«El Bautismo de Jesús (Mc 1, 6-11)», de José Luis Martínez, SM

Yo os bautizo con agua para que os convirtáis;
pero el que viene después de mí es más poderoso que yo,
y yo ni siquiera soy digno de llevarle las sandalias.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego (
Mateo, 3, 11).

Con la fiesta del Bautismo de Jesús finaliza hoy el ciclo litúrgico de Navidad, y con ello la serie de poesías navideñas que he venido transcribiendo y glosando brevemente durante estos días.

Willem van Herp II, Bautismo de Cristo. Museo Nacional del Prado, Madrid (España)
Willem van Herp II, Bautismo de Cristo. Museo Nacional del Prado, Madrid (España).

Lo hago con el poema «El Bautismo de Jesús (Mc 1, 6-11)», del sacerdote marianista José Luis Martínez (Aguilar de Bureba, Burgos, 1923-Madrid, 2016), que dice así:

Los bíblicos profetas
recibían de Dios su vocación
con palabras concretas
y signos de infusión
del Espíritu, Señor de la misión.

Jesús era inocente,
y nunca en él hubo un solo pecado,
pero entró en la corriente[1]
para ser bautizado,
pues con el hombre sí estaba hermanado[2].

Cuando Jesús salió
del agua del Jordán ya bautizado,
el Padre proclamó,
desde el cielo rasgado:
«Este es mi predilecto, mi Hijo amado»[3].

Y el Espíritu Santo,
en forma de paloma aleteante[4],
lo arrulló con su canto
y lo ungió al instante
con su fuerza y su luz vivificante.

Y, a partir de ese día,
con la unción y la fuerza del bautismo,
al diablo desafía,
y anuncia un mesianismo
que es servicio y entrega de sí mismo.

«Y pasó haciendo el bien,
y liberando al pobre y oprimido»
hasta su último amén
—cuando todo era olvido—
perdonando, sin sentirse ofendido.

Y este es el compromiso
de aquel que en Cristo ha sido bautizado:
no ser nunca remiso
en hacer, de buen grado,
el bien, nunca medido ni tasado[5].


[1] en la corriente: del río Jordán, como se explicita enseguida.

[2] con el hombre sí estaba hermanado: Dios se hizo hombre para redimir al género humano.

[3] «Entonces se formó una nube que les hizo sombra, y de la nube salió una voz: Éste es mi hijo, el Amado, escuchadle» (Marcos, 9, 7).

[4] «Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí que los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él» (Mateo, 3, 16).

[5] Publicado por José Luis Martínez, SM en su blog Poesía Religiosa el miércoles 14 de enero de 2009, de donde lo tomo. Los cinco primeros versos funcionan a modo de lema (con esa disposición tipográfica: justificados por la derecha y en cursiva); en el quinto corrijo la errata «profestas».

«Romance del Niño perdido», de José de Valdivielso

El episodio del Niño perdido y hallado en el Templo es el más significativo de la vida oculta de Jesús que recogen los evangelios canónicos (Lucas). Sucedió cuando tenía doce años, edad en la que los judíos entraban en la adultez y empezaban a participar de la vida religiosa:

Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua;y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta. Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre.Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y los conocidos; pero como no le hallaron, volvieron a Jerusalén buscándole. Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? Mas ellos no entendieron las palabras que les habló. Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón (Lucas, 2, 41-51).

El Niño Jesús hallado por sus padres en el Templo de Jerusalén

Pues bien, José de Valdivielso incluye en su Romancero espiritual este «Romance del Niño perdido» que, desde el punto de vista métrico, es un romance endecha (esto es, formado por versos heptasílabos), con rima aguda en é a. En el poema podemos distinguir cuatro partes: una primera, narrativa, en la que se cuenta la pérdida del Niño y la angustia de sus padres por su ausencia; un segundo segmento, en estilo directo, que corresponde al parlamento de María mostrando su extrañeza por lo sucedido y expresando su deseo de encontrar al hijo perdido, que es todo su bien; un tercer bloque, de nuevo narrativo, que refiere el reencuentro; en fin, la parte final constituye un apóstrofe de la voz lírica al alma cristiana, pidiéndole que imite a María y José en la búsqueda constante de Jesús. El poema no da entrada, en cambio, a la respuesta que dio Jesús a sus padres cuando lo encontraron en el Templo conversando sabiamente con los doctores de la Ley y Él argumentó que debía estar en la casa (y en las cosas) del Padre.

Jesús, María y Josef[1]
el Templo santo dejan
después de la oración
breve, humilde y discreta.

Quedose el Niño solo,
sin que los dos lo entiendan[2],
que van mujeres y hombres
por diferentes sendas.

Piensa la Madre Virgen
que su Esposo le lleva,
y que va con su Madre
el padre virgen piensa.

