«A Cristo en la Cruz, un pecador penitente», romance de Agustín López de Reta

Agustín López de Reta (Artajona, Navarra, 1631-1705) fue miembro de la veintena y procurador en las Cortes de Olite de 1688[1]. Como escritor, tradujo Los cinco libros del consuelo de la filosofía de Anicio Manlio Severino Boecio (que publicó Vicente Rodríguez de Arellano en 1805). Además acabó la Vida de Nuestra Señora de Antonio Hurtado de Mendoza, escrita en verso, y añadió al final tres composiciones propias, según indica el título completo del libro, que es como sigue: Vida de Nuestra Señora. Escribíala don Antonio Hurtado de Mendoza. Continuábala don Agustín López de Reta. Y añade dos romances, a Cristo en el Sacramento y a Cristo en la Cruz. Y una paráfrasis del Padre Nuestro. Dedícala a la muy ilustre señora doña Leonor de Arbizu y Ayanz, con privilegio, en Pamplona, por Martín Gregorio de Zabala, impresor del reino, año 1688. De las tres composiciones finales añadidas por López de Reta, transcribo aquí la dedicada «A Cristo en la Cruz, un pecador penitente», un largo romance con rima é-a.

Cristo en la Cruz-Zurbaran.jpg

Hoy, Señor, un delincuente
a tomar sagrado[2] llega
adonde ve ejecutarse
la justicia más sangrienta.
En esa ara mis insultos
alcanzar indulto[3] esperan,
ya que muere el inocente
porque el culpado no muera.
Si Jove, deidad fingida[4],
porque infante habitó en Creta
para permutar desdichas
concedió allí ciertas ferias,
Tú, Jesús, Dios verdadero,
más liberal[5] con la tierra
donde naciste, publicas
ferias hoy más opulentas
en que los males del hombre
a bienes de Dios se truecan,
pues de sus deudas te encargas
y tus méritos le entregas;
y así, cuanto de mis disculpas
mayor el número sea,
más derecho alegar puedo
al tesoro de tus penas.
Al sumar mis culpas, si hay
suma que las comprehenda,
cuanto por muchas me asustan,
por toleradas me alientan,
pues si excediendo al guarismo
las excedió tu paciencia,
ya no son más que testigos
de que es tu piedad inmensa.
Mi vida siempre en errores
obstinadamente terca
fue de tus misericordias
temeraria feliz prueba,
pues tentando las alturas
de tu bondad mi torpeza
antes le faltó la sonda
que topase fondo en ellas[6].
Infinidad tiene en sí
cualquier culpa por ser hecha
contra Dios, mas Dios hecho hombre,
otra infinidad le aumentas:
porque serte un hombre ingrato
viendo humanada tu esencia,
pecado es transcendental
que a cualquiera otro se agrega;
pero a tus padecimientos
aunque doblen mis ofensas,
¿cuánta infinidad les sobra
después de satisfacerlas?
Gracia fue tuya primero
que pagar por mí quisieras,
mas hecho esto es ya justicia
que se cancelen mis deudas.
Con tales descargos tuyos
no sólo pagadas quedan,
mas de tu cielo el tesoro
pienso alcanzar en las cuentas.
Tantas finezas divinas
que hasta hoy mi vida les cuesta
a tu amor a proseguirlas
en lo restante le empeñan;
pues si retiras la mano
de tantas munificencias
vendrá a ser más lastimoso
desperdicio la escaseza[7].
Prosíguelas, pues, Señor,
no porque yo las merezca,
mas porque te debo tantas
que te lo merecen ellas.
Ten ya clemencia, Dios mío,
destas tus mismas clemencias
y no me dejes perder,
si ya no quieres perderlas.
Si para lograrse falta
que yo te las agradezca,
sólo falta que me des
gracia para agradecerlas[8].
Sin ti nada el hombre puede
esta verdad tuya eterna,
luego Tú cumples en él
sus obligaciones mesmas.
Concédeme, pues, que yo
sepa pagar tus larguezas,
porque cuanto más te pague
otro tanto más te deba.
Crezcan así beneficios
y agradecimientos crezcan,
al infinito proceso
de tan fiel correspondencia.
Dame aquel amor ardiente
que quieres que yo te tenga;
concédeme lo que mandas
y mándame lo que quieras.
Ya tienes hecho lo más
en la mudanza primera
de mi voluntad rebelde,
hoy ya a la tuya sujeta.
Si aun cuando estuvo obstinada
hiciste tanto por ella,
¿qué no harás cuando ya pone
la neutralidad siquiera?
De la perdición pasada
a la presente tibieza
más distancia hubo que falta
desde tibia hasta resuelta.
Si es limpiar la área el principio
en toda fábrica[9] nueva,
ya de mis afectos rudos
desmontaste la maleza.
Para hacer el hombre nuevo
que hoy de mí formar intentas,
ya en mi corazón mudado
te doy una firme piedra.
Firme digo, porque fío
en la virtud de tu diestra
que has de darle de constancia
cuanto tuvo de dureza;
y que cuando sea inhábil
su depravada materia,
le has de criar limpio y darme
entrañas de intención recta.
Perficiona[10] este edificio
que empezó ya tu grandeza,
pues desdice el no acabarle
de económica prudencia;
y la tuya, ¡oh sabio Padre
de familias!, mal pudiera
de los gastos de sus obras
haberle errado en la cuenta.
Bien conociste el empeño
de las forzosas expensas
de que hecho el cómputo aún sobra
caudal en tu omnipotencia.
Si ella el poder asegura,
del querer hace evidencia
el ver que tu querer solo
te ha puesto de esa manera.
Si para matar mi muerte
tu vida, mi Dios, desprecias,
