«Al nacimiento de Cristo», romance de Lope de Vega

No podía faltar en este recorrido por la poesía navideña una composición del Fénix Lope de Vega, autor que cultivó con asiduidad esta temática[1]. Ya en años anteriores han entrado en el blog otros poemas suyos como «Las pajas del pesebre…», «De una Virgen hermosa / celos tiene el sol», «Zagalejo de perlas, / hijo del Alba», «Nace el alba María, / y el Sol tras ella», «Reyes que venís por ellas, / no busquéis estrellas ya», «Campanitas de Belén», «Al Santo Nombre de Jesús» o «Los celos de San José».

Mateo Gilarte, Adoración de los Pastores. Museo Nacional del Prado (Madrid, España)
Mateo Gilarte, Adoración de los Pastores. Museo Nacional del Prado (Madrid, España).

El que traigo hoy se titula «Al nacimiento de Cristo» y dice así:

Repastaban[2] sus ganados
a las espaldas de un monte
de la torre de Belén
los soñolientos pastores,

alrededor de los troncos
de unos encendidos robles,
que, restallando a los aires,
daban claridad al bosque.

En los nudosos rediles
las ovejuelas se encogen;
la escarcha en la hierba helada
beben pensando que comen.

No lejos los lobos fieros,
con los aullidos feroces,
desafían los mastines,
que adonde suenan, responden.

Cuando las escuras[3] nubes,
de sol coronado, rompe
un Capitán celestial
de sus ejércitos nobles[4],

atónitos se derriban
de sí mismos los pastores,
y por la lumbre las manos
sobre los ojos se ponen.

Los perros alzan las frentes,
y las ovejuelas corren
unas por otras turbadas
con balidos desconformes[5].

Cuando el nuncio soberano
las plumas de oro descoge[6],
y enamorando los aires,
les dice tales razones:

«Gloria a Dios en las alturas,
paz en la tierra a los hombres[7],
Dios ha nacido en Belén
en esta dichosa noche.

»Nació de una pura Virgen;
buscalde[8], pues sabéis dónde,
que en sus brazos le hallaréis
envuelto en mantillas pobres».

Dijo, y las celestes aves
en un aplauso conformes
acompañando su vuelo
dieron al aire colores.

Los pastores, convocando
con dulces y alegres voces
toda la sierra, derriban
palmas y laureles nobles.

Ramos en las manos llevan,
y coronados de flores,
por la nieve forman sendas
cantando alegres canciones.

Llegan al portal dichoso
y aunque juntos le coronen
racimos de serafines,
quieren que laurel le adorne.

La pura y hermosa Virgen
hallan diciéndole amores
al niño recién nacido,
que Hombre y Dios tiene por nombre[9].

El santo viejo[10] los lleva
adonde los pies le adoren,
que por las cortas mantillas
los mostraba el Niño entonces.

Todos lloran de placer,
pero ¿qué mucho[11] que lloren
lágrimas de gloria y pena,
si llora el Sol por dos soles[12]?

El santo Niño los mira,
y para que se enamoren,
se ríe en medio del llanto,
y ellos le ofrecen sus dones.

Alma, ofrecelde los vuestros[13],
y porque el Niño los tome,
sabed que se envuelve bien
en telas de corazones[14].


[1] Baste recordar su volumen Pastores de Belén. Prosas y versos divinos de Lope de Vega Carpio (Madrid, Juan de la Cuesta, 1612).

[2] Repastaban: volvían a dar de pastar.

[3] escuras: forma usual en la lengua clásica por oscuras.

[4] un Capitán celestial / de sus ejércitos nobles: el ángel que anuncia a los pastores el nacimiento del Salvador.

[5] desconformes: disconformes, discordantes entre sí.

[6] descoge: despliega, extiende.

[7] Cfr. Lucas, 2, 14 y ss.

[8] buscalde: buscadle, forma de imperativo con metátesis; lo mismo que ofrecelde, unos versos más abajo.