Con presurosos pasos
de mal sufrida ausencia,
caminan a esperar
si el Niño Jesús llega.

Llegó María primero,
¡y quién no lo dijera,
si siempre quien más ama
es el que más desea!

Vio venir a su Esposo,
y conociéndole a penas,
y sin Jesús, ¿qué mucho[3]
que le desconociera?

Josef, desalentado,
cual suele herida cierva,
busca la fuente viva
de las aguas eternas[4].

De verla le pesó,
aunque codicia verla,
porque falta de Dios
no hay quien suplirla pueda.

Pregunta por Jesús
a la Esposa doncella,
y lo que le pregunta
es su misma respuesta.

Los dos enmudecieron,
y mudos consideran
que, ausente la Palabra[5],
es justo que enmudezcan.

Los lastimados ojos
con amorosas quejas
castigan su descuido
sin haber quien le tenga[6].

Lo andado del camino
a desandar comienzan,
los pechos enclavados
con unas mismas flechas.

Cual cordera sin mancha[7]
bala la Madre tierna
y sobre rosas vivas
derrama vivas perlas[8].

«—Hijo de mis entrañas,
¿qué hará la Madre vuestra
—dice—, si sois en quien
el alma tengo puesta?

¿Qué mucho, ausente mío,
que sin la luz no vea,
que no viva sin alma
y, sin vida, me muera?

¡Ay, lumbre de mis ojos,
que el corazón revienta!,
que al que a Dios ha perdido,
¿qué tiene ya que pierda?

Si vuestro amado Padre
me pide de vos cuenta,
sin vos, ¡ay, Jesús mío!,
¿quién la podrá dar buena?

Díjome un tiempo el ángel
“Ave, de gracia llena”[9],
y hoy pudiera decirme
que lo estaba de penas.

Si “el Señor es contigo[10]
ahora me dijera,
y os viera entre mis brazos,
¡qué alegre que lo oyera!

Perdido de mi alma,
bien sé que estáis en ella,
que tiene vuestra Madre
segura su conciencia.

¿No os sirve como es justo
aquesta humilde sierva?
¿No os ama como debe
aquesta Madre vuestra?

Volved, Hijo adorado,
contadme vuestras quejas;
esta me perdonad,
y vos veréis la enmienda.

Bien sé, Dios escondido[11],
que escucháis mis querellas
y puede ser también
que el alma os enternezca.

¿Habéis, hermoso mío,
de andar de puerta en puerta
pidiendo a quien os dé
en los ojos con ellas?

¿Habrá habido esta noche
quien hospedaros quiera,
siquiera en un portal
sobre algunas pajuelas?[12]

¿Habrá por dicha alguno
que de vos se conduela
y os dé un poco de pan.
de limosna siquiera?

¿Habrá alguno que os diga
“Hijo, Dios os provea;
aprended un oficio,
servid, que así se medra”?

¿He puesto en vos las manos?
¿Díjeos palabras feas?
No, que no hacéis por qué,
que sois la bondad mesma.

¿Hallaréis, Hijo mío,
quien regalaros[13] sepa
mejor que vuestros padres,
con toda su pobreza?

¿Hallaréis, por ventura,
tan bien guisada cena,
tan bien mullida cama,
ni voluntad más buena?

Quien viere que un buen Hijo
así sus padres deja,
decid, ¿qué pensará,
sino que culpa tengan?

Y cuando, dado caso
que tenerla pudiera
Josef, que no la tiene,
¿es bien que así padezca?

¿Cuándo de casa os fuisteis
sin que yo lo supiera,
sin besarme la mano
y pedirme licencia?

¿Tendréis vida sin mí?
¿Tendréis sin mí paciencia?
Que yo sin vos, Dios mío,
no es posible que pueda.»

La tórtola amorosa
así gimiendo vuela,
hasta que al solo Esposo
segunda vez encuentra.

Renueva su dolor,
su llanto se renueva,
las lenguas están mudas,
los ojos se hacen lenguas[14].

Al cabo de tres días[15],
y treinta mil de ausencia,
se entraron en el Templo
sagrado de las penas;

que el corazón les dice
(que suele ser profeta)
que en el Templo se halla
lo que se pierde fuera[16].

El amor unitivo,
por su virtud secreta,
pudo hacer que tres almas
en un Niño se vieran.

Los gozos, los amores,
las glorias, las ternezas,
dígalas quien las sabe,
si hay Dios quien las sepa.

Alma[17], que en la oración
sueles hallarte seca,
porque Dios se te va,
quizá porque te prueba;

con lágrimas le busca[18],
que tienen cierta fuerza,
con que, aunque más se esconda,
hacen que Dios parezca[19].

Son divinos ventores[20]
que descubren sus huellas,
pues si al cielo se sube,
le bajan a la tierra.

En tu tribulación,
que está contigo piensa,
y que, para librarte,
que le llames espera.

