Rafael Alberti y el mito del Cid: «Como leales vasallos» (y 4)

En la primera entrada de esta serie exponía los datos esenciales sobre la serie de ocho poemas  «Como leales vasallos», perteneciente a Entre el clavel y a espada, y ofrecía también algunas valoraciones de la crítica. Luego, en sendas entradas, analicé los poemas primero y segundo, tercero y cuarto y quinto y sexto. Paso ahora a examinar los dos últimos[1]. Veamos:

7

En estas tierras agenas verán las moradas cómmo se fazen,
afarto verán por los ojos cómmo se gana el pane.

D U R A S, las tierras ajenas.
Ellas agrandan los muertos,
ellas.

Triste, es más triste llegar
que lo que se deja.
Ellas agrandan el llanto,
ellas.

Cuando duele el corazón,
callan ellas.

Crecen hostiles los trigos
para el que llega.

Si dice: —Mira qué árbol
como aquel…
                            Todos recelan.

¡El mar! ¡El mar! ¡Cuántas olas
que no regresan!

              Andan los días e las noches, que vagar non se dan…

Copio el comentario de Francisco Javier Díez de Revenga:

A la dura vida del exilio está dedicado el poema 7, y a la incomprensión de aquellos que han de recibir a los desterrados, que miran con recelo a los que vienen, obligados, de otras tierras. La dureza de la existencia diaria, la necesidad de sobrevivir, la soledad, la incomprensión, el aislamiento, hacen aún más duro el exilio. Las tierras ajenas y la necesidad de ganarse la vida en ellas de unos versos del Poema de Mío Cid desencadenan esta bella canción elegíaca y realista[2].

Además de la conciencia de enajenación, subrayada estilísticamente por la repetición de «ellas», las tierras del destierro, en el final del poema la presencia del mar introduce otra nota de lejanía y nostalgia: no son las suyas olas que unen, sino olas que separan y alejan de la patria amada.

8

… ca echados somos de tierra,
mas a grand ondra tornaremos a Castiella.

S E volverá el mar de tierra.

Ese mar que fue mar,
¿por qué se seca?

Se harán llanuras las olas.

Ese mar que fue mar,
¿por qué abre sendas?

Se irán alzando ventanas.

Ese mar que fue mar,
¿por qué se alegra?

Darán portazos las puertas.

Ese mar que fue mar,
¿por qué resuena?

Se irán abriendo jardines.

Ese mar que fue mar,
¿por qué verdea?

El mar, que tiene otra orilla,
también la ha vuelto de tierra.

Ese mar que fue mar,
¿para quién siembra banderas?

                     Sonando van sus nuevas todas a todas partes…
                     Siempre vos serviremos como leales vasallos…

De nuevo en palabras de Díez de Revenga:

El último poema, el 8, contiene la esperanza del retorno, como se canta en el Poema de Mío Cid, cuando se asegura que se regresará con honra a Castilla. La esperanza de Alberti está en el mar, cuya imagen se reitera en casi todos los versos de la canción, con recuperación de algún motivo preferido por el poeta, como lo es «la otra orilla», que se combina, como señaló Argente, con la subversión gozosa del orden establecido: el mar se vuelve de tierra[3].

Y sigue explicando que la cita final, «Como leales vasallos», es la que sirve para dar título a toda la colección: «con su lección de fidelidad a un ideal por encima de todo: el ejemplo del Cid adquiere de esta forma un importante contenido ético»[4]. Faltaría explicar que esta frase procede de unas palabras puestas en boca de Álvar Fáñez en la Crónica de Veinte Reyes: «Convusco iremos, Çid, por yermos e por poblados, / ca nunca vos fallesçeremos en quanto seamos bivos e sanos / convusco despenderemos las mulas e los cavallos / e los averes e los paños / siempre vos serviremos como leales amigos e vasallos».

Como hemos podido apreciar —a lo largo de varias entradas—, esta serie de ocho poemas nos muestra uno de los acercamientos de Rafael Alberti al mito del Cid. Lo más destacado en ellos es la profunda identificación que se produce entre el desterrado del siglo XI y el exiliado del XX. Se trata, sin duda, de una asimilación personal, íntima, total, de la historia del Cid, personaje que encarna unos valores y unas vivencias que lo convierten en perfecto modelo cargado de un hondo simbolismo para el poeta y para muchos otros españoles que conocieron la amarga realidad del destierro tras la derrota republicana del 39[5].


[1] Reproduzco los poemas tomándolos de Rafael Alberti, Entre el clavel y la espada [1939-1940], Barcelona / Caracas / México, Seix Barral, 1978, pp. 129-140. En nota al pie se explica que: «(Todos los versos en cursiva son del Cantar de Mío Cid)». Quien mejor los ha estudiado, y aquí aprovecho abundantemente sus comentarios, es Francisco Javier Díez de Revenga, «El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior (ficción e imagen)», Estudios Románicos, 13-14, 2001-2002, pp. 77-84; y «Poema, realidad y mito: el Cid y los poetas del siglo XX», en Gonzalo Santonja (coord.), El Cid. Historia, literatura y leyenda, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, pp. 119-121. Ver también Concha Argente del Castillo, Rafael Alberti, poesía del destierro, Granada, Universidad de Granada, 1986, pp. 52-53.

