La Virgen sueña caminos, está a la espera… La Virgen sabe que el Niño está muy cerca…
Como antológico poema de Navidad de Gerardo Diego ya hemos reproducido aquí su célebre «La palmera» (editado en ocasiones con el título de «Canción al Niño Jesús»). Vaya para hoy, tercer domingo de Adviento, otro poema suyo, la «Letrilla de la Virgen María esperando la Navidad», perteneciente a sus Versos divinos (1938-1941). Diego, lo sabemos, es un consumado maestro en la recreación de la poesía popular, y así lo demuestra también con este poema que, con su estructura anafórico-paralelística (y la repetición del estribillo, con variantes), subrayada por el quebrado «con qué», expresa la incertidumbre de la joven María —que se dirige primero a los elementos de la naturaleza: luna, brisa y arroyuelo, y luego al ángel Gabriel y a su esposo José— ante la inminente llegada del Niño y los cuidados que requerirá el recién nacido.
Cuando venga, ay, yo no sé con qué le envolveré yo, con qué.
Ay, dímelo tú, la luna, cuando en tus brazos de hechizo tomas al roble macizo y le acunas en tu cuna. Dímelo, que no lo sé, con qué le tocaré yo, con qué.
Ay, dímelo tú, la brisa que con tus besos más leves la hoja más alta remueves, peinas la pluma más lisa. Dímelo y no lo diré con qué le besaré yo, con qué.
Pues dímelo tú, arroyuelo, tú que con labios de plata le cantas una sonata de azul música de cielo. Cuéntame, susúrrame con qué le cantaré yo, con qué.
Y ahora que me acordaba, Ángel del Señor, de ti, dímelo, pues recibí tu mensaje: «He aquí la esclava». Sí, dímelo, por tu fe, con qué le abrazaré yo, con qué.
O dímelo tú, si no, si es que lo sabes, José, y yo te obedeceré, que soy una niña yo, con qué manos le tendré que no se me rompa, no, con qué[1].
[1] Cito por Guillermo Suárez, SM, María, belleza de Dios. Cien poemas marianos, Madrid, SPM. Servicio de Publicaciones Marianistas, 2010, núm. 24, p. 39.
Ven, ven, Señor, no tardes, ven, ven, que te esperamos…
Vaya para hoy, segundo domingo de Adviento, un soneto de Pedro Miguel Lamet, SJ titulado «Lumbre de Dios». De este autor ya han entrado en el blog poemas de Adviento («Soy Adviento», y su tríptico «Tres profetas de Adviento», formado por «Isaías», «Juan el Bautista» y «María») y de Navidad («Encarnación», «Meditación de fin de año»), además de otros más propios del tiempo de Semana Santa («Ceniza eterna», «El dolor del tiempo»). El que añado hoy pertenece a su libro La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad (2016) y dice así:
El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz; a las que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz resplandeció sobre ellos.
(Isaías, 9, 2)
Desde la sombra de la noche aquella que también es la noche tuya y mía, cuando esta tierra abandonada y fría perdió sin ti la risa de tu huella,
y buscaba temblando la centella de un sueño, una palabra, una alegría que aliviara ese horror en que sufría el ser sin ser, la vida sin estrella,
de pronto te asomaste a la ventana y preguntaste al Padre de esta guisa: —¿Qué te parece proclamar cariño
y que el hombre se sienta en la mañana tu júbilo, tu lumbre, tu sonrisa? —¡Bájate, Hijo, y llora como un niño![1]
[1] Pedro Miguel Lamet, La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad, Bilbao, Ediciones Mensajero, 2016, pp. 79.
Madonna del Parto (c. 1460), fresco de Piero della Francesca. Museo de la Madonna del Parto (Monterchi, Italia).
Vaya para hoy, primer domingo de Adviento e inicio del nuevo año litúrgico, su «Villancico del Adviento en Galilea», que lleva como subtítulo «Homenaje a Federico García Lorca» (y, en efecto, se aprecian en el texto claros ecos lorquianos en el empleo de una métrica neopopularista, con repetición continua del primer verso y de un estribillo que presenta variantes, y en la imaginería empleada: nácar, luna, alborada, verdes algas, etc.). Dice así:
La Virgen se fue a la mar a buscar conchas de nácar para hacerle al niño[1] un cofre de madreperlas y escarcha.
