Vicente Rodríguez de Arellano (c. 1750-1815): datos biográficos y caudal literario

Recupero en esta entrada la figura de Vicente Rodríguez de Arellano, escritor navarro que vivió a caballo de los siglos XVIII y XIX. Y, como podremos ver en próximas entradas, es autor de un libro de poemas, Poesías varias (1806), que merece ser recordado, cuando menos, por la escasez de obras similares en el panorama de las letras navarras de esas fechas.

Vicente Rodríguez de Arellano y del Arco (Cadreita, c. 1750-Madrid, 1815) fue un abogado y escritor que usó los seudónimos Alberto de los Ríos, Silvio del Arga y Gil Lorena de Arozar (anagrama parcial de sus apellidos). También firmó sus obras como Vicente Arellano y el Arco, o bien con sus iniciales, D. V. R. D. A. Fue hijo del abogado Vicente Rodríguez de Arellano y de los Ríos, y de Bernarda del Arco y Bayona. Estudió gramática latina y humanidades en el Colegio de Jesuitas de Pamplona y Leyes y Cánones en la Universidad de Huesca, en la que se graduó de bachiller. Hizo prácticas durante tres años con su padre, e inició el ejercicio de la abogacía en Pamplona en 1779. Pasados varios años, se trasladó a Madrid, donde se hizo muy popular como autor dramático y poeta.

En 1800 se presentó sin éxito a oposiciones para las cátedras de Filosofía Moral y de Lógica y Metafísica del Real Seminario de Nobles de Madrid. Entre 1804 y 1806 desempeñó el empleo de escribiente cuarto de la Real Biblioteca, ascendiendo en esta última fecha a oficial. Pero en mayo de 1809 se dio de baja «por ausencia y no haber jurado al Intruso» (el rey José I) y se nombró a otro en su sustitución, aunque parece que fue restituido a su puesto en 1814, si bien por poco tiempo. Participó en la guerra de la Independencia como capitán de voluntarios de Navarra, y por los años de 1812-1813 residió en Palma de Mallorca, donde destacó por ser partidario exaltado del absolutismo monárquico en una sátira poética contra don Isidoro Antillón y sus amigos. Después del regreso de Fernando VII, fue uno de los que formaron la llamada Camarilla. Murió en Madrid a principios de septiembre de 1815[1].

En el ámbito de la lírica, Rodríguez de Arellano es autor de una silva dedicada a la muerte de Carlos III, Navarra festiva en la aclamación de su católico monarca el señor D. Carlos IV (Pamplona, Imprenta de Benito Cosculluela, 1789); ese mismo año dio a las prensas, también en Pamplona, Extremos de lealtad y valor heroico navarro; y años después publicó un tomo de Poesías varias (1806), que más adelante reseñaré con más detalle. En prosa escribió El Decamerón Español o Colección de varios hechos históricos raros y divertidos (1805), inspirado más en el Decámeron francés de Usieux que en el de Boccaccio.

Vicente Rodríguez de Arellano, El pintor fingido, Madrid, Imprenta que fue de García, 1817

Como dramaturgo, desarrolló una intensa actividad en Madrid entre 1790 y 1806, siendo muy popular, aunque su mérito literario no sea excesivamente alto. Compuso, tradujo y refundió numerosas obras dramáticas: La constancia española, A padre malo, buen hijo, Armida y Reinaldo (primera y segunda parte), El Aníbal, El Himeneo, La Atenea, El atolondrado o El maníaco por la lotería, Augusto y Teodoro o Los pajes de Federico II, Celicia y Dorsán (traducción de Marsolier), El celoso don Lesmes, Clementina y Desormes (traducción de Monvel), La dama labradora, El Domingo o el cochero, El duque de Pentiebre (traducción de Chénier), El Esplín, La Fulgencia o los dos maniáticos, Jerusalén conquistada por Godofredo de Bullon, Cayo Fabricio, La lealtad o la justa desobediencia, Lo cierto por lo dudoso, o la mujer firme (arreglo de la pieza de Lope de Vega), Marco Antonio y Cleopatra, La muerte de Héctor, La mujer de dos maridos (adaptación de Pixérécourt), El negro y la blanca, La noche de Troya, La ópera cómica, El pintor fingido, Solimán Segundo o Las tres sultanas, Las tardes de la Granja o las lecciones del padre, Palmis y Oronte, Dido abandonada, La reconciliación o los dos hermanos (traducción de Kotzebue), La Parmenia, El sitio de Toro y noble Martín Abarca, El marinerito, El naufragio feliz, etc. Cuenta también en su haber con óperas como El inquilino, traducción de Serwin, o El matrimonio de Fígaro, ópera bufa con la música de Wolfgang Amadeus Mozart, de 1802.

Se le debe también una traducción de Estela, novela pastoral de Florian (1797), y tiene igualmente varias traducciones de Ducray-Dumenil. Otros títulos suyos son Compendio de la historia del Antiguo y Nuevo Testamento […] adoptado para el uso de los discípulos de las Escuelas Pías (1807), Poema épico en elogio de algunos géneros sublimes en nuestra revolución… (1813), El diablo predicador (1813) y Poesías dedicadas a la duquesa de Osuna, condesa de Benavente (manuscrito)[2].


[1] Cfr. Jerónimo Herrera Navarro, Catálogo de autores teatrales del siglo XVIII, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1993, pp. 388-392. Ver también Ángel Raimundo Fernández, «Dos dramaturgos navarros en la transición del siglo XVIII al XIX», Príncipe de Viana, 64, 2003, pp. 715-736; y la ficha que le dedica Manuel Sánchez Mariana en el Diccionario Biográfico electrónico de la Real Academia de la Historia.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Las Poesías varias (1806) de Vicente Rodríguez de Arellano», Río Arga. Revista de poesía, 88, tercer y cuarto trimestre de 1998, pp. 46-51.

Resumen de la acción de «Llámenla como quisieren», de José Joaquín Benegasi y Luján (Jornada III)

Al comienzo de la Jornada tercera[1] de la pieza de Benegasi y Luján se ve al Conde sentado, dando audiencia a todos aquellos que quieran acercarse, como señalan los versos cantados dentro por los músicos: «Audiencia da nuestro dueño / aun al grosero mayor; / supongo que al más grosero / se le ha de dar atención» (vv. 519-521). En este punto, la comedia adopta la estructura de entremés de revista, con el desfile sucesivo de varios tipos que van a ser objeto de sátira. Sale primero un poeta «muy mal vestido» (acot. tras v. 526) que se queja de esta suerte:

POETA.- En tus Estados, señor,
logran mis coplas lucir,
y porque tienen concepto
han dado en tirarme.