¿cómo puedes despreciar
el triunfo de tu pelea?
No cabe en ti, que sería
manifiesta inconsecuencia,
en descrédito de tantas
maravillas estupendas.
Que fueses hombre, ¿a cuál hombre
pudo caberle en la idea?
Y cuando lo imaginara[11],
¿qué osadía lo pidiera?
Mas, después que Tú, movido
sólo de bondad interna,
esa inopinable extraña
metamorfosis ordenas,
¿qué esperanza hay tan cobarde,
qué imaginación tan lerda,
que abiertas en tus heridas
no halle a su salud las puertas?
Para ti sólo pequé,
que sólo Tú hacer supieras
de tan funesto veneno
atriaca[12] tan perfecta.
Pequé, ¿qué más puedo hacerte,
¡oh soberana defensa
del hombre!, para que ostentes
tu poder en mi flaqueza?
Pues del muro de mi pecho
eres la fiel centinela[13],
más vigilancias te piden
los estragos de sus brechas.
Fortalécelas, Señor,
si hallar quieres fortaleza
en mí, que aun en mí ser puede
fuerte lo que Tú pertrechas.
Mas si me dejas, Dios mío,
¿a cúyo amparo[14] me dejas?,
pues de tus desvíos siento
tan costosas experiencias.
¿Qué padre que lleva asido
al hijo que a andar empieza
le suelta la mano, viendo
que ha de caer, si lo suelta?
¿Y cuál niño que, violento
entre próvidas pigüelas[15]
y acariciado de riesgos,
por desasirse forceja,
si se aparta y se lastima
su ignorancia no lamenta
a quejas más explicadas
en más balbuciente lengua?
Así de torpes caídas
y de travesuras necias
a ti, oh mi Padre amoroso,
pronuncio a llantos mis quejas.
Y aunque yo, desayudado
de mí, explicarlas no sepa,
no hace falta mi voz donde
mi necesidad vocea.
Riscos, que por bocas abren
mudas horrorosas cuevas
sólo a grito ajeno rompen
los silencios que bostezan[16];
y si es cóncavo desierto
de bienes, yerto de peñas,
mi pecho, ¿qué voz dar puede
que eco de otra voz no sea?
Las inspiraciones tuyas
con grito eficaz desciendan[17]
a mi corazón alientos,
y palabras tuyas vuelvan.
Como veloz pluma escriba
lo que Tú dictes mi lengua
y en mi entendimiento quede
tu sabiduría impresa.
Tú, que los vasos vacíos
de licor süave llenas,
llena ya mis ansias mudas
de divinas afluencias.
Pero ¿qué estilo o cuál óleo
que me explique o me enriquezca
habrá como enmudecer
deshecho en lágrimas tiernas?[18]
Ya mis libertades lloro
y renunciarte quisiera
mi albedrío, cuyo arrojo
tantas veces me escarmienta.
Mas no, mi Dios, ya me alegro
de que siempre mía sea
mi voluntad, por tener
algo que siempre te ofrezca.
Ya yo te la entrego hoy toda
conque, si fuese esta entrega
inflexible, ya de hoy más
ociosos sus actos fueran.
Y yo te amo y quiero amarte
con firme voluntad nueva,
que como antigua se arraigue
y como verde florezca,
que es gloria de mis extrañas
cuando esto celo apacientan,
que a buitre siempre insaciable
siempre renazcan eternas[19].
El gran dolor que mis culpas
me causan sólo le templa
ver que tu misericordia
tanto en ellas resplandezca:
mostrarse así a los inicuos[20]
tus caminos con mis huellas,
dando a los impíos ejemplo
para que a ti se conviertan.
¡Oh, tú soberano Alcides[21]
que, con la virtud paterna,
a la hidra de mis costumbres
destroncaste las cabezas!,
de su fecundo veneno
que tantas de nuevo engendra,
esta caridad ardiente
cauterice ya las venas.
Tus incendios que al Calvario
trasladan todo el Oeta[22],
y unida a ti la vil ropa
de mortal infección queman,
humanas pasiones mías
apuren, y pues te dejan,
Dios, ya impasible, en mí alientos
de padecer por ti enciendan.
¡Oh, arranca ya de mi pecho
las más entrañadas prendas,
aunque al desasirse rompan
las fibras en que se enredan!
Disciérnase así la parte
sana de la parte enferma,
y de cizaña enemiga
el grano de tu cosecha[23].
Guardártele fiel prometo
y aseguro esta promesa,
porque sé que es el cumplirla
tan tuyo como el hacerla.
Ofrecerla de mi parte
sería loca soberbia;
hacerla de parte tuya
es confianza discreta.
Pues si te ofrecen mis voces
santa irrevocable enmienda,
memoriales son que piden
lo que ofreciéndote expresan.
Pero van tan confiadas
de alcanzar cuanto te ruegan,
que a prometerte se pasan
lo que a pedirte comienzan.
Y aun confiar en tu ayuda
sin tu ayuda no pudiera,
mas para huir de tus dones
poder sobra en mi flaqueza.
Que, en fin, es sólo obra tuya
que esta mi voluntad quiera
obrar bien y que a ser pase
obra la voluntad buena.
Pues todo lo haces, no es más
cuanto yo de mí te ofrezca,
que ofrecerme por hechura
en que tus obras se vean.
Tuya es cualquier victoria
en vida, que toda es guerra[24],
cuando en Cruz los brazos alzas
porque yo con ellos venza[25].
A cuyo mástil atada
la razón que me gobierna
de halagüeños apetitos
sabrá burlar las sirenas[26].
Tú, sacro Anfión[27], compones
cuando a las tirantes cuerdas
de ese instrumento te ajustas
murallas que me defiendan.
Si abrigó el pecho en afectos
áspides que le envenenan,
en ti, exaltada Serpiente[28],
salud prodigiosa encuentra.
Y en tu arco, elevado Orfeo[29],
con dulcísima violencia[30],
como a ti lo atraes todo,
todo el corazón me llevas[31].


