«Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana»(1914), de Diego San José (y 3)

Ya hacia el final de la novela[1], don Juan comentará en un corrillo la muerte de don Fernando Pimentel, el hijo del conde de Benavente, ocurrida el día 7 de ese mismo mes, y señala: «De amores dicen que murió […], buena enfermedad es, y Dios me acabe de ella» (p. 18b). Y se incluye la advertencia, recogida en el relato tradicional de los hechos, de don Baltasar de Zúñiga, confesor del rey y tío del privado, quien le avisa: «Téngase y mire lo que habla y cómo habla, que tiene peligro de la vida» (p. 19b). Y nos acercamos así al desenlace: cuando regresa de Palacio a su casa en la calle Mayor, un hombre detiene en las Platerías el coche del conde, diciendo que trae un recado urgente para él; Villamediana se dispone a apearse sin ningún recelo y, cuando pone el pie en el estribo, el asesino con una ballestilla «asestole tal golpe en el pecho, que allí mesmo vació la vida del noble y aventurero poeta» (p. 20b), apostilla el narrador. Don Luis de Haro, amigo que le acompañaba, quiere ir tras el agresor, pero tropieza y cae sobre el conde, al tiempo que unos embozados resguardan al matador.

Manuel Castellano, Muerte del conde de Villamediana (1868). Museo del Prado (Madrid, España)
Manuel Castellano, Muerte del conde de Villamediana (1868). Museo del Prado (Madrid, España).

«Del asesino nada se supo, por fórmula solamente abriose una indagatoria, pero ya con el premeditado fin de no hallar al traidor…» (p. 20b). Sea como sea, queda memoria del nombre —Ignacio Méndez— de un guarda mayor de la Casa de Campo que se ha convertido en el brazo siniestro de Felipe IV, cuyos agravios secretos venga. Y este es el final de la novelita:

Nadie sabe si fueron o no ciertas las causas a que se atribuyen la mala muerte del conde en lo que atiende al enamoramiento con la reina Isabel, pero tanto empeño tuvo él en insinuarlo, que bien pudiera.

Creen los más que la venenosa pluma y el desaprensivo y franco decir fueron quienes trajéronle a este término desastroso.

Yo pienso que unos y otros se juntaron; pero muy a pesar del interés que mostró la villa toda y de los epigramas y elegías de los más notables ingenios, ninguno prevaleció; solo quedó como artículo de fe

que el matador fue Bellido
y el impulso soberano… (p. 20b).

Para concluir este somero análisis, solamente queda por decir que esta novela corta de Diego San José quizá no sea de una calidad literaria excepcional, pero no está exenta de interés, y creo que merece la pena recordarla por constituir un eslabón —uno más de los muchos existentes— de la larga cadena de recreaciones del conde de Villamediana —de su vida, sus andanzas y su muerte— desde el terreno de la ficción literaria[2].


[1] Diego San José, Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana. Hojas sueltas del libro de memorias de un pretendiente (contemporáneo del conde) que llegó a conseguir su pretensión. Publícalas ahora con licencia…, ilustraciones de Pedrero, Los Contemporáneos, núm. 306, 6 de noviembre de 1914.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «El conde de Villamediana en la narrativa histórica española del siglo XX: Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana (1914), de Diego San José», en Juan Manuel Escudero Baztán y Rebeca Lázaro Niso, El hacedor de las musas. Homenaje al Prof. Francisco Domínguez Matito, Logroño, Cilengua (Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española), 2023, pp. 359-368.

«Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana» (1914), de Diego San José (2)

Entre las damas despechadas por el conde en la novela[1], se suma ahora doña Francisca de Tabora, que, pese a los desdenes de don Juan, lo sigue amando. La narración reitera enseguida la idea de que la reina y Villamediana se han compenetrado: «Amor, padre de la Humanidad, los ha llamado a su reino» (p. 13), si bien doña Isabel trata de refrenar sus sentimientos:

Sin embargo, parece que la soberana, más prudente o más calculadora, dándose exacta cuenta de su importante papel en la comedia humana, no arriesga su honorabilidad, y solo parece que compromete su corazón.

Pero don Juan no quiere aquel amor de otra manera que engarzado en todas las dulces consecuencias que suele traer tan atrevido infante [el dios Amor], y cuando los celos del marido le acucian o el despecho le hiere, no muestra reparo alguno en ser imprudente y publicarlo mal rebozado en ingenio.

