El soneto «Desengaño en lo frágil de la hermosura» de Francisco López de Zarate

Consideremos también, para continuar con el análisis del tema del desengaño barroco, el soneto de Francisco López de Zarate  (Logroño, c. 1580-Madrid, 1658) titulado «Desengaño en lo frágil de la hermosura». El texto insiste en varias ideas tópicas, como la constatación de la escasa distancia que separa el nacimiento de la muerte («se muere con haber nacido», v. 1) o el poder destructor del paso del tiempo («el minuto menor es homicida», v. 3); maneja símbolos habituales para expresar esa fragilidad de la belleza mundana (cristal, vidro, luz agonizante); y se remata, en fin, con la idea de que la vida es sueño.

Vidrio roto

Este es el texto del poema:

Pues que se muere con haber nacido,
siendo el ser tan a riesgo de la vida,
que el minuto menor es homicida,
de que el mejor cristal queda sentido,

mira que el golpe en polvo ya escondido
y la luz, con el polvo tan unida,
se halla más sepultada que encendida,
pues lo más della muere, habiendo sido.

Si es tu defensa nada (o vidro leve),
tan de acaso tu luz, para apagada,
que no admite esperanza por lo breve;

si la más cierta vida es la pasada,
de la presente ¿quién fiar se atreve?
¿Quién a más, si aun gozándola, es soñada?[1].

 


[1] Texto recogido en la antología de José Manuel Blecua, Poesía de la Edad de Oro, II, Barroco, Madrid, Castalia, 2003, pp. 182-183.

El soneto «Reconocimiento de la vanidad del mundo» de Francisco de Aldana

El sentimiento del desengaño barroco se puede rastrear en multitud de textos de la época, pertenecientes a muy diversos géneros, desde la novela picaresca hasta la literatura ascética, pasando por el propio Quijote de Cervantes o el teatro (La vida es sueño, de Calderón), y un largo etcétera. Sin embargo, por razones didácticas, resultará más práctico analizar este tema por medio sobre todo de textos poéticos (tanto del siglo XVII como de la precedente época renacentista).

Vanitas, Harmen Steenwyck

Consideremos como un primer ejemplo del tópico en el Renacimiento el conocido soneto «Reconocimiento de la vanidad del mundo» de Francisco de Aldana, que aconseja la renuncia de todo lo mundano («ser muerto en la memoria / del mundo es lo mejor que en él se asconde», vv. 9-10): el sujeto lírico es consciente de que el mayor triunfo lo constituye la victoria sobre uno mismo (vv. 12-13), ya que la paga del mundo no es otra que «muerte y olvido» (v. 11). La anáfora de «tras tanto» subraya desde el punto de vista estilístico la permanencia en el «error del buen camino» de toda la vida pasada. Y el soneto se remata apuntando al necesario sentido trascendente de la vida («puesto el querer tan sólo adonde / es premio el mismo Dios de lo servido»):

En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
tras tanto varïar vida y destino,
tras tanto, de uno en otro desatino,
pensar todo apretar, nada cogiendo;

tras tanto acá y allá yendo y viniendo,
cual sin aliento inútil peregrino,
¡oh, Dios!, tras tanto error del buen camino,
yo mismo de mi mal ministro siendo,

hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
del mundo es lo mejor que en él se asconde,
pues es la paga dél muerte y olvido,

y en un rincón vivir con la vitoria
de sí, puesto el querer tan sólo adonde
es premio el mismo Dios de lo servido[1].

 


[1] Poema recogido en la antología de José Manuel Blecua, Poesía de la Edad de Oro, I, Renacimiento, 3.ª ed., Madrid, Castalia, 2003, pp. 283-284. Modifico ligeramente la puntuación.

Motivos y símbolos de la literatura barroca del desengaño

El desengaño propio del Barroco se reflejará en la literatura por medio del tratamiento de determinados temas, con reiteración de una serie de motivos y símbolos heredados del Renacimiento y aun de la Edad Media. Por ejemplo, tendrá una importancia enorme el retrato de la fugacidad de la belleza. Dado que en el Barroco predomina este sentimiento de crisis y desengaño que estamos describiendo, será habitual el tratamiento preferente de temas como la fugacidad de la vida, la presencia inexorable de la muerte, el paso irremisible del tiempo, la vanidad de pompas y honores y, en fin, la inestabilidad de todas las cosas. El existir humano se concibe como un camino hacia la muerte. La vida es sueño, apariencia, fugacidad. Por la misma razón, habrá una gran floración de temas religiosos y morales. Símbolos repetidos en este tipo de literatura serán: las flores que se marchitan, los árboles caídos, las cenizas, las mariposas, el fuego, la llama, la espuma, el humo, los relojes, etc.

