El soneto «O yo vivo en tinieblas, o estoy ciego…», de Gregorio Silvestre

Copiaré para hoy, Martes Santo, este soneto que pertenece a Las obras del famoso poeta Gregorio Silvestre, recopiladas y corregidas por diligencia de sus herederos, y de Pedro de Cáceres y Espinosa… Impresas en Lisboa, por Manuel de Lira, a costa de Pedro Flores librero, vénde[n]se en su casa al Peloriño vello, 1592. El texto expresa el deseo de arrepentimiento del hablante lírico (que vive «en tinieblas», «ciego», v. 1), su intención de seguir a Dios; en este sentido, la muerte de Cristo, su sangre derramada, trae la salvación al género humano («aquesto es en tu muerte buscar vida», v. 13).

Sangre redentora de Cristo

O yo vivo en tinieblas, o estoy ciego,
pues ojos tengo, y luz, y claro día:
¿por qué no sigo a Dios, pues Dios me guía
con fuerza, con razón, con mando y ruego?

En nombre de Jesús, comienzo luego,
enciéndame el ardor en que él ardía;
su sangre derramó, salga la mía:
responda sangre a sangre y fuego a fuego.

Ven pues a mí, Señor, que ya despierto,
aunque este despertar es tu venida,
la mano de tu amor es que me hiere.

Conviéneme morir, mas ya estoy muerto,
y aquesto es en tu muerte buscar vida,
la cual no vivirá quien no muriere[1].


[1] Cito con algún ligero retoque en la puntuación por Roque Esteban Scarpa, Voz celestial de España. Poesía religiosa, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1944, pp. 310-311.

«A las llagas de Cristo», del príncipe de Esquilache

Vaya para este Lunes Santo el soneto «A las llagas de Cristo», de don Francisco de Borja y Aragón, quinto príncipe de Esquilache (¿Nápoles?, c. 1577-Madrid, 1658), que se construye como un apóstrofe al «Eterno Dios» (v. 1), y cuyo sentido general es muy claro: ʻaunque mis pecados fueran incontables (más que los granos de arena de una playa, más que las ondas del mar, más que las lluvias de abril, más que los átomos del aire, más que las estrellas), quedarían perdonados si pudieran pasar el mar Rojo —mar Bermejo, v. 14— que forma la sangre de las llagas —cinco manantiales, v. 13: manos, pies y costado— de Cristoʼ.

Santísimo Cristo de las Cinco Llagas, Hermandad de la Trinidad (Sevilla).
Santísimo Cristo de las Cinco Llagas, Hermandad de la Trinidad (Sevilla).

Eterno Dios, si mis pecados fueran
más que la arena que las ondas bañan,
y las del mar, que la codicia engañan,
si verse más de las que son pudieran;

más que las lluvias que en abril esperan
los tristes campos, que el invierno extrañan,
y los átomos leves, que acompañan
los rayos que en los montes reverberan;

si a los astros vencieran celestiales
en número, partiendo el de infinitos
entre ellos, y las causas naturales,

quedaran cancelados y prescritos,
si pudieran de cinco manantiales
pasar el mar Bermejo mis delitos[1].


[1] Cito, con algún ligero retoque, por Suma poética. Amplia colección de la poesía religiosa española, por José María Pemán y Miguel Herrero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1944, p. 324 (hay ed. facsímil, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008).

«Las manos ciegas», de Leopoldo Panero

«El hombre que se llama Jesús hizo lodo,
me lo puso en los ojos y me dijo: “Ve a Siloé y lávate”.
Entonces fui, me lavé y comencé a ver»
(Juan, 9, 11)

Vaya para este cuarto domingo de Cuaresma (domingo de Laetare) el poema titulado «Las manos ciegas», de Leopoldo Panero (Astorga, León, 1909-Castrillo de las Piedras, León, 1962). Lo ilustro con «La curación del ciego de nacimiento» (c. 1577) del Greco, cuadro conservado en el Museo Metropolitano de Arte / The Met Fifth Avenue (Nueva York, Estados Unidos[1]).

El Greco, «La curación del ciego de nacimiento» (c. 1577). Museo Metropolitano de Arte / The Met Fifth Avenue (Nueva York, Estados Unidos).