Muchos días ha que doña Isabel anda recelosa, temiendo que las osadías del conde caigan, si no en el rey (porque este, muy entretenido fuera de palacio, permanece ciego, sordo y mudo a todo, y más que a nada a los asuntos de Estado) en la maledicencia palaciega, y haya muy graves sucesos que lamentar.

Si ella tuviese suficiente entereza para cortar aquel idilio… (p. 13a-b).

Anónimo, Isabel de Borbón, reina de España, primera esposa de Felipe IV (c. 1620). Museo del Prado (Madrid, España)
Anónimo, Isabel de Borbón, reina de España, primera esposa de Felipe IV (c. 1620). Museo del Prado (Madrid, España).

La narración introduce los celos de la dama portuguesa doña Francisca, que se interpone en una escalera cuando Villamediana sube a ver a la reina y él la aparta de un empellón violento. Después el relato da entrada a varios elementos que forman parte de la leyenda tradicional: la reina, que espera al conde en sus aposentos, nota que alguien se coloca detrás de ella y le tapa los ojos; ella cree que es el conde, pero es el rey, y doña Isabel disimula diciendo que esperaba al conde… de Barcelona. Se refiere después lo relacionado con el incendio sucedido en los jardines de Aranjuez, en el estreno de La gloria de Niquea, en el que la soberana hace un papel mudo, la diosa de la Hermosura:

Don Juan, que ha encontrado esta ocasión para estar cerca de su imposible querer, no sale de palacio, y todo se le vuelve pasar el día ensayando la aparición de la hermosa deidad.

Por cierto que con ello da ocasión a mil impertinencias, y todo ha de venir a declarar el fuego que, como hombre presuntuoso y pagado de su estampa, no sabe hacer si no dice, que es de lo que afirman que las aventuras no se disfrutan bien sin la salsa picante del escándalo (p. 14b).

Cuando se produce el incendio durante la representación —el narrador deja claro en la p. 15b que ha sido él quien ha pagado a un paje para que prendiera fuego a unas telas—, doña Isabel desaparece «en brazos de su amoriado conde» (p. 15b):

Y cuando la confusión era más grande, que nadie se veía ni se entendía, por los más espesos senderos del jardín corría un caballero con una dama en los brazos.

—El fuego de mi corazón, que no otro alguno, es quien incendió el teatro —decía el galán—; y como pavesa divina vos trajo a mí; dos veces reina: de mi vida y de mi patria.

—¡Ay, Conde!, que nos habemos perdido —decía ella—. Pobres de nosotros.

—Pobres, no; felices, porque nos amamos.

Cerca sonaron voces de

—¡Aquí está la reina!

Y más chillonas que todas, la del bufón Miguelillo, que decía:

—¡La salvó Villamediana! (p. 14b ).

Tras este incidente, doña Isabel se muestra preocupada: el rey, taciturno y sombrío; Olivares, el nuevo valido, satisfecho porque «iba alcanzando el dorado logro de sus egoístas aspiraciones» (p. 16a); en fin, al conde se le ve solitario, acompañado solo de Góngora, los dos graves y silenciosos:

Dijérase que a don Juan de Tassis habíale embestido el amarillento mal de la ictericia, que diz que es la flor de la melancolía.

No se le veían más de los ojos y a aquella palidez con que denantes solíase peinar bigotes y melenas, ahora ha sustituido el desmayo y lacitud del sauce (p. 16a-b).

Más adelante se da entrada a los famosos sucesos de la fiesta de toros en los que el conde saca la divisa «Son mis amores…», comentada por la reina y apostillada por el rey: «Pues yo se los haré cuartos» (p. 18a); la indicación de doña Isabel: «Pica bien Villamediana» y el nuevo comentario dilógico del rey: «Pica bien; pero muy alto» (p. 18a), elementos que forman parte del anecdotario tradicional en la biografía del conde[2].


[1] Diego San José, Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana. Hojas sueltas del libro de memorias de un pretendiente (contemporáneo del conde) que llegó a conseguir su pretensión. Publícalas ahora con licencia…, ilustraciones de Pedrero, Los Contemporáneos, núm. 306, 6 de noviembre de 1914.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «El conde de Villamediana en la narrativa histórica española del siglo XX: Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana (1914), de Diego San José», en Juan Manuel Escudero Baztán y Rebeca Lázaro Niso, El hacedor de las musas. Homenaje al Prof. Francisco Domínguez Matito, Logroño, Cilengua (Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española), 2023, pp. 359-368.