En la iglesia le busca;
sabe por cosa cierta
que no puede dejar
de estar siempre en la iglesia.

Tu dolor le enamora,
tus lágrimas le alegran,
y mientras tú le buscas,
Él te pone la mesa[21].

Abiertos pecho y brazos,
tus abrazos desea;
alma desconsolada,
a sus brazos te[22] llega.

Para cenar contigo
la mesa tiene puesta,
donde su cuerpo comas,
donde su sangre bebas.

Si, por ser confiada,
de tu lado se ausenta,
porque el Niño Jesús
huye de la soberbia,

lo andado del camino
desanda con presteza[23]:
irás por la humildad;
verás cómo le encuentras.

Si por ventura eres
de aquellas más perfectas
que por la vía unitiva[24]
gozan de sus finezas,

regálale[25] amorosa
con miel y con manteca
de un pecho enamorado
y un corazón de cera;

que, niño[26], no se irá
de quien amor le muestra
si no es porque tu amor
con el ausencia[27] crezca.

Si el Niño es más crecido,
es justo, alma, que temas
no se te pierda Dios
cuando menos lo esperas.

Vive desconfiada,
si no quieres ser necia,
que es el más presumido
quien menos le conserva[28].


[1] Habría que pronunciar Josef como palabra llana, pues si la hacemos aguda daría un verso de ocho sílabas; aquí (romance endecha) los versos han de ser heptasílabos.

[2] sin que los dos lo entiendan: sin percatarse de ello.

[3] ¿qué mucho…?: ¿qué tiene de extraño? La expresión se repite un par de veces más, más abajo.

[4] herida cierva … fuente viva / de las aguas eternas: evoca el comienzo del Salmo 41 (42), «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío». En Juan, 7, 37-38 Jesús se proclama como fuente de agua viva: «En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva». 

[5] la Palabra: Jesús es el Verbo, la segunda persona de la Trinidad.

[6] Los padres lloran amorosamente su descuido, sufren ese castigo, sin que nada pueda detener su llanto.

[7] cordera sin mancha: la Virgen María fue concebida sin pecado original.

[8] y sobre rosas vivas / derrama vivas perlas: nótese la construcción quiasmática; perlas por ʻlágrimasʼ es metáfora trillada, prácticamente lexicalizada.

[9] Palabras de la salutación del Arcángel Gabriel a María (cfr. Lucas, 1, 28).

[10] Con errata en el original, «cnntigo».

[11] Dios escondido: lo llama así porque no ha comenzado todavía la vida pública de Jesús (si bien ya se había revelado como Salvador del mundo en la Epifanía).

[12] La Virgen María evoca en estos versos el «No hay posada» recibido en Belén y el nacimiento de Jesús en un humilde portal o establo.

[13] regalaros: cuidaros, agasajaros.

[14] los ojos se hacen lenguas: hacerse lenguas de algo o de alguien es ʻalabarlo encarecidamenteʼ; ahora bien, aquí los ojos se convierten en lenguas, pues María y José están mudos y solo pueden expresar la angustia que sienten a través de sus miradas.

[15] Al cabo de tres días: los tres días en que María y José no encuentran a Jesús son un signo de los tres días de su Pasión, Muerte y Resurrección. Igualmente, la angustia de María durante estos tres días de ausencia (que se le han hecho tan largos como treinta mil) prefiguran también su futuro dolor al pie de la Cruz.

[16] En el original, con errata, «fueaa».

[17] Desde este punto y hasta el final del poema es un apóstrofe al alma, pidiéndole que busque a Jesús como le buscaron sus padres, hasta encontrarlo en la iglesia.

[18] le busca: imperativo, ʻbúscaleʼ; se repite unos versos más abajo.

[19] parezca: aparezca.

[20] En el original, «Sus diuinos ventores», que enmiendo con la edición de 1880: las lágrimas son esos divinos ventores, esto es, perros que ventean la presa ʻDiosʼ. Ventor: «Dicho de un animal: Que, guiado por su olfato y el viento, busca un rastro» (DLE).

[21] Él te pone la mesa: la del banquete eucarístico, como se explicita un poco más abajo.

[22] Añado «te» para completar la medida del verso, que si no sería hexasílabo; te llega: ʻllégateʼ.

[23] lo andado del camino / desanda con presteza: como hicieron María y José.

[24] vía unitiva: unión del alma con la divinidad, en lenguaje místico, tras las etapas previas de la vía purgativa y la vía iluminativa. La palabra vía debe pronunciarse como monosílaba.

[25] regálale: agasájale.

[26] niño: predicativo ʻsiendo niñoʼ, ʻpor ser niñoʼ.

[27] el ausencia: el es forma etimológica del artículo femenino, procedente de illam.