Vanitas, de Jan Vermeulen

Se aprovechan además los topoi o lugares comunes clásicos (de la Edad Media y el Renacimiento), pero intensificados ahora con nuevas perspectivas barrocas:

1) El Carpe diem o el Collige, virgo, rosas, relacionados con los temas del amor y belleza, pero cargados ahora del sentimiento de la fugacidad de la vida. Cobra gran vigencia el tema de la brevedad de la rosa, repetido hasta la saciedad (y por ello dará lugar a versiones paródicas).

2) El Beatus ille, unido al motivo de la aurea mediocritas, es otro de los temas favoritos del Barroco, muy apto para expresar ese desengaño Se asocia también al tema del menosprecio de corte y alabanza de aldea.

3) El Ubi sunt?, el Tempus fugit y el Memento mori, ligados al tema de la muerte: se subraya la fugacidad de la vida, lo que fue y ya no es.

Algunas citas sobre el desengaño barroco (y 4)

Veamos, en fin, otras cuatro citas más breves, correspondientes a distintos críticos. La primera es de Emilio Orozco Díaz:

Porque el verdadero protagonista del drama del Barroco es el tiempo[1] .

Bodegón con reloj, de Antonio de Pereda

Por su parte, José Manuel Blecua considera:

De aquí, de lo fugitivo de la existencia, derivará la melancolía del Barroco, tan bien conocida, lo mismo que el pesimismo y el desengaño, que lleva a las ideas de que la vida es sueño o simplemente nada, como dirá Quevedo[2] .

Jaime Siles nos ofrece las siguientes reflexiones:

El siglo XVII describe un movimiento de negatividad, de falta de fe en los ideales del Imperio, de crisis ideológica, de frustración y de desequilibrio. Todo lo cual —como suele suceder en el barroco— no se manifestará de un modo claro, sino mediante una traslación al nivel de lo simbólico, al de la caracterización indirecta o al de la alusión metonímica.

[…]

La desconfianza en el principio rector de la política imperial tomará cuerpo en múltiples manifestaciones. Una de ellas, la más patente, por ser, aun tiempo, disfraz de una desconfianza y resultado de un agotamiento espiritual, es el desengaño. Bajo él se oculta una falta de fe en el presente que, a menudo, se asimila al tema de la soledad. Desengaño y soledad integran un binomio que […] se repite, bien por separado o bien junto[3] .

En fin, Ignacio Arellano escribe:

La perspectiva de desengaño se fundamenta en el tiempo y la muerte. Se siente la angustia del existir como camino hacia la muerte: «sepultura portátil» llamará Quevedo al cuerpo. La vida es un sueño; la apariencia de riqueza y poder, una vanidad[4] .


[1] Emilio Orozco Díaz, Manierismo y Barroco, Madrid, Cátedra, 1975, p. 57.

[2] José Manuel Blecua, «Introducción» a Poesía de la Edad de Oro, II, Barroco, Madrid, Castalia, 2003, pp. 10-11.

[3] Jaime Siles, El barroco en la poesía española. Conscienciación lingüística y tensión histórica, Pamplona, Eunsa, 2006, pp. 111-113.

[4] Ignacio Arellano, «Introducción» a Poesía del Siglo de Oro (Antología), Madrid, Editex, 2009, p. 11.