«La amiga del Rey» de Eduardo Galán (4)

Isabel de Borbón, por VelázquezEn esta pieza dramática de Eduardo Galán, del personaje de la reina Isabel de Borbón también se destaca su belleza (así lo hacen Madre Apolonia y Polilla). Sin embargo, frente a la vitalista Calderona, la francesa es una mujer embargada por la tristeza, ya que no consigue dar un hijo varón al rey. Madre Apolonia comenta que es «generosa y austera, como nuestro pueblo» (p. 55)[1]. Su dama doña Elvira se sorprende de que no tenga amigos o admiradores secretos, pero ella no imita al rey en sus devaneos: «Una reina está obligada a ser esposa fiel y madre ejemplar» (p. 90). Al final del primer acto se rebela tímidamente, trazando un plan para que don Felipe, como rey y como esposo, regrese a Palacio; y al comienzo del siguiente se apresta a jugar sus bazas. Se viste y adorna para estar lo más seductora posible; quiere lucir su belleza en la fiesta de toros para que el rey la desee y pase esa noche, que es el aniversario de sus bodas, con ella. Pero su habilidad no es tanta como la de la cómica, y fracasará en su intento de manejarlo. Por otra parte, no solo como mujer, sino también como soberana es más responsable que Felipe IV, y así lo demuestra al preparar un decreto para que los gobernadores hagan un inventario de los bienes que poseen al comenzar un mandato, de forma que luego se pueda comprobar si se han enriquecido indebidamente[2].


[1] Cito por Eduardo Galán Font, La amiga del Rey, introducción de Antonio Fernández Insuela, Murcia, Universidad de Murcia, 1996. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Los dramas históricos de Eduardo Galán: La posada del Arenal y La amiga del Rey», en José Romera Castillo y Francisco Gutiérrez Carbajo (eds.), Teatro histórico (1975-1998): textos y representaciones. Actas del VIII Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías de la UNED (Cuenca, UIMP, 25-28 de junio, 1998), Madrid, Visor Libros, 1999, pp. 339-351.

[2] El carácter de los hombres no cambia con el paso del tiempo, y aquí podemos ver referencias claras a la realidad española actual.

Un amorío más de Lope: Lucía de Salcedo

Y ahora es cuando debemos sumar un nombre más a la ya extensa nómina de mujeres en la vida de Lope de Vega[1]. Se enreda en amores con otra actriz, Lucía de Salcedo, apodada la Loca, con el consiguiente enfado de Jerónima de Burgos (porque ahora el genial dramaturgo dará sus comedias a la compañía de Salcedo), aunque no son muchos los datos de que disponemos acerca de esta relación.

En octubre de 1615 se celebra la boda por poderes del príncipe de Asturias (el futuro Felipe IV) con Isabel de Borbón. El duque de Sessa forma parte de la comitiva real que marcha hasta Irún para recibir a la novia, y Lope le acompaña. En la Isla de los Faisanes, en el Bidasoa, se produce el intercambio de princesas entre las cortes de España y Francia (los españoles entregan a Ana de Austria, que va a ser la esposa del joven Luis XIII de Francia).

Intercambio de princesas en el Bidasoa, Pieter Van der Meulen

El cortejo regresa a Burgos y Lerma, donde Felipe III ha organizado grandes fiestas para conmemorar el enlace, y el viaje queda descrito en la comedia Los ramilletes de Madrid.

En diciembre Lope vuelve a Madrid, y allí pasa el año 1616. A finales de junio de ese año le explica a Sessa que piensa ir a Valencia para encontrarse con el hijo habido en 1599 («voy a Valencia por aquel hijo mío fraile descalzo»). Eso es, al menos, lo que se dice sobre el papel; pero tal explicación parece más bien una excusa: en realidad acude allí para encontrarse con Lucía de Salcedo, que está trabajando con la compañía de Sánchez y viene desde Barcelona. Allí enferma («Diecisiete días he estado en una cama con tan recias calenturas, que entendí que era el último tiempo de mi vida», le escribe al de Sessa el 6 de agosto), y regresa finalmente a Madrid sin el hijo a cuyo encuentro había supuestamente ido. Publica Alabanzas al glorioso San Josef. Gracias a la intercesión de Sessa, es nombrado procurador fiscal de la Cámara Apostólica en el Arzobispado de Toledo.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.