(La Estrella del mar volvía con el rocío del alba.)
La Virgen se fue a la mar en buscas[2] de espumas blancas para coser los pañales con sus puntillas de Holanda.
(La Estrella del mar volvía saludando a la mañana.)
La Virgen se fue a la mar a ver la luna en el agua para copiar en sus brazos un regazo de luz alta.
(La Estrella del mar volvía orilla de la alborada.)
La Virgen se fue a la mar a buscar las verdes algas con que hacerle al niño ajorcas y túnicas de esmeralda.
(La Estrella del mar volvía con la flor de la enramada.)
La Virgen se fue a la mar a oírle[3] cantar su nana para acunarle los sueños al pequeño Dios del alma.
(La Estrella del mar volvía por la senda de las barcas.)
La Virgen se fue a la mar en busca de la alborada para iluminar el día de la promesa anunciada.
(La Estrella del mar volvía con el sol de la mañana.)[4]
[1] Mantengo aquí y unos versos más abajo la minúscula del original.
[2] Tal vez podría enmendarse a «en busca», considerando parásita la s final, atraída por «espumas blancas». En cualquier caso, «en buscas» bien podría ser un plural intensificador querido por el poeta y por ello mantengo lo que dice el texto.
[4] Cito por Jesús Górriz Lerga, Memorial del gozo, Pamplona, edición del autor [EUROGRAF], 1994, pp. 27-28. El libro fue editado con la colaboración del Departamento de Educación y Cultura (Institución Príncipe de Viana) del Gobierno de Navarra.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene después de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego (Mateo, 3, 11).
Con la fiesta del Bautismo de Jesús finaliza hoy el ciclo litúrgico de Navidad, y con ello la serie de poesías navideñas que he venido transcribiendo y glosando brevemente durante estos días.
Willem van Herp II, Bautismo de Cristo. Museo Nacional del Prado, Madrid (España).
Lo hago con el poema «El Bautismo de Jesús (Mc 1, 6-11)», del sacerdote marianista José Luis Martínez (Aguilar de Bureba, Burgos, 1923-Madrid, 2016), que dice así:
Los bíblicos profetas recibían de Dios su vocación con palabras concretas y signos de infusión del Espíritu, Señor de la misión.
Jesús era inocente, y nunca en él hubo un solo pecado, pero entró en la corriente[1] para ser bautizado, pues con el hombre sí estaba hermanado[2].
Cuando Jesús salió del agua del Jordán ya bautizado, el Padre proclamó, desde el cielo rasgado: «Este es mi predilecto, mi Hijo amado»[3].
Y el Espíritu Santo, en forma de paloma aleteante[4], lo arrulló con su canto y lo ungió al instante con su fuerza y su luz vivificante.
Y, a partir de ese día, con la unción y la fuerza del bautismo, al diablo desafía, y anuncia un mesianismo que es servicio y entrega de sí mismo.
«Y pasó haciendo el bien, y liberando al pobre y oprimido» hasta su último amén —cuando todo era olvido— perdonando, sin sentirse ofendido.
Y este es el compromiso de aquel que en Cristo ha sido bautizado: no ser nunca remiso en hacer, de buen grado, el bien, nunca medido ni tasado[5].
[1]en la corriente: del río Jordán, como se explicita enseguida.
[2]con el hombre sí estaba hermanado: Dios se hizo hombre para redimir al género humano.
[3] «Entonces se formó una nube que les hizo sombra, y de la nube salió una voz: Éste es mi hijo, el Amado, escuchadle» (Marcos, 9, 7).
[4] «Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí que los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él» (Mateo, 3, 16).
[5] Publicado por José Luis Martínez, SM en su blog Poesía Religiosa el miércoles 14 de enero de 2009, de donde lo tomo. Los cinco primeros versos funcionan a modo de lema (con esa disposición tipográfica: justificados por la derecha y en cursiva); en el quinto corrijo la errata «profestas».