Algunas citas sobre el desengaño barroco (3)

Estas otras palabras son de José Antonio Maravall, y se encuentran en su célebre ensayo sobre La cultura del Barroco:

Lo que hemos de sacar en conclusión […] es que los españoles del xvii, muy diferentemente de los de la época renacentista, se nos presentan como sacudidos por grave crisis en su proceso de integración (la opinión general, a partir de 1600, es la de que se reconoce cósmicamente imparable la caída de la monarquía hispánica, en tanto que régimen de convivencia del grupo, a la que no cabe más que apuntalar provisionalmente. Ello se traduce en un estado de inquietud —que en muchos casos cabe calificar como angustiada—, y por tanto de inestabilidad, con una conciencia de irremediable «decadencia» que los mismos españoles del XVII tuvieron, antes que de tal centuria se formaran esa idea los ilustrados del siglo XVIII. A las consideraciones del Consejo Real a Felipe III (1 febrero 1619), hablándole de «el miserable estado en que se hallan sus vasallos», a la severa advertencia que en el mismo documento se le hace de que «no es mucho que vivan descontentos, afligidos y desconsolados», las cuales se repiten en docenas de escritos de particulares o de altos organismos, no ya a Felipe III, sino más aún a Felipe IV, se corresponde aquel momento de sincera ansiedad en este último —de ordinario tan insensible—, cuando confiesa conoce la penosa situación en que se apoya: «estando hoy a a pique de perdernos todos». El repertorio temático del Barroco corresponde a ese íntimo estado de conciencia (pensemos en lo que en el arte del XVII representan los temas de la fortuna, el acaso, la mudanza, la fugacidad, las ruinas, etc.)[1].

Paisaje con ruinas romanas, de Herman Posthumus


[1] José Antonio Maravall, La cultura del Barroco. Análisis de una estructura histórica, 2.ª ed. puesta al día, Barcelona, Ariel, 1980, pp. 95-96.

Algunas citas sobre el desengaño barroco (2)

Consideremos igualmente esta reflexión de Emilio Carilla, otro buen conocedor de las características del arte y la literatura en la época áurea, la cual se encuentra recogida en su trabajo El barroco literario hispánico:

Yo creo que en la visión pesimista del desengaño, que subraya aspectos del barroco español, confluyen tanto las consecuencias de una realidad político-social (sin exagerar demasiado su reflejo en las expresiones artísticas) como la lección religioso-moral que vuelve incesantemente sobre los motivos de la ilusión, el orgullo, sobre la vanidad de las cosas terrenas. No se trata —aclaro— de la doble cara de una moneda, doble cara que coincide con exactitud, sino de un doble perfil con puntos de correspondencia.

En el primer caso, bien sabemos que el siglo XVII español es un siglo de descenso político-social, a pesar de una grandeza más alabada que sentida, y en un vasto mapa que, por descontado, no se reduce (ni puede reducirse) a la península. Crisis de gobierno, inflación económica, miseria, derrotas militares y diplomáticas, fracasos, son mucho más palpables que los efímeros triunfos que se logran. Y esto es también lo que percibimos —más o menos declarado, más o menos oculto en bellezas literarias— en tantas obras barrocas españolas.

En el segundo caso, la admonición severa, el sermón repetido, y aun la burla que fustiga, apuntan a la falsa grandeza, a la apariencia, a los extravíos del orgullo, al apartamiento de las normas morales y de la religión, al olvido de las enseñanzas del tiempo[1].

Vanitas


[1] Emilio Carilla, El barroco literario hispánico, Buenos Aires, Editorial Nova, 1969, pp. 144-145.

Algunas citas sobre el desengaño barroco (1)

Algunas citas de distintos estudiosos nos servirán para apuntalar, desde el punto de vista crítico-teórico —más adelante pasaremos al comentario de los textos literarios— lo relativo al desengaño barroco y su reflejo en la literatura. Comencemos con unas palabras de Luis Rosales, correspondientes a su ensayo El sentimiento del desengaño en la poesía barroca:

Toda época de esfuerzo tiende orgánicamente hacia el reposo. La tensión del espíritu se relaja, y a las formas de vida activas y creyentes suceden otras, escépticas, cansadas. Puede el espíritu evadirse de esta ley. Pero no es fácil la evasión. Cuanto más altas, esforzadas y nobles son las formas de la vida, más difícil es a la sociedad acrecentarlas o mantenerlas. A la tensión creadora del siglo XVI español sucede un largo período de atonía. Con Felipe III todo se inclina, desde el peligro hasta el descanso. Y con Felipe IV sintió el espíritu español que la tensión del esfuerzo que el Conde Duque le obligó a realizar se le iba convirtiendo en desengaño.