        […]

CONDE.- Si a Calderón y a Quevedo,
a Moreto y a Solís
los tiraron, ¿cómo quieres
que no te tiren a ti? (vv. 527-538).

Y, de seguido, el Conde lo despacha por loco. Sale a continuación un agente de negocios, y este es el diálogo que se establece:

AGENTE.- Agente soy de negocios
en este pueblo y por mí…

CONDE.- Estarán más de dos pobres
sin tener maravedí.

                  […]

AGENTE.- Yo, señor, a un caballero
cierto pleito defendí,
con tal que de los caídos
hubiésemos de partir.

CONDE.- ¿Los caídos? ¿Pues no veis
que me partierais a mí?

AGENTE.- Agora no me debe, pero
no parte.

CONDE.- ¿Y es cierto?

AGENTE.- Sí.

CONDE.- El señor te se olvidó,
mas yo le perdono: id
a decirle de mi parte
que salga luego de aquí,
y mientras marche, miradle
si queréis verle partir (vv. 541-560).

Con este juego dilógico de partir ‘marcharse’ y ‘repartir las ganancias’, el Conde lo despide también, por bellaco. Viene luego una viuda, que se queja del alguacil:

VIUDA.- Pobre viuda e infeliz,
hoy a querellarme vengo
del bribón de un alguacil.

CONDE.- ¿Pues qué la quitó?

VIUDA.- Una pierna.

CONDE.- ¿Una pierna?

VIUDA.- De perdiz:
estábala yo comiendo,
vio el plato, vino a embestir,
y una pierna me llevó
por más que me resistí.

CONDE.- Hizo bien, porque según
he llegado a discurrir,
sin duda en lugar de zape
dijisteis al verle miz.
Vaya con Dios, y si puedo
yo la concedo por mí
licencia para quitarle
por lo menos un pernil (vv. 562-578)[2].

Una viuda, de Thomas Couture
Una viuda, Thomas Couture

A continuación llega un letrado que ha servido de abogado al Conde, y ahora trae la pretensión de ser nombrado oidor:

LETRADO.- Quiero ser oidor, y dicen
lo podré lograr por ti.

CONDE.- Escusada pretensión.

LETRADO.- Pues ¿por qué, señor?, decid.

CONDE.- ¿Por qué? ¿Pues no está bien claro?
Por lo que puedes oír;
y un letrado que no es sordo,
siempre que se le hable y
perciba lo que le dicen,
es oidor.

LETRADO.- ¡Bello decir! (vv. 583-592).

El Conde lo despacha, como a todos los anteriores, con ese juego de palabras y argumentando además que, si el letrado se ve con el tratamiento de señoría, se volverá tan estirado que nadie lo podrá sufrir, al tiempo que lo acusa, veladamente, de ladrón (lo llama Marramaquiz, o sea, ‘gato’, que vale en germanía ‘ladrón’). El siguiente tipo satírico en presentarse ante el Conde es un pastelero, del que todos protestan porque, dicen, da gato por liebre; el Conde lo disculpa porque en eso va con el mundo, pues engañar es lo que hacen todos. Sale luego el doctor, que viene a querellarse del sacristán, que le debe «el comer, y aun el vivir» (v. 626): el pueblo tenía antes mil vecinos, pero en tres meses que lleva ejerciendo la profesión la población ha bajado a cuatrocientos; sin embargo, el sacristán todavía se queja de que los entierros son pocos. El Conde manda que salga al punto del pueblo el verdugo, pues con un doctor como este su cargo resulta innecesario.

La audiencia se interrumpe cuando llega doña Leonor, alborotada por una buena noticia, que no es otra sino que ha muerto la que iba a ser su suegra y acepta ya casarse; en fin, pide albricias:

LEONOR.- Porque se murió mi suegra,
porque será ya mi boda,
porque don Diego me ruega,
porque ya no quiere dote,
porque salgo de soltera,
porque me andaré en visitas,
porque saldré de quimeras,
porque tendré mis criadas,
porque seré chichisbea,
porque mi tía es padrina
y porque tú ser es fuerza
el madrino, y porque…

CONDE.- Calla.
Maldita sea tu lengua,
que has echado más y porques
que en las peticiones echan (vv. 652-666).

Doña Leonor, tan contemporizadora antes, quiere que la boda sea esa misma noche, pero el Conde dice que se hará al día siguiente; ahora a la joven el plazo se le antoja largo y reprocha al Conde su crueldad (lo llama «tío Nerón», v. 674).

Sigue una escena de transición (sin apenas relación con el argumento de la comedia) en la que los dos pajes del Conde dialogan sobre su trabajo: a uno de ellos, el Paje 1.º, lo han hecho gentilhombre y su sueldo, comenta, le da para la comida, pero no para llevar un vestido decente (ha aumentado de categoría social, se considera caballero, pero se lamenta de no tener dinero). Por su parte, el Paje 2.º recita un soneto que ha compuesto relativo a las tareas que desempeñan los rodrigones; al final, a tenor de las circunstancias, ambos deciden retirarse al hospicio (que fue la solución adoptada por el propio dramaturgo al quedar en la miseria).

Nos acercamos ya al desenlace de la comedia. Salen la Condesa, don Diego y Mequetrefe, mientras los músicos cantan el parabién de la boda:

MÚSICOS.- Sea enhorabuena,
norabuena sea,
que Leonor se casa
con mozo y sin suegra.
La boda no es mala,
la niña es muy bella,
el sacristán llora
y el cura patea,
mas todo es envidia…
pues muéranse de ella,
y viva don Diego
con su amada prenda.
Sea enhorabuena,
norabuena sea,
que Leonor se casa
con mozo y sin suegra
(vv. 733-748).

Se introducen ahora chistes sobre la pobre condición del marido: mientras unos cantan, el llanto queda para don Diego, dice Mequetrefe, y la Condesa insiste en que con el matrimonio va a tomar su cruz. Al Conde, irrefrenable poetastro, le bulle ahora en el magín «una octavilla» sobre el mundo, que lleva y arrastra a los novios, y no se resiste a recitarla. Los novios deben acercarse a la vicaría y, a propósito de los testigos que se precisan para la boda, se comenta que no faltarán, pues los vecinos y las viejas siempre aparecen para curiosear y meterse en todo. A su vez, la Condesa quiere amonestar ‘aconsejar’ a doña Leonor sobre lo que le espera en el matrimonio, pero ella dice que no necesita amonestaciones (juego dilógico) porque don Diego trae dispensa. El Conde echa en falta a sus dos pajes y Mequetrefe asegura que escaparon siguiendo a una confitera. Finalmente, los prometidos se dan la mano; así la comedia concluye (de forma convencional) con desposorio, y el Conde acaba «Pidiendo que perdonéis / los yerros, que como en ella / hay matrimonio, sin yerros / no era dable que le hubiera» (vv. 835-838).