El episodio del Niño perdido y hallado en el Templo es el más significativo de la vida oculta de Jesús que recogen los evangelios canónicos (Lucas). Sucedió cuando tenía doce años, edad en la que los judíos entraban en la adultez y empezaban a participar de la vida religiosa:
Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua;y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta. Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre.Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y los conocidos; pero como no le hallaron, volvieron a Jerusalén buscándole. Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? Mas ellos no entendieron las palabras que les habló. Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón (Lucas, 2, 41-51).
Pues bien, José de Valdivielso incluye en su Romancero espiritual este «Romance del Niño perdido» que, desde el punto de vista métrico, es un romance endecha (esto es, formado por versos heptasílabos), con rima aguda en é a. En el poema podemos distinguir cuatro partes: una primera, narrativa, en la que se cuenta la pérdida del Niño y la angustia de sus padres por su ausencia; un segundo segmento, en estilo directo, que corresponde al parlamento de María mostrando su extrañeza por lo sucedido y expresando su deseo de encontrar al hijo perdido, que es todo su bien; un tercer bloque, de nuevo narrativo, que refiere el reencuentro; en fin, la parte final constituye un apóstrofe de la voz lírica al alma cristiana, pidiéndole que imite a María y José en la búsqueda constante de Jesús. El poema no da entrada, en cambio, a la respuesta que dio Jesús a sus padres cuando lo encontraron en el Templo conversando sabiamente con los doctores de la Ley y Él argumentó que debía estar en la casa (y en las cosas) del Padre.
Jesús, María y Josef[1] el Templo santo dejan después de la oración breve, humilde y discreta.
Quedose el Niño solo, sin que los dos lo entiendan[2], que van mujeres y hombres por diferentes sendas.
Piensa la Madre Virgen que su Esposo le lleva, y que va con su Madre el padre virgen piensa.
Con presurosos pasos de mal sufrida ausencia, caminan a esperar si el Niño Jesús llega.
Llegó María primero, ¡y quién no lo dijera, si siempre quien más ama es el que más desea!
Vio venir a su Esposo, y conociéndole a penas, y sin Jesús, ¿qué mucho[3] que le desconociera?
Josef, desalentado, cual suele herida cierva, busca la fuente viva de las aguas eternas[4].
De verla le pesó, aunque codicia verla, porque falta de Dios no hay quien suplirla pueda.
Pregunta por Jesús a la Esposa doncella, y lo que le pregunta es su misma respuesta.
Los dos enmudecieron, y mudos consideran que, ausente la Palabra[5], es justo que enmudezcan.
Los lastimados ojos con amorosas quejas castigan su descuido sin haber quien le tenga[6].
Lo andado del camino a desandar comienzan, los pechos enclavados con unas mismas flechas.
Cual cordera sin mancha[7] bala la Madre tierna y sobre rosas vivas derrama vivas perlas[8].
«—Hijo de mis entrañas, ¿qué hará la Madre vuestra —dice—, si sois en quien el alma tengo puesta?
¿Qué mucho, ausente mío, que sin la luz no vea, que no viva sin alma y, sin vida, me muera?
¡Ay, lumbre de mis ojos, que el corazón revienta!, que al que a Dios ha perdido, ¿qué tiene ya que pierda?
Si vuestro amado Padre me pide de vos cuenta, sin vos, ¡ay, Jesús mío!, ¿quién la podrá dar buena?
Díjome un tiempo el ángel “Ave, de gracia llena”[9], y hoy pudiera decirme que lo estaba de penas.
Si “el Señor es contigo[10]” ahora me dijera, y os viera entre mis brazos, ¡qué alegre que lo oyera!
Perdido de mi alma, bien sé que estáis en ella, que tiene vuestra Madre segura su conciencia.
¿No os sirve como es justo aquesta humilde sierva? ¿No os ama como debe aquesta Madre vuestra?
Volved, Hijo adorado, contadme vuestras quejas; esta me perdonad, y vos veréis la enmienda.
Bien sé, Dios escondido[11], que escucháis mis querellas y puede ser también que el alma os enternezca.
¿Habéis, hermoso mío, de andar de puerta en puerta pidiendo a quien os dé en los ojos con ellas?
¿Habrá habido esta noche quien hospedaros quiera, siquiera en un portal sobre algunas pajuelas?[12]
¿Habrá por dicha alguno que de vos se conduela y os dé un poco de pan. de limosna siquiera?