[28] Cito por Romancero espiritual, en gracia de los esclavos del Santísimo Sacramento, para cantar cuando se muestra descubierto, por el maestro José de Valdivielso su capellán, y de la capilla muzárabe en su santa iglesia de Toledo. Añadido y enmendado en esta última impresión por el mismo autor, en Madrid, por doña Mariana del Valle, a costa de Francisco Martínez, mercader de libros, frontero de la calle de la Paz, 1659 [en el colofón con estos otros datos: en Madrid, en la Imprenta de la viuda de Francisco Nieto, 1675], fols. 71r-75v. Hay edición moderna, con prólogo de Miguel Mir, Madrid, Imprenta de D. A. Pérez Dubrull, 1880, donde ocupa las pp. 179-186.

«Sueño triste del Niño Jesús», de Óscar Jara Azócar

Aunque pudiera parecer que tras la Epifanía del Señor acaba ya la Navidad, en realidad su ciclo litúrgico se prolonga hasta el próximo domingo, cuando se celebra la festividad del Bautismo del Señor —en el Jordán, por san Juan Bautista—, acto con el que comienza la vida pública de Jesús. De su infancia son pocos los datos que refieren los evangelios canónicos (la principal excepción es el episodio de su visita al Templo de Jerusalén a los doce años, cuando Jesús se queda hablando sabiamente con los maestros de la Ley). Ese vacío de los primeros años de vida de Jesús lo intentaron rellenar los evangelios apócrifos de la infancia.

Escena de la infancia de Jesús

Días atrás transcribía el poema «La lamparita del pastor», del chileno Óscar Jara Azócar (Viña del Mar, 1906-1988), considerado en su país como «el poeta de los niños». Su libro La noche más linda del mundo (1970) está dedicado íntegramente a la temática navideña. Pues bien, de ese mismo volumen traigo hoy la composición «Sueño triste del Niño Jesús», que nos lo presenta en diálogo con su Madre, tras haber despertado llorando por una pesadilla: la de su muerte en una cruz.

—¡Jesús, Jesús, despierta!
¿Qué sueñas, dueño mío?
¡Despierta aquí en mis brazos,
soy tu canto y tu nido!

La fuerza de mi amparo,
mi vida en tu dormir.
¿Por qué lloras, mi Niño,
no me sientes aquí?

¡Oh, tu llanto en mi pecho
es una duda, un ruego…
Ya estás despierto. Dime,
¿era triste tu sueño?

Y gimiendo en sus trenzas
le responde Jesús:
—Madrecita, soñaba
muriendo en una cruz…[1]


[1] Tomo el texto de Óscar Jara Azócar, La noche más linda del mundo, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1970, pp. 99-100. Modifico ligeramente la puntuación.

«Día de la Epifanía, descubierto el Santísimo Sacramento», romancillo de José de Valdivielso

¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos
su estrella en el oriente y hemos venido a adorarle (
Mateo, 2, 2).

Hoy, 6 de enero, Día de Reyes, celebramos la Epifanía o manifestación de Jesucristo como Hijo de Dios y Salvador del mundo a todas las naciones. José de Valdivielso —otro gran cultivador barroco de la temática navideña, al igual que Lope de Vega— dedicó una de las composiciones de su Romancero espiritual al «Día de la Epifanía, descubierto el Santísimo Sacramento».

Alberto Durero, Adoración de los Magos (1504). Galería Uffizi (Florencia, Italia)
Alberto Durero, Adoración de los Magos (1504). Galería Uffizi (Florencia, Italia).

Desde el punto de vista métrico, se trata de un romancillo (romance de versos hexasílabos, con rima aguda en ó), que repite el hermoso y emotivo estribillo «Atabales tocan / en Belén, pastor; / trompeticas suenan, / alégrame el son». Como es frecuente en estas poesías navideñas de los autores del Siglo de Oro, bajo la aparente sencillez de la forma y la expresión se encierran variados motivos bíblico-teológicos, como explico en las notas al pie. El poema dice así:

Atabales tocan
en Belén, pastor;
trompeticas suenan,
alégrame el son.

De donde el aurora
abre su balcón
y saca risueña
en brazos al sol[1],
vienen Baltasar,
Gaspar y Melchor,
preguntando alegres
por el Dios de amor.
Todos traen presentes
de rico valor,
oro, incienso y mirra
al Rey, Hombre y Dios[2].

Atabales tocan
en Belén, pastor;
trompeticas suenan,
alégrame el son.

La virginal Madre
del Rey Salomón[3],
para la visita,
de fiesta salió.
De estrellas se puso
un apretador[4],
y un manto de lustre
con puntas del sol.
Para los chapines[5],
que bordados son,
virillas[6] de plata
la luna le dio.

Atabales tocan
en Belén, pastor;
trompeticas suenan,
alégrame el son.