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] tomar sagrado: los delincuentes se acogían a sagrado, entrando en una iglesia o convento, porque allí no podía pasar la justicia a capturarlos.

[3] insultos … indulto: nótese el juego paronomástico.

[4] Jove, deidad fingida: Jove es Júpiter; a ese dios, que es «deidad fingida», se contrapone Jesús, que es «Dios verdadero».

[5] liberal: pródigo, espléndido, generoso.

[6] sonda … topase fondo: quiere decir que la bondad de Dios es insondable, no encuentra el fondo de la bondad de Dios, por mucho que descienda la sonda de los pecados.

[7] escaseza: usa esta forma, en vez de escasez, por la rima en é-a del romance.

[8] gracia para agradecerlas: juega con la idea de agradecer y con gracia, en el sentido de gracia divina.

[9] fábrica: construcción, edificación.

[10] Perficiona: perfecciona.

[11] Y cuando lo imaginara: y aun cuando lo imaginara, aunque lo imaginara.

[12] atriaca: antídoto, contraveneno.

[13] la fiel centinela: esta palabra se usaba normalmente en femenino.

[14] a cúyo amparo: al amparo de quién.

[15] entre próvidas pigüelas: compara al niño revoltoso con un ave de cetrería, que quiere liberarse de las pihuelas que lleva puestas en las patas (una especie de correa con que se sujetan esas aves).

[16] Parece eco gongorino, de la descripción de la cueva de Polifemo: «De este, pues, formidable de la tierra / bostezo, el melancólico vacío / a Polifemo, horror de aquella sierra, / bárbara choza es, / albergue umbrío, / y redil espacioso donde encierra / cuanto las cumbres ásperas cabrío, / de los montes, esconde: copia bella / que un silbo junta y un peñasco sella» (Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, ed. de Alexander A. Parker, Madrid, Cátedra, 1987, vv. 41-48).

[17] desciendan … alientos: entiéndase con sentido transitivo (alientos sería objeto directo de desciendan).

[18] Entiéndase aquí: no hay estilo ni pintura capaz de encarecer lo que quiero decir, y la mejor forma de hacerlo es guardar silencio y llorar.

[19] Evoca aquí el mito de Prometeo: después de robar el fuego de Efesto, fue castigado por Zeus; permanecía encadenado y un águila le devoraba el hígado, que se regeneraba constantemente. Es un mito de castigo, reinterpretado aquí en sentido positivo.

[20] inicuos: injustos.

[21] soberano Alcides: Alcides es Hércules, uno de cuyos doce trabajos consistió en matar a la hidra de Lerna, monstruo o serpiente de varias cabezas. Nótese esta nueva reutilización de un ejemplo de la mitología clásica en sentido cristiano.

[22] Oeta: monte de Grecia, mencionado por Cervantes en su Viaje del Parnaso.

[23] Alusión a la parábola de la cizaña (Mateo, 13, 24 y ss.).

[24] en vida, que toda es guerra: la vida como una milicia, y el cristiano como miles Christi (soldado de Cristo), es idea tópica de la literatura religiosa.

[25] los brazos alzas / porque yo con ellos venza: evoca una de las famosas victorias de los ejércitos de Israel, sobre los amalecitas, a los que vencían mientras Moisés tenía los brazos en alto.

[26] Se evoca aquí a Ulises, que consiguió oír el canto de las sirenas al ordenar a sus hombres que lo atasen al mástil de su navío, para no ser arrastrado por su encanto. De nuevo, reutilización de la mitología.

[27] sacro Anfión: recibió como regalo de Hermes una lira y vivió consagrado a la música. Es tópico comparar a Cristo en la Cruz con Anfión y su lira.