¿Habrá alguno que os diga “Hijo, Dios os provea; aprended un oficio, servid, que así se medra”?
¿He puesto en vos las manos? ¿Díjeos palabras feas? No, que no hacéis por qué, que sois la bondad mesma.
¿Hallaréis, Hijo mío, quien regalaros[13] sepa mejor que vuestros padres, con toda su pobreza?
¿Hallaréis, por ventura, tan bien guisada cena, tan bien mullida cama, ni voluntad más buena?
Quien viere que un buen Hijo así sus padres deja, decid, ¿qué pensará, sino que culpa tengan?
Y cuando, dado caso que tenerla pudiera Josef, que no la tiene, ¿es bien que así padezca?
¿Cuándo de casa os fuisteis sin que yo lo supiera, sin besarme la mano y pedirme licencia?
¿Tendréis vida sin mí? ¿Tendréis sin mí paciencia? Que yo sin vos, Dios mío, no es posible que pueda.»
La tórtola amorosa así gimiendo vuela, hasta que al solo Esposo segunda vez encuentra.
Renueva su dolor, su llanto se renueva, las lenguas están mudas, los ojos se hacen lenguas[14].
Al cabo de tres días[15], y treinta mil de ausencia, se entraron en el Templo sagrado de las penas;
que el corazón les dice (que suele ser profeta) que en el Templo se halla lo que se pierde fuera[16].
El amor unitivo, por su virtud secreta, pudo hacer que tres almas en un Niño se vieran.
Los gozos, los amores, las glorias, las ternezas, dígalas quien las sabe, si hay Dios quien las sepa.
Alma[17], que en la oración sueles hallarte seca, porque Dios se te va, quizá porque te prueba;
con lágrimas le busca[18], que tienen cierta fuerza, con que, aunque más se esconda, hacen que Dios parezca[19].
Son divinos ventores[20] que descubren sus huellas, pues si al cielo se sube, le bajan a la tierra.
En tu tribulación, que está contigo piensa, y que, para librarte, que le llames espera.
En la iglesia le busca; sabe por cosa cierta que no puede dejar de estar siempre en la iglesia.
Tu dolor le enamora, tus lágrimas le alegran, y mientras tú le buscas, Él te pone la mesa[21].
Abiertos pecho y brazos, tus abrazos desea; alma desconsolada, a sus brazos te[22] llega.
Para cenar contigo la mesa tiene puesta, donde su cuerpo comas, donde su sangre bebas.
Si, por ser confiada, de tu lado se ausenta, porque el Niño Jesús huye de la soberbia,
lo andado del camino desanda con presteza[23]: irás por la humildad; verás cómo le encuentras.
Si por ventura eres de aquellas más perfectas que por la vía unitiva[24] gozan de sus finezas,
regálale[25] amorosa con miel y con manteca de un pecho enamorado y un corazón de cera;
que, niño[26], no se irá de quien amor le muestra si no es porque tu amor con el ausencia[27] crezca.
Si el Niño es más crecido, es justo, alma, que temas no se te pierda Dios cuando menos lo esperas.
Vive desconfiada, si no quieres ser necia, que es el más presumido quien menos le conserva[28].
[1] Habría que pronunciar Josef como palabra llana, pues si la hacemos aguda daría un verso de ocho sílabas; aquí (romance endecha) los versos han de ser heptasílabos.
[2]sinquelosdosloentiendan: sin percatarse de ello.
[3]¿quémucho…?: ¿qué tiene de extraño? La expresión se repite un par de veces más, más abajo.
[4]herida cierva … fuente viva / de las aguas eternas: evoca el comienzo del Salmo 41 (42), «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío». En Juan, 7, 37-38 Jesús se proclama como fuente de agua viva: «En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva».
[5]la Palabra: Jesús es el Verbo, la segunda persona de la Trinidad.
[6] Los padres lloran amorosamente su descuido, sufren ese castigo, sin que nada pueda detener su llanto.
[7]cordera sin mancha: la Virgen María fue concebida sin pecado original.
[8]y sobre rosas vivas / derrama vivas perlas: nótese la construcción quiasmática; perlas por ʻlágrimasʼ es metáfora trillada, prácticamente lexicalizada.
