Técnicas narrativas en «Doña Blanca de Navarra» de Navarro Villoslada

Para mantener el interés de la acción y, por consiguiente, la atención del lector, Francisco Navarro Villoslada[1] maneja algunos recursos de intriga y una serie de elementos de tipo folletinesco o dramático similares a los utilizados en otras novelas históricas del momento. Esos elementos narrativos y recursos de intriga pueden agruparse en diversas categorías: 1) la ocultación de la verdadera identidad de algún personaje; 2) el uso de disfraces; 3) el empleo de prendas y objetos simbólicos; 4) obstáculos para el amor de los amantes; 5) incidentes dramáticos relacionados con el fuego; 6) elementos de superstición; 7) utilización de venenos; y 8) otros recursos dramáticos.

Papel y pluma

Iremos examinando, en sucesivas entradas, todos estos recursos y elementos relacionados con las técnicas narrativas, que son, como ya indicaba, los habituales en el género de la novela histórica romántica española, los que encontramos repetidos a modo de clichés en muchos títulos de diferentes autores.


[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.

Los personajes en «Doña Blanca de Navarra» de Navarro Villoslada (y 5)

Otro personaje con cierta importancia en esta narración de Francisco Navarro Villoslada[1] es el simpático Juan Marín, alias Chafarote. El leal y bonachón escudero de Jimeno, buen amigo del comer y del beber, constituye una figura sanchopancesca muy repetida en toda la novela histórica romántica española. En la segunda parte lo encontramos convertido en el hermano Juan, el ermitaño lego que acompaña a Inés; pero el narrador nos informa de que sus penitencias «no excluían los buenos bocados». Cuando tiene que pasar una noche de invierno al aire libre y sin probar ningún alimento se queja a la penitente con estas graciosas palabras:

¡Ermitaño soy yo, voto a cribas, y me pinto solo para rezar; pero, señora, con buenos bocados y mejores tragos!… Para nada se necesita comer más y mejor que para hacer penitencia.

Escudo de armas del Conde de LerínEn la novela existen otros muchos personajes, algunos bien caracterizados dentro de su tipicidad: don Luis de Beaumont, Conde de Lerín y caudillo del bando beamontés, «hombre escéptico y frío» que se singulariza por su talento, sagacidad y audacia; su rival, mosén Pierres de Peralta, cabeza del bando agramontés, también ambicioso y «ancho de mangas en achaques de conciencia»; el fraile de Irache, el Padre Abarca, notable por su temor supersticioso y su profundo antisemitismo; Sancho de Rota, el famoso bandido de las Bardenas, que aparece marginalmente en el capítulo III de la primera parte; don Gastón de Foix, el hijo de doña Leonor, que tendrá que debatirse entre sus pasiones (el amor, los celos) y sus deberes (la amistad, la hospitalidad); la judía Raquel, que pasa entre los cristianos por bruja y hechicera; o Jehú, el avaricioso médico judío de la reina doña Leonor.


[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.

Los personajes en «Doña Blanca de Navarra» de Navarro Villoslada (4)

Quince días de reinado, de Navarro VillosladaDoña Leonor representa el reverso de la moneda: si doña Blanca, Jimeno e Inés eran los personajes positivos, la Condesa de Foix es la malvada de la novela de Francisco Navarro Villoslada[1]; su carácter está descrito con tintas muy negras, y el narrador se encarga de juzgar al personaje, caracterizándolo de manera odiosa, como un verdadero «genio del mal»: es una «tigre indómita y rabiosa», con «ojos de basilisco», caracterizada por su «sacrílega perversidad», su «hipócrita insolencia» y su «refinada hipocresía». Doña Leonor tiene la ambición de reinar y para lograrlo no vacila en asesinar a sus dos hermanos mayores. Personaje siniestro marcado por su doblez, sus criminales impulsos serán finalmente castigados por la Divina Providencia: consigue su objetivo de ser coronada reina de Navarra, pero su reinado no dura más que quince días; la maldad y el crimen, según exige la justicia poética, no podían quedar impunes, si se quería completar la enseñanza moral de la obra.