[28] exaltada Serpiente: pudiera parecer audaz esta imagen de Reta (ya que la serpiente se asocia tradicionalmente al demonio, mientras que aquí Dios es una «exaltada Serpiente»), pero se trata de una reminiscencia bíblica, de Números, 21, 1-9: cuando los israelitas atraviesan el desierto tras escapar de Egipto, muchos de ellos mueren mordidos por las serpientes; por indicación del Señor, Moisés fabrica una serpiente de bronce y la coloca en un asta. Todos los mordidos por las serpientes que miran a la serpiente de bronce, sanan. Esta serpiente exaltada en el asta es trasunto de Cristo salvador en la Cruz. El autor juega además con otro motivo repetido: el del campesino que abriga en su pecho a un áspid moribundo, para resultar finalmente picado por él.

[29] elevado Orfeo: es el músico, cantor y poeta por excelencia, que toca la lira y la cítara. Es prototipo de Cristo (igual que Orfeo domesticaba a los animales, Cristo hace lo propio con los hombres, con su cántico nuevo). Véase el auto sacramental de Calderón El divino Orfeo.

[30] dulcísima violencia: típico oxímoron barroco.

[31] Vida de Nuestra Señora, Pamplona, 1688, pp. 191-204.

«Los peligros de Madrid» (1646) de Bautista Remiro de Navarra (y 3)

En definitiva, como hemos podido ver en las dos entradas anteriores, Los peligros de Madrid de Bautista (Baptista) Remiro de Navarra constituyen una guía y aviso para forasteros, una brújula para navegar por el proceloso mar de la Corte madrileña sin naufragar en los escollos de damas pidonas, para no dejarse arrastrar por los bellos cantos de tan engañosas sirenas[1]. La crítica ha destacado la habilidad del autor en el retrato de sus personajes. Así, Antonio José Rioja Murga escribe:

A nuestro modo de ver, los personajes remirianos constituyen, sin lugar a dudas, un verdadero ejercicio de maestría literaria, ya que se muestran como auténticos paradigmas de los personajes-tipo, amén de prestar un valioso servicio a la intención de un autor que se adivina costumbrista[2].

Un costumbrista madrileñoEste estudioso aboga por rescatar esta «curiosa, misógina y divertida obra del injusto ostracismo literario al que se ha visto forzada». Reconoce que, aunque no se trata de una pieza maestra de nuestra literatura aurisecular, no por ello carece de interés y méritos literarios, y la califica de «pintoresco retablo costumbrista»[3]. Del mismo modo, José Esteban ha destacado la «excelente intuición costumbrista» del autor, que sería el «primer costumbrista madrileño». En efecto, Remiro de Navarra se adelanta a otros autores como Juan de Zabaleta (El día de fiesta por la mañana, 1654, y El día de fiesta por la tarde, 1660) o Francisco Santos (Día y noche de Madrid, 1663). Terminaré esta sucinta evocación citando de nuevo a Arredondo, quien afirma que estamos ante un libro atípico, que no es propiamente una novela cortesana, ni tampoco una grave reflexión moral sobre los vicios y pecados:

Lo más curioso de Los peligros de Madrid es, precisamente, esa mezcla de temas apicarados, estructuras narrativas y digresiones varias de un autor omnipresente, que envuelve todo en agudezas conceptistas para insertarlo en ambientes, calles, costumbres, fiestas y tipos madrileños[4].

Y más adelante, tras señalar que la obra interesa por ser pieza representativa de la prosa conceptista, añade que, desde el punto de vista del género narrativo, constituye

un curioso libro de avisos, ya que su contenido no es estrictamente noticioso, ni exclusivamente moralizador. Ese tono de Los Peligros…, ambiguo, fluctuante entre el relato apicarado y las obras de consejo y reflexión, marca un punto de inflexión entre las narraciones apicaradas de Salas Barbadillo, las digresiones de ideología conservadora de Castillo Solórzano, la vena satírica de Vélez de Guevara en El Diablo Cojuelo, y las moralizaciones dogmáticas, ejemplarizantes y “costumbristas” de Zabaleta y Santos[5].


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] Antonio José Rioja Murga, «Sobre Los peligros de Madrid de Baptista Remiro de Navarra (1646)», Angélica. Revista de Literatura, 5, 1993, p. 141. Sobre el autor y el libro, ver además Agustín G. de Amezúa y Mayo, Un costumbrista madrileño olvidado del siglo XVII, Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 1956; Herman Iventosch, «Spanish Baroque Parody in Mock Titles and Fictional Names», Romance Philology, XV, 1, 1961, pp. 29-39; Fernando González Ollé, «Conceptismo y crítica textual. A propósito de Los peligros de Madrid», en Studia Ibérica: Festchrift für Hans Flasche, Berna, A. Francke, 1973, pp. 189-196; Lee Fontanella, «Peligros de Madrid», en Poemas y ensayos para un homenaje, Madrid, Tecnos, 1976, pp. 67-79; Antonio María Soledad Arredondo, «Avisos sobre la capital del orbe en 1646: Los peligros de Madrid», Criticón, 63, 1995, pp. 89-101; y Alberto Rodríguez Rípodas, «Remiro de Navarra y Los peligros de Madrid», en Álvaro Baraibar, Tapsir Ba, Ruth Fine, Carlos Mata Induráin (eds.), Textos sin fronteras: literatura y sociedad, Pamplona, Eunsa, 2010, pp. 399-414.

