La sangre del enemigo como bebida en «Arauco domado» de Lope de Vega

Analizaré en próximas entradas[1] el episodio del Arauco domado de Lope de Vega[2], de carácter eminentemente cómico, en el que —como ya queda advertido— el soldado Rebolledo usa su ingenio para salir airoso y escapar con vida de una situación comprometida. Es en el acto segundo cuando Rebolledo —que cumple las veces de gracioso— es capturado por los indios, quienes quieren asarlo vivo. El soldado inventará que padece una enfermedad contagiosa —él la llama «escapatoria», v. 1300[3]—, de forma que, si comen su carne, todos ellos morirán. Así pues, en este pasaje (vv. 1275b-1300) queda apuntado el tema del canibalismo de los araucanos, pero puesto al servicio de la comicidad.

Tenemos, por tanto, que las primeras alusiones a la antropofagia en esta comedia son de tono cómico. Pero si repasamos otras alusiones a la antropofagia presentes en esta comedia, veremos presentan un tono serio. Así, en la jornada tercera, cuando un Tucapel cansado de combatir se muestre partidario de la paz, Engol se lo reprochará con estas palabras:

ENGOL.- Di, Tucapel,
¿eres tú el soberbio y fiero
que tantas veces bebiste
sangre de aquestos ladrones
que de remotas naciones
vienen donde libre fuiste
solamente a hacerte esclavo?
[…]
¿Eres el que los asabas
y que aun crudos los comías? (vv. 2346b-2357).

Y se añadirán varias alusiones al casco (la calavera) de Valdivia, que los araucanos han engastado en oro y usan para sus libaciones de chicha y perper[4], tal como le recuerda de nuevo Engol a Tucapel:

ENGOL.- ¿Eres el que, puesto en oro
el casco de su cabeza,
hiciste una hermosa pieza
en que por grande tesoro
bebías chicha y perper[5]
con los caciques de Chile?
¿Pues quién hay que te aniquile
de aquel tu insigne poder? (vv. 2368-2375).

Calavera cáliz

Más adelante será el toqui Caupolicán quien invite a los suyos a beber, en esta ocasión sangre humana:

CAUPOLICÁN.- Yo tengo engastado en oro
de Valdivia el mismo casco,
donde, con alegre fiesta,
quiero que todos bebamos
sangre de algún español,
y con música y aplauso
juremos morir o echar
los españoles de Arauco (vv. 2528-2535).

La idea de la antropofagia mapuche —de carácter más bien ritual— la reitera, desde el campo español, don Alonso, quien comenta que en su fiesta de las quebradas de Purén los araucanos quieren beber «sangre humana fresca y tibia» (v. 2593). Incluso se llega a representar en escena esa práctica de las libaciones de sangre:

CAUPOLICÁN.- ¡Hola, dadnos de beber!

RENGO.- Aquí está el casco engastado
de Valdivia.

CAUPOLICÁN.- Este ha de ser
el día más celebrado
que en Arauco se haya visto.

RENGO.- Toma, y esa sangre bebe.

CAUPOLICÁN.- Con ella la sed resisto,
que aunque está caliente es nieve (vv. 2735-2742).

Es decir, el toqui la bebe para aplacar su sed, y le sabe tan gustosa como una bebida refrigerada con nieve, si bien Tucapel rechazará tomar esa «sangre crüel», argumentando que su pecho no tendría paz si la sangre española se mezclase con la suya (vv. 2743-2748).

Esta situación (el ofrecimiento de una copa para beber) y la propia formulación de Rengo («Toma, y esa sangre bebe», v. 2740) tienden un puente hacia el auto sacramental La Araucana (tradicionalmente atribuido al propio Lope de Vega y más recientemente a Claramonte), donde la alegoría incide en el carácter cristológico de Caupolicán (ya apreciable, en ciertos detalles, en esta comedia)[6].


[1] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «“¿Qué nombre ha puesto la Fama / a esa enfermedad traidora?”. Antropofagia mapuche vs. ingenio español en Arauco domado de Lope de Vega», Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, 10.2, 2022, pp. 213-236.

[2] Es obra de propaganda nobiliaria: ver «Lope de Vega, Chile and a Propaganda Campaign», Bulletin of Hispanic Studies, 70.1, 1993, pp. 79-95 (hay traducción española, «Lope de Vega, Chile y una campaña propagandística», en Victor Dixon, En busca del Fénix: quince estudios sobre Lope de Vega y su teatro, ed. al cuidado de Almudena García González, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2013, pp. 131-155). Sobre don García, ver la obra de Cristóbal Suárez de Figueroa Hechos de don García Hurtado de Mendoza, cuarto marqués de Cañete, Madrid, Imprenta Real, 1613 (existe una edición digital a cargo de Enrique Suárez Figaredo, en The Works of Cervantes: Other Texts) y Fernando Campos Harriet, Don García Hurtado de Mendoza en la historia americana, Santiago, Andrés Bello, 1969. Sobre el corpus de comedia sobre Arauco, ver Patricio C. Lerzundi, Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Valencia, Albatros Hispanófila Ediciones, 1996 y Mónica Escudero, De la crónica a la escena. Arauco en el teatro del Siglo de Oro, New York, Peter Lang, 1999. Ver también estos trabajos míos: Carlos Mata Induráin, «El imaginario indígena en el Arauco domado de Lope de Vega», Taller de Letras, número especial 1, 2012, pp. 229-252; «Algunas hazañas de las muchas de don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, comedia genealógica de nueve ingenios», Revista Chilena de Literatura, 85, 2013, pp. 203-227; «Del panegírico a la hagiografía: don García Hurtado de Mendoza en El gobernador prudente de Gaspar de Ávila», Hispanófila, 171, junio de 2014a, pp. 113-137; «Histoire et théâtre: la revendication de la figure de don García Hurtado de Mendoza dans les comedias espagnoles sur la guerre d’Arauco», en Marie-Laure Acquier y Emmanuel Marigno (dirs.), Poésie de cour et de circonstance, théâtre historique. La mise en vers de l’événement dans les mondes hispanique et européen, Paris, L’Harmatan, 2014b, pp. 63-91; y «Linaje y teatro: Arauco domado de Lope de Vega como comedia de propaganda nobiliaria», en David García Hernán y Miguel F. Vozmediano (eds.), La cultura de la sangre en el Siglo de Oro. Entre Literatura e Historia, Madrid, Sílex, 2016, pp. 325-348.

[3] Cito por Lope de Vega, Arauco domado por el Excelentísimo Señor don García Hurtado de Mendoza, ed. de José Enrique Laplana Gil, en Lope de Vega, Comedias. Parte XX, tomo I, ed. crítica de PROLOPE, Barcelona, Gredos, 2021, pp. 609-835.

[4] Ver Miguel Donoso, «Pedro de Valdivia tres veces muerto», Anales de Literatura Chilena, año 7, no. 7, 2006, pp. 17-31.

