, solamente queda por decir que esta novela corta de Diego San José quizá no sea de una calidad literaria excepcional, pero no está exenta de interés, y creo que merece la pena recordarla por constituir un eslabón —uno más de los muchos existentes— de la larga cadena de recreaciones del conde de Villamediana —de su vida, sus andanzas y su muerte— desde el terreno de la ficción literaria[2].
[1] Diego San José, Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana. Hojas sueltas del libro de memorias de un pretendiente (contemporáneo del conde) que llegó a conseguir su pretensión. Publícalas ahora con licencia…, ilustraciones de Pedrero, Los Contemporáneos, núm. 306, 6 de noviembre de 1914.
[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «El conde de Villamediana en la narrativa histórica española del siglo XX: Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana (1914), de Diego San José», en Juan Manuel Escudero Baztán y Rebeca Lázaro Niso, El hacedor de las musas. Homenaje al Prof. Francisco Domínguez Matito, Logroño, Cilengua (Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española), 2023, pp. 359-368.
Entre las damas despechadas por el conde en la novela[1], se suma ahora doña Francisca de Tabora, que, pese a los desdenes de don Juan, lo sigue amando. La narración reitera enseguida la idea de que la reina y Villamediana se han compenetrado: «Amor, padre de la Humanidad, los ha llamado a su reino» (p. 13), si bien doña Isabel trata de refrenar sus sentimientos:
Sin embargo, parece que la soberana, más prudente o más calculadora, dándose exacta cuenta de su importante papel en la comedia humana, no arriesga su honorabilidad, y solo parece que compromete su corazón.
Pero don Juan no quiere aquel amor de otra manera que engarzado en todas las dulces consecuencias que suele traer tan atrevido infante [el dios Amor], y cuando los celos del marido le acucian o el despecho le hiere, no muestra reparo alguno en ser imprudente y publicarlo mal rebozado en ingenio.
Muchos días ha que doña Isabel anda recelosa, temiendo que las osadías del conde caigan, si no en el rey (porque este, muy entretenido fuera de palacio, permanece ciego, sordo y mudo a todo, y más que a nada a los asuntos de Estado) en la maledicencia palaciega, y haya muy graves sucesos que lamentar.
Si ella tuviese suficiente entereza para cortar aquel idilio… (p. 13a-b).
Anónimo, Isabel de Borbón, reina de España, primera esposa de Felipe IV (c. 1620). Museo del Prado (Madrid, España).
La narración introduce los celos de la dama portuguesa doña Francisca, que se interpone en una escalera cuando Villamediana sube a ver a la reina y él la aparta de un empellón violento. Después el relato da entrada a varios elementos que forman parte de la leyenda tradicional: la reina, que espera al conde en sus aposentos, nota que alguien se coloca detrás de ella y le tapa los ojos; ella cree que es el conde, pero es el rey, y doña Isabel disimula diciendo que esperaba al conde… de Barcelona. Se refiere después lo relacionado con el incendio sucedido en los jardines de Aranjuez, en el estreno de La gloria de Niquea, en el que la soberana hace un papel mudo, la diosa de la Hermosura:
Don Juan, que ha encontrado esta ocasión para estar cerca de su imposible querer, no sale de palacio, y todo se le vuelve pasar el día ensayando la aparición de la hermosa deidad.
Por cierto que con ello da ocasión a mil impertinencias, y todo ha de venir a declarar el fuego que, como hombre presuntuoso y pagado de su estampa, no sabe hacer si no dice, que es de lo que afirman que las aventuras no se disfrutan bien sin la salsa picante del escándalo (p. 14b).
Cuando se produce el incendio durante la representación —el narrador deja claro en la p. 15b que ha sido él quien ha pagado a un paje para que prendiera fuego a unas telas—, doña Isabel desaparece «en brazos de su amoriado conde» (p. 15b):
Y cuando la confusión era más grande, que nadie se veía ni se entendía, por los más espesos senderos del jardín corría un caballero con una dama en los brazos.
—El fuego de mi corazón, que no otro alguno, es quien incendió el teatro —decía el galán—; y como pavesa divina vos trajo a mí; dos veces reina: de mi vida y de mi patria.
—¡Ay, Conde!, que nos habemos perdido —decía ella—. Pobres de nosotros.
—Pobres, no; felices, porque nos amamos.
Cerca sonaron voces de
—¡Aquí está la reina!
Y más chillonas que todas, la del bufón Miguelillo, que decía:
—¡La salvó Villamediana! (p. 14b ).
Tras este incidente, doña Isabel se muestra preocupada: el rey, taciturno y sombrío; Olivares, el nuevo valido, satisfecho porque «iba alcanzando el dorado logro de sus egoístas aspiraciones» (p. 16a); en fin, al conde se le ve solitario, acompañado solo de Góngora, los dos graves y silenciosos:
Dijérase que a don Juan de Tassis habíale embestido el amarillento mal de la ictericia, que diz que es la flor de la melancolía.