Como hemos podido apreciar por el resumen de las tres jornadas, no hay en Llámenla como quisieren una acción dramática compleja y estructurada; el núcleo argumental es muy débil (la proyectada y diferida boda de don Diego y doña Leonor) y apenas existe un conflicto dramático serio, aspecto que no parece interesar demasiado al dramaturgo; en realidad, ese mínimo hilo de acción le sirve a Benegasi y Luján para hilvanar toda la sarta de chistes y juegos dilógicos ideados por su genio festivo[3].


[1] Las citas serán por mi reciente edición: José Joaquín Benegasi y Luján, Llámenla como quisieren, edición, estudio preliminar y notas de Carlos Mata Induráin, en Carlos Mata Induráin (coord.), Antología de la literatura burlesca del Siglo de Oro. Volumen 8. Comedias burlescas, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2020, pp. 617-696.

[2] Recordemos que zape y miz son las voces para despachar y llamar al gato, respectivamente; y el vino a embestir podría entenderse quizá como alusión sexual. Por otra parte, el juego entre pierna y pernil es evidente.

[3] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Llámenla como quisieren, de José Joaquín Benegasi y Luján, comedia burlesca del siglo XVIII», Oppidum. Cuadernos de Investigación, 3, 2007, pp. 189-219 o el estudio preliminar a mi edición del 2020 (pp. 619-648).

Resumen de la acción de «Llámenla como quisieren», de José Joaquín Benegasi y Luján (Jornada II)

Al abrirse la Jornada segunda[1] de esta pieza de Benegasi y Luján el Conde le pregunta a don Diego si ha muerto su madre, a lo que responde: «Desde que quiso ser suegra / está con mejor salud» (vv. 273-274), y esta respuesta da paso a algunos chistes sobre la longevidad de las suegras (su prolongada edad hace que parezca joven el propio Matusalén). Mequetrefe anuncia ahora la llegada de un montañés, que fue paje del Conde. Se trata de don Juan de Cevallos, quien, en efecto, aparece «vestido de montañés» (acot. tras v. 282) y besa ridículamente los pies de su antiguo amo… aunque están llenos de callos (porque, se justifica, «Todo lo pasa el amor», v. 286). Don Juan le da la noticia de que se ha casado, y lo ha hecho porque un ermitaño dijo que él estaba destinado para mártir. Apunta, pues, la sátira del matrimonio, y sigue una serie de disparates en boca de don Juan: afirma que su esposa parió el día anterior y ya queda de nuevo embarazada; que dio a luz a «una niña casi vieja» junto con tres varones más; cree que al menos la mitad de los niños son suyos, etc. Copio el pasaje en cuestión:

CONDE.- ¿Y tenéis hijos, don Juan?

JUAN.- Por ellos vengo a buscarte.

CONDE.- Dame de tus hijos parte.

JUAN.- Todos a tus pies están.
Sucesión muy dilatada
discurro que he de tener:
ayer parió mi mujer
y ya queda embarazada.
Una niña casi vieja,
sin ayes ni exclamaciones,
me dio a luz con tres varones.

CONDE.- ¿Esa es mujer o coneja?
Y los varones, pues das
el informe por menor,
¿son muchachos?

JUAN.- Sí, señor.

CONDE.- ¡Válgame Dios, eso es más!
¡Cosas se oyen prodigiosas! (vv. 307-323).

Aunque don Juan tiene dudas sobre su paternidad, al final reconoce que los niños son suyos… porque su mujer se los dio. Viene a pedir a su antiguo amo un corregimiento para uno de los tres niños recién nacidos, pero el Conde lo despacha sin hacerle demasiado caso.

Sale entonces doña Leonor, que se asusta al ver al Conde: ella se tapa con su manto y él disimula y hace como que no la conoce (no se explicita la razón de este comportamiento: parece simple parodia de situaciones tópicas en las comedias de enredo en que una dama se ve sorprendida en una situación embarazosa y tiene que ocultar su identidad embozándose, pero aquí no se sabe muy bien a cuento de qué).

Tapada
Tapada

Cuando el Conde se va, don Diego y doña Leonor hacen algunos chistes sobre el carácter sufrido (a mala parte, ‘cornudo’) del Conde. Doña Leonor, que quiere desahogar con su prometido una aflicción que tiene, va a retratarse como dama pidona: «Para pedir las mujeres / no hemos menester amor» (vv. 405-406), explica. Lo que ocurre en realidad es que está sin dinero y quiere venderle un estuche a su novio. Don Diego se excusa diciendo que él tampoco tiene efectivo, porque los administradores de su hacienda no le pagan, de forma que su bolsillo no alcanza ni siquiera para el real y medio o dos reales que pide doña Leonor («Este es propiamente lance, / y no los de Calderón», comenta humorísticamente, vv. 425-426). La dama insiste en que, al menos, ha de tomar el estuche en empeño, porque él es hombre «de prendas» (con dilogía, ‘objetos empeñados’ y ‘cualidades’, v. 430); al final, don Diego le ofrece el mísero y ridículo socorro de un realillo de a ocho cuartos, tras lo cual se va cortejando y acompañando, pero no sirviendo (matiza) a su novia.

La Condesa y el Conde, acompañados de Mequetrefe, comentan el extraño comportamiento anterior de doña Leonor y ella amenaza ridículamente con matarla. Cuando salen los novios, la Condesa insiste en que doña Leonor será esposa de don Diego, pero la muchacha se obstina en negarse mientras su suegra viva. A todo esto, el Conde ha hecho un «soneto peregrino» definiendo a la suegra («conde sonetero» lo llama don Diego, v. 477), que por supuesto quiere recitar: «Vaya de versos, pues que no hay pesetas» (v. 478). Tras algunas indicaciones sobre las obras que tiene escritas para el teatro, el Conde insiste en el asunto de la boda, pero doña Leonor nuevamente da largas al asunto. La Condesa comenta: «Las muchachas tenaces son demonios» (v. 517), y remata la jornada una réplica en boca de todos los personajes: «¡Oh, cuánto dan que hacer los matrimonios!» (v. 518)[2].


[1] Las citas serán por mi reciente edición: José Joaquín Benegasi y Luján, Llámenla como quisieren, edición, estudio preliminar y notas de Carlos Mata Induráin, en Carlos Mata Induráin (coord.), Antología de la literatura burlesca del Siglo de Oro. Volumen 8. Comedias burlescas, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2020, pp. 617-696.

[2] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Llámenla como quisieren, de José Joaquín Benegasi y Luján, comedia burlesca del siglo XVIII», Oppidum. Cuadernos de Investigación, 3, 2007, pp. 189-219 o el estudio preliminar a mi edición del 2020 (pp. 619-648).