[5] Laplana Gil acentúa pérper, pero en este pasaje está claro que la palabra debe ser aguda, por la rima consonante con poder en la redondilla.

[6] Ver Mata Induráin, «El imaginario indígena… » y, sobre todo, «Algo más sobre la construcción alegórica del auto sacramental de La Araucana, atribuido tradicionalmente a Lope de Vega (y más recientemente a Claramonte)», en «A dos luces, a dos visos». Calderón y el género sacramental en el Siglo de Oro, ed. Carlos Mata Induráin, Kassel, Edition Reichenberger, 2020, pp. 141-178, con abundante bibliografía y más detalles sobre el tema de la autoría. También Moisés R. Castillo, Indios en escena. La representación del amerindio en el teatro del Siglo de Oro, Purdue, Purdue University Press, 2009.

La antropofagia en el Reino de Chile: testimonios literarios y cronísticos

En el territorio del Reino de Chile abundan los casos de antropofagia (por hambre) y canibalismo (ritual, asociado a un significado mágico)[1]. El tema ha sido estudiado, entre otros, por Miguel Donoso[2]. De casos de antropofagia por hambre se hace eco Ercilla en La Araucana. Citaré tan solo un pasaje, la octava 21 del Canto IX:

Causó que una maldad se introdujese
en el distrito y término araucano,
y fue que carne humana se comiese,
inorme introducción, caso inhumano,
y en parricidio error se convirtiese
el hermano en sustancia del hermano;
tal madre hubo que al hijo muy querido
al vientre le volvió do había salido[3].

El fenómeno queda documentado también en las crónicas. Quizá el testimonio más claro de la antropofagia mapuche es el que aporta Pedro Mariño de Lobera en su Crónica del Reino de Chile, cuando escribe refiriéndose a la hambruna que trajo la guerra en el año 1554:

Vino la cosa a términos que se andaban matando unos a otros para comer el matador las carnes del que mataba, lo cual duró por algunos meses con tanta fiereza, que causaba no menos lástima que espanto. Y aunque después se comenzó a dar maíz y trigo y otros mantenimientos en abundancia, con todo eso no cesaba el fiero abuso […] de suerte que todo el año de 1554 y el siguiente de 55, habiendo tanta abundancia que se quedaron por coger doscientas mil hanegas de trigo por no haber quien las quisiese, estaban los indios tan regustados a comer carne humana que tenían carnicerías de ella, y acudían a comprar cuartos de hombres como se compran en los rastros los del carnero. Y en muchas partes tenían los caciques indios metidos en jaulas, engordándolos para comer de ellos. Y tenían ya los instrumentos necesarios para el oficio de carniceros como tajones, machetes y perchas donde colgaban los cuartos. Llegó la gula a tal extremo que hallaron los nuestros a un indio comiendo con su mujer y un hijo suyo en medio, de quien iban cortando pedazos y comiendo. Y hubo indio que se ataba los muslos por dos partes y cortaba pedazos dellos comiéndolos a bocados con gran gusto. Finalmente estando un indio preso en la ciudad, se cortó los talones para poder sacar los pues del cepo, y con ser tiempo de tanta turbación por ponerse en huida de los españoles, no se olvidó de los talones; antes lo primero que hizo fue irse al fuego para asarlos en él, aunque con insaciable apetito los comió antes de medio asados[4].

Por su parte, Alonso González de Nájera en su Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile, en el capítulo III de la Relación tercera, comenta:

Y, vuelto a su comer, digo que son pocos los que destos bárbaros dejan de comer carne humana, de tal suerte que en años estériles el indio forastero que acierta por algún caso a pasar por ajena tierra se puede tener por venturoso si escapa de que encuentren con él indios della, porque luego lo matan y se lo comen, como hacen a muchos de los españoles que vienen a sus manos, especialmente si son muchachos, según diré más largamente donde trato de sus crueldades[5].

Escena de canibalismo

En efecto, en la Relación cuarta, «Crueldades de los indios de Chile», cap. I, «Que en todas ocasiones ejecutan los indios sus crueldades», refiere la emboscada que sufre el soldado Ginés de Buendía:

[…] y habiéndole preso entre otros treinta españoles, a quien quitaron las vidas, le cortaron vivo las piernas y de sus canillas hicieron cornetillas o flautas, que usan a tocar en la guerra; y aun tengo para mí que le darían a soplar las médulas o tuétanos dellas antes que muriese, por ser cosa muy acostumbrada de aquellos enemigos, usando con él de otras feas y aun deshonestas crueldades y carnicerías[6].

Y añade enseguida:

Y no son estos enemigos de los que se tienen por satisfechos con solo dar la muerte, por mucho que los obligue a compasión cualquiera respeto de tierna o inocente edad, o lastimosas quejas, pues llega a tal estremo lo que aumentan su deleite sus más excesivas crueldades, que a muchos les van comiendo a medio asar, a vista de sus ojos, los pedazos que les cortan de las carnes, sin reservar después las que les quedan en los ya difuntos cuerpos. Y, en fin, es tan grande la rabiosa y insaciable sed que tienen de que no quede memoria de nosotros en vida ni en muerte que hasta los huesos se beben quemados y hechos polvos, mezclados en sus vinos[7].

En otro orden de cosas, el tema de la antropofagia o del canibalismo ritual aparece también reflejado en las piezas teatrales sobre la conquista y pacificación de Arauco, aspecto que ha sido estudiado por Simson («Caníbales y antropofagia en el teatro de Lope de Vega», breve trabajo de 2001[8], en el que se destaca sobre todo el carácter cómico de la mayor parte de esas intervenciones); y, con algo más de detalle, por Lauer («Representación del canibalismo en las obras teatrales del siglo áureo sobre la conquista de América», de 2005[9]). Explica este estudioso que, de las 26 obras teatrales del Siglo de Oro que versan sobre la conquista y colonización de América, en 11 aparece el tema del canibalismo:

Las once obras teatrales que tratan el tema del canibalismo lo presentan en tres formas distintas: 1) como dieta o costumbre, 2) como amenaza o acto de odio y 3) como acto transformador, ya sea físico o metafísico. Como dieta o costumbre, el canibalismo, curiosamente, es presentado como algo cómico, acaso por lo escandaloso del hecho. Los soldados rasos españoles o los indios graciosos son aquí los personajes de estos pasos. Los indios caníbales en este caso son presentados más como antropófagos que como auténticos caníbales. También forman parte de un estado pre-conquista o pre-reconquista, cuando los españoles todavía no han logrado dominar o recuperar tierras americanas. Como amenaza o acto de odio, el canibalismo se presenta en su forma más escalofriante, ya sea amenazando comerse a uno o bebiendo sangre humana. Aquí en efecto tenemos al temible caníbal descrito por los indios antillanos descubiertos por Colón. El canibalismo aquí no es presentado como práctica normal dietética o religiosa sino como acto de violencia durante el momento de encuentros bélicos. Finalmente, el canibalismo es sublimado al presentarse en su forma accidental: ya sea como sustituto de valor o como acto salvífico. Sólo jefes indios realizan actos caníbales de esta índole[10].