[3] Rioja Murga, «Sobre Los peligros de Madrid de Baptista Remiro de Navarra (1646)», p. 144.

[4] María Soledad Arredondo, introducción crítica a Baptista Remiro de Navarra, Los peligros de Madrid, Madrid, Castalia /Consejería de Educación y Cultura de la Comunidad de Madrid, 1996, p. 14.

[5] Arredondo, introducción a Los peligros de Madrid, p. 24.

Un milagro de San Francisco Javier en Nápoles

Bandera de NavarraSiendo hoy 3 de diciembre, festividad de San Francisco Javier y Día de Navarra, y estando en Nápoles, participando en el Congreso Internacional «Nápoles y la cultura teatral hispánica», coorganizado por la Seconda Università degli Studi di Napoli, el Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) de la Universidad de Navarra y la Fondazione Pietà deʼ Turchini-Centro di Musica Antica di Napoli, en colaboración con el Instituto Cervantes de Nápoles y otras instituciones, no estará de más honrar al Santo copatrón de Navarra, el más universal de todos los navarros, evocando un milagro suyo en Nápoles, el obrado en la persona del padre Marcelo Mastrilli.

San Francisco Javier

Este milagro ha sido estudiado con mayor detalle por María Gabriela Torres Olleta, en su trabajo «Relación de un prodigioso milagro de San Francisco Javier en Nápoles» (Pamplona, Universidad de Navarra, 2003, colección «Pliegos volanderos del GRISO, núm. 4), donde escribe:

El milagro del padre Marcello Mastrilli es uno de los más conocidos de San Francisco Javier. Viene recogido en relaciones, cartas y hagiografías tanto de San Francisco como de Mastrilli. Lo encontramos, entre otros textos, en la Vida y milagros de San Francisco Javier del padre Francisco García; en El Apóstol de las Indias y Nuevas Gentes, de Cristóbal de Berlanga; en El Príncipe del mar, San FranciscoJavier, de Lorenzo Ortiz; sin que falte mención del mismo en los sermones del famoso padre Antonio Vieyra y otros lugares.

El padre Marcello Mastrilli nació en Nola, Nápoles, en 1603. De familia noble entró en la Compañía a pesar de la oposición de su padre. Se educó en el colegio de Nápoles, donde hizo estudios clásicos, filosofía y teología y enseñó gramática. En diciembre de 1633, mientras desmontaban los altares de la fiesta de la Purísima en el palacio del virrey, le cayó accidentalmente un martillo en la cabeza, de cuya herida curó por intercesión milagrosa de San Francisco Javier, que se le apareció en forma de peregrino.

El padre Mastrilli, poco después de su curación, partió para la India el 7 de abril de 1635, junto con treinta y dos jesuitas y dieciséis padres de otras religiones. Llegó a Japón en 1637 en plena persecución contra los cristianos, y murió martirizado en Nagasaki el 17 de octubre de 1637.

El padre Nieremberg, en su obra Varones ilustres de la Compañía de Jesús, cuenta su vida, el viaje tan deseado a las Indias y las atrocidades de su martirio. Incluye también la relación del famoso milagro de San Francisco Javier así como los numerosos milagros que a su muerte fueron concedidos por sus méritos a sus devotos.

Después de la curación milagrosa Mastrilli inició la famosa «Novena de la Gracia», que se haría muy popular, en honor de San Francisco y desde entonces quiso llamarse Marcelo Francesco Mastrilli Felicísimo Indiano.

El San Francisco que se aparece al padre Mastrilli sale de una imagen devota que tiene en su habitación, donde figura en forma de peregrino, iconografía reflejada con frecuencia por pintores y escultores, y muy común en la tradición cristiana que entiende la vida en la tierra como peregrinaje hacia el Cielo. De esta imagen milagrosa se hicieron al parecer muchas copias, y curiosamente en muchas relaciones posteriores de milagros javerianos el santo se describe «tal como se apareció al padre Marcelo». Y además también será milagrosa la «imagen con el milagro que obró con el bendito padre Marcelo Mastrilli» (Vida y milagros … del padre García), en una multiplicación de niveles de representación o juego de espejos muy barroco. [1]


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.


El soneto «Contigo irá mi sombra», recreación quijotesca de Sagrario Torres

En la entrada anterior me refería al poemario Íntima a Quijote (Madrid, Asociación de Escritores y Artistas Españoles, 1986), de Sagrario Torres, y ofrecía algunos datos sobre la autora y su intención al escribir este libro: ofrecer una carta de respuesta íntima (y de ahí el título) a la maravillosa carta de amores que el enamorado caballero escribe en Sierra Morena a su amada Dulcinea del Toboso. Hoy comentaré brevemente la estructura externa del libro, y reproduciré luego uno de sus poemas, el bello soneto con que se cierra, titulado «Contigo irá mi sombra». Este texto constituye una buena síntesis de su contenido y quintaesencia la intención de la autora al escribirlo (tras ver morir a don Quijote, «ante su cadáver juré fidelidad inquebrantable a su espíritu y a su fama», escribía en las palabras introductorias). En fin, podrá servir, además, como una pequeña muestra del estilo poético de Sagrario Torres.