Resumen de la acción de «Llámenla como quisieren», de José Joaquín Benegasi y Luján (Jornada I)

Resumiré a continuación con cierto detalle el desarrollo argumental de esta comedia[1] de José Joaquín Benegasi y Luján. El repaso de su levísima trama (que se reduce, en lo sustancial, a los planes de boda de don Diego y doña Leonor, matrimonio auspiciado por el Conde y la Condesa) servirá, al mismo tiempo, para ir apuntando los principales recursos de la jocosidad disparatada presentes en la pieza.

Al comienzo de la Jornada primera, sale el Conde, acompañado de su criado Mequetrefe; dos pajes lo van vistiendo delante de un espejo, al tiempo que cantan los músicos[2]:

Sale el Conde con ropilla, capa y golilla, como vistiéndose. Mequetrefe y los dos pajes, el primero de estos teniéndole el espejo, el segundo con una bandeja grande, y en ella la espada, la pretina, los guantes y el sombrero; previniendo que al mismo tiempo que el Conde vaya tomando los adornos referidos, han de cantar dentro por su orden lo que se sigue (acot. inicial).

Las intervenciones de los músicos comienzan a trazar un retrato ridículo del Conde, caracterización que se completará poco después en su diálogo con Mequetrefe. En efecto, este le pregunta por qué no ha ido de caza con su mujer; nótese la inversión burlesca (sale de caza la mujer, no el varón), y seguramente hay que tomar a mala parte, con sentido sexual, ese ir a caza (vv. 96-97) de la Condesa[3]; abundando en ello, cuando Mequetrefe le insiste en que debe ir a la batida con su esposa, el Conde se excusa diciendo que la mujer caza más sin su marido. Por esta conversación entre amo y criado nos enteramos también de que el Conde ha sido nombrado caballero recientemente. Ambos personajes llegan al cazadero y allí encuentran que las damas y los monteros, disparatadamente, cazan en el monte barbos y truchas y pescan en el río capones y perdices.

Partida de caza, de Francisco de Goya
Partida de caza, de Francisco de Goya

En la escena siguiente hablan el Conde y la Condesa, que se lamenta porque se ha fatigado sin haber cazado ni un solo pez (le faltan doce para completar la docena de barbos). La Condesa y doña Leonor van «con vestidos de Corte y escopetas», mientras que don Diego y los monteros «con venablos» (acot. tras v. 116). Aprovechando que sus amigos están todos juntos, el Conde les quiere dar cuenta de una boda, que equipara a un desafío (pues los desposorios se hacen «cuerpo a cuerpo», v. 143), y por eso nada más adecuado que relatarla en el campo (con dilogía de campo: ‘lugar al aire libre’ y ‘palenque para los duelos’, vv. 137-140): refiere, en efecto, que don Diego está inclinado a su prima doña Leonor, que es sobrina del Conde (no falta un nuevo chiste dilógico a propósito de deuda, ‘pariente’ y ‘dinero que se debe’, vv. 149-152). Cuando don Diego pregunta por la dote, el Conde le reprende, porque un caballero no ha de fijarse en eso y, por su parte, doña Leonor le advierte que repare en su nobleza; pero don Diego argumenta que, aunque caballero, es pobre: «No hay nobleza que mirar / en faltando qué contar / y en sobrando la pobreza» (vv. 162-164). Doña Leonor promete juntar la dote en Cuaresma, con cuatro mil prebendas, y le pregunta a don Diego si tiene padres. El novio responde que su madre está lejísimos de Madrid, en Flandes. Entonces ella afirma que no buscará la dote hasta que no muera la madre de su prometido (se introducen ahora algunos chistes sobre los médicos matasanos) y pide además que le busquen una criada, lo que da origen a algunos comentarios sobre la suciedad de las sirvientas: el Conde dice que encontró quince moscas en la sopa, y a esta circunstancia ha dedicado un soneto, que recita a sus amigos. En fin, como ya es de noche y el sol va saliendo y hace oscuro (vv. 261-263, disparate temporal, habitual en las comedias burlescas), deciden volver todos a casa en coche, y de esta forma se da fin a la Jornada primera[4].


[1] Las citas serán por mi reciente edición: José Joaquín Benegasi y Luján, Llámenla como quisieren, edición, estudio preliminar y notas de Carlos Mata Induráin, en Carlos Mata Induráin (coord.), Antología de la literatura burlesca del Siglo de Oro. Volumen 8. Comedias burlescas, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2020, pp. 617-696.

[2] Encontramos una escena semejante (el Comendador se viste mientras los músicos cantan) en la burlesca anónima de El Comendador de Ocaña.

[3] Antes se ha hablado de la espada «pacífica» del Conde (v. 26); ahora él mismo señala, refiriéndose a su mujer, que «ni me toca, ni la toco» (v. 67).

[4] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Llámenla como quisieren, de José Joaquín Benegasi y Luján, comedia burlesca del siglo XVIII», Oppidum. Cuadernos de Investigación, 3, 2007, pp. 189-219 o el estudio preliminar a mi edición del 2020 (pp. 619-648).

«Llámenla como quisieren», de José Joaquín Benegasi y Luján: la dedicatoria «Al lector»

Al texto de la comedia propiamente dicho le anteceden unos versos dirigidos «Al lector»[1], en los que el dramaturgo, José Joaquín Benegasi y Luján, indica que su numen «a lo festivo se inclina» y, además, alude a la brevedad de su pieza dramática:

Jornadas tan limitadas,
solo yo las escribí,
porque me hallo viejo y
no estoy ya para jornadas.
Perdonen mis humoradas,
porque mi numen, tal cual,
gusta de gastar su sal
y a lo festivo se inclina,
pero no soy tan gallina
que me complazca el corral[2].

De estos versos —y de las alusiones dilógicas que encierran— parece deducirse que el autor se considera ya viejo (en realidad, si la obra se publica hacia 1753, tendría entonces unos cuarenta y seis años), que su inventiva es esencialmente jocosa y que, en principio, no piensa destinar su pieza a la representación pública (al menos eso parece querer indicar el no meterse en el corral: ‘el de comedias’). Quizá convenga ponerlos en relación con otros que dice el Conde en la Jornada segunda, y que tal vez pudieran estar reflejando circunstancias personales del autor, es decir, de la relación de Benegasi y Luján con el teatro de su tiempo:

CONDE.- Unas veinte comedias tengo escritas
y son fatales.

LEONOR.- Pues serán bonitas.

CONDESA.- ¿Por qué a los tramoyistas no comboyas?

CONDE.- Porque a mí no me llevan las tramoyas.

CONDESA.- ¿Por qué no das siquiera los sainetes?