[2] Díez de Revenga, «El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior…», p. 82.

[3] Díez de Revenga, «El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior…», p. 83.

[4] Díez de Revenga, «El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior…», p. 84.

[5] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Del destierro al exilio: la mirada de Alberti al mito del Cid (“Como leales vasallos”, Entre el clavel y la espada, en Ignacio Arellano, Víctor García Ruiz y Carmen Saralegui (eds.), Ars bene docendi. Homenaje al Profesor Kurt Spang, Pamplona, Eunsa, 2009, pp. 391-404.

Rafael Alberti y el mito del Cid: «Como leales vasallos» (3)

En la primera entrada de esta serie exponía los datos esenciales sobre los ocho poemas que forman la sección «Como leales vasallos», perteneciente a Entre el clavel y a espada, y ofrecía también algunas valoraciones de la crítica. Luego, en sendas entradas, analicé los poemas primero y segundo y tercero y cuarto. Paso ahora a examinar los poemas quinto y sexto[1]. Veamos:

5

Yo lo veo que estades vos en ida
e nos de vos partir nos hemos en vida.

E R A S hermosa…
                                 Y lo eres,
con un tajo en la garganta.

Sin comparación…
                                     Si digo
que como tu frente de sierras altas,
que como tu pecho de llanos fríos,
que como tus ojos de velas claras,
que como tu sangre de pino ardiendo,
que como tú tendida,
que como tú levantada…

Si me atrevo a compararte,
¿con quién te compararía?

                                          Desventurada.

Sin comparación…
                                      Y hermosa,

con un tajo en la garganta.

                     La rencura mayor non se me puede olbidar.

Opina Concha Argente del Castillo que este quinto poema de la serie recuerda el elogio de España que Alfonso X el Sabio incluye en su Crónica General de España, con ocasión de la conquista musulmana. Díez de Revenga matiza: «En realidad, es el recuerdo de la patria el que conduce al exiliado a imaginarla desdichada no por su propia naturaleza, sino por su situación presente. […] pasado y presente abren este poema dramático que concibe a España como una mujer cuyas realidades fisiológicas son partes de su rica y espléndida naturaleza hoy ajada, hoy herida»[2]; y añade que el poema se remata «con aires de desgarrada copla popular». Las repeticiones estilísticas, y la estructura circular, intensifican el tono dramático de esta composición, en la que se pone de relieve que la amada patria es tan desventurada cuan hermosa.

                                 6

                  … que nadi nol diessen posada,
e aquel que gela diesse sopiesse vera palabra
que perderié los averes e más los ojos de la cara…

¿Q U I E N E S son los que se marchan?

                                    —Cerrad las puertas de casa.

¿Los que con la frente alta
van arrancando crujidos
de amor, de temor y rabia?

                                    —Ni pan, ni silla, ni agua.

¿Esos que por donde pasan
muerden de remordimiento
la luz que no alumbró clara?

                                    —Ni hoz, ni pico ni azada.

Serios, como la amenaza
constante, como la sombra
de las conciencias nubladas.

                                    —Ni tierra para su alma.

Están cerrados los mapas.
En un huracán de sangre,
rueda una llave de plata.

                                          Arribado an las naves, fuera eran exidos…

Evoca este poema el famoso episodio de la «niña de nuef años» del Cantar, y las leyes del rey que impiden prestar ayuda a los desterrados. «La aplicación a la situación personal de Alberti y los suyos es, entonces, directa», sentencia Díez de Revenga[3].


[1] Reproduzco los poemas tomándolos de Rafael Alberti, Entre el clavel y la espada [1939-1940], Barcelona / Caracas / México, Seix Barral, 1978, pp. 129-140. En nota al pie se explica que: «(Todos los versos en cursiva son del Cantar de Mío Cid)». Quien mejor los ha estudiado, y aquí aprovecho abundantemente sus comentarios, es Francisco Javier Díez de Revenga, «El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior (ficción e imagen)», Estudios Románicos, 13-14, 2001-2002, pp. 77-84; y «Poema, realidad y mito: el Cid y los poetas del siglo XX», en Gonzalo Santonja (coord.), El Cid. Historia, literatura y leyenda, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, pp. 119-121. Ver también Concha Argente del Castillo, Rafael Alberti, poesía del destierro, Granada, Universidad de Granada, 1986, pp. 52-53.

[2] Díez de Revenga, «El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior…», pp. 80-81.

[3] Díez de Revenga, «El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior…», p. 81. Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Del destierro al exilio: la mirada de Alberti al mito del Cid (“Como leales vasallos”, Entre el clavel y la espada)», en Ignacio Arellano, Víctor García Ruiz y Carmen Saralegui (eds.), Ars bene docendi. Homenaje al Profesor Kurt Spang, Pamplona, Eunsa, 2009, pp. 391-404.

