«De Nazaret a Belén», de Manuel Martínez Fdez. de Bobadilla

Vaya para este día último del año, que coincide con la festividad de la Sagrada Familia, esta hermosa décima del poeta navarro (de Murchante) Manuel Martínez Fdez. de Bobadilla, que es la segunda composición de su poemario Fuegos de la Navidad (1997). El poema pone de relieve el vínculo amoroso de María y José reforzado con la llegada de su hijo Jesús, «trigo en flor» (v. 1) y «carne de amor» (v. 4). En el último verso se recuerda la etimología de Belén, lugar donde vino al mundo el Salvador, que en hebreo significa ʽcasa de panʼ[1]:

Nazaret, el trigo en flor.
María, de nieve fue.
En su vientre San José
sintió el divino calor
del hijo en carne de amor.
Tan llenos de gracia están
y tanto en amor se dan,
que un corazón de mujer
supo con el trigo hacer
de Belén, Casa de Pan[2].

SagradaFamilia_Giorgione.jpg

Sagrada Familia, de Giorgione.

 


[1] Ver Ignacio Arellano, Repertorio de motivos de los autos sacramentales de Calderón, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra (Publicaciones digitales del GRISO), 2011, p. 96, s. v. Belén, quien cita, entre otras autoridades, a San Juan de Ávila en sus Sermones: «en aquella casa de pan está el Hijo de Dios consagrado, envuelto en pañales de pobres accidentes». Es, en efecto, etimología muy reiterada en los autos sacramentales de Calderón y en otros textos áureos.

[2] Manuel Martínez Fdez. de Bobadilla, Fuegos de la Navidad, prólogo de Enrique Banús, Pamplona, Medialuna Ediciones, 1997, p. 21.

El villancico «Canta, gallo, canta…» de Rodrigo de Reinosa

¡Aleluya, Aleluya,
ha nacido el Salvador!

Rodrigo de Reinosa, pseudónimo del bachiller Rodrigo de Linde (Reinosa, Cantabria, c. 1450-c. 1530), es poeta conocido por ser el creador de la lírica germanesca en lengua castellana. Ha sido estudiado por José María de Cossío, quien le dedicó un volumen en la Antología de escritores y artistas montañeses[1]. La primera obra impresa con su nombre, aunque perdida, es el Cancionero de Rodrigo de Reinosa de coplas de Nuestra Señora (Barcelona, 1513). Por otra parte, se le ha atribuido un Cancionero de Nuestra Señora, impreso tardíamente (León, 1612), pero tal atribución resulta problemática. Rodrigo de Reinosa fue muy popular en su época y sus composiciones se nos han conservado en distintos cancioneros y a través de pliegos sueltos. En sus poemas da entrada a personajes populares como rufianes, prostitutas, pastores, comadres, venteros, negros, etc. Cultivó también el tema navideño; al decir de Gerardo Diego, lo trata

de diversos modos y con variedad de intenciones. Una veces, anacrónica y deliciosamente, como en la letrilla a la Virgen para que abrigue al Niño con una de las dos mortajas de Lázaro, con la media capa de San Martín, el manto de Elías o el velo del Templo. Otras de manera un tanto conceptuosa y refinada. O como en el romance «Al Nacimiento», lleno de sagrado estupor. O bien, y es quizá su más tierna inspiración, cantando sobre el estribillo popular la inminencia del parto virginal[2].

Este último comentario se refiere al villancico que copio hoy, en el que la voz lírica corresponde a san José, que se dirige en apóstrofe al gallo (vv. 1-2), para que anuncie el amanecer del nuevo día; y luego ya, durante el resto de la composición, a su esposa María, cuyo vientre está  a punto de florecer con el nacimiento del Niño-Dios:

Canta, gallo, canta,
cata[3] que amanece;
y tú, Virgen Santa,
tu vientre florece[4].

El parto es llegado
de nuestra esperanza;
que Dios encarnado
nació sin dudanza;
por donde se alcanza
el bien que parece[5];
tu vientre florece.

A la media noche
acá entre nos
sin ningún reproche
nació hombre y Dios;
pues, Señora, a nos
por vos tal contece[6],
tu vientre florece.

Según me decíais,
y a mí me dijeron,
estas profecías
en vos se cumplieron;
pues vos escogieron[7]
porque Adam padece,
tu vientre florece.

Pues Dios nos echó
en este portal
do el Niño nació
por lo humanal;
en este arrabal,
con frío que crece,
tu vientre florece.

Si quieres que vaya
partera[8] a buscar,
el gabán y sayo
os quiero dejar;
en pobre lugar
todo esto acaece;
tu vientre florece.

Mientras vo[9], Señora,
partera a buscar,
quered vos agora
sola consolar:
no queráis llorar,
que a mí me entristece;
tu vientre florece.