Don Felipe de Navarra y doña Catalina de Beaumont son otros dos personajes idealizados: si él es «el más apuesto caballero de Navarra», ella «la más hermosa doncella de la tierra». Catalina, nacida el mismo día de la muerte de doña Blanca, ha heredado todas las virtudes de la princesa; es, en efecto, «un ángel de pureza y candor», «una niña de quince años, blanca, dulce, risueña, sencilla de aspecto como sencilla de corazón» que trata de apaciguar entre el pueblo los rencores producidos por la guerra de bandos. En cuanto a don Felipe, simplemente añadiré que posee las mismas virtudes que Jimeno: nobleza, bondad, valor, bizarría…


[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.

Los personajes en «Doña Blanca de Navarra» de Navarro Villoslada (3)

Inés de Aguilar es un personaje femenino característico en las obras de Francisco Navarro Villoslada[1]: ella encarna la generosidad, la resignación y la caridad cristianas, el sacrificio para conseguir la felicidad del ser amado, aunque para ello tenga que renunciar a todos sus sueños; de ahí las notas de melancolía que adornan su carácter. Igual que doña Blanca, es otro «ángel de bondad»: salva la vida de su rival, la mujer que ama Jimeno; es más, haciendo un «sublime esfuerzo de abnegación» le pide a éste que ame a la reina de Navarra como amó a la villana de Mendavia. Desde ese momento la joven solo vive para proteger a cada instante, como un ángel custodio, a su amado, que tantas veces la ha desdeñado: «Me verás a tu lado cuando todos huyan de ti, y me verás huir de ti cuando tengas quien te consuele»; «Nunca te abandonaré mientras te vea solo», le recuerda.

En la segunda parte, reaparece como la penitente de la Virgen de Rocamador, y sigue siendo la misma mujer que besa la mano que le hiere.

Virgen de Rocamador, Estella

Estas palabras suyas revelan perfectamente el carácter cristiano con que quiso dotar Navarro Villoslada a este personaje:

—Yo he nacido para velar por ti y para sufrir por ti. Dios ha puesto en mi corazón una llama de amor puro, santo, cristiano, la llama de la caridad, que no se extingue, y en el tuyo una ingratitud que nunca cede; mi destino es amarte, y el tuyo hacerme padecer. Yo no me quejo, yo me resigno. ¡Dichosa yo si las penas que hoy he sufrido pueden proporcionarte satisfacciones tan completas como las que hoy has experimentado!

Inés, con su «alma buena y generosa», constituye, pues, una personificación de la caridad cristiana: «En la cruz podemos abrazarnos y amarnos todos», comentará. Tras perdonar a doña Leonor, que la ha calumniado, y tras salvarla al convencer a Jimeno para que desista de su plan de envenenarla, se retira a la paz de un convento (solución frecuente para otras heroínas románticas).


[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.

Los personajes en «Doña Blanca de Navarra» de Navarro Villoslada (2)

Doña Blanca de Navarra, que da título a la obra de Francisco Navarro Villoslada[1], es el principal personaje (aunque muere al final de la primera parte, en la segunda está siempre presente en el recuerdo de los demás). Se nos presenta como una mujer hermosa, de angelical belleza, de mirada dulce y bondadosa, inocente, cándida, delicada y pudorosa, con un carácter melancólico por los infortunios que sufre y las injustas persecuciones que padece. Enamorada de Jimeno, le ama igual como sencilla villana que como heredera del trono. Su gran bondad queda de manifiesto al perdonar de corazón a su hermana Leonor, que la ha envenenado, y al solicitar a Jimeno que ame a su rival, Inés. En definitiva, el autor la pinta en todo momento como un «ángel de bondad».