… y miedos de las noches veladores.
(San Juan de la Cruz)

Mi sangre cotidiana
como una cruz cansada; mi pureza
más dulce resonando te sostiene.
Mis manos que trabajan en tu gloria;
mi pecho que en tu gloria, Cristo mío,
se encierra; mi alma; todo
en verdad te conoce pues que vive.
¡Qué soledad más honda
das a mi voz y a mi inocencia cuando
en medio de la noche tiemblo, libre,
escuchando mi vida
en la instable tristeza del instante
como un ciego que extiende
al caminar las manos en la sombra!
La vida que me das y me rocías
dentro del corazón y me sostienes
allí donde no llega
más sed que la de amarte
la vida que hoy, mañana,
me darás, yo la siento
sustancia de tu ser, delicia viva
como nieve en la mano que se toma.
¡Qué vasto señorío
para mi soledad y mi tristeza
la noche moja con el pie y el suelo
como un ala cansada se recoge!
¡Qué miedo en las estrellas
esta dolencia y este
sitio del corazón entre la sombra!
En verdad pues que vive
el hombre se libera de sí mismo
para ver tu hermosura y contemplarte
allí donde de todo
eres dueño y soy libre;
donde el amor me hace
primera criatura
y llega hasta mis labios como el viento
la belleza interior de la esperanza.
Todo yo, Cristo mío,
todo mi corazón sin mengua, entero,
virginal y encendido, se reclina
en la futura vida como el árbol
en la savia se apoya que le nutre
y le enflora y verdea.
Todo mi corazón, ascua de hombre,
inútil sin tu amor, sin ti vacío,
en la noche te busca,
lo siento que te busca como un ciego
que extiende al caminar las manos llenas
de anchura y de alegría[2].


[1] Existe otra versión en la Gemäldegalerie Alte Meister de Dresde (Alemania).

[2] Tomo el texto de Escorial. Revista de cultura y letras, 25, 1942, pp. 343-344. Forma parte de una «Corona poética de San Juan de la Cruz», que incluye también poemas de Manuel Machado, Gerardo Diego, Adriano del Valle, Luis Felipe Vivanco, Alfonso Moreno y Luis Rosales.

«La Transfiguración», soneto de Clemente Althaus

Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo.
(Mateo, 17, 5)

El escritor peruano Francisco Clemente de Althaus Flores del Campo (Lima, 1835-París, 1876) dejó una novela inconclusa, titulada Coralay, redactada en su juventud, y compuso también el drama Antíoco, que se estrenó en el Teatro Principal de Lima el 24 de marzo de 1877. Como poeta publicó Poesías patrióticas y religiosas (París, A. Laplace, 1862), Poesías varias (París, 1863) y Obras poéticas (1852-1871) (Lima, Imprenta del Universo, de Carlos Prince, 1872). Fue además traductor, sobre todo de los clásicos latinos y los escritores románticos italianos.

Vaya para hoy este soneto suyo dedicado a la Transfiguración del Señor, del que cabe destacar la sonoridad de las rimas agudas.

Rafael Sanzio, La Trasfigurazione (c. 1517-1520). Museos Vaticanos (Ciudad del Vaticano).
Rafael Sanzio, La Trasfigurazione (c. 1517-1520). Museos Vaticanos (Ciudad del Vaticano).

Ya la gloriosa cumbre del Tabor
atrás dejaron los divinos pies;
nieve la veste, un astro la faz es
que del sol avergüenza el resplandor.

Así, del alto cielo, oh, morador,
a la diestra del Padre arder le ves;
y los aires Elías y Moisés
huellan a un lado y otro del Señor;

mientras yacen por tierra, en ademán
de asombro, de pavor y adoración,
Pedro, Santiago y el amado Juan.

¡Cuándo, oh, Señor, en la celeste Sión
sin velo así mis ojos te verán,
si de verte mis ojos dignos son![1]


[1] Tomo el texto de Clemente Althaus, Poesías patrióticas y religiosas, París, A. Laplace, 1862, p. 162.

«No me mueve, mi Dios, para odiarte…», soneto de Vicente Gaos

Este soneto es el segundo texto del díptico titulado «Faut-il sʼabêtir?» de la sección «Variaciones hipotéticas», de Concierto en mí y en vosotros (San Juan de Puerto Rico, Universidad de Puerto Rico, 1965). La formulación del primer verso —que, en primera instancia, pudiera resultar sorprendente— va cobrando su verdadero sentido conforme se va desarrollando el soneto. Como comenta Lucía Cotarelo Esteban, en este poema de Gaos —como en los de otros poetas de posguerra— «aflora la necesidad de una esperanza sólida, el deseo fervoroso de una voz paternal, de un abrazo tranquilizador que aplaque en la noche el temor»[1]. Obvio es decir que el hipotexto sobre el que se construye es el famoso soneto anónimo del siglo XVI «No me mueve, mi Dios, para quererte…», una de las grandes cimas de la poesía religiosa española, cuyo primer verso antepone Gaos como lema.