Tras comentar los casos de las comedias en los que el canibalismo se muestra como acto que transforma a hombres en grandes guerreros, analiza otro aspecto, la transformación de indios idólatras en cristianos. Y añade, aludiendo al sentido eucarístico de la sangre en el auto sacramental de La Araucana:

Como vemos, estos actos caníbales de los caciques guerreros tienen una función simbólica que no tiene nada que ver con dieta, religión u odio. En la mayoría de estos casos, el cacique principal es quien se sangra a sí mismo para que otros beban su sangre y reciban su valor. Estamos a un paso de la etapa siguiente, cuando la sangre y la carne del cacique se ofrece a los otros indios para su salvación eterna, en pleno sentido eucarístico. En La Araucana, auto sacramental de Lope de Vega inspirado en La Araucana de Ercilla, Caupolicán es una figura Christi, Colocolo una alegoría de San Juan Bautista y Rengo una figura del demonio. Caupolicán quiere hacer un célebre banquete a los indios y aparece en un carro de nube blanca con un cáliz. Rengo, por otra parte, aparece en un carro de nube negra con un plato de culebras. En este día de días, Caupolicán ofrece su carne y sangre como «sabroso plato» para los convidados: «Comed mi carne y bebed / mi sangre» (ed. 1963: 428). Les indica a la vez que ese caro plato que es su carne es pan de vida eterna, hecho no de maná antiguo sino de cazabe y maíz amasado con la leche de los pechos puros de una virgen (id.: 428). Rengo les ofrece siete platos de ambrosía y néctares, pero la india Fidelfa dice que son garbanzos de las ollas del infierno, así como culebras y sapos. Los indios optan por el pan de vida de Caupolicán por ser eterna comida y no manjar de muerte (id.: 429).

De esta forma termina la obra dramática que lleva el tema del canibalismo a sus últimas consecuencias[11].


[1] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «“¿Qué nombre ha puesto la Fama / a esa enfermedad traidora?”. Antropofagia mapuche vs. ingenio español en Arauco domado de Lope de Vega», Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, 10.2, 2022, pp. 213-236.

[2] Miguel Donoso, «Del rito al hambre: la antropofagia en dos crónicas chilenas del siglo XVI», Taller de Letras, Número especial 1 (Mundos trasatlánticos: trabajos y diversiones), 2012, pp. 51-61.

[3] Alonso de Ercilla, La Araucana, ed. de Isaías Lerner, Madrid, Cátedra, 1993, p. 282.

[4] Pedro Mariño de Lobera, Crónica del Reino de Chile, en Colección de historiadores de Chile y documentos relativos a la historia nacional, tomo VI, Santiago, Imprenta del Ferrocarril, 1865, p. 477 (se trata del Capítulo LI, «De la batalla que hubo junto a la Imperial entre Pedro de Villagrán y el capitán Lautaro, y como los indios se comieron unos a otros»).

[5] Alonso González de Nájera, Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile, ed. de Miguel Donoso, Santiago de Chile, Universidad de Los Andes (Instituto de Literatura) / Editorial Universitaria, 2017, pp. 223-224.

[6] González de Nájera, Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile, p. 240.

[7] González de Nájera, Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile, p. 240.

[8] Ingrid Simson, «Caníbales y antropofagia en el teatro de Lope de Vega», en Actas del V Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro, Münster 1999, ed. Christoph Strosetzki, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2001, pp. 1216-1225.

[9] A. Robert Lauer, «Representación del canibalismo en las obras teatrales del siglo áureo sobre la conquista de América», en Melchora Romanos, Ximena González y Florencia Calvo (eds.), Estudios de teatro español y novohispano, ed. de Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires / AITENSO, 2005, pp. 411-418.

[10] Lauer, ««Representación del canibalismo…», p. 413.

[11] Lauer, «Representación del canibalismo…», pp. 416-417. Esta cuestión simbólica nos llevaría lejos de la materia actual, y no volveré sobre ello, pues es asunto que he estudiado en otro trabajo anterior: ver Carlos Mata Induráin, «Algo más sobre la construcción alegórica del auto sacramental de La Araucana, atribuido tradicionalmente a Lope de Vega (y más recientemente a Claramonte)», en Carlos Mata Induráin (ed.), «A dos luces, a dos visos». Calderón y el género sacramental en el Siglo de Oro, Kassel, Edition Reichenberger, 2020, pp. 141-178.

Antropofagia mapuche vs. ingenio español en «Arauco domado» de Lope de Vega: planteamiento

El fenómeno de la antropofagia (ya sea de carácter ritual o bien debida a situaciones de hambruna) es fenómeno bien conocido y estudiado para América en general y para el territorio chileno en particular, tal como refieren numerosos historiadores y cronistas de época.

Antropófagos

Es, por otra parte, un tema que cuenta con abundante bibliografía[1]. Además de en las fuentes históricas, halló su reflejo también en la literatura y, en el caso concreto del teatro de Lope de Vega, aparece, con distintos tratamientos y funciones, en sus tres comedias de tema americano, El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón, El Brasil restituido y Arauco domado. Así por ejemplo, al final del acto segundo de El Nuevo Mundo…, asistimos a este diálogo en el que Dulcanquellín, el jefe indio, le ordena a su criado que prepare un banquete humano:

COLÓN.- ¿Habrá qué comer?

DULCANQUELLÍN.- Sospecho
que nos piden qué comer.

PALCA.-  Llevallos es menester
a tu real tambo y techo.

DULCANQUELLÍN.- Mata, Auté, cuatro criados
de los más gordos que hallares;
los pon en la mesa asados,
y entre silvestres manjares[2].

Y en El Brasil restituido este parlamento de Machado pone de relieve que los indígenas americanos (aliados de los españoles contras los holandeses) están «enseñados a comer / carne humana» (vv. 1197-1198):

MACHADO.- […] porque aquestos indios son
de aquella cruel nación
de quien hay cosas tan nuevas.
A los indios del Brasil
llamaron antropófagos,
que entre estos montes y lagos
vivieron vida gentil,
y enseñados a comer
carne humana, la ocasión
de este holandés escuadrón
los ha dado bien que hacer.
Allí los he visto asar,
allí, en jigote deshechos,
pechos sepultar en pechos;
pero no os quiero cansar
con las venganzas de gente
bárbara[3].

En esta ocasión me propongo estudiar la presencia del tema de la antropofagia en el «drama de hechos famosos» Arauco domado, analizando en particular el episodio del acto segundo en el que el soldado Rebolledo, que cumple las veces de gracioso, se libra de ser devorado por los indígenas araucanos merced a su ingenio (cuando lo van a devorar, los convence de que tiene una enfermedad contagiosa). A este respecto escribe Antonio F. Cao:

En estas obras los graciosos destacan la antropofagia de los indios, lo que socava implícitamente la América utópica. Así, en el Arauco domado Rebolledo cae prisionero y conmina a sus captores araucanos a que le asen y le sirvan a Tucapel, pues como padece de una tremenda enfermedad —la escapatoria— seguramente al ingerirle éste le causaría la muerte. Mediante este ingenioso ardid, de acusada vis cómica, logra salvarse[4].