[9] Palabras de la salutación del Arcángel Gabriel a María (cfr. Lucas, 1, 28).
[11]Dios escondido: lo llama así porque no ha comenzado todavía la vida pública de Jesús (si bien ya se había revelado como Salvador del mundo en la Epifanía).
[12] La Virgen María evoca en estos versos el «No hay posada» recibido en Belén y el nacimiento de Jesús en un humilde portal o establo.
[14]los ojos se hacen lenguas: hacerse lenguas de algo o de alguien es ʻalabarlo encarecidamenteʼ; ahora bien, aquí los ojos se convierten en lenguas, pues María y José están mudos y solo pueden expresar la angustia que sienten a través de sus miradas.
[15]Al cabo de tres días: los tres días en que María y José no encuentran a Jesús son un signo de los tres días de su Pasión, Muerte y Resurrección. Igualmente, la angustia de María durante estos tres días de ausencia (que se le han hecho tan largos como treinta mil) prefiguran también su futuro dolor al pie de la Cruz.
[17] Desde este punto y hasta el final del poema es un apóstrofe al alma, pidiéndole que busque a Jesús como le buscaron sus padres, hasta encontrarlo en la iglesia.
[18]le busca: imperativo, ʻbúscaleʼ; se repite unos versos más abajo.
[20] En el original, «Sus diuinos ventores», que enmiendo con la edición de 1880: las lágrimas son esos divinos ventores, esto es, perros que ventean la presa ʻDiosʼ. Ventor: «Dicho de un animal: Que, guiado por su olfato y el viento, busca un rastro» (DLE).
[21]Él te pone la mesa: la del banquete eucarístico, como se explicita un poco más abajo.
[22] Añado «te» para completar la medida del verso, que si no sería hexasílabo; te llega: ʻllégateʼ.
[23]lo andado del camino / desanda con presteza: como hicieron María y José.
[24]vía unitiva: unión del alma con la divinidad, en lenguaje místico, tras las etapas previas de la vía purgativa y la vía iluminativa. La palabra vía debe pronunciarse como monosílaba.
[26]niño: predicativo ʻsiendo niñoʼ, ʻpor ser niñoʼ.
[27]el ausencia: el es forma etimológica del artículo femenino, procedente de illam.
[28] Cito por Romancero espiritual, en gracia de los esclavos del Santísimo Sacramento, para cantar cuando se muestra descubierto, por el maestro José de Valdivielso su capellán, y de la capilla muzárabe en su santa iglesia de Toledo. Añadido y enmendado en esta última impresión por el mismo autor, en Madrid, por doña Mariana del Valle, a costa de Francisco Martínez, mercader de libros, frontero de la calle de la Paz, 1659 [en el colofón con estos otros datos: en Madrid, en la Imprenta de la viuda de Francisco Nieto, 1675], fols. 71r-75v. Hay edición moderna, con prólogo de Miguel Mir, Madrid, Imprenta de D. A. Pérez Dubrull, 1880, donde ocupa las pp. 179-186.
Ayer traía al blog el soneto del sacerdote claretiano Pedro Casaldáliga (Balsareny, Barcelona, 1928-Batatais, São Paulo, 2020) titulado «“Él se hizo uno de tantos”». Para hoy copio otro de temática similar, el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios como Dios Hijo, por el poder del Espíritu Santo: Jesucristo asume la naturaleza humana, precisamente para redimir a todo el género humano. El poema se publicó en El tiempo y la espera (Santander, Sal Terrae, 1986) con el título «Claridad» (ver el v. 14), pero en Sonetos neobíblicos, precisamente (1996) el epígrafe cambia a «“Y el Verbo se hizo carne”». El soneto (con un esquema de rima no habitual: ABAB BABA CCD EED) es como sigue:
Decir el pan, la lucha, el gozo, el llanto, el monótono sol, la noche ciega. Verter la vida en libación de canto, vino en la paz y sangre en la refriega.
Desnuda al viento mi palabra os llega. Sobre la plaza de la fiesta canto. Pido que todos entren en la siega. Vengo a espantar las fieras del espanto.