Sepulcro de doña Blanca de Navarra, en Nájera

Jimeno es el protagonista masculino: tímido y apocado, su carácter se transforma cuando la mujer que ama es secuestrada, convirtiéndose en un valiente guerrero, jefe de los bandoleros de las Bardenas primero y luego capitán de aventureros al servicio del rey. También él aparece altamente idealizado: en el carácter de este joven de rostro dulce y hermoso se acumulan las notas de valor, gentileza, apostura, gallardía, honradez, valentía, magnanimidad… La nobleza de sus actos es reconocida en distintas ocasiones, en particular por las dos mujeres que le quieren: «Si no sois hidalgo por la cuna, lo sois por vuestras virtudes», le dice Inés; «¡La nobleza de tu alma suple con creces la que pueda faltarte por tu cuna!», comenta doña Blanca. Hay algo de quijotesco en Jimeno, sobre todo en la escena en que libera a doña Blanca; no en balde le llama mosén Pierres «el buen paladín, desfacedor de entuertos». En la segunda parte reaparece con el nombre de don Alfonso de Castilla y el ánimo cambiado, ahora más siniestro: sigue siendo noble y bizarro, pero con algo de diabólico en sus palabras y en sus intenciones, como muestra el maquiavélico plan de venganza que ha concebido para castigar a doña Leonor. En suma, Jimeno es el típico héroe romántico enfrentado con un mundo hostil que le impide ver realizados sus anhelos y esperanzas, en concreto, su amor por doña Blanca.


[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.

Los personajes en «Doña Blanca de Navarra» de Navarro Villoslada (1)

Todos los personajes de la novela de Francisco Navarro Villoslada[1] son tipos planos, de un solo trazo. En efecto, en estas obras los análisis psicológicos no suelen ser muy profundos; el universo novelesco se divide de forma maniquea en dos grupos claramente diferenciados: los buenos son muy buenos, y los malos muy malos. Además, casi todos los personajes están dotados de una notable carga simbólica: doña Blanca y su trasunto Catalina simbolizan la inocencia, el candor, la pureza; Jimeno, la nobleza; Inés, la resignación cristiana; Leonor, la perfidia y, en otro plano, el amor maternal; el Conde de Lerín, la astucia, etc.

Escudo de mosen Pierres de Peralta

Con los personajes históricos como doña Blanca, doña Leonor, su hijo Gastón, mosén Pierres de Peralta, Luis de Beaumont o Felipe de Navarra —por citar solamente los principales—, se mezclan en la novela los personajes ficticios: Jimeno, Inés, Chafarote, etc. Los primeros suponen una especie de pie forzado para el autor, dado que su carácter resulta conocido por otras fuentes y el novelista no puede modificarlo a su antojo, si quiere resultar creíble. Por el contrario, es la presencia de los personajes ficticios la que le permite introducir los principales episodios y sucesos de su invención.


[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.

El narrador en «Doña Blanca de Navarra» de Navarro Villoslada (y 3)

Un último elemento, muy importante, que no se puede pasar por alto al hablar del narrador de esta novela de Francisco Navarro Villoslada[1] es la superchería de las crónicas, que aparece con frecuencia —aunque no explotado con tanta intensidad como en Doña Blanca de Navarra— en otras novelas: el narrador, para aumentar de algún modo la sensación de verosimilitud, finge seguir diversas crónicas, por supuesto ficticias. Aquí se presenta incluso como historiador, siendo la obra que leemos una supuesta crónica. Para escribir la primera parte de esta «historia», el narrador dice manejar varios manuscritos, en particular unos de un monje de Irache, el Padre Abarca, que se caracteriza por su supersticiosa credulidad en fantasmas y seres sobrenaturales (circunstancia que permitirá a Navarro Villoslada introducir abundantes rasgos de humor).