Tras las dedicatorias y las dos páginas con unas someras explicaciones dirigidas «Al lector» (pp. 9-10) —algunos de cuyos párrafos ya reproduje—, encontramos a modo de lema las célebres palabras dedicadas por Dostoievski, en su Diario de un escritor (1873-1876), a la inmortal novela cervantina: «No se puede hallar una obra más profunda y poderosa que el Quijote», etc. Después, el libro se divide en las siguientes secciones:

—Una Primera parte, titulada «Visiones dolorosas y excelsas en Cervantes, donde se ha querido ver lo sobrenatural para el alumbramiento de Don Quijote». Consta de tres apartados: una «Introducción» (el poema «Un hombre entre paredes húmedas»); I, «Quijote: No pudo ser un ciego azar»;  y II, «Quijote: Creció tu cuerpo en lentas perfecciones».

—Un Intermedio, con cuatro apartados: I, «Quijote: Santo mío. Altar para mi incienso», encabezado por un lema de Unamuno en Vida de don Quijote y Sancho sobre la Tolosa y la Molinera; II, «Quijote: Las nodrizas celestes»; III, «En homenaje a [la] Tolosa y la Molinera»; y IV, «Quijote: En la noche de luna».

—La Segunda parte, titulada «Después de las amarguras que sufrió Don Quijote durante largo tiempo, y que a ninguna, por conocidas, se hace alusión», que se divide en: I, «Muchos soles brillaron»; II, «Quijote: El mundo ya no es grande», con otro lema unamuniano, extractado también de la Vida de don Quijote y Sancho, ahora relacionado con Aldonza; y III,  «Quijote: Después de cien galas».

—Cierra el libro una composición última, el soneto «Contigo irá mi sombra», que constituye una especie de canción de envío a don Quijote, ya después de su muerte.

Muerte de Alonso Quijano el Bueno

El poemario de Sagrario Torres bien merece una atención más detenida. Mientras llega el momento de dedicarle ese análisis de mayor profundidad[1], me limitaré a copiar aquí el hermoso soneto final, que sintetiza el mensaje de todo el poemario, el cual constituye una interesante recreación poética quijotesca. Aquí la locura amorosa se ha contagiado por completo a la voz lírica femenina. Especialmente hermoso resulta el segundo terceto, en el que la mujer promete una compañía fiel («Contigo irá mi sombra») al caballero ideal que —más allá de su muerte física– seguirá peleando eternamente contra la injusticia («Cuando cruces / de nuevo un mundo de dolor y queja»), pero contando siempre con el apoyo de su enamorada, compañera puesta en pie a su lado («me alzaré como un monte hacia tu vida») para ayudarlo incondicionalmente en la defensa de la libertad y de todos los valores positivos que encarnaron —y seguirán encarnando— la lucha y los anhelos todos de don Quijote. Este es el texto completo del poema:

Bajo mi rostro a tu perfil yacente
que alumbra el lecho de tu alcoba oscura.
Un escarchado arroyo es tu figura
y en ríos van mis ojos a tu frente.

Yo caliento tu helor inútilmente.
Párpados tuyos besa mi locura,
pómulos, labios de tu boca pura.
En fuego y frío estamos solamente.

Vienen tinieblas a envolver las luces
de tu cuerpo que asciende y que me deja
para siempre olvidada y confundida.

Contigo irá mi sombra. Cuando cruces
de nuevo un mundo de dolor y queja,
me alzaré como un monte hacia tu vida[2].


[1] Puede verse la reseña de Francisco Mena Cantero, «Sobre Íntima a Quijote», Cuadernos de Nueva Poesía (Asociación Prometeo de Poesía), abril de 1987, s. p.; y, con más detalle, el estudio de José María Balcells, «Sagrario Torres y su poema de amor al Quijote», en Jesús-María Nieto Ibáñez (coord.), Lógos Hellenikós. Homenaje al Profesor Gaspar Morocho, León, Universidad de León, 2003, pp. 903-911.

[2] Sagrario Torres, Íntima a Quijote, Madrid, Asociación de Escritores y Artistas Españoles, 1986, p. 65. 

El soneto «A la rosa» de Antonio de Solís

Este texto, que se presenta con el subtítulo de «Moralidad burlesca», nos ofrece una versión paródica del tópico de la brevedad de la rosa. En efecto, cuando un tema literario se ha gastado, por su excesiva reiteración, una de las formas de renovarlo, de lograr cierta originalidad, consiste precisamente en buscar su revés burlesco, que es lo que hace aquí Solís: dejando de lado el juego de palabras del primer cuarteto basado en la dilogía de botones (los ʽcapullos de las rosasʼ, las ʽflores todavía cerradasʼ y ʽlas piezas pequeñas para abrochar los vestidosʼ), que se actualiza a su vez por la derivación hojas / ojales, las connotaciones humorísticas se concentran en los dos tercetos, en los que se expresan los distintos (y siempre negativos) posibles destinos de la rosa; culminado todo ello, a modo de epifonema jocoso, con el decimocuarto verso: «Si esto es ser rosa, ¡el diablo que sea rosa!».