[9] Hombre y Dios tiene por nombre: alusión a la doble naturaleza, humana y divina, de Cristo.

[10] El santo viejo: san José.

[11] ¿qué mucho…?: ¿qué tiene de extraño…?

[12] llora el Sol por dos soles: el Niño Jesús (el Sol) llora por los dos soles que son sus ojos.

[13] Alma, ofrecelde los vuestros: todo el romance ha sido narrativo, pero los cuatro últimos versos constituyen un apóstrofe al alma para que ofrezca sus dones al Niño: «sabed que se envuelve bien / en telas de corazones», con juego de palabras dilógico en telas (prendas tejidas, para abrigarse) y las telas del corazón (la membrana que lo recubre). Cfr. el inicio de la carta de don Quijote a Dulcinea: «Soberana y alta señora: El ferido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene» (Quijote, I, 25).

[14] Tomo el texto de Centro Virtual Cervantes, Poesía navideña hispánica, modificando ligeramente la puntuación.

«Soñaba la Virgen María», de Miguel de Unamuno

Vaya para este 3 de enero el poema de Miguel de Unamuno «Soñaba la Virgen María», que en sus Obras completas va fechado el «22-XII-30». El poema está formado por tres serventesios de versos eneasílabos[1], siendo todos los pares de rima aguda. Desde el punto de vista temático lo más destacado es que, en ese momento de gozo y plenitud que es el nacimiento de Jesús («alba del tiempo» con «sueños de luz»), el sueño de la Virgen, sin embargo, anticipa ya la Pasión de su Hijo («soñaba la Virgen María, / cantaba soñando la cruz»). Este mezclar el gozo de la natividad con el dolor —anticipado o intuido— de la Pasión y Muerte de Cristo es algo habitual en la poesía navideña española de raigambre tradicional[2].

Giovanni Battista Salvi da Sassoferrato, Virgen María con el Niño Jesús
Giovanni Battista Salvi da Sassoferrato, Virgen María con el Niño Jesús.
Colección privada. Web Gallery of Art.

Estaba la Virgen María
meciendo el pesebre en Belén;
brizándole[3] a Dios que dormía;
estribillo del brizo era amén.

Soñaban el buey y el borrico,
soñaban con la creación,
y Dios ¡ay qué niño tan rico!
dormía sin ensoñación.

El alba del tiempo apuntaba,
vestía a los sueños de luz;
soñaba la Virgen María,
cantaba soñando la cruz[4].


[1] Todos los versos del poema son eneasílabos, menos el cuarto, que tiene diez sílabas. Tal vez «estribillo» sea un error por «estribo», palabra con la que se regularizaría la cuenta silábica. Sea como sea, mantengo la lectura habitual de las distintas ediciones.

[2] Baste recordar el famoso villancico de Lope «Las pajas del pesebre, / niño de Belén, / hoy son flores y rosas, / mañana serán hiel. […] Las que para abrigaros / tan blandas hoy se ven / serán mañana espinas / en corona cruel».

[3] brizándole: ʻacunándoleʼ; y brizo, que aparece en el verso siguiente, es «Cuna para mecer los niños» (Diccionario histórico de la lengua española). Son voces caras a Unamuno; compárense, por ejemplo, estos versos de «Las montañas de mi tierra», de Poesías: Vizcaya: «De mi tierra el mar bravío / briza a las montañas, / y ellas se duermen sintiendo / mar en las entrañas»; o estos otros del soneto XL de De Fuerteventura a París, referidos a las «olas de consuelo» que le trae el mar en su destierro: «¿Sois acaso sirenas o delfines / a brizar mi recuerdo estremecido / que de la mar se ahoga en los confines?».

[4] Cito por Miguel de Unamuno, Obras completas, tomo XV, Poesías III, Cancionero, prólogo, edición y notas de Manuel García Blanco, Madrid, Afrodisio Aguado, 1958, núm. 1569, p. 709. Texto recogido también en Tallas y poemas del Niño-Dios, Madrid, Publicaciones Españolas, 1967, s. p.