De la tierra y cielo[7]
sacó lo mejor,
en el Agnus Dei[8]que al cuello colgó.
Llora el Niño hermoso,
del yelo al rigor,
mas dándole el tres[9]
luego le acalló.
Aunque le ven pobre
y le dan por Dios,
saben que Jüez
volverá mejor[10].

Atabales tocan
en Belén, pastor;
trompeticas suenan,
alégrame el son
[11].


[1] De donde el aurora … en brazos al sol: es decir, del oriente. Ahora bien, más allá de esa referencia meramente geográfica, en este contexto podemos entender también que la Aurora (la Virgen María) saca risueña (da a luz) al Sol (Jesús).

[2] oro, incienso y mirra / al Rey, Hombre y Dios: el oro es símbolo de la realeza; el incienso se ofrecía a la divinidad; la mirra, que se usaba para embalsamar a los muertos, recuerda la condición también humana de Cristo.

[3] Rey Salomón: en una primera lectura, podríamos pensar que casaría mejor aquí «Rey Salvador», pues Salomón fue un antiguo rey de Israel, hijo de David (su historia se narra en el Primer Libro de los Reyes, 1-11, y en el Segundo Libro de las Crónicas, 1-9), y obviamente la Virgen María no fue su madre. Ahora bien, como rey sabio y constructor del Templo de Jerusalén, Salomón es uno de los personajes del Antiguo Testamento que prefiguran a Cristo, que —no lo olvidemos— era también de la estirpe de David. Por eso, creo que puede mantenerse aquí sin problema la lectura «Madre / del Rey Salomón», entendiendo la expresión en el sentido simbólico o figurado que acabo de señalar.

[4] apretador: jubón o almilla sin mangas.

[5] chapines: chapín es «Chanclo de corcho, forrado de cordobán, muy usado en algún tiempo por las mujeres» (DLE).

[6] virillas: adornos en el calzado, especialmente en los zapatos de las mujeres, que les servían también de refuerzo entre el cordobán y la suela.

[7] De la tierra y cielo: el texto original trae «De la tierra, y el cielo», que da siete sílabas. Suprimo el artículo el para regularizar la medida (todos los versos son hexasílabos).

[8] Agnus Dei: «Objeto de devoción consistente en una lámina de cera impresa con alguna imagen» o «Relicario que especialmente las mujeres llevaban al cuello» (ambas definiciones proceden del DLE). Pero, al mismo tiempo, tengamos presente que Jesús es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

[9] tres: «Conjunto de tres voces o de tres instrumentos» (DLE), es decir, los tres Reyes Magos, en este caso. Compárense estos versos del «Romance de los Reyes, descubierto el Santísimo Sacramento», del mismo Valdivielso: «Como el cielo ve que llora / y que tien tanto por qué, / pienso que sin duda quiere / acallarle con un tres». En la edición moderna de 1880 se lee «dándole él tres», lectura que estropea el sentido. Otra posibilidad sería que tres significase algo así como ʻchupeteʼ o ʻsonajeroʼ, pero no encuentro documentada la voz con este significado en los diccionarios.

[10] saben que Jüez / volverá mejor: en su segunda venida a la Tierra (parusía, advenimiento, maranata…), Cristo vendrá con gloria, como dice el Credo, «a juzgar a los vivos y a los muertos» (Símbolo Apostólico: D 7 9).

[11] Cito por Romancero espiritual, en gracia de los esclavos del Santísimo Sacramento, para cantar cuando se muestra descubierto, por el maestro José de Valdivielso su capellán, y de la capilla muzárabe en su santa iglesia de Toledo. Añadido y enmendado en esta última impresión por el mismo autor, en Madrid, por doña Mariana del Valle, a costa de Francisco Martínez, mercader de libros, frontero de la calle de la Paz, 1659 [en el colofón con estos otros datos: en Madrid, en la Imprenta de la viuda de Francisco Nieto, 1675], fols. 156v-157v. Hay edición moderna, con prólogo de Miguel Mir, Madrid, Imprenta de D. A. Pérez Dubrull, 1880, donde ocupa las pp. 283-285.

«Al nacimiento de Cristo», romance de Lope de Vega

No podía faltar en este recorrido por la poesía navideña una composición del Fénix Lope de Vega, autor que cultivó con asiduidad esta temática[1]. Ya en años anteriores han entrado en el blog otros poemas suyos como «Las pajas del pesebre…», «De una Virgen hermosa / celos tiene el sol», «Zagalejo de perlas, / hijo del Alba», «Nace el alba María, / y el Sol tras ella», «Reyes que venís por ellas, / no busquéis estrellas ya», «Campanitas de Belén», «Al Santo Nombre de Jesús» o «Los celos de San José».

Mateo Gilarte, Adoración de los Pastores. Museo Nacional del Prado (Madrid, España)
Mateo Gilarte, Adoración de los Pastores. Museo Nacional del Prado (Madrid, España).

