Poesía de Adviento: «Juan el Bautista», de Pedro Miguel Lamet, SJ

Preparemos los caminos,
ya se acerca el Salvador…

El año pasado por estas fechas, en el tiempo de Adviento, reproduje en el blog dos sonetos de Pedro Miguel Lamet, SJ (Cádiz, 1941- ) dedicados a esta temática, los titulados «Isaías» y «María», incluidos ambos en su libro de 2016 La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad. Recupero para hoy, segundo domingo de Adviento, un tercer soneto del mismo libro, «Juan el Bautista», que forma junto con los dos anteriores el tríptico «Tres profetas de Adviento» (completando de esta forma la serie que el año pasado quedó truncada).

Juan el Bautista predicando en el desierto (1760), por Anton Raphael Mengs. Museo de Bellas Artes de Houston (Estados Unidos)

Anton Raphael Mengs, Juan el Bautista predicando en el desierto (1760).
Museo de Bellas Artes de Houston (Estados Unidos).

El poema, que trae su propio lema, dice así:

Voz que clama en el desierto:
«Preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas!».

(Mateo, 3, 3)

Si pudiera ser piedra en el camino,
si humilde valle junto a la montaña,
simple flauta cortada de una caña,
flor oculta que esconde su destino,

si pesara aún menos que un comino
que a nadie importa, pie que acompaña,
una voz que resuena de la entraña
del desierto y apunta a lo divino,

podré gritar que vienes, que andas cerca,
bautizar con el agua de este río
que fluye sin quedarse y va derecho

a ese mar que eres tú, oh Señor mío,
que vienes a regar nuestro barbecho.
¡Quiero ser solo el cubo de tu alberca![1]


[1] Pedro Miguel Lamet, SJ, La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad, Bilbao, Ediciones Mensajero, 2016, pp. 73. El autor publicó la serie completa de los tres sonetos (cuyos textos figuran con algunas variantes y/o errores de transcripción) el 8 de diciembre de 2020, tanto en su web personal, La página de Pedro Miguel Lamet, como en Religión Digital.

Poesía de Navidad: «Encarnación», de Pedro Miguel Lamet, SJ

Hace unos días, en el tiempo de Adviento, reproducía aquí un par de sonetos de Pedro Miguel Lamet, SJ (Cádiz, 1941- ), «Isaías» y «María», pertenecientes a su libro La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad. Copio hoy otro soneto del mismo libro, dedicado este a la «Encarnación», que se construye como un apóstrofe al «niño mío» (v. 1; la voz lírica habla luego de «tu silencio», v. 5; «tus abrazos», v. 7; «tu eterna algarabía», v. 14).

Giovanni Battista Tiepolo, Natividad (1732). Basílica de San Marcos, Venecia (Italia)
Giovanni Battista Tiepolo, Natividad (1732). Basílica de San Marcos, Venecia (Italia)

El poema, que no requiere mayor comentario, canta la alegría «de admirar cómo Dios se hizo palpable» (v. 12), esto es, evoca poéticamente el gozoso misterio de la Palabra divina encarnada en forma humana.

La Palabra se hizo carne.
(Juan, 1, 14)

Nace en mí tu palabra, niño mío,
como arrullo de sol en estos pazos,
y se rompe la noche en mil pedazos
al fundirse de amor el viento frío.

Brilla en mí tu silencio en el vacío
que colma de calor estos ribazos
y el mundo se deshace en tus abrazos
al saber qué mar buscan nuestros ríos.

Ya no existe en la tierra desconsuelo
ni en la vida pavor insuperable
que pueda destruir esta alegría

de admirar cómo Dios se hizo palpable
y mi carne es su carne hecha un anhelo
de danzar en tu eterna algarabía[1].