Lumbre no tenemos
ni leña ninguna,
ni tampoco habemos[10]
mantillas ni cuna;
pues nuestra fortuna
todo esto merece,
tu vientre florece.

Con terrible invierno
y noche lloviosa[11],
sin ningún gobierno,
con pena penosa,
consuélate, Esposa,
aunque algo fallece[12];
tu vientre florece[13].

Adoración_de_los_pastores_Bonifazio_Veronese

Adoración de los pastores, de Bonifazio Veronese.


[1] Rodrigo de Reinosa, selección y estudio de José María de Cossío, Santander, Librería Moderna, 1950. Ver también Stephen Gilman y Michael J. Ruggerio, «Rodrigo de Reinosa and La Celestina», Romanische Forschungen, 73, 1961, pp. 255-284; La poesía de Rodrigo de Reinosa, estudio y ed. de José Manuel Cabrales Arteaga, Santander, Institución Cultural de Cantabria, 1980; Rodrigo de Reinosa, Poesía de germanía, ed. de María Inés Chamorro Fernández, Madrid, Visor, 1988; y, más reciente, Rodrigo de Reinosa, Obra conocida, ed. de Laura Puerto Moro, San Millán de la Cogolla, Cilengua, 2010.

[2] Gerardo Diego, La Navidad en la poesía española, Madrid, Ateneo, 1953, pp. 19-20.

[3] cata: mira, date cuenta.

[4] florece: haz florecer.

[5] parece: aparece, se presenta.

[6] contece: acontece, sucede.

[7] pues vos escogieron: Diego lee este verso «pues a vos escogieron», largo; enmiendo para regularizar la medida del hexasílabo.

[8] partera: cambio la lectura de Diego, partero, por partera, como figura luego en el v. 41.

[9] vo: voy.

[10] habemos: tenemos.

[11] lloviosa: forma usual en la lengua antigua, con vacilación en la vocal átona.

[12] fallece: falta.

[13] Diego, La Navidad en la poesía española, pp. 20-22. Retoco ligeramente la puntuación y destaco en cursiva la cabeza del villancico y el verso repetido como estribillo. Diego cierra su comentario sobre este villancico con una nota humorística, en guiño regional: «Bien se echa de ver que este San José, disfrazado bajo el capote recio y pardo de Rodrigo de Reinosa, conocía bien las noches cerradas de cellisca y ventisca en Campóo de Suso» (p. 22).

«Villancico que llaman de la partera», de Federico Muelas

Federico Muelas (Cuenca, 1910-Madrid, 1974), poeta, periodista y guionista de cine cuya figura se adscribe a la Generación del 36, es un autor que dio abundante entrada al tema navideño en sus poemas. En este blog, en años anteriores, ya he reproducido algunos de sus villancicos más conocidos, como los titulados «Por atajos y veredas», el «Villancico que llaman unos del aserrín y otros del Niño Carpintero» y el «Villancico que llaman de la llegada de los Reyes Magos». Vaya ahora para este día de Nochebuena su «Villancico que llaman de la partera», que adopta la tradicional forma de la décima y pone de relieve (a través del detalle del cordón umbilical) la naturaleza también humana del Niño-Dios recién nacido:

—¿Qué tiene que hacer partera
en este Santo Lugar?
La luna acaba de entrar
a través de la vidriera.
Hablo María: —Quisiera
algo de tu oficio. Pido
ese cordón retorcido,
que humano quiere ser Él…

¡Caracolilla de piel
en el vientre del nacido![1]

Giotto

Natividad, de Giotto.

 


[1] Texto recogido en Tallas y poemas del Niño-Dios, Madrid, Publicaciones Españolas, 1967, s. p.

«Una doncella está encinta…», de José María Forteza

A punto de llegar a las fiestas de Navidad, traigo hoy al blog un poema de José María Forteza, periodista nacido en Palma de Mallorca en 1925, autor de libros como Resonancias, La ola sucesiva, Invitación a la esperanza, Tres homenajes y una invocación a la paz, Al borde de la ternura, Mensajes del alba (Yendo hacia ti…), La llama desplazada y otros poemas, etc. Se trata de una décima que pertenece a su libro Antífona de Navidad y otros poemas (1989)[1], cuyo primer verso remite a Isaías, 7, 14: «He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel». El texto completo es así:

Una doncella está encinta.
¿Qué florecerá en su seno?
El recinto es tan ameno
y la noche tan distinta…
El cielo que la precinta
se inclina al amanecer,
para que el Niño al nacer
nos descubra la alegría
y destierre la sombría
incertidumbre del ser[2].

Madonna-del-parto.jpg

La Madonna del parto, de Piero della Francesca.