El que traigo hoy se titula «Al nacimiento de Cristo» y dice así:

Repastaban[2] sus ganados
a las espaldas de un monte
de la torre de Belén
los soñolientos pastores,

alrededor de los troncos
de unos encendidos robles,
que, restallando a los aires,
daban claridad al bosque.

En los nudosos rediles
las ovejuelas se encogen;
la escarcha en la hierba helada
beben pensando que comen.

No lejos los lobos fieros,
con los aullidos feroces,
desafían los mastines,
que adonde suenan, responden.

Cuando las escuras[3] nubes,
de sol coronado, rompe
un Capitán celestial
de sus ejércitos nobles[4],

atónitos se derriban
de sí mismos los pastores,
y por la lumbre las manos
sobre los ojos se ponen.

Los perros alzan las frentes,
y las ovejuelas corren
unas por otras turbadas
con balidos desconformes[5].

Cuando el nuncio soberano
las plumas de oro descoge[6],
y enamorando los aires,
les dice tales razones:

«Gloria a Dios en las alturas,
paz en la tierra a los hombres[7],
Dios ha nacido en Belén
en esta dichosa noche.

»Nació de una pura Virgen;
buscalde[8], pues sabéis dónde,
que en sus brazos le hallaréis
envuelto en mantillas pobres».

Dijo, y las celestes aves
en un aplauso conformes
acompañando su vuelo
dieron al aire colores.

Los pastores, convocando
con dulces y alegres voces
toda la sierra, derriban
palmas y laureles nobles.

Ramos en las manos llevan,
y coronados de flores,
por la nieve forman sendas
cantando alegres canciones.

Llegan al portal dichoso
y aunque juntos le coronen
racimos de serafines,
quieren que laurel le adorne.

La pura y hermosa Virgen
hallan diciéndole amores
al niño recién nacido,
que Hombre y Dios tiene por nombre[9].

El santo viejo[10] los lleva
adonde los pies le adoren,
que por las cortas mantillas
los mostraba el Niño entonces.

Todos lloran de placer,
pero ¿qué mucho[11] que lloren
lágrimas de gloria y pena,
si llora el Sol por dos soles[12]?

El santo Niño los mira,
y para que se enamoren,
se ríe en medio del llanto,
y ellos le ofrecen sus dones.

Alma, ofrecelde los vuestros[13],
y porque el Niño los tome,
sabed que se envuelve bien
en telas de corazones[14].


[1] Baste recordar su volumen Pastores de Belén. Prosas y versos divinos de Lope de Vega Carpio (Madrid, Juan de la Cuesta, 1612).

[2] Repastaban: volvían a dar de pastar.

[3] escuras: forma usual en la lengua clásica por oscuras.

[4] un Capitán celestial / de sus ejércitos nobles: el ángel que anuncia a los pastores el nacimiento del Salvador.

[5] desconformes: disconformes, discordantes entre sí.

[6] descoge: despliega, extiende.

[7] Cfr. Lucas, 2, 14 y ss.

[8] buscalde: buscadle, forma de imperativo con metátesis; lo mismo que ofrecelde, unos versos más abajo.

[9] Hombre y Dios tiene por nombre: alusión a la doble naturaleza, humana y divina, de Cristo.

[10] El santo viejo: san José.

[11] ¿qué mucho…?: ¿qué tiene de extraño…?

[12] llora el Sol por dos soles: el Niño Jesús (el Sol) llora por los dos soles que son sus ojos.

[13] Alma, ofrecelde los vuestros: todo el romance ha sido narrativo, pero los cuatro últimos versos constituyen un apóstrofe al alma para que ofrezca sus dones al Niño: «sabed que se envuelve bien / en telas de corazones», con juego de palabras dilógico en telas (prendas tejidas, para abrigarse) y las telas del corazón (la membrana que lo recubre). Cfr. el inicio de la carta de don Quijote a Dulcinea: «Soberana y alta señora: El ferido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene» (Quijote, I, 25).

[14] Tomo el texto de Centro Virtual Cervantes, Poesía navideña hispánica, modificando ligeramente la puntuación.

«Soñaba la Virgen María», de Miguel de Unamuno

Vaya para este 3 de enero el poema de Miguel de Unamuno «Soñaba la Virgen María», que en sus Obras completas va fechado el «22-XII-30». El poema está formado por tres serventesios de versos eneasílabos[1], siendo todos los pares de rima aguda. Desde el punto de vista temático lo más destacado es que, en ese momento de gozo y plenitud que es el nacimiento de Jesús («alba del tiempo» con «sueños de luz»), el sueño de la Virgen, sin embargo, anticipa ya la Pasión de su Hijo («soñaba la Virgen María, / cantaba soñando la cruz»). Este mezclar el gozo de la natividad con el dolor —anticipado o intuido— de la Pasión y Muerte de Cristo es algo habitual en la poesía navideña española de raigambre tradicional[2].