Rafael Alberti y el mito del Cid: «Como leales vasallos» (2)

En la primera entrada de esta serie exponía los datos esenciales sobre la serie de ocho poemas «Como leales vasallos», perteneciente a Entre el clavel y a espada, y ofrecía también algunas valoraciones de la crítica. En otra entrada analizaba los dos primeros poemas. Paso ahora a examinar los poemas tercero y cuarto[1]. Veamos:

3

Los hinojos e las manos en tierra los fincó,
las yerbas del campo a dientes las tomó…

H I N C A D O. Así.
                       Y en los dientes,
el corazón, y en los labios,
contra tu tierra con sangre,
todo su sabor amargo.
Dolor a muerto en la lengua,
sabor a desenterrado,
gusto a puñal por la espalda,
sabor a crimen, a mano
con gusto a sombra en la sombra,
sabor a toro engañado,
gusto a león exprimido,
sabor a sueño,
sabor a llanto,
susto a solo vientre hueco,
a hombre arrancado de cuajo,
sabor a mar triste, a triste
árbol sin sabor a árbol.

Amarga ha de ser la vuelta,
pero sin sabor amargo.

                     Esto me an buolto mios enemigos malos.

Este tercer poema alude a los mestureros que encizañaron la relación del Cid con Alfonso VI (así lo pone de relieve el verso del Cantar citado en su final), y se cierra con una aparente contradicción, una amargura pero sin sabor amargo. Díez de Revenga ha escrito certeras palabras, evocando la simbólica ceremonia vasallática de morder la hierba (en señal de sumisión), recogida por el Cantar en el momento en que el Cid se reencuentra con el rey Alfonso, ya reconciliados (así lo expresan los dos versos del Cantar que abren el poema):

Hay un episodio en el Poema de Mío Cid especialmente emotivo, cuando el Campeador, de rodillas en el campo, en el momento de su reencuentro con Alfonso VI, muestra su gozo por la presencia del rey ante quien se postra. Alberti realiza una espléndida interpretación de la escena, y de los versos del Poema extrae sensaciones muy poderosas de amargura fijadas al sentimiento del gusto y diseminadas en una serie de símbolos del destierro, modificando, con autoridad poética, el significado de los versos iniciales, haciéndolos acordes ahora con el verso final reproducido. España aparece en el trasfondo de los versos en una configuración que se irá intensificando en los poemas siguientes. El toro, el león, el mar son imágenes suficientemente explícitas en un contexto de especial crudeza[2].

Acto de vasallaje

                                 4

Vio puertas abiertas e uços sin cañados,
alcándaras vázias sin pielles e sin mantos…

V I los campos.
                              Y perderse los soldados.
Vi la mar.              
                               Y perderse los soldados.
Vi los cielos.         
                               Y perderse los soldados.
Perderse tu corazón.
                               No los soldados.

                                   A quém descubriestes las telas del coraçón?

Como señala Díez de Revenga, es un poema de guerra, de sencilla estructura marcada por el paralelismo y la repetición, en el que los versos introductorios (versos 3-4 del Cantar) «devuelven al poeta a la España de la guerra recién perdida, provocadora, en definitiva, del destierro»[3].


[1] Reproduzco los poemas tomándolos de Rafael Alberti, Entre el clavel y la espada [1939-1940], Barcelona / Caracas / México, Seix Barral, 1978, pp. 129-140. En nota al pie se explica que: «(Todos los versos en cursiva son del Cantar de Mío Cid)». Quien mejor los ha estudiado, y aquí aprovecho abundantemente sus comentarios, es Francisco Javier Díez de Revenga, «El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior (ficción e imagen)», Estudios Románicos, 13-14, 2001-2002, pp. 77-84; y «Poema, realidad y mito: el Cid y los poetas del siglo XX», en Gonzalo Santonja (coord.), El Cid. Historia, literatura y leyenda, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, pp. 119-121. Ver también Concha Argente del Castillo, Rafael Alberti, poesía del destierro, Granada, Universidad de Granada, 1986, pp. 52-53.

[2] Díez de Revenga, «El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior…», p. 79.

[3] Díez de Revenga, «El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior…», p. 80. Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Del destierro al exilio: la mirada de Alberti al mito del Cid (“Como leales vasallos”, Entre el clavel y la espada)», en Ignacio Arellano, Víctor García Ruiz y Carmen Saralegui (eds.), Ars bene docendi. Homenaje al Profesor Kurt Spang, Pamplona, Eunsa, 2009, pp. 391-404.

Rafael Alberti y el mito del Cid: «Como leales vasallos» (1)

En una entrada anterior exponía los datos esenciales sobre la serie de ocho poemas «Como leales vasallos», perteneciente a Entre el clavel y a espada, y ofrecía también algunas valoraciones de la crítica. Pasemos ahora a examinar cada una de las composiciones[1], comenzando por las dos que dan inicio a la serie. Citaré primero cada texto (todo ellos se abren y se cierran con sendas citas del Cantar de mio Cid), añadiendo después algunos comentarios y valoraciones. Veamos:

                                 1

Convusco iremos, Cid, por yermos e por poblados,
ca nunca vos fallesceremos en quanto seamos sanos…

L O S gallos. Cantar querían.
Hubieran querido.
                                  ¡Madre!

