Los cuentos de José María Sanjuán: «Volveremos a empezar»

El protagonista de «Volveremos a empezar» (pp. 19-27)[1] es un joven que, en la playa de un pueblo costero, recuerda a la muchacha que ama: «Las cosas estaban claras… La muchacha y él se querían. Nada más» (p. 21).

Niño mirando al mar

El Pancho y Caracorta le invitan a ir en barca y luego al parque «Paraíso», lugar donde la conoció, circunstancia que suscita de nuevo su evocación:

En el Paraíso había conocido a Marta y se habían dicho muchas cosas bonitas, al atardecer de aquel domingo, cuando las gentes iban deshojando triste, dulce, melancólicamente, la pálida tarde de fiesta. […] Pensó que la vida sin la muchacha era como si el cielo no tuviese estrellas o el mar horizonte o el Paraíso gente los domingos por la tarde (pp. 22-23).

Sin embargo, las cosas han cambiado y se encuentra entre la decepción y la esperanza: «El amor lo puede todo, hasta matar. Y yo moriré; es lo mejor» (p. 23). Poco a poco, el estilo indirecto de la narración nos va aclarando la situación: el muchacho y Marta se carteaban, y él era feliz: «Pero ahora no. Ahora había visto a la muchacha y al señorito besarse. Y aquello era el fin» (p. 24). Además, sus padres le han dicho que Marta, dos años mayor, es ya una mujer, en tanto que él sigue siendo un chaval. Mientras mira al mar, ahonda en su dolor y llega a la conclusión de que la muchacha no le quiere:

Y pensó que no valía la pena amar, ni querer, ni sufrir por esas cosas. Pero había una cosa clara todavía. Que él y la muchacha se habían amado. Y que él seguía amando a la muchacha (p. 26).

Entonces el narrador nos dice que ve las aguas como «pistas hasta el horizonte»; la indicación que sigue parece sugerirnos que el adolescente se va a suicidar tirándose al mar: «Se puso de pie sobre el vacío… […] Era una idea que le dominaba desde que había visto a Marta y a su acompañante, de la mano, por el camino alto» (p. 26). Sin embargo, en ese momento lo recogen sus amigos para ir en barca: «Les contestó que bueno. Y sonrió. El sol, ahora, quedaba atrás, y no le hacía daño ni le cegaba. Era como empezar otra vez. Igual».


[1] Cito por José María Sanjuán, Un puñado de manzanas verdes, Barcelona, Destino, 1969 (colección Áncora y Delfín, núm. 323).

Los cuentos de José María Sanjuán: «Por primera vez»

Abre el libro Un puñado de manzanas verdes el cuento «Por primera vez» (pp. 7-17)[1], que consta de tres secuencias separadas por espacios blancos. La primera empieza con la frase: «Estuvo callado durante toda la comida» (p. 9); el relato se va construyendo con frases similares, muy cortas, que reflejan los pensamientos del muchacho protagonista, lo que él llama «su lío»:

Por la mañana, sí, por la mañana sí que le había pasado algo. Total, nada. Un poco de lío en la cabeza, unas palabras del maestro, luego otras palabras de los compañeros. Y el lío. Por la mañana sí que le había pasado algo. Pero ahora no (p. 9).

La segunda secuencia explica lo ocurrido previamente: a la mañana, el maestro ha comentado en clase que vio a algunos niños fumando. Sus palabras desatan un rumor entre los alumnos; mientras, afuera, llueve. El maestro sigue explicando la lección, pero ya todos sólo piensan en lo sucedido, algo que, considerado por sus infantiles mentes, debe de ser pecado. A la salida, «el muchacho» —así se le denomina a lo largo del cuento— se encuentra con Nico, Juan, el Perote y el Nito, quienes le cuentan que fueron ellos los que fumaron, un cigarro negro, y le invitan a sumarse al grupo para volver a hacerlo; él duda, pero al final se va a su casa, aunque dando vueltas en la cabeza al asunto:

El maestro tenía razón, pero también tenía razón el Nito cuando decía que ellos ya no eran niños. Evidentemente, eso era verdad. Se miró en la cristalera de una tienda. Estaba crecido, tenía pelusa en la cara… Ya no era un niño. Y le dio rabia no haber ido con los otros a la iglesia vieja, a fumarse un cigarro de la petaquita color azufre (p. 15).