«Villancico del abad Veremundo de Irache», de Ángel de Miguel

De Ángel de Miguel Martínez, poeta castellano-navarro (burgalés de nacimiento, en La Nuez de Arriba, pero afincado en Estella desde hace muchos años), ya habían quedado recogidos en el blog otros poemas navideños como el «Villancico de la Fuente de Irache», el «Villancico triste para un Niño sin posada» y el «Villancico de la estrella necesaria». Hoy quiero recuperar su «Villancico del abad Veremundo de Irache», que va fechado «Navidad 2008-2009».

Monumento a san Veremundo, abad de Irache, en Villatuerta (Navarra)
Monumento a san Veremundo, abad de Irache, en Villatuerta (Navarra).

Para su correcta intelección hay que recordar que san Veremundo o Bermudo (Arellano o Villatuerta, Navarra, c. 1020-Irache, Ayegui, Navarra, 1092 o 1099) fue un monje benedictino, abad del monasterio de Santa María la Real de Irache entre 1052 y 1092. Durante su gobierno, la abadía tuvo una época de esplendor, convirtiéndose en parada obligada para los peregrinos que hacían el Camino de Santiago. Veremundo era muy generoso y mientras fue monje solía llevar comida a los peregrinos del Camino que se paraban en el hospital del monasterio. También para atender a los peregrinos, el santo hizo brotar vino de una fuente que había cerca del monasterio[1].

Ya las campanas de Irache
tocan porque es Navidad,
porque luce un sol de nieve
y porque hay un nuevo abad,
que se llama Veremundo
y es un monje espiritual,
taumaturgo y estrellero
con fama de santidad.
Y llega el rey y su corte
a la misa principal,
con plata, oro y pedrería
y a mostrar su autoridad.
El sencillo Veremundo
se conmueve al comprobar
que otra corte, los mendigos,
no dejan de suspirar,
implorando alguna ayuda
y unas migajas de pan.
Y el abad recién nombrado
transforma la realidad
de aquellas ricas ofrendas
en obras de caridad.
Y las campanas de Irache
repican a humanidad,
pues los pobres ya son ricos
en dones de Navidad.


[1] Datos tomados de la ficha «Veremundo de Irache» en Wikipedia.

«El ángel de Belén que vino en helicóptero», de Gloria Fuertes

De esa «mujer de verso en pecho» que fue Gloria Fuertes ya han entrado en el blog otros poemas navideños, en concreto el villancico «Ya está el niño en el portal» y su famoso «El camello cojito». Vaya para hoy, último día del año, esta otra composición, «El ángel de Belén que vino en helicóptero», recogida en su libro para niños Lo primero es lo primero. Lo primero es el Belén, ilustrado por Marifé González.

Ilustración de Marifé González en el libro de Gloria Fuertes Lo primero es lo primero. Lo primero es el Belén

Sécate el parabrisas.
Límpiate el parabesos.
Cepíllate las alas
y entrénate en el vuelo.

Aterriza en Belén,
encima del pesebre.
San José, pensativo.
La Virgen tiene fiebre.

(Y empezó a cantar a Dios
el ángel aviador).

El aire frío azotaba,
el ángel se equivocaba.

—¡Gloria, Gloria, Gloria Fuertes!
—¡Que no, que no, criatura!
¡Gloria a Dios en las alturas!