El sentimiento del desengaño llenó casi completamente el ámbito del nuevo siglo. Instituciones, formas de vida, costumbres y temas literarios lo reflejan de manera inequívoca. El sentimiento religioso, el sentimiento del amor, el sentimiento del honor se hacen más rígidos y al mismo tiempo se van tiñendo de escepticismo. Esta relajación histórica de nuestro espíritu, en todas sus diversas manifestaciones, debía ser estudiada atenta y amorosamente si queremos llegar a comprender el fenómeno de nuestra verdadera decadencia. Las razones políticas, culturales y sociales, aducidas generalmente por los historiadores, necesitan un punto de partida más hondo, genuino y unificador. Toda decadencia, en el espíritu se origina y a él afecta de manera esencial. En él hay que buscarla. La historia de la nuestra, y quizá de toda decadencia, es la historia del sentimiento del desengaño[1].

San Jeronimo, de Antonio Pereda


[1] Luis Rosales, El sentimiento del desengaño en la poesía barroca, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1966, p. 65.

El tema del desengaño en el Barroco

Puede afirmarse sin temor a equivocarse que los grandes temas abordados por la literatura son, en realidad, muy pocos en número, y que esos temas responden a las grandes preguntas que se ha hecho el hombre, a lo largo de todos los tiempos, acerca del amor y la amistad, la vida y la muerte, la religiosidad y el deseo de trascendencia… Tales son, en efecto, los grandes temas de la literatura universal. Por supuesto, alrededor de esos temas mayores existen constelaciones de sub-temas, cada uno de ellos con una amplia gama de motivos asociados; pero, en cualquier caso, los grandes núcleos temáticos de la literatura responden a esas inquietudes del hombre (lo que Antonio Machado llamó «los universales del sentimiento») y a esos enigmas de la vida humana.

En el caso de la época barroca, uno de los temas literarios más importante es el del desengaño. En un sentido amplio cabe afirmar que Barroco y desengaño son, de alguna manera, palabras sinónimas. En efecto, dentro del amplio campo de la literatura barroca, concretamente en el terreno de la literatura de tono moral o de contenido religioso, uno de los más podemos núcleos temáticos que podemos distinguir es el del desengaño. En efecto, el desengaño forma parte de la visión del mundo en el Barroco, que en buena medida se percibe como crisis y pesimismo. Existe un sentimiento de amenaza e inestabilidad, una sensación generalizada de crisis (que se muestra en muchos aspectos de la vida, y con múltiples raíces: políticas, militares, religiosas y, a veces, personales), lo que lleva en algunos autores barrocos al rechazo del mundo, a la renuncia de todo lo mundano (es el caso de la solución ascética): junto al desengaño, estos escritores cantarán la vanidad de la vida, la fugacidad de todo lo terreno, aparecerá el escepticismo; plantearán en sus obras el conflicto entre la realidad y la apariencia (la vida es sueño, los sentidos son engañosos, toda la belleza es caduca, etc.).El sueño del caballero, de Antonio de Pereda

El soneto anónimo «¡Oh, paciencia infinita en esperarme!…»

Seguimos con La conversión de la Madalena del cascantino fray Pedro Malón de Echaide, del que copio de nuevo —sin comentarios— una reflexión suya (en esta ocasión sobre los que denomina «pecadores de balde») y el bello soneto anónimo sobre el mismo asunto que incluye al final del § 11 de la «Parte segunda y estado primero de pecadora» de su tratado:

 

Tenía la estatua de Nabuco los pies de hierro mezclado con barro, y por cierto muy bien, porque cuando llega un pecador a este punto, ya todos sus deseos, sus pensamientos, sus tratos, todo cuanto hace, dice, piensa y halla, todo es tierra y polvo y eso ama y busca y en eso está enterrado, olvidado de Dios y de su cielo y de su gloria, hasta decir David: «Declinaron los ojos a la tierra» [Psal. 16]. Y estos tales, ya al pecado le tienen tan casero y como vecino, y tan familiar, que casi se les vuelve en naturaleza. Y ya acaece a muchos estar tan envejecidos en la costumbre del pecar, que pecan no por deleite sino por uso, que suelo yo llamallos pecadores de balde, que casi sin pensar en lo que hacen, sin gusto, sin otro interese, forzados de la mala costumbre, pecan; que es lo que dijo el que hizo este soneto[1], hecho a este mismo propósito; y por parecerme que lo concluyó bien he querido ponello aquí.