En efecto, en esta pieza las prácticas de canibalismo van a aparecer en ese episodio de la captura de Rebolledo, al que don García le encarga que haga uno de los turnos de vigilancia nocturna del campamento (ver los vv. 778-793), a lo que se compromete el soldado: «Seré en velar / un Argos» (vv. 786b-787a). Luego, cuando sea capturado por los araucanos, el guerrero Tucapel pedirá a sus hombres que lo asen para comérselo entero (expresión que cabe interpretar en sentido literal, o bien como una más de sus muchas bravatas[5]). En otro momento de la comedia se menciona que el destino de algunos españoles prisioneros es también el de ser asados. En efecto, don Alonso le comentará a don García que los araucanos están preparando en Cayocupil «una fiesta y borrachera / de las que suelen hacer» (vv. 2202-2203). Y explica a continuación: «Esta noche es la primera [de la fiesta]. / Hay instrumentos chilenos, / y españoles para asarse, / soldados, y aun de los buenos» (vv. 2206-2209).

En la próxima entrada introduciré algunas reflexiones sobre la antropofagia en el territorio del sur de Chile y su reflejo en los textos de algunos cronistas e historiadores[6].


[1] Ver William Arens, El mito del canibalismo. Antropología y antropofagia, México, D. F., Siglo XXI Editores, 1981; Osvaldo Silva Galdames, «El mito de los comedores de carne en América», Revista Chilena de Humanidades, 11, 1990, pp. 59-81; Ingrid Simson, «Caníbales y antropofagia en el teatro de Lope de Vega», en Actas del V Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro, Münster 1999, ed. Christoph Strosetzki, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2001, pp. 1216-1225; A. Robert Lauer, «Representación del canibalismo en las obras teatrales del siglo áureo sobre la conquista de América», en Estudios de teatro español y novohispano, ed. Melchora Romanos, Ximena González y Florencia Calvo, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires / AITENSO, 2005, pp. 411-418; Carlos A. Jáuregui, Canibalia. Canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y consumo en América Latina, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008; Luis Pancorbo, El banquete humano: una historia cultural del canibalismo, Madrid, Siglo XI de España Editores, 2008; Miguel Donoso, «Del rito al hambre: la antropofagia en dos crónicas chilenas del siglo XVI», Taller de Letras, Número especial 1 (Mundos trasatlánticos: trabajos y diversiones), 2012, pp. 51-61; Adolfo Chaparro Amaya, Pensar caníbal. Una perspectiva amerindia de la guerra, lo sagrado y la colonialidad, Buenos Aires / Madrid, Katz, 2013; Sonia Martínez Moreno, «Una revisión al imaginario europeo sobre la antropofagia y el canibalismo en la zona de frontera en América y Chile (siglos XVI-XVII)», Cuadernos de Historia Cultural. Revista de Estudios de Historia de la Cultura, Mentalidades, Económica y Social (Viña del Mar), 2, 2013, pp. 117-148; José Anadón, «Siglo XVII: antropofagia ritual mapuche», Anales de Literatura Chilena, 26, 2016, pp. 75-84, entre otros trabajos posibles.

[2] Lope de Vega, El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón, ed. Luigi Giuliani, en Comedias de Lope de Vega. Parte IV, 1-3, Lleida, Milenio, 2002vv. 2005-2012. En los versos primero y tercero de la cita prefiero editar «qué» con tilde («que» en las dos ocasiones en la edición de Luigiani).

[3]  Lope de Vega, El Brasil restituido, en Obras de Lope de Vega, Madrid, Atlas, tomo XXVIII, 1970 (BAE, CCXXXIII), p. 278 (son los vv. 1190-1206 de la edición digital de Rosa Durá Celma para ARTELOPE).

[4] Antonio F. Cao, «Mitología, mito y desmitificación en las obras americanas de Lope de Vega», en Literatura hispánica, Reyes Católicos y Descubrimiento. Actas del Congreso Internacional sobre Literatura Hispánica en la época de los Reyes Católicos y el Descubrimiento, ed. Manuel Criado de Val, Barcelona, PPU, 1989, p. 490.

[5] Sea como sea, esta escena está al servicio de la comicidad; recordemos que Rebolledo logra salvar la vida gracias a su ingenio, al convencer a los indios de que tiene una enfermedad contagiosa llamada… escapatoria.

[6] Para más detalles remito a mi trabajo:  Carlos Mata Induráin, «“¿Qué nombre ha puesto la Fama / a esa enfermedad traidora?”. Antropofagia mapuche vs. ingenio español en Arauco domado de Lope de Vega», Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, 10.2, 2022, pp. 213-236.

El humor en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos: el gracioso Mosquete

He dejado para una entrada aparte, intencionadamente, el comentario de lo relativo al gracioso Mosquete, el criado de don Diego de Almagro, que es el continuo portador de la comicidad a lo largo de las tres jornadas de Los españoles en Chile. Su presencia casi constante en escena es un detalle más que confirma que González de Bustos no quiso hacer una comedia histórica, sino una obra esencialmente cómica. Lee relaciona su nombre con mosquito y mosquetero[1], pero más bien hay que vincularlo con el arma de fuego, sentido con el que se juega en algún momento («será el primer Mosquete / que no haya muerto de horquilla», fol. 19r[2]). Mosquete no es, en fin, mal nombre para el criado de un capitán.

Mosqueteros y arcabuceros de los tercios españoles en la batalla de Gravelinas
Mosqueteros y arcabuceros de los tercios españoles en la batalla de Gravelinas

Mosquete es un personaje bastante estereotipado, en el sentido de que la risa que provoca deriva de su afición a la comida, de su cobardía y de sus alusiones escatológicas, a lo que hay que sumar sus numerosas réplicas humorísticas en forma de apartes. En todas las batallas en que se halla presente se esconde y comenta los acontecimientos a una prudencial distancia, aunque luego se jacta de las grandes matanzas que ha hecho entre los araucanos (fol. 11v). En la Jornada tercera, cuando está prisionero de los indios junto con don Diego, la situación es, en principio, bastante dramática, porque ambos corren el peligro de morir empalados, pero ni siquiera entonces Mosquete pierde su buen humor y no abandona sus burlas, chanzas y simplezas. En alguna ocasión da entrada a juegos dilógicos, aunque esa ingeniosidad derivada de la agudeza verbal no es precisamente la más importante. Un pasaje especialmente gracioso lo tenemos cuando Mosquete es apresado por los indios; primero hace un comentario acerca del enorme tamaño de los pies de Fresia:

MOSQUETE.- Dale, señora, a Mosquete
de tu pie el menor juanete,
si tiene juanete el sol.
Oigan, ¡qué tiesa se está
la perra  guardando el hato
y en cada pie por zapato
una maleta tendrá! (fol. 4r-v).