Monasterio de Irache

Y en la segunda parte de la novela se incluye como personaje de ficción al propio monje cronista de Irache, tal como anuncia el título de su primer capítulo: «Entra el lector en relaciones con un santo varón, a quien sólo conoce por sus escritos». El Padre Abarca actuará como intermediario elegido por la reina doña Leonor para pacificar los bandos, y su presencia dentro de la novela supondrá que el narrador tenga que abandonar su crónica, supuestamente utilizada hasta entonces:

Pues que vamos a referir sucesos lastimosos, comenzaremos participando a nuestros lectores una noticia que, si ha de producirles la misma impresión que a nosotros, a no dudarlo debe ser muy desagradable. Fáltanos aquella clarísima antorcha que nos iluminaba en los más tortuosos y recónditos pasajes de la historia, aquel faro que nos servía para dirigir nuestro incierto rumbo, aquel cicerone que nos contaba los pormenores más minuciosos, las anécdotas más simples, los más estupendos milagros y diabólicas brujerías con aquella sencillez patriarcal, con aquella credulidad infantil, con aquel rubor virginal que más de una vez ha excitado nuestro asombro; en una palabra: no existe ya la crónica del fraile de Irache; su narración concluye precisamente en donde la nuestra comienza, en el mismo día, en la misma hora.


[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.

El narrador en «Doña Blanca de Navarra» de Navarro Villoslada (2)

Grabado de Doña Blanca de Navarra (Gaspar y Roig)He mencionado en una entrada anterior que el narrador de esta novela de Francisco Navarro Villoslada[1] controla todos los resortes del relato. Su presencia organizativa aparece denunciada por la frecuente inclusión de muletillas del tipo: «preciso es confesar», «dijimos en el penúltimo capítulo», etc. Son también muy frecuentes sus apelaciones al lector, al que se dirige con expresiones del siguiente jaez: «rogamos al lector que se haga cargo», «quizá no haya olvidado el lector», «el lector ya sabe la verdad», «debemos advertir al lector», «como supondrán nuestros lectores», «figúrese el lector»… Estas llamadas cómplices a su atención se reiteran con gran frecuencia, no solo en el texto de los capítulos, sino también en los títulos de algunos de ellos: «De cómo Jimeno dio muchos pasos en balde para averiguar lo que irá sabiendo el curioso lector sin necesidad de mover un pie» (parte I, cap. II); «Que parece inútil […]. Se publica, sin embargo, para el que quiera leerlo» (parte II, cap. XXX).

El narrador marca su lejanía con relación a los acontecimientos narrados por medio de comentarios que constituyen claras alusiones a situaciones o hechos contemporáneos del autor. Por ejemplo, establece paralelismos o semejanzas entre aspectos del pasado con otros del presente; en tales casos, muestra preferencia por la elección de términos de comparación pertenecientes al terreno de la política o del periodismo, dos actividades que resultaban bien conocidas para Navarro Villoslada y en las que llegaría a ocupar puestos destacados:

Los cronistas de antaño venían a ser lo que los periodistas de hogaño: curiosos, observadores y muy dados a las ciencias cronológicas y chismográficas.

Pero los taquígrafos de aquellos tiempos, como los de ahora, sabían extractar en dos líneas las oraciones más largas y mejor decoradas, y he aquí el brevísimo resumen que nos han dejado del discurso de la reina doña Leonor.

En ocasiones, el narrador introduce comentarios de carácter general, extraídos a partir de un hecho particular relativo a alguno de los personajes; suele tratarse de afirmaciones que encierran una enseñanza de tipo moral, de acuerdo con el ideario hondamente cristiano del autor:

Es admirable la facilidad que tiene el hombre para formar propósitos, y más siendo malos, como es igualmente maravillosa la dificultad de cumplirlos, y sobre todo cuando son buenos y confía en sus propias fuerzas.


[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.

