Lope de Vega y el mecenazgo (8): el epistolario con el duque de Sessa

Epistolario de Lope de VegaDe toda esa relación entre Lope de Vega y el duque de Sessa tenemos en el Epistolario testimonio excelente[1]. Llama la atención ese tono servil extremo en muchas ocasiones, por más que se descuente la retórica de la adulación. Rastreando las cartas se pueden acumular pasajes sin cuento en los que Lope se manifiesta esclavo sumiso del duque, sometido a su voluntad, decidido a brindarle su sangre si la necesita un caballo del noble…; ahí van algunos testimonios:

Por vida de Carlillos, Señor Excelentísimo, que me pesa de no haber ganado a Vuestra Excelencia la gracia en tantos días que es necesaria para abonar una voluntad tan lisa, como lo ha de ser la de un desigual a los rayos de un gran señor, pues no cree Vuestra Excelencia lo que le adoro, estimo y reverencio por sí mismo. ¿Qué se me da a mí de mi cuñado, de mi hijo, de mi mujer, de mí, para con la tierra que Vuestra Excelencia pisa, mas que ni haya beneficios ni difuntos? Lo que yo quisiera tener en esta ocasión fuera cien mil doblones que enviar a Vuestra Excelencia, todos en las arcas del duque, porque fueran de Segovia. Y es esto tanta verdad, que el día que Vuestra Excelencia lo pruebe en mi sangre y en un alma que tengo, la aventuraré por servirle, como si tuviera muchas, y como debo y deseo a quien ya elegí por dueño, amo y señor lo que durare la vida; su estilo de Vuestra Excelencia, su entendimiento, su prudencia, su cordura, su generosa condición, me obligan, me enseñan, me cautivan, me pagan.

… no sé que Vuestra Excelencia me haya buscado, porque de rodillas hubiera ido desde aquí a su casa, como me obliga amor natural que le tengo, y la razón de servir al mayor príncipe que tiene España en grandeza, en entendimiento y en saber hacer honra y merced. […] tengo hecha resolución de no tener otro amparo que a Vuestra Excelencia, hijo de tan gran padre y nieto de tales agüelos cuales no los vio ni tendrá el mundo. […] Vuestra Excelencia me mande avisar cuándo quiere que vaya a verle, a servirle, a reverenciarle, que por vida de Carlos que le saque la sangre por darla a un criado de Vuestra Excelencia, que no tengo más que encarecer.

Yo no deseo ni quiero más bien que asistir a servir a Vuestra Excelencia lo que tuviere de vida, porque es mi bienhechor y en quien tengo fundadas las esperanzas della, aunque Dios manda que nadie las tenga en los príncipes, pero no dijo en los que tienen tantas virtudes y excelencias, que aunque no hubieran nacido con ella, se lo llamaran por las muchas de sus virtudes. Lisonjero parezco en esta carta, y no es, señor mío, ansí […] la razón desto es el estar yo tan enamorado, que el lenguaje a los que lo están corre con este estilo, aunque sea hablando con Dios, que es el último encarecimiento.

… si fuera de importancia mi sangre, ya no tuviera un átomo en las venas. Por vida de Vuestra Excelencia, señor, que no se fatigue, sino mire cómo y en qué quiere entretenerse, que como un lebrel de Irlanda está a sus pies, leal y firme, mientras tuviere vida…

… le juro como montañés que si mi sangre fuese necesaria a un caballo de Vuestra Excelencia, no dudaría sacármela toda…

Este tono de rendimiento y este lenguaje que parece amoroso en ocasiones han hecho pensar al psiquiatra Carlos Rico Avello en una «psicopatología» peculiar y en inclinaciones homosexuales entre mecenas y poeta, muy poco verosímiles. Las inclinaciones de ambos iban por otro camino y las cartas ofrecen abundante material para reconstruir parte de las historias amorosas de los dos.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Lope de Vega y el mecenazgo (7): conoce al duque de Sessa

Para la relación de Lope con los mecenas resulta crucial el año de 1605, cuando conoce al joven duque de Sessa, don Luis Fernández de Córdoba Cardona y Aragón, sexto duque del título, que tenía a la sazón veinte años menos que el poeta[1]. El encuentro marca la vida de los dos, que ya no se separarán hasta la muerte del Fénix, cuyo entierro sufraga el duque.