«La lamparita del pastor», de Óscar Jara Azócar

El chileno Óscar Jara Azócar (nacido en Viña del Mar en 1906, fallecería en 1988) fue considerado en su país como «el poeta de los niños». Entre su producción se cuentan estos títulos: Canciones de juventud, El jardín de las estampas, Viña del Mar, Lo que soy esta noche, El día de la madre, El libro de los niños: cuentos en verso, La poesía y el teatro de la escuela, Naipe de espuma, La isla de silencio, Era en el bosque. Poesía y teatro para los niños de América, Lagarta y jazmín, Chile:  dramatizaciones de su historia, Mis mejores versos para niños. Antología y La noche más linda del mundo. Este último volumen poético, del año 1970, está dedicado íntegramente a la temática navideña. De las composiciones que lo forman he seleccionado «La lamparita del pastor», un romance endecha con rima aguda en á (salvo la primera cuarteta, que presenta rima aguda en ó), el cual tiene toda la gracia y sencillez de los villancicos tradicionales y no requiere ningún comentario.

Pastorcilla con un farol

Con una lamparita
va el hijo del pastor
en busca del pesebre
donde nació el Señor.

Con tierno afán pregunta:
—¿Dónde estará el portal?
Los corderitos fueron
y yo me quedé atrás…

¿Un ángel no contesta
por esta oscuridad?
¿Si no será el camino
donde el Niñito está?

Un resplandor me cubre.
¡Estoy en el portal!
¡Un niño tan hermoso
no vi nunca jamás!

Traigo mi lamparita,
no tengo nada más;
para adorarte, ¡en ella
mi corazón está![1]


[1] Tomo el texto de Óscar Jara Azócar, La noche más linda del mundo, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1970, pp. 73-74. Modifico ligeramente la puntuación. Véase Miguel Moreno Monroy, «La Navidad en algunos poetas chilenos», El Mercurio (Santiago de Chile), 24 de diciembre de 1972, p. 41.

El «Villancico de la espera en el portal», de Jesús Górriz Lerga

Ya en otras ocasiones he traído al blog algunos poemas navideños de Jesús Górriz Lerga (Pamplona, 1932-Pamplona, 2016). En una entrada antigua pueden leerse el «Villancico del anuncio gozoso», el «Villancico del vagabundo», el «Villancico del corolario que resume el gozo», los «Gozos para entonar en la Nochebuena» y el «Romancillo de la Natividad del Señor», y en otras más recientes añadí el «Villancico que repite la letanía de siempre» y el «Soneto para un alumbramiento». Copiaré hoy su «Villancico de la espera en el portal», perteneciente también a su poemario Memorial del gozo (1994), todo él de temática navideña. Se trata de un romance con rima á o que presenta la particularidad de que en todas las cuartetas el primer verso es el mismo, «La Virgen y San José». Cabe destacar asimismo la estructura “circular” de la composición, con esa repetición de «Mientras tanto…», en los versos cuarto y último, que subraya la esperanzada espera de la llegada del Niño.

La Virgen María embarazada y San José

También en la espera incide, asimismo, la repetición del verso «siguen los dos esperando» en las coplas décima y undécima (que constituyen una variatio respecto al verso segundo del poema, «están los dos esperando»); e igualmente la formulación «siguen, minuto a minuto, / con su reloj, esperando…», de la novena.

La Virgen y San José
están los dos esperando
el nacimiento del niño
que ha de venir. Mientras tanto…

La Virgen y San José,
sueño arriba y sueño abajo,
mullen la paja de trigo
y caldean el establo.

La Virgen y San José
preparan el aguinaldo:
dátiles de la palmera
y naranjas del naranjo.

La Virgen y San José
miran el cielo y el campo;
tres mil millones de estrellas
en el rocío temblando.

La Virgen y San José
tienen parientes lejanos;
después de que nazca el niño
serán mucho más cercanos.

La Virgen y San José
no pueden dormir, pensando
en Nazaret, cuando tenga
allí, tres o cuatro años.

La Virgen y San José
con la miel a flor de labio
ensayan nanas sabidas
para poder acunarlo.

La Virgen y San José
tienen el alma temblando,
lo mismo que con la brisa
estremécense los álamos.

La Virgen y San José,
entre el gozo y el encanto,
siguen, minuto a minuto,
con su reloj, esperando…

La Virgen y San José
siguen los dos esperando.
(Por las colinas se acercan
arcángeles afinando.)