Y luego le dice a la india que se ha equivocado al elegirlo a él como cautivo, enumerando humorísticamente todas sus tachas:

MOSQUETE.- Vusté en escoger no sabe
cuál es su mano derecha.

FRESIA.- ¿Por qué lo dices?

MOSQUETE.- Lo digo
porque soy la peor bestia
y de más horribles tachas
del mundo.

FRESIA.- ¿De qué manera?

MOSQUETE.- Porque tengo hambre continua
y tengo sarna perpetua,
un lobanillo en un lado
y güelo de ochenta leguas
a hombre bajo, que los bajos,
como tienen los pies cerca
de lo amargo del pepino,
no hay demonio que los güela.
Tengo mataduras, pujos,
almorranas, hipo, reumas,
y no me pongo escarpines,
con que, según la propuesta,
puede usted quedar ufana
de ver la ganga que lleva (fol. 4v).

En fin, su humor está presente a lo largo de toda la pieza, y su comentario gracioso no podía faltar en el desenlace, a propósito de los tres matrimonios concertados:

MOSQUETE.- Todos se casan aquí
y a mí solo no me casan.

DON DIEGO.- No hay con quién.

MOSQUETE.- ¿Falta una china
con quien darme la pedrada? (fol. 23v)[3].


[1] Mónica Lucía Lee, De la crónica a la escena: Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Ann Arbor, UMI, 1996, p. 215.

[2] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[3] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Araucanos y españoles en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos (y 6)

Si en Los españoles en Chile doña Juana es una dama industriosa, como hemos podido ver en la entrada anterior, no menos lo es la india Fresia, enamorada de don Diego[1] y correspondida por él, y amada además por Caupolicán y Tucapel. En efecto, cuando este, que la anda siguiendo celoso, escucha escondido que la araucana envía un recado a don Diego, ella se ve obligada a disimular, diciendo que, en efecto, ha hecho llamar a don Diego, pero para tenderle una emboscada y quitarle la vida. Y rematando esa escena, pronuncia unas palabras que igualmente se acomodarían a la situación de doña Juana:

FRESIA.- Siguiendo iré a Tucapel,
que en dos acciones distintas,
si aventuro mi recato,
el amor es quien me obliga (fol. 11r-v[2]).

Amor y honor son, por tanto, los sentimientos que las combaten a ambas. En efecto, tanto Fresia como doña Juana actúan guiadas por la pasión, y no escatiman recursos para lograr sus objetivos.

En fin, los episodios protagonizados por la india Gualeva vienen a complicar el enredo de la comedia: ella se enamora de don Juan (es decir, de doña Juana disfrazada de hombre), al tiempo que es amada por Rengo. Y también tiene sus trazas de dama industriosa. Así, al comienzo del tercer acto, Rengo la sigue (este esquema reproduce lo que había sucedido antes con Fresia, espiada por Tucapel). Es decir, la situación dramática se reitera en un triángulo amoroso de tercer nivel: don Juan-Gualeva-Rengo. Rengo, escondido, sorprende la conversación amorosa de Gualeva y esta se ve obligada a disimular, para lo cual finge que don Juan es una mujer (y, en realidad, don Juan es doña Juana), engaño que será apoyado por la propia doña Juana y por Fresia. Es más, el disfraz de india que en un determinado momento viste doña Juana va a permitir que «este engaño sea / el norte que me asegure» (fol. 17v)[3].

Guerrero indígena chileno a caballo, óleo de Marco Caamaño
Guerrero indígena chileno a caballo, óleo de Marco Caamaño

A estos enredos protagonizados por las mujeres, todavía podríamos añadir algunos enredos «masculinos»: así, Caupolicán acude a ver a los españoles disfrazado de indio mensajero; Tucapel, que ha desafiado a don Diego, se encuentra en el campo con dos rivales que dicen llamarse don Diego (uno es el propio Almagro, que sale de la fortaleza sitiada desobedeciendo el mandato del Marqués de no abandonar la fortaleza; el otro es don García, que ha salido para suplantar al desafiado y no dejarlo en mal lugar). El paralelismo es muy claro con lo que sucede en el acto primero de El gallardo español de Cervantes, donde se produce una situación similar protagonizada por Alimucel, don Fernando de Saavedra y el general de Orán, don Alonso de Córdoba.


[1] Escribe Mónica Lucía Lee, De la crónica a la escena: Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Ann Arbor, UMI, 1996, p. 211, nota 203: «El tema del amor interracial en esta obra merece especial interés por ser la única instancia entre las obras estudiadas en que un español corresponde al interés amoroso de una araucana. En los dramas anteriores [se refiere a los de tema araucano] (a excepción de El gobernador prudente) son siempre las nativas las que se enamoran de la gallardía de los españoles sin ser correspondidas».

[2] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[3] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Araucanos y españoles en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos (5)

Consideremos ahora brevemente la caracterización de los personajes masculinos españoles de Los españoles en Chile. Don Diego de Almagro responde al tipo de galán enamorado: hermoso, amable, cortés, etc. Por su parte, don García Hurtado de Mendoza, que tiene un papel bastante deslucido (no es esta una comedia de encargo, panegírica de sus virtudes y hechos), representa con su carácter comedido la nobleza y la justicia españolas. Don Pedro de Rojas, el hermano de doña Juana, desempeña la función de velar por la defensa del honor familiar, y de hecho, la primera solución que plantea al reconocer a su hermana es matarla: «con tu sangre, hermana aleve, / he de lavar hoy la mancha / de mi honor» (fol. 23r[1]).

De entre los personajes femeninos, interesa detenerse en la caracterización de doña Juana de Rojas, buen ejemplo de «dama industriosa». Doña Juana ha venido desde el Perú hasta Chile, vestida de soldado y haciéndose llamar don Juan, siguiendo los pasos de don Diego de Almagro, el burlador de su honor. Muy pronto urde su primer engaño: la india Gualeva se enamora del falso don Juan, y doña Juana finge corresponder a ese sentimiento para poder quedarse entre los indios, cerca de donde está don Diego: sus comentarios («Disimular me conviene», «pero aquí importa un engaño», fol. 6r; «solo por quedarme / he fingido esta cautela», fol. 6v) subrayan la traza por ella inventada. Al final de la Jornada primera manifiesta su propósito de hacer que don Diego, enamorado de Fresia, repare su honor:

DOÑA JUANA.- Fementido y alevoso,
yo haré que pagues mi amor,
que aunque te abrasan los ojos
de Fresia, estorbar sabré
tus intentos cautelosos (fol. 9v).