Conocemos muy bien estas relaciones gracias a un copioso epistolario, donde Lope va recogiendo infinidad de noticias, detalles, episodios domésticos, solicitudes de ayuda, peticiones de dinero, y todo tipo de asuntos —especialmente amorosos y eróticos— suyos y de Sessa, quien lo empleó de alcahuete, portavoz de sentimientos y autor de poesías encargadas para el consumo de los placeres eróticos del potentado, entre gestiones menos escabrosas. Sessa, con afición de coleccionista, recogía comedias y versos de Lope, y guardó también muchas cartas que formaban cinco tomos, de los cuales se han perdido dos.

Lope de Vega

Nunca se ha establecido seguramente en la historia de España una servidumbre tan estrecha, que se permita un tono tan familiar, a veces jocoso y hasta obsceno, aliado a la autohumillación más extrema del poeta frente al noble, para desembocar al fin en una melancólica resignación al no conseguir entrar en la nómina de servidores fijos de Sessa, con derecho a ración y quitación (alimento, o dietas, y salario). El duque nunca perteneció a las camarillas más próximas al poder: en numerosas cartas alude Lope de Vega a los posibles apoyos que podría solicitar el duque de don Rodrigo Calderón, favorito del privado Lerma. Poco consigue y las esperanzas depositadas en el nuevo régimen del conde-duque de Olivares tampoco resultan satisfechas, aunque el duque forma parte de comitivas reales, fiestas y embajadas.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Lope de Vega y el mecenazgo (6): las fiestas de Valencia de 1599

En 1599 Lope acompaña al marqués de Sarria a Valencia, donde estaban el rey Felipe III y la infanta Isabel Clara Eugenia, esperando a sus respectivos consortes que llegaban de Italia[1]. En las fiestas celebrativas Lope participa con gran actividad. En una de las plazas valencianas se representó su auto Las bodas del Alma con el Amor divino, con dos loas o prólogos, en el cual ingeniosamente se describe «al pie de la letra cómo su Majestad de Filipo entró en Valencia». La Barrera duda de algún historiador que atribuye a Lope el papel de gracioso en alguna de las funciones teatrales de la ocasión. Seguramente hay alguna confusión con la «actuación graciosa» que tuvo Lope en las fiestas nupciales, que coincidieron con el carnaval, y que se describen en un manuscrito conservado en la Biblioteca General de la Universidad de Valencia (Libro copioso y muy verdadero del casamiento y bodas de las majestades del rey de España don Felipe tercero con doña Margarita de Austria):

… iban delanteros dos máscaras ridículas, cual uno de ellos fue conocido ser el poeta Lope de Vega, el cual venía vestido de botarga, hábito italiano, que era todo de colorado, con calzas y ropilla seguidas, y ropa larga de levantar, de chamelote negro con una gorra de terciopelo llano en la cabeza, y este iba a caballo con una mula baya, ensillada a la jineta y petral de cascabeles, y por el vestido que traía y arzones de la silla llevaba colgando diferentes animales de carne para comer, representando el tiempo del Carnal, como fueron muchos conejos, perdices y gallinas y otras aves colgadas por el cuello y cintura […] les estuvo hablando a su majestad y alteza, que muy bien lo podían oír de lo alto de los balcones […] la cual máscara como buen poeta les dijo a los dos hermanos muy buenas cosas y palabras discretas y todo lo que decía era en verso muy bien compuesto en alabanza de su majestad y alteza de la infanta, que se lo estaban escuchando, y con otros muchos loores de la majestad de la reina doña Margarita de Austria […] les dijo maravillas, todo en verso italiano, como Botarga, que es figura italiana, y después con lindo verso español lo declaraba en romance castellano, que lo podían muy bien entender todos los que lo oían las elegancias y discreciones que les decía…

Hizo, entre otras composiciones, la relación en octavas reales Fiestas de Denia al Rey Católico Felipo III de este nombre, dedicada a la madre del marqués de Sarria, doña Catalina de Sandoval y Zúñiga, hermana del duque de Lerma.