CONDE.- Porque no son los míos de juguetes.

CONDESA.- Quizá valieran, como ya es costumbre.

LEONOR.- ¿Qué te darían?

CONDE.- Una pesadumbre.
Observo yo los cómicos preceptos
y no gusta ya el patio de conceptos.

CONDESA.- ¿Pues de qué gustan, dime, sus cuadrillas?

CONDE.- De meneos, de teatro y tonadillas (vv. 497-508).

Pienso que el autor puede estar aludiendo al hecho de que el público de su tiempo gusta más del teatro que abusa de la tramoya (por ejemplo, las comedias de magia, las bélicas, las de gran aparato…) o de los géneros musicales («tonadillas») que de un teatro, como es el suyo, basado fundamentalmente en la comicidad verbal, en la agudeza conceptista (los conceptos a los que alude ahora, las humoradas que mencionaba antes).

Tramoyas
Tramoyas

Sea como sea, la lista de «Interlocutores» sigue poniendo de manifiesto ese genio bienhumorado del autor, que hace uso de la onomástica burlesca: así, encabeza el reparto el conde de No se sabe, y se incluye también entre los personajes un gracioso llamado Mequetrefe, nombre que más adelante, ya en el interior de la comedia, servirá para introducir algunos juegos de palabras:

CONDESA.- Mequetrefe, callad y tened modo.

MEQUETREFE.- Un mequetrefe suele hablar en todo.

CONDESA.- A otra parte, si gastas más razones.

CONDE.- Mequetrefes tendremos a montones.

MEQUETREFE.- Eso, señor, me da mayor contento,
pues van los mequetrefes en aumento (vv. 463-468).

El reparto de la obra es muy reducido, con seis personajes de intervención destacada: el Conde y la Condesa, don Diego y doña Leonor, don Juan de Cevallos y Mequetrefe; el resto son meras comparsas (dos pajes, una viuda, un poeta, un agente de negocios, un letrado, un doctor y un pastelero, más los músicos). Ese reparto no muy amplio va en correspondencia con la mencionada brevedad de la pieza, circunstancia a la que se alude nuevamente, de forma chistosa, en el ultílogo:

TODOS.- Y no la notéis por corta [a la comedia],
pues siendo así nadie niega
que es menos mala si es mala
y es mejor si sale buena (vv. 839-842)[3].


[1] Las citas serán por mi reciente edición: José Joaquín Benegasi y Luján, Llámenla como quisieren, edición, estudio preliminar y notas de Carlos Mata Induráin, en Carlos Mata Induráin (coord.), Antología de la literatura burlesca del Siglo de Oro. Volumen 8. Comedias burlescas, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2020, pp. 617-696.

[2] Estos versos preliminares se presentaban con algunas variantes en la primera edición.

[3] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Llámenla como quisieren, de José Joaquín Benegasi y Luján, comedia burlesca del siglo XVIII», Oppidum. Cuadernos de Investigación, 3, 2007, pp. 189-219 o el estudio preliminar a mi edición del 2020 (pp. 619-648).

La comedia burlesca en el siglo XVIII: «Llámenla como quisieren», de José Joaquín Benegasi y Luján

El subgénero de la comedia burlesca del Siglo de Oro, que alcanzó su máximo auge durante el reinado de Felipe IV, se prolonga hasta bien entrado el siglo XVIII con títulos como El rey Perico y la dama tuerta, de Diego Velázquez del Puerco[1]; las anónimas Angélica y Medoro[2] y Don Quijote de la Mancha resucitado en Italia[3]; o dos piezas debidas a Félix Moreno y Posvonel, El muerto resucitado[4] y Pagarse en la misma flor y boda entre dos maridos[5]. Mi acercamiento, en varios trabajos anteriores, a este corpus me ha permitido concluir que:

En estas piezas, que a veces se presentan con el subtítulo de comedia nueva burlesca, los autores dieciochescos siguieron manejando —en líneas generales— los mismos recursos de la jocosidad disparatada empleados por los ingenios del XVII, en el doble plano de la comicidad escénica y verbal. Sin embargo, se observa en las comedias burlescas del siglo ilustrado un notable adelgazamiento de las tramas: las dramatis personae se reducen casi al mínimo (en ocasiones, no más de cuatro o cinco personajes) y la acción se debilita hasta hacerse tan sencilla, que queda supeditada al humor verbal. Dicho de otra forma, en ellas predomina la concatenación de chistes y juegos de palabras, más que el desarrollo de una acción dramática. Además, no se suelen construir como parodia de una pieza seria concreta, sino que parodian diversas convenciones y escenas tópicas de la Comedia Nueva[6].

El minuet o Escena de Carnaval, de Giovanni Domenico Tiepolo
El minuet o Escena de Carnaval, de Giovanni Domenico Tiepolo

En el caso particular de Llámenla como quisieren, comedia burlesca del siglo XVIII de José Joaquín Benegasi y Luján que he editado recientemente[7], esas indicaciones apuntadas para las otras obras en general las vamos a ver confirmadas, como tendremos ocasión de comprobar en próximas entradas. La pieza tuvo dos ediciones, y su título y sus datos de portada ya son jocosos en sí mismos: Comedia (que no lo es) burlesca intitulada «Llámenla como quisieren». Su autor ella lo dirá. Se hallará donde la encuentren, y será en la Imprenta y Librería de Juan de San Martín, calle del Carmen, donde se hallarán otros papeles curiosos escritos por el mismo autor, en Madrid, con todas las licencias necesarias, [¿Juan de San Martín?], s. a. Hubo otra edición posterior, en la que sí se explicita el nombre del autor: Comedia (que no lo es) burlesca intitulada «Llámenla como quisieren». Su autor ella lo dirá; y por si lo calla: de don Josef Joaquín Benegasi y Luján, etc. Se incluye al fin de ella el sainete de «El Amor casamentero». Segunda impresión. Con licencia, en Madrid, en la Imprenta de Francisco Javier García, calle de los Capellanes, año 1761. Se hallará en la Librería de Josef Matías Escribano, frente de las Gradas de San Felipe el Real.

Salvador Crespo Matellán[8], tras consignar únicamente la ficha correspondiente a la primera edición (para la que aventura, entre interrogaciones, la posible fecha de 1753[9]), se pregunta si esta comedia es en realidad burlesca. Podemos responder que lo es, aunque con ciertas matizaciones aplicables también a otras piezas similares del siglo XVIII. Efectivamente, Llámenla como quisieren no es una comedia burlesca (como lo eran las del XVII) en el sentido de que su acción esté parodiando la de un modelo serio anterior, cuyo texto sirva de base para la recreación y sea su referente último; pero sí lo es en tanto en cuanto toda ella se construye como una sarta de disparates más o menos ingeniosos, de juegos dilógicos y chistes jocosos. En sentido estricto, si quisiéramos subrayar las diferencias con respecto a sus precedentes de la centuria anterior, quizá le convendría, más que el rótulo de comedia burlesca, el de comedia jocosa o disparatada. Dicho con otras palabras: es burlesca exclusivamente por su estilo desenfadado, por su exploración de la comicidad verbal, por estar llena de chanzas y burlas, pero no por el empleo de unas técnicas paródicas (que era rasgo definitorio de este peculiar subgénero dramático en el siglo xvii)[10].