Monos oliendo una rosa

Viene abril y ¿qué hace? En dos razones
viste a un rosal de hojas, que ha tejido,
y luego toma y dice: «Este vestido
tiene ojales; pues démosle botones».

Dáselos, y los rompen a empujones
las hormillas, que el tiempo ha colorido,
ascuas hoy que la púrpura ha encendido
de los que eran ayer verdes carbones.

Nace la rosa, pues, y apenas deja
el botón, cuando un lodo la salpica,
un viento la sacude, otro la acosa,

ájala un lindo, huélela una vieja,
y al fin viene a parar en la botica.
Si esto es ser rosa, ¡el diablo que sea rosa![1].


[1] Cito por Varias poesías sagradas y profanas que dejó escritas (aunque no juntas ni retocadas) don Antonio de Solís y Ribadeneyra…, recogidas y dadas a luz por don Juan de Goyeneche…, en Madrid, por Manuel Fernández, 1732, p. 61.

El soneto «Rosa divina, que en gentil cultura» de Sor Juana Inés de la Cruz

El soneto de Sor Juana Inés de la Cruz, editado bajo el epígrafe «En que da moral censura a una rosa, y en ella a sus semejantes», muestra el traslado del tópico de la brevedad de la rosa (como tantos otros propios de la literatura aurisecular) a tierras americanas. En el texto encontramos motivos ya muy conocidos («la cuna alegre y triste sepultura», v. 8; «Cuán altiva en tu pompa presumida / soberbia el riesgo de morir desdeñas», vv. 9.-10; «caduco ser», v. 12), que se van imbricando en un soneto de estructura perfecta y gran elaboración retórica, rematado con los dos últimos versos que encierran, de forma grave y sentenciosa, la lección moral del desengaño barroco: «Conque con docta muerte y necia vida / viviendo engañas y muriendo enseñas».

Rosas marchitas

Rosa divina, que en gentil cultura
eres con tu fragante sutileza
magisterio purpúreo de belleza,
enseñanza nevada de hermosura,

amago de la humana arquitectura,
ejemplo de la vana gentileza,
en cuyo ser unió naturaleza
la cuna alegre y triste sepultura.

¡Cuán altiva en tu pompa presumida
soberbia el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida

de tu caduco ser das mustias señas!
Conque con docta muerte y necia vida
viviendo engañas y muriendo enseñas[1].


[1] El texto está recogido en Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas, I, Lírica personal, ed. de Alfonso Méndez Plancarte, México, Fondo de Cultura Económica, 1951, núm. 147, p. 278. En este enlace puede escucharse una versión musicada por Russell M. Cluff.

El poema «A la rosa» de Francisco de Rioja

Otro texto que vuelve sobre los mismos tópicos del desengaño barroco (cercanía del nacimiento y la muerte, carácter efímero de toda belleza, etc.) es el conocido poema «A la rosa» del sevillano Francisco de Rioja (1583-1659). Poco es lo que se puede añadir a lo ya comentado a propósito de otros poemas, salvo la equiparación aquí de la rosa con la llama y con el dios Amor; o la indicación que aporta Blecua en nota a los vv. 19-20: «Alude a la conversión de las rosas blancas en rojas por la sangre de Venus».

Rosa de fuego

Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo,
y ni valdrán las puntas de tu rama
ni tu púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado presurosa?
El mismo cerco alado,
que estoy viendo rïente,
ya temo amortiguado,
presto despojo de la llama ardiente.
Para las hojas de tu crespo seno
te dio Amor de sus alas blandas plumas,
y oro de su cabello dio a tu frente.
¡Oh fiel imagen suya peregrina!
Bañote en su color sangre divina
de la deidad que dieron las espumas;
y esto, purpúrea flor, esto ¿no pudo
hacer menos violento el rayo agudo?
Róbate en una hora,
róbate silencioso su ardimiento
el color y el aliento.
Tiendes aún no las alas abrasadas
y ya vuelan al suelo desmayadas.
Tan cerca, tan unida
está al morir tu vida,
que dudo si en sus lágrimas la Aurora
mustia tu nacimiento o muerte llora[1].


[1] Cito por José Manuel Blecua, Poesía de la Edad de Oro, II, Barroco, Madrid, Castalia, 2003, pp. 250-251, con alguna leve modificación en la puntuación.