Portada de Fiestas de Denia

En 1600 Lope de Vega abandona la casa del marqués para ir a Sevilla, desde donde hace diversos viajes y estancias en Madrid, Granada y Toledo.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Lope de Vega y el mecenazgo (5): con el marqués de Sarria

En 1598 hallamos al poeta como secretario de otro noble importante, don Pedro Fernández de Castro y Andrade, marqués de Sarria, y más tarde VII conde de Lemos, con quien estuvo un par de años[1].

Don Pedro Fernández de Castro y Andrade

Lope se refiere a las tareas domésticas de camarero que le tocó desempeñar con el marqués, aunque bien puede ser una figura retórica de modestia y exageración. Citamos de nuevo a la Barrera:

En el año de 1598 entró Lope a servir con título de secretario, pero desempeñando, a la vez que las obligaciones de tal, otras más humildes, al joven Marqués de Sarria, don Pedro Fernández Ruiz de Castro y Osorio, primogénito y sucesor de don Fernando, VI Conde de Lemos, de Castro, Andrade y Villalba, y de su esposa doña Catalina de Sandoval y Zúñiga, hermana del Duque de Lerma. Contaba el Marqués de Sarria solo veintidós años, y dotado de superiores talentos y de una sólida instrucción, cultivaba las letras y se honraba con la amistad de los más distinguidos ingenios. Lope correspondía a su favor y estimación, profesándole constantemente el más cariñoso afecto, y no se desdeñó, muchos años después, de publicar (en la Filomena, 1621) una Epístola que le había dirigido por los años de 1607, en que se leen estos versos:

El dulce trato del discurso nuestro
(perdonad el lenguaje) os tuvo y quiso
por señor, por Apolo y por maestro.

[…]

Mostrara yo con vos cuidado eterno,
mas haberos vestido y descalzado
me enseñan otro estilo humilde y tierno.

En otra carta que le escribió […] dice: «Ya sabéis cuánto os amo y reverencio, y que he dormido a vuestros pies como un perro». Con el auxilio, sin duda, y la ilustrada protección del Marqués de Sarria, dio a la estampa nuestro Lope en 1598 dos obras suyas, la Dragontea y la Arcadia.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Lope de Vega y el mecenazgo (4): con el marqués de Malpica

C. A. de la Barrera, Nueva biografía de Lope de VegaTras dejar la casa del duque de Alba sirve de secretario al marqués de Malpica, a quien dedica el soneto «Mientras al austro rompe el pardo lino» de las Rimas[1]. El erudito Cayetano Alberto de la Barrera, en su pionera Nueva biografía de Lope de Vega (1864), recoge algunas noticias, de las pocas que guardamos sobre este mecenazgo, y la mayoría de segunda mano:

Sospecho que dejó Lope la casa del Duque de Alba en el año de 1596; y si fue así, pudo muy bien dar motivo a esta determinación el suceso cuya noticia queda ya estampada con referencia al Sr. Zuaznávar. Encausado, en efecto, aquel insigne ingenio, durante el expresado año, ante la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, por ilícitas relaciones con D.ª Antonia Trillo, aun cuando no sufriese encarcelamiento, quizá se vio en la precisión de atender exclusivamente a su defensa, y en la imposibilidad de acompañar al Duque en sus soledades de Alba de Tormes. Por otra parte, según ya hemos indicado, interpretando aquella frase final de la Arcadia, donde habla Lope, refiriéndose a sí propio, de «seguir nuevo dueño y nueva vida, con dudosa fortuna», pudiera creerse que voluntariamente cambió entonces de señor y pasó a servir al Marqués de Malpica, también en clase de secretario; colocación de que nos da noticia Montalbán, si bien (por consecuencia del fundamental error de su relato) fijándola en el año de 1588. Como quiera que fuese, el hecho de haber servido Lope de Vega Carpio de secretario al Marqués de Malpica antes de 1598 se halla comprobado por documentos existentes en el archivo de aquella ilustre casa, gran número de ellos escritos de mano del eminente poeta. Debo esta noticia al señor don Antonio de Latour, benemérito de las letras españolas y mi singular favorecedor, quien me asegura haberla oído repetidas veces de boca de la Señora Marquesa, que últimamente acaba de fallecer.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Lope de Vega y el mecenazgo (3): con el duque de Alba

Una vez que pasan los años de destierro del reino, al que fue condenado en el proceso que le entabló Jerónimo Velázquez, Lope se instala en Toledo y entra al servicio de don Antonio Álvarez de Toledo y Beaumont, V duque de Alba, nieto del famoso general de Flandes[1]. Durante unos cinco años se desempeña como secretario del duque, con residencia en Alba de Tormes junto a su mujer Isabel de Urbina.

Alba de Tormes

En Alba escribe varias comedias (El maestro de danzar, El favor agradecido, El leal criado…) y sobre todo La Arcadia, novela pastoril en clave donde se cuentan bajo el disfraz poético algunos sucesos amorosos del duque. En la Égloga a Claudio traza una pequeña autobiografía en la que recuerda su estancia en Alba y la escritura de esta «historia verdadera»:

Sirviendo al generoso duque Albano
escribí del Arcadia los pastores,
bucólicos amores
ocultos siempre en vano
cuya zampoña de mis patrios lares
los sauces animó de Manzanares.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Lope de Vega y el mecenazgo (2): con el obispo de Ávila

La primera vinculación importante documentada es la que mantiene Lope con don Jerónimo Manrique, obispo de Ávila, quien gustó, según parece, de la primera comedia que hizo Lope en tres jornadas, La pastoral de Jacinto[1]. Pérez de Montalbán, tras narrar una escapada juvenil de Lope con un amigo, da noticia de su llegada a Madrid, con poca hacienda:

Luego que llegó a Madrid, por no ser su hacienda mucha y tener algún arrimo que ayudase a su lucimiento, se acomodó con don Jerónimo Manrique, obispo de Ávila, a quien agradó sumamente con unas églogas que escribió en su nombre y con la comedia La pastoral de Jacinto, que fue la primera que hizo de tres jornadas…

Catedral de Ávila, escudo del obispo

Poco más sabemos de los servicios de Lope a don Jerónimo Manrique, a quien recuerda en algunas ocasiones, como en estos versos de La Filomena:

Criome don Jerónimo Manrique,
estudié en Alcalá, bachillereme,
y aun estuve de ser clérigo a pique.

O en esta carta al obispo de Ávila, escrita en enero de 1619, solicitando una capellanía:

Habrá tres años que hablé a vuestra señoría, informándole de los muchos que serví al obispo mi señor don Jerónimo Manrique, y ofreciendo mi persona para cualquiera de las capellanías que vacase. El amor que le tuve fue inmenso; las obligaciones, reales; las pocas letras que tengo le debo: holgaré de acabar mi vida en esa santa iglesia, ayudado de otro beneficio sin obligación que me ha dado el señor Duque de Sessa.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Lope de Vega y el mecenazgo (1): introducción

El caso de Lope en relación con el fenómeno del mecenazgo es uno de los más significativos de su época[1]. Aunque sus ingresos no parecen escasos, sus gastos eran más. Pérez de Montalbán, en la Fama póstuma, habla de las economías de Lope con tonos admirativos:

Fue el poeta más rico y más pobre de nuestros tiempos. Más rico porque las dádivas de los señores y particulares llegan a diez mil ducados; lo que le valieron las comedias, contadas a quinientos reales, ochenta mil ducados; los autos seis mil; la ganancia de las impresiones mil y seiscientos, y los dotes de entrambos matrimonios siete mil, que hacen más de cien mil ducados, fuera de doscientos y cincuenta de que le hizo merced su majestad en una pensión de Galicia […] sin otras liberalidades secretas de tanta cantidad, que hablando una vez el mismo Lope de las finezas del duque, su señor, aseguró que le había dado en el discurso de su vida veinticuatro mil ducados en dinero…

Monedas

Sin embargo, a juzgar por las quejas que disemina el poeta, en bastantes ocasiones sufrió dificultades, seguramente exageradas para provocar la generosidad de sus mecenas. Se vislumbra, además del objetivo de conseguir beneficios materiales y respaldo social, una fascinación de Lope por el mundo aristocrático, que en el caso de sus relaciones con el duque de Sessa derivan a un tono de verdadera autohumillación.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

El mecenazgo en tiempos de Lope de Vega (y 3)

Una modalidad más estricta de mecenazgo es la que consiste en aceptar a un escritor como secretario o servidor, con puesto fijo en nómina (meta que no resulta siempre fácil de conseguir a los escritores)[1]. La relación de ingenios auriseculares que ejercieron de secretarios de nobles sería larga: Luis Vélez de Guevara mantiene una constante vinculación a la nobleza (sirve al cardenal don Rodrigo de Castro, arzobispo de Sevilla, y luego al conde de Saldaña) que se manifiesta en el tratamiento y selección de asuntos de sus comedias, igualmente vinculados a esa aristocracia a la que sirve. Antonio de Solís fue secretario del conde de Oropesa. El poeta Pedro de Espinosa sirve al duque de Medina Sidonia en Sanlúcar de Barrameda, a quien dedica su principal poesía panegírica. Gabriel Bocángel fue bibliotecario del cardenal infante don Fernando de Austria. Al conde-duque de Olivares debe Francisco de Rioja los nombramientos de Cronista de Su Majestad y Bibliotecario Real, así como varios beneficios de capellanías diversas.

Los hermanos ArgensolaEn cuanto a los hermanos Argensola, su buena relación con la aristocracia de su tiempo es proverbial: Lupercio Leonardo sirve como secretario a don Fernando de Aragón, duque de Villahermosa, y más tarde (en 1610) acompaña, también en calidad de secretario, al conde de Lemos, que parte al virreinato de Nápoles, donde forma una corte literaria en la que entran Mira de Amescua, Barrionuevo y otros poetas. A los mismos señores sirve su hermano Bartolomé Leonardo… Muchos otros siguen parecidas trayectorias, con mejor o peor fortuna, en las casas de los nobles.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

El mecenazgo en tiempos de Lope de Vega (2)

El fenómeno más característico de la relación literatura-nobleza es sin duda el del mecenazgo, fenómeno nada nuevo, pero que en el Siglo de Oro conoce una expansión extraordinaria[1].

Portada de la Primera parte del Quijote, dedicada al duque de BéjarQuizá la manifestación más superficial del mecenazgo es la constituida por las omnipresentes dedicatorias de libros que los escritores enderezan a los nobles, generalmente para conseguir poco más que los gastos de impresión o como muestra de deferencia, pleitesía u ofrecimiento de servicios. Para el duque de Béjar va la Primera parte del Quijote, y para el conde de Lemos la segunda, las Novelas ejemplares y el Persiles; al duque de Uceda dedica las Tardes entretenidas Castillo Solórzano, cuya Huerta de Valencia se ofrece al marqués de Molina, don Pedro Fajardo; Quevedo dedica al conde de Lemos el Sueño del Juicio final y El alguacil endemoniado; en el Sueño del infierno redacta una dedicatoria irónica «Al ingrato y desconocido lector», pero El mundo por de dentro se dirige al duque de Osuna… La lista sería, claro está, inacabable.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.