Mediterráneamente luminosa, escancio en mi palabra cada cosa, vaso de luz y agua de verdad.
Si el Verbo se hace carne verdadera, no creo en la palabra que adultera. Yo hago profesión de claridad[1].
[1] Lo cito por la antología Porque esta noche el Amor. Poesía navideña del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997, p. 137.
Pedro Casaldáliga Pla (Balsareny, Barcelona, 1928-Batatais, São Paulo, 2020) fue un sacerdote claretiano, vinculado a la corriente de la teología de la liberación, que vivió buena parte de su vida en Brasil. Desde 1971 fue obispo de São Félix do Araguaia (estado de Mato Grosso), diócesis desde la que defendió los derechos de los menos favorecidos (fue conocido como «el obispo de los pobres»). Teólogo y poeta, entre los libros de poesía de Casaldáliga se cuentan Llena de Dios y de los hombres (1965), Clamor elemental (1971), Tierra nuestra, libertad (1974), Experiencia de Dios y pasión por el pueblo (1983), Fuego y ceniza al viento. Antología espiritual (1984), Cantares de la entera libertad. Antología para la Nueva Nicaragua (1984), El tiempo y la espera (1986), Todavía estas palabras (1989), Llena de Dios, y tan nuestra. Antología mariana (1991) o Sonetos neobíblicos, precisamente (1996).
El poema que transcribo hoy se publicó en su poemario El tiempo y la espera (Santander, Sal Terrae, 1986), donde figura con el título «Versión de Dios» (véase el v. 14). Posteriormente, se recogió en Sonetos neobíblicos, precisamente (Managua, Editorial Lascasiana, 1996; Buenos Aires, Editorial Claretiana, 1996; Madrid, Nueva Utopía, 1996; São Paulo, Editora Musa, 1996), con el nuevo título de «“Él se hizo uno de tantos”». Todo el soneto constituye un intento de explicación poética de la naturaleza humana de Cristo, Dios hecho hombre («nuestro barro breve», v. 1; «se hace menor que el libro y la utopía», v. 6; «El Unigénito venido a menos», v. 9, que tiene las manos y los pies «de tierra llenos», v. 12, y «rostro de carne», v. 13) cuando «rompe, infantil, del vientre de María» (v. 8; entiéndase aquí rompe con el significado de ʻcomienza, empiezaʼ, esto es, ʻnaceʼ). En fin, el último verso, «¡versión de Dios en pequeñez humana!», constituye una bella formulación que sintetiza el concepto teológico de la unión hipostática de Cristo, quien reúne en su persona las dos naturalezas, divina y humana (es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre).
En la oquedad de nuestro barro breve el mar sin nombre de Su luz no cabe. Ninguna lengua a Su verdad se atreve. Nadie lo ha visto a Dios. Nadie lo sabe.
Mayor que todo dios, nuestra sed busca, se hace menor que el libro y la utopía, y, cuando el Templo en su esplendor Lo ofusca, rompe, infantil, del vientre de María.
El Unigénito venido a menos traspone la distancia en un vagido; calla la gloria y el amor explana;
Sus manos y Sus pies de tierra llenos, rostro de carne y sol del Escondido, ¡versión de Dios en pequeñez humana![1]
[1] Lo cito por la antología Porque esta noche el Amor. Poesía navideña del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997, p. 156.
Del sacerdote salesianoRafael Alfaro (El Cañavate, Cuenca, 1930-Granada, 2004) ya había traído al blog su soneto «Hoy tengo ya mi lámpara encendida». Este otro poema, su «Canción de cuna para los niños de Beirut», sirve igual, por desgracia, para la guerra del Líbano de los años 80, como para las de nuestros días, tanto en esas castigadas tierras de Oriente Medio como en Ucrania, o en tantos países del continente africano que sufren guerras olvidadas, poco o nada mediáticas. Si el Niño Jesús —que venía en camino en el vientre de María— recibió el cruel «No hay posada» de sus contemporáneos, para todos estos otros niños de nuestro enloquecido mundo actual tampoco hay hogar, ni comida, ni escuela, y en sus vidas única y tristemente «florece la artillería» (v. 3).
Un niño de ocho años de la ciudad palestina de Rafah sentado en las ruinas de su casa bombardeada por Israel. Foto: UNICEF.