Giovanni Battista Salvi da Sassoferrato, Virgen María con el Niño Jesús
Giovanni Battista Salvi da Sassoferrato, Virgen María con el Niño Jesús.
Colección privada. Web Gallery of Art.

Estaba la Virgen María
meciendo el pesebre en Belén;
brizándole[3] a Dios que dormía;
estribillo del brizo era amén.

Soñaban el buey y el borrico,
soñaban con la creación,
y Dios ¡ay qué niño tan rico!
dormía sin ensoñación.

El alba del tiempo apuntaba,
vestía a los sueños de luz;
soñaba la Virgen María,
cantaba soñando la cruz[4].


[1] Todos los versos del poema son eneasílabos, menos el cuarto, que tiene diez sílabas. Tal vez «estribillo» sea un error por «estribo», palabra con la que se regularizaría la cuenta silábica. Sea como sea, mantengo la lectura habitual de las distintas ediciones.

[2] Baste recordar el famoso villancico de Lope «Las pajas del pesebre, / niño de Belén, / hoy son flores y rosas, / mañana serán hiel. […] Las que para abrigaros / tan blandas hoy se ven / serán mañana espinas / en corona cruel».

[3] brizándole: ʻacunándoleʼ; y brizo, que aparece en el verso siguiente, es «Cuna para mecer los niños» (Diccionario histórico de la lengua española). Son voces caras a Unamuno; compárense, por ejemplo, estos versos de «Las montañas de mi tierra», de Poesías: Vizcaya: «De mi tierra el mar bravío / briza a las montañas, / y ellas se duermen sintiendo / mar en las entrañas»; o estos otros del soneto XL de De Fuerteventura a París, referidos a las «olas de consuelo» que le trae el mar en su destierro: «¿Sois acaso sirenas o delfines / a brizar mi recuerdo estremecido / que de la mar se ahoga en los confines?».

[4] Cito por Miguel de Unamuno, Obras completas, tomo XV, Poesías III, Cancionero, prólogo, edición y notas de Manuel García Blanco, Madrid, Afrodisio Aguado, 1958, núm. 1569, p. 709. Texto recogido también en Tallas y poemas del Niño-Dios, Madrid, Publicaciones Españolas, 1967, s. p.

La «Oración del Año Nuevo», de José María Pemán

El otro día transcribía el «Villancico de las manos vacías», de José María Pemán (Cádiz, 1897-Cádiz, 1981); y para hoy, día de Año Nuevo y Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, traigo su «Oración del Año Nuevo», que reza —nunca mejor dicho— así:

Señor: para este día
del Año Nuevo te pido
—antes que la alegría,
antes que el gozo claro y encendido,
antes que la azucena
y que las rosas—
una curiosidad ancha y serena,
un asombro pueril frente a las cosas…

Quiero que ante el afán de mi mirada
enamorada y pura
todo tenga un misterio de alborada
que me deslumbre a fuerza de blancura.

Quiero ser el espejo con que el río
convierte en gozo nuevo la ribera;
quiero asombrarme del estío
y enamorarme de la primavera.

Señor y padre mío:
dame el frescor de esa pradera llana,
riégame del rocío
de tu mejor mañana.

Hazme nuevo, Señor;
y ante el cielo y los campos y la flor,
haz que mi asombro desvelado diga:
Señor: ésta es la rosa, ésta es la espiga…
¡y esto que lleva dentro es el amor![1]


[1] Cito por José María Pemán, Poesía esencial, estudio preliminar y selección de José Enrique Salcedo Mendoza, Motril (Granada), Imprenta Comercial, 2002, pp. 114-115.

«El ángel de Belén que vino en helicóptero», de Gloria Fuertes

De esa «mujer de verso en pecho» que fue Gloria Fuertes ya han entrado en el blog otros poemas navideños, en concreto el villancico «Ya está el niño en el portal» y su famoso «El camello cojito». Vaya para hoy, último día del año, esta otra composición, «El ángel de Belén que vino en helicóptero», recogida en su libro para niños Lo primero es lo primero. Lo primero es el Belén, ilustrado por Marifé González.

Ilustración de Marifé González en el libro de Gloria Fuertes Lo primero es lo primero. Lo primero es el Belén

Sécate el parabrisas.
Límpiate el parabesos.
Cepíllate las alas
y entrénate en el vuelo.

Aterriza en Belén,
encima del pesebre.
San José, pensativo.
La Virgen tiene fiebre.

(Y empezó a cantar a Dios
el ángel aviador).

El aire frío azotaba,
el ángel se equivocaba.

—¡Gloria, Gloria, Gloria Fuertes!
—¡Que no, que no, criatura!
¡Gloria a Dios en las alturas!