El soneto de Quevedo «Esta, por ser, ¡oh Lisi!, la primera»

Este soneto de Francisco de Quevedo pertenece a su cancionero amoroso Canta sola a Lisi y la amorosa pasión de su amante y se presenta bajo el epígrafe «Ofrece a Lisi la primera flor que se abrió en el año». El texto me interesa especialmente porque supone un planteamiento innovador, en el contexto de la serie que estamos analizando: aparece el tema de la brevedad de la belleza (ver especialmente el primer terceto, con léxico y motivos usuales), pero se renueva al afirmar el yo lírico que la flor podrá superar su destino efímero, podrá eternizarse («adquiera en larga vida eterna aurora», v. 14) prendida en el cabello de la amada. Escriben Lía Schwartz e Ignacio Arellano en nota a su edición:

El ofrecimiento de la primera flor que se abre en la estación se presenta como homenaje a la amada, cuya descripción, con metáforas que comparan sus facciones a rosas, lirios o claveles, es tópica. La imagen de la flor, además, connota la brevedad de la vida y el carácter efímero de la belleza; el soneto, pues, está relacionado, semánticamente, con las recreaciones del carpe diem o del collige, virgo, rosas, sin constituir estrictamente una imitación de estos motivos.

Por lo demás, el soneto destaca por su notable elaboración retórica (hipérbaton en el verso inicial, anáfora del deíctico esta en los vv. 1-5, paronomasia calores / colores en los vv. 2-3, juego de derivación Lógrese / mal logre en los vv. 12-13, etc.).

Niña con flores en el pelo

Esta, por ser, ¡oh Lisi!, la primera
flor que ha osado fiar de los calores
recién nacidas hojas y colores,
aventurando el precio a la ribera;

esta, que estudio fue a la primavera,
y en quien se anticiparon esplendores
de el sol, será primicia de las flores,
y culto con que la alma te venera.

A corta vida nace destinada,
sus edades son horas; en un día
su parto y muerte el cielo ríe y llora.

Lógrese en tu cabello, respetada
de el año; no mal logre lo que cría;
adquiera en larga vida eterna aurora[1].


[1] Es el núm. 108 de Francisco de Quevedo, Un Heráclito cristiano, Canta sola a Lisi y otros poemas, ed. de Lía Schwartz e Ignacio Arellano, Barcelona, Crítica, 1998, p. 175.

La letrilla de Quevedo «A un rosal»

La letrilla lírica de Francisco de Quevedo «A un rosal» (se construye como un apóstrofe al mismo) reitera los mismos tópicos que venimos examinando en poemas anteriores de distintos autores: la poca duración de la belleza y frescura de sus flores, que no pasa de un día («si aun no acabas de nacer / cuando empiezas a morir», vv. 7-8; «si es tus mantillas la aurora, / es la noche tu mortaja», vv. 21-22). Y, como consecuencia, la enseñanza del desengaño encerrada en el estribillo: de nada sirve vanagloriarse de tan efímera belleza, pues las rosas, perdida su lozanía, pronto quedarán reducidas a espinas.

Rosal

Rosal, menos presunción
donde están las clavellinas,
pues serán mañana espinas
las que agora rosas son.

¿De qué sirve presumir,
rosal, de buen parecer,
si aun no acabas de nacer
cuando empiezas a morir?
Hace llorar y reír
vivo y muerto tu arrebol
en un día o en un sol;
desde el Oriente al ocaso,
va tu hermosura en un paso,
y en menos tu perfección.

Rosal, menos presunción
donde están las clavellinas,
pues serán mañana espinas
las que agora rosas son.

No es muy grande la ventaja
que tu calidad mejora:
si es tus mantillas la aurora,
es la noche tu mortaja.
No hay florecilla tan baja
que no te alcance de días;
y de tus caballerías,
por descendiente de la alba,
se está rïendo la malva,
cabellera de un terrón.

Rosal, menos presunción
donde están las clavellinas,
pues serán mañana espinas
las que agora rosas son[1].

Espinas


[1] Es el núm. 207 de Francisco de Quevedo, Poesía original completa, ed. de José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1990, p. 233, donde figura bajo el epígrafe de «Letrilla lírica».

El soneto de Calderón «Estas que fueron pompa y alegría»

Este soneto de Calderón, editado a veces bajo el marbete «A las flores», lo recita don Fernando en El príncipe constante, delante de Fénix, al tiempo que le muestra un ramillete de flores. Haciendo ahora abstracción de la situación dramática en que tal texto se inserta, y de la función que cumple en esa comedia calderoniana, podemos leerlo como texto lírico independiente, uno más de la serie que conforma el tema de la brevedad de la rosa que venimos examinando en las últimas entradas. Encontramos repetidos motivos y expresiones que ya nos aparecían en textos anteriores, como por ejemplo la bella formulación del verso 11, «cuna y sepulcro en un botón hallaron». Al final, toda esa belleza de las flores «será escarmiento de la vida humana» (v. 7). En esta ocasión, los dos cuartetos y el primer terceto desarrollan los motivos relacionados con las flores, en tanto que el segundo terceto explicita la enseñanza moral.

Rosas marchitas

Estas, que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana,
durmiendo en brazos de la noche fría.

Este matiz, que al cielo desafía,
iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!

A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.

Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y expiraron,
que, pasados los siglos, horas fueron[1].


[1] Puede verse un comentario de este texto en Rafael Osuna, Los sonetos de Calderón en sus obras dramáticas. Estudio y edición, Chapel Hill, University of North Carolina-Publications of the Department of Romance Languages, 1974, p. 51. En algunas versiones, en el v. 8, en vez de «emprende» se lee «aprende».