[1] Contamos con una edición moderna de María José Casado, en Comedias burlescas del Siglo de Oro, tomo VI, ed. del GRISO dirigida por Ignacio Arellano, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2007.

[2] Hay edición moderna debida a Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin, en Dos comedias burlescas del Siglo de Oro: «El Comendador de Ocaña». «El hermano de su hermana», Kassel, Reichenberger, 2000.

[3] Para un análisis de la comedia ver Carlos Mata Induráin, «Don Quijote de la Mancha, resucitado en Italia, comedia de magia burlesca», Anales cervantinos, XXXV, 1999, pp. 309-323.

[4] Ver Carlos Mata Induráin, «Una comedia burlesca del siglo XVIII: El muerto resucitado, de Lucas Merino y Solares», Mapocho. Revista de Humanidades, 54, 2003, pp. 179-196.

[5] Ver Carlos Mata Induráin, «Pervivencia de la comedia burlesca en el siglo XVIII: Pagarse en la misma flor y Boda entre dos maridos, de Félix Moreno y Posvonel», en Odette Gorsse y Frédéric Serralta (eds.), El Siglo de Oro en escena. Homenaje a Marc Vitse, Toulouse, Presses Universitaires du Mirail / Consejería de Educación de la Embajada de España en Francia, 2006, pp. 577-595. El texto de este trabajo se encuentra disponible también en OpenEdition Books.

[6] Mata Induráin, «Pervivencia de la comedia burlesca en el siglo XVIII», p. 577.

[7] José Joaquín Benegasi y Luján, Llámenla como quisieren, edición, estudio preliminar y notas de Carlos Mata Induráin, en Carlos Mata Induráin (coord.), Antología de la literatura burlesca del Siglo de Oro. Volumen 8. Comedias burlescas, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2020, pp. 617-696.

[8] Salvador Crespo Matellán, La parodia dramática en la literatura española, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1979, p. 35.

[9] Por su parte, Jerónimo Herrera Navarro, que también menciona solo esta primera edición, escribe: «Impresa en 1744» (en su Catálogo de autores teatrales del siglo XVIII, Alcalá de Henares / Madrid, Fundación Universitaria Española, 1993).

[10] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Llámenla como quisieren, de José Joaquín Benegasi y Luján, comedia burlesca del siglo XVIII», Oppidum. Cuadernos de Investigación, 3, 2007, pp. 189-219 o el estudio preliminar a mi edición del 2020 (pp. 619-648).

«El amor hace milagros» de Pedro Benito Gómez Labrador: valoración

A modo de resumen, puede afirmarse que esta comedia El amor hace milagros[1] de Pedro Benito Gómez Labrador nos ofrece tres núcleos de interés: 1) en primer lugar, el propio hecho de ser una recreación quijotesca, un eco más de los muchos generados por la inmortal novela cervantina; como ya he señalado, en ella la presencia de los personajes de don Quijote y Sancho es más bien testimonial, y se da además la comentada sanchificación de Ginesillo y quijotización de Basilio; 2) un segundo aspecto es de orden sociológico; me refiero a ese conflicto amor / interés, en el marco del debate dieciochesco sobre los matrimonios de los hijos, la libertad de elección de los jóvenes, etc.; y 3) en fin, quizá la cuestión más interesante, sería de orden artístico-literaria: se trataría de ver en qué medida esta obra publicada en 1784 refleja —si es que realmente lo hace— una cierta sensibilidad prerromántica o se trata, sencillamente, de un sentimentalismo neoclásico[2].

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Como he tratado de mostrar a lo largo de varias entradas anteriores, el Basilio y la Quiteria de Gómez Labrador no son, ciertamente, héroes románticos: estamos todavía lejos de 1834-1835, años de eclosión del Romanticismo, y sería exagerado considerarlos así, pero no deja de ser cierto también que se perciben tanto en su retrato (en sus actitudes, comportamientos y palabras) como en la atmósfera o tonalidad general de la obra (las alusiones a la fortuna, al hado, la posibilidad —meramente apuntada— de su posible muerte por amor…) algunos atisbos de los rasgos que, unas décadas después, caracterizarán al drama romántico español[3].


[1] Pedro Benito Gómez Labrador, El amor hace milagros. Comedia nueva, tomada del capítulo veinte del Libro II de la historia de don Quijote de la Mancha, Salamanca, en la imprenta de la viuda de Nicolás Villargordo, 1784. En la actualidad estoy preparando una edición anotada de esta obra.

[2] De hecho, en varias obras literarias neoclásicas se percibe una marcada presencia del sentimentalismo. Como escribe Emilio Martínez Mata, introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, Madrid, Cátedra, 2003, p. 52: «La exaltación del sentimiento que se produce en Europa desde mediados del XVIII no se opone a la razón, al contrario, es un componente esencial de la Ilustración».

[3] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «“¿Por qué me has tirado, Amor, / todo el metal de tu aljaba?”: el episodio de las bodas de Camacho en El amor hace milagros (1784), de José Benito Gómez Labrador», eHumanista/Cervantes, 1, 2012, pp. 103-119.

Los personajes de «El amor hace milagros» de Pedro Benito Gómez Labrador: Camacho, Bernardo y Ginesillo

Amor-InteresEn cuanto al retrato de Camacho el rico en El amor hace milagros de Pedro Benito Gómez Labrador, así es visto por Basilio: «este que en tener bienes / me excede, mas no me iguala / ni en nobleza, ni en persona» (vv. 329-331)[1]. Recordemos que el binomio amor vs. interés es una de las claves de interpretación de la comedia, y así le responde el criado:

GINESILLO.- ¡Y lo dice usted, señor,
como quien no dice nada!:
si tiene muchos escudos,
¿qué falta le hacen las armas?
Él siendo rico será
cuanto le diere la gana (vv. 333-338).

Bernardo no puede menos que ensalzarlo ante Quiteria, y lo hace con estas palabras:

tienes novio noble y rico,
con donaire y gentileza,
afable, urbano, discreto,
persona en todo completa (vv. 533-536).