La noche. Morir quería.
Hubiera querido.
                                  ¡Madre!

Nos vamos. Quedar queríamos.
¡Cómo quisiéramos!
                                  ¡Madre!

Los pueblos. ¡Si se vinieran!
Se hubieran venido.
                                  ¡Madre!

Los llanos. ¡Qué andar de prisa!
Andan. Andarían.
                                  ¡Madre!

Los ríos. Partir, corriendo.
Veloces los ríos.
                                  ¡Madre!

Lo aires. Marchar volando.
Vuelan. Volarían.
                                  ¡Madre!

Nosotros. Contigo sólo.
Vamos. Iríamos.
                                  ¡Madre!

Tú, tú, tú. ¿Con quién, con quién?
Hubieras venido.
                                  ¡Madre!

                 A los mediados gallos pienssan de ensellar…

Como escribe Díez de Revenga, «en el primer poema aparecen los gallos […], y con ellos el amanecer, símbolo del comienzo, del comienzo en este caso del destierro. Los aires de canción popular, la métrica breve y los paralelismos crean un ambiente de emoción nada contenida»[2]. Habría que recordar que la presencia de los gallos de Cardeña es un motivo recurrente en los textos y poemas de los autores del 27. Aquí, el rasgo estilístico más marcado es la repetición de la palabra madre, que simboliza todo lo que el desterrado/exiliado deja atrás: el amor, el cariño, la protección, la casa familiar… Todo lo que se ven obligados a abandonar —los hombres del Cid, los exiliados republicanos españoles del 39— y no saben si volverán a encontrar a su regreso (ni siquiera saben si habrá la posibilidad de un regreso). En definitiva, el poema inicial subraya la sensación de desarraigo.

Marcos Hiráldez Acosta, Jura del rey Alfonso VI en Santa Gadea (1864).
Palacio del Senado (Madrid, España), Fondo Histórico.

                                        2

De los sos ojos tan fuertemientre llorando
tornaba la cabeça i estávalos catando.

L U E G O, la vi despeinarse
bajo los arcos del agua,
arcos que ya son de sangre.

Con luz de lluvia la quise.

¡Qué sofocación tan grande:
bajo los arcos, doblada,
y hacia la mar, alejarse!

              Dexado ha heredades e casas e palaçios…

En esta segunda composición, lo más destacado es el contraste entre agua/lluvia y sangre, esos arcos de lluvia convertidos en arcos de sangre. Sigue insistiendo el poeta en la idea del marchar, del alejarse, dejando algo atrás[3]. El pronombre «la», de «la vi», puede remitir a la mujer amada, que es, en cualquier caso, símbolo o personificación de España, como se percibirá con mayor claridad en los poemas siguientes[4].


[1] Reproduzco los poemas tomándolos de Rafael Alberti, Entre el clavel y la espada [1939-1940], Barcelona / Caracas / México, Seix Barral, 1978, pp. 129-140. En nota al pie se explica que: «(Todos los versos en cursiva son del Cantar de Mío Cid)». Quien mejor los ha estudiado, y aquí aprovecho abundantemente sus comentarios, es Francisco Javier Díez de Revenga, «El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior (ficción e imagen)», Estudios Románicos, 13-14, 2001-2002, pp. 77-84; y «Poema, realidad y mito: el Cid y los poetas del siglo XX», en Gonzalo Santonja (coord.), El Cid. Historia, literatura y leyenda, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, pp. 119-121. Ver también Concha Argente del Castillo, Rafael Alberti, poesía del destierro, Granada, Universidad de Granada, 1986, pp. 52-53.

[2] Díez de Revenga, «El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior…», p. 78.

[3] Escribe Díez de Revenga, «El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior…», p. 79: «En el segundo de los poemas, recordando los primeros versos conservados del Cantar, se produce una reacción visionaria, según ha visto Argente del Castillo, pero cuya evidencia deja pocas dudas a la interpretación sólidamente contextualizada por el texto de inicio y el de final».

[4] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Del destierro al exilio: la mirada de Alberti al mito del Cid (“Como leales vasallos”, Entre el clavel y la espada)», en Ignacio Arellano, Víctor García Ruiz y Carmen Saralegui (eds.), Ars bene docendi. Homenaje al Profesor Kurt Spang, Pamplona, Eunsa, 2009, pp. 391-404.