Salvador Salí, Le Christ (El Cristo). Cristo de San Juan de la Cruz (1951). Kelvingrove Art Gallery and Museum (Glasgow, Reino Unido).
Salvador Salí, Le Christ (El Cristo). Cristo de San Juan de la Cruz (1951).
Kelvingrove Art Gallery and Museum (Glasgow, Reino Unido).

No me mueve, mi Dios, para quererte…
Anónimo

No me mueve, mi Dios, para odiarte,
el cielo que me tienes escondido
ni me mueve el infierno, no temido
—¿qué más infierno ya?— para rogarte

que me muevas, Señor. Pon de tu parte
lo que puedas, si puedes. Descreído,
aunque en la luz te vea, ¿qué sentido
pueden tener el sol, la vida, el arte…?

Muéveme, pues, y llámame, aunque quiera
mi pensamiento, mi razón ignara
no oírte. Dime, oh Dios, que no es quimera

la esperanza, la fe, y aunque así fuera,
engáñame —¿no puedes tal vez?— para
poder dormir, soñar hasta que muera[2].


[1] Lucía Cotarelo Esteban, «Vivencia nietzscheana de la divinidad en la poesía de posguerra», en Sergio Antoranz López y Sergio Santiago Romero (coords.), La recepción de Nietzsche en España. Literatura y pensamiento, Bern, Peter Lang, 2018, p. 174.

[2] Vicente Gaos, Poesías completas, II (1958-1973), León, Institución «Fray Bernardino de Sahagún», 1974, pp. 138-139.

«Olvidaos», de Vicente Gaos

Vaya para este Miércoles de Ceniza el poema de Vicente Gaos (Valencia, 1919-Valencia, 1980)​ titulado «Olvidaos», que pertenece a su libro Mitos para tiempo de incrédulos (Madrid, Ágora, 1964), el cual resultó ganador del Premio Ágora de ese año[1]. El texto no precisa de mayor comento. Señalaré, únicamente, que la formulación del primer verso («Olvida, hombre») vuelve del revés la frase «Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris» (las dos primeras palabras no están en Génesis, 19, 3).

Ceniza y cruz

Quia pulvis es et in pulverem reverteris

Olvida, hombre…

Olvida que eres ceniza
y has de convertirte en ceniza.

Olvídate de ese miércoles
y del in pulverem reverteris.

Pues aunque seas ceniza y polvo,
hay vida, amor, belleza en torno.

Es verdad: belleza, amor, vida,
fugitivas flores de un día.

Pero flores, sí. Mientras dure
la magia cierta de su perfume,

olvídate del polvo y la muerte.
Más vale que no recuerdes

lo que con memoria o sin ella
llamará algún día a tu puerta.

Ahora ciérrala. Abre el balcón,
que te penetre y embriague el sol.

Míralo bien: cierra los párpados,
y que el sol te salve del caos.

Al final verás que es lo mismo
vivir y morir, el domingo

que el miércoles. Cuando llegue
cenicienta y fría la muerte,

acógela conforme, tranquilo,
seguro de haber vivido.

Con la memoria de una vida
que desoyó la profecía

funeral, que no se perdió
en el miedo y duda de Dios.

Cuando sientas el gusto amargo
de la ceniza en la boca, trágalo,

apúralo. Al llegar la muerte,
abre la puerta y tiéndete, duérmete.

… No recuerdes.


[1] Se publicó también en Cuadernos de Ágora, núms. 83-84, septiembre-octubre de 1963, pp. 25-26. Y está recogido asimismo en Vicente Gaos, Poesías completas, II (1958-1973), León, Institución «Fray Bernardino de Sahagún», 1974, pp. 90-92, donde se integra en la sección II, «Tema y variaciones de la nada», de Concierto en mí y en vosotros. Aquí, tanto en el lema como en el v. 5 se lee equivocadamente «in pulvis reverterem».