No se le veían más de los ojos y a aquella palidez con que denantes solíase peinar bigotes y melenas, ahora ha sustituido el desmayo y lacitud del sauce (p. 16a-b).
Más adelante se da entrada a los famosos sucesos de la fiesta de toros en los que el conde saca la divisa «Son mis amores…», comentada por la reina y apostillada por el rey: «Pues yo se los haré cuartos» (p. 18a); la indicación de doña Isabel: «Pica bien Villamediana» y el nuevo comentario dilógico del rey: «Pica bien; pero muy alto» (p. 18a), elementos que forman parte del anecdotario tradicional en la biografía del conde[2].
[1] Diego San José, Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana. Hojas sueltas del libro de memorias de un pretendiente (contemporáneo del conde) que llegó a conseguir su pretensión. Publícalas ahora con licencia…, ilustraciones de Pedrero, Los Contemporáneos, núm. 306, 6 de noviembre de 1914.
[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «El conde de Villamediana en la narrativa histórica española del siglo XX: Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana (1914), de Diego San José», en Juan Manuel Escudero Baztán y Rebeca Lázaro Niso, El hacedor de las musas. Homenaje al Prof. Francisco Domínguez Matito, Logroño, Cilengua (Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española), 2023, pp. 359-368.
Se trata de una novela corta que se publicó el 6 de noviembre de 1914 como número 306 de la colección «Los Contemporáneos» (Madrid), con ilustraciones de Pedrero. Lleva una dedicatoria «A Joaquín Dicenta (hijo), que ha dramatizado conmigo el lamentable fin de don Juan de Tassis»[1]. Su título completo es: Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana. Hojas sueltas del libro de memorias de un pretendiente (contemporáneo del conde) que llegó a conseguir su pretensión. Publícalas ahora con licencia Diego San José. El autor recurre, en efecto, a la vieja técnica de los «papeles hallados»: lo que leemos es —supuestamente— la transcripción de lo escrito por un clérigo de Zaragoza que lleva cinco años en la Corte madrileña pretendiendo un arcedianato, que finalmente va a obtener. Mientras espera que se vaya resolviendo su asunto, se ha propuesto escribir cada día un pliego de las cosas vistas u oídas en Madrid, de forma que «al cabo hemos encontrado con una croniquilla un tanto extensa, la cual tiene por alma uno de los más famosos y cortesanos sucedidos que hanse visto en estas vegadas» (p. 1a-b)[2]. En su relato se dirige a un anónimo interlocutor al que designa con el respetuoso tratamiento de «S. E.». Y al final del texto se añadirá la coletilla «Por la transcripción y copia de los papeles, Diego San José».
El relato (20 páginas a doble columna) se divide externamente en un «Breve preámbulo» y dos partes sin título que suman un total de 14 capítulos[3]. Cabe destacar en esta recreación la insistencia en los detalles relacionados con las sátiras poéticas de Villamediana:
Hasta el codo puede el bueno de Villamediana meter el brazo en el pozo de la sátira y, a puros golpes dellas, no dejar cosa a vida, que Dios se lo aumentará y ya que no remedios ni satisfacciones, dará a la villa que reír.
Al fin, esto es cosa que él hace con notable desenfado, y aunque todo el mundo sabe que ello ha de costarle pesadumbres que acaso le traigan que perder tanto como la vida, no está de más que estos gatos gubernamentales tengan su calderillo de agua hirviente que le[s] escalde los lomos de vez en cuando (pp. 3b-4a).
Y, efectivamente, la narración insiste en pintar la situación de España, con el rey Felipe III distraído con diversiones por la codicia de su favorito el duque de Lerma. El relato arranca con la vuelta del conde de su destierro en Italia:
A fe que viene el hombre más maldiciente e ingenioso que se fue. En los pocos días que lleva, ha héchose cargo de toda la mala marcha de las cosas del reino, y tales saetazos tira, que andan todos escocidos y con muy pocas ganas de encontrársele con salud, que todos hacen votos porque se muera presto y de carbunclo, que diz que es mala muerte.
De mano en mano corren unas coplillas que aunque pican que rabian, he de dar algunas, porque se vea hasta dónde llegan el desenfado y la desaprensión deste hombre (p. 4a-b).
Se transcribe completa la glosa de «El mayor ladrón del mundo / por no morir ahorcado / se vistió de colorado» (p. 4b) y también las décimas «Ya ha despertado el León…», «También Perico de Tapia…», «Salazarillo sucede…» y «El burgalés y el buldero…» (pp. 4b-5a)[4]. Y se cierra el capítulo con estos párrafos, que apuntan ya a varios posibles interesados en quitar de en medio al conde:
Mucho será que no se salgan con las suyas y vaya S. E., cuando menos lo piense, a hacerle sátiras y coloquios al mismo Satanás.
Pedro Verger, el alguacil de Corte, pónese de todos los colores del arcoíris en cuanto oye hablar de su difamador, y si en su enjundia estuviese como está en su ánima, no viviera el conde de aquí a una hora.