Del destierro al exilio: la mirada de Rafael Alberti al mito del Cid

En una entrada anterior quedaron apuntadas algunas someras notas sobre la presencia del Cid en los poetas del 27 y en el exilio republicano español. Me propongo ahora un sencillo comentario —a través de sucesivas entradas— de unos poemas en los que Rafael Alberti ofrece su personal mirada al mito del Cid. Me refiero a las ocho composiciones que forman la serie «Como leales vasallos», incluida como sección séptima de Entre el clavel y la espada (1941). Este poemario, junto con Vida bilingüe de un refugiado español en Francia, reúne las primeras muestras de la poesía albertiana del exilio, que fueron valoradas por Kurt Spang con estas palabras:

Con la obra Vida bilingüe…, escrita en 1939-40 en París, empieza la poesía comprometida del destierro. Todavía se nota la influencia directa de los acontecimientos históricos. En las obras siguientes Alberti se aleja cada vez más de los sucesos de la guerra y ya no se considera exclusivamente como poeta al servicio de la revolución. Su poesía será creación «entre clavel y espada». Empieza el libro Entre el clavel y la espada diciendo: «Si mi nombre no fuera un compromiso, una palabra dada […], tú, libro, que ahora vas a abrirte, lo harías solamente bajo un signo de flor, lejos de él la fija espada que lo alerta». Allí se manifiesta claramente el deseo de volver a la poesía sin compromiso, pero también en el destierro Alberti se considera obligado a la adhesión a las ideas comunistas[1].

Rafael Alberti, Como leales vasallos (1951)
Rafael Alberti, Como leales vasallos (1951). Gouache y pastel.

En el caso de los poemas de «Como leales vasallos», lo que prevalece es una identificación íntima entre dos vivencias personales muy similares: la del destierro del héroe castellano, injustamente apartado por su monarca, y la del exilio del poeta gaditano, que también debe abandonar la madre patria tras la derrota republicana en la guerra civil de 1936-1939. Veremos enseguida cómo Alberti reelabora de una forma muy personal la materia cidiana.

Como ya queda indicado, «Como leales vasallos» constituye el apartado séptimo de Entre el clavel y la espada, primer poemario albertiano publicado en el exilio (Buenos Aires, 1941). En efecto, este libro escrito en «Francia, el mar, Argentina, 1939-1940» se abre con una dedicatoria «A Pablo Neruda», y consta de dos «Prólogos», más las secciones «Sonetos corporales», «Diálogo entre Venus y Príapo», «Metamorfosis del clavel», «Toro en el mar», «De los álamos y los sauces», «Del pensamiento en un jardín», «Como leales vasallos» y «Final de plata amargo». No es el único acercamiento del poeta del Puerto de Santa María a la materia cidiana. En efecto, años después escribiría el texto de Cantar de Mio Cid: cantata heroica en tres episodios, que se conserva inédita en la Biblioteca Nacional de España[2]. No olvidemos tampoco que María Teresa León, su esposa, escribió sendas biografías noveladas, amenas y didácticas, de tono poético, sobre don Rodrigo y doña Jimena: Rodrigo Díaz de Vivar. El Cid Campeador (1954) y Doña Jimena Díaz de Vivar. Gran señora de todos los deberes (1960)[3].

La serie cidiana formada por los ocho poemas «Como leales vasallos» ha sido valorada por Francisco Javier Díez de Revenga con estas palabras:

Una de las primeras imágenes de Alberti en su poesía del exilio queda simbolizada por la figura del Cid caminando hacia el destierro con los suyos «como leales vasallos», en una de las secciones de Entre el clavel y la espada, […] en la que incluye […] una suite completa, titulada «Como leales vasallos» dedicada al Cid y a su significación como desterrado. Se trata de una serie de ocho poemas breves, comenzados y acabados todos ellos por versos muy significativos del Poema de Mío Cid. La vivencia poética de los momentos cidianos son recordados [sic] con una técnica de collage[4].

Esta misma característica técnica, así como la identificación entre autor y personaje evocado, ha sido destacada igualmente por Eladio Mateos:

Muy pronto también la materia cidiana entrará en sus poemas, que encuentran apoyo en los versos viejos del Poema de Mío Cid para expresar la desolación del exilio. […] «Como leales vasallos» es una paráfrasis de la historia de Rodrigo Díaz en el momento de su destierro de Castilla. Alberti encabeza y cierra cada uno de los ocho poemas que componen la sección con una cita del poema medieval, siempre escogiendo los versos más tristes y dramáticos del texto, los que expresan el dolor o la «rencura mayor» que sufren los republicanos españoles, como debieron sufrir los infanzones castellanos. No hay rastro aquí de la grandeza del héroe, el Cid es un hombre despojado a quien amarga la boca el mismo sabor que al poeta[5].