«Contemplación de María», de Ernestina de Champourcin

Con la festividad del Bautismo de Jesús finaliza hoy el ciclo litúrgico de Navidad. Terminaremos también esta serie de poemas de temática navideña con «Contemplación de María», de Ernestina de Champourcin (Vitoria, 1905-Madrid 1999)[1]. Poeta de la Generación del 27 y perteneciente al grupo de «Las Sinsombrero», tras la guerra civil partió al exilio, primero en Francia y después en México, junto con su marido, Juan José Domenchina. Muerto él en 1959, Ernestina regresaría a España en 1972. Entre sus títulos poéticos figuran En silencio (1926), Ahora (1928), La voz en el viento (1931), Cántico inútil (1936), Presencia a oscuras (1952), El nombre que me diste…. (1960), Cárcel de los sentidos (1964), Hai-kais espirituales (1967), Cartas cerradas (1968), Poemas del ser y del estar (1972), Primer exilio (1978), Poemillas navideños (1983), La pared transparente (1984), Huyeron todas las islas (1988), Antología poética (1988), Los encuentros frustrados (1991), Poesía a través del tiempo (1991), Del vacío y sus dones (1993) o Presencia del pasado (1994-1995) (1996). Póstumas son las recopilaciones Poemas de exilio, de soledad y de oración (antología poética) (Pamplona / Madrid, Universidad de Navarra / Ediciones Encuentro, 2004), Poesía esencial (Madrid, Fundación Banco Santander Central Hispano, 2008) o Antología poética (Madrid, Ediciones Torremozas, 2017).

Rafael, Madonna Tempi (1508). Alte Pinakothek (Munich, Alemania).
Rafael, Madonna Tempi (1508). Alte Pinakothek (Munich, Alemania).

«Contemplación de María» es la primera de los tres composiciones recogidos en su folleto Poemillas navideños, y se divide externamente en cuatro apartados de métrica tradicional (el primero es un romance con rima aguda í; el segundo, un romance endecha —versos heptasílabos— con rima é e, con la peculiaridad de abrirse con una primera estrofa que presenta cinco versos[2]; el tercero, un romance con rima á o; y el cuarto, un romance con rima aguda á).

I

La espera te inunda toda
con su gozoso fluir.
Es un río de alegría,
un vuelo de colibrís
que te roza levemente
porque Dios que nace en ti
no cabe en el mundo entero
y cabe en tu seno. Así
van transcurriendo las horas
y su tejido sutil
borda hilo a hilo el milagro
que nos quiere redimir

Espera tuya. La nuestra
aprenderá hoy de ti
a esperar, año tras año,
el tiempo de revivir.

II

Y estabas, simplemente
ante ti, Dios pequeño
escondido e inerme
en tu cuerpo tan nuevo,
en tu llanto reciente.

Estás mientras le miras
o en tus brazos se duerme.
¡Qué limpio, qué sencillo
tu modo de quererle!

Al pastor de fe pura
y a los clarividentes
magos ricos en dones
silenciosa le ofreces.

No hace falta que hables.
Aquí estás, simplemente.
Tu estar es una rosa
que en la nieve florece. 

III

Todo el silencio del mundo
se concentra en el establo.
Callan los que están dentro,
calla el que llega cantando,
callan suspiros y risas.

El Niño mira callado
con sus ojos de luz tierna
a quien viene a contemplarlo.

Un aire nuevo, cernido,
agita suave los mantos
de María y de José.
Estamos en ningún lado,
en el alba de la tierra.

Amanecer rosa y blanco
del principio de la Vida.
Todo calla en el establo. 

IV

El borrico de la noria
se ha escapado hasta el portal
porque hoy el agua ya brota
de otro pozo. Volverá
sin duda alguna mañana
bajo el yugo y el ronzal
a trabajar nuevamente
lleno de gozo y de paz.

Borrico del Nacimiento
que fuiste ahora a buscar
un agua que es para siempre:
tus ojos reflejarán
asombrados y sumisos
un sueño que es realidad[3].


[1] Sobre la autora pueden verse, por ejemplo, los trabajos Ernestina de Champourcin, Málaga, Centro Cultural de la Generación del 27 / Diputación Provincial de Málaga, 1989; y Ernestina de Champourcin, del exilio, a Dios, biografía y selección de poemas de Beatriz Comella, Madrid, Rialp, 2002.

[2] En esta estrofa, los versos 1, 3 y 5 mantienen la misma rima asonante é e y los versos 2 y 4 presentan una rima también asonante é o.