[1] Pedro Miguel Lamet, SJ, La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad, Bilbao, Ediciones Mensajero, 2016, p. 95. El poema había sido publicado previamente en la web La página de Pedro Miguel Lamet, el 24 de diciembre de 2014, en una entrada bajo el título «La mayor explosión de la historia», con una variante, «en mis regazos», en el v. 2. Se reprodujo también, con la misma variante, en ReligiónDigital.org, el 22 de febrero de 2015, con el mismo epígrafe de «La mayor explosión de la Historia», donde se lee este comentario explicativo del autor: «La Encarnación es la mayor explosión de luz de la Historia y la Navidad su manifestación. Desde entonces nuestra carne es divina y nuestro abrazo multiplica esa explosión de amor que se actualiza».

Poesía de Adviento: «María», de Pedro Miguel Lamet, SJ

La Virgen sueña caminos,
está a la espera;
la Virgen sabe que el Niño
está muy cerca.

Siendo muy abundante la producción poética en torno al ciclo litúrgico de la Navidad, no lo es tanto la relacionada con el Adviento, este tiempo de preparación para la llegada del Dios hecho hombre en que nos encontramos. Sea como sea, en este blog ya he dado entrada a algunos poemas con esta temática específica como «Adviento» del Padre Jesús del Castillo; «Espera la Virgen pura», de Francisco Vaquerizo; o «Adviento», del Padre Salvador Lugo Azuela, MNM.

Pedro Miguel Lamet, SJ (Cádiz, 1941- ) cuenta entre su producción con un hermoso libro titulado La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad (Bilbao, Ediciones Mensajero, 2016), que va encabezado por un interesante «Proemio. Despertar a la luz escondida» en el que trata de ambos tiempos litúrgicos, el de Adviento y el de Navidad:

En este libro ofrezco una antología de cuantos poemas he dedicado a lo largo de mi vida al Adviento y la Navidad, la mayoría de ellos inéditos. Quizás la originalidad de este manojo de versos puede radicar en que no se desliga el nacimiento de Cristo de su contexto teológico. Si la Navidad es el hecho de que Dios se hace visible, arranca mucho antes, desde el momento en que la luz es luz. Parte del vacío, de la nada o el caos, como se quiera llamarlo, en el instante genesíaco de la creación: «Y la luz existió». La luz y su armonía estaban en el inicio de todo, cuando Dios decide multiplicarse en el variopinto estallido de colores y formas de las que se reviste la vida. Sobre todo, cuando hace aparecer en el mundo un «yo» que es capaz de nombrar todas las cosas, reflejos de su luz, y prolongar su milagro con un «tú». A este período previo se asoma la primera parte de este libro[1].

Y añade a continuación, reflexionando sobre el Adviento:

Pero el hombre, herido por la estrechez a la que él mismo somete su ego, descubre la limitación, el miedo, el dolor, el sinsentido, por lo que vuelve a gritar a su creador buscando, suplicando que de nuevo le envíe un rayo de luz. Es lo que la liturgia cristiana denomina el Adviento. Desolado por la experiencia del sufrimiento, el hambre, la violencia, la guerra, la soledad y el miedo, vuelve sus ojos ansiosos hacia el cielo. A mi entender, el Adviento es el tiempo que más se adecúa a nuestra existencia actual. Queremos intuir, si no comprender cabalmente, por qué estamos aquí, a dónde se dirige esta flecha en apariencia absurda, «pasión inútil» para los existencialistas, que parecemos ser. Los judíos, que ya tenían el privilegio de atribuir la creación a un Dios único, esperan un Mesías, piden a los cielos que «rocíen» al justo, intuyen con los profetas la venida de un salvador, nacido de una muchacha en debilidad y pobreza, que nos rescate del desastre. Y va a venir, nos dirá la Buena Nueva, directamente del seno de Dios mismo, del amor que se profesa la comunidad divina, que, preexistente en familia trinitaria, va a pronunciar el Verbo que se hará carne, hombre. Y como es la Palabra, solo nuestra palabra más digna, más preñada, más evocadora, la poesía, puede quizás rozarla, destapar, aunque sea a través de rendijas, esa inabarcable luz. Este misterio es abordado por la segunda parte del poemario que el lector tiene entre las manos[2].