[1] Kurt Spang, Inquietud y nostalgia. La poesía de Rafael Alberti, 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1991, pp. 110-111. Para Alberti y el destierro, ver Catherine G. Bellver, Rafael Alberti en sus horas de destierro, Salamanca, Publicaciones del Colegio de España, 1984. Para el Cid histórico, Ramón Menéndez Pidal, La España del Cid, 6.ª ed., Madrid, Espasa Calpe, 1969, 2 vols.; Jules Horrent, Historia y poesía en torno al «Cantar del Cid», Barcelona, Ariel, 1973; Richard Fletcher, El Cid, Madrid, Nerea, 1989; Gonzalo Martínez Díez, El Cid histórico, Barcelona, Planeta, 1999; Francisco Javier Peña Pérez, El Cid Campeador. Historia, leyenda y mito, Burgos, Dossoles, 2000; Gonzalo Santonja (coord.), El Cid. Historia, literatura y leyenda, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio; y Diego Catalán, El Cid en la historia y en sus documentos, Madrid, Fundación Ramón Menéndez Pidal, 2002, entre otros trabajos. Para la recepción del Cantar y del personaje del Cid, ver Francisco López Estrada, Panorama crítico sobre el «Poema del Cid», Madrid, Castalia, 1982; Christoph Rodiek, La recepción internacional del Cid, Madrid, Gredos, 1995; Manuel González Jiménez, «El Cid, personaje histórico, personaje literario», en César Hernández Alonso (coord.), Actas del Congreso Internacional El Cid, poema e historia (12-16 de julio, 1999), Burgos, Ayuntamiento de Burgos, 2000, pp. 319-321; y Luis Galván, El «Poema del Cid» en España, 1779-1936: recepción, mediación, historia de la filología, Pamplona, Eunsa, 2001.

[2] Cfr. Eladio Mateos, «El segundo destierro del Cid: Rodrigo Díaz de Vivar en el exilio español de 1939», en Gonzalo Santonja (coord.), El Cid. Historia, literatura y leyenda, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, p. 138: «La impronta del primer cantar del Poema de Mío Cid en la obra de Rafael Alberti es enorme durante los años siguientes e irá más allá de una simple identificación con el personaje literario del desterrado, cuyo tema vuelve a retomar en una cantata escénica de finales de los años 40, inédita e inacabada, a la que debía poner música otro exiliado español, el compositor Julián Bautista. Hay en toda su producción primera del exilio un retorno al neopopulismo que supone una vuelta a las formas primitivas de la tradición poética española que nace con el texto fundacional del Poema».

[3] Francisco Javier Díez de Revenga hace notar la coincidencia temporal de estos proyectos de Alberti y María Teresa León. No olvidemos que María Teresa era sobrina de María Goyri, esposa de Ramón Menéndez Pidal. Escribe Díez de Revenga, 2001, p. 110: «No es de extrañar que Alberti estuviese muy próximo al héroe castellano, sobre todo si tenemos en cuenta que dos de las más entrañables biografías que sobre el Cid y Doña Jimena se escribieron jamás salieron de la pluma de María Teresa León. En efecto, la mujer de Rafael Alberti, María Teresa León Goyri, era sobrina de Doña María Goyri, la esposa de Don Ramón Menéndez Pidal, y por lo tanto prima hermana de Jimena Menéndez-Pidal, a la que le unió entrañable relación familiar y amistosa. Y hay que señalar ya lo que une a María Teresa con el Cid y con Jimena: el destierro, ya que desde el destierro están escritas ambas biografías, y desde el destierro están escritos los poemas de Rafael Alberti, que se integran en su primer libro del exilio» («El Poema de mío Cid y su proyección artística posterior (ficción e imagen)», Estudios Románicos, 13-14, 2001-2002, pp. 77-78). Ver Margarita Smerdou Altolaguirre, Margarita, «María Teresa León y doña Jimena, señoras de todos los deberes», en Gonzalo Santonja (coord.), El Cid. Historia, literatura y leyenda, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, pp. 125-130.

[4] Francisco Javier Díez de Revenga, «Trayectoria poética de Rafael Alberti», Cervantes, 4, 2003/I, p. 145.

[5] Mateos, «El segundo destierro del Cid…», p. 138. Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Del destierro al exilio: la mirada de Alberti al mito del Cid (“Como leales vasallos”, Entre el clavel y la espada)», en Ignacio Arellano, Víctor García Ruiz y Carmen Saralegui (eds.), Ars bene docendi. Homenaje al Profesor Kurt Spang, Pamplona, Eunsa, 2009, pp. 391-404.

Dos evocaciones de Garcilaso por Rafael Alberti

(A mis alumnos del Programa Senior de la Universidad de Navarra,
con los que estoy repasando estas semanas algunas «Claves de la
literatura del Renacimiento», empezando por la poesía del príncipe
de los poetas castellanos, Garcilaso de la Vega)

Supuesto retrato de Garcilaso de la VegaLa figura señera de Garcilaso de la Vega, genial introductor en España de los metros y las formas estróficas de origen italiano —tarea en la que estuvo acompañado, aunque con algo menos de talento, por su amigo Juan Boscán—, fue recordada en numerosas ocasiones por los poetas del grupo poético del 27, quienes no solo admiraron su poesía, sino que conocieron su benéfico influjo, y tuvieron ocasión de celebrar, a la altura de 1936, el centenario de la muerte del soldado-poeta[1]. Rafael Alberti, en concreto, le dedicó dos evocaciones: la primera es el famoso poema que comienza «Si Garcilaso volviera…», incluido en Marinero en tierra (1924); la segunda es un texto menos conocido, la «Elegía a Garcilaso (Luna, 1501-1536)», de Sermones y moradas (1929-1930). El primero de los poemas dice así:

Si Garcilaso volviera,
yo sería su escudero;
que buen caballero era.