Por lo que toca a la caracterización de Bernardo es la de un padre interesado, condición que él mismo reconoce paladinamente en el momento del desenlace, cuando le dice a Basilio:

BERNARDO.- Dame tú los tuyos, hijo, [se refiere a sus brazos]
y olvida cosas pasadas,
que aunque ingenuo te confieso
que el interés me cegaba,
no dejaba de advertir
que, según tus prendas raras,
con ningún otro Quiteria
iría mejor empleada (vv. 1883-1890).

En cuanto a Ginesillo[2], ya he señalado en una entrada anterior que usurpa la función de criado gracioso, robando de alguna manera el protagonismo cómico a Sancho. Es caracterizado por Basilio como «parlanchín sin sustancia» (v. 122), como «hablador maldito, / mentecato y majadero» (vv. 959-960). Juana dice de él:

JUANA.- Eres tan grande hablador
que, por hacerlo a tus anchas,
te pones contigo a solas
a decir extravagancias (vv. 1198-1201).

Se caracteriza además por sus continuos juegos de palabras y chanzas: «Serio jamás estarás» (v. 1151), le reprocha Basilio; y, por lo general, se muestra en exceso confianzudo con su amo, casi deslenguado en ocasiones. Él es quien pone el contrapunto chancero al sentimiento de Basilio, con un discurso desmitificador de los parlamentos lírico-amorosos de aquel. A ello hay que sumar, como en cualquier buen gracioso que se precie, la afición por la comida y la bebida, la cobardía[3]


[1] Pedro Benito Gómez Labrador, El amor hace milagros. Comedia nueva, tomada del capítulo veinte del Libro II de la historia de don Quijote de la Mancha, Salamanca, en la imprenta de la viuda de Nicolás Villargordo, 1784. Las referencias a los versos remiten a la edición que estoy preparando en la actualidad.

[2] La información de que este Ginesillo es Ginés de Pasamonte se da en la acotación inicial de la tercera jornada («Ginesillo, que se supone ser aquel famoso galeote a quien libró don Quijote en Sierra Morena»).

[3] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «“¿Por qué me has tirado, Amor, / todo el metal de tu aljaba?”: el episodio de las bodas de Camacho en El amor hace milagros (1784), de José Benito Gómez Labrador», eHumanista/Cervantes, 1, 2012, pp. 103-119.

Los personajes de «El amor hace milagros» de Pedro Benito Gómez Labrador: Quiteria

En cuanto a Quiteria la bella, así queda descrita por Sancho en la comedia El amor hace milagros de Pedro Benito Gómez Labrador:

Van saliendo los novios y acompañamiento, y Sancho mirando a Quiteria dice.

SANCHO.- ¡Santo Dios, qué gentileza!
¡En los días de mi vida
no he visto mujer más bella!
Pues nada digo del traje:
de terciopelo de Cuenca
de más de cuarenta pelos
viene de pies a cabeza;
tomadme, si no, las manos
con tanto anillo de piedras
blancas como una cuajada,
que diz que cada cual de ellas
cuesta un ojo de la cara;
andad y ved tal belleza,
y no la comparéis luego
con una palma que, llena
de dátiles, a los lados
con el aire se menea (vv. 1626-1642)[1].

Para Basilio, es una mujer cruel e ingrata para con él, aunque luego sabemos que le ama sinceramente. Aparentemente, de palabra, Quiteria muestra sumisión a su padre, al que da dos excusas falsas para explicar por qué no se muestra cariñosa con Camacho: estar indispuesta y no parecerle demasiado desenvuelta. La realidad es otra, y se trata, sencillamente, de que ama a Basilio:

QUITERIA.- ¿Olvidarte? Antes la oveja
a su tierno corderillo. […]

¡Ay de mí!, ¿qué es lo que dices?
Yo traidora no te he sido:
culpa, Basilio, a los hados,
no a mi corazón, que es fino (vv. 693-702)[2].

Al mismo tiempo, se muestra siempre obediente a su padre: «pues tu gusto se cifraba / en darme ciega obediencia» (vv. 561-562), dice Bernardo; «siempre con diligencia / me esmero por darle gusto / con la obediencia más ciega» (vv. 580-582), apostilla ella calcando las mismas palabras (ver también los vv. 595-598 y 637-638); en otra ocasión señala que «el respeto paternal / contrastando mi albedrío» (vv. 747-748) es lo que le impide seguir su inclinación por Basilio. Y así le explica a este:

QUITERIA.- Yo soy Quiteria, yo, es cierto,
soy aquella que, obligada
de los ruegos importunos,
invenciones y amenazas
de mi padre y juntamente
de la gente de mi casa,
viéndome sin ti, bien mío,
cual tortolilla que clama
sin hallar remedio alguno
en sus dolorosas ansias,
he venido a consentir… (vv. 853-863).

Cuando le pide a Basilio que invente una traza que les saque de la situación en que se encuentran, matiza y puntualiza que no debe ir contra el decoro, contra el respeto debido a la autoridad paterna:

… si acaso te ocurre
alguna invención o traza
para que pueda ser tuya
sin dejar de ser guardada
la veneración que debo
a quien debo la sustancia,
contando con mi firmeza
no temas ponerla en planta (vv. 881-888).

BodasdeCamacho

Y aunque se muestra dispuesta a dejarse morir o matarse antes que verse separada de Basilio, ese respeto debido a la autoridad paterna pone de relieve que nos hallamos lejos todavía de lo que será, décadas más adelante, la rebeldía romántica. Escribe Caro[3] a este respecto:

En la solución que las comedias dieciochescas dan a las mal avenidas bodas de Camacho hay puntos de ambigüedad que no se pueden soslayar, que enriquecen su planteamiento, pero que no son concluyentes, pues es cierto que se ha derrotado el cálculo interesado, pero ha sido con otro tipo de cálculo, la intriga de los enamorados a espaldas del padre de la chica y del novio. La misma actitud de calcular y planear acciones para conseguir sus fines es la de los enamorados en la comedia de Gómez Labrador, pero con la ambigüedad que aparece ahora por otras consideraciones muy notables. […] ¿Ambigüedad o contradicción? Con la demostración de su triunfo Basilio y Quiteria demuestran que el amor verdadero es más fuerte que el interés, se va configurando ya como la fuerza arrolladora que será en el Romanticismo, pero la salvedad de la veneración debida a la autoridad paterna es una consideración más bien burguesa y muy poco apasionada. Es decir, que el planteamiento dieciochesco de las Bodas de Camacho oscila entre un incipiente arrojo rompedor novedoso y una muy sentimental moderación[4].


[1] Pedro Benito Gómez Labrador, El amor hace milagros. Comedia nueva, tomada del capítulo veinte del Libro II de la historia de don Quijote de la Mancha, Salamanca, en la imprenta de la viuda de Nicolás Villargordo, 1784. Las referencias a los versos remiten a la edición que estoy preparando en la actualidad.