Mujer vestida de varón con armas

Al comienzo de la Jornada segunda, en un apóstrofe al Amor y a la Fortuna que sirve además como recapitulación de lo sucedido, habla de «tanto tropel de quimeras» (fol. 9v); y alude de nuevo a su industria y a su engaño:

DOÑA JUANA.- Pero pues ya me quedé
en Arauco, y en rigor
Gualeva me tiene amor,
con esta industria podré
de los dos saber mi daño,
centinela de mi honor,
pues lo que hiciere su amor
sabrá deshacer mi engaño (fol. 9v).

Los celos de doña Juana aumentan porque Fresia quiere utilizar a don Juan (o sea, a ella) para que lleve un recado amoroso a don Diego. Y esta situación va a dar lugar a diversos comentarios de la dama española que entrarían en la categoría de lo que Lope llamó en su Arte nuevo el «engañar con la verdad». Me refiero a diversas intervenciones de doña Juana en las que asegura a Fresia que va a hacerse cargo del recado como si fuera cosa suya, como si el cuidado amoroso de la araucana fuera el suyo propio…, y es que así es en realidad. Más adelante, todavía en el acto segundo, en una escena de noche, doña Juana armada con una carabina saldrá del real de los indios hacia el fuerte de los españoles para estorbar con un nuevo engaño que don Diego salga a ver a Fresia. Y dice estos versos (otra vez se trata de un apóstrofe, en soliloquio, a la Fortuna):

DOÑA JUANA.- ¡Buena me has puesto, Fortuna,
con tus estraños rodeos!
No soy mujer, soy soldado,
pues entiendo ya el manejo
de las armas; mas ¿qué mucho,
si en la guerra de mi pecho
mi amor es el general,
capitanes mis deseos,
artilleros mis cuidados
y aun centinelas mis celos? (fol. 13r).

Doña Juana queda caracterizada por su apariencia (porque lleva vestido de soldado, completado ahora con una carabina) y de forma verbal como mujer varonil defensora de su honor. Poco después, va a toparse con su hermano don Pedro, que ha salido a recorrer los puestos de centinelas y, para no ser descubierta, ha de urdir otro engaño más. En esta ocasión finge que es uno de los centinelas apostados de guardia y disimula la voz, dando el alto a don Pedro:

DOÑA JUANA.- ¡Ay de mí!,
que si no me engaña el eco,
esta es la voz de mi hermano.

DON PEDRO.- ¿No responde?

DOÑA JUANA.- Santos cielos,
él me ha de reconocer
si no busco algún remedio;
pero, fingiendo la voz,
centinela hacerme quiero,
pues aquesta carabina
me ayuda para el intento.
¡Téngase allá! (fol. 14r).

Salvado el peligro, ya a solas, insiste en su confusión y en la necesidad de estos engaños:

DOÑA JUANA.- ¿Quién, cielos,
se vio en tan gran confusión,
pues me amenazan a un tiempo
un amante[2] a quien adoro
y un hermano a quien respeto? (fol. 14r).

Al final de esta Jornada segunda, doña Juana es hecha prisionera junto con don Diego, pero él no la reconoce porque lleva una banda en el rostro. Y al comienzo de la Jornada tercera, doña Juana, todavía vestida de hombre, en un nuevo apóstrofe a la Fortuna, recapitula todo lo sucedido: don Diego está preso, Fresia lo ama, ella está celosa. A petición de Rengo, se vestirá ahora de mujer (Gualeva le proporciona un traje de india), y Fresia la mandará de nuevo con un recado a don Diego, que está prisionero. Sigue, pues, el «engañar con la verdad», cuando le responde que va a desempeñar la misión «de la misma manera / como si a mí me importara» (fol. 18r). Más tarde don Diego creerá reconocer a doña Juana, pero ella fingirá ser una criada de Fresia.

En el tramo final de la comedia, doña Juana, de nuevo vestida de hombre y con una espada en la mano, libera a don Diego. Luego es reconocida por su hermano, que la persigue con su daga desnuda. Pero todo se arregla satisfactoriamente, y como es sabido que la comedia «en bodas ha de parar», se acuerdan los matrimonios de don Diego con doña Juana, de Tucapel con Fresia y de Rengo con Gualeva[3].


[1] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[2] La princeps trae «a un amante»; enmiendo.

[3] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Araucanos y españoles en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos (4)

Desde el punto de vista escénico, la caracterización de los personajes indios de Los españoles en Chile se produce fundamentalmente a través de su vestimenta: la acotación inicial indica que Caupolicán sale «vestido de indio, con arco y flechas al hombro, con bastón de general» mientras que Fresia va «vestida de india muy bizarra, con flechas al hombro en carcajes, y el arco en la mano»; Colocolo aparece como «mago, vestido de pieles, con barba larga y muy cana» (acot. en fol. 2r[1]) y Tucapel «de indio, con carcaj, flechas y arco» (acot. en fol. 3v).

Ahora bien, ¿qué tratamiento reciben los principales protagonistas araucanos? ¿Qué semblanza ofrece de ellos el dramaturgo? Caupolicán, impulsivo y vengativo, se caracteriza por el profundo amor que siente por Fresia y también por su orgullosa soberbia, que le lleva a mostrarse sordo a los reproches y advertencias de Colocolo. Como ha señalado la crítica, la figura del cacique araucano resulta un tanto incongruente en esta pieza, pues se diluye y desdibuja, hasta el punto de desaparecer por completo en la Jornada segunda. En el desenlace, la muerte del cacique, que se menciona, pero no se representa, es el hecho que propicia la sujeción y conversión de los araucanos. No son más de cinco versos los que se dedican a referirla:

DON DIEGO.- Ya en Caupolicán se hizo
la justicia que tú mandas:
puesto en un palo murió,
y con la mayor constancia
que humanos ojos han visto (fol. 23r).

Jefe araucano

Tucapel y Rengo quedan retratados como indios arrogantes y bravucones; por ejemplo, no dudan en desenvainar sus espadas delante de Caupolicán, lo que pone de manifiesto su falta de respeto a la jerarquía. Es más, los dos rivalizan por ostentar la jefatura entre los araucanos, disputándosela a Caupolicán. Tucapel, que también ama a Fresia, se presenta a sí mismo como defensor de su honor y por eso, y llevado por los celos, reta a don Diego, que también pretende a la bella araucana. Su carácter orgulloso queda reflejado en esa escena del desafío a Almagro, ante quien se da a conocer con estas altaneras palabras:

TUCAPEL.- Yo soy Tucapel, en quien
consiste todo el Arauco[2],
y el mundo, que todo el mundo
es corta empresa a mi brazo (fol. 12v).

En fin, Colocolo, más que un sabio consejero cuya autoridad es respetada por todos, es presentado como un mago, una especie de augur, que en dos ocasiones vaticina la derrota de los araucanos si no atienden sus avisos; pero los jefes guerreros no le hacen ningún caso y le faltan al respeto, hasta el punto de que Caupolicán y Rengo lo llaman «caduco», «caduco viejo»[3].


[1] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[2] La princeps lee «el Araucano», que hace el verso largo; enmiendo.