Mi traje de marinero
se trocaría en guerrera
ante el brillar de su acero;
que buen caballero era.

¡Qué dulce oírle, guerrero,
al borde de su estribera!
En la mano, mi sombrero;
que buen caballero era[2].

Como bien anota su editora, María Asunción Mateo,

La admiración —patente en toda su obra— hacia el poeta toledano le inspira esta canción, en la que rinde vasallaje poético a su figura y su obra. La mar, la vocación marinera, queda relegada —excepcionalmente— a un segundo plano, por seguir a la poesía, representada por el caballero Garcilaso.

Juan Ramón Jiménez elogió mucho este poema al propio Alberti[3].

Por otra parte, en Sermones y moradas (1929-1930) incluye Alberti el citado poema «Elegía a Garcilaso (Luna, 1501-1536)», que va encabezado por un verso garcilasista a modo de lema: «… antes de tiempo y casi en flor cortada». Se trata de un verso de la octava 29 de la Égloga III de Garcilaso, donde hace referencia a la muerte de una ninfa:

Todas, con el cabello desparcido,
lloraban una ninfa delicada
cuya vida mostraba que había sido
antes de tiempo y casi en flor cortada.
Cerca del agua, en un lugar florido,
estaba entre las hierbas degollada,
cual queda el blanco cisne cuando pierde
la dulce vida entre la hierba verde[4].

Rafael AlbertiPero aquí el sentido de ese verso se actualiza al aplicarse ahora —así lo entendemos al leer el contenido del poema— a la temprana muerte del poeta, fallecido como consecuencia de las heridas recibidas en una heroica acción de armas (el asalto a la fortaleza de Le Muy, en Francia, en septiembre de 1636, en el contexto de las guerras del emperador Carlos V con Francisco I de Francia). La muerte temprana, viene a sugerir poéticamente el texto («Vivir poco y llorando es el sino de la nieve que equivoca su ruta»), es el destino reservado a los héroes, que abandonan pronto esta existencia mortal, pero que en compensación están llamados a vivir la inmortalidad de la fama:

… antes de tiempo y casi en flor cortada.
Garcilaso de la Vega

Hubierais visto llorar sangre a las yedras cuando el agua más triste se pasó toda una noche velando a un yelmo ya sin alma,
a un yelmo moribundo sobre una rosa nacida en el vaho que duerme los espejos de los castillos
a esa hora en que los nardos más secos se acuerdan de su vida
al ver que las violetas difuntas abandonan sus cajas y los laúdes se ahogan por arrollarse a sí mismos.

Es verdad que los fosos inventaron el sueño y los fantasmas.
Yo no sé lo que mira en las almenas esa inmóvil armadura vacía.
¿Cómo hay luces que decretan tan pronto la agonía de las espadas
si piensan en que un lirio es vigilado por hojas que duran mucho más tiempo?
Vivir poco y llorando es el sino de la nieve que equivoca su ruta.

En el Sur siempre es cortada casi en flor el ave fría[5].


[1] Ver Francisco Javier Díez de Revenga, Un pasado, un presente: el Siglo de Oro español en nuestros contemporáneos, Madrid, Biblioteca Nueva, 2003. En el capítulo segundo, «Garcilaso de la Vega y la poesía contemporánea», comenta la presencia de Garcilaso en Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Miguel Hernández, Rafael Alberti, etc.

[2] Cito por Rafael Alberti, Antología comentada (Poesía), ed. de María Asunción Mateo, dibujos de Rafael Alberti, Madrid, Ediciones de la Torre, 1990, p. 184. El poema puede escucharse, recitado por el propio Alberti, en el siguiente enlace: http://www.youtube.com/watch?v=M5-MoREx3yI

[3] Antología comentada (Poesía), cit., p. 184, nota.

[4] Cito por Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. de Elias L. Rivers, 6.ª ed, Madrid, Castalia, 1989, p. 202, con algún ligero retoque en la puntuación.

[5] Cito por Rafael Alberti, Con la luz primera. Antología de verso y prosa (Obra de 1920 a 1996), ed. de María Asunción Mateo, Madrid, EDAF, 2002, p. 202.