[2] Como vemos, Quiteria, al igual que Basilio, alude a la persecución de los hados: «¿Y si prosiguen con saña / en perseguirnos los hados?» (vv. 892-893). Recuérdese que, andando el tiempo, una de las piezas más significativas del periodo romántico será Don Álvaro o la fuerza del sino, pero ya en las décadas de 1770-1780 comenzaban a percibirse en el ambiente ciertas notas de pre-Romanticismo empezaba (pensemos en las Noches lúgubres de Cadalso, El delincuente honrado de Jovellanos, etc.). Cabe destacar de paso que a Quiteria se le aplicarán metáforas de animales para resaltar su ingenuidad o indefensión: oveja, tortolilla, paloma acosada por el milano

[3] Ceferino Caro, «Amor contra interés, hijos contra padres: Las bodas de Camacho en el siglo XVIII», Anales cervantinos, XXXVIII, 2006, p. 186. Y más adelante (p. 191) añade que «se está poniendo en escena un anuncio de lo que sería de allí a poco el amor romántico en sus manifestaciones más extremadas. Un amor corregido sin embargo por grandes dosis de sentido práctico y de realismo en los consejos de Camilo a su desventurado amigo».

[4] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «“¿Por qué me has tirado, Amor, / todo el metal de tu aljaba?”: el episodio de las bodas de Camacho en El amor hace milagros (1784), de José Benito Gómez Labrador», eHumanista/Cervantes, 1, 2012, pp. 103-119.

Los personajes de «El amor hace milagros» de Pedro Benito Gómez Labrador: Basilio

Diré ahora unas palabras sobre Basilio, quedando para otras entradas lo relativo a Quiteria, Camacho y Bernardo, el padre de la joven[1]. Adelanto que vamos a encontrar la tópica adjetivación referida a los miembros del triángulo amoroso, que son: Basilio el pobre, Quiteria la bella e ingrata y Camacho el rico. Basilio queda caracterizado aquí como un estudiante, ya desde el lema que antepone el autor. Supongo que esto puede obedecer a un doble motivo: por un lado, aumentar la sensación de verosimilitud con un detalle que explica mejor el ingenio de Basilio; en efecto, así pondera Ginesillo la capacidad de los estudiantes para urdir trazas y enredos:

GINESILLO.- ¡Dios me libre de estudiantes,
que para cosas de enredos
juzgo que los mismos diablos
no tienen que ver con ellos!
¡No había más!: ¿por una loca
ahora, sin más ni menos,
se había de haber vuelto loco
un escolar tan discreto? (vv. 947-954).

Por otro lado, si el autor residía en Salamanca, entra dentro de lo posible que la pieza se hubiese representado (o leído, al menos) allí, y parece claro entonces que estos guiños y alusiones al ambiente estudiantil, al ingenio y travesura de los alumnos, etc., resultarían especialmente cercanas a los receptores de aquella ciudad universitaria.

Por lo demás, discreto y gallardo son los dos adjetivos más repetidos que se aplican a Basilio o a sus acciones. Él es noble pero pobre, y tiene muy buenas cualidades, tal como lo presenta su criado:

GINESILLO.- Usted es noble y le adornan
habilidades bien raras:
sabe danzar bellamente
y hace hablar una guitarra,
es usted muy bien hablado,
sabe tirar a la barra,
y a todos deja burlados
en el juego de la espada;
pero aunque todo esto es cierto,
si usted con hambre se hallara,
¿podría vender estas cosas
o echarlas en la piñata? (vv. 339-350).

Otro rasgo que lo caracteriza es el de doliente (la palabra dolor u otras similares se repiten mucho en su boca): «estoy tal, que una espada / de tristezas y dolores / me tiene pasada el alma» (vv. 98-100); se habla de su malandanza (Ginesillo, en el v. 156), etc. Se percibe cierto tono sentimental prerromántico en su caracterización, con llantos desmedidos y acumulación de desgracias, sin que falte incluso la adversidad de su fortuna:

BASILIO.- ¡Ay de mí, cielo adorado!,
¿cómo, si tu luz me falta,
no han de secarse mis ojos,
derretirse mis entrañas?
¿Por qué me has tirado, Amor,
todo el metal de tu aljaba
si no ha de llegar el día
de ver mis ansias logradas?
¿Por qué pusiste, Fortuna,
mi gloria tan ensalzada,
si había de venir a dar
en este mar de desgracias? (vv. 297-308).

En su discurso apunta en varias ocasiones la posibilidad de su suicidio o, al menos, su posible muerte por amor: «que muriendo por tu causa / me dará la muerte alivio» (vv. 707-708); «el ver que dichoso he sido / hará quizá que muriendo / sea menor mi sacrificio» (vv. 718-720). Cuando está retirado en la selva razona así consigo mismo:

BASILIO.- Supuesto que aquí vengo a ser despojo
y entregarme en los brazos de la muerte,
que morir de una vez mejor escojo
que no vivir muriendo de esta suerte,
por conservar mi nombre a vos me acojo
queriéndolo poner en tronco fuerte,
que suelen —ya lo dije— desdichados
lograr por vos victoria de sus hados (vv. 771-778).

Y poco después se expresará así en otra octava real:

BASILIO.- Muera al fin; mas los troncos de esta sierra
sirvan de tristes cirios en mi entierro;
pero ¿espero que habrá quien me dé tierra
en este que es lugar de mi destierro?
Sí, que las mismas fieras que en sí encierra
en lóbregas cavernas este cerro
mi muerte llorarán y su terneza
hará ver, ¡oh, Quiteria!, tu dureza (vv. 811-818).

E inmediatamente después, cuando descubre que su amada se encuentra allí mismo:

BASILIO.- ¡Anda, acércate, Quiteria,
acércate, fiera brava,
y haz que a tus manos se acaben
con mi vida mis desgracias!
¡Llégate y dame la muerte,
aunque en ello no harás nada,
pues ya tus ingratitudes
la tienen al alma dada! (vv. 819-826).

Al final, cuando cambie su suerte, hablará de «mi afortunada desgracia» (v. 1782)[2].


[1] Pedro Benito Gómez Labrador, El amor hace milagros. Comedia nueva, tomada del capítulo veinte del Libro II de la historia de don Quijote de la Mancha, Salamanca, en la imprenta de la viuda de Nicolás Villargordo, 1784. Las referencias a los versos remiten a la edición que estoy preparando en la actualidad.

[2] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «“¿Por qué me has tirado, Amor, / todo el metal de tu aljaba?”: el episodio de las bodas de Camacho en El amor hace milagros (1784), de José Benito Gómez Labrador», eHumanista/Cervantes, 1, 2012, pp. 103-119.