La Virgen y San José
siguen los dos esperando.
Él nacerá cuando quiera
acostarse en su regazo.

La Virgen y San José
miran de nuevo sus manos.
Silenciosamente. Al punto.
Cerca. Pronto. Mientras tanto…[1]


[1] Cito por Jesús Górriz Lerga, Memorial del gozo, Pamplona, edición del autor [Eurograf], 1994, pp. 30-31. Añado una coma al final del primer verso de la octava cuarteta.

«Canción de Navidad para conjurar el fin del mundo», de Santiago López Navia

Vaya para este día el poema, «Canción de Navidad para conjurar el fin del mundo», con el que Santiago López Navia, filólogo y poeta, y excelente amigo, felicitó la Navidad de 2012 a sus colegas y amistades. La composición está formada por tres estrofas, de 6, 8 y 12 versos, con rima de romance en é e, pero con la particularidad de ser heptasílabos los impares y pentasílabos los pares (es decir, el esquema de rima es 7- 5a 7- 5a…). El poeta, a través de su yo lírico, nos recuerda que frente a las realidades negativas de este mundo (miedo, pobreza, hambre, muerte…) siempre queda un atisbo de esperanza: «Los árboles marchitos / viven a veces / en una rama niña / que reverdece»[1]. Aquí, ese mensaje esperanzado encuentra su máxima expresión en el nacimiento del Salvador, ese momento salvífico —para todo el género humano— en el que «Cristo fundió en su fragua / trono y pesebre».

Pesebre de Jesús y trono de David

Que nadie escuche al miedo.
Que nadie entregue
su libertad al gremio
de los intérpretes
que entienden las señales
que otros no entienden.

Aunque a todos el mundo
les pertenece,
en poco tiene al mundo
el que no tiene.
Fin del mundo es el hambre
para los débiles
y este mundo termina
para el que muere.

Que el miedo a los augures
no nos silencie.
No siempre está perdido
lo que se pierde.
Los árboles marchitos
viven a veces
en una rama niña
que reverdece.
Hasta la paja seca
tuvo su suerte:
Cristo fundió en su fragua
trono y pesebre.


[1] Estos versos me recuerdan el comienzo del poema «A un olmo seco», de Antonio Machado: «Al olmo viejo, hendido por el rayo / y en su mitad podrido, / con las lluvias de abril y el sol de mayo, / algunas hojas nuevas le han salido»; más adelante, en apóstrofe al olmo, el yo lírico expresa su deseo de anotar en su cartera «la gracia de tu rama verdecida».

El «Villancico de las manos vacías», de José María Pemán

Siguiendo con los poemas de Navidad, copiaré hoy el «Villancico de las manos vacías», de José María Pemán (Cádiz, 1897-Cádiz, 1981), que se une a otros suyos de temática navideña como «Villancico del pescador de truchas» o «Meditación ante un nacimiento de cartón y barro», composiciones estas dos incluidas en Poesía sacra (Madrid, Escelicer, 1940). El villancico que ahora nos ocupa ha sido comentado por Katarzyna Madyjewska:

El tema navideño reaparece en «Villancico de las manos vacías» (1965) en forma y ritmo popular, y con una mezcla de antítesis parecida al poema anterior [se refiere a «Meditación ante un nacimiento de cartón y barro»]. En esta ocasión el sujeto lírico introduce el motivo navideño en su situación presente. Prescinde de notas circunstanciales para referirse a una paradoja que experimenta en sí. El poema se divide en dos partes que corresponden a dos posturas vitales, como un antes y después, en los que el Niño Jesús se convierte en el único punto de referencia. […] Otras antítesis se perciben en: «noche clara y alba fría», «con sangre y nieve en los pies». La última contraposición hace eco colorístico de la «rosa» y el «lirio». El juego de contrastes tan propio de la poesía meditativa, lleva a representar la oposición de la belleza y felicidad propias, frente a las divinas. Incluso la «mano» y el «corazón» unidos por la figura divina expresan este planteamiento[1].