El Cid en la Generación del 27 y el exilio republicano español

Francisco Javier Díez de Revenga ha llamado la atención sobre la escasa atención prestada por la crítica a la abundante presencia de la materia cidiana en los poetas de la denominada Generación del 27, pese a ser esta tan destacada:

La estela legendaria del Cid, de la que se nutrieron poesía, teatro, novela e incluso cine, no ha cesado desde 1099, fecha de la muerte de Rodrigo Díaz de Vivar, hasta la actualidad. Numerosos estudios han rastreado su importancia literaria como mito reiterado a través de los siglos. Pero hay algunos espacios que la crítica no se ha dignado a visitar. El Cid ha sido objeto de reflexión, especialmente a través del Poema de Mío Cid, para los poetas más importantes de nuestro siglo, y, muy especialmente, para los del 27, que prefirieron el lado más humano de su indeleble y múltiple leyenda. Ni el Panorama crítico sobre el Poema de Mío Cid, que realizó muy meritoriamente Francisco López Estrada, ni el libro sobre la recepción del Poema en la literatura universal, que escribió Christoph Rodiek, obra documentadísima en tantos aspectos, mencionan poema alguno de los poetas del 27 en relación con el señero poema medieval y su protagonista don Rodrigo Díaz de Vivar. Sin embargo, desde Federico García Lorca a Miguel Hernández, en cuyas obras hay menciones al Cid y a sus hazañas, desde Pedro Salinas a Dámaso Alonso, que dedicaron páginas luminosas al Poema, hasta Rafael Alberti o Jorge Guillén, que crearon poemas con la presencia directa del Cid en sus versos, pasando por Gerardo Diego, que lo menciona en varias ocasiones, y estudia el famoso Poema con aciertos de gran lucidez, hasta llegar a textos tan significativos como la versión modernizada hecha por el propio Salinas, hay que aludir detenidamente a la presencia del Cid y su Poema en los poetas del 27[1].

Y más adelante, después de rastrear la presencia cidiana en los poetas inmediatamente antecedentes (Manuel Machado, Antonio Machado, Rubén Darío…), explica cuál fue el tratamiento que, en líneas generales, dieron al tema los poetas del 27:

En todo caso, la generación siguiente, los del 27, volvieron al Cid con una mirada muy diferente. El personaje seguía atrayendo, pero naturalmente no como guerrero conquistador autor de brillantes  victorias, sino como personaje remoto que sufrió, como decíamos, abandono de su señor y destierro. Los esplendores pintorescos del modernismo son sustituidos por una penetración en la figura del guerrero castellano, sobre todo a través de los textos, como ocurre con Guillén o con Rafael Alberti, de los textos no ya los legendarios del romancero, del Cid de las mocedades y de los gestos bravucones, sino con los textos del Poema de Mío Cid que nos devuelve un caballero leal injustamente tratado por su señor y echado de sus tierras. La figura de la esposa del Cid, Jimena, que sufre las mismas calamidades y el destierro —que luego captaría de forma tan lírica María Teresa León en su biografía novelada— aparece igualmente como ser que sufre injusticia y destierro. A pesar de su lealtad, a pesar de su sangre real, a pesar de sus virtudes de esposa y madre[2].

Coincido plenamente con estas palabras, pues en las recreaciones cidianas de todos estos poetas —que ahora no es posible ni siquiera enumerar— predomina de forma muy clara la captación de los valores humanos del personaje (y, en su caso, también del de doña Jimena) por encima de la atracción de las hazañas bélicas del héroe.

Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador

Por su parte, Eladio Mateos ha explicado la fácil identificación que pudo darse entre los exiliados republicanos españoles y el guerrero castellano. Tras recordar que Rodrigo Díaz de Vivar fue asimismo un símbolo profusamente utilizado por el régimen franquista, añade que no conviene olvidar que «el Cid, don Quijote o Santa Teresa también partieron al destierro sobre los hombros vencidos de los exiliados de 1939». Y comenta certeramente:

Para los exiliados, el Cid es uno de los eslabones más fuertes de la cadena que los anuda a aquella tradición cultural, transfigurada ya en una España ideal de la que se sienten herederos y legítimos representantes, y su propia experiencia histórica no haría más que acentuar la identificación con el héroe poético e histórico cuyo relato comienza con un destierro. Pocos personajes de la cultura nacional podían encarnar tan ajustadamente la metáfora del exiliado como Rodrigo Díaz de Vivar, imagen ideal del hombre justo que, por traición, sufre un amargo destierro cuya adversidad sabrá superar gracias a su independencia y  sus capacidades propias. […] Por eso la sombra del Campeador acompaña la dispersión española de 1939, sobre todo en su periplo americano, donde la lengua común y la tradición compartida eran tierra abonada para que calaran las nuevas formulaciones del mito que proponen los escritores del exilio[3].

En entradas futuras del blog volveremos sobre esta cuestión, analizando, por ejemplo, la mirada de Rafael Alberti al mito del Cid en la serie de poemas «Como leales vasallos», de Entre el clavel y la espada (1941).


[1] Francisco Javier Díez de Revenga, «El Poema de mio Cid y su proyección artística posterior (ficción e imagen)», Estudios Románicos, 13-14, 2001-2002, p. 59.

[2] Díez de Revenga, «El Poema de mio Cid y su proyección artística posterior (ficción e imagen)», pp. 66-67.

[3] Eladio Mateos, «El segundo destierro del Cid: Rodrigo Díaz de Vivar en el exilio español de 1939», en Gonzalo Santonja (coord.), El Cid. Historia, literatura y leyenda, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, pp. 132-133.