[3] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Araucanos y españoles en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos (3)

En otro orden de cosas, si pasamos del ámbito de Venus al de Marte, encontramos que los araucanos aparecen caracterizados en Los españoles en Chile de forma tópica, con los rasgos que les son atribuidos tradicionalmente: guerreros fieros, valientes, osados y orgullosos de su independencia. Al comienzo de la comedia, Colocolo se refiere a la tenaz resistencia araucana frente a los españoles:

COLOCOLO.- Ya sabes, Caupolicán,
que los indianos imperios
de Méjico y del Pirú
a un Carlos están sujetos;
monarca español tan grande
que, siendo de un mundo dueño,
no cupo en él, y su orgullo,
imaginándose estrecho,
para dilatarse más
conquistó otro Mundo Nuevo.
Bien a costa de la sangre
nuestra, araucanos, lo vemos,
pues sus fuertes españoles
(no de estas glorias contentos)
hasta en Arauco, invencible,
sus estandartes pusieron;
que no se libra remoto
de su magnánimo aliento
ni el africano tostado,
ni el fiero adusto chileno.
Desde entonces, araucanos,
a su coyunda sujetos
hemos vivido, hasta tanto
que vosotros, conociendo
la violencia, sacudisteis
el yugo que os impusieron;
y con ánimo atrevido
(ya en la guerra más expertos),
blandiendo la dura lanza
y empuñando el corvo acero,
oposición tan altiva
a sus armas habéis hecho
que, sublimando el valor
aun más allá del esfuerzo,
sois émulos de sus glorias,
pues hoy os temen sangrientos
los que de vuestro valor
ayer hicieron desprecio (fol. 22v[1]).

El parlamento de Colocolo evoca a continuación la muerte de Valdivia (con el macabro detalle de la fabricación de una copa con su calavera) y se cierra con la exposición de la situación actual, con el marqués de Cañete cercado en Santa Fe:

COLOCOLO.- Dígalo el fuerte Valdivia,
su capitán, a quien muerto
lloran, que de vuestras manos
fue despojo y escarmiento;
de cuyo casco ha labrado
copa vuestro enojo fiero,
en que bebe la venganza
iras de mayor recreo.
Díganlo tantas victorias
que en repetidos encuentros
habéis ganado, triunfando
de los que, dioses un tiempo,
tuvieron entre vosotros
inmortales privilegios.
Desde Tucapel al valle
de Lincoya vuestro aliento
ha penetrado, ganando
muchos españoles pueblos,
hasta cercar en la fuerza
de Santa Fe, con denuedo,
los mejores capitanes
que empuñan español fresno;
y vuestra gloria mayor
es haber cercado dentro
al gran Marqués de Cañete,
su general, cuyos hechos
han ocupado a la fama
el más generoso vuelo,
de quien os promete glorias
la envidia, que lo está viendo (fol. 2r-v).

Captura de Valdivia en la batalla de Tucapel. Galería de la Historia de Concepción (Chile)
Captura de Valdivia en la batalla de Tucapel. Galería de la Historia de Concepción (Chile).

Más tarde, todavía en la Jornada primera, el diálogo entre el Marqués, don Diego y don Pedro nos ofrece la perspectiva contraria, la de los españoles; es interesante esta conversación porque en ella se pondera la destreza militar de los araucanos, que «con diciplina militar pelean». Con estas palabras se lo explica don Diego a don Pedro:

DON DIEGO.- Mirad, don Pedro, vos habéis llegado
poco habrá del Pirú; sois gran soldado,
bien lo dice el valor que en vos se halla,
pero no conocéis a esta canalla,
porque son tan valientes
y de esotros de allá tan diferentes,
que porque todos sus hazañas vean,
con diciplina militar pelean.
Y es mengua de soldados
ver que nos tengan hoy acorralados
sin opósito suyo, pues parece
que nuestra remisión su orgullo crece;
y así, para su estrago,
no hay sino darles hoy un Santïago (fol. 7r).

Los mismos personajes mantienen una conversación similar, en lo que se refiere a la pericia militar de los araucanos, en la Jornada segunda:

MARQUÉS.- Don Diego, lo que me admira
es ver que los araucanos,
según expertos están
ya en la guerra, viendo cuanto
importa aqueste socorro,
reconociendo su daño,
no hayan salido a impedir
a nuestras tropas el paso.

DON DIEGO.- Muy difícilmente entraran
si en el estrecho del lago
hicieran la oposición.

MARQUÉS.- Ha sido descuido raro.

DON DIEGO.- Toda la fuerza en el sitio
de esta plaza han ocupado.

MARQUÉS.- Sin embargo, admira mucho
ver que se hayan descuidado
sin mirar este peligro,
y más cuando tan soldados
están ya; porque, decidme,
¿no os causa notable espanto
ver que sepan hacer fuertes,
revellines y reparos,
abrigarse de trincheras,
prevenirse a los asaltos
y jugar armas de fuego?
¡No pudieran hacer tanto
si toda la vida en Flandes
se hubieran diciplinado!

DON DIEGO.- Tan diestros como nosotros
manejan ya los caballos.

DON PEDRO.- Más es verlos cómo visten
el duro peto acerado (fol. 12r).

El pasaje se remata con una breve alusión (indirecta) a la prueba del tronco para la elección del toqui, en boca de Mosquete:

MOSQUETE.- ¿Y habrá quien diga que en cueros
pelean como borrachos?
¡Pues la fuercecilla es boba!
¡Vive Dios, que hay araucano
que trae una viga al hombro
que no la llevara un carro! (fol. 12r).

En definitiva, los araucanos quizá no tienen la misma disciplina militar que los españoles, pero sí queda destacada por sus enemigos su notable destreza guerrera y su asimilación reciente de nuevas estrategias y técnicas de combate[2].


[1] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[2] Ver Jorge Checa, «Los araucanos y el arte de la guerra», Prolija memoria. Estudios de cultura virreinal, tomo II, núms. 1-2, noviembre de 2006, pp. 25-51. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Araucanos y españoles en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos (2)

En principio, funciona en la comedia de Los españoles en Chile la axiología indios=bárbaros / españoles =civilizados. Pero hay que hacer notar con Lee que existe una transposición de los valores europeos al entorno indígena: no es solo que los indios juren por Marte, Apolo o Júpiter; ocurre además que los valores de cortesía, gentileza, fineza, elegancia, valentía, hermosura, bizarría, propios de los personajes españoles, son portados también por los indios. Dicho de otra forma, las mujeres araucanas quedan equiparadas en su comportamiento y forma de expresión a las damas españolas, e igualmente los varones indios a los galanes europeos.

Guacolda y Lautaro
Guacolda y Lautaro

Esto se aprecia sobre todo en sus comportamientos amorosos y en los diálogos que mantienen los enamorados, quienes utilizan el lenguaje galante, abundante en imágenes petrarquistas y neoplatónicas (dama=sol, ojos=luceros, etc.). Podemos copiar a modo de ejemplo el primer diálogo amoroso que se establece entre Caupolicán y Fresia:

CAUPOLICÁN.- Fresia querida,
si a dar a este horizonte nueva vida
tu soberana luz ha madrugado…

FRESIA.- Si a verte de laureles coronado
la aclamación te llama…

CAUPOLICÁN.- … si por deidad la adoración te aclama,
segura está de Arauco en ti la gloria.