 


[1] Este poemario se divide en cuatro secciones: «Antífona de Navidad», «Cinco variaciones sobre la alegría», «Retablo de amor mediterráneo» y «Testigos de mi tiempo». El texto impreso en las solapas del libro explica sobre la primera de ellas: «Antífona de Navidad y otros poemas exalta, en su primera parte, el nacimiento del Mesías desde un enfoque lírico-intimista. En ella se funde el corte clásico de un motivo, que acumula tan grande y hermosa tradición, y la imagen innovadora, cálida y llena de plasticidad. Su lectura nos aproxima a un quehacer que, a la búsqueda de la transparencia y precisión del lenguaje, tiene mucho de ejercicio litúrgico. Su religiosidad se transfigura para convertirse en retablo de cautivadora ternura».

[2] José María Forteza, Antífona de Navidad y otros poemas, Madrid, Ediciones Rialp, 1989, p. 17.

«De cómo María dice su sorpresa por el nacimiento del Niño y pregunta a José cómo ocurrió», de Carlos Murciano

Vaya para el día de Año Nuevo una hermosa composición de Carlos Murciano, poeta nacido en 1931 en Arcos de la Frontera (Cádiz) que ha cantado, muchas veces[1] y con mucha delicadeza, el tema poético de la Natividad del Señor. Buena prueba de ello la tenemos en este soneto incluido en La calle nueva (1965)  que lleva por título «De cómo María dice su sorpresa por el nacimiento del Niño y pregunta a José cómo ocurrió»:

portalnieve

José, sobre Belén está nevando.
No le queda a la noche ni un camino.
¿Y esta nieve pequeña cómo vino
tan sin sentir, si estábamos velando?

Estábamos los dos rezando, cuando
—¿o hablábamos, José?— se hizo más fino
el aire y, de repente, como un trino,
estaba ya sonando y encantando.

Dime, José… ¿O acaso tú tampoco
sepas cómo se puso el heno lleno
de nieve viva, aquí, bajo techado?

Dime, José, cómo le tengo y toco
y cómo fue desde mi seno al heno
y volvió desde el heno a mi costado[2].


[1] Véase, por ejemplo, su «Soneto para la madrugada de un seis de enero», o el «Romance viejo de la madre nueva», escrito al alimón con su hermano Antonio.

[2] Tomo el texto de la antología Porque esta noche el Amor. Poesía navideña del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997, p. 132.

El poema «¡Oh Hermosura que excedéis…» de Santa Teresa de Jesús

Para hoy 15 de octubre, festividad de Santa Teresa de Jesús, transcribo sin mayor comentario uno de los poemas compuestos por la «andariega de Dios», por aquella santa «trazadora de versos» que tan bien supo cantar, en el molde tradicional del verso de arte menor castellano, el amor de la Divinidad:

Santa Teresa de Jesús

¡Oh Hermosura que excedéis
a todas las hermosuras!
Sin herir, dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis,
el amor de las criaturas.

¡Oh ñudo que ansí juntáis
dos cosas tan desiguales!
No sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.

Juntáis quien no tiene ser
con el Ser que no se acaba.
Sin acabar, acabáis;
sin tener que amar, amáis;
engrandecéis nuestra nada[1].


[1] Cito por Francisco Montes de Oca, Ocho siglos de poesía en lengua castellana, 17.ª ed., México, D. F., Editorial Porrúa, 1998, p. 149. Además de algún ligero retoque en la puntuación, en el v. 9 cambio su lectura «atada» por «atado». El P. Tomás Álvarez, en su edición de Santa Teresa, Obras completas, 16.ª ed., Burgos, Monte Carmelo, 2011, p. 1363, anota a pie de página «Es uno de los primeros poemas compuestos por la Santa. Sobre su origen véanse las cartas de Teresa a su hermano Lorenzo: 2.1.1577 y 17.1.1577, donde dejó constancia la autora del origen místico del poema».

«Vivo sin vivir en mí», de Santa Teresa de Jesús

Continuaremos hoy el examen de las poesías de Santa Teresa de Jesús recordando una de sus composiciones más famosas y conocidas, la que glosa «Vivo sin vivir en mí…». Pero antes recordaremos lo que sobre su producción poética en general han escrito Felipe Pedraza Jiménez y Milagros Rodríguez Cáceres:

Tiene, además, algunas composiciones en verso. Son, casi siempre, cancioncillas hechas con motivo de alguna festividad religiosa o para alegrar a sus monjas. Existen testimonios coetáneos de la gran facilidad y gracia que tenía la santa para improvisar este tipo de versos.

En realidad son muy pocas; se llegan a computar unas cuarenta pero la atribución de la mayor parte de ellas es más que dudosa. El motivo de esta inseguridad hay que buscarlo en que no estaban destinadas a la impresión sino que circulaban por tradición oral entre los conventos de la orden. No se recopilaron hasta el siglo XVIII.