Carlo Dolci, El Niño Jesús con una corona de flores (1663). Museo Nacional Thyssen- Bornemisza (Madrid, España)
Carlo Dolci, El Niño Jesús con una corona de flores (1663). Museo Nacional Thyssen- Bornemisza (Madrid, España).

Se trata de un poema suelto incluido en las antologías pemanianas, que dice así:

Yo tenía
tanta rosa de alegría,
tanto lirio de ilusión,
que entre mano y corazón
el Niño no me cabía…

Dejé las rosas primero.
Con una mano vacía
—noche clara y alba fría—
me eché a andar por el sendero.

Dejé los lirios después.
Libre de mentiras bellas,
me eché a andar tras las estrellas
con sangre y nieve en los pies.

Y sin aquella alegría,
pero con otra ilusión,
llena la mano y vacía,
cómo Jesús me cabía
—¡y cómo me sonreía!—
entre mano y corazón[2].


[1] Katarzyna Madyjewska, La poesía lírica de José María Pemán, tesis doctoral dirigida por José Paulino Ayuso, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 2006, p. 174.

[2] Lo cito por José María Pemán, Poesía esencial, estudio preliminar y selección de José Enrique Salcedo Mendoza, Motril (Granada), Imprenta Comercial, 2002, pp. 146-147.

«Señora doña María», villancico tradicional chileno

Vaya para hoy este villancico tradicional chileno, «Señora doña María», que fue incluido por Ángel Parra en su disco Villancicos chilenos (1962), con letra distinta. Forma parte también de la colección de Villancicos (1998) de Cecilia Echenique. Más recientemente, en 2015, la colombiana Marta Gómez lo recoge en su CD Al alba. Canciones de Navidad, en el que recopila dieciséis cantos navideños hispanoamericanos. En fin, pueden escucharse otras versiones que se encuentran fácilmente en YouTube.

Pesebre artesanal chileno, del maestro alfarero Norberto Oropesa
Pesebre artesanal chileno, del maestro alfarero Norberto Oropesa.

El texto es sencillo, como corresponde a la poesía popular, y refiere los regalos que el yo lírico lleva al Niño, junto con las peticiones o ruegos que le hace a la Virgen María (véanse las notas al pie para algunos comentarios adicionales).

Señora doña María,
yo vengo de allá muy lejos
y a su niñito le traigo
un parcito[1] de conejos.

Zapallos[2] le traigo, papas araucanas,
harina tostada[3] paʼ la pobre Ana;
recados le mandan[4] mi taita[5] y mi mama,
la doña Josefa y la tía Juana.

Señora doña María,
cogollito de cedrón[6],
consiga con su niñito
que nos dé la salvación.

Zapallos le traigo, papas araucanas,
harina tostada paʼ la pobre Ana;
recados le mandan mi taita y mi mama,
la doña Josefa y la tía Juana.

Señora doña María,
hermosísimo donaire,
consiga con don José
que yo sea su comaire[7].


[1] parcito: diminutivo afectivo de par; como los otros diminutivos (niñito, cogollito), refuerza la emotividad del texto, de expresión tan sencilla como sencillos son los regalos que se llevan al Niño.

[2] Zapallos … papas araucanas: calabazas y patatas. La Araucanía y Los Lagos son las dos principales regiones productoras de papas en Chile. Las papas nativas, de muy variadas formas y colores, se distinguen de las papas criollas o amarillas.

[3] harina tostada: las harinas tostadas (más digestibles que las crudas), especialmente las de maíz, forman parte de la cultura tradicional de distintos pueblos de Sudamérica. 

[4] recados le mandan: podría entenderse que ʻle mandan recuerdosʼ; ahora bien, en Chile recado es una mezcla de especias e ingredientes aromáticos molidos que se utilizan como sazonadores de guisos o platillos, y tal parece ser el significado que funciona aquí, pues que de comidas se está hablando.