FRESIA.- … en ti asegura Chile su vitoria.

CAUPOLICÁN.- Prodigio valeroso
en quien se unió lo fiero con lo hermoso,
pues, para asombro bélico de España,
armada Aurora luces la campaña[1].
Tú sola has de vivir; mintió el acento
que pobló con mi nombre el vago viento
cuando mi aplauso arguyo
de que me aclame el orbe esclavo tuyo,
pues claro se percibe
vivir Caupolicán, si Fresia vive.
Deja, pues, dueño mío
(cuando a tus pies se postra mi albedrío)
el arco soberano,
que ocioso pende de tu blanca mano;
depón a aqueste indicio tus enojos,
pues hieren más las flechas de tus ojos.

FRESIA.- A tu noble fineza agradecida
estoy, Caupolicán, tuya es mi vida,
cuando a quien menos que tu aliento fuera
mi altiva presunción no se rindiera (fol. 1v[2]).

Es notable el carácter galante y caballeresco de su relación: Fresia da valor al brazo de Caupolicán, que se quema en las luces de sus divinos ojos, etc. También Tucapel, enamorado igualmente de Fresia, utiliza para dirigirse a ella el mismo registro amoroso (el enamorado galán se asimila a la salamandra que, según la tradición animalística, no se quemaba en el fuego, que es aquí metafórico fuego de amor):

TUCAPEL.- Escúchame, Fresia hermosa,
divina araucana bella,
en cuyas luces anima
el sol sus flamantes rayos
para que amanezca el día:
no me espanto que al amor[3]
tu altivez hermosa rindas,
que en tu mismo cielo tienes
los astros con que te inclinas.
Solo siento, cuando hay tantos
en Arauco que te sirvan
y que te adoren, pues yo
al combate de tus iras
ha mil siglos que en tus ojos
ardo salamandra viva,
que a un español, que a un cristiano,
ciegamente inadvertida,
entregues tu amor, sin ver
que te ofendes a ti misma (fol. 10v).

De la misma forma, también Rengo, enamorado de Gualeva, emplea expresiones similares (aquí se trata del «rigor tirano» de la «bella ingrata», de la «amada enemiga», insensible al «amante cuidado» de su pretendiente):

RENGO.- Pues, Gualeva, ¿desta suerte
pagas mi amante cuidado?
[…]
Hable tu rigor tirano,
si aquí puede haber disculpa,
o me pagará tu culpa
este alevoso cristiano (fols. 16v-17r)[4].


[1] La princeps lee este verso «armada Aurora luzes la acompaña», que enmiendo.

[2] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[3] La princeps trae «el amor», que enmiendo.

[4] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Araucanos y españoles en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos (1)

Desde la perspectiva de los personajes españoles de Los españoles en Chile, el indio araucano es «el bárbaro rebelde»[1] (así lo denomina el Marqués, fol. 6v[2]). El indómito araucano representa la barbarie; de hecho, la designación de bárbaro, bárbaros es la usual a lo largo de toda la comedia para referirse a los indios, bien como vocativo a ellos dirigido, bien para designarlos, y para calificar sus costumbres, cuando no están presentes en escena (así, encontramos sintagmas como bárbaro asqueroso, bárbaro ciego, bárbaro suplicio[3]…). A su vez, los araucanos utilizan con frecuencia la designación de cristiano, cristianos para referirse a sus antagonistas (cristianos soberbios, viles cristianos, alevoso cristiano, soberbios cristianos…), alternando con las formas español, españoles. El objetivo de estos es someter aquellas tierras, porque «Chile ha de ser del rey» (fol. 21r). Estas referencias a la conquista del territorio y su incorporación a la Monarquía Hispánica apuntan levemente en las conversaciones entre el Marqués y sus capitanes, y también en el desenlace, cuando Tucapel pide el bautismo a don García en nombre de todos los indios:

TUCAPEL.- Yo soy, señor, que a tus plantas
vengo a pedirte perdón,
con estos que me acompañan
rendidos a tu clemencia,
de la ceguedad pasada
y el bautismo, que en la ley
que ya adoramos cristiana
vasallos queremos ser
del grande león de España.

TODOS.- ¡Bautismo, señor, bautismo! (fol. 23r).

Sin embargo, como ya quedó apuntado en una entrada anterior, ni el aspecto histórico de la guerra de conquista ni sus implicaciones religiosas constituyen la parte nuclear de la comedia ni alcanzan un desarrollo mayor. Las cuestiones que verdaderamente importan al dramaturgo no son las de la incorporación de un nuevo territorio a la Corona y la conversión de nuevas almas a la religión católica, sino las aventuras amorosas que culminarán convencionalmente con bodas múltiples tras la muerte de Caupolicán: don Diego con doña Juana, Tucapel con Fresia y Rengo con Gualeva.

«La bella Guacolda. Traje de las chilenas desde Coquimbo hasta el valle de Arauco». Dibujo incluido en la crónica manuscrita de fray Diego de Ocaña (1608), publicada con el título A través de la América del Sur
«La bella Guacolda. Traje de las chilenas desde Coquimbo hasta el valle de Arauco». Dibujo incluido en la crónica manuscrita de fray Diego de Ocaña (1608), publicada con el título A través de la América del Sur.

Como ha escrito Lee:

El conflicto amoroso que domina la obra reduce el tema araucano a un papel de subordinación en función del desarrollo y resolución del mismo. Las guerras de conquista son, entonces, el factor tangencial introductor del desorden (don Diego deja a doña Juana para ir a la guerra en Chile) y es así, tangencialmente, como el autor trata el problema bélico. Ninguno de los personajes, españoles o araucanos, discute sobre el conflicto político-religioso, sólo se reconocen unos a otros como cristianos y no cristianos, diferencia que se resuelve también dentro de unos marcos fijos y predecibles. La obra termina con la conversión masiva de los araucanos al cristianismo tras la muerte de Caupolicán […]. Sin embargo, si bien la obra elude el reconocimiento de los araucanos en su otredad, dentro de un marco ideológico definido por el concepto del orden, este mundo es, implícitamente, la antítesis de lo deseable. Si doña Juana y los españoles representan el Bien, Fresia y los suyos representan el Mal y por lo tanto sus aspiraciones no pueden ser logradas[4].


[1] Y, al decir de Cacao, Caupolicán «está en lo rebelde endurecido» (fol. 21r).

[2] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[3] Otros insultos en boca de los españoles: canalla, locos, perro, perra, galgo

[4] Mónica Lucía Lee, De la crónica a la escena: Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Ann Arbor, UMI, 1996, pp. 217-218. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.