Niño fumandoEn la tercera secuencia la acción vuelve a situarnos en la tarde[2]. El muchacho ni se concentra en el estudio, ni puede hablar en casa del tema que le preocupa. Las repeticiones subrayan estilísticamente el lento paso del tiempo, captado desde la perspectiva y el estado anímico del joven: «Las tardes son largas. Las tardes pesan. Y los libros no aguantan toda la tarde» (p. 16). Al final, el niño baja a la calle y compra dos cigarrillos rubios, que fuma apresuradamente en el portal y que le producen mareos y náuseas. Por la noche sus padres le preguntan si le pasa algo, pero no les cuenta nada de lo sucedido. Al acostarse, el muchacho comprende que su padre tiene razón, que él y el maestro siempre tienen razón: «Y cerró los ojos. Y encontró la paz y el sueño. Y ya nada le daba vueltas encima, sobre la cabeza» (p. 17), concluye el relato.


[1] Cito por José María Sanjuán, Un puñado de manzanas verdes, Barcelona, Destino, 1969 (colección Áncora y Delfín, núm. 323).

[2] «Las tardes son largas. Las tardes pesan. Por las tardes hay que preparar las lecciones para el día siguiente. El muchacho tenía un libro de geografía en las rodillas. Pero no estudiaba. No podía estudiar» (p. 15).

«Un puñado de manzanas verdes» (1969), de José María Sanjuán

Un puñado de manzanas verdes[1] reúne diez narraciones cortas que tocan, de una manera u otra, el tema de la adolescencia. Esta circunstancia, el hecho de existir un hilo conductor que engarza los relatos, o mejor, un tema central que sirve de telón de fondo para todos ellos, es característica que lo emparenta con el libro anterior. Igual que sucedía en El ruido del sol, también aquí la relación con los cuentos de Aldecoa resulta bastante clara.

Manzanas verdes

Los títulos de los diez cuentos contenidos en el volumen son: «Por primera vez», «Volveremos a empezar», «El casco sobre la cabeza», «Tranquilízate, muchacho», «El miedo», «Cerca del horizonte», «Es cosa de muchachos», «Un puñado de manzanas verdes», «El ojo del mundo» y «El secreto». Los iré analizando en entradas sucesivas.


[1] José María Sanjuán, Un puñado de manzanas verdes, Barcelona, Destino, 1969 (colección Áncora y Delfín, núm. 323).

Valoración de «El ruido del sol», de José María Sanjuán

Como hemos podido apreciar en las entradas anteriores, todos estos cuentos de El ruido del sol tienen como protagonistas a toreros, ya se trate de espadas profesionales, ya de simples maletillas y aficionados. El libro de José María Sanjuán se asemeja a otros de Ignacio Aldecoa, tanto por el hecho de reunir diversos relatos centrados en un oficio, como por la ternura con que quedan retratados los personajes más desvalidos.

Corrida de toros

En efecto, en todos ellos la acción —cuando la hay— se centra más que en los toreros triunfadores, en los fracasados, en aquellos que no han podido llegar, o en los que llegaron pero ya han visto cómo pasaba su hora. Y más que desde el momento culminante de la corrida, de las diversas suertes taurinas (que en ningún momento se describen), estos cuentos de El ruido del sol se enfocan muchas veces desde la perspectiva de la espera, lenta y angustiosa, de los toreros en sus habitaciones de hotel. Sanjuán sabe captar muy bien la atmósfera asfixiante que —física y moralmente— agobia a estos personajes (el calor, la humedad, las amistades interesadas, etc.), al tiempo que proporciona a sus relatos un marcado y nostálgico tono lírico, muy evocador y sugerente.

Los cuentos de José María Sanjuán: «El último tercio»

Cierra la colección de El ruido del sol «El último tercio» (pp. 179-186)[1], relato que va encabezado por una cita de Hemingway. Laurel, mozo de estoques, ayuda a vestirse al maestro Manuel, al que antes le iban mejor las cosas: su habitación se llenaba de amigos y aficionados, pero hora no acude absolutamente nadie. Esa tarde tampoco toca pelo, igual que las anteriores, pero el torero piensa, como siempre, que todavía le queda alguna oportunidad, que el triunfo se presentará mañana…

Torero

El final, de nuevo, niega esa falsa esperanza: «Y Laurel sabía que no había ya ningún día que se llamara así» (p. 186). Para Manuel no hay ya mañana, como tampoco lo había para Pascual, de «Mañana será un hermoso día»; para Rayo, de «No es bueno volver a empezar»; para José, de «La camisa amarilla», etc.


[1] Citaré por José María Sanjuán, El ruido del sol, 2.ª ed., Barcelona, Destino, 1971 (colección Áncora y Delfín, núm. 372), prólogo de José María Pemán.