Son glosas, canciones y villancicos escritos en metros tradicionales. Muchas veces aprovecha estribillos religiosos o profanos trasladados a lo divino. En ellas aparecen todos los temas tópicos de los cancioneros de los siglos XV y XVI: el cazador, el alba y la vela de amor, el servicio amoroso…, así como las antítesis de las que tanto gusta el género.

La más celebre es una glosa de «Vivo sin vivir en mí» y el villancico «Véante mis ojos», pero tanto una como otro son de dudosa atribución. En cualquier caso, las poesías que se le atribuyen, aunque algunas no sean suyas, responden perfectamente a su estilo personal[1].

Santa Teresa de Jesús

Sobre el «Vivo sin vivir en mí» explica el padre Tomás Álvarez que es

Poema compuesto sobre la base de una letrilla vuelta a lo divino. Las estrofas glosan varios pensamientos o sentimientos «paulinos» que la Autora vive intensamente como propios. El poema es probablemente coetáneo del que compuso san Juan de la Cruz, inspirado en la misma letrilla (hacia 1572)[2].

Su texto dice así:

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puso en él este letrero:
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Solo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga;
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Solo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que solo me resta
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva;
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero[3].


[1] Felipe Pedraza Jiménez y Milagros Rodríguez Cáceres, Manual de literatura española, vol. II, Renacimiento, Tafalla, Cénlit, 1980, p. 485.

[2] En Santa Teresa de Jesús, Obras completas, ed. de Tomás Álvarez, 16.ª ed., Burgos, Monte Carmelo, 2011, p. 1356, nota.

[3] Cito por Santa Teresa de Jesús, Obras completas, ed. de Tomás Álvarez, núm. 1, pp. 1356-1357, con ligeros retoques en la puntuación.

Teresa de Jesús, una santa «trazadora de versos»

Santa Teresa de Jesús, cuyo quinto centenario del nacimiento estamos celebrando a lo largo de este año 2015, tuvo fama ya en su tiempo de ser buena «trazadora de versos»; ella misma decía que, «con no ser poeta», necesitaba cantar a través de sus versos la hermosura de Jesucristo. Esas composiciones poéticas que salieron de su pluma las escribía —siempre sobre temas piadosos— para entretener a sus monjas o aliviar la monotonía y el cansancio de los numerosos viajes que realizó la andariega de Dios. Muchas le han sido atribuidas por la tradición, pero resulta difícil saber cuántas y cuáles son realmente suyas y cuáles no. Parece que escribió siempre en metros cortos, populares, fuera de la línea iniciada por Garcilaso, a pesar de que esta fue seguida por otros grandes escritores espirituales como fray Luis de León y san Juan de la Cruz.

San Fernando y Santa Teresa

Su poema más famoso seguramente sea el que glosa la letrilla «Vivo sin vivir en mí…», que expresa su sed de eternidad en unión con la divinidad. Muy conocidos son también estos otros versos suyos:

Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda,
la paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Solo Dios basta[1].

Anota Tomás Álvarez que

Es letrilla que llevaba consigo la Santa en su breviario, al morir en Alba de Tormes (1582). Existe una extensa glosa poética de esta letrilla, pero no hay indicios de que también esa glosa sea de la Santa.

En fin, terminaremos por hoy —pero habrá nuevas ocasiones de volver sobre la producción poética de santa Teresa— recordando su poema «Vuestra soy, para Vos nací: / ¿qué mandáis hacer de mí?». Este texto constituye la mejor expresión de una vida entendida como don del amor de Dios y como ofrenda a Él; aquí, en efecto, el yo lírico se entrega, poniéndose por entero en las manos de Dios:

Vuestra soy, para Vos nací:
¿qué mandáis hacer de mí?

Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra, pues que me llamastes,
vuestra, porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?

¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
Amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí,
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme muerte, dadme vida,
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis, dadme oración;
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
solo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme, pues, sabiduría,
o, por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí y allí,
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa,
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?

Sea José puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David encumbrado;
sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
solo Vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, para Vos nací:
¿qué mandáis hacer de mí?[2]


[1] Cito por Santa Teresa de Jesús, Obras completas, ed. de Tomás Álvarez, 16.ª ed., Burgos, Monte Carmelo, 2011, p. 1368.

[2] Cito por Santa Teresa de Jesús, Obras completas, ed. de Tomás Álvarez, pp. 1358-1360, con ligeros retoques en la puntuación. El editor explica en nota al pie: «Poema que […] tiene amplias resonancias paulinas. Está inspirado en la palabra y el gesto de san Pablo en el camino de Damasco: «Señor, ¿qué queréis que haga?». Ya en Vida había expresado la Santa reiteradamente ese sentimiento: «Vuestra soy, disponed de mí…» (V. 21,5)».