«El que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen, mejor le sería que le echasen al cuello una muela de molino y le arrojasen al mar» (Mc 9, 42).
En Beirut la noche es fría y en los jardines del viento florece la artillería.
Los niños duermen despiertos y hasta los que mueren quedan con los ojos más abiertos.
Abiertos porque el espanto no se los deja cerrar ni con los puños de llanto.
Ea, a dormir, ojos bellos, que los dedos de la paz pongan sus rosas en ellos.
Ea, a soñar, ojos claros, porque los niños del mundo hoy cantan para velaros[1].
[1] Tomo el texto de la antología Porque esta noche el Amor. Poesía navideña del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997, pp. 122-123.
Aunque pudiera parecer que tras la Epifanía del Señor acaba ya la Navidad, en realidad su ciclo litúrgico se prolonga hasta el próximo domingo, cuando se celebra la festividad del Bautismo del Señor —en el Jordán, por san Juan Bautista—, acto con el que comienza la vida pública de Jesús. De su infancia son pocos los datos que refieren los evangelios canónicos (la principal excepción es el episodio de su visita al Templo de Jerusalén a los doce años, cuando Jesús se queda hablando sabiamente con los maestros de la Ley). Ese vacío de los primeros años de vida de Jesús lo intentaron rellenar los evangelios apócrifos de la infancia.
Días atrás transcribía el poema «La lamparita del pastor», del chileno Óscar Jara Azócar (Viña del Mar, 1906-1988), considerado en su país como «el poeta de los niños». Su libro La noche más linda del mundo (1970) está dedicado íntegramente a la temática navideña. Pues bien, de ese mismo volumen traigo hoy la composición «Sueño triste del Niño Jesús», que nos lo presenta en diálogo con su Madre, tras haber despertado llorando por una pesadilla: la de su muerte en una cruz.
—¡Jesús, Jesús, despierta! ¿Qué sueñas, dueño mío? ¡Despierta aquí en mis brazos, soy tu canto y tu nido!
La fuerza de mi amparo, mi vida en tu dormir. ¿Por qué lloras, mi Niño, no me sientes aquí?
¡Oh, tu llanto en mi pecho es una duda, un ruego… Ya estás despierto. Dime, ¿era triste tu sueño?
Y gimiendo en sus trenzas le responde Jesús: —Madrecita, soñaba muriendo en una cruz…[1]
[1] Tomo el texto de Óscar Jara Azócar, La noche más linda del mundo, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1970, pp. 99-100. Modifico ligeramente la puntuación.
¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente y hemos venido a adorarle (Mateo, 2, 2).
Hoy, 6 de enero, Día de Reyes, celebramos la Epifanía o manifestación de Jesucristo como Hijo de Dios y Salvador del mundo a todas las naciones. José de Valdivielso —otrogran cultivador barroco de la temática navideña, al igual que Lope de Vega— dedicó una de las composiciones de su Romancero espiritual al «Día de la Epifanía, descubierto el Santísimo Sacramento».
Alberto Durero, Adoración de los Magos (1504). Galería Uffizi (Florencia, Italia).
Desde el punto de vista métrico, se trata de un romancillo (romance de versos hexasílabos, con rima aguda en ó), que repite el hermoso y emotivo estribillo «Atabales tocan / en Belén, pastor; / trompeticas suenan, / alégrame el son». Como es frecuente en estas poesías navideñas de los autores del Siglo de Oro, bajo la aparente sencillez de la forma y la expresión se encierran variados motivos bíblico-teológicos, como explico en las notas al pie. El poema dice así:
Atabales tocan en Belén, pastor; trompeticas suenan, alégrame el son.
De donde el aurora abre su balcón y saca risueña en brazos al sol[1], vienen Baltasar, Gaspar y Melchor, preguntando alegres por el Dios de amor. Todos traen presentes de rico valor, oro, incienso y mirra al Rey, Hombre y Dios[2].
Atabales tocan en Belén, pastor; trompeticas suenan, alégrame el son.
La virginal Madre del Rey Salomón[3], para la visita, de fiesta salió. De estrellas se puso un apretador[4], y un manto de lustre con puntas del sol. Para los chapines[5], que bordados son, virillas[6] de plata la luna le dio.