El narrador en «Doña Blanca de Navarra» (1) de Navarro Villoslada

El narrador de Doña Blanca de Navarra de Francisco Navarro Villoslada[1] es muy sencillo, similar al que aparece en las demás novelas históricas del Romanticismo español: se trata de un narrador omnisciente (conoce todos los pensamientos y anhelos de sus personajes), en tercera persona, situado fuera de la historia narrada y que, además, se encarga de mostrar su lejanía respecto a ella[2]. Es un narrador que maneja todos los hilos de la narración, dejando muy poco margen de maniobra al lector, al que se lo da todo hecho, con escasas posibilidades para la interpretación o re-creación personal: él da o quita la palabra a los personajes, remite de un capítulo a otro, introduce digresiones y afirmaciones generales, añade notas para indicar que algún dato o detalle es histórico, nos ofrece resúmenes de la situación histórica o novelesca, se encarga de organizar el relato cuando el interés está en dos puntos distintos y hasta juzga los hechos y personajes que va describiendo. No debemos olvidar que, a la altura de los años 40 del siglo XIX, la novela en España, como género narrativo moderno, se encontraba todavía en un estado incipiente y el público lector no estaba acostumbrado todavía —no podía estarlo— a mayores audacias narrativas.

Doña Blanca de NavarraLa presentación de los acontecimientos en la estructura general de la novela es lineal, siguiendo por lo común el orden cronológico de los mismos: rapto de la princesa doña Blanca (año 1461), liberación, nueva captura, prisión y muerte (año 1464), coronación y quince días de reinado de doña Leonor (año 1479). No obstante, sí que existen algunos casos de «flash-back» o vuelta atrás, es decir, determinados episodios que no se cuentan en el lugar que cronológicamente les correspondería, sino más avanzado el discurso narrativo. El caso más significativo es el que se produce en el capítulo XVIII de la segunda parte, tal como indica su título: «Que debía dar comienzo a la segunda parte de esta crónica, por cuanto en él se toman los sucesos desde el fin de la primera»; en efecto, ahí se relata todo lo referente a Inés y a Jimeno durante los quince años que median entre el fin de la primera parte y el comienzo de la segunda. También se rompe en ocasiones el desarrollo lineal de la trama novelesca con la introducción de historias secundarias intercaladas en el relato principal, ya sea para aportar diversos datos sobre los personajes, ya se trate de sucesos relacionados indirectamente con los mismos; así, la historia de Raquel relatada por Inés a Jimeno; la contada por el Marqués de Cortes, que nos pone sobre la pista de la verdadera identidad de Jimeno, completada luego por el relato de Raquel; o la de don Pedro de Navarra, el padre de don Felipe, asesinado a traición en la sorpresa de Pamplona.


[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.

[2] Sobre el narrador de Doña Blanca de Navarra, pueden verse estos trabajos: Inés Liliana Bergquist, «Doña Blanca de Navarra», en El narrador en la novela histórica española de la época romántica, Berkeley, University of California, 1978, pp. 157-186; y Enrique Rubio, «Las estructuras narrativas en Doña Blanca de Navarra», en Romanticismo 3-4. Atti del IV Congresso sul Romanticismo Spagnolo e Ispanoamericano. Narrativa romantica, Génova, Universidad de Génova, 1988, pp. 113-121.

Fuentes históricas de «Doña Blanca de Navarra» de Navarro Villoslada

Entre las fuentes históricas consultadas por Francisco Navarro Villoslada[1] están, por un lado, las que aparecen mencionadas en las notas de la propia novela que el propio autor introduce: el Diccionario de Antigüedades del Reino de Navarra, de Yanguas y Miranda; el Epítome de los Anales de Navarra, de Moret y Alesón; la Histoire des races maudites, de Michel; y algunos documentos tomados del Archivo de la Cámara de Comptos, en Pamplona.

Diccionario de Antiguedades del Reino de Navarra, de Yanguas y Miranda

Por otra parte, contamos con la información que arroja el archivo del autor, donde se guardan las fichas elaboradas y los resúmenes redactados por él en su tarea de documentación sobre aquella época: en efecto, se conservan cuartillas con notas sobre «Blanca, Princesa de Viana. Cronología», «Noticias curiosas de costumbres y usos del siglo XV», «Navarra. Cronología. 1464», «Matrimonios», «Damas», «Robos», «Condado de Lerín», «Formalidades del Fuero para la coronación de los reyes», y otras sobre los bandos de agramonteses y beamonteses, mosén Pierres de Peralta, el rey don Juan II de Aragón, Carlos, Príncipe de Viana, Carlos de Artieda, Sancho de Erviti, etc.


[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.