[3] Tomo el texto de Ernestina Champourcin, Poemillas navideños, editor Rosario Camargo E., ilustradora Ana Laura Salazar, México, D. F., Programas Educativos, 1983, s. p. En el apartado I se lee por dos veces «tí» (quito la tilde). Mantengo la distribución en “estrofas” que presenta el original en las distintas tiradas de romance.

«Burrito santo», de Juana de Ibarbourou

Pues seguimos todavía en el tiempo litúrgico de Navidad, copiaré hoy una composición de Juana de Ibarbourou —Juana Fernández Morales, que usó como nombre literario el apellido de su esposo— (Melo, Uruguay, 1895-Montevideo, 1979). La de esta escritora, «Juana de América», que fue nombrada también «Mujer de las Américas», constituye una de las voces líricas más personales de la poesía hispanoamericana de comienzos del siglo XX. Entre sus libros de poesía se cuentan títulos como Las lenguas de diamante (1919), El cántaro fresco (1920), Raíz salvaje (1922), La rosa de los vientos (1930), La mancha de humedad (1944), Perdida (1950), Azor (1953), Mensaje del escriba (1953), Romances del destino (1955), Oro y tormenta (1956), La pasajera (1967), Angor Dei (1967) o Elegía (1968). Existe además una edición de su Obra completa, en cinco volúmenes al cuidado de Jorge Arbeleche (Montevideo, Instituto Nacional del Libro, 1992).

El Greco, La huida a Egipto (h. 1570). Museo del Prado (Madrid).

«Burrito santo» —un soneto de versos dodecasílabos, con cesura al medio, y rimas agudas en los vv. 2, 4, 6, 8, 11 y 14, que le imprimen un ritmo musical, muy en la línea de la lírica modernista— aborda otro tema tradicional de este tiempo de Navidad, la huida a Egipto de la Sagrada Familia tras la adoración de los magos de Oriente[1].

Borriquillo blando[2] de la Virgen María,
manso borriquito[3] que llevó a Jesús
con su Santa Madre que al Egipto huía
una noche negra sin astros ni luz[4].

¡Lindo borriquito de luciente lomo!:
hasta el niño mío te venera ya,
y dice, mirando tu imagen en cromo:
—¿Es el de la Virgen que hacia Egipto va?

¡Dulce borriquito, todo mansedumbre!:
nunca a tus pupilas asomó el vislumbre
más fugaz y leve del orgullo atroz;

y eso que una noche sin luna ni estrellas
por largos caminos dejaste tus huellas,
llevando la carga sagrada de Dios![5]


[1] Comp. Mateo, 2, 13-15: «Cuando se marcharon [los sabios de Oriente], un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: —Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre y huyó a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta: “De Egipto llamé a mi hijo”».

[2] blando: en otras versiones «blanco».

[3] borriquito: en otras versiones «borriquillo».

[4] luz: ha de leerse con seseo, para la rima consonante con Jesús; y lo mismo sucede más abajo (vv. 11 y 14) con atrozDios.

[5] Cito el texto por la antología Nos vino un Niño del cielo. Poesía navideña latinoamericana del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, EDIBESA, 2000, pp. 153-154. En el verso 3 enmiendo la mala lectura «el Egipto huía».

Dos villancicos de Concha Méndez: «De la miel y del azúcar…» y «Una cañita de azúcar…»

Concha Méndez —nombre literario de Concepción Méndez Cuesta (Madrid, 1898-Ciudad de México, 1986)— fue una de las escritoras españolas de la Generación del 27 y perteneció al grupo de «Las Sinsombrero»[1]. Tras la guerra civil hubo de exiliarse, junto con su marido Manuel Altolaguirre, primero en París, después en Cuba y finalmente en México. Escribió, sobre todo, obras de teatro y de poesía. En el terreno lírico cabe destacar títulos como Inquietudes (1926), Canciones de mar y tierra (1930), Vida a vida (1932), Niño y sombras (1936), Lluvias enlazadas (1939), Poemas, sombras y sueños (1944), Villancicos de Navidad (1944), Vida o río (1979) y Entre el soñar y el vivir (1985), más la recopilación Poemas (1926-1986) (Madrid, Hiperión, 1995), con introducción y selección de James Valender.