Atabales tocan en Belén, pastor; trompeticas suenan, alégrame el son.
De la tierra y cielo[7] sacó lo mejor, en el Agnus Dei[8]que al cuello colgó. Llora el Niño hermoso, del yelo al rigor, mas dándole el tres[9] luego le acalló. Aunque le ven pobre y le dan por Dios, saben que Jüez volverá mejor[10].
Atabales tocan en Belén, pastor; trompeticas suenan, alégrame el son[11].
[1]De donde el aurora … en brazos al sol: es decir, del oriente. Ahora bien, más allá de esa referencia meramente geográfica, en este contexto podemos entender también que la Aurora (la Virgen María) saca risueña (da a luz) al Sol (Jesús).
[2]oro, incienso y mirra / al Rey, Hombre y Dios: el oro es símbolo de la realeza; el incienso se ofrecía a la divinidad; la mirra, que se usaba para embalsamar a los muertos, recuerda la condición también humana de Cristo.
[3]Rey Salomón: en una primera lectura, podríamos pensar que casaría mejor aquí «Rey Salvador», pues Salomón fue un antiguo rey de Israel, hijo de David (su historia se narra en el Primer Libro de los Reyes, 1-11, y en el Segundo Libro de las Crónicas, 1-9), y obviamente la Virgen María no fue su madre. Ahora bien, como rey sabio y constructor del Templo de Jerusalén, Salomón es uno de los personajes del Antiguo Testamento que prefiguran a Cristo, que —no lo olvidemos— era también de la estirpe de David. Por eso, creo que puede mantenerse aquí sin problema la lectura «Madre / del Rey Salomón», entendiendo la expresión en el sentido simbólico o figurado que acabo de señalar.
[5]chapines: chapín es «Chanclo de corcho, forrado de cordobán, muy usado en algún tiempo por las mujeres» (DLE).
[6]virillas: adornos en el calzado, especialmente en los zapatos de las mujeres, que les servían también de refuerzo entre el cordobán y la suela.
[7]De la tierra y cielo: el texto original trae «De la tierra, y el cielo», que da siete sílabas. Suprimo el artículo el para regularizar la medida (todos los versos son hexasílabos).
[8]Agnus Dei: «Objeto de devoción consistente en una lámina de cera impresa con alguna imagen» o «Relicario que especialmente las mujeres llevaban al cuello» (ambas definiciones proceden del DLE). Pero, al mismo tiempo, tengamos presente que Jesús es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
[9]tres: «Conjunto de tres voces o de tres instrumentos» (DLE), es decir, los tres Reyes Magos, en este caso. Compárense estos versos del «Romance de los Reyes, descubierto el Santísimo Sacramento», del mismo Valdivielso: «Como el cielo ve que llora / y que tien tanto por qué, / pienso que sin duda quiere / acallarle con un tres». En la edición moderna de 1880 se lee «dándole él tres», lectura que estropea el sentido. Otra posibilidad sería que tres significase algo así como ʻchupeteʼ o ʻsonajeroʼ, pero no encuentro documentada la voz con este significado en los diccionarios.
[10]saben que Jüez / volverá mejor: en su segunda venida a la Tierra (parusía, advenimiento, maranata…), Cristo vendrá con gloria, como dice el Credo, «a juzgar a los vivos y a los muertos» (Símbolo Apostólico: D 7 9).
[11] Cito por Romancero espiritual, en gracia de los esclavos del Santísimo Sacramento, para cantar cuando se muestra descubierto, por el maestro José de Valdivielso su capellán, y de la capilla muzárabe en su santa iglesia de Toledo. Añadido y enmendado en esta última impresión por el mismo autor, en Madrid, por doña Mariana del Valle, a costa de Francisco Martínez, mercader de libros, frontero de la calle de la Paz, 1659 [en el colofón con estos otros datos: en Madrid, en la Imprenta de la viuda de Francisco Nieto, 1675], fols. 156v-157v. Hay edición moderna, con prólogo de Miguel Mir, Madrid, Imprenta de D. A. Pérez Dubrull, 1880, donde ocupa las pp. 283-285.