[5] taita: papá.

[6] cedrón: planta verbenácea, originaria del Perú, pero que se cría también en Chile y Argentina, aromática, con propiedades medicinales, que florece durante el verano y el otoño; se toma en infusión. Cogollito de cedrón es un hermoso epíteto para la Virgen, muy original con respecto a los habituales en la tradición europea.

[7] comaire: comadre, en pronunciación coloquial. Aquí comaire puede tener no el sentido amplio de ʻamiga, vecina con la que se tiene mucho tratoʼ, sino el específico de ʻmadrina de bautizoʼ. Tomo el texto, transcrito por Cecilia Echenique, de la web Letras, pero añado toda la puntuación, y en el v. 12 la tilde a «de»; en cambio, en el v. 7 sobra la tilde a «mamá» (el ritmo pide la pronunciación llana). Agradezco a la Dra. Mariela Insúa la sugerencia de este villancico chileno, que no conocía.

Otro villancico anónimo del siglo XVII: «Soberana María»

«Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.»
(Juan, 1, 14)

Ayer transcribía aquí el villancico «Monterilla de plumas…», y hoy, día de Navidad, traigo otro, «Soberana María», también anónimo y del siglo XVII como aquel. Antonio Torralba, miembro del conjunto musical Cinco Siglos, ofrece este comentario del villancico, al hilo de la grabación del mismo que realizaron el 14 de diciembre de 2014, que puede escucharse aquí:

En los manuscritos 1370 a 1372 de la Biblioteca Nacional de España se encuentran las tres voces de un villancico maravilloso cuya composición en el siglo XVII se atribuye a veces por error a Mateo Romero. Se trata de una versión a lo divino de la célebre “Mañanicas floridas”, que versionaron Lope de Vega y Calderón entre otros. Aquí se llama “Soberana María” y es un prodigio literario y musical salido de la pluma de uno o dos autores anónimos del XVII. La invocación a las estrellas es bellísima y la elevación conceptual soberbia. La Virgen protege al Niño, pero el plano se amplía y son las nocturnas estrellas las que han de abrigar a su vez a la Virgen (abrigad a la Virgen entre vuestros brazos). Y luego están los últimos versos que emocionan aún más. La palabra árabe aljófar (perla irregular y también el conjunto de esas perlas) es un hallazgo poético. Las lágrimas del Niño son el aljófar. Coged el aljófar (sigue invocando a las nocturnas estrellas) de los ojos claros. Y, al final, el lenguaje claro y exacto que solemos identificar con el auténtico refinamiento: Mirad que es tesoro de precio tan alto / que una gota suelda todos nuestros daños.

Sandro Botticelli, Natività mistica (1501). National Gallery (Londres, Reino Unido)
Sandro Botticelli, Natività mistica (1501). National Gallery (Londres, Reino Unido).

El texto, que se conserva en una recopilación manuscrita de la primera mitad del siglo XVII titulada Romances y letras de a tres voces, dice así:

Soberana María, 
con vuestro canto, 
arrullad a mi niño, 
no llore tanto.

Nocturnas estrellas 
que en dulce descanso 
reposáis los cuerpos 
del largo cansancio, 
¿cómo a Dios eterno
le dejáis llorando?
Arrullad a mi niño, 

no llore tanto.

Templad las escarchas 
del invierno helado 
que el infante tierno 
es Rey delicado; 
abrigad la Virgen 
entre vuestros brazos.
Arrullad a mi niño, 
no llore tanto.

Coged el aljófar 
de los ojos claros;
mirad que es tesoro 
de precio tan alto, 
que una gota suelda 
todos nuestros daños.
Arrullad a mi niño,
no llore tanto[1].


[1] Tomo el texto de la web de Carlos Ruiz de Arcaute, pero modernizo las grafías y regularizo la puntuación. Ahí pueden encontrarse más datos sobre la colección Romances y letras de a tres voces, y también escucharse el villancico y descargarse la partitura.