Pues bien, para este segundo domingo de Adviento, copio uno de los poemas del Padre Lamet incluidos en su poemario, concretamente el bello soneto titulado «María», en el que precisamente es Ella la voz lírica enunciadora del poema. Dice así:

La Virgen María encinta

Mira, concebirás y darás a luz un hijo,
a quien llamarás Jesús.

(Lucas, 1, 31)

Cuando contemplo el brillo de mi aldea
bajo el sol que se ríe con la fuente,
o el trigo que se mece blandamente
y promete nacer mientras verdea;

cuando escucho a José que carpintea
una cuna de olivo, oigo a la gente
que me sabe feliz porque presiente
una ola de luz con la marea…,

los ojos cierro y palpo tu presencia
en este santuario de mi seno.
Oh, mi niño, te siento en mi regazo,

y te escucho latir con la querencia
de un vacío que nunca estuvo lleno,
y un mundo desvalido sin tu abrazo[3].


[1] Pedro Miguel Lamet, SJ, «Proemio. Despertar a la luz escondida», en La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad, Bilbao, Ediciones Mensajero, 2016, pp. 16-17.

[2] Pedro Miguel Lamet, SJ, «Proemio. Despertar a la luz escondida», p. 17.

[3] Pedro Miguel Lamet, SJ, La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad, Bilbao, Ediciones Mensajero, 2016, p. 75.

Poesía de Adviento: «Espera la Virgen pura», de Francisco Vaquerizo

La Virgen sueña caminos,
está a la espera…

Mañana ya es Nochebuena, pero hoy todavía estamos en tiempo de Adviento, de espera para la llegada del Niños-Dios, el Emmanuel (ʽDios con nosotrosʼ), el Salvador del mundo. Vaya, pues, para cerrar este tiempo de preparación espiritual el poema «Espera la Virgen pura», de Francisco Vaquerizo. El poema (42 versos de romance con rima é e) tiene la musicalidad y la gracia de la mejor poesía tradicional navideña. La repetición del verso inicial, «Espera la Virgen pura…», además de incidir en esa gozosa espera (espera que es esperanza) de María, contribuye igualmente al ritmo de la composición. Se trata de una poesía sencilla y emotiva, que no requiere mayores notas explicatorias[1].

VirgenEmbarazada

Espera la Virgen pura,
el momento ya inminente,
en que dé a luz al Infante
que ha concebido en su vientre,
porque va a nacer el día
veinticuatro de diciembre.
En la grávida doncella[2]
un gozo especial se advierte
y hay un brillo en su mirada
que sobrepasa con creces
la belleza y el candor
que imaginarse uno puede.
Espera la Virgen pura,
el momento ya inminente,
en que la familia humana,
sumida en sombras de muerte[3],
con la venida del Niño,
la claridad recupere
y se sienta hija de Dios
y heredera de sus bienes.
Espera la Virgen pura,
el momento ya inminente,
en que aparezca en la tierra
el que será Rey de Reyes
y el que abra al hombre las puertas
de las moradas celestes[4].
Mientras llega ese momento,
la esperanza la mantiene
en una íntima vigilia
de ternuras y quereres,
siempre atenta a los anuncios
que a su Niño se refieren
porque sabe a ciencia cierta
que, ya en el mismo Pesebre,
será preciso que empiece
a cumplir con sus deberes.
Gozosa mira a José,
ensimismada y silente,
mientras piensa que su Niño
llenará el globo terrestre
de amor e instaurará un reino
que durará eternamente.


[1] Publicado en la revista Ecclesia el 7 de diciembre de 2014: «“Espera la Virgen pura”, poema de Adviento con María, por Francisco Vaquerizo», de donde lo tomo.

[2] grávida doncella: bella formulación; grávida vale ʽencinta, embarazadaʼ.

[3] sumida en sombras de muerte: alude al pecado y, por extensión, a todo el mal que se extiende por el mundo. La antítesis sombras / claridad es evidente.

[4] el que abra al hombre las puertas / de las moradas celestes: Cristo, con su muerte y resurrección, redimirá al género humano.