Los cuentos de José María Sanjuán: «Mañana será un hermoso día»

En «Mañana será un hermoso día» (pp. 169-177)[1] el joven Pascual va de noche, a la luz de la luna, a tentar unas reses. Entre paréntesis se van consignando las reflexiones de su monólogo, y el narrador augura la desgracia que le espera en su arriesgado empeño: «Había en el aire una sombra inquietante, de acecho y aventura, de silencio comprimido, de lucha contenida, de tragedia solitaria» (p. 171).

Torero de luz de luna

Pascual consigue dar unos pasos a un toro, pero es cogido. Cuando a la mañana siguiente encuentran su cuerpo, el jinete se lamenta, no de la suerte del muchacho, sino de que esa aventura le ha estropeado varios toros, ya no aptos para la lidia. De nuevo el título cobra tintes de ironía trágica, una vez conocido el desenlace: para el pobre maletilla, sencillamente, no habrá mañana.


[1] Citaré por José María Sanjuán, El ruido del sol, 2.ª ed., Barcelona, Destino, 1971 (colección Áncora y Delfín, núm. 372), prólogo de José María Pemán.

Los cuentos de José María Sanjuán: «No es bueno volver a empezar»

«No es bueno volver a empezar» (pp. 163-168)[1] presenta a Rayo, un mal torero, ya viejo y acabado, que acude a su amigo Carlos, camarero, para que le preste algo de dinero; éste consiente, aunque le advierte que le iría mejor si dejase de intentarlo como espada y entrase de subalterno en alguna cuadrilla.

Banderillero

En suma, una nueva evocación nostálgica y tierna del torero fracasado, que lo ha intentado, pero que no ha sabido llegar a lo más alto o mantenerse allí.


[1] Citaré por José María Sanjuán, El ruido del sol, 2.ª ed., Barcelona, Destino, 1971 (colección Áncora y Delfín, núm. 372), prólogo de José María Pemán.

Los cuentos de José María Sanjuán: «Las cenizas de todos nosotros»

El siguiente relato incluido en El ruido del sol es «Las cenizas de todos nosotros» (pp. 149-161)[1]. Cecilio, alias Juanete III, sale de la cárcel de un pueblo y la gente lo señala como el torero del domingo, «el del miedo». Todos sus hermanos han tenido mala suerte en el toreo: Juanete I cayó en una novillada nocturna; Juanete II sufrió la amputación de un pie, porque le cambiaron un buen toro que le había tocado en el lote. El padre, que quiere fundar una dinastía taurina, reprocha a su hijo su cobardía al negarse a torear (razón por la que lo habían metido en el calabozo): «¡Has acabado con todos nosotros!, ¡has terminado con nuestras cenizas…!» (p. 161).

Torero

Pero, en realidad, lo que ha hecho ha sido salvar su vida, sin exponerla inútilmente en el ejercicio de un trabajo para el que no siente la más mínima vocación.


[1] Citaré por José María Sanjuán, El ruido del sol, 2.ª ed., Barcelona, Destino, 1971 (colección Áncora y Delfín, núm. 372), prólogo de José María Pemán.

Los cuentos de José María Sanjuán: «La camisa amarilla»

«La camisa amarilla» (pp. 141-147)[1] tiene como motivo una de las supersticiones de los toreros, el mal fario de ese color[2]. José, alias Almonteño, ha recibido esa mañana la visita de un extranjero que llevaba una camisa amarilla; y, al hacer el paseíllo, vuelve a verlo en el tendido.

Camisa amarilla

El final deja en suspenso el desenlace, aunque hace presagiar la desgracia: «Y presintió que quizá ya no volvería más a desandar el terreno y la arena que ahora pisaba…» (p. 147).


[1] Citaré por José María Sanjuán, El ruido del sol, 2.ª ed., Barcelona, Destino, 1971 (colección Áncora y Delfín, núm. 372), prólogo de José María Pemán.

[2] Este color aparecía ya en un pasaje de «El silencio está lleno de ruidos», p. 104.

Los cuentos de José María Sanjuán: «El extraño»

Un torero comenta con otros personajes la faena de esa tarde en «El extraño» (pp. 133-139)[1]. Como en varios otros relatos del libro, el ambiente se hace pesado, asfixiante por el calor. Todos los amigos que se arriman a él lo elogian sin medida; al final pide consejo a otro, en su opinión más sabio que los demás, y éste le dice que ha estado francamente mal. Entonces todos los entusiastas callan.

Faena

Se trata, pues, de una nueva reflexión sobre la adulación que rodea al torero exitoso, que ya se apuntaba en «El triunfador».


[1] Citaré por José María Sanjuán, El ruido del sol, 2.ª ed., Barcelona, Destino, 1971 (colección Áncora y Delfín, núm. 372), prólogo de José María Pemán.