SONETO

¡Oh, paciencia infinita en esperarme!
¡Oh, duro corazón en no quereros!
¿Que esté yo ya cansado de ofenderos
y que no lo estéis Vos de perdonarme?

¡Cuántas veces volvistes a mirarme
esos divinos ojos, y a doleros,
al tiempo que os rompía vuestros fueros,
y Vos, mi Dios, callar, sufrir y amarme!

¡Oh, guarda de los hombres!, vuestra saña
no mostréis contra mí, que soy de tierra:
mirad a lo que es vuestro, y levantalde:

que no es deleite ya lo que me engaña
sino costumbre que me vence en guerra
pues por solo pecar peco de balde[2].

Cristo en la Cruz, de Zurbarán


[1] El soneto es anónimo. Figura en varios manuscritos y tuvo cierta difusión. Ver Marcel Bataillon, «El anónimo del soneto “No me mueve, mi Dios, para quererte”», Nueva Revista de Filología Hispánica, 4, 1950, pp. 262-263.

[2] Cito por La conversión de la Madalena, ed. de Ignacio Arellano, Jordi Aladro y Carlos Mata Induráin, New York, IDEA, 2014 (colección «Batihoja», 13), p. 251.

Lope, 1629: cansancio literario y desengaño vital

Hemos visto en entradas anteriores cómo las enfermedades van minando la salud del Fénix, y de varios miembros de su familia[1]. Además, a las desdichas domésticas hay que sumar el cansancio del mundo literario, con la competencia de los dramaturgos que van triunfando (los «pájaros nuevos») tras haber asimilado perfectamente las enseñanzas del maestro y padre del teatro español moderno. Aquí y allá, Lope alzará su voz para expresar sus quejas:

… es cosa de gran donaire ver los nuevos cómicos venir a decir lo dicho.

Las comedias han dado licencia en España a que muchos que ignoran consigan algún nombre, aura vulgar y desvanecimiento ridículo; pero bien saben los que saben que no saben…

Entre esos dramaturgos noveles empieza a destacar con fuerza Calderón de la Barca, que por los años treinta estará ya en la plenitud de su genio y pronto le sustituirá como poeta cortesano. Además, el año de 1629 dos comedias de Lope son mal recibidas por el público, y en una carta al duque de Sessa, de hacia 1630, da síntomas de agotamiento y muestra su intención de no componer más comedias para el corral y poder centrarse así en ocupaciones más graves:

Días ha que he deseado dejar de escribir para el teatro, así por la edad, que pide cosas más severas, como por el cansancio y aflicción de espíritu en que me ponen. Esto propuse en mi enfermedad, si de aquella tormenta libre llegaba al puerto; mas como a todos les sucede, en besando tierra no me acordé del agua. Ahora, Señor Excelentísimo, que con desagradar al pueblo dos historias que le di bien escritas y mal escuchadas, he conocido o que quieren verdes años o que no quiere el cielo que halle la muerte a un sacerdote escribiendo lacayos de comedias, he propuesto dejarlas de todo punto, por no ser como las mujeres hermosas, que a la vejez todos se burlan de ellas, y suplicar a Vuestra Excelencia reciba con público nombre a su servicio un criado que ha más de veinticinco años que le tiene secreto; porque sin su favor no podré salir con victoria deste cuidado, nombrándome algún moderado salario, que con la pensión que tengo ayude a pasar esto poco que me puede quedar de vida. El oficio de capellán es muy a propósito. Diré todos los días misa a Vuestra Excelencia y asistiré asimismo a lo que me mandase escribir y solicitar de su servicio y gusto.

Manuscrito de El castigo sin venganza, de LopePero —afortunadamente— el Fénix incumple ese propósito, gracias a lo cual todavía nos legaría espléndidas obras en su ciclo literario de senectute, como su excepcional tragedia El castigo sin venganza (se conserva el manuscrito con fecha de 1 de agosto de 1631). Su ruego al de Sessa para que lo nombre capellán de su casa no es atendido. Antes, en julio de 1628, sí había sido nombrado capellán mayor de la Congregación de San Pedro.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.