A su libro de Villancicos de Navidad (México, Ediciones Rueca, 1944[2]) —que contó con una 2.ª edición aumentada (Málaga, Librería El Guadalhorce, 1967)— pertenecen los dos villancicos que he seleccionado para hoy, «De la miel y del azúcar…» (que podría titularse también «Villancico de los ángeles confiteros») y «Una cañita de azúcar…». Como el resto de los textos que componen el poemario, destacan por su métrica tradicional (romance) y su emotiva sencillez.

Ángeles de chocolate

Este es el primero:

De la miel y del azúcar
los ángeles confiteros
hacen para darle al niño
confites y caramelos.

El que cuida del maní
—que es el ángel manisero—
con un trocito de sol
lo va tostando en su fuego[3].

El segundo dice así:

Una cañita de azúcar
desde su cañaveral
le dijo al viento: «Mi amigo,
llévame a todo volar
—porque peso bien poquito
que bien me puedes llevar—
adonde vive ese Niño,
porque le quiero endulzar
con este sabor que tengo
su rosado paladar»[4].


[1] Del que forman parte también otras escritoras y artistas como Maruja Mallo, Rosario de Velasco, Marga Gil Roësset, María Zambrano, María Teresa León, Josefina de la Torre, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcín, Margarita Manso, Delhy Tejero, Ángeles Santos, Concha de Albornoz y Luisa Carnés.

[2] El volumen tiene como colofón este texto: «Este libro se acabó de imprimir el día 4 de diciembre de 1944 en la imprenta de Adrián Morales S. bajo la dirección de su autora».

[3] Concha Méndez, Villancicos de Navidad, México, Ediciones Rueca, 1944, p. 19.

[4] Concha Méndez, Villancicos de Navidad, México, Ediciones Rueca, 1944, p. 48.

«Perdido en tu nombre», de Luis Rosales

En este blog han quedado recogidas ya varias composiciones navideñas de Luis Rosales (Granada, 1910-Madrid, 1992), pertenecientes todas ellas a su poemario Retablo sacro del Nacimiento del Señor (Madrid, Escorial, 1940; 2.ª ed. corregida y aumentada, Madrid, Editorial Universitaria Europea, 1964, ambas ediciones con ilustraciones de José Romero Escassi). Así, pueden leerse aquí las tituladas «De cómo fue gozoso el Nacimiento de Dios Nuestro Señor», «De cómo vino al mundo la oración», «De cómo al contemplar por vez primera los ojos de su hijo, nació una estrella nueva», «De cuán graciosa y apacible era la belleza de la Virgen Nuestra Señora», «Callar…», «Villancico de la falta de fe», «Villancico de las estrellas altas», «Donde se cuenta que en el Portal, humilde, le adoraron tres Reyes» y «De cómo estaba la luz ensimismada en su Creador cuando los hombres le adoraron».

Pues bien, para hoy 3 de enero —fiesta del Santísimo Nombre de Jesús—copiaré su poema «Perdido en tu nombre», incluido en el mismo poemario. Joaquín Juan Peñalva comenta al respecto que

es una décima donde se aborda el tema del nombre de Dios, motivo recurrente en algunos poetas de esta cuerda. Lo que aparece aquí es la interpelación de un yo poemático a la luz de la Navidad, a la que solicita ayuda para hacerse un lugar junto al Padre; se produce, por tanto, una interiorización del sentimiento de la Navidad que logra trascender la dimensión descriptiva presente en la composición[1].

Nombre de Jesús

Y dice así:

Luz navideña del cielo,
dale al alma certidumbre
si perdió con la costumbre
la libertad y el anhelo;
y si al mortal desconsuelo
tus divinas manos son
la tierra de promisión
donde Dios levanta al hombre:
para perderme en tu nombre
¡da espacio a mi corazón![2]


[1] Joaquín Juan Peñalva, La revista «Escorial»: poesía y poética. Trascendencia literaria de una aventura cultural en la alta posguerra, tesis doctoral, Alicante, Universidad de Alicante, 2004, pp. 323-324.

[2] Cito por Luis Rosales, Obras completas, vol. I, Poesía, Madrid, Trotta, 1996, p. 243. La edición de 1940 del Retablo sacro del Nacimiento del Señor incluía quince poemas navideños. En la de 1964 el número subía hasta los 31. En las Obras completas forman el libro, ahora titulado Retablo de Navidad, un total de 39 composiciones, donde este es la última, la 39. En la edición de 1964 era también la que cerraba el volumen, la 31, con una variante en el v. 3 («si perdió por la costumbre»).