«La lamparita del pastor», de Óscar Jara Azócar

El chileno Óscar Jara Azócar (nacido en Viña del Mar en 1906, fallecería en 1988) fue considerado en su país como «el poeta de los niños». Entre su producción se cuentan estos títulos: Canciones de juventud, El jardín de las estampas, Viña del Mar, Lo que soy esta noche, El día de la madre, El libro de los niños: cuentos en verso, La poesía y el teatro de la escuela, Naipe de espuma, La isla de silencio, Era en el bosque. Poesía y teatro para los niños de América, Lagarta y jazmín, Chile:  dramatizaciones de su historia, Mis mejores versos para niños. Antología y La noche más linda del mundo. Este último volumen poético, del año 1970, está dedicado íntegramente a la temática navideña. De las composiciones que lo forman he seleccionado «La lamparita del pastor», un romance endecha con rima aguda en á (salvo la primera cuarteta, que presenta rima aguda en ó), el cual tiene toda la gracia y sencillez de los villancicos tradicionales y no requiere ningún comentario.

Pastorcilla con un farol

Con una lamparita
va el hijo del pastor
en busca del pesebre
donde nació el Señor.

Con tierno afán pregunta:
—¿Dónde estará el portal?
Los corderitos fueron
y yo me quedé atrás…

¿Un ángel no contesta
por esta oscuridad?
¿Si no será el camino
donde el Niñito está?

Un resplandor me cubre.
¡Estoy en el portal!
¡Un niño tan hermoso
no vi nunca jamás!

Traigo mi lamparita,
no tengo nada más;
para adorarte, ¡en ella
mi corazón está![1]


[1] Tomo el texto de Óscar Jara Azócar, La noche más linda del mundo, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1970, pp. 73-74. Modifico ligeramente la puntuación. Véase Miguel Moreno Monroy, «La Navidad en algunos poetas chilenos», El Mercurio (Santiago de Chile), 24 de diciembre de 1972, p. 41.

El «Villancico de la espera en el portal», de Jesús Górriz Lerga

Ya en otras ocasiones he traído al blog algunos poemas navideños de Jesús Górriz Lerga (Pamplona, 1932-Pamplona, 2016). En una entrada antigua pueden leerse el «Villancico del anuncio gozoso», el «Villancico del vagabundo», el «Villancico del corolario que resume el gozo», los «Gozos para entonar en la Nochebuena» y el «Romancillo de la Natividad del Señor», y en otras más recientes añadí el «Villancico que repite la letanía de siempre» y el «Soneto para un alumbramiento». Copiaré hoy su «Villancico de la espera en el portal», perteneciente también a su poemario Memorial del gozo (1994), todo él de temática navideña. Se trata de un romance con rima á o que presenta la particularidad de que en todas las cuartetas el primer verso es el mismo, «La Virgen y San José». Cabe destacar asimismo la estructura “circular” de la composición, con esa repetición de «Mientras tanto…», en los versos cuarto y último, que subraya la esperanzada espera de la llegada del Niño.

La Virgen María embarazada y San José

También en la espera incide, asimismo, la repetición del verso «siguen los dos esperando» en las coplas décima y undécima (que constituyen una variatio respecto al verso segundo del poema, «están los dos esperando»); e igualmente la formulación «siguen, minuto a minuto, / con su reloj, esperando…», de la novena.

La Virgen y San José
están los dos esperando
el nacimiento del niño
que ha de venir. Mientras tanto…

La Virgen y San José,
sueño arriba y sueño abajo,
mullen la paja de trigo
y caldean el establo.

La Virgen y San José
preparan el aguinaldo:
dátiles de la palmera
y naranjas del naranjo.

La Virgen y San José
miran el cielo y el campo;
tres mil millones de estrellas
en el rocío temblando.

La Virgen y San José
tienen parientes lejanos;
después de que nazca el niño
serán mucho más cercanos.

La Virgen y San José
no pueden dormir, pensando
en Nazaret, cuando tenga
allí, tres o cuatro años.

La Virgen y San José
con la miel a flor de labio
ensayan nanas sabidas
para poder acunarlo.

La Virgen y San José
tienen el alma temblando,
lo mismo que con la brisa
estremécense los álamos.

La Virgen y San José,
entre el gozo y el encanto,
siguen, minuto a minuto,
con su reloj, esperando…

La Virgen y San José
siguen los dos esperando.
(Por las colinas se acercan
arcángeles afinando.)

La Virgen y San José
siguen los dos esperando.
Él nacerá cuando quiera
acostarse en su regazo.

La Virgen y San José
miran de nuevo sus manos.
Silenciosamente. Al punto.
Cerca. Pronto. Mientras tanto…[1]


[1] Cito por Jesús Górriz Lerga, Memorial del gozo, Pamplona, edición del autor [Eurograf], 1994, pp. 30-31. Añado una coma al final del primer verso de la octava cuarteta.