Mas oye decir que dicen que Tassis tiene razón en aquellas cosas que le señalan de su mujer, y calla por no traer más gente con la protesta.
Los hijos de Jorge de Tobar también andan rondando su venganza, y a fe que harto me temo que puedan ser aquestos quienes lleguen a conseguirlo, que a la verdad que el maldiciente ha puesto a la familia que parece moquero de acatarrado.
Yo en lo que a mí respecta, y aunque muy aficionado soy del conde, si diere con algún procaz y deslenguado que acumulara contra la honra de mi padre tantas impertinencias cuando no calumnias, cerrara contra él como pudiera, maguer que fuese a puñaladas si el caso apretado no diese lugar a las razones.
A fe que para S. E. todo el mundo es contrahecho de los ojos, pues nadie le mira bien (p. 6b).
El relato refiere que Villamediana, tras volver del destierro en Italia, hace amistad con la reina y comparte sus aficiones poéticas con el monarca:
Villamediana, que diz que ha parecido muy bien a madama Isabel, ha sido nombrado su gentilhombre, y repuesto en su antiguo cargo de Correo mayor.
Su ingenio ático parece que es muy bien recibido de las augustas personas, y entre el monarca y él han cruzádose muy donosas composiciones, que es fama que también al nuevo rey entiéndesele muy lozanamente de achaque de rimas. Y antes le parece mejor una academia de poetas que un Consejo de Estado (p. 12a)[5].
[1] Joaquín Dicenta hijo es autor de una pieza teatral sobre Villamediana, Son mis amores reales…, estrenada el año 1925… Al parecer, Dicenta y Suárez Bravo escribieron otra pieza dramática en colaboración, que no se nos ha conservado. Dicenta sería también autor de un romance titulado «La misteriosa muerte del conde de Villamediana» (mencionado por Alonso Cortés, pero no localizado, tampoco por Rozas). Al año siguiente, 1915, Diego San José publicaría una novela más extensa sobre Villamediana, El libro de horas, que pretendo estudiar próximamente. Una valoración (negativa) de Amoríos reales puede verse en José Ángel Rodríguez Martín, «Villamediana, un clásico como fuente de inspiración contemporánea», Cuadernos para investigación de la literatura hispánica, 8, 1987, pp. 157-166; ver también Isabel Román Román, «El conde de Villamediana», en La mitificación del pasado español: reescrituras de figuras y leyendas en la literatura del siglo XIX, ed. Elizabeth Amann, Fernando Durán López, María José González Dávila, Alberto Romero Ferrer y Nettah Yoeli-Rimmer, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2018, pp. 161-162.
[2] El relato está plagado de arcaísmos para dar la sensación de época: vegadas, mesmo, dellos, destos, diz que, magüer [sic, como figura escrito habitualmente en textos del siglo XIX, por maguer], denantes, asaz, fuérales posible, vos trajo, habemos perdido…
[3] La «Parte primera» consta de cinco capítulos numerados en romanos: «En que el cronista trae a cuento las nuevas de la Corte y retorno a ella de don Juan de Tassis», «Comiénzanse de nuevo las sátiras del conde contra los más encumbrados próceres», «Todos contra el conde», «Cuentos y chismes de la Corte» y «En donde, luego de otras cosillas, cuéntase el destierro de Villamediana». La «Parte segunda» incluye nueve capítulos, aunque existe un error en la numeración pues hay dos capítulos numerados como II: «En que se da noticia de la muerte del rey», «Comienzos del nuevo reinado y preliminares del fin de Villamediana», «Donde se da cuenta del secreto diálogo que cierta mañana tuvieron dos altos palaciegos, y en el que se ve que Villamediana camina rápidamente hacia su lamentable fin», «En que prosigue el anterior en forma historial y como es de presumir que haya acontecido», «La jornada de Aranjuez. La gloria de Niquea, comedia que don Juan de Tassis compuso “alevosamente” para festejar el cumpleaños del rey.- Una piedra más en el monumento funerario que él mismo iba construyéndose», «Después de la quema», «Aquella fiesta de toros», «De cómo hay gente para todo» y «Y así murió el conde».
[4] Y algunas composiciones más: el soneto «Aquí vivió la Chencha, aquella joya» (p. 6a) y otro soneto contra Córdoba, «Gran plaza, angostas calles, muchos callos…» (p. 6a). Para este corpus de poesía satírica de Villamediana ver ahora el volumen Poesía de sátira política y clandestina del Siglo de Oro. Antología esencial. Volumen I. Reinados de Felipe III y Felipe IV, edición dirigida por Ignacio Arellano (2023).
[5] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «El conde de Villamediana en la narrativa histórica española del siglo XX: Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana (1914), de Diego San José», en Juan Manuel Escudero Baztán y Rebeca Lázaro Niso, El hacedor de las musas. Homenaje al Prof. Francisco Domínguez Matito, Logroño, Cilengua (Